CATEQUESIS 14
 

HIJO DE DIOS Y HERMANO DE LOS HOMBRES


PRESENTACIÓN

Una vez que hemos realizado la catequesis sobre el "Hombre viejo, hombre nuevo", en la que hemos descubierto dos rasgos fundamentales del misterio del hombre, esto es, su condición de "hombre pecador" y de "hombre redimido", ahora nos centramos en otros dos rasgos: que el hombre es hijo de Dios y también hermano de los hombres. Por eso el título de la catequesis es "Hijo de Dios y hermano de los hombres".

En el segundo núcleo hemos contemplado a Dios en su dimensión de Padre. No basta que Dios se nos revele como Padre. Es importante también la revelación de que nosotros somos sus "hijos" y, consecuentemente, la revelación de la fraternidad entre los hombres. Ciertamente, la relación paternidad-filiación es correlativa; sin embargo, se hace necesario profundizar en la naturaleza y exigencias de la filiación en relación con Dios Padre y de fraternidad en relación con los demás.

Esas dos características son típicamente reveladas por Jesucristo. Ninguna de las ciencias pueden darnos a conocer que el hombre es "hijo de Dios" y "hermano" de todos los hombres. Nos encontramos, por tanto, ante dos experiencias que todo cristiano debe evocar y vivir en su vida. ¿Es posible entender que un cristiano no se sepa "hijo de Dios" o "hermano" de los hombres? Pero ¿bastaría con saberlo, aunque su vida vaya por otros derroteros? Por eso con esta catequesis se pretende:

Por una parte, que profundices en lo que significa y supone el "hijo" de Dios y "hermano" de los hombres, y por otra, que evoques e intentes vivir como estilo de vida la experiencia de "filiación" respecto a Dios y de "fraternidad" respecto a los demás.


 

Primera parte


Hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús


1. Introducción

"Somos hijos de Dios" es una expresión a la que sin duda nos hemos acostumbrado. Constituye una de las afirmaciones de la fe cristiana y posiblemente desde niño nos hemos habituado a ella. Sin embargo, ya no es tan cierto que hayamos descubierto la profundidad de su significado y la grandeza de su realidad. Lógicamente, si no lo hemos descubierto, mucho menos habrá sido objeto de vivencia. Afirmamos que "somos hijos de Dios", pero nuestra experiencia va por otro lado.

Es de gran importancia, por tanto, que en esta sesión catequética abramos nuestro espíritu a Dios que nos habla y escuchemos de su palabra, con un sentido nuevo, la buena nueva de que somos sus hijos.


2. Diálogo sobre la palabra de Dios

a) Lectura de los textos bíblicos

b) Pautas para la reflexión

  • ¿Cuál es la "síntesis" del mensaje que se nos transmite en los textos?


  • 3.
    Diálogo sobre la propia experiencia de filiación

    1. ¿Cómo vivimos la actitud de confianza respecto a Dios? ¿Nos ponemos realmente en sus manos? ¿Ponemos en él el descanso último de nuestras preocupaciones e inseguridades?

    2. ¿Qué experiencia tenemos en relación con la actitud de aceptación de la voluntad de Dios? ¿Hay actitud de escucha y obediencia? ¿Intentamos descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos favorables y adversos?

    3. ¿Hay auténtica relación personal con Dios? ¿Predominan las actitudes de "hijo" o las de "esclavo"?

    4. ¿Has tenido alguna experiencia significativa que testimonie la filiación respecto a Dios?


    4. Síntesis doctrinal (cf
    Documentación 1)

    En la documentación se recoge una síntesis del mensaje cristiano sobre el "hombre, hijo de Dios". Ofrecemos a continuación los puntos principales:

    ¿Son estos puntos sólo "puntos doctrinales" o son también aspectos existenciales que afectan a toda nuestra vida?


    5. Acción de gracias

    Himno de alabanza

    Bendito sea Dios,
    Padre de nuestro Señor Jesucristo,
    que nos ha bendecido en la persona de Cristo
    con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

    El nos eligió en la persona de Cristo,
    antes de crear el mundo,
    para que fuésemos santos
    e irreprochables ante El por el amor.

    El nos ha destinado en la persona de Cristo,
    por pura iniciativa suya,
    a ser sus hijos,
    para que la gloria de su gracia,
    que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
    redunde en alabanza suya.

    Por este Hijo, por su sangre,
    hemos recibido la redención,
    el perdón de los pecados.
    El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
    ha sido un derroche para con nosotros,
    dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

    Este es el plan
    que había proyectado realizar por Cristo
    cuando llegase el momento culminante:
    recapitular en Cristo todas las cosas
    del cielo y de la tierra (Ef 1,3-10).

    Amén.


