Cuarta etapa

EL DIOS DE LOS SABIOS

 

La corriente sapiencial fue naciendo a partir de una piedad interior que sentía que Dios es el auxilio único del hombre. El máximo bien de la vida consiste en estar en ese Dios y gozar de su dulzura. Dios es el amigo que protege a los que viven cerca de él y nunca los va a abandonar. El que tiene cerca de Dios lo tiene todo. Saber  vivir esto es la cumbre de la sabiduría.

Van descubriendo poco a poco que la sabiduría de Dios se ha introducido en la vida de los hombres de tal forma que lo cambia todo. Les renueva y les hace vivir de otra manera. La corriente sapiencial  ve a Dios como la fuente de toda plenitud.

La "sabiduría" es una especie de aureola de Dios, la expresión de su poder, el reflejo de su ciencia y de su fuerza. Él ha creado las cosas de forma perfecta. Todo su poder se funda en el saber y el orden, la armonía y la belleza.

Su sabiduría no se impone a la fuerza a los hombres. Pero los invita a participar de ella. Y el que vive dominado por la sabia fuerza de Dios en cierto sentido nunca muere.

La sabiduría de Israel deriva de la razón en diálogo con la fe.

Al comienzo se destaca la preeminencia del Dios de la alianza, de forma que parece que toda experiencia espiritual es experiencia de alianza. El Dios de la sabiduría, en cambio, es el Dios de la creación y del orden cósmico, que incluye también la salvación del hombre.

En la perspectiva del Dios de la alianza se pone hondamente de relieve la primacía de Dios. En la reflexión sapiencial la actividad y la creatividad humanas se ponen más de relieve, como si se tratara de subrayar la dignidad humana de semejanza con Dios.

La corriente profética desarrolla una reflexión de la historia como experiencia de salvación. La sapiencial das más importancia a lo individual y cotidiano.

En la historia de la salvación se pone más de relieve el devenir (pasado - presente - futuro) y la tensión hacia la meta última escatológica, el reino de Dios. El sabio considera más bien las constantes de la experiencia, dispuesto a captar lo que realiza al hombre por completo, como ser en relación con Dios, con los demás seres humanos y con el cosmos.

El "temor de Dios", típico de la corriente sapiencial, reviste una gran importancia para indicar la relación entre el hombre y Dios, relación que es de confianza y disponibilidad a buscar y cumplir su voluntad, convencidos que Dios es el único sabio capaz de dar auténtica felicidad. El que erige su propia sabiduría en contra de Dios camina hacia su ruina total. Por eso, prudentemente, el hombre sabio conoce sus límites, teme su ruina y busca con ardor el contacto, cada vez más cercano, pero nunca total, con el Sabio absoluto.

 

 

25. RUT y JONÁS: Dios UNIVERSAL, que ama a todos

 

Autores anónimos inspirados por Dios, escribieron estas maravillosas novelitas, llenas de espiritualidad, para combatir el puritanismo cerrado y racista de los judíos. En un estilo ágil, medio irónico, denuncian una mentalidad religiosa falsa: el nacionalismo cerrado: ellos, los varones judíos, se consideran los únicos queridos por Dios. Y piensan que Yavé debe despreciar a todos los que no son como ellos...

Rut representa a la mujer extranjera de corazón abierto y grandioso, amada y bendecida por Yavé. Jonás, en cambio, representa a esos seudorreligiosos que pretenden encasillar a Dios en los círculos estrechos de su egoísmo; ésos que hablan mucho de fe, pero no conocen lo que es un corazón abierto. Con una narración encantadora y profunda, estos dos libros muestran la misericordia entrañable de Dios, hasta para con los enemigos más terribles de Israel, las moabitas y los asirios: Yavé ama a todos los seres humanos, aun a los paganos.

Los dos parecen estar escritos en el siglo V, durante el gobierno de Nehemías y Esdras, en el que se insistió fuertemente en un cerrado nacionalismo. Por eso ordenan divorciarse a los que se habían casado con mujeres extranjeras, especialmente con moabitas, vecinos tradicionalmente enemigos de Israel. Se predicaba el desprecio a los extranjeros, creyéndose ellos los únicos estimados por Dios, a pesar de que ya algunos profetas habían insistido en la fe en un Dios universal.

 

El libro de Rut cuenta la historia de una familia judía que por hambre tuvo que emigrar al extranjero, a Moab justamente, y allá murió el marido y los dos hijos varones, ya casados con moabitas. La madre, Noemí, decide volver a su tierra, pero ruega a sus nueras que se queden ellas en Moab (1,9). Pero Rut le responde con firmeza: “No me obligues a dejarte yéndome lejos de ti, pues a donde tú vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir yo y ser enterrada. Que el Señor me castigue como es debido si no es la muerte la que nos separe” (1,16-17).

Ella, "la amiga", que eso significa su nombre, simboliza la fidelidad y la ternura hacia su suegra anciana y desprotegida. Al llegar a la tierra de la anciana, Belén, sienten la amargura del fracaso de sus vidas. Pero a Noemí la sostiene la fe en el Dios y en las tradiciones de su pueblo. Según la ley del levirato (Deut 25,5-10), los parientes más cercanos tenían la obligación de rescatar la tierra de su hijo muerto y darle al difunto un hijo de su esposa viuda. Ella piensa en Booz, y prepara a su nuera de forma que discretamente ella se dé a conocer a su posible nuevo esposo. Para eso la manda a espigar a los campos de él, que está cosechando la cebada, de acuerdo a la costumbre de dejar los rastrojos para forasteros y viudas (Lev 19,1-10; Deut 24,19). Y allá, después de sucesos encantadores, Rut y Booz se comprometen, se casan y tienen un hijo, al que "llamaron Obed, que fue el padre de Jesé y éste, el padre de David" (4,17).

Estaban en vigencia las directrices de Esdras, que prohibían los matrimonios con mujeres extranjeras y ordenaban el divorcio si es que ya estaban casados (Esd 9 - 10). La historia de Rut es una protesta maravillosa en contra de tanto rigorismo. Tanto insistir en la pureza de la raza, de forma que sólo "valían" los descendientes de David, y resulta que David era nieto nada menos que de una moabita. Rut, aunque de origen pagano, observa una conducta ejemplar, fruto de una opción personal, mucho más valiosa que su procedencia étnica. Y su matrimonio fue totalmente legal, aprobado por todo el pueblo (4,9-10). Al elegir ella la tierra y el Dios de Noemí revela que la tierra y el Dios de Noemí es ya la tierra y el Dios de todos los hombres y mujeres del mundo. El Dios de Noemí es el Dios de todos los que, como Rut, viven el riesgo de la fe, la cotidianidad del amor y la apertura a la esperanza.

