CATEQUESIS 17


BIENAVENTURADOS SERÉIS


PRESENTACIÓN

Iniciamos una nueva catequesis. Se titula "Bienaventurados seréis", y se enmarca en el núcleo dedicado a cómo vivir el hombre en esta vida su relación con el mundo.

El tema central de la catequesis es el juicio de Dios sobre el hombre y la recompensa de salvación o condenación que merezca según sus obras.

Todos hemos oído hablar mucho de "juicio final", y de hecho así lo decimos cuando rezamos el credo: "Creo en Jesucristo..., que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos". Sin embargo, el hombre considera este juicio como algo muy lejano en el tiempo. De ahí que permanezcamos casi indiferentes ante esa verdad de nuestra fe.

El cristiano que quiere cambiar su vida, que busca y pretende vivir de una manera distinta su existencia humana, es decir, su caminar por este mundo, no puede menos de reflexionar y profundizar en las exigencias de esta realidad del juicio de Dios sobre el comportamiento humano, que, por otra parte, no está tan lejano, sino que ha comenzado ya y ya estamos siendo juzgados en nuestros comportamientos. Por eso los objetivos que se pretenden alcanzar en esta catequesis son los siguientes:


 

Primera parte

El Señor es mi juez


1. Introducción

La experiencia de "juzgar y condenar" está muy generalizada en el comportamiento del hombre. Todos sabemos de ella, aunque reconozcamos que no siempre es fácil escudriñar la profundidad del corazón y de las intenciones. De ahí que nuestros juicios sean no sólo arriesgados, sino muchas veces equivocados.

Los creyentes sabemos que Dios es justo juez. Sólo El no se equivoca y su juicio es siempre en clave de salvación. Pero ¿somos conscientes de esa realidad de que seremos juzgados por el Señor?

La mejor disposición para comenzar esta catequesis es repetir con san Pablo: "Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde, pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor" (1 Cor 4,3-4).

Lectura de la Documentación 1.

 
2. Cuestionario para la reflexión

  1. ¿Por qué somos los hombres propensos a "enjuiciar" el comportamiento de los demás, aun a costa de equivocarnos e injuriar?

  2. ¿Cuáles son los "criterios" que prevalecen en nosotros a la hora de enjuiciar a los demás?

  3. ¿Qué idea o imagen tenemos de lo que será el juicio de Dios al hombre?

  4. ¿Incide en nuestra vida ordinaria el saber que seremos juzgados por Dios y que tras el juicio seremos "salvados" o "condenados"?


3.
Mensaje cristiano

a) El Señor es constituido juez de vivos y muertos: Jn 5,26-30; ante El daremos cuenta de nuestras obras: Rom 14,10-11; 2 Cor 5,10.

b) Dios juzgará la "actitud" del hombre:

c) El juicio ha comenzado ya: Jn 3,17-18; 5, 24.

d) El juicio final y definitivo:

  • es objeto de la predicación de Jesús: Mt 25,14-30. Parábola de los talentos:

  • 4. Oración

    Nuestra oración, a través del salmo 114, quiere expresar la confianza en el Señor como juez, porque es bueno y misericordioso.

    Alma mía, recobra tu calma

    Alma mía, recobra tu calma,
    que el Señor fue bueno contigo;
    alma mía, recobra tu calma,
    que el Señor escucha tu voz.

    Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
    porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.

    Me envolvían redes de muerte,
    me alcanzaron los lazos del abismo,
    caí en tristeza y en angustia;
    invoqué el nombre del Señor:
    "Señor, salva mi vida".

    El Señor es benigno y justo,
    nuestro Dios es compasivo;
    el Señor guarda a los sencillos,
    estando yo sin fuerzas, me salvó.

    Arrancó mi alma de la muerte,
    mis ojos de las lágrimas,
    mis pies de la caída.
    Caminaré en presencia del Señor
    en el país de la vida.

