CATEQUESIS 6


LA ALIANZA: LA COMUNIÓN CON EL DIOS VIVO
 

PRESENTACIÓN

Cuando Dios ha querido explicar a los hombres cómo se relaciona con ellos ha recurrido a las figuras de la alianza y del matrimonio. Dios ama a los hombres por encima de la fidelidad o infidelidad de éstos. En consecuencia, quiere que los hombres se amen entre sí como hermanos, como los miembros de una familia. De ahí que junto a la alianza se hable de un modo concreto de vivir. Los mandamientos son caminos de libertad y de convivencia fraterna al amparo del Dios vivo.

Pero los hombres no siempre hemos comprendido esto así. Hemos hecho de Dios un amo en vez de un padre, nos hemos aterrado con su justicia en lugar de alegrarnos con su misericordia. De ahí a pensar que la perfección o la santidad son un logro humano en lugar de un don sólo hay un paso. Cuando se ha dado ese paso, Dios ha quedado reducido a un notario que se limita a certificar la justicia o injusticia de un hombre. Fue éste el error de los escribas y fariseos. Hubo que hacerles comprender a los hombres que la justicia no consiste en el cumplimiento exterior de unas normas, sino que es una actitud del corazón. Así lo anunciaron los profetas.

Cristo es el cumplimiento de la profecía. Con él se inicia la nueva era. Gracias a su obediencia, los hombres hemos recibido el Espíritu de Dios que nos transforma interiormente, cambiando nuestro corazón y posibilitando un nuevo modo de vivir. A partir de ese momento no se puede hablar de siervos de Dios, sino de hijos de Dios; no se trata de cumplir unas normas, sino de adoptar un estilo de vida; no es cuestión de conseguir la salvación, sino de aceptar el don de ser salvados.

La eucaristía es el momento privilegiado en el que celebramos esta nueva relación entre Dios y los hombres y entre los hombres mismos. Es la nueva alianza, la perfecta y, por ello, la definitiva. No habrá nuevas alianzas. Dios ha dicho su última palabra. Ahora sólo espera la respuesta de los hombres, nuestra respuesta.


 

Primera parte


Del cambio de vida al cambio de corazón

 

1. Introducción

Desde muy antiguo, los hombres se han unido por medio de pactos y alianzas. Cuando Dios quiso explicar a los hombres el modo como él se relaciona con ellos, recurrió a esta experiencia.

Con el tiempo, la imagen se fue enriqueciendo y los hombres llegaron a comprender que la alianza de Dios con su pueblo era algo más profundo y rico que las experiencias hechas por los hombres.


2. Lectura y presentación de textos

Los textos que siguen recogen la experiencia de Israel y nos sirven de punto de referencia para conocer el sentido de nuestra propia experiencia.

Ex 19,3-8. Dios tiene la iniciativa. Es él quien propone la alianza y los términos de la misma. El pueblo aceptó la proposición que Dios le hizo y se convirtió en el pueblo de Dios. Leer la documentación 1.La alianza de Dios con su pueblo.

Ex 20,1-21. La alianza implicaba unas condiciones. La Ley no era sino un modo de vivir de acuerdo con la alianza aceptada. Si el pueblo era fiel, Dios mantendría su promesa. Leer la documentación 2.Las condiciones de la alianza.

Ez 36,22-32. Pero el pueblo no fue fiel y sufrió las consecuencias. En medio del desastre, los profetas anunciaron una alianza nueva y definitiva y un nuevo modo de vivir. Leer la documentación 3.La infidelidad a la alianza.


3.
Cuestionario

A la luz de la palabra de Dios anunciada anteriormente, el grupo debe tratar de responder al siguiente cuestionario:


4.
Conclusión

Se puede terminar el encuentro de esta primera parte de. la catequesis con la lectura de un texto del apóstol san Pablo a los romanos (cf Rom 8,5-13).


 

Segunda parte


Hijos de Dios por el Espíritu


1. Introducción

El Nuevo Testamento no es sino el cumplimiento de las profecías: en Cristo se realizó la alianza nueva y definitiva que habían anunciado los profetas.

Es necesario que revisemos como comunidad hasta qué punto ha calado en nosotros el espíritu del evangelio.


2. Trabajo en grupo

Ahora se trata de hacer varios grupos para estudiar y reflexionar los textos que se indican a continuación. Todos los grupos deberán seguir el mismo esquema de trabajo. Es decir:

  1. Leer el texto.

  2. Leer el documento relativo al mismo.

  3. Buscar la respuesta a la pregunta que se nos plantea.

  4. Preparar un resumen para la puesta en común.

Los textos que hay que estudiar son los siguientes:

a) Mt 5,21-48. Jesús reinterpreta la Ley desde el precepto fundamental del amor e insiste en la actitud del corazón por encima de la letra del precepto. Leer la documentación 4.Jesús reinterpreta la ley. La pregunta que se plantea es ésta: ¿A qué nivel nos situamos cuando se plantea un problema moral: a nivel de preceptos mínimos o a nivel de actitudes profundas?

b) Mt 22,34-40 y 1 Jn 4,7-21. Jesús une el precepto del amor a Dios y el amor al prójimo y 1 Jn nos da la razón. No se puede amar a Dios, a quien no se ve, si no se ama al hermano, a quien se ve. Leer la documentación 5.Los dos mandamientos principales. La pregunta que se plantea es ésta: ¿Qué manifestaciones se dan en nuestra vida de amor a los otros y en qué medida esas manifestaciones tienen que ver con nuestra vida religiosa?

c) Rom 8,5-17. La vida nueva es posible porque Dios nos ha dado su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos. Leer la documentación 6.La experiencia del Espíritu. La pregunta que se plantea es: ¿Qué lugar ocupa el Espíritu en nuestra vida de fe? ¿Está presente en nuestra oración, en la reflexión sobre la existencia?...