Rut es una maravillosa denuncia profética, por los caminos femeninos de la fidelidad y la ternura, en contra de leyes inhumanas... Ella es una especie de evangelio anticipado: la buena noticia de la universalidad de la misericordia de Dios. En Rut, la extranjera, todos los que están lejos comienzan a sentirse cerca.

 

Jonás queda asfixiado para mucha gente en el vientre de la ballena, sin poder degustar lo sabroso de su enseñanza, por no interpretarlo desde su género literario, que es de  novela didáctica, de la misma época que Rut. Un nacionalismo cerrado hacía creer a los judíos que Dios no podía querer ni perdonar a los pueblos paganos; la alianza divina era sólo con ellos y sólo a ellos debía ayudar Yavé.

Dios le pide a este profeta nacionalista que vaya a predicar a Nínive, símbolo de la más cruel corrupción, "ciudad sanguinaria toda llena de mentira, de violencia y de robos" (Nah 3,1). Jonás no quiere ir, pues piensa que a ese tipo de paganos no hay que darles ni siquiera una oportunidad de conversión. Por ello emprende viaje justo en dirección contraria, "lejos de la presencia de Yavé" (1,3). Pero hasta en su camino de evasión le alcanzó Dios. Hay una gran tormenta y todos piensan que él es el culpable, lo arrojan por la borda y se lo traga un gran pez... Jonás no tiene más remedio que cambiar rumbo y dirigirse a Nínive, donde predica con fervor el castigo inminente de Dios.

Pero la ciudad se siente tocada por Dios, confiesa sus pecados y pide esperanzada la misericordia de Dios (3,9). Jonás anuncia calamidades y la ciudad entiende conversión. Él  espera ver con gozo el odio de Dios contra aquella ciudad, y Dios realiza el disparate de tocarle el corazón y manifestar así su misericordia. Jonás habla de un Dios de venganza, pero Dios se despliega en manifestarse como Dios de misericordia, insospechado por su profeta, que no juzga con sus criterios resentidos. "Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían arrepentido de su mala conducta, se arrepintió él también de sus amenazas y no los castigó como los había amenazado" (3,10). Aquella sociedad centrada en el lujo (vestidos) y la satisfacción (comida), invierte su conducta, en gesto de pobreza solidaria (arpillera y ayuno).

Entonces Jonás se enoja en grande. En vez de alegrarse por el éxito de su predicación y dedicarse a ayudarles en sus buenos deseos, aquel profeta orgulloso se retira a un cerro cercano, en espera que Dios haga lo que tiene que hacer: destruir de la forma más cruel a aquella ciudad maldita. Se siente fracasado y burlado por Dios; él estaba muy dispuesto a anunciar calamidades a aquellos pecadores, pero de ninguna manera quería ayudarles a cambiar de vida. Lo único que buscaba era que brillara el rayo justiciero de Dios. "Jonás se disgustó mucho de que Yavé no hubiera castigado a los ninivitas" (4,1). Por eso espera a ver si Dios hace lo que tiene que hacer: castigar.

Y se encara con Dios: “Ah, Señor, yo tenía razón cuando estaba en mi casa. Precisamente por esto traté de huir a Tarsis. Yo sabía bien que tú eres un Dios clemente y misericordioso, paciente y lleno de bondad, siempre dispuesto a perdonar. Ahora, pues, Yavé, te ruego que me quites la vida. Prefiero morir a vivir de esta forma” (4,2-3). Esto es el colmo de la necedad. Jonás merece ser nombrado patrono de los necios. Se entristece hasta desear la muerte viendo la conversión de los "malos". Le asusta quedarse sin paradigma que le sirva para la identificación y justificación de su propia bondad. Le enoja que "su" Dios sea un Dios de todos, abierto a misericordias sin fronteras.

Pero aquel Dios misericordioso para con los extraños, se presenta cercano para con Jonás también, pero con una pizca de ironía. Cariñosa y pacientemente le toma el pelo. Primero le hace crecer una planta que le libre de aquel calor sofocante, con lo que consigue, pro primera vez que el profeta se alegre siquiera un poco. Pero enseguida la planta se seca y Jonás vuelve fieramente a su enojo. Dios se le acerca y le pregunta con cariño: “Jonás, ¿crees tú que tienes razón para enojarte así?” (4,4). “¿Te parece bien enojarte por este ricino?” Y él le repite groseramente: “Sí, tengo razón para estar enojado hasta el punto de querer morir” (4,9).

La respuesta de Dios es maravillosa. Con humor dialogante le hace reflexionar a Jonás: “Te afliges por un ricino que no te ha costado trabajo alguno y que no has hecho crecer, que en una noche ha nacido y en una noche ha muerto. ¿Cómo, pues, yo no voy a tener lástima de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir el bien y el mal y gran cantidad de animales?” (4,10-11).

En un lenguaje sencillo, al alcance de toda clase social, este excelente librito nos muestra el rostro de un Dios compasivo y lleno de humor, dentro de una dura crítica socio-religiosa a los que, como Jonás, pretenden vivir su fe en el orgullo, el particularismo y la comodidad. Con cierta ironía presenta a los paganos más receptivos de la acción de Dios, que los oficialmente creyentes; habla de buenos paganos y malos creyentes... Nínive, cueva de ladrones, ciudad que se destruye a sí misma, se convierte en campo de fraternidad, en el que existe futuro para todos, incluso los animales.

Jonás está lejos de los sentimientos de Dios. Se molesta por la misericordia de Dios porque no cree justo su procedimiento. Se alegra o se enoja sólo por lo que toca de cerca su vida. Jonás representa  al creyente orgulloso y despechado, resentido e ingenuo, que replica con su enojo al humor y la grandeza de Dios. Le falta corazón para amar y para dejarse amar y, por consiguiente, para colaborar con el amor misericordioso de Dios. Pero se siente acorralado por Dios, enojado con él, pero, a pesar de todo, buscándolo siempre, aun a pesar suyo.

El libro presenta a un Dios que quiere y busca la conversión de los "malos". Él es tanto para los demás, aun para los "malos", como para uno mismo: "un Dios clemente y misericordioso, rico en amor" (4,2), capaz de realizar profundas conversiones recreadoras. La misericordia universal de Dios hace posible la conversión de todos, aun la de los más perversos.

 

Texto para dialogar y meditar: Jon 4 (Dios y Jonás)

1. Recordemos las circunstancias históricas en las que se escribieron estas dos novelitas.

2. ¿En qué coinciden los dos libros sobre la visión que dan de Dios?

3. ¿Hasta qué punto nos parecemos nosotros a Jonás?

Repitamos las palabras de fidelidad de Rut a su suegra: Rut 1,16-17.

