CATEQUESIS 16


MUERTE-VIDA: UN HECHO, UNA PROMESA


PRESENTACION

Comenzamos un nuevo núcleo del proceso catecumenal titulado "Un nuevo cielo y una nueva tierra. Sentido nuevo de la existencia humana". El tema central de este núcleo es la relación hombre-mundo, es decir, cómo debe vivir el hombre su existencia mientras está en esta vida. Este mensaje lo descubriremos a través de varias Catequesis: la 16, la 17 y la 18.

La Catequesis 16, que comenzamos ahora, se titula "Muerte-vida: un hecho, una promesa". Esta catequesis contiene dos grandes partes: una sobre la muerte y la segunda sobre la promesa de "vida" que nos hace Jesús. Son dos temas muy importantes, porque todo hombre con la experiencia más tris-te con que se encuentra es con la muerte. Todo el que vive tropezará antes o después con la muerte. De ahí que todo hombre ante la muerte se pregunte: Y después, ¿qué hay? Como respuesta a esta pregunta, Jesús nos dice que después está "la vida".

Conviene advertir desde el principio que con la palabra "muerte" se quiere abarcar todo lo que en el hombre hay de "caducidad" y "finitud", esto es, la enfermedad, el dolor, la limitación humana, etc.

Con esta catequesis, por tanto, se pretende alcanzar tres objetivos:


Primera parte

Experiencia de muerte y finitud

1. Introducción

Iniciamos un nuevo núcleo del plan catecumenal. En el primer núcleo profundizamos sobre "Cristo resucitado". En el segundo profundizamos sobre el "misterio de Dios". En el tercero nuestra reflexión se centró en el "misterio del hombre". Y ahora vamos a intentar descubrir el "misterio de la existencia humana en el mundo". En definitiva, pretendemos encontrar sentido, desde la fe, a la vida del hombre en el mundo.


2. Profundizando en nuestra experiencia

a) Lectura de ambientación del Documento 1 y 2

La lectura, de por sí, sin más comentario, sirve de ambientación.

b) Aportación de experiencias personales

Es lo más importante. Una vez hecha la lectura de ambientación, el grupo pone sobre el tapete sus experiencias de "finitud" humana, que normalmente cristalizan en experiencia de dolor, de sufrimiento, de enfermedad, de degradación, de impotencia, de cercanía de la muerte (propia o de alguien cercano), etc.

Cuestionario

— ¿Cuáles son las experiencias más importantes de dolor que has tenido?

— ¿Qué situación conoces o has vivido en la que la persona ha estado presa de su propia limitación, enferme-dad, desgracia humana, etc., sin que nada se haya podido hacer por ella?

— ¿Qué posibles interrogantes, dudas, inquietudes, surgen ante estos problemas?

Profundización

— ¿Qué sentimientos tuviste en dicha situación o experiencia?

— En relación con Dios: ¿tuviste duda, confianza, rechazo, desesperación, acusación...?

— ¿Has profundizado intentando buscar las causas últimas de todas estas situaciones o, por el contrario, las sufres sin más? ¿Te conformas o rebelas?


3.
¿Qué hace y dice Jesús?

Con este apartado se pretende dar respuesta a las experiencias de finitud vividas por el grupo y de las que se ha hecho mención anteriormente. El punto básico de la iluminación cristiana está en que Jesús también vivió tales experiencias, pero las trascendió; no se quedó en el simple fenómeno del sufrimiento y de la muerte, sino que les dio sentido.

A continuación ofrecemos los textos bíblicos:

  1. Asume la condición humana: Heb 2,17-18; 4,15-16.

  2. Vive la experiencia del sufrimiento y de la muerte: Lc 22,41-46.

  3. Es compasivo con el sufrimiento de los demás: Mt 9,35-36.

  4. El sufrimiento es un mal a evitar, pero se puede convertir en "bienaventuranza": Heb 5,7-9.


4.
Conclusión

Como síntesis, leer la Documentación 3: "El hombre ante el mal de la muerte".

Momento de oración: Se reza el "Himno de Vísperas" del Oficio de difuntos.

Preces

PPPPPPP PPPPPPPP  
  Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia,
la lucha y el dolor que el hombre vive,
no dejes sin la luz de tu presencia
la noche de la muerte que lo aflige.
  Lector:

Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte,
y una muerte de cruz, por amor nuestro;
así te exaltó el Padre, al acogerte,
sobre todo poder de tierra y cielo.

  Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia...
  Lector: Para ascender después gloriosamente,
bajaste sepultado a los abismos;
fue el amor del Señor omnipotente
más fuerte que la muerte y que su sino.
  Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia...
  Lector Primicia de los muertos, tu victoria
es la fe y la esperanza del creyente,
el secreto final de nuestra historia,
abierta a nueva vida para siempre.
  Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia...
  Lector:

Cuando la noche llegue y sea el día
de pasar de este mundo a nuestro Padre,
concédenos la paz y la alegría
de un encuentro feliz que nunca acabe. Amén.