3.
Puesta en común

Se reúnen todos los miembros de todos los grupos para poner en común el resultado de sus reflexiones. Es importante que todos hayan leído los textos en el orden que se han dado, puesto que existe una progresión en los mismos.


4. Conclusión

Esta segunda parte de la catequesis se concluye con el rezo del "Veni Creator". Es la oración en la cual invocamos en la liturgia la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia.


 

Tercera parte


Celebración de la eucaristía


La eucaristía es la celebración de la nueva alianza en Cristo. Por eso nada mejor que celebrarla para cerrar esta catequesis en torno a la experiencia bíblica de la alianza.

Es muy importante tomar conciencia de que esta celebración forma parte de la misma catequesis. Por eso, al terminar la segunda parte se deberá preparar todo lo referente a la celebración, para evitar las improvisaciones de última hora.

El esquema de la celebración, que es responsabilidad exclusiva del celebrante y los miembros del grupo, debe ser preparado y desarrollado con el tiempo suficiente. Proponemos el siguiente esquema para la celebración:


Desarrollo de la celebración

Monición introductoria

Cuando se acercó a los hombres para explicarles su plan de salvación, hizo con ellos un pacto, una alianza. Con ello pretendía mostrarles su amor y su misericordia. Pero no todos entendieron este lenguaje y con frecuencia fueron infieles a ese pacto.

Los profetas anunciaron un día en el que una nueva alianza sería sellada de modo definitivo. Esa alianza se realizó en Cristo, el cordero por cuya sangre el mundo queda liberado del pecado.

Hoy nosotros asistimos a la renovación de esa alianza. Cada eucaristía que celebramos no es sino la renovación para nosotros de una alianza salvadora que Cristo llevó a cabo de una vez para siempre de modo perfecto y definitivo.

Situémonos en un clima de alegría por la salvación que nos llega y de reflexión ante la palabra de Dios que una vez más se nos anuncia.

Canto

Se puede cantar Hombres nuevos, de José Antonio Espinosa. Para el texto musical, cf Canciones del hombre nuevo, Apostolado de la Prensa, Madrid 1972, 12-16; cf también CLN núm. 718.

Hombres nuevos

Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.

Hombres nuevos, creadores de la historia,
constructores de nueva humanidad.
Hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.

Hombres nuevos, luchando en esperanza,
caminantes, sedientos de verdad.
Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,
hombres libres que exigen libertad.

Hombres nuevos, amando sin fronteras,
por encima de razas y lugar.
Hombres nuevos, al lado de los pobres,
compartiendo con ellos techo y pan.


Monición introductoria a las lecturas

El Señor nos habla cuando su Palabra es proclamada entre nosotros. La experiencia de su pueblo y de los primeros cristianos nos ayuda a comprender el sentido de nuestra existencia. La palabra de Dios que hoy nos llega nos habla de pascua, de alianza, de salvación.

El Antiguo Testamento nos presenta el acontecimiento del cordero pascual; gracias a él Israel se salvó de la muerte en la noche de los primogénitos, y esto determinó a los egipcios a dejarlos marchar.

En el Nuevo Testamento, san Pablo nos ofrece la experiencia pascual de la primera comunidad cristiana: Cristo es el cordero inmolado; en él se realiza una nueva alianza, definitiva y perfecta. San Juan en su evangelio nos transmite las palabras de Cristo, que se presenta como alimento.

Dispongámonos a escuchar con atención y a acoger con obediencia y gozo este mensaje que el Señor nos dirige hoy.

Primera lectura

Se lee el texto de Ex 12,1-14.

Salmo interleccional

Se canta el salmo 114. Proponemos la música de José Antonio Espinosa en El Señor es mi fuerza, Apostolado de la Prensa, Madrid 1971, 18-19; cf también CLN núm. 519.

Segunda lectura

Se lee el texto de 1 Cor 11,23-27. Evangelio

Se lee el texto de Jn 6,32-40. 82

Homilía Prefacio

Se utiliza el prefacio I de la santísima eucaristía.

Plegaria eucarística

La plegaria IV, que recoge toda la historia de la salvación, parece la más apropiada para esta celebración.

Poscomunión

Después de la comunión, quien lo desee puede hacer en público su oración de acción de gracias.

Canto final

Debe ser un canto de acción de gracias con sentido universal. Sugerimos el Magníficat. Este cántico se encuentra grabado en el disco Camino de Emaús, editado por Ediciones Paulinas.

Magníficat

Proclama mi alma la grandeza del Señor;
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado mi humillación,
la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.



Documentación


1. La alianza de Dios con su pueblo

La alianza, antes de referirse a las relaciones de los hombres con Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Estos se ligan entre sí con pactos y contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse ayuda: son las alianzas de paz (Gén 14,13; 21,22ss; 26,28; 31,43ss; 1 Re 5,26; 15,19), las alianzas de hermanos (Am 1,9), los pactos de amistad (1 Sam 23,18) e incluso el matrimonio (Mal 2,14). Tratados desiguales, en que el poderoso promete su protección al débil, mientras que éste se compromete a servirle: el antiguo Oriente practicaba corrientemente estos pactos de vasallaje, y la historia bíblica ofrece diversos ejemplos de ellos (Jos 9,11-15; 1 Sam 11,1; 2 Sam 3,12ss). En estos casos el inferior puede solicitar la alianza; pero el poderoso la otorga según su beneplácito y dicta sus condiciones (cf Ez 17,13s). La conclusión del pacto se hace según un ritual consagrado por el uso. Las partes se comprometen con juramento. Se cortan animales en dos y se pasa por entre los trozos pronunciando imprecaciones contra los eventuales transgresores (cf Jer 34,18). Finalmente, se establece un memorial: se planta un árbol o se erige una piedra, que en adelante serán los testigos del pacto (Gén 21,33; 31,48ss). Tal es la experiencia fundamental, a partir de la cual Israel se representó sus relaciones con Dios.

