CATEQUESIS 12


ÉL OS LO ENSEÑA TODO


PRESENTACIÓN

La catequesis que ahora se inicia aborda la vivencia que el grupo tiene sobre el Espíritu Santo. Es ya tópico decir que es el gran desconocido de la vida religiosa de los cristianos. Pero es cierto. Últimamente han aparecido algunos movimientos espirituales centrados en el Espíritu Santo, pero para la inmensa mayoría de los cristianos sólo es la tercera persona de la Santísima Trinidad en la que hay que creer.

Sin embargo, el Nuevo Testamento, sobre todo los evangelios, orientan hacia El a la Iglesia primitiva para el tiempo que siga a la subida de Jesús al cielo, es decir, para los tiempos que ahora vivimos. Por esto es importante que nos preguntemos lo que el Espíritu significa en nuestra vida de creyentes.

La catequesis tiene dos partes. La primera será una ocasión para reflexionar sobre el proceso que estamos viviendo, sobre lo que nos está ocurriendo a los que llevamos ya meses de búsqueda y de reflexión sobre nuestra condición de cristianos. Desde la fe en el Espíritu Santo, trataremos de encontrar una explicación que dé sentido al proceso que se da en nosotros.

La segunda parte la dedicaremos a reflexionar sobre los momentos más importantes de la historia de la salvación que nos muestran la manifestación del Espíritu, para, a través de ellos, descubrir quién es y cuál es su función.

El presente tema viene a completar la imagen de Dios que se nos muestra en el evangelio. Es un punto importante sin el cual quedaría incompleta nuestra idea de Dios, peligrosamente orientada nuestra vida espiritual, ya que sin el Espíritu, es decir, sin la fuerza salvadora que viene de lo alto, nuestra espiritualidad no diferiría mucho de los esfuerzos autosalvadores del hombre de muchas religiones de la antigüedad.



Observaciones generales

Los objetivos que intentamos conseguir son los siguientes:


Primera parte


Mirando nuestra vida


1. Introducción

La introducción de esta primera parte es a la vez introducción a toda la catequesis. Se empieza leyendo y comentando la presentación del tema, así como los objetivos que aparecen en la Presentación.

Conviene que queden bien claras dos ideas: que el tema está íntimamente ligado con los anteriores, de modo que sin él la idea de Dios quedaría incompleta y que el descubrimiento del Espíritu Santo hay que hacerlo buscando en dos campos a la vez: en la palabra de Dios y en nuestra propia vida.

Terminado esto, el catequista introduce la primera actividad (trabajo en grupos) a partir de las siguientes ideas:

Las preguntas a las que hay que responder son las siguientes:

¿Qué es lo que más valoramos o apreciamos unos de otros?
— Personalmente, ¿cuál creo que es mi principal cualidad?
— Qué ha cambiado en nuestras relaciones desde que empezamos?


2.
Trabajo en grupos

La prudencia dirá si conviene que siempre sean los mismos grupos o que cada vez que se trata un tema se varíen para facilitar el intercambio y la comunicación entre todos.

El cuestionario está formulado en sentido positivo: no se trata de constatar los fallos, sino de descubrir los valores del grupo y los logros alcanzados.


3.
Puesta en común

Reunidos todos de nuevo, cada grupo presenta el resultado de su reflexión. El responsable puede ir tomando nota de las cosas valoradas por el grupo sin indicar la persona a la que se refieren. Se pretende tan sólo hacer una lista de valores personales existentes en los miembros del grupo.

Al final, tras poner en común las respuestas de todas las preguntas, cada uno puede expresar cómo se ha sentido durante la reunión.

Para cerrar la puesta en común, el catequista hace una breve reflexión —ésta servirá a la vez para introducir los textos bíblicos—, en la cual pondrá de manifiesto las siguientes ideas:


4. Palabra de Dios

Sin romper la continuidad con la actividad anterior, un miembro del grupo lee los textos que se indican a continuación.

Convendría que alguno —podría hacerlo el mismo que va a leer— invitara a todos a escuchar con atención lo que la palabra de Dios dice sobre lo que ellos han vivido y descubierto a lo largo de la reunión.

Conviene advertir que, más que un comentario a los textos, es una escucha atenta de la palabra para comprender que el origen de todo lo bueno que hay en cada uno de nosotros y en el grupo es el Espíritu de Dios. El es el que, trabajándonos desde dentro, si es que nos dejamos transformar, nos va haciendo conforme al modelo que tenemos en Cristo. Hay que procurar que la lectura sea clara y digna.

Gál 5,22-26: Presenta algunos dones del Espíritu. Es posible que en el grupo hayan aparecido algunas de las cosas que el apóstol san Pablo indica.

Rom 8 (completo): Es una larga reflexión sobre la actuación y la vida del Espíritu en nosotros.

Terminada la lectura de cada texto, se dejan unos minutos de silencio para interiorizar. Durante ellos, los que quieran pueden expresar sus vivencias en forma de una oración en voz alta o simplemente manifestando sus descubrimientos o sentimientos.


5.
Momento de oración

La sesión puede terminar recitando a dos coros la siguiente invocación al Espíritu Santo.

1.—Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

2.—Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

1.—Entra hasta el fondo del alma,
divina' luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

2.—Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

1.—Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

También podrían cantar todos un estribillo invocando al Espíritu; un lector puede recitar las estrofas.

El Documento 1 ("El Espíritu Santo: Dios actuando en nosotros") puede ser un buen complemento para estudiar y reflexionar en casa.


 

Segunda parte


La fuerza creadora de Dios


1. Introducción

Una vez que se ha descubierto en la primera parte la acción del Espíritu en cada uno y en el grupo, se pasa ahora a estudiar más detenidamente la presencia del Espíritu en la historia de la salvación.

Los cuatro textos que se estudian marcan cuatro momentos claves: el Espíritu aparece en ellos como la fuerza creadora de Dios que transforma las realidades humanas.

El sentido de la oportunidad dirá si interesa que todo el grupo estudie cada texto o que se dividan en cuatro grupos. Cada uno estudiaría un texto y presentaría el resultado de su reflexión a los demás.