 

 

26. CANTAR: el Dios de los enamorados

 

En la Biblia no estaría recopilado todo el acontecer humano si faltase la expresión del amor varón/mujer. Dios reveló a través de su pueblo todas las posibilidades humanas. Y una de ellas es la relación amorosa. Cuando el autor escribe: "¡Que me bese con los besos de su boca! Tus amores son un vino exquisito" (Cant 1,2-3), ¿por qué no entender el mensaje tal como se nos da, sin sentir necesidad de espiritualizarlo?

Este librito es sencillamente una colección de diálogos entre una pareja de enamorados, "pastor de azucenas" y "señora de los jardines". Son canciones con dos protagonistas por igual. El y ella, sin nombres propios, representan a todas las parejas de la historia que repiten el milagro del amor.

Está redactado seguramente durante la época de la dominación persa, algún tiempo después de la vuelta del destierro de Babilonia. Y su mensaje es de una gran originalidad, pues va contra corriente de la cultura de entonces, tan despreciadora y manipuladora de la mujer. No se hacía valer a la mujer por sí misma, sino por los hijos y por las ventajas que pudiera traer al varón. Ella no podía expresar nunca lo que sentía y quería. No se le valoraba en su singularidad. Jamás se le ponía en plano de igualdad con el varón. No se ha encontrado en todo el Medio Oriente antiguo un testimonio de amor femenino como éste, tan directo, tan fino y tan lleno de entusiasmo.

En el Cantar es la mujer la que deja que hablen los deseos de su corazón. Canta lo que sueña despierta, deseando un amor tan fiel y tan fuerte, que ni distancia ni tiempo lo puedan apagar. No se trata de ninguna dama refinada. Es una campesina, "bronceada por el sol", orgullosa de ser una "hermosa morena", que sabe lo que es trabajar (1,5-6). Pero no es nada ingenua. Es una joven segura de sí misma, que sabe elegir y cuidarse. Sus hermanos no tienen por qué decidir por ella (1,6). La fuerza de su amor triunfa sobre el peso de las costumbres y sobre las presiones familiares.

Es el sueño, la añoranza, el deseo de una mujer enamorada lo que aquí se nos entrega. La dura realidad de no estar con su amado la conmueve tanto, que su anhelo enciende su fantasía. Expresa con fuerza y ardor lo que le estaba prohibido: sentir y querer como mujer. Ama, sueña y llora como mujer, y esa sinceridad es su grandeza. Ella está dispuesta a hacer lo imposible con tal de unirse para siempre a él. Toda su vida es para su amado, toda su preocupación va hacia él, toda ella es para él...

No es ella la cantada en estos versos, sino que es ella la que expresa sus ansias de amor. Ella es la que se regocija con la belleza del cuerpo masculino, la que contempla el cuerpo del varón como una obra de arte. Es ella la que se extasía ante el recuerdo de su amado. Es ella la que sueña con lo que quiere que le diga él. Es ella la que canta la posesión, la unión, el sosiego y la transformación que opera la unión de los cuerpos (5,2 - 6,3).

En la "danza del amor" (7,1 - 8,4), se describe la belleza corporal de la mujer, sin ningún tipo de puritanismos, pero con fina elegancia. No se trata de un cuerpo que se vende: ¡se admira a una mujer!. No es un medio de seducción y de propaganda; es una mujer que goza y sabe compartir la alegría. Se canta a toda la belleza y a todo el encanto de la mujer, sin despreciar o devaluar ningún aspecto de ella.

"¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, en tus delicias!

Tu talle se parece a la palmera; tus pechos, a los racimos.

Me dije: subiré a la palmera, a sacar frutos.

¡Sean tus pechos como racimos de uvas

y tu aliento como perfume de manzanas!

Tus palabras sean como vino generoso,

que va derecho hacia el amado

fluyendo de tus labios cuando te duermes" (7,7-10).

Lo mismo encontramos en el capítulo 4. El jardín es ella, la fuente es ella, los perfumes son ella, y lo que quiere es que su amado goce con ella.

El canto contenido entre el 1,7 al 2,7 se podría llamar "locura de amor". Ella quiere ser para él perfume; quiere agradarle y dulcificarle la vida toda. Con su amor ella le arrulla a él, le devuelve la tranquilidad y la inocencia. Es una especie de éxtasis. Ella lo hace nadar entre aromas de flores y perfumes, lejos de las asperezas de la vida. En él llena ella su vida y en ella él.

La enamorada desea que él la acepte con toda el ansia de su corazón, para que goce del bálsamo y la mirra, de la miel y del panal, de la leche y del vino, o sea, de las maravillas de la creación entera concentradas en ella. Toda la alegría de la naturaleza se encuentra concentrada en el encanto y la entrega de la mujer amada. Ella es su sosiego, su paz y su vida.

En el Canto se celebra al hombre que sabe conquistar, pero que también sabe respetar y admirar.

El libro canta la plenitud de la unión personal, que, desde su centro, ilumina y transfigura el mundo entero: primavera, flores y frutos, bosques y jardines, valles y montañas... El amor los nombra y, al nombrarlos, los coloca alrededor de él. Los prejuicios, inhibiciones y espiritualismos aquí no existen; sólo la expresión espontánea de dos seres que se aman en medio de un pueblo que ha sufrido la explotación y la masacre. El Cantar libera al amor humano de las ataduras del puritanismo y al mismo tiempo del libertinaje del erotismo.

¡Qué lejos estamos en este texto del amor hebreo primitivo, en que casi la única cosa que preocupaba era la procreación! Aquí lo que de verdad interesa a esta pareja es el amor interpersonal, un amor cargado de emoción y de cariño. "Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí" (7,11). "Su izquierda bajo mi cabeza y su derecha me abraza" (8,3).

En aquel ambiente tan tentado de poligamia se canta la unicidad de la persona amada (6,9). Se canta a la permanencia en el amor (8,6), donde era tan fácil la separación. Se canta un amor de igualdad (1,15-16; 2,8; 3,1), donde tanto se despreciaba a la mujer. En un ambiente tan sacralizado se valora  la profanidad de un amor natural y realista, lejos de la beatería (4,1-5). Se reivindica la libertad en la elección (6,3), en aquel ambiente en el que los padres elegían a las novias (8,8)...

El Cantar de los Cantares es la carta magna de la liberación de la mujer y, por lo tanto, también del varón. En él se libera al sexo de todas sus miopías y mezquindades. El sexo de los hijos de Dios no embrutece, sino que humaniza. Cuando es verdadero, acerca al Dios que lo creó. Es una manera de hablar de Dios, fidelidad y ternura...

El optimismo de la amada y del amado en el Cantar de los Cantares es total, aun teniendo muy presentes las dificultades del camino emprendido. Se trata de una síntesis apretada de amor y de gozo, de sufrimiento por la separación, de búsqueda febril de una presencia llena de encantos, de deseos de unión consumada, de amor eterno...

Quien no crea en el amor de los enamorados, quien tenga que pedir perdón del cuerpo, muy difícilmente podrá descubrir lo que es el amor de Dios; en cambio, afirmado el amor humano, es posible descubrir en él la revelación de Dios, que "es amor".