    (Salmo 114, CLN 519)


     

    Segunda parte


    Recibiréis vuestra recompensa


    1.
    Introducción

    El objetivo de esta segunda parte es descubrir el sentido y la naturaleza de la "recompensa" de que nos habla la fe. Invitamos a que se lea la Documentación 2, cuya síntesis es la siguiente:


    2.
    Mensaje cristiano

    a) La "recompensa" en la predicación de Jesús: Mt 16,27; Mc 9, 41.

    b) Misión de Jesús: que todos se salven: Jn 3,17-18.

    c) La "salvación" como plenitud del hombre en la comunión con Dios: Mt 25,34 (cf Documentación 3).

    d) La "condenación" como "fracaso" del hombre por su separación de Dios: Mt 25,40-41 (cf Documentación 4).

    e) El hombre está construyendo ya su destino futuro: 1 Cor 9,24-27.


    3.
    Exigencias cristianas hoy y vida eterna

    a) "Velad, porque no se sabe el día ni la hora": Mt 24, 42-44.

        - ¿Qué exigencias concretas impone a la vida cristiana la vigilancia evangélica?

    b)  "El que persevere hasta el final se salvará": Mt 24,11-13.

    c) "... conmigo lo hicisteis": Mt 25,40.

    d) "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza": 1 Pe 3,15.


    Oración

    Como conclusión, el grupo puede expresar con el salmista el ansia de salvación, porque su confianza en el Señor es grande. Salmo 12, "¿Hasta cuándo, Señor?" (CLN 502).


     

    Documentación


    1. Síntesis del Vaticano II sobre escatología

    "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena, merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos, y no se nos mande, como a siervos malos y perezosos, ir al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal; y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida, los que obraron el mal para la resurrección de condenación" (LG 48).


    2.
    Ambientación catequética

    En la primera parte de la catequesis hemos reflexionado y profundizado en el mensaje cristiano del juicio de Dios al hombre. Seremos juzgados fundamentalmente por la actitud mantenida ante Dios y ante el hombre. Pero ¿cuál es la razón del juicio? Es bien claro, y así lo vamos a descubrir en esta catequesis, que en relación al juicio está la recompensa correspondiente: "Los que obraron el bien, para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para resurrección de condenación". Así nos lo dice san Juan (5,29).

    La verdad es que a la mente del hombre moderno, impactado por lo inmediato, por las experiencias fuertes del momento, le resulta altamente extraño y casi trasnochado hablar de "salvación" y "condenación". Sin embargo no podemos renunciar a ello, porque sería renunciar a lo que va a ser la "identidad definitiva" del hombre, según la revelación que nos hace Jesucristo y que veremos más adelante.

    En nuestra conciencia está muy acentuada, como consecuencia de la formación recibida, la imagen de "Dios remunerador": que premia a los buenos y castiga a los malos. Sin embargo, cuando se desvirtúa esta imagen, se desvirtúa toda la conciencia cristiana. El cristiano vive su vida en clave de miedo, temor, inseguridad, etc., en relación a su futuro último. ¿Me salvaré?, ¿me condenaré? Y no pocas veces contempla toda su existencia, todos los sucesos negativos de su vida, como una constante condenación de Dios por sus pecados. Lógicamente, así la vida se hace una agonía, y la reflexión sobre el juicio divino y su posterior recompensa, una tragedia espiritual. Sin embargo, no puede ni debe ser así.

    El punto de partida que ha de servir de plataforma a toda la vida cristiana es la experiencia de que Dios quiere para el hombre "no su condenación, sino que se salve"; por tanto, que su recompensa sea "resurrección de vida". Pero ¿es esto lo que quiere el hombre? ¿De verdad el hombre está empeñado en recibir un juicio de salvación?

    Vamos, pues, a descubrir en esta parte de la catequesis en qué consiste esa "recompensa final" de que nos habla Jesús y en qué medida incide en nuestra vida de ahora.


    3.
    La salvación, plenitud humana del hombre

    La realidad del hombre es contemplada ciertamente por muchas ciencias: psicología, antropología, sociología, etc. Pero también la fe ofrece una visión del hombre, de su origen y su fin.