<Con todos los textos se sigue el mismo método de trabajo:

  1. Lectura de la introducción a cada texto.

  2. Lectura del texto.

  3. Respuesta al cuestionario.

2. Estudio de los textos

a) La torre de Babel (Gén 11,1-9) Estructura del relato

La estructura concéntrica del relato muestra que estamos ante un texto en el que Dios aparece juzgando la historia de los hombres. La bajada de Dios es siempre un juicio de salvación o de condena. Como en otros muchos textos, se contrapone el proyecto humano al proyecto divino (v.gr.: el pecado de Adán y Eva). El resultado es un castigo. No ocurre así en aquellos casos en los que ambos coinciden (v.gr.: la vocación de Abrahán). Cuando el hombre acepta el plan de Dios en su vida es bendecido y la historia de la salvación da un paso hacia delante en su realización.

—¿Se dan en nuestra vida signos de estar contaminados por esta mentalidad?

Terminada la reflexión sobre estos puntos, sugerimos una lectura resposada de los tres números que abordan el problema del ateísmo en el concilio Vaticano II. Se trata de la constitución GS 19-21.

Observaciones exegéticas

La lectura del comentario exegético permite situar el texto bíblico en su contexto cultural propio. Este es importante para captar el verdadero sentido del mismo, lo cual no es óbice para, a partir de esto, hacer una lectura actualizante y viva del mismo. Tiene la ventaja de que se evitan interpretaciones subjetivas y manipulaciones del texto sagrado.

Sentido del texto

Brevemente tratamos de expresar el sentido del texto, es decir, la respuesta que da a una situación humana concreta. En el caso de la torre de Babel se trata de un sistema político totalitario en el cual los hombres, divinizando su propio poder, se han llegado a divinizar a sí mismos y han rechazado a Dios.

Cuestionario

Este es el momento más activo de la catequesis: el grupo, después de escuchar y profundizar en la palabra de Dios, tiene que mirar hacia el mundo en el que vive y hacia sí mismo, para ver de qué modo el juicio de Dios juzga la situación presente.

La primera pregunta dirige la mirada del grupo sobre el mundo:

—¿Existen en el mundo hoy situaciones similares a la que está detrás de esté relato? ¿Cuáles?

La segunda mira el entorno, es decir, la sociedad concreta en la que vivimos:

—Mirando la sociedad en la que vivimos, ¿descubrimos signos de una mentalidad que entiende la vida al margen de Dios?

Finalmente, el grupo trata de hacer examen de conciencia para ver hasta qué punto él mismo está influido por esta mentalidad:

Estructura del texto

Para entender este texto hay que imaginar la visión que describe el profeta: en una gran cordillera hay un monte que destaca sobre todos los demás. Desde todas partes acuden a él caravanas de gentes de las más diversas procedencias. Acuden a él para ser instruidos por Dios y vivir conforme a su ley y a su palabra. Instruidos por el mismo Dios, los hombres volverán a repoblar la tierra teniendo a Dios como árbitro y juez. De este modo será posible la paz.

Estamos, pues, ante un doble movimiento: hacia el monte de Dios (unidad de los pueblos); desde el monte de Dios (difusión de la ley y la palabra de Dios). Los pueblos divididos se unen para volver a llenar la tierra viviendo en la verdadera paz: la que se fundamenta en la ley (proyecto) de Dios.

Observaciones exegéticas

Ver Documentación 3.

Sentido del texto

Destacamos en la explicación del sentido la relación del texto con el relato de Babel. Un paralelo de este texto aparece en Miq 4,1-5.

Cuestionario

Las preguntas del cuestionario pueden ser ocasión para que la comunidad se pregunte sobre su sentido de esperanza frente a las realidades humanas.

La primera pregunta debe llevar al grupo a descubrir los signos de esperanza en un mundo que parece estar abocado a la destrucción. La realidad humana no es nunca tan negativa que no puedan verse en ella signos positivos.

A pesar de los enfrentamientos y divisiones entre los hombres, ¿descubrimos signos de unidad y solidaridad que nos hacen ver con confianza el futuro? ¿Cuáles?

La segunda pregunta puede ayudar a tomar conciencia del papel de los creyentes en un momento de angustia: el de ser profetas que anuncian la esperanza.

La tercera pregunta intenta concretar de cara al medio ambiente concreto en que se mueven las exigencias de la esperanza.


c) La venida del Espíritu
(He 2,1-36)

Estructura del relato

La estructura del relato es muy sencilla y sigue el proceso de una catequesis: constatación de un hecho, explicación humana y explicación desde la fe.

  1. El acontecimiento (vv. 1-4).

  2. Reacción del pueblo (vv. 5-15).

  3. Explicación de Pedro (vv. 14-16).

En la primera parte se describe la venida del Espíritu con los elementos teofánicos de costumbre: ruido, viento y fuego. Y a continuación, el efecto producido: hablar en lenguas.

La segunda parte describe la reacción de la gente: todos quedan desconcertados; pero mientras unos se cuestionan sobre el sentido de todo aquello, otros se conforman con una explicación superficial y ligera.

La tercera parte recoge la respuesta o interpretación cristiana del hecho: se ha cumplido la profecía de Joel gracias a Jesús de Nazaret; el Espíritu ha sido derramado en los corazones.

Observaciones exegéticas

Las observaciones de tipo exegético sólo van a facilitar una mejor comprensión del mismo. Pero no se puede quedar ahí el grupo. Todos estos pasos no son más que preparación para el más importante, que es la interpelación de la existencia (Documentación 4).

Sentido del texto

El texto de pentecostés es susceptible de ser estudiado desde diversos puntos de vista. Aquí lo tratamos como parte de una cadena de textos que se aclaran mutuamente, es decir, leemos cada texto dentro de una tradición bíblica que se va elaborando a lo largo del tiempo.