El tema de la alianza no tardó en introducirse en el Antiguo Testamento: forma el punto de partida de todo el pensamiento religioso. En el Sinaí, el pueblo libertado entró en alianza con Yavé, y así fue como el culto de Yavé vino a ser su religión nacional. Evidentemente, la alianza en cuestión no es un pacto entre iguales; es análoga a los tratados de vasallaje: Yavé decide con soberana libertad otorgar su alianza a Israel y él mismo dicta sus condiciones. Sin embargo, no se lleva demasiado lejos la comparación, pues la alianza sinaítica, dado que es cosa de Dios, es de un orden particular: de golpe revela un aspecto esencial del designio divino.

Ya en la visión de la zarza que ardía reveló Yavé a un mismo tiempo a Moisés su nombre y su designio para con Israel: quiere libertar a Israel de Egipto para asentarlo en la tierra de Canaán (Ex 3,7-10.16s), pues Israel es "su pueblo" (3,10), al que quiere dar la tierra prometida a sus padres (cf Gén 12,7; 13,15). Esto supone ya que por parte de Dios es Israel objeto de elección y depositario de una promesa. El éxodo viene luego a confirmar la revelación del Horeb: al libertar Dios efectivamente a su pueblo, muestra que es el Señor y que es capaz de imponer su voluntad; así, el pueblo libertado responde al acontecimiento con su fe (Ex 14,31). Ahora, una vez adquirido este punto, puede Dios ya revelar su designio de alianza: "Si escucháis mi voz y observáis mi alianza, seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Ex 19,5s). Estas palabras subrayan la gratuidad de la elección divina: Dios escogió a Israel sin méritos por su parte (Dt 9,4ss), porque lo ama y quería mantener el juramento hecho a sus padres (Dt 7,6ss). Habiéndolo separado de las naciones paganas, se lo reserva exclusivamente: Israel será su pueblo, le servirá con su culto, vendrá a ser su reino. Por su parte, Yavé le garantiza ayuda y protección: ¿no lo había ya en tiempos del éxodo "llevado sobre alas de águila y traído a sí" (Ex 19,4)? Y ahora, frente al porvenir, le renueva sus promesas: el ángel de Yavé caminará delante de él para facilitarle la conquista de la tierra prometida; allí le colmará Dios de sus bendiciones y le garantizará la vida y la paz (Ex 23,20-31). La alianza, momento capital en el designio de Dios, domina así toda la evolución futura, cuyos detalles, sin embargo, no se revelan totalmente desde el comienzo (cf LEON-DUFOUR, Alianza, en Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1976, 59-60).


2. Las condiciones de la alianza

Dios, al otorgar su alianza a Israel y hacerle promesas, le impone también condiciones que Israel deberá observar. Los relatos que se entrelazan en el Pentateuco ofrecen varias formulaciones de estas cláusulas que reglamentan el pacto y constituyen la ley. La primera concierne al culto del único Yavé y la proscripción de la idolatría (Ex 20,3ss; Dt 5,7ss). De aquí se desprende inmediatamente la repulsa de toda alianza con las naciones paganas (cf Ex 23,24; 34,12-16). Pero también se sigue que Israel deberá aceptar todas las voluntades divinas, que envolverán su existencia entera en una red tupida de prescripciones: "Moisés expuso todo lo que le había prescrito Yavé. Entonces todo el pueblo respondió: `Todo lo que ha dicho Yavé lo observaremos' " (Ex 19,7s). Compromiso solemne, cuyo respeto condicionará para siempre el destino histórico de Israel. El pueblo de Israel se halla en el cruce de los caminos. Si obedece, tiene aseguradas las bendiciones divinas; si falta a su palabra, él mismo se condena a las maldiciones (cf Ex 23,20-33; Dt 28; Lev 26) (LEONDUFOUR, Alianza, en Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1976, 60).


3. La infidelidad a la alianza

El mensaje de las profecías se refiere a ella constantemente. Si denuncian los profetas unánimemente la infidelidad de Israel a Dios, si anuncian las catástrofes que amenazan al pueblo pecador, lo hacen en función del pacto del Sinaí, de sus exigencias y de las maldiciones que formaban parte de su tenor. Pero para conservar viva la doctrina de alianza en el espíritu de sus contemporáneos, los profetas hacen aparecer en ella aspectos nuevos que la tradición antigua contenía sólo en estado virtual. Originariamente se presentaba la alianza sobre todo en un aspecto jurídico: un pacto entre Yavé y su pueblo. Los profetas la cargan con notas afectivas, buscando en la experiencia humana otras analogías para explicar las relaciones mutuas entre Dios y su pueblo. Israel es el rebaño y Yavé el pastor, Israel es la viña y Yavé el viñador, Israel es el hijo de Yavé y Yavé el padre, Israel es la esposa y Yavé el esposo. Estas imágenes, sobre todo la última, hacen aparecer la alianza sinaítica como un asunto de amor (cf Ez 16,6-14): amor que previene y amor gratuito de Dios, que reclama por su parte un amor que se traducirá en obediencia. La espiritualidad deuteronómica recoge el fruto de esta profundización: si recuerda sin cesar las exigencias, las promesas y las amenazas de la alianza, es para subrayar mejor el amor de Dios (Dt 4,37; 7,8; 10,15), que aguarda el amor de Israel (Dt 6,5; 10,12s; 11,1). Tal es el fondo sobre el que se destaca ya la fórmula fundamental de la alianza: "Vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro Dios".