¿Dónde radica su fuerza religiosa, para que se encuentre entre los libros inspirados? La respuesta parece estar en estos versículos:

"Hijas de Jerusalén, yo les ruego...

que no despierten ni molesten al amor,

hasta cuando quiera" (2,7).

Esta secuencia recorre el Cántico como indicando un camino de interpretación (3,5 y 8,4). Ruega que no se despierte ni se desvele al amor porque el amor es un misterio. Un maravilloso misterio, que cuando surge arrolla con poderosa fuerza creadora. La relación amada-amado va mucho más allá de lo que ellos mismos pueden imaginar. Cuando un hombre y una mujer experimentan este misterio, salen fuera de sí mismos, buscándose y entregándose el uno al otro. En cuanto el amor despierta dentro del corazón humano, le envuelve el misterio y le obliga a salir fuera de su realidad para encontrar la del ser amado. Ya no son dos.

En la donación amorosa de la pareja está la raíz de lo religioso. No es preciso buscarlo en la alegoría. Los besos del amado y no otros son los que busca la amada. Y en ellos el misterio que le remite al otro, para, en el otro, darse cuenta de que hay Otro que abarca y completa lo más íntimo de su ser. Se descubre a sí mismo allí donde se pierde la identidad en el ser amado. El Cantar avisa de este "anonadamiento", de esta perdición. Por ello alerta: "No despierten al amor". Ante él, no somos nada. Pero, paradójicamente, ante su misterio nos convertimos en más humanos.

Cuando el amor se "despierta ", la persona queda inmersa en su luz. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?: "Que estoy enferma de amor" (5,8), dirá el Cantar. El humano no posee al amor; es éste quien le posee a él. El hombre o la mujer "caen" en amor con alguien. Y en el vacío de esta caída experimentan que el misterio existe, pues lo sienten en su propio corazón.

Cuando se descubre la vida que hay en los besos del amado, la separación es muerte. Nada importa más que el amor, aunque existan cosas a primera vista más importantes. El amor es fuerte, exigente, exclusivo... He ahí el misterio.

Todo sufrimiento carece de importancia cuando el amor envuelve a la pareja. No importa la propia seguridad. Nada puede separar a los que se aman con un amor sin mentira. Pues el amor es vida; es el gran misterio, que una vez descubierto sólo queda decir:

"Grandes aguas no pueden apagar el amor,

ni los ríos anegarlo" (8,7).

Este final del Cantar resume todo lo dicho. Nada puede detener la fuerza del amor cuando nace en el corazón humano. Y todos los tesoros son nada para adquirirlo, pues es imposible comprarlo. El amor es un don que nos viene de forma gratuita. El hombre y la mujer ante el amor son nada, pues el amor es la llama de Dios.

"Es fuerte el amor como la muerte,

y la pasión, tenaz como el infierno.

Sus flechas son dardos de fuego, como llama divina" (8,6).

Si sabemos amar con esta intensidad y esta pureza, si sabemos entregarnos así, por entero, una llamarada de Dios está ardiendo en nosotros...

Para poder hablar de Dios, el Cantar nos invita a descubrir primero el encuentro sorprendente, emocionado, creativo de dos enamorados. Sobre ese fondo podrá adquirir más sentido nuestra vida y podremos así hablar de Dios. A quien nos pida: demuéstrame que hay Dios, debemos responderle: ¡hablemos del amor! Descubramos, cultivemos y gocemos su misterio. Ese es el sello y garantía de la presencia de Dios sobre la tierra... Más allá del pecado, hay en nuestra vida amor emocionado: en él se descubre y vuelve a ser posible lo divino

 

Texto para dialogar y meditar: Cant 2,8-17; 8,5-7

                                            (la fuerza del amor)

1. ¿Qué impresión nos da la interpretación sobre el Cantar que hemos visto acá? Dialoguemos sobre ello.

2. ¿Nos parece que así pueden ser los deseos de una mujer enamorada? ¿Alguien se atreve a contar con dignidad lo que siente y desea al enamorarse?

3. ¿Qué lecciones sacamos del Cantar? ¿Por qué el Cantar de los Cantares es un libro religioso?

Si somos pareja, leernos mútuamente trozos del Cantar.

 

 

27. JOB: Experiencia conflictiva de un Dios siempre mayor

 

El libro de Job cuestiona fuertemente, desde el problema del sufrimiento del inocente, el conocimiento sobre Dios que se tenía hasta entonces.

Ya había quedado claro en la revelación progresiva que Dios se revela a partir de la historia, de los problemas concretos de los seres humanos. Pero en la historia hay muchos problemas sin resolver, y uno de ellos es el misterio del sufrimiento del inocente. Siempre se había afirmado que Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Por ello se pensaba que el sufrimiento viene como castigo de Dios a un mal comportamiento. Pero la experiencia muestra que mucha gente buena sufre demasiado y muchos malvados, en cambio, viven opulentamente. De esta constatación de la realidad nace, vibrante, el libro de Job.

¿Es cierto que Dios prueba al que sufre? ¿Todo sufrimiento es castigo de Dios? ¿Es justo Dios? ¿Por qué permite que sufran los inocentes? ¿Por qué hay tantos sinvergüenzas al parecer bendecidos por Dios? ¿Tiene Dios un plan sobre el mundo? ¿Es él Señor de la Historia, o el mundo se le ha escapado de las manos?...

El libro de Job está dedicado a estos temas. El Eclesiastés y el Apocalipsis lo profundizarán más tarde.

El personaje Job, en cuanto tal, no es histórico. El autor del libro, un gran artista desconocido, partió de un cuento persa muy antiguo, que colocó en prosa al comienzo y al final de su obra. En medio él le colocó una cuña poética muy larga, que es precisamente el mensaje inspirado. Si nos fijamos sólo en el cuentito, nos quedaríamos sin el mensaje que quiere dar el libro.

 

a) Job protesta contra Dios

Job es modelo de rebeldía sincera ante Dios; y no de paciencia, como se suele opinar. Él protesta con fuerza en contra de las "injusticias" de Dios, pero con realismo y sincera búsqueda de la verdad.

Los personajes del libro son presentados como si se tratara de una obra de teatro:

- Job sentado sobre un montón de estiércol, desnudo, en una sola llaga, rascándose con un pedazo de teja vieja.

- Tres amigos que vienen a consolarle: Elifaz, el mayor, Bildad y Sofar.

- Después viene un joven pedante, que lo sabe todo y no deja que nadie le replique: Elihú.

- Y al final aparece Dios.

Los amigos insisten en que Dios es justo. Y si Job sufre tanto, es porque es pecador y merece semejante castigo.