    El origen del hombre es Dios. En Dios está su fundamento, su consistencia, su razón de ser y existir. La existencia del hombre es una existencia de Dios, en Dios y para Dios: "El es origen, guía y meta del universo" (Rom 11,36); "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor" (Rom 14,8). "En El vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28). Es decir, que el arco de la vida del hombre está marcado por su origen en Dios y su fin en Dios. El es "alfa y omega, el principio y el fin" (Ap 22,13).

    A partir de este presupuesto bíblico es como se entiende la realidad del hombre y, lógicamente, toda su plenitud. Esta no es alcanzable íntegramente en la primera etapa de la existencia —durante esta vida—, porque no es plena la comunicación y posesión de Dios. Dios no se ha dado en total plenitud ni se ha manifestado tal como es: "Cuando se manifieste Cristo, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).

    Cabe preguntarse: ¿Entonces el hombre no alcanza su felicidad, su plenitud humana en la tierra? Ciertamente, sí; pero es una "plenitud" proporcional y condicionada a las limitaciones que las coordenadas del tiempo y espacio imponen. Será una "plenitud no plena" (valga la redundancia), una "plenitud temporalizada", una "plenitud finita" y, consecuentemente, sometida a todas las tensiones que hemos visto corresponden al "ser finito" del hombre.

    ¿Qué significado tiene, entonces, la salvación como plenitud del hombre? Pues que desde la fe sabemos que el hombre no alcanza su realidad total, íntegra y plena de hombre si no es en el encuentro definitivo con Dios. Y eso es la salvación. Salvarse, por tanto, es alcanzar la meta y vocación que todo hombre tiene establecida desde su mismo origen en Dios.

    En cuanto que el hombre con el pecado puede anular, interrumpir o destrozar el proyecto de salvación previsto para él o, por el contrario, colaborar para que tal proyecto se realice en él, en esa misma medida el hombre está construyendo su propia salvación y su propia plenitud humana.

    Si hemos hablado de "plenitud", quiere decir que la realidad de la "salvación", así como la realidad de la "plenitud humana", está iniciada y se presenta como una tarea, como un quehacer que el hombre tiene en su vida. Es decir, es una vocación a la que no puede negarse, si no es negando su propia y auténtica realización de hombre.

    El hombre es plenamente hombre en la medida que se salva. Lógicamente, toda conquista y avance en el plano de la fe, de la gracia, de la santidad, es una conquista en su maduración humana. Y toda tarea de verdadera perfección y maduración humana es una colaboración en el plano de la fe y de la salvación.


    4.
    La condenación como fracaso del hombre

    Bastaría decir que lo contrario de lo anteriormente dicho es lo característico de la "condenación". Sin embargo, merece que reflexionemos también sobre este punto.

    Es fácil comprender, desde una perspectiva humana y existencial, el concepto de "fracaso". Supone una expectativa no alcanzada, una vocación frustrada, una aspiración no conseguida, etc. El hombre se encuentra preso de lo que es y no ha podido liberarse para llegar a ser lo que "debe ser". La frustración, por tanto, cuando afecta a unía dimensión fundamental y esencial del hombre, constituye uno de los más grandes sufrimientos, porque lo que ha quedado en "merma" ha sido la propia naturaleza y realidad del hombre.

    Si de una manera semejante trasladamos esta "frustración" y "fracaso" al plano de lo eterno, de lo definitivo del hombre, tenemos entonces una explicación de lo que es la "condenación". Es la sumisión del hombre en su "no realización", en su "no plenitud". Su historia ha quedado truncada, su existencia es un existir "sin sentido". El entrar en la etapa definitiva de la eternidad hace que el "fracaso" de la vida —la condenación— sea constitutivo del existir, con lo cual no es posible liberarse de él. No queda más que vivir eternamente "sin vivir".