La ruptura de la antigua alianza. Los profetas no sólo profundizaron la doctrina de la alianza subrayando las implicaciones del pacto sinaítico. Volviendo los ojos hacia el porvenir, presentaron en su conjunto el drama del pueblo de Dios que se cierne en torno a él. A consecuencia de la infidelidad de Israel (Jer 22,9), el antiguo pacto queda roto (Jer 31,32), como un matrimonio que se deshace a causa de los adulterios de la esposa (Os 2,4; Ez 16,15-43). Dios no ha tomado la iniciativa de esta ruptura, pero saca las consecuencias de ella: Israel sufrirá en su historia el justo castigo de su infidelidad; tal será el sentido de sus pruebas nacionales: ruina de Jerusalén, cautividad, dispersión.

A pesar de todo esto, el designio de alianza revelado por Dios subsiste invariable (Jer 31,35ss; 33,20s). Habrá, pues, al final de los tiempos, una alianza nueva. Oseas la evoca bajo los rasgos de nuevos esponsales que comportarán a la esposa amor, justicia, fidelidad, conocimiento de Dios, y que restablecerán la paz entre el hombre y la creación entera (Os 2,20-24). Jeremías precisa que entonces serán cambiados los corazones humanos, puesto que se inscribirá en ellos la ley de Dios (Jer 31,33s; 32,37-41). Ezequiel anuncia la conclusión de una alianza eterna, de una alianza de paz (Ez 6,26), que renovará la del Sinaí (Ez 16,60) y la de David (34,23s), y que comportará el cambio de los corazones y el don del Espíritu divino (36,36ss). Así se realizará el programa esbozado en otro tiempo: "Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (Jer 31,33; 32,38; Ez 36,28; 37,27).

En el mensaje de consolación adopta esta alianza de nuevo los rasgos de las nupcias de Yavé y de la nueva Jerusalén (Is 54); alianza inquebrantable como la que se había jurado a Noé (54,9s), alianza hecha de las gracias prometidas a David (55,3). Tiene por artífice al misterioso siervo, al que Dios constituye como "alianza del pueblo y luz de las naciones" (42,6; 49,6ss). Así la visión se amplía magníficamente. El designio de alianza que domina toda la historia humana hallará su punto culminante al final de los tiempos. Revelado en forma imperfecta en la alianza patriarcal, mosaica, davídica, se realizará finalmente en una forma perfecta, a la vez interior y universal, por la mediación del siervo de Yavé. Cierto, la historia de Israel proseguirá su curso. En consideración del pacto del Sinaí, las instituciones judías llevarán el nombre de alianza santa (Dan 11,28ss). Pero esta historia estará de hecho dirigida hacia el porvenir, hacia la nueva alianza, hacia el Nuevo Testamento (cf LEON-DUFOUR, Alianza, en Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1976, 62-63).


4.
Jesús reinterpreta la Ley

Instrucción sobre el homicidio. Los versículos 21-26 constituyen la primera de las seis "antítesis" cuyo fondo y forma dan a este capítulo un carácter muy particular. Tales antítesis representan un procedimiento didáctico de Mateo. En efecto, no aparecen en ningún otro lugar de los evangelios, y aunque Lc y Mt ofrecen un paralelo de ellas (v 25 = Lc 57-59; v 29= Mc 9,43-48; v 31 =Mc 10,11-12; cf Lc 16,18 y Mt 19,9), la formulación antitética en eyw Se Xeyw v . uv (pues yo os digo) no aparece allí; tampoco en el duplicado de Mt 19,9.

Como hace pensar Lc 12,57-59, estos versículos 21-26 son probablemente el resultado de amalgamas redaccionales, de Mateo o anteriores a él. La coherencia no es absoluta ni en la forma ni en el pensamiento entre los versículos 21-22, después 23-24 y, finalmente, 25-26; en particular, el "arreglo" o el espíritu de concesión preconizado en los versículos 25-26 se sitúa a un nivel distinto que el de los versículos 21-24.

El judaísmo del tiempo de Jesús, tanto oficial como sectario, era unánime en reprochar la cólera entre hermanos: "Que el honor del prójimo te sea más querido que el tuyo, no seas inclinado a la cólera" (Abbot 2,14). "Los maestros enseñan que siempre se sea paciente como Hillel y no violento como Shamai. Se cuenta que dos hombres habían hecho entre sí este pacto: el que haga que Hillel monte en cólera recibirá cuatrocientos zuzim..." Puesto a prueba por cuestiones absurdas, Hillel no perdió en ningún momento su calma ejemplar, ante lo cual su interlocutor concluyó: "Por,ti he perdido cuatrocientos zuzim" (Sabbat 31a). "Que nadie hable a su hermano con cólera o riñendo o con impaciencia..." (Regla de Qumrán VI, 25). "El que responda a su prójimo con insubordinación o le hable con impaciencia... será castigado (excomulgado) un año" (ibíd VI, 26). "El que guarde rencor a su prójimo injustamente será castigado seis meses" (ibíd VII, 8). Pero he aquí otra nota: "No tendré rencor ni cólera para con los que se han convertido de la rebelión, pero me mostraré sin misericordia para con todos los que se han apartado del camino; no consolaré a los atormentados hasta que su camino sea perfecto" (ibíd X, 20s; cf Mt 18,17).