Job rechaza enojado este enfoque, oponiendo su experiencia personal, pues él ha buscado siempre con honradez a Dios y a pesar de ello sufre más que nadie. La explicación tradicional no se acomodaba a su caso. No está claro que el que sufre es por castigo de Dios; se ve en la realidad que Dios no premia a los buenos ni castiga a los malos.

Sus interlocutores se rasgan sus vestiduras, escandalizados, tratando de hacer callar a Job. Y como él insiste en su postura, los "amigos" se sienten obligados a defender a Dios de forma insistente y machacona.

Por turno habla cada uno de los amigos, y a todos le contesta Job, cada vez más enojando.

Job aparentemente blasfema. El comienzo de su diálogo es directo: “¡Maldito el día en que nací!" (3,3). Y su sinceridad es total: "Me siento henchido de palabras y su rebeldía me oprime las entrañas; estoy a punto de estallar, como vino encerrado en cueros nuevos. ¡Quiero hablar y desahogarme!" (32,18-20).

Su enfrentamiento es directamente con Dios: "Estoy horrorizado ante ti, Señor, y cuando reflexiono, te tengo miedo" (23,15). "Me entregas a los injustos y me arrojas en manos de los malvados... Me golpeas por el cuello y me haces pedazos... Traspasas mis entrañas sin piedad y derramas por el suelo mi hiel. Me llenas de agujeros y te lanzas contra mí como un guerrero" (16,11-14). "Me asustas con sueños y me ate­rrorizas con visiones. Preferiría ser sofocado: la muerte antes que estos dolores" (7,14-15).

Siguiendo la interpretación tradicional, a Dios le hace culpable de su desdicha: "Eres tú el que me perjudica y me envuelves con tu red" (19,6). "Tus terrores se han desplegado contra mí" (6,4). "¿Por qué me has tomado como blanco de tus golpes? ¿En qué te molesto yo a ti? ¿Cuándo apartarás de mí tus ojos y me darás tiempo de tragar saliva?" (7,21.19). "Como un león me persigues; te gusta triunfar sobre mí. Redoblas tus ataques y tu furor aumenta en contra mía; tus tropas de refresco me asal­tan sin tregua" (10,16-17).

Por eso quiere enfrentarse con el mismo Dios: "Yo esperaba la dicha, pero llegó la desgracia; esperaba la luz, y vino la oscuridad" (Job 30,26). "¡Ojalá hu­biera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma! ¡Que me responda el Omnipotente!" (31,35). "¡Si hubiera un juez entre los hombres y Dios!" (16,21).

No entiende a Dios: "Clamo a ti y tú no me respondes; me presento, y no me haces caso" (30,20). "¡Dime por qué me has deman­dado!" (10,2).

Sueña con que Dios le deje tranquilo: "¡Déjame! Ves que mis días son un soplo. ¿Qué es el hombre para que te fijes tanto en él y pongas en él tu mirada, para que lo vigiles cada mañana y lo pongas a prueba a cada instante? ¿Cuándo apartarás de mí tus ojos y me darás tiempo de tragar mi saliva?" (7,16-19).

El paso previo para aceptar un nuevo tipo de fe en Dios es justamente la percepción del dolor ajeno. Desde su dolor Job se da cuenta de que hay gente que sufre más que él. Entonces, al salir de su círculo estrecho, su rebeldía se hace aun más profunda, y así se va acercando a la realidad de Dios.

Su rebeldía se descentra de sí mismo y se abre a la realidad escalofriante que le rodea. "¿Por qué siguen con vida los malvados y llegan a viejos, llenos de poder?... Nada perturba la paz de sus hogares... Ellos tienen a su alcance la felicidad, a pesar de que tú no estás presente en sus proyectos" (21,7.9.16).

Su dolor le había acercado a la miseria de los campesinos, explotados y empobrecidos. Habla de ellos con cercanía y solidaridad: “Los mendigos tienen que apartarse del camino; todos los pobres del país han de esconderse. Como los burros salvajes en el desierto, salen a buscar su alimento; aunque trabajan todo el día, no tienen pan para sus hijos… Pasan desnudos la noche, sin tener qué ponerse, sin un abrigo contra el frío. Están empapados por la lluvia de las montañas; sin tener dónde guarecerse se sujetan a las rocas, y sienten hambre mientras llevan las gavillas” (24,4-10). “Debilitados por el hambre y la miseria, ya no tienen fuerzas. Roen las raíces de la estepa… Recogen hierbas por los matorrales… Los expulsan de la sociedad, y se grita tras de ellos como tras un ladrón” (30,2-5).

Él se da cuenta de la causa de tanta miseria: “Los malvados cambian los linderos, roban el rebaño y su pastor. Se roban el burro de los huérfanos; toman en prenda el buey de la viuda. Se arranca el huérfano del pecho materno; se toma en prenda al hijo del pobre…” (24,2-3.9).

Job es consciente de que la pobreza extrema de su pueblo es resultado de la injusticia. Y esa conciencia le da valentía para enfrentarse con el dios establecido que predican sus opresores. Combate la teología que afirma que su miseria es resultado de sus pecados.

Al quejarse del Dios tiránico y al acusarlo de destructor y caprichoso, se está negando Job a aceptar que éstos sean verdaderamente rasgos divinos. En el fondo, confía en que su oración y su dolor se constituyan en intercesores suyos ante un Dios al que a veces llama "mi testigo" (16,19) y "mi defensor". Él intuye que Dios no está de acuerdo con la desgracia que sufre. Por eso en medio de tanta desesperación, rasgan sus tinieblas repentinos rayos de esperanza: "Bien sé yo que tú eres mi de­fensor y que tú serás el que hable el último... Aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, te veré. Con mis propios ojos he de verte, yo mismo y no un extraño. ¡Mi corazón desfallece esperándote!" (19,25-27).

En el fondo, la rebeldía terrible de Job en contra de Dios, muestra su sincera búsqueda de Dios. Poco a poco se va dando cuenta de que su rebeldía es en contra de la imagen de Dios que siempre le han presentado y que ahora se la refriegan con frenesí sus fanáticos amigos. Pero él sigue dirigiéndose directamente a Dios, aunque sea con rabia. Y empieza a entender que su rebeldía es en contra del Dios “trucho” que premia a los buenos y castiga a los malos. Se da cuenta que esos amigos ni son amigos, ni conocen a Dios. Y lo que predican no proviene de Dios: son profetas falsos, “charlatanes”, “médicos que no sirven para nada” (13,4). Sus razones “son como sentencias de ceniza y sus argumentos son de barro” (13.12).

 

b) Dios se encuentra con Job

Job había retado a Dios, y Dios se le presenta “desde la tormenta”.  El Dios alejado e incomprensible, viene hasta él, en respuesta a su desafío (38,2-3; 40,2.7).