Cuestionario

Sólo formulamos dos preguntas. La primera trata de salir al paso de un problema que puede plantearse y que no sería nuevo en la historia de la espiritualidad. El problema es el siguiente: Si la unidad es un don de Dios, al hombre sólo le queda esperar a que Dios quiera entregar ese don. La consecuencia es la pasividad, la falta de compromiso, la inhibición. De lo que se trata con esta pregunta es de que el grupo pregunte cuál debe ser la colaboración del hombre; en definitiva, qué es la fe existencial o vivida.

—Sabemos que la unidad es un don de Dios que nos llega a través del espíritu. Pero ¿cuál debe ser la colaboración del hombre en esta acción del espíritu?

La segunda pregunta mira el futuro de la vida religiosa del grupo y de cada uno de sus componentes. La vivencia del Espíritu debe ser más intensa tanto a nivel comunitario como personal. De lo que se trata es de que el grupo busque los medios para conseguir esto.

—¿Qué podemos hacer para que en adelante nuestra vivencia del Espíritu sea más auténtica tanto a nivel personal como comunitario?

Los dos textos que proponemos para terminar esta reflexión pueden ser un buen resumen de todo lo visto e incluso un punto de referencia de lo descubierto: constitución sobre la Iglesia, n 4; decreto sobre el Ecumenismo, n 2, párrafos 1 y 2.


 

Documentación

 

1. El Espíritu Santo

"Nadie cree por propia cuenta, nadie ama por propia cuenta. Se cree y se ama verdaderamente por la gracia de Dios. San Pablo nos hace saber que `nadie puede decir ¡Jesús es Señor! sino por influjo del Espíritu Santo' (1 Cor 12,3). Y san Juan: `Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne es de Dios' (1 Jn 4,2). Así como también: `Todo el que ama ha nacido de Dios' (4,7). En definitiva, creemos y amamos por don de Dios. La fe y el amor son de Dios, no nuestros; y, al mismo tiempo, la gracia de Dios los hace `nuestros': el Espíritu Santo que habita en nosotros enraíza en nuestro espíritu esos valores como dones gratuitos, de suerte que el hijo de Dios vive realmente la vida divina y colabora en ella, la comparte" (189).

"Este don de la gracia de Dios es radicalmente fruto de la presencia activa del Espíritu Santo en nosotros. La Escritura utiliza la palabra espíritu (ruah en hebreo, pneuma en griego, spiritus en latín) para expresar ambas realidades: los dones de Dios y el Espíritu Santo. Originariamente, espíritu significa soplo del viento y aliento vital. El Espíritu de Dios no es ni lo uno ni lo otro. Se usan estas y otras imágenes para representarlo de algún modo. Es inmaterial. La Sagrada Escritura no nos presenta en ninguna parte un retrato, ni siquiera una descripción del Espíritu. El Espíritu no tiene rostro, ni siquiera un nombre susceptible de evocar una figura humana. No podemos situarnos ante la faz del Espíritu, contemplarlo, seguir sus gestos. La Escritura nos lo presenta siempre en acción, actuando en nuestros corazones. `Lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros' (Jn 14,17). Conocer el Espíritu es experimentar su acción, dejamos invadir por su influencia, hacemos dóciles a sus impulsos; es pretender que El sea, de modo cada vez más consciente para nosotros, la fuente de nuestra vida" (190).

"El Espíritu —y todo el que nace del Espíritu— es como el viento: `El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu' (Jn 3,8). En efecto, en el viento hay algo misterioso. No podemos apresarlo. No se cansa. El viento pertenece a la escolta de Dios. Lleva al Señor sobre sus alas (Ez 1,4; Sal 17,11). Y corre a transmitir sus órdenes hasta las extremidades de la tierra (Sal 103,4; 146,18). Viene del cielo y actúa sobre la tierra y la transforma. Unas veces la deseca con su soplo abrasador (Ex 14,21; Is 30,27-33; Os 13,15), otras barre todas las obras humanas como si fueran paja (Is 17,13; 41,16; Jer 13,24; 22,22) y otras trae lluvia sobre el suelo reseco y le devuelve la fertilidad (1 Re 18,45). A la tierra, inerte y estéril, se contrapone el viento pór su ligereza alada y por su poder de vida y fecundidad" (191).

"Como el viento penetra la tierra, así el aliento vital penetra la carne. Como el viento, la respiración es igualmente una imagen del Espíritu. Así como el viento trae la vida a la tierra reseca, así también el soplo respiratorio (aparentemente frágil y vacilante) es la fuerza que vigoriza y da agilidad al cuerpo y a su masa y le hace vivo y activo (Gén 2,7; Sal 103,29-30; Job 33,4; Ecl 12,7)" (192).

"El Espíritu es también como el agua. Como el agua que purifica: `Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne' (Ez 36,25-26).

Como el agua que fecunda la tierra reseca: `Voy a derramar mi aliento sobre tu estirpe y mí bendición sobre tus vástagos. Crecerán como hierba junto a la fuente, como sauces junto a las acequias' (Is 44,3-4).

Como el agua que apaga la sed: `El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. (Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.) Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él' (Jn 7,37-39)" (193).

"El Espíritu es también como el fuego. Como el fuego encendido en la palabra profética de Elías: `Entonces surgió un profeta como un fuego cuyas palabras eran horno encendido' (Eclo 48,1).

O en las entrañas de Jeremías: `Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía' (Jer 20,9).

Como fuego en la predicación valiente de los primeros cristianos: `Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que, dividiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse' (He 2,3-4). `Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía' (He 4,31)" (194).

"El espíritu es también como el aceite. Para una tierra rica en olivos como la `tierra prometida' (Dt 6,11; 8,8), el aceite aparece como símbolo de la bendición divina (Dt 7,13; Jl 2,19; Os 2,24).

El aceite no es sólo alimento indispensable, como el trigo y el vino, sino también ungüento que perfuma el cuerpo (Am 6,6), fortifica los miembros (Ez 16,9), suaviza las llagas (Is 1,6), alimenta continuamente la llama que alumbra (Ex 27,20; Mt 25,3-8).