Instrucción sobre el adulterio. Versículos 27-30. No es de extrañar que, inmediatamente después del homicidio, Mateo pase a dos instrucciones relativas a la vida sexual. En efecto, este tema preocupaba mucho a los judíos de aquel tiempo. Por otra parte, en los primeros contactos del cristianismo con el mundo grecorromano es quizá en este punto donde se produjo el choque más agudo de las concepciones éticas, antropológicas e incluso soteriológicas; no hay más que leer las cartas a los Corintios para convencerse de ello.

La instrucción evangélica no sigue absolutamente el orden del Decálogo, puesto que mezcla aquí el tema del décimo mandamiento (el deseo) con el del sexto (el adulterio). Se presenta como una radicalización del sexto mandamiento por el décimo. En efecto, el tema del adulterio, punto esencial, no es tratado aquí según las categorías dualistas griegas de la ascética o de la pureza personal, sino según las categorías típicamente judías de relación con el prójimo. No es para preservarse de la impureza por lo que el "discípulo" debe evitar el adulterio, sino para no hacer daño a otra unión conyugal. La estructura de estos cuatro versículos no es simple: la evocación del sexto mandamiento (v 27) está seguida de su reinterpretación por Jesús (v 28). Los versículos 29 y 30 no se adaptan fácilmente al versículo 28. El ojo del versículo 29 podría en rigor corresponder a la mirada del versículo 28, pero la mano del versículo 30 no dice relación al tema del versículo 28. El hecho de que los versículos 29 y 30 se encuentren en otros contextos diferentes (Mt 18,8-9; Mc 9,43-48) hace pensar que pertenecieron primero a otra instrucción. Mateo se ha servido de ellos para comentar el versículo 28, para lo cual los ha modificado: con respecto a Mt 18,8-9, ha puesto la mención del ojo antes de mencionar la mano, porque el ojo podía servir mejor para ilustrar el tema de la codicia. Con respecto a Mc 9,43-48 ha hecho la misma transformación y, además, ha suprimido la mención del pie de escándalo (Mc 9,45), sin duda por la misma razón.

El adulterio, para el hombre, no era la infidelidad a su propia esposa, sino el rapto de la esposa del prójimo. En efecto, el hombre casado gozaba de amplios derechos, sobre todo en sus relaciones con mujeres extranjeras; además, la poligamia estaba legalizada, si es que no regularmente practicada. Se trata del "adulterio con la mujer del prójimo" (Sifra sobre Lv 10,92a); es decir, de un israelita, que es el problema en nuestra perícopa. La libertad de la mujer estaba mucho más limitada; prometida o casada, con frecuencia muy pronto, debía una fidelidad absoluta a su marido. Sin embargo, en tiempo de Jesús, la legislación tendía a proteger a la mujer, como acontecía por las mismas fechas entre los romanos. La idea del perdón a la mujer adúltera no era ignorada: "El marido puede perdonar a la mujer sospechosa de adulterio" (Sifré sobre Dt, pár 218). Pero las sanciones contra el adulterio seguían siendo terribles: "El que comete adulterio con una mujer que va a casa de su marido para el matrimonio, aunque no esté todavía consumado, sea estrangulado" (Sanedrín 10,6).

Instrucción sobre el repudio. Versículos 31-32 (cf 19, 9; Mc 10,11.12; Lc 16,18). Al comenzar el estudio de esta perícopa difícil, recordemos tres puntos de nuestro método constante: 1) Nuestra preocupación primera no es mostrar lo que Jesús ha dicho o no ha dicho, sino lo que dice el texto de Mateo. Sólo en segundo lugar podemos preguntamos, con gran prudencia, si Jesús "pudo haber dicho" lo que nosotros leemos en Mateo. 2) Para tener alguna posibilidad de comprender a Mateo es menester, en lo posible, escucharlo en las condiciones históricas en cuyo seno ha visto la luz. La hipótesis que hemos elegido a este propósito es la siguiente: "Mateo ha visto la luz hacia los años ochenta, en los confines de Palestina y Siria, en el seno de comunidades formadas por judeo-cristianos y pagano-cristianos, que siguen todavía en constante discusión con el judaísmo ambiente, representado en el evangelio por los "escribas" o los "escribas y fariseos". 3) En esta discusión, que domina en particular la interpretación de la ley (caps 5-7), la constante tendencia de Mateo, sin excepción, es reforzar la exigencia legal, en la línea del AT, contra las acomodaciones de la casuística rabínica. Para nuestra perícopa es importante resaltar que Mateo no discute con el rabinismo jerosolimitano o palestinense, sino con rabinos cuyo dificil cometido era acomodar o adaptar la ley a las comunidades judías que vivían en un medio pagano, particularmente a los paganos convertidos a la fe judía (prosélitos). En nuestra explicación de estos dos versos deberemos tener en cuenta principalmente a Mt 19,9; mientras que Mt 5,31-32 es una instrucción sobre el repudio propiamente dicho con referencia explícita a Dt 24,1, en Mt 19,3.10 la cuestión del repudio no es más que la ocasión de la enseñanza completa sobre la unión conyugal (vv 4-6), que es presentada como indisoluble (19,6). Es el mismo caso de Mc 10,2-12, texto dominado por el mismo logion fundamental (v 9: "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"). En cuanto a Lc 16,18, separado de todo contexto sobre el matrimonio, es también muy característico; en efecto, presenta la prohibición del repudio como un ejemplo de "que es más fácil que el cielo y la tierra pasen que no que caiga una sola tilde de la ley" (v 17).