Tres son las intervenciones de Yavé (38,2 - 39,30; 40,6 - 41,26; 42,7-8). La primera insiste en el proyecto divino, que da sentido a su obra creadora. La segunda subraya el justo gobierno divino; su libertad, su gratuidad y su dominio soberano sobre toda la creación. En la tercera, Dios apoya a Job y critica a sus amigos.

Dios le hace ver a Job que sus designios son muy superiores a la capacidad de comprensión de los hombres. Para ello invita a Job a recorrer con él la creación, que, aun en los detalles más minuciosos, manifiesta su poder y su sabiduría.

No contesta directamente al reclamo de Job. No le dice por qué sufre. Muy poco se refiere al sufrimiento humano o a las injusticias sociales, que son los puntos justamente sobre los que le cuestiona Job. En esto sigue callado. Pero le agobia a Job con preguntas para las que él no tiene respuesta.

La fina ironía de las preguntas de Dios pone de manifiesto la desigualdad entre Dios y Job. Ante el hombre anonadado desfila la creación entera, llena de hermosos misterios sin respuesta (38,4-41). Job no sabe del tiempo en que paren las ciervas (39,1-4), ni puede jugar con el cocodrilo (40,25-32), ni con el hipopótamo (40,15-24). Tantas maravillas las hace Dios gratuitamente, aunque no sean útiles a nadie. No todo ha sido creado para el servicio del hombre. “¿Querrá el búfalo trabajar para ti?” (39,9). “¿Se comprometerá contigo el cocodrilo para servirte toda su vida?” (40,28). “Cuando el halcón despliega sus alas hacia el sur, ¿acaso es por consejo tuyo?” (39,26). “¿Tiene tu brazo la fuerza de Dios y sabe tronar como él?” (40,9).

Job ante tanta grandeza es ignorante y pequeño. “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?” (38,4). Su problema personal es absorbido dentro del universal y cósmico, puesto que el misterio no se reduce a una persona particular, sino que está presente en todas partes.

Job, ante tan hermosas y sabias maravillas creadas por Dios, tiene dos reacciones sucesivas. La primera vez responde a Dios totalmente resignado (40,4-5): sólo he dicho tonterías, no volveré a hablar más. Pero Dios no acepta esta actitud humillante negativa: no quiere que Job tape del todo sus rebeldías y se retire del debate. Por eso Dios vuelve a la carga con un segundo discurso.

En su segunda respuesta (42,2-6) Job hace un maravilloso acto de fe. Reconoce que Dios tiene hermosos proyectos, que él mismo controla y es capaz de llevarlos a buen término. El mundo, por consiguiente, no es un caos, ni se le ha escapado de las manos a Dios. Pero admite que él no conoce ni puede entender a fondo sus proyectos. Hay un orden en el mundo que es tan grande que no alcanzamos a comprenderlo. Dios tiene lindos proyectos, que los va poniendo en marcha por sus propios caminos. Por eso Job cambia de actitud: “Me bajo del polvo y las cenizas” (42,6) (del montón de estiércol); dejo de ser un amargado quejumbroso, y me pongo en las manos de Dios, fiándome de él, aunque no entienda del todo lo que hace y cómo lo hace.

A primera vista parece que Dios no responde al reto de Job. Pero no es así. Dios responde a las expectativas de Job, pues ataca el problema de frente, aunque de una forma inesperada. A lo que no responde Dios es a las expectativas de los amigos. Ellos esperaban que, como respuesta al desafío de Job, Dios lo acallara definitivamente con un severo castigo (20,23.26-27). Y Dios no lo castiga, sino que lo alaba y lo premia.

Job pedía encontrar a Dios (13,15-16). Y Dios se le manifiesta abiertamente, aunque no como él lo quería. Job deseaba, aún más que verse libre de su dolor, dialogar, discutir con Dios (13,20-24). Y consigue que Dios se le presente y le converse. Así lo reconoce él: “Ahora te han visto mis ojos” (42,5). Pero Dios le demuestra a Job que no es nadie para discutir con él. Dios, que sabe tanto, ha de saber también la razón por la que el justo sufre. El no tiene que dar cuentas a nadie.

Pero no le echa en cara a Job ninguna clase de delitos, con lo cual le da la razón sobre su inocencia. Además, Job pedía una tregua en su sufrimiento (10,20), y lo consigue ampliamente. En su paseo cósmico de la mano de Dios Job se siente internamente reconciliado con él, aunque le escuezan sus preguntas. Dios ciertamente se dirige a él con un poco de ironía, pero nunca con hostilidad. No le dice palabras explícitas de consuelo, pero le basta su tono persuasivo, capaz de serenarle.

De sus amigos Job esperaba lealtad, comprensión, palabras persuasivas (6,14.24-25). Pero lo que no encontró en los amigos, lo encontró en Dios: en medio de sus angustias ha encontrado compasión, comprensión, razones persuasivas.

Al final, en su tercera intervención, Dios da la razón directamente a Job y condena a sus amigos (42,7-8). Job en su dolor había desafiado con sinceridad a Dios y no aceptó las teorías de sus amigos. Y su postura es aprobada por Dios, que no reprocha a Job ni pecado en su vida anterior, ni blasfemia en sus reclamos.

Al dar la razón a Job, Dios echa por tierra la espiritualidad oficial de entonces. La “sabiduría” de los cuatro compañeros de Job no sirve para consolar a nadie de su dolor. Ni menos, para comprender o defender a Dios (42,7). Los que pretendían ser los defensores de Dios, resulta que son los condenados por Dios. Y necesitan la mediación del irreverente Job para que Dios no tenga en cuenta su necia “temeridad”.

Estos capítulos finales nos hablan del encuentro de dos libertades. La libertad de Job se expresa en su queja y rebelión; la libertad de Dios se manifiesta en la gratuidad de su amor, que no se deja encerrar en un sistema de premios y castigos. La libertad de Job alcanza su madurez cuando encuentra directamente al Dios de su esperanza; la libertad de Yavé se manifiesta revelando que en el fundamento del mundo él colocó la gratuidad de su amor, y que sólo así se comprende el sentido de su justicia.

Aunque Dios no había contestado directamente a las preguntas de Job, éste, extrañamente, afirma: “Yo te conocía sólo de oídas; pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5). Su respuesta desconcierta, pues el Todopoderoso sólo había descargado sobre él una inmensidad cósmica de sabiduría. ¿Por qué dice que sus ojos han encontrado ya a Dios?

Job había sido tan rebelde precisamente porque siempre esperó el encuentro personal con Dios. En medio de su dolor ya había dicho antes: “Bien sé yo que mi defensor vive y que él hablará el último... Yo me pondré de pie dentro de mi piel y en mi propia carne veré a Dios. Mi corazón desfallece esperándolo” (19,25-27). Esto es justamente lo que ahora se realiza, pues ningún proyecto de Dios es irrealizable. El mundo no es un caos, como él se había imaginado. Lo sería, si fuera verdad la teoría de la retribución personal terrenal que presentaban los amigos... Pero resulta que Dios tiene planes hermosos, y los realiza con plena libertad y gratuidad, aunque nosotros no nos demos cuenta.