Si el aceite es símbolo de la bendición divina, los ungidos con aceite (el rey y el sumo sacerdote) tienen la bendición de Dios y, con ella, la misión de iluminar al pueblo y guiarlo por el camino de la salvación. El aceite de la unción es signo exterior de la acción del Espíritu que transforma al elegido (1 Sam 40,1-6; 16,13).

A diferencia del agua, que se desliza sobre la piedra y se evapora, el aceite la impregna. Así sucede con el Espíritu: puede cambiar los corazones más duros (Ez 36,26)" (195) (Con vosotros está 1, nn 189-195).


2.
La torre de Babel

La torre de Babel (= Babilonia) no es en sí misma una creación imaginaria. Se trata del ziggurat (o torre de pisos) que formaba parte del conjunto de edificios cultuales de la ciudad de Babilonia. Su nombre, E-temen-an-ki (en sumerio, "templo del fundamento del cielo y de la tierra"), la convertía en el centro del mundo. Estaba situada en un gran patio trapezoidal de unos 406 X 408 metros X 456 X 412 metros, cuyos muros estaban cortados por doce puertas y alargados por una vía procesional. No lejos de allí se encontraba el templo de Marduk, llamado Esagila (en sumerio, "casa de la cabeza elevada"). He aquí cómo describe Parrot este monumento, utilizando los datos de los arqueólogos, los documentos literarios y los otros ziggurats mejor conservados:

"De todos estos datos se deduce que la masa de la torre, hecha de ladrillos sin cocer, será mantenida por un basamento de ladrillos cocidos de 15 centímetros de grosor. Su base era sensiblemente cuadrada, teniendo en cada lado algo más de 91 metros. Parece seguro que el ziggurat tenía siete pisos, soportando el último un pequeño templo. Los accesos a los pisos superiores son bastante difíciles de precisar... Una escalera, perpendicular a la fachada, conducía, bien al primero, bien al segundo, bien incluso a la cima; dos escaleras laterales, que se detenían en el primer piso, permitían un acceso parcial. Este continuaba mediante rampas o escaleras situadas lateralmente y que subían de un piso a otro (ésa sería la escalera circular de Herodoto). El templo superior, según las inscripciones de Nabucodonosor, estaba revestido de ladrillos de cerámica azul. Es imposible fijar con exactitud la altura total; parece ser que llegaría a los 90 metros y que superaría incluso esa cifra. Se comprende fácilmente la impresión experimentada por los visitantes y peregrinos, sensibles no solamente a la grandilocuencia de ciertas inscripciones, sino a esta arquitectura vertical, símbolo del poder de los reyes y de la audacia de los constructores".

He aquí dos ejemplos de inscripciones citadas por Parrot.

De Nabopalassar (625-605): "Marduk, el Señor, me ordenó a propósito de Etemenanki, la torre de pisos de Babilonia, que antes de mi época se había resquebrajado y había caído en ruinas, que asegurase sus fundamentos en el seno del mundo inferior y que hiciera su cima semejante al cielo".

De Nabucodonosor (605-562): "Yo obligué a todos los pueblos de numerosas naciones a trabajar en la construcción de Etemenanki... Establecí en su cima la alta morada para Marduk, mi Señor... De Etemenanki levanté la cima con ladrillos esmaltados resplandecientes".

Se advertirá que el relato yavista de la torre de Babel es, por lo menos, tres siglos anterior a estas inscripciones. Entretanto, la torre había sido saqueada en el siglo vn por las tropas asirias.

La dispersión de los hombres (11,1-9)

El universo del relato precedente era bastante restringido. La anécdota de la torre de Babel (= Babilonia) considera, por el contrario, un problema importante: el de la ruptura de la unidad humana. ¿Por qué esa dispersión de los hombres en pueblos, naciones, lenguas (=culturas), opuestas entre sí? El cuadro de los orígenes (Gén 2) insistía en la unidad fundamental de la raza, solidaria en su vocación antes de serlo en su destino. El narrador comprueba aquí que se trata de una unidad desgarrada e intenta penetrar en el misterio de este desgarrón. Lo mismo que en Gén 2-4, su explicación teológica tiene como sostén a una "imagen de Epinal", cuyo alcance es preciso comprender.

Los cultos mesopotámicos colocaban con frecuencia sus templos sobre una torre de pisos o ziggurat. La de Babilonia, consagrada al dios nacional Marduk, llevaba el nombre de E-temen-an-ki, "templo-fundamental-del-cielo-y-de-la-tierra". Esta imagen es la que aquí se recoge como traducción simbólica de la idolatría mesopotámica. La civilización urbana, con la que se relaciona, se presenta también como una empresa sacrílega de la ambición humana ("una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos": 11,4). Utilizando el mismo antropomorfismo que en Gén 3, el autor muestra a Dios pronunciando su juicio sobre la civilización orgullosa que se levanta contra él (11,5-7). Drama de la humanidad antiteísta, que preludia al de un humanismo ateo, la ruptura de la unidad humana es, para la sociedad pecadora, lo que fue la pérdida del paraíso para los antepasados de la raza humana. El drama del paraíso y la torre de Babel son dos acontecimientos "originales" en la historia del pecado del mundo, distintos en su imaginería, pero ligados en la realidad, referente el uno a la comunidad conyugal (de orden "natural") y el otro a la comunidad política (de orden cultural). De esta forma, las dos imágenes se corroboran y se completan mutuamente para describir los aspectos esenciales de nuestra condición actual.

El ziggurat idólatra de Babilonia no puede ser el lugar de reunión de los hombres; al ser un signo de su arrogancia ante Dios, tiene que ser necesariamente el signo de su dispersión, como señala el autor jugando con la palabra Babel, relacionada artificialmente con la raíz baba! ("mezclar, confundir": 11,9). La reunión de los pueblos, de las naciones y de las lenguas sólo se hará en tomo al Dios vivo, encontrado de nuevo y reconocido por todos. Isaías (2,2-4) describirá esta reconciliación universal bajo la forma de una peregrinación de los pueblos hacia su templo: Jerusalén será la antítesis de Babel. Porque el plan de salvación que subyace a la historia humana supone, en el horizonte del futuro, una refundición radical de la unidad humana: "Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria" (Is 66,18). El nacimiento de la Iglesia en el corazón de la historia, el día de pentecostés, realizará en germen este plan divino (He 2,1-11), aguardando a que, en el "mundo venidero", se reúna en torno al cordero inmolado "una muchedumbre inmensa de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9-12). De ese futuro, el historiador yavista se contenta con señalar aquí el punto de partida (Cuadernos bíblicos 5,54-55).


