INTRODUCCIÓN

La esencia del ser humano es permanecer siempre en actitud de búsqueda: crecer sin fin en el conocimiento y en el amor. Llegaremos a la plenitud de nuestra humanidad en la medida en que dejemos a Dios que, de una forma libre y amistosa, nos ayude a crecer.

Vislumbramos el misterio de Dios en la medida en que avanzamos en la hondura de nosotros mismos y en el mundo que nos rodea. Vamos precisando los rasgos divinos según vamos interiorizando las huellas que va dejando él en nuestras vidas.

Dios está muy por encima de nosotros, pero lo que en nosotros está creando es el reflejo, la presencia y el latido de su mismo ser. Él se oculta y, a la vez, se manifiesta en nuestras vidas. Es una nebulosa viva dentro de nosotros, que, poco a poco, va tomando forma, en la medida en que nuestros deslumbrados ojos se van acostumbrando a distinguir su claridad.

Durante esta vida no podemos llegar al encuentro pleno y definitivo con Dios. Siempre quedan huecos para una creciente renovación de la experiencia. Se irán dando encuentros siempre nuevos y de ellos brotará una vivencia siempre nueva de Dios, cada vez más auténtica y profunda. Es que la profundización de la experiencia de Dios se realiza progresivamente, desde condicionamientos históricos siempre nuevos. Una imagen siempre más plena de Dios se va dibujando a través de múltiples experiencias humanas de él. La humanidad entera está en marcha a través de un doloroso camino de esperanza hacia lo siempre nuevo de Dios.

Este camino lo inicia Dios libremente, cuando y como él quiere, en situaciones históricas concretas del hombre, poniendo en marcha una mutua comunicación y comunión.

El problema de cómo es Dios es inseparable del interrogante de cómo es el hombre. Quizás la única pregunta correcta sería: ¿cómo son Dios y el hombre en su intrincada relación histórica? Hay una profunda interrelación entre Dios y el ser humano. Lo divino de Dios está en su ser-para-los-demás, y lo humano de los hombres está en su ser referido a Dios. Por eso no se puede hablar de Dios sino a partir de ésta nuestra humanidad histórica y concreta. En todo lo humano se da realmente acceso a Dios, pues Dios se manifiesta en ello. Y en Dios los humanos tenemos acceso a nuestra propia realidad-capacidad humana y a una realización histórica siempre mayor. Dios y los seres humanos estamos íntimamente ligados en el mundo y en la historia.

El creyente tiene como tarea base hacer presente y visible a Dios en sí mismo, en el mundo y en la historia, una imagen ciertamente parcial, pero siempre en búsqueda de una presencia cada vez más plena.

Si el hombre quiebra la imagen de Dios, se quiebra a sí mismo. Por eso, un ser humano envilecido y empobrecido, una sociedad injusta y corrompida, son imágenes quebradas de Dios. 

 

¿Ateísmo o idolatría?

No hay lugar alrededor del cual se aglutine tanta hipocresía y suciedad como sobre las imágenes de Dios. Le tememos a Dios y, por ello, inventamos todas las defensas posibles para defendernos de él. Lo negamos con sutilezas, lo olvidamos con mañas mil, o amortiguamos su impacto con multitud de romanticismos, espiritualismos o ritos piadosos… Desesperadamente intentamos deformar a Dios para proteger nuestros egoísmos, nuestros complejos de superioridad o cualquier tipo de porquería. Bajo el poncho de Dios pretendemos disfrazar nuestra ineficacia frente a la realidad o nuestros intereses egoístas. Injusticia e ideas deformadas sobre Dios forman un terrible e intrincado pacto.

Una gran parte del ateísmo o agnosticismo actual tienen su raíz en las imágenes de Dios, tan terriblemente deformadas, que les presentamos los que presumimos de creyentes. El Concilio sostiene que con frecuencia los cristianos hemos “velado, más bien que revelado, el auténtico rostro de Dios” (GS 19).

Lo que nos divide más profundamente a los hombres es la imagen que nos hacemos de Dios. Nuestro gran problema religioso no es fe-ateísmo, sino fe-idolatría.

América Latina, en su lucha por la liberación, no se enfrenta tanto a la “muerte de Dios”, como a la tarea de “la muerte de los ídolos” que la esclavizan.

Nuestra existencia cristiana, si quiere ser auténtica, tiene que ser una lucha continua contra la idolatría en busca del rostro auténtico de Dios. Ciertas experiencias incipientes acerca de Dios pueden ser un camino necesario para caminar hacia él, ya que es imposible llegar a él directamente. No basta con afirmar que se cree en Dios, pues en la vida real todos los días rebajamos a Dios a la medida de nuestros intereses. A veces lo que nos separa de los ateos es precisamente nuestra incredulidad. Sacrificamos la verdad sobre Dios en aras de componendas que nos dejen satisfechos en nuestra mediocridad o nuestra suciedad.

Dios es un llamado continuo en nuestras existencias a una búsqueda incesante de la verdad. Y como no somos capaces de llegar siempre a lo bueno, a lo total, a lo íntegro, Dios es en nosotros esa inquietud que no nos deja nunca satisfechos y nos mantiene siempre en búsqueda…

El ateísmo, cuando es sincero y auténtico, nace con frecuencia de la rebeldía en contra de la presencia de Dios en realizaciones mediocres, hipócritas y sucias de los llamados creyentes. Dios está siempre por encima de nuestras mediocridades y corrupciones… Nada tiene que ver con nuestras miopías, injustas e hipócritas. Sólo descontentos e inquietudes sinceras nos ponen en camino hacia él.

 

Experiencias progresivas de Dios

La Biblia es un libro de fe. Su finalidad no es enseñarnos algo concreto definitivo sobre ciencias naturales o geografía; ni siquiera sobre historia. Su finalidad es revelarnos quién es Dios y quiénes somos los seres humanos.