     

    Segunda parte


    Jesús, primogénito de muchos hermanos


    1.
    Introducción

    No es extraño que entre los cristianos se llegue a descubrir que el hombre es "hijo de Dios", tal como vimos anteriormente; pero ¿se acepta el segundo polo del binomio, esto es: "... y hermano de los hombres"? Nuestra concepción religiosa espiritualista, estilo de vida cristiana muy generalizado por formación y educación, nos conduce fácilmente a aceptar que somos "hijos de Dios", pero tropieza con un muro infranqueable cuando la coherencia de vida impone aceptar al otro como hermano y ser consecuente con ello. Por eso, como punto de partida conviene que perfilemos la conciencia que hay de "fraternidad".

    a) Lluvia de ideas

    b) Profundización


    2. La fraternidad en clave evangélica

    a) Fundamento de la fraternidad

    b) Extensión de la fraternidad

    c) Exigencias de la fraternidad

    3. Revisión de la propia experiencia

    a) ¿Qué rasgos caracterizan nuestra relación con los demás? Señalarlos.

    ¿Podemos decir que son rasgos de fraternidad?

    1. El "otro", ¿es realmente tu hermano? ¿Lo valoras, lo respetas, lo tratas, entra en tus esquemas de vida, en tus preocupaciones... como tal hermano?

    2. ¿Tienes, al menos, sensibilidad de conciencia para con los necesitados: pobres, sufrientes, marginados, delincuentes...?

      ¿Afectan a tu vida tales hombres y situaciones o, por el contrario, "pasas" de ellos?

    3. ¿Qué signos y gestos concretos puedes ofrecer como testimonio de fraternidad?

    Por el contrario, ¿qué contrasignos son dominantes en tu vida?

    e) Dentro del grupo catecumenal, ¿se está construyendo una "comunidad de hermanos"?

    ¿Cuáles son las barreras que impiden una verdadera relación fraternal?

     

    4. Momento de oración

    Preces por la fraternidad

    Oremos al Señor, nuestro Padre, y pidámosle por toda la familia humana para que sea la fraternidad, y no el odio, la única razón de nuestra existencia y convivencia.

    - Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre de todos los hombres,

    - Señor Jesucristo, primogénito de todos los hermanos,

    - Señor Jesús, Hijo eterno del Padre, que siendo Dios no despreciaste el hacerte semejante al hombre en todo menos en el pecado,

    - Oh Espíritu divino, amor del Padre al Hijo y fuente de salvación.

    - María, Hija predilecta del Padre, Madre de Jesucristo y Esposa del Espíritu,

  • Intercede por nosotros, para que el amor suplante al odio, la generosidad al egoísmo, el compartir al retener y la fraternidad a la enemistad

  • Oración

    Oh Dios, amor infinito, escucha nuestras súplicas y haz que se hagan realidad, para que los hombres todos, creados a tu imagen y semejanza y elevados a la dignidad de hijos tuyos, vivamos como una gran familia en la que tú seas el padre común, Jesús nuestro hermano mayor y el Espíritu el amor creador de la unidad. Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, que contigo y el Espíritu vive eternamente. Amén.


     

    Documentación


    1.
    Síntesis

    "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gén 1,26) es la expresión bíblica que recoge toda la dignidad del hombre, quien, como Dios, conoce, ama, domina. Sin embargo, el misterio del hombre es aún más grande. El ser imagen alcanza con Jesucristo la dignidad de hijo de Dios: "Dios lo predestinó a ser imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito de muchos hermanos" (Rom 8,29). El hombre, pues, de "imagen" de Dios ha pasado a ser "hijo de Dios".

    El ser hijo de Dios no es una simple teoría. Se trata de una realidad, sólo aceptable desde la fe. San Juan es categórico en afirmarlo: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). Ciertamente no es una filiación de carne, sino en el Espíritu: "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba! ¡Padre!" (Gál 4,6). Y para poder llamar a Dios Padre hace falta renacer según el Espíritu: "El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).

    Nuestra filiación respecto a Dios Padre es una realidad bastante olvidada. Se destaca la dimensión de la paternidad de Dios. Y aunque, lógicamente, es correlativa la filiación, sin embargo, merece que el cristianismo la resalte como dimensión característica del hombre contemplado desde una perspectiva cristiana. En consecuencia, vivir la experiencia de hija de Dios conlleva un conjunto de actitudes básicas, sin las cuales la filiación se reduce a retórica. Caben resaltar las siguientes: actitud de confianza, por la que el hombre se fia de Dios; actitud de relación personal, por la que el hombre se abre en diálogo con el Padre; actitud de escucha y obediencia, por la que el hombre descubre e interpreta la voluntad de Dios en cada acontecimiento de la historia; actitud de agradecimiento, propia del hombre que todo lo ha recibido del Padre; actitud de dependencia filial, por la que el hombre se siente ligado, pero no esclavo, sino libre, etc.

    El hijo vive la experiencia de seguridad de que todo lo que viene del Padre es por su bien: "Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos" (Heb 12,7). No es fácil vivir las adversidades en clave de fe. La naturaleza humana se resiste. Pero sabemos "que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rom 8,28).

    Con la filiación somos herederos del reino: "Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rom 8,17). Estamos, pues, llamados a participar de la plenitud de Dios, porque seremos semejantes a El: "Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).

    Cristo, pues, nos ha descubierto que el hombre es hijo de Dios. El misterio del hombre queda desvelado en la grandeza de la filiación divina.