No todo está aún claro para Job, pero ya no se deja ahogar por el mundo religioso de las creencias de su tiempo. Ahora sabe intuir que existen “cosas extraordinarias, superiores a mí”. Se refiere en primer lugar a la grandeza del proyecto de Dios. Job comienza a comprender el designio de gratuidad de Dios, que da pleno sentido a su voluntad de justicia en el gobierno del mundo. Las preguntas de Dios le han mostrado la libertad y el amor que encierra su proyecto. Dios es novedad permanente. En él se esconden aspectos insospechados. En las teorías de los amigos, en cambio, todo estaba ya fijamente preestablecido, como aprisionado en una camisa de fuerza.

Rechazando la teoría de la retribución, Job no queda liberado de la necesidad de practicar la justicia; de lo que queda libre es de la tentación de querer encerrar a Dios en una concepción estrecha e incorrecta de justicia.

El primer paso que dio Job para salir de su hundimiento fue su rebeldía; después se solidarizó con el dolor ajeno; ahora da el salto definitivo comprendiendo y aceptando el poder, la gratuidad y la libertad de Dios, que está más allá de todo espacio y de todo plazo.

No todas las incógnitas acerca del dolor humano están aún despejadas, pero el camino está ya trazado. Lo desconocido ya no es un monstruo que amenaza con devorarlo todo. Dios aparece ahora a Job con toda su libertad, fuera de las estrechas categorías teológicas con que lo querían aprisionar los demás...

Antes de haber sufrido, Job no era más que un sabio, consciente de su virtud. La experiencia del dolor le ha elevado hasta el conocimiento de Dios. En su fe desnuda y oscura, es donde más se acercó a la verdad de Dios. Desde el dolor supo encontrar a sus hermanos y a Dios; y escucharlos (40, 4-5; 42,2-6). En boca de los amigos Dios era sólo un tema de discusión; para Job es una persona largamente buscada y por fin encontrada.

Job rechaza las falsas imágenes de Dios frente al dolor. Nos enseña a no hacer callar al que sufre, sino a enseñarle a desahogarse delante de Dios. Y queda claro que Dios no necesita abogados que defiendan su fama. A él le agrada que sinceremos nuestras rebeldías. Pero no le gusta cuando lo tratamos de defender con grandes teorías, pero despreciando y atacando a los que sufre angustiosamente, sin saber por qué...

El libro de Job nos enseña a valorizar la dimensión orante de la protesta de los que viven en el basurero; nos enseña a valorizar la esperanza que anima a nuestro pueblo latinoamericano, creyente y oprimido en proceso de liberación… A pesar de tanto dolor y tantos fracasos, el pueblo no desespera… ¡Y en su resistencia, en su rebeldía y en su lucha encuentra a Dios!

 

Texto para dialogar y meditar: Job 42,1-9

                                         (última respuesta de Job y de Dios)

1. ¿Qué rebeldías hemos sentido también nosotros ante el dolor del inocente?

2. ¿Cómo hemos entendido la repuesta que da Dios a Job?

3. ¿Sabemos acudir con sinceridad a Dios en momentos de dolor profundo?

4. ¿Cómo ayudar a los que sufren con rebeldía?

Rezar despacio el salmo 74.

 

 

28. ECLESIASTÉS: El Dios de los pesimistas

 

El libro llamado Eclesiastés o Qohélet fue escrito seguramente al comienzo del dominio seléucida en Palestina a finales del siglo III o comienzos del II. Fue una época convulsionada, en la que el pueblo se sentía angustiado ante los nuevos problemas que acarreaba la cultura griega, traída desde Egipto. Estaban tironeados entre su fidelidad a la tradición y su deseo de asimilar las nuevas ideas y costumbres.

El autor dice de sí mismo que es un hombre de experiencia, que lo ha probado todo y se ha desengañado de todo, pero a pesar de ello no quiere amargarse la vida. Según él, la sabiduría tradicional, tanto la israelita como la griega, había fracasado de plano. Pero no encuentra una nueva salida. Ansiosamente desea conocer, pero sin éxito, los planes de Dios (3,11; 8,16-17; 11,5). Pero tiene la audacia de preguntarse con valentía sobre los problemas de la vida real.

No hay ningún tipo de orden en este libro. Es inútil buscar un plan sistemático en él. Como una noria, el autor da vueltas y más vueltas a la realidad de la vida y a lo que él mismo piensa. La unidad se la da su estilo crítico, realista, inconformista, sin miedo a lo contradictorio. Es inútil leer versículos sueltos, aislados del resto. Hay que tomar el mensaje en su conjunto, pues sus afirmaciones se completan y se matizan las unas a las otras.

Qohélet es un sabio de tipo tradicional, pero inconformista. La fuente de su inconformismo es la dura experiencia diaria, que es contraria a lo que generalmente afirman ingenuamente las personas religiosas. Él es escéptico, pero no fatalista; sarcástico, pero nunca indiferente. Se parece a Job en el planteamiento crítico de los problemas; pero no en las soluciones propuestas.

Observa que justos y pecadores experimentan la misma suerte (9,1-3). Peor aún: el justo sufre la suerte que debería estar reservada al malvado (7,15; 8,10). La sociedad está llena de injusticia y opresión (5,7; 8,9; 10,5-7). “En la sede del derecho está el delito; en el tribunal de la justicia está la maldad” (3,16). “Vi las lágrimas de los oprimidos, que no tienen quién los consuele; la brutalidad de los opresores, a los que nadie detiene” (4,1). De todo ha visto en su vida sin sentido: “gente honrada que fracasa por su honradez y gente malvada que prospera por su maldad” (7,15).

Y al final, todos son alcanzados igualmente por la zarpa de la muerte (2,14-16), presente siempre en sus reflexiones (1,4; 12,7). La muerte es la gran igualadora de todos (3,18-20). Según Qohélet la muerte es un final absoluto, en el que se aniquila toda esperanza (9,4-10).

Pero lo peor es que tampoco existe retribución en la vida antes de la muerte. No hay relación entre el esfuerzo humano y el buen éxito en la vida. Ni siquiera se puede esperar nada de la justicia de Dios. La vida es un continuo fracaso, un total absurdo (1,14.17; 2,1-26).

Ni siquiera la “sabiduría” puede traer la verdadera felicidad (1,12-13; 8,16). “Mientras más se sabe, más se sufre” (1,18). “¿En qué aventaja el sabio al tonto?” (6,8).

Pareciera que Qohélet es un pesimista radical: “Todo es vano y un correr tras el aire” (1,14). Todo lo critica él (2,3). “¿Qué le queda al hombre de todo su trabajo, sus preocupaciones, las noches sin sueño? Nada de esto tiene sentido” (2,23).