“Conocer” a Dios, según la Biblia, no es algo intelectual, sino vivencial. Por eso hablamos de experiencia de Dios. No hay en ella enseñanzas sobre Dios en un plano abstracto o esencialista. Dios se fue revelando a sí mismo a través de la historia, actuando de una forma muy pedagógica, lenta, práctica y progresiva, de acuerdo a los problemas del pueblo y a su capacidad creciente de comprensión. Fue educando la fe de su pueblo a lo largo de diversas etapas, respetando siempre su ritmo de crecimiento.

Toda educación supone una postura activa del educando. El educador actúa en él de una forma indirecta, pues es necesario que el educando vaya encontrando la verdad a través de su propia experiencia. Dios educa a su pueblo a través de sus acontecimientos históricos, que le van dando a sus experiencias una profundidad cada vez mayor. Así la verdad poco a poco se va perfilando con nitidez y profundidad. Se va pasando del error, al menos parcial, a una verdad cada vez más completa.

Dios partió del conocimiento natural que aquel pueblo tenía sobre la divinidad. Y desde ahí, se fue revelando poco a poco a sí mismo. A partir de la realidad de cada época, va dando nuevos pasos. Por eso es importante conocer los problemas de cada etapa histórica; sólo así podremos captar en su justa dimensión el mensaje que da cada texto bíblico. El "estilo" de Yavé es revelarse a partir de la historia, y nosotros, para entender su mensaje bíblico, es necesario que nos adaptemos a ésta su manera de proceder.

Pero no basta con partir de la realidad de cada momento histórico. Cada revelación se apoya en las anteriores y es completada por las siguientes. Así hace todo buen pedagogo... Por ello, para una correcta interpretación de cada pasaje, es de gran utilidad conocer, además, en qué momento de la revelación fue escrito: qué había revelado Dios hasta ese momento y qué fue revelado posteriormente. Un texto aislado no se puede tomar como mensaje definitivo, sin tener en cuenta qué se dice sobre ese tema en el resto de la Biblia. Sería como sacar una pieza del engranaje de una máquina compleja y pretender que esa sola pieza fuera capaz de producir aquello para lo que había sido fabricada la máquina entera. Una sola pieza del motor no puede hacer caminar al coche. Una sola cita de la Biblia no puede darnos una idea clara de cómo es Dios y qué quiere él de nosotros. Es el conjunto de la revelación, armonizado entre sí, el que tenemos que tener en cuenta. Lo cual no quiere decir que cada parte no tenga su importancia y su misión que cumplir, pero dentro de un todo.

Por esto no es de extrañar que muchos personajes bíblicos tengan cada uno una experiencia muy personal, distinta, pero complementaria de la divinidad. Dios se les comunica a partir de sus problemas, sus experiencias y lo que ya aprendieron de sus predecesores. La historia de estas experiencias es justamente la médula de la Biblia.

Muchas veces la Biblia desenmascara las experiencias falsas de Dios, para que así se pueda, por contraste,  experimentar un poco mejor lo que realmente es Dios.

Dios es un misterio para nosotros, si pretendemos abarcarlo en su inmensa plenitud. Es infinito, muy superior a nuestra capacidad de comprensión. Pero su “misterio” no es algo absolutamente incomprensible. Somos capaces de ir conociéndolo progresivamente, poco a poco, pero aceptando que en esta vida nunca lo podremos abarcar del todo.

El Antiguo Testamento es el camino que recorre el pueblo israelita en su búsqueda del rostro auténtico de Dios, hasta llegar a ser capaz de conocer a Jesús y, en él, al Dios de Jesús, que es la cumbre de la revelación. En la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II (nn. 3,5,12 y 15) se advierte que las diversas etapas en el conocimiento de Dios que se dan en el Antiguo Testamento se complementan en el Nuevo. Por eso mismo, comenzar una formación de la fe sólo a partir del Nuevo Testamento es como comenzar el primer grado con álgebra y trigonometría... Hay que recorrer etapas parecidas a las del pueblo judío para poder llegar a ser capaces de experimentar al Dios cristiano.

Por eso es necesario conocer las diferentes etapas de la revelación, y la pedagogía que Dios realizó en cada una de ellas. Sólo así podremos vivir con sinceridad, sin manipuleos, la verdad de Dios...

A medida que a lo largo de este escrito vayamos conociendo distintos personajes bíblicos, podremos ir detectando con cuál de ellos nos sentimos más identificados en cuanto a nuestra experiencia de Dios. Puede ser que descubramos que aún estamos en el AT. Y eso no sería malo, siempre y cuando estemos caminando hacia experiencias superiores.

Todo ser humano tiene algo de conocimiento y algo de desconocimiento de Dios. Y con frecuencia nos creamos falsas imágenes de Dios. Pero en medio del caminar de la vida, lo importante es tener una actitud sincera de búsqueda de él, cada vez más a fondo, conscientes de que este caminar es a tientas y dando tropiezos. Es normal crearse de vez en cuando imágenes falsas de Dios; todos somos, en cierto sentido, fabricantes de ídolos. Lo terrible es no darse cuenta, y quedarse estancado, danzando alrededor de ellos.

Nuestra capacidad de experimentar a Dios crece a lo largo de la vida. Cuando pasemos "la puerta" de la eternidad, lo conoceremos cara a cara, tal cual es. Este nuestro esfuerzo actual no habrá sido en vano. Podremos conocer a Dios porque Dios se nos ha dado a conocer primero. Y lo podemos amar dignamente porque él nos enseñó a amarlo a lo largo de esta vida... "En el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido" (1Cor 13,12).