3.
La visión de Isaías 2,2-4

Imaginemos, como hipótesis heurística, que el poeta contempla desde el monte Sión la convergencia de caravanas israelitas que acuden en romería a celebrar una fiesta popular, por ejemplo, la alegre fiesta de las Chozas. Identifica las direcciones: de todas partes del suelo patrio vienen, convergen, suben por la colina hacia el templo; al acercarse se escuchan sus cantos... De repente, en la fantasía del poeta, la escena se transforma: contempla en la lejanía un paisaje de montañas y, descollando en la serranía, una montaña cimera, como atraída hacie el cielo por la fuerza ascensional de la presencia de Dios. No por méritos orográficos, sino por ser morada del Señor, el pico se alza y domina las distancias; es un pico distante en el espacio y en el tiempo. De todas partes del mundo se ven converger caravanas de pueblos y naciones, como ríos engrosados por afluentes, que avanzan, confluyen y extrañamente ascienden monte arriba (el verbo nahar = fluir adquiere su concreción paradójica). ¿Quién los ha convocado?, ¿qué fuerza de gravedad invertida lbs ha puesto en movimiento para que converjan y asciendan? El canto que entonan lo dice: del centro del mundo ha salido una fuerza misteriosa, no de ejércitos ni de violencia, sino de convicción pacífica e irresistible. Algo ha penetrado en el corazón de tantos hombres diversos, como en su centro de gravedad, y ha tirado de ellos: es la ley o voluntad de Dios hecha palabra para la convivencia humana y es la palabra del Señor como mensaje profético de esperanza. Algo que vagamente entienden y esperan tantos hombres. Al seguir esa fuerza unánime de atracción, los caminos del mundo y de la historia se convierten en caminos de Dios, en "sus sendas". Y, a medida que convergen los pueblos, las divisiones y hostilidades de la humanidad se van disipando. Primero aceptan el arbitraje justo y pacífico de Dios, después comprenden que no son necesarias las armas, porque se ha hecho posible y real la mutua inteligencia. La dispersión primigenia de Babel se está desandando de modo maravilloso, y se está prefigurando el gran Pentecostés.

Oráculo de restauración escatológica. Sobre Sión, monte del templo, centro de la tierra prometida, presencia del Señor con su pueblo, lugar del oráculo y la ley. Punto de partida, es quizá una solemnidad en la que afluyen al templo los forasteros, cantando salmos "de ascensión": el profeta contempla una visión semejante, pero de horizonte universal.

En el extremo de su mirada —la edad escatológica o final— hay un monte bien plantado, en un paisaje de montañas y colinas. Es la cumbre de todos, no por méritos orográficos, sino porque es la morada escogida de Dios. El templo levanta el monte hacia el cielo, lo hace culminante.

El paisaje se anima con ríos humanos, que confluyen de todos los pueblos y naciones. Una fuerza centrípeta los arrastra, porque el monte es centro de atracción, centro de gravedad hacia arriba; el fluir es confluir y es ascendente. La historia es un camino hacia el futuro, hacia arriba.

Cuando se acercan, se escucha su "canto de ascensión": la fuerza de atracción es la voluntad de Dios revelada, que atrae hacia sí; y es la palabra profética, que "no está atada" en el monte, sino que sale y alcanza y obra. Bajo esta atracción de la ley de Dios y de su palabra, el gran camino humano se hace camino "suyo", de Dios; y la marcha de la vida se vuelve peregrinación sagrada.

El monte maravilloso, a través de la ley y la palabra, impone un orden humano de justicia, y por la justicia establece la paz. Gobierno justo, paz internacional, desarme. Los instrumentos de guerra se transforman en herramientas del progreso pacífico.

La casa de Jacob, el pueblo escogido, encabeza la peregrinación: a la luz y hacia la luz que brota del monte, que es la luz del Señor (SCHOKEL-SICRE, Comentario a los profetas II, 1057-58/I, 124).


4. Pentecostés

Era una de las tres fiestas más importantes de los judíos, junto con la pascua y los tabernáculos. Se celebraba cincuenta días después de la pascua.

La descripción del acontecimiento es muy sobria: el autor se limita a describir un fenómeno sin ponerse a explicar el origen del mismo. El mismo discurso de Pedro se centra en el sentido e ignora las causas. El viento y el fuego aparecen en las teofanías del Antiguo Testamento; son signos de la presencia de Dios, una presencia que puede ser salvadora o condenadora.

Al fenómeno que se produce se le llama glosolalia. Parece que era frecuente en la Iglesia primitiva. No es un recurso humano, sino una verdadera acción del Espíritu, que hace que las maravillas de Dios sean conocidas por cada uno en su propia lengua. Estamos ante el caso contrario de Babel. Allí una misma lengua no permitía a los hombres comunicarse, aquí las diversas lenguas sirven para dar a conocer un mismo acontecimiento de salvación.

 

5. "Gaudium et spes" 19-21

"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención.

La palabra `ateísmo' designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputacomo inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo, sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto a; hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tienen que ver con el Dios del evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios.

Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y, ciertamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión" (19).

"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.

Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público" (20).

"La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.

Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre ateo: consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen.

La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección. Es Dios creador el que constituye al hombre inteligente y libre en la sociedad. Y, sobre todo, el hombre es llamado como hijo a la unión con Dios y a la participación de su felicidad. Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que, más bien, proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas —es lo que hoy con frecuencia sucede—, y los enigmas de la vida y de la muerte, de Id culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación.

Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo el interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad.

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visible a Dios Padre y a su Hijo encarnado, con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado. Mucho contribuye, finalmente, a esta manifestación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del evangelio y se alzan como signo de unidad.