Instrucción sobre los juramentos. Versículos 33-37 (cf 23,16-22). Esta cuarta antítesis se distingue de las cinco anteriores en que no se refiere a las relaciones humanas, sino a un deber hacia Dios. Tal parece ser, al menos, el sentido de los versículos 33-35. Los versículos 36-37 podrían en rigor ser entendidos como una instrucción sobre la veracidad respecto al prójimo. Además, el versículo 33 introduce mal al versículo 34, que para radicalizar el sentido debería insistir sobre el deber de cumplir los juramentos o votos hechos a Dios. Tenemos aquí el único caso de radicalismo negativo.

La comparación con 23,16-22 sugiere la hipótesis de una doble tradición de un único dicho, o del doble uso que hace Mateo de un mismo dicho. El contexto del capítulo 23 parece convenir mejor a este tema polémico que el del capítulo 5.

El juramento, es decir, la promesa acompañada de una invocación a la divinidad (o a lo que la reemplaza), o el abiro de juramentos, estaba proscrito por numerosos grupos religiosos o filosóficos del mundo antiguo. Los pitagóricos lo condenaban absolutamente, Epicteto lo reservaba para las situaciones excepcionales, Filón excluía toda invocación de Dios y, para ciertos casos excepcionales, proponía prestar juramento sobre la tierra, el sol, las estrellas, el cielo, el universo. Los esenios hacían prestar un juramento de fidelidad a sus adeptos, pero, fuera de este caso, lo prohibían al menos como regla general: "El que ha entrado en la alianza propuesta a todo Israel a título definitivo, que sus hijos que han llegado a la edad de empadronarse se comprometan ellos mismos por el juramento de la alianza" (Documento de Damasco XV, 5; cf también Regla V, 7-11). En cuanto al judaísmo rabínico, innumerables sentencias regulaban el uso de los juramentos, no faltando tampoco las condenaciones de sus abusos. Pero lo que preocupaba sobre todo a los rabinos era la reglamentación de los sacrificios expiatorios por los juramentos no cumplidos y las condiciones bajo las cuales un juramento es o no válido; todo el tratado Sebuot está consagrado a este tema.

Instrucción sobre la ley del talión. Versículos 38-42 (cf Lc 6,29-30). Esta quinta antítesis se distingue de las otras cinco por diversos caracteres literarios: se refiere a un tema del AT perfectamente conocido y que en el mundo antiguo civilizado era generalmente aplicado (véase más adelante). Su estructura interna es simple; recuerda los procedimientos rabínicos de enseñanza: después de la referencia al AT (v 38) y la antítesis expresada en algunas palabras lapidarias (v 39) siguen cuatro ilustraciones del principio expuesto (39 b, 40, 41, 42). Estos casos concretos deben ciertamente ser comprendidos no como prescripciones jurídicas positivas, sino como ejemplos de aplicación del principio enunciado en 39a. No son ni imaginarios ni puramente teóricos. Podrían presentarse en la vida de los oyentes de la instrucción, pero no agotan el sentido y el alcance del versículo 39a, que podría y debería recibir otras aplicaciones.

Otra originalidad literaria: de 39a a 39b-42 se pasa de la segunda persona del plural a la segunda persona del singular. Parece que el catequista, después de haberse dirigido al conjunto de la asamblea, toma aparte a los asistentes ayudándoles a descubrir personalmente las consecuencias del principio establecido. Este procedimiento nos recuerda el afán, característico del mundo judío, de traducir la voluntad de Dios a la vida cotidiana.

El judaísmo conocía exhortaciones a la paciencia o a la ayuda mutua. Pero ignoraba una condenación global del espíritu de litigio y una disponibilidad para el sufrimiento injusto análogas a las de este texto. Sobre el principio del talión y de las reparaciones, véase el tratado de Baba Qamma: "He aquí cómo los daños causados por los hombres son más graves que los daños causados por el buey, pues los hombres deben compensar el daño, el dolor, los cuidados médicos, el reposo, la vergüenza y también el valor de un niño abortado; mientras que para los bueyes se está libre de esto último y no se compensa más que el daño" (VIII, 2). "El que golpea a su padre o a su madre o hiere a alguien en sábado está exento de todas estas reparaciones porque está castigado con la pena capital. Y quien hiere a un esclavo cananeo que le pertenece no está obligado a ninguna de estas reparaciones" (VIII, 5).

Los esenios ensalzaban también la amabilidad y la paciencia entre hermanos; prohibían la venganza personal, pero en términos bien diferentes a los de Mt:

"Los aplastarán todos los castigos... debido a que se han vengado y han guardado rencor cada uno a su hermano, y han odiado a su hermano y han rehusado a prestar ayuda a aquel que es carne de su carne..." (Documento de Damasco VIII, 5ss).

Instrucción sobre el amor a los enemigos. Versículos 43-48 (cf Lc 6,27-28; 32-36). Esta última antítesis de Mateo se presenta como una conclusión de la serie abierta en el versículo 21. Pero mientras las antítesis prece.i ates se referían a prescripciones precisas del AT, ésta ofrece un caso aparte: en efecto, se buscaría en vano en el AT la orden explícita de odio al enemigo. Esta dificultad hace pensar que las palabras "odiarás a tu enemigo" son quizá una interpolación tardía; pero en la estructura y tradición del texto no hay nada que avale tal hipótesis. Es más sencillo pensar que esta instrucción se opone a la idea ampliamente extendida en el bajo judaísmo de que todos los que no forman parte de la comunidad nacional y religiosa son enemigos. En los textos del desierto de Judá en particular se ve florecer este desprecio feroz por los "hijos de las tinieblas"; los Salmos de Salomón nos dan también numerosos ejemplos.