(Himno de Vísperas del Oficio de difuntos)

     


Segunda parte


Promesa de vida y eternidad


1. Introducción

Trilogía vida-muerte-vida

El binomio vida-muerte es constitutivo de toda experiencia humana. Todos somos conscientes de ello y ante él mantenemos una postura de cierta distancia y respeto.

Efectivamente, en la primera parte hemos reflexionado sobre la "muerte" como alternativa inexorable a la "vida". Esta, por tanto, quedaba relativizada ante lo absoluto de la muerte; de ahí que ninguna verdad sea tan universalmente aceptada como el destino mortal del hombre. Cabe, sin embargo, preguntarse: ¿Es la muerte la verdad última y definitiva?

Desde la fe, los cristianos profesamos la existencia de la "vida eterna". El binomio "vida-muerte" queda ampliado a la trilogía "vida-muerte-vida". Ciertamente, no todos los hombres aceptan ni asumen la "vida eterna" como alternativa a la muerte. En consecuencia, son muchos los hombres que viven en una constante duda existencial. Sartre diría: "Todo ser nace sin razón alguna, se prolonga por debilidad, muere por choque". Pero este sentido absurdo de la vida como consecuencia de la muerte queda fuera de nuestra fe.

En síntesis, la "experiencia de muerte y finitud" que el hombre vive se convertirá en experiencia de "vida y eternidad". Nos fiamos de la promesa hecha por Jesús.


2.
Pautas para el diálogo en grupo

En el credo profesamos nuestra fe en la "vida eterna". ¿Qué entendemos los cristianos por "vida eterna"? ¿Qué que-remos expresar con esas palabras?

La "vida eterna", ¿qué implicaciones tiene en la vida ordinaria de los cristianos? ¿Tiene incidencia sobre ella? ¿En qué medida la afecta?


3. Mensaje cristiano

a) La "victoria" de la muerte es la "vida": 1 Cor 15,54-58.

b) Jesús anuncia la "vida": Jn 5,25-29; 6,53-58; Lc 10, 25-28.

c) Jesús es la "vida": 14,6; 11,25; 8,12; 4,13-14; 6, 35.

d) La "vida" que ofrece Jesús compromete toda la existencia: Mt 16,24-26; 19,28-29; 18,8-9.

e) La "vida" ha comenzado ya; caminamos, pues, en esperanza:

f) La "vida" no se acaba, es un proyecto de "eternidad" que cristaliza:


4. Conclusión

Después de reflexionar sobre la palabra de Dios, ¿qué actitudes y comportamientos debiéramos sacar como compromisos?

  • Momento de oración.


Se puede recitar o cantar: "Mi vida en tus manos", de
Camino de Emaús 2.

Mi vida en tus manos

Tu tienes, Padre,
mi vida en tus manos.
Mi corazón está seguro en ti.

Coge, Señor,
mi vida entre tus manos
y, en el atardecer de mi existencia,
espérame en el fuego del ocaso.

Coge, Señor,
mi mano entre tus manos,
cuando la oscuridad venga a mi encuentro
y me acerque desnudo hacia la paz.

Coge, Señor,
mi sonrisa en tus labios,
cuando mi corazón su ritmo acorte.
Yo extenderé mis brazos a tus brazos.

Coge, Señor,
mi mirada en tus ojos,
cuando la luz del sol se haga suave
y su brillo tan sólo sea un recuerdo.



Documentación

1. La muerte, expresión de la finitud del hombre

Nada más común y universal que la muerte. De ella tenemos experiencia ajena todos los hombres. Más aún, estamos tan acostumbrados que ni siquiera nos alteramos, a no ser que la veamos muy cerca. Por eso, aun siendo tan cercana al hombre, normalmente la contemplamos como lejana. De lo contrario, nuestra "vida" sería un "sin vivir" continuo.

La muerte, sin embargo, tiene otras muchas caras y facetas. La muerte encierra bajo su vértice de "iceberg" todo un cúmulo de situaciones de dolor y sufrimientos que hacen que sea recordada. El hombre en cada paso tropieza con la enfermedad, con el dolor, con el sufrimiento, con la pobreza, con el hambre, con la marginación, con la desgracia..., con el "mal". Todas esas formas de dolor y sufrimiento se sintetizan con la palabra "muerte", y ésta, a su vez, indica que el hombre es finitud, caducidad. Efectivamente: nacemos, vivimos, morimos. Todos somos conscientes de este proceso y todos estamos llamados irresistiblemente a seguirlo.

A ninguno de nosotros nos gusta pararnos a reflexionar sobre nuestra realidad de hombre abocado a la muerte. Sin embargo, es necesario hacerlo y preguntarse:

—Y después de la muerte, ¿qué? ¿Es posible otra vida? ¿Tiene sentido vivir para morir? ¿Es preferible no vivir para no pasar el trance de morir? ¿Cabe vivir sólo para morir? Etc.