Sin embargo, no adopta Qohélet la figura del desesperado. Lo es menos que Job. No hay llanto en su libro. Comprueba el peso de plomo de la vida humana, pero no es radicalmente pesimista. Afirma que Dios da a cada uno la pequeña porción que hace a la vida aceptable (8,15; 9.7-9; 11,7-10). Hay un momento propicio para cada cosa (3,1-11). “Dios hace que cada cosa llegue a su tiempo” (3,10). “Cada asunto tiene su momento oportuno” (3,17).

Él realiza una búsqueda realista de la felicidad. Y cuando Dios da algo de felicidad, hay que saberla aprovechar con discreción, apreciándola y disfrutándola en sus justos límites. "Más vale tener un poco de reposo, antes que llenarse de preocupaciones por pescar el viento" (4,6). Es inútil la búsqueda desenfrenada de riquezas, pues "el que ama al dinero nunca tiene bastante" (5,9).

Quiere saber disfrutar de los bienes conseguidos como fruto del propio trabajo, que son los únicos auténticos. "No hay mayor felicidad para el hombre que comer, beber y pasarlo bien gracias a su trabajo. Pues me doy cuenta que esto fue ordenado por Dios: comemos y gozamos porque él lo ha dispuesto así" (2,24). "Lo mejor para el hombre es gozar de sus obras, porque ésa es la condición humana" (3,22). "Come tu pan alegremente y bebe gustoso tu vino, porque Dios ha bendecido tus trabajos" (9,7).

El testimonio de Qohélet en muchos aspectos es válido para nuestro tiempo, por su sensibilidad y sinceridad ante los problemas y por el modo realista de vivir la vida humana. Para el creyente cristiano es un hito más en el camino hacia Dios.

A Qohélet no le interesa directamente el problema de Dios, sino sólo en cuanto interfiere con el hombre. Reconoce a Dios como creador y juez (3,17; 11,9; 12,1), pero su obra es tan incomprensible, que es necio intentar descifrarla. “Dios está en el cielo y tú en la tierra” (5,1). “El hombre no puede pedir cuentas al que es más poderoso que él” (6,10). “Así como no sabes por dónde entró el aliento en el niño que tiene la mujer en su seno, así tampoco puedes conocer la obra de Dios que todo lo dirige” (11,5).

El Dios de Qohélet es un Dios misterioso. Su inmensidad es maravillosa, pero totalmente impenetrable. Él cree que Dios existe y actúa; pero de manera incomprensible. Por eso no le reta a Dios por los males que ve o sufre, al estilo de Job. No entiende cómo Dios gobierna la vida del hombre, pero cree que tiene el señorío de la vida y dispone de ella (8,15; 9,9; 12,7). Él es el que siembra en la vida bienes y males (7,14). Pero el gobierno divino rebasa la capacidad del entendimiento humano (3,11; 7,14; 8,17). No hay forma de cambiar las decisiones divinas: “¿Quién podrá enderezar lo que él ha torcido?” (7,13). “Yo sé que Dios actúa con miras a toda la duración del tiempo; a esto nada se le puede agregar ni quitar; y así Dios hace que los hombres le tengan respeto” (3,14). Se trata, pues, de un Dios sumamente distante de nuestro horizonte terrestre, una misteriosa inmutabilidad, ante la cual el hombre se rinde impotente.

Qohélet siente un temor respetuoso ante el poder indiscutible de Dios. La cálida relación con el misterio de Dios, propia de la teología de Israel, en Qohélet se enfría; es una relación real, pero lejana, de arriba abajo, en la que es imposible el diálogo. Qohélet expresa la profunda desolación de un judío que vive una existencia no sin Dios, pero sí sin un Dios salvador. Él es el único autor bíblico que abandona la visión de la historia entendida como proyecto divino en desarrollo progresivo mesiánico. Encuentra la historia carente de dirección; es como una cárcel de la que no es posible escaparse.

Qohélet critica ferozmente la teología tradicional de la alianza en la que se interpretaba la historia bajo los binomios “fidelidad-bendición” y su paralelo negativo “infidelidad-maldición”. Según él, la felicidad es ciega y carece de sentido.

En 4,17 - 5,2 el autor sintetiza su pensamiento acerca de la oración, con lo que trasluce una vez más su enfoque sobre Dios: “Camina con cuidado cuando entras en la casa de Dios. Acércate para escuchar; esto vale más que el sacrificio ofrecido por los tontos… No seas precipitado en el hablar, ni te comprometas con Dios a la ligera, porque Dios está en el cielo y tú en la tierra. Por eso, sé hombre de pocas palabras. Porque de las muchas preocupaciones nacen los sueños y del hablar sin parar, las palabras alocadas” (4,17-5,2).

Qohélet no cree en las palabras vacías que llenan los templos, que, según él, demuestran escaso conocimiento de la relación entre la criatura arraigada en la tierra y el Dios trascendente, relegado a su cielo desde donde lo controla todo. Él cree en un Dios misterioso, distante y superior, y en un hombre mezquino y balbuciente; por eso no recomienda mucho diálogo entre estos dos polos tan distintos.

A pesar de todo, Qohélet no tiene dificultad en admitir que Dios actúa bien, aunque no conozcamos sus proyectos, ni su manera de actuar. “No somos capaces de descubrir el sentido global de la obra de Dios desde el comienzo hasta el fin” (3,11). Por ello hay que saber acomodarse a este mundo, aunque nos parezca absurdo. “Cuando te vaya bien, aprovecha, y cuando te vaya mal, reflexiona: Dios manda lo uno como lo otro, de forma que el hombre nada sepa de lo por venir” (7,14). Qohélet invita a aceptar con sencillez lo malo y lo bueno de la vida; y cuando viene lo bueno, aprovecharlo sin complicarse la vida. “Dios hizo al hombre sencillo, y él es el que se busca tantos problemas” (7,29).

El testimonio de Qohélet es válido para nuestro tiempo por su sensibilidad y sinceridad ante los problemas y por el modo realista de vivir la tragedia humana. Nos enseña que también en las crisis, en el silencio mismo de Dios, se puede esconder, en forma paradójica, una secreta presencia suya, una palabra suya reveladora…

Desde la fe realista en un Dios encerrado en un cielo obscuro y tenebroso podemos emprender el camino hacia el Dios de Jesús, hecho voz humana, fragilidad, cercanía y solidaridad total…

 

Para dialogar y meditar: Qoh 2,1-26 (todo es vanidad)

1. ¿En qué nos cuestiona el lenguaje de Qohélet?

2. Hagamos un resumen de sus ideas principales.

3. ¿Cuál es su experiencia de Dios? ¿En qué nosotros, como cristianos, debemos completarla?

Rezar el salmo 73.