La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad para que puedan levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente a los ateos a que consideren sin prejuicios el evangelio de Cristo.

La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello de `nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti' " (21).


6. Vaticano
II

El Espíritu Santo, santificador de la Iglesia

"Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf Jn 4,14; 7,28-39), por quien el Padre vivifica a los hombres muertos por el pecado hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf Rom 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf 1 Cor 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf Gál 4,6; Rom 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf Jn 16,13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf Ef 4,11-12; 1 Cor 12,4; Gál 5,22). Con la fuerza del evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf Ap 22,17).

Y así toda la Iglesia aparece como `un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"' (LG 4).

Unidad y unicidad de la Iglesia

"El amor de Dios para con nosotros se manifestó en que el Padre envió al mundo a su Hijo unigénito para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención y lo congregara en unidad. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo como víctima inmaculada en el altar de la cruz, rogó al Padre por los creyentes, diciendo: `Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros; a fin de que el mundo crea que tú me has enviado' (Jn 17,21); e instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la eucaristía, por el cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia. Dio a los suyos el nuevo mandamiento del amor mutuo y les prometió el Espíritu consolador, que, Señor y dador de vida, permanecería con ellos para siempre.

Después de levantado en la cruz y glorificado, el Señor Jesús envió el Espíritu que había prometido, por medio del cual llamó y congregó al pueblo de la nueva alianza, que es la Iglesia, en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, como enseña el Apóstol: `Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo' (Ef 4,4-5). Porque `todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo... Porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús' (Gál 3,27-28). El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el principio de la unidad de la Iglesia. El es el que obra las distribuciones de gracias y ministerios, enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo con variedad de dones `para la perfección consumada de los santos en orden a la obra del ministerio, a la edificación del Cuerpo de Cristo' (Ef 4,12)" (UR 2).


 

Celebración

 

Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo

 

Presentación

En las últimas catequesis hemos ido descubriendo la imagen de Dios presentada por Jesucristo. Iluminados por su palabra y aleccionados por su vida, seguimos avanzando en este caminar que cada día nos acerca más a esa visión de las cosas que es propia del creyente. Y porque no vamos solos, sino en grupo, como una comunidad de hermanos, de vez en cuando necesitamos sentarnos a compartir gozosamente nuestras vivencias y descubrimientos. Necesitamos proclamar nuestra alegría a aquellos que pueden comprenderla y valorarla.

Ese es el objetivo de esta convivencia. A lo largo del día iremos poniendo sobre la mesa distintas cosas: primero nuestra vida, para que sirva de estímulo a otros hermanos y dé testimonio a la comunidad; luego nuestra comida, para hacer ver que nadie es aquí extraño; y finalmente la eucaristía, el alimento que salva, fortalece y une.

Como los primeros cristianos, nos reunimos para orar, reflexionar y compartir, y lo hacemos en un clima de alegría, sencillez y hermandad.


Observaciones

Al igual que en otras ocasiones, esta jornada se puede realizar en un mismo día o bien repartida en dos tardes. La primera hipótesis es la mejor, aunque para llevarla a cabo haya que hacer frente a algunos problemas, como encontrar un lugar adecuado, el transporte, etc. Si se hiciera en dos tardes, la comida de mediodía quedaría eliminada y en su lugar podría organizarse un pequeño ágape al finalizar la segunda. De hacerlo así, convendría hacerlo en dos días consecutivos.

La jornada consta de tres momentos de encuentro:

  1. El primero comienza con un momento de oración y sigue con una comunicación de experiencias.

  2. El segundo es la comida, entendida como una ocasión para compartir.

  3. Termina con la celebración de la eucaristía.


Primera parte

Intercambio de experiencias


Oración de la mañana

Se empieza con un momento de oración que sitúe al grupo en un clima religioso conforme al proceso que sigue:

1. Canto de entrada

Debe ser un canto de alabanza dirigido a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Proponemos "Alabaré" (CLN 612).

2. Monición (Presidente)

En el camino que estamos recorriendo juntos, acabamos de ver unos temas en los que ha sido necesario revisar la idea que tenemos de Dios: Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, el salvador, nos ha mostrado el verdadero rostro de Dios; un Dios Padre misericordioso que actúa en nuestro corazón y nos transforma interiormente. A ese Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, hemos alabado en nuestra canción.

La fe nos ha reunido aquí. Pero somos débiles. Necesitamos apoyamos en Dios y animamos unos a otros. Por eso hoy vamos a compartir nuestras vivencias, inquietudes y descubrimientos. Esto lo vamos a hacer en un encuentro festivo, porque el encuentro con Dios, Padre misericordioso, es siempre un motivo de alegría. El día lo abrimos rezando los Laudes de la fiesta de la Santísima Trinidad, pues todo él estará centrado en el Dios Padre que nos crea, en el Hijo que nos redime y en el Espíritu Santo que nos santifica.

3. Salmos

El salmo 112 es un himno a la grandeza y misericordia de Dios. Comienza el salmista invitando a la asamblea a alabar a Dios y luego se van exponiendo los motivos de la alabanza: su grandeza y su predilección por los humildes y afligidos. En el Magníficat la Virgen alabará a Dios por el mismo motivo. Nosotros rezamos hoy en este salmo porque en nuestra debilidad sentimos su acción salvadora.

Lector: Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.

Todos: Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre;
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

Coro 1: El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Coro 2: Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
os príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Coro 1: Gloria al Padre...

Coro 2: Como era...

También el 147 es un salmo de alabanza. Esta vez el motivo es la palabra de Dios: por ella ha creado el mundo y por ella ha mostrado su voluntad a los hombres. Cristo es la Palabra definitiva de Dios, el Hijo que descubre el verdadero rostro del Padre, el Salvador que entrega la paz a los suyos como regalo de resurrección.

Lector: Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:

Coro 1: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Coro 2: El envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza.

Coro 1: Hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden y se derriten;
sopla su aliento y corren.

Coro 2: Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Coro 1: Gloria al Padre...

Coro 2: Como era...