En el contexto de Mt, este odio parece menos individual y pasional que religioso y colectivo; véanse las alusiones a las persecuciones en los versículos 10 y 44 y, sobre todo, 10,22 y 24,9. La literatura joánica, un poco más tarde, volverá a tomar este tema en tres direcciones principales: primera, el odio contra los cristianos se ha generalizado, constituye un tema teológico característico: el mundo como tal odia al Hijo, al Padre y, en consecuencia, a los creyentes (Jn 7,7; 15,18.19; 17,14; 1 Jn 3,13); segunda, por Jesucristo, el hombre es puesto en trance de optar contra el mundo (odiarlo) en favor de la luz (Jn 3,20; 12,15; cf Mt 6,24; Lc 16,13), tema de cariz esenio, y tercera, en 1 Jn aparece una puesta en guardia contra el odio al hermano, alusión probable a tendencias gnósticas que apartaban a ciertos cristianos "avanzados" del conjunto de la comunidad de los hermanos (1 Jn 2,9.11; 3,15;4,20). El odio se convierte aquí en desprecio religioso a los simples creyentes.

De hecho, es probable que el enemigo no sea en este contexto ni el adversario personal en el interior de la comunidad religiosa ni el enemigo de la nación en el sentido político y militar, sino el perseguidor de la fe, el enemigo de la comunidad mesiánica formada por los primeros cristianos. Ya en los LXX la palabra enemigo designa muy a menudo a los enemigos del pueblo de Dios (Sal 31,7; 139,21, etc.). La alusión del versículo 44 a las persecuciones recomienda la misma hipótesis; en fin, las epístolas muestran que esta palabra se empleaba corrientemente en este sentido en el siglo I (2 Tes 3,15; Rom 5,10; Col 1,21; Sant 4,4).

En consecuencia, el prójimo, conforme al uso judío de la palabra, debe ser entendido aquí en el sentido de miembro de la misma comunidad religiosa. Parece, por el contrario, que el texto paralelo de Lc no hace alusión a las persecuciones contra las primeras Iglesias. Lc generaliza e individualiza un tema del que Mt pone de relieve el aspecto eclesial. Es interesante observar que la Didajé (1,3) volverá a tomar este tema en las siguientes palabras: "Vosotros amad a los que os odian y no tendréis enemigos", que probablemente no hay que entender como J. P. Audet: "Y no tendréis enemigo, quizá no de hecho, y fuera de vosotros, sino en vuestro corazón". Mt quiere decir que los cristianos tendrán siempre enemigos; la Didajé, que deben tratar de no tenerlos amándolos (cf P. BONNARD, Evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976, 102-119).


5. Los dos
mandamientos principales

Versículos 34-40 (cf Mc 12,28-34; Lc 10,25-28). En la estructura literaria de Mateo, estos versículos constituyen un relato de conflicto de Jesús con sus adversarios. A las preguntas sobre el tributo al César (vv 15-22) y sobre la resurrección de los muertos (vv 23-33) siguen ésta sobre el gran mandamiento (vv 34-40) y la relativa al Hijo de David (vv 41-46). Estos cuatro temas figuran entre los más discutidos de la época de Jesús. Cuando los rabinos destacaban la pluralidad del mandamiento, lo hacían sobre todo para subrayar que, del más pequeño al más grande, todos tienen la misma importancia: "Quien quebranta todos los mandamientos, rechaza el yugo, rompe la alianza y destapa su cara contra la ley; de la misma forma, quien traspasa un solo mandamiento, rechaza el yugo, destapa su cara contra la ley y rompe la alianza" (Mekilta del Exodo 6). "Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave" (Sifré sobre el Deuteronomio 12,28). "Si se comienza por escuchar un poco, se terminará por escuchar mucho..., de suerte que un mandamiento leve te sea tan querido como un mandamiento grave" (ibíd 13,19). "Si se quebranta (el precepto) amarás a tu prójimo como a ti mismo, se terminará por quebrantar (el mandamiento) no te vengarás, no odiarás hasta la efusión de la sangre" (ibíd 19,11). Este legalismo minucioso, como todos los legalismos, producía unas veces la alegría sincera de la obediencia, otras la presunción de la propia justicia (cf Lc 15,29), otras la inquietud de quienes no llegaban a cumplir los innumerables mandamientos tradicionales (cf Mt 19,18). Según la tradición sinagogal, la ley comprendía seiscientos trece mandamientos positivos, trescientas sesenta y cinco prohibiciones y otras doscientas cuarenta y ocho prescripciones. La necesidad de síntesis y de líneas directrices se hacía sentir desde hacía tiempo (cf Miq 6,8; Eclo 12,13), pero nunca se logró superar el carácter atomizado de esta ética.

La originalidad de nuestro texto no está en las ideas del amor a Dios y al prójimo, que el AT y el judaísmo conocían, sino en su relación mutua y en el lugar eminente que Jesús da a este "sumario" de la ley. El hecho de que Mateo, siguiendo a Marcos, coloque el sumario en labios de Jesús, mientras que Lucas lo pone en labios de un doctor de la ley en la introducción a la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-28), demuestra que las Iglesias del siglo 1 no consideraban este resumen de la ley como un hallazgo original de Jesús, sino como una síntesis fiel de la ley dada a Israel. El tono de los relatos de Mateo y Lucas es muy diferente del de Marcos; en este último, el escriba "interroga" cortésmente a Jesús (v 28), mientras que en Mateo y Lucas le tiende una trampa; en Marcos concluye Jesús con una declaración que parece favorable al escriba, si bien Mc 12,34a admite interpretaciones divergentes. Se puede pensar que Mateo y Lucas han planteado como conflicto un relato que Marcos utiliza todavía en su primitiva sencillez, o que Marcos no ha entendido el alcance polémico de este coloquio, que Mateo y Lucas han resaltado acertadamente (cf P. BONNARD, Evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976, 486-487).