A las preguntas sobre la muerte siguen otras muchas acerca de esas formas y expresiones de la muerte, como son los estigmas del mal y del sufrimiento, o sea la desgracia en general. Ante esas situaciones, nos preguntamos:

—¿Cuál es el origen del mal en el mundo? ¿Por qué los hombres sufren? ¿Cómo se explica el mal de los inocentes? ¿Qué explicación cabe ante tantos males, desgracias y sufrimientos?

El concilio Vaticano II sintetiza dichas cuestiones en estas otras interrogantes: "¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).

El hombre no se conforma con preguntar. Quiere y necesita respuestas. Es fundamental para la subsistencia caminar sin dudas, sin preguntas por responder. De ahí que ante las muchas interrogantes anteriores, surjan respuestas de todo tipo:

El hombre es el culpable de todo el mal que existe. Nadie es culpable, es consecuencia de la naturaleza humana. En absoluto; el hombre, si quisiera, podría dominar el mal y la muerte, la raíz de todo está en el pecado. Es el castigo que Dios ha impuesto a la humanidad. De Dios es imposible que provenga el mal, El es la "bondad" infinita. Dios no existe; de lo contrario, evitaría el mal. Etc.

Con preguntas y respuestas podríamos llegar hasta la eternidad. Lo cierto es una cosa: El hombre vive una experiencia de finitud y de muerte. Cada hombre vive esa experiencia de una manera distinta, aunque el fondo de ella sea el mismo para todos. Por eso no basta con decir que somos hombres impactados por la muerte y sus tentáculos, el dolor y el sufrimiento, sino que es necesario profundizar en la experiencia de cada uno. ¿Cuáles son las tuyas?


2. Vaticano II:
El misterio de la muerte

"El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biologíano puede satisfacer ese deseo del,más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerté. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre, y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera" (GS 18).


3.
Síntesis: El hombre ante el mal de la muerte

El misterio de la muerte y lo que ella representa aparece constante ante el hombre. Es la sombra que le persigue. La experiencia histórica es testigo de que jamás el hombre se ha librado de ella ni jamás podrá librarse en este mundo. La existencia humana del hombre está impactada, lo quiera o no, por la realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte, de la finitud. Job diría: "El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de tormentos, como la flor, brota y se marchita, huye como la sombra sin parar. Se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla" (Job 14,1s).

Ante esta experiencia, a la cual el hombre no puede renunciar, caben tres posturas fundamentales: de rebeldía, de conformismo o de asumirla con coraje y sentido cristiano.

* Postura de rebeldía. Es aquella que ante el dolor, la enfermedad, la muerte, se rebela, no lo soporta, se enfrenta agresivamente contra tal situación, no cabiéndole otra alternativa que la acusación contra todos y contra todo. El mal le puede, le domina, le subyuga. ¿Es la desesperación la única salida contra el mal?

* Postura de conformismo. Ante el gigante del mal en el mundo no cabe otra postura que la de soportarlo. La enfermedad, el dolor, la desgracia..., es un "sino". A quien le caiga, mala suerte. La única postura posible es la de conformarse. Ser un sufriente estoico.

* Asumir y afrontar el mal con coraje. La actitud cristiana no cuadra con ninguna de las dos posturas anteriores. Ciertamente, hay que rebelarse contra el mal, hay que combatirlo. El dolor y la muerte son situaciones amargas para el hombre y ha de luchar por vencerlas y liberarse de ellas. Pero la victoria no consiste simple-mente en que desaparezca el mal, que no siempre es posible, sino que ante él se mantenga una actitud nueva y distinta. Desde el testimonio mismo de Jesús, podemos decir tajantemente que al mal hay que afrontarlo con coraje, pero contando con la fuerza del Espíritu, con el apoyo de la fe.

El cristiano auténtico ha de sentirse inserto en el mundo, con sus problemas, sus sufrimientos, sus penalidades. El mismo será sujeto paciente de esa red de calamidades. Sin embargo, no ha de permanecer de brazos cruzados, sino que ha de combatirlos para anularlos, en lo posible. Con todo, la muerte será la gran muralla infranqueable. Pero, aunque no sea posible su franqueo, sí es posible la victoria sobre ella y sus tentáculos del dolor, siempre que desde la fe se asuma y se trascienda descubriendo el sentido redentor y salvador que Jesús dio a su muerte. La síntesis de lo que el dolor, el sufrimiento y la muerte han de ser para el cristiano la da san Pablo cuando dice: "Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

Desde esta perspectiva es clara la exigencia del cristiano ante el dolor y el mal en el mundo en que vive. Por una parte, sentirse solidario con los hombres sufrientes: "Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad" (Rom 12,15). Y por otra parte, sentirse solidario con Cristo sufriente, porque así el dolor y la muerte se convierten en instrumentos de redención y salvación: "Llevamos en nuestros cuerpos los sufrimientos de muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (2 Cor 4,10). Ahora es cuando se comprenden las bienaventuranzas. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los perseguidos..." (Mt 5,lss).

 

4. Vaticano II: Cristo, hombre nuevo

"Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.

Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!" (GS 22).