El himno que aparece en la carta de san Pablo a los Efesios es un canto a la Santísima Trinidad. El apóstol, después de gritar una bendición a Dios, Padre de Jesús, el Mesías, nos presenta en la primera parte tres motivos de alabanza: Dios nos ha elegido por puro amor como hijos; como somos pecadores, antes nos ha rescatado y liberado del pecado por medio de su Hijo Jesucristo; el destino final de la humanidad y del universo es la reconciliación y la paz. En la segunda parte viene a decir que el signo y la garantía de todo esto es el Espíritu Santo.

Escuchemos de boca del lector este himno, al que todos responderemos "Amén", es decir, así sea, así lo creemos.

Lector: Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Todos: El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.

Lector: El nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido hijo,
redunde en alabanza suya.

Todos: Por este hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Lector: Este es el plan que había proyectado
realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y la tierra.

Todos: Con Cristo hemos heredado nosotros, los israelitas.
A esto estábamos destinados
por decisión del que hace todo según su voluntad.
Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo,
seremos alabanza de su gloria.

Lector: Y también vosotros,
que habéis escuchado la verdad,
la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados,
y habéis creído,
habéis sido marcados por Cristo
con el Espíritu Santo prometido;
el cual, mientras llega la redención completa del pueblo,
propiedad de Dios,
es prenda de nuestra herencia
para alabanza de su gloria.

Todos: Gloria al Padre, y al Hijo...

 

4. Lectura: Rom 11,35-36.

5. Responsorio (de pie)

L/ Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo.

T/ Ensalcémoslo por los siglos.

L/ Al único Dios, honor y gloria.

T/ Ensalcémoslo por los siglos.

L/ Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

T/ Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo.


6. Benedictus

L/ Gracias a ti, oh Dios.

T/ Gracias a la verdadera y una Trinidad,
una y suprema divinidad,
una y santa unidad.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


7. Preces

L/ Llenos de alegría, adoremos y glorifiquemos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

T/ Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

— Padre Santo, a nosotros, que no sabemos pedir lo que nos conviene, dígnate darnos el Espíritu Santo

T/ para que venga en ayuda de nuestra debilidad e interceda por nosotros según tú.

— Hijo de Dios, Jesucristo, que pediste al Padre que diera a su Iglesia el Defensor,

T/ haz que el Espíritu de la verdad esté siempre con nosotros.

— Ven, Espíritu Santo, y comunícanos tus frutos:
    el amor, la alegría, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad,

T/ la lealtad, la amabilidad, el dominio de sí, la sobriedad, la castidad.

— Padre todopoderoso, que enviaste a nuestros corazones el Espíritu de tu Hijo
    que clama
"Abba, Padre",

T/ haz que nos dejemos llevar por el Espíritu,
    para que seamos herederos tuyos y coherederos con Cristo.

— Cristo, que enviaste al Defensor, que procede del Padre,
    para que diera testimonio de ti,

T/ haz que también nosotros demos testimonio de ti ante los hombres.

L/ Porque Cristo nos lo dijo, nos atrevemos a llamar "Padre" al Dios uno y trino.

T/ Padre nuestro...

L/ Oremos: Dios, Padre todopoderoso,
    que has enviado al mundo la palabra de la Verdad y el Espíritu de la santificación
    para revelar a los hombres tu admirable misterio,
    concédenos profesar la fe verdadera,
    conocer la gloria de la eterna Trinidad
    y adorar su unidad todopoderosa.
    Por Jesucristo nuestro Señor.

T/ Amén.

Reunión de grupos

Observaciones

Terminada la oración, y en el mismo lugar, se presenta el trabajo a realizar en el resto de la mañana, hasta la hora de la comida.

La técnica empleada para facilitar la comunicación será la fotopalabra. En un lugar distinto del que ahora ocupan, mientras se ha hecho la oración, se han debido extender las fotografías sobre una mesa o en el suelo, dejando un pasillo alrededor.

En absoluto silencio, para no influirse unos a otros, pasan todos contemplando las fotografías cuantas veces lo necesiten. Deben elegir al menos dos: una que expresa la idea/vivencia que tenían de Dios antes de las catequesis y otra que exprese la actual.

Dos personas pueden elegir la misma fotografía.

A medida que las van escogiendo, se retiran al lugar en el que vaya a celebrarse la reunión.


1.
Introducción del moderador

Cada uno deberá mostrar desde su sitio a los demás las fotografías elegidas. Luego pasa a explicar por qué las ha elegido. Si alguien quiere pedir alguna aclaración al que las presente, podrá hacerlo.

Esta reunión tiene un doble objetivo:


2. Presentación de los testimonios/fotos

Puede hacerse por el orden en que estén situados o dejándolo a la iniciativa de cada uno.

No se debe olvidar en ningún momento que se trata de ofrecer a los demás un testimonio de fe, no una reflexión sobre Dios sin más.


3. Búsqueda

A continuación, el moderador plantea la siguiente pregunta, para que entre todos traten de hallar respuestas:

—¿Qué signos deberíamos dar de esta nueva visión/vivencia de Dios a nivel personal y comunitario?

Los signos deben ser concretos. No basta decir: "Hay que rezar más"; es necesario concretar: "Hay que dedicar diariamente media hora a la oración", por ejemplo.


4.
El sentido de la comida en común

Finalmente, el responsable de la comunidad pasa a explicar, antes de organizar la comida, el sentido de la misma:

-comer juntos es un signo de unidad. Cada uno pone lo suyo sobre la mesa y todos comen de todo. De este modo el alimento es un símbolo de nosotros mismos: lo que somos lo ponemos al servicio de todos para bien común;

-así lo hacían los primeros cristianos, y su ejemplo nos sigue aleccionando.

-Lectura de He 2,42-47.


 

Segunda parte


La comida

Si se celebra la convivencia en el campo, se pueden poner unos manteles en el suelo y todos se recuestan alrededor.

Si se hace en una casa, se forma una mesa larga y todos se sientan en torno a ella.

Conviene crear un ambiente festivo durante la comida; para ello, mientras se prepara la mesa, se pueden entonar cantos de la región o prever un radiocasete.