6. La experiencia del Espíritu en san Pablo

1. El Espíritu, gloria de Cristo en nosotros. "El que resucitó a Jesús" (Rom 8,11) por el poder de su Espíritu de santidad (Rom 1,4) e hizo de él un "espíritu vivificante" (1 Cor 15,45), por el mismo caso hizo del Espíritu "la gloria del Señor" resucitado (2 Cor 3,18). El don del Espíritu Santo es la presencia en nosotros de la gloria del Señor que nos transforma a su imagen. Así Pablo no separa a Cristo y al Espíritu, no distingue vida "en Cristo" y vida "en el Espíritu". "Vivir es Cristo" (Gál 2,20), y es también el Espíritu (Rom 8,2.10). Estar "en Cristo Jesús" (Rom 8,1) es vivir "en el Espíritu" (8,5...).

2. Los signos del Espíritu. La vida en el Espíritu no es todavía percepción intuitiva del Espíritu, es una vida en la fe; pero es una experiencia real, es una certeza concreta, puesto que es a través de los signos la experiencia de una presencia. Estos signos son extremadamente variados. Todos, sin embargo, desde los carismas relativamente exteriores, el don de lenguas o de curación (1 Cor 12,28s; 14,12) hasta los "dones superiores" (12,31) de fe, de esperanza y de caridad, están al servicio del evangelio, del que dan testimonio (1 Tes 1,5s; 1 Cor 1,5s) y del cuerpo de Cristo que edifican (1 Cor 12,4-30).

Todos también hacen percibir, a través de los gestos y de los estados del hombre, a través de "los dones que nos ha hecho Dios" (1 Cor 12), una presencia personal, alguien que "habita" (Rom 8,11) en nosotros, que "testimonia" (8,16), que "intercede" (8,26), que "se une a nuestro espíritu" (8,16) y "clama en nuestros corazones" (Gál 4,6).

3. El Espíritu, fuente de la nueva vida. En formas muy variadas, la experiencia del Espíritu es en el fondo siempre la misma: a una existencia condenada y marcada ya por la muerte ha sucedido la vida. A la ley que nos tenía prisioneros en la vetustez de la letra sucede "la novedad del Espíritu" (Rom 7,6). A la maldición de la ley, la bendición de Abrahán en el Espíritu de la promesa (Gál 3,13s); a la alianza de la letra que mata sucede la alianza del Espíritu que vivifica (2 Cor 3,6). Al pecado, que imponía la ley de la carne, sucede la ley del Espíritu y de la justicia (Rom 7,18.25; 8,2.4). A las obras de la carne suceden los frutos del Espíritu (Gál 5,19-23). A la condenación que hacía que pesara sobre el pecador la "tribulación de la angustia" (Rom 2,9) de la ira divina, suceden la paz y el gozo del Espíritu (1 Tes 1,6; Gál 5,22...).

Esta vida nos es dada, y en el Espíritu no carecemos de ningún don (1 Cor 1,7); pero nos es dada en la lucha, porque en este mundo sólo tenemos "las arras" (2 Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14) y las "primicias" del Espíritu (Rom 8,23). El Espíritu nos llama al combate contra la carne; con los indicativos que afirman su presencia se mezclan constantemente los imperativos que proclaman sus exigencias: "Si el Espíritu es nuestra vida, obremos también según el Espíritu" (Gál 5,25; cf 6,9; Rom 8,9.13; Ef 4.30), y a los "seres de carne, niños pequeños en Cristo", transfórmelos el Espíritu en "hombres espirituales" (1 Cor 3,1).

4. El Espíritu de la Iglesia. La nueva creación nacida del Espíritu es la Iglesia. Iglesia y Espíritu son inseparables: la experiencia del Espíritu se hace en la Iglesia y da acceso al misterio de la Iglesia. Los carismas son tanto más preciosos cuanto más eficazmente contribuyen a edificar la Iglesia (1 Cor 12,7; 14,4...) y a consagrar el templo de Dios (1 Cor 3,16; Ef 2,22). El Espíritu, renovando sin cesar su acción y sus dones, trabaja constantemente por la unidad del Cuerpo de Cristo (1 Cor 12,13). Como espíritu de comunión (Ef 4,3; Flp 2,1), que derrama en los corazones el don supremo de la caridad (1 Cor 13; 2 Cor 6,6; Gál 5,22; Rom 5,5), reúne a todos en su unidad (Ef 4,4).

5. El Espíritu de Dios. "Un solo cuerpo y un solo espíritu..., un solo señor..., un solo Dios" (Ef 4,4ss). El Espíritu une porque es el Espíritu de Dios; el Espíritu consagra (2 Cor 1,22) porque es el Espíritu del Dios santo. Toda la acción del Espíritu consiste en darnos acceso a Dios, en ponernos en comunicación viva con Dios, en introducirnos en sus profundidades sagradas y en comunicarnos "los secretos de Dios" (1 Cor 2,10s). En el Espíritu conocemos a Cristo y confesamos que "Jesús es el Señor" (12,3), oramos a Dios (Rom 8,26) y lo llamamos por su nombre: Padre (Rom 8,15; Gál 4,6). Desde el momento que poseemos el Espíritu, nada en el mundo puede perdernos, puesto que Dios se nos ha dado y nosotros vivimos en él (cf LEON-DUFOUR, Espíritu de Dios, en vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1976, 302-303).