    ¿A qué se debe, pues, que la "condenación" conlleve la "no plenitud" del hombre? Porque "plenitud" es lo máximo, la totalidad de todo lo que el hombre es y debe ser. Ahora bien, hemos visto que, desde el plano de la fe, el hombre tiene su meta en Dios. La separación de Dios, por tanto, es la condenación y, a su vez, la "no plenitud". El hombre queda en su ansiedad insatisfecha de querer ser plenamente él. Su identidad ha quedado rota o, mejor, no alcanzada. Por eso los términos evangélicos para expresar la "condenación" son tan elocuentes y tan expresivos: "perder la vida", "ser echado fuera", "no ser conocido". Todos indican "separación" de lá "salvación", que es Dios.

    El fracaso del hombre, su no plenitud ni realización definitiva, es consecuencia de todo un proceso. Es decir, que el hombre es quien construye su "condenación" desde el momento que vive de espaldas a Dios, en definitiva, cuando vive en pecado. De ahí que se diga que la "condenación" es el "pecado eternizado". El pecado, por tanto, nos separa de Dios, nos introduce en la condenación y, consecuentemente, impide nuestra plenitud humana, nuestra realización como hombres. El pecado es, pues, una forma de vivir en situación de "fracaso existencial". Aparentemente pudiera darse una vida "plena", pero al margen de Dios. Aquí cabría aplicar las palabras de Jesús: "¿De qué sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma?" (Mc 8,36). No hay, pues, ninguna plenitud humana si está en juego la salvación.

    Si el hombre es constructor de su destino —de salvación o condenación—, todo su comportamiento y actuación se mueven en la dialéctica muerte-vida, salvación-condenación, pecado-gracia. La conciencia de cada uno es la que decide el sentido y significado que quiera darle a su actuar, a su "existir" en el mundo. En definitiva: hombre, ¿qué quieres de ti y para ti?

     

    Documentación complementaria

     

    5. Vocabulario

    CIELO: Por su grandeza y hermosura, el firmamento es utilizado en la Biblia para simbolizar la morada de Dios. En el tiempo de Jesús, para evitar el uso del nombre de Dios, los judíos utilizaban la palabra "cielo", "los cielos" (reino de los cielos = reino de Dios).

    Entre los cristianos ha servido para designar el encuentro definitivo del hombre con Dios. Estar en el cielo = estar con Dios. Hacia el cielo se orienta la esperanza cristiana. Los justos estarán con Cristo en el cielo, o bien, ante el trono de Dios. El cielo es la comunión de vida con las tres divinas personas.

    MUERTE-VIDA: La muerte que conocemos no viene de Dios, sino que fue introducida en el mundo como pena o consecuencia del primer pecado: es el signo de la muerte eterna o separación de Dios para siempre. Gracias a Jesucristo, que ha vencido la muerte con su resurrección, la muerte es ya signo de liberación del pecado y de entrada en la vida. Por la fe de Cristo, el cristiano pasa de la muerte a la vida.

    MUNDO: Conjunto de la creación ofrecido por Dios al hombre para que lo transforme y perfeccione, perfeccionándose a sí mismo. El mundo es el teatro de la historia humana, con los afanes, fracasos y victorias del hombre.

    Los cristianos creemos que el mundo, fundado y conservado por el amor del Creador, está esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero que, mediante la muerte y resurrección de Jesucristo, ha sido liberado y nosotros estamos llamados a transformarlo para que se cumpla en plenitud el plan de Dios.

    DIA DEL JUICIO: También "día de Yavé" o "día del Señor". Es el término hacia el que el mundo y los hombres están en camino. Se trata del acontecimiento del futuro que todo lo decide. El pecado quedará definitivamente aniquilado y resplandecerá el amor y la misericordia. El Señor Jesús vendrá en su gloria y será el fin de los tiempos; sólo Dios conoce este "día".

    De este juicio universal (o final) se distingue el juicio particular, es decir, el que se hace para cada hombre en el momento de su muerte. Propiamente, el juicio particular es como el comienzo del "día del Señor": la suerte de cada uno queda fijada en su juicio particular, según resulte del tiempo de prueba que ha vivido en la tierra. Todas las consecuencias del juicio de cada uno sólo saldrán a la luz en el "día del juicio", cuando la humanidad entera llegue a su meta (Con vosotros está 4, 673).