Después de la comida se puede dejar un tiempo largo para la convivencia informal, el paseo, la tertulia, etc., o bien organizar un acto de convivencia festiva a base de juegos, canciones, etc.


 

Tercera parte


Celebración de la eucaristía


Conviene tener previsto de antemano todo lo necesario para la eucaristía, de modo que se eviten improvisaciones de última hora. Para ello convendría nombrar a un responsable que se preocupara de todo antes de la convivencia.

Los signos externos son importantes y necesarios cuando responden a un verdadero espíritu: las flores, los manteles, las velas, la distribución de las personas, etc., deben cuidarse, de modo que toda la celebración se revista de dignidad y sencillez.

Conviene tener un rato de ensayo de los cantos en un lugar distinto de la celebración y no inmediatamente anterior a la misma.

A partir del ofertorio, la eucaristía discurre normalmente.

1. Canto de entrada: "Himno al Dios verdadero", Camino de Emaús 1

2. Saludo del sacerdote y acto penitencial

P/ Que la paz de Dios, Creador y Padre; la gracia salvadora de Jesucristo, el Hijo de Dios, y la fuerza vivificadora del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

R/ Y con tu espíritu.

P/ Hoy, hermanos, es para nosotros un día de fiesta especial. Celebramos, dentro del proceso catecumenal, la fiesta del misterio central de nuestra fe: el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nada hay a la vez tan cercano como la paternidad, la filiación y la vida. Aceptemos nuestra limitación y dejémonos rodear por el misterio. No tratemos de comprender, sino de vivir la alegría profunda de nuestra íntima vinculación con

Dios que nos ha creado como un padre, nos ha salvado como un hermano y nos asiste continuamente, entregándonos su propia vida. En silencio, cerrados los ojos del cuerpo y abiertos los del espíritu, tratemos de encontrar en nuestro corazón su huella. Y porque no siempre hemos sabido aceptar nuestra pequeñez ni vivido conforme a nuestra dignidad de hijos suyos, pidámosle perdón.

(Se hace una pausa en silencio.)

P/ Tú nos has arrancado de la servidumbre del pecado. Por las veces que hemos servido a otros dioses: Señor, ten piedad.

R/ Señor, ten piedad.

P/ Tú nos has arrancado de la servidumbre del pecado. Por las veces que hemos puesto nuestra confianza en los ídolos: Cristo, ten piedad.

R/ Cristo, ten piedad.

P/ Tú nos santificas y nos enriqueces con tus dones, entregándonos el Espíritu. Por las veces que hemos intentado construir nuestra vida al margen de ti: Señor, ten piedad.

R/ Señor, ten piedad.

P/ Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R/ Amén.


3. Gloria

Expresemos con las palabras, con la voz, lo que queremos que sea nuestra vida: un canto de alabanza a Dios: Gloria a Dios en el cielo...


4. Oración

Dios, Padre todopoderoso,
que has enviado al mundo la palabra de la Verdad
y el Espíritu de la santificación
para revelar a los hombres tu admirable misterio;
concédenos profesar la fe verdadera,
conocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar su unidad todopoderosa.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/ Amén.


5. Monición introductoria a las lecturas

Dios, que habló primero por medio de la creación, más tarde por medio de los profetas y, finalmente, por medio de su propio Hijo, nos habla aquí y ahora a nosotros. Su palabra va a ser proclamada una vez más. Ella nos interpela, nos ilumina y conforta. Abramos la mente y el corazón para que su voz sea en nosotros como el agua de la lluvia, que sólo vuelve al cielo después de fecundar la tierra.

6. Primera lectura: Gén 1,1-2.4a.

7. Canto interleccional: "Escucha, Israel", Camino de Emaús 1.

8. Segunda lectura: Col 1,3.13-23.

9. Tercera lectura: Mt 28,16-20.

10. Homilía

Dios se manifiesta, en primer lugar, como creador del mundo y del hombre. Esto significa que El es el origen de la vida. Por eso es considerado en primer lugar Señor y más tarde Padre. La paternidad humana no es más que un reflejo de esta paternidad divina.

En el evangelio Jesús va a enseñar con su vida y su palabra que el modo como llega al hombre esta relación con Dios es por medio de la misericordia, y que su respuesta debe ser la confianza filial.

Pero el hombre no ha sido fiel a esto. La búsqueda de sí mismo y la soberbia le ha llevado a adoptar posturas de rechazo de Dios. De este modo el pecado ha entrado en el mundo.

Dios entonces se manifiesta como el Salvador. Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Salvador. En él se unen lo humano y lo divino, se restablece la unidad rota por, el pecado y queda patente que el único camino válido es el de la aceptación obediente de su voluntad. Esto aparece, sobre todo, en su muerte.

A aquellos que aceptan a Cristo, el Padre les entrega su Espíritu, que les hace vivir como verdaderos hijos suyos. Convertidos en hombres nuevos por el bautismo, comienzan a vivir la nueva realidad de ser hijos de Dios. De este modo se restablece de una vez para siempre esa relación querida por Dios en el momento de la creación.

Este es el motivo que hoy nos congrega: celebrar esta gozosa realidad. Somos hijos de Dios, el objeto de su amor de padre, los beneficiados de su misericordia.


11. Reflexión

Terminada la homilía, puede ser bueno dejar un momento de reflexión personal. Puede ayudar a la interiorización un poco de música de fondo, suave, lenta, instrumental.

En este ambiente de paz, con la música de fondo, los que quieran pueden hacer una comunicación en voz alta o una oración. Esto suplirá la oración de los fieles.


12. Ofertorio

Mientras se preparan las ofrendas se puede cantar "Hombres nuevos" (CLN 718).


13. Prefacio

Propio de la fiesta de la Santísima Trinidad.


14. Plegaria eucarística

La más apropiada para esta celebración es la IV.


15. Canto de comunión:
"Mi fuerza es el Señor", Camino de Emaús 1.


16. Canto de despedida:
"En Dios confiad", Camino de Emaús 1.