La
esencia del ser humano es permanecer siempre en actitud de búsqueda: crecer sin
fin en el conocimiento y en el amor. Llegaremos a la plenitud de nuestra
humanidad en la medida en que dejemos a Dios que, de una forma libre y amistosa,
nos ayude a crecer.
Vislumbramos
el misterio de Dios en la medida en que avanzamos en la hondura de nosotros
mismos y en el mundo que nos rodea. Vamos precisando los rasgos divinos según
vamos interiorizando las huellas que va dejando él en nuestras vidas.
Dios
está muy por encima de nosotros, pero lo que en nosotros está creando es el
reflejo, la presencia y el latido de su mismo ser. Él se oculta y, a la vez, se
manifiesta en nuestras vidas. Es una nebulosa viva dentro de nosotros, que, poco
a poco, va tomando forma, en la medida en que nuestros deslumbrados ojos se van
acostumbrando a distinguir su claridad.
Durante
esta vida no podemos llegar al encuentro pleno y definitivo con Dios. Siempre
quedan huecos para una creciente renovación de la experiencia. Se irán dando
encuentros siempre nuevos y de ellos brotará una vivencia siempre nueva de
Dios, cada vez más auténtica y profunda. Es que la profundización de la
experiencia de Dios se realiza progresivamente, desde condicionamientos históricos
siempre nuevos. Una imagen siempre más plena de Dios se va dibujando a través
de múltiples experiencias humanas de él. La humanidad entera está en marcha a
través de un doloroso camino de esperanza hacia lo siempre nuevo de Dios.
Este
camino lo inicia Dios libremente, cuando y como él quiere, en situaciones históricas
concretas del hombre, poniendo en marcha una mutua comunicación y comunión.
El
problema de cómo es Dios es inseparable del interrogante de cómo es el hombre.
Quizás la única pregunta correcta sería: ¿cómo son Dios y el hombre en su
intrincada relación histórica? Hay una profunda interrelación entre Dios y el
ser humano. Lo divino de Dios está en su ser-para-los-demás, y lo humano de
los hombres está en su ser referido a Dios. Por eso no se puede hablar de Dios
sino a partir de ésta nuestra humanidad histórica y concreta. En todo lo
humano se da realmente acceso a Dios, pues Dios se manifiesta en ello. Y en Dios
los humanos tenemos acceso a nuestra propia realidad-capacidad humana y a una
realización histórica siempre mayor. Dios y los seres humanos estamos íntimamente
ligados en el mundo y en la historia.
El
creyente tiene como tarea base hacer presente y visible a Dios en sí mismo, en
el mundo y en la historia, una imagen ciertamente parcial, pero siempre en búsqueda
de una presencia cada vez más plena.
Si
el hombre quiebra la imagen de Dios, se quiebra a sí mismo. Por eso, un ser
humano envilecido y empobrecido, una sociedad injusta y corrompida, son imágenes
quebradas de Dios.
¿Ateísmo
o idolatría?
No
hay lugar alrededor del cual se aglutine tanta hipocresía y suciedad como sobre
las imágenes de Dios. Le tememos a Dios y, por ello, inventamos todas las
defensas posibles para defendernos de él. Lo negamos con sutilezas, lo
olvidamos con mañas mil, o amortiguamos su impacto con multitud de
romanticismos, espiritualismos o ritos piadosos… Desesperadamente intentamos
deformar a Dios para proteger nuestros egoísmos, nuestros complejos de
superioridad o cualquier tipo de porquería. Bajo el poncho de Dios pretendemos
disfrazar nuestra ineficacia frente a la realidad o nuestros intereses egoístas.
Injusticia e ideas deformadas sobre Dios forman un terrible e intrincado pacto.
Una
gran parte del ateísmo o agnosticismo actual tienen su raíz en las imágenes
de Dios, tan terriblemente deformadas, que les presentamos los que presumimos de
creyentes. El Concilio sostiene que con frecuencia los cristianos hemos
“velado, más bien que revelado, el auténtico rostro de Dios” (GS 19).
Lo
que nos divide más profundamente a los hombres es la imagen que nos hacemos de
Dios. Nuestro gran problema religioso no es fe-ateísmo, sino fe-idolatría.
América
Latina, en su lucha por la liberación, no se enfrenta tanto a la “muerte de
Dios”, como a la tarea de “la muerte de los ídolos” que la esclavizan.
Nuestra
existencia cristiana, si quiere ser auténtica, tiene que ser una lucha continua
contra la idolatría en busca del rostro auténtico de Dios. Ciertas
experiencias incipientes acerca de Dios pueden ser un camino necesario para
caminar hacia él, ya que es imposible llegar a él directamente. No basta con
afirmar que se cree en Dios, pues en la vida real todos los días rebajamos a
Dios a la medida de nuestros intereses. A veces lo que nos separa de los ateos
es precisamente nuestra incredulidad. Sacrificamos la verdad sobre Dios en aras
de componendas que nos dejen satisfechos en nuestra mediocridad o nuestra
suciedad.
Dios
es un llamado continuo en nuestras existencias a una búsqueda incesante de la
verdad. Y como no somos capaces de llegar siempre a lo bueno, a lo total, a lo
íntegro, Dios es en nosotros esa inquietud que no nos deja nunca satisfechos y
nos mantiene siempre en búsqueda…
El
ateísmo, cuando es sincero y auténtico, nace con frecuencia de la rebeldía en
contra de la presencia de Dios en realizaciones mediocres, hipócritas y sucias
de los llamados creyentes. Dios está siempre por encima de nuestras
mediocridades y corrupciones… Nada tiene que ver con nuestras miopías,
injustas e hipócritas. Sólo descontentos e inquietudes sinceras nos ponen en
camino hacia él.
Experiencias
progresivas de Dios
La
Biblia es un libro de fe. Su finalidad no es enseñarnos algo concreto
definitivo sobre ciencias naturales o geografía; ni siquiera sobre historia. Su
finalidad es revelarnos quién es Dios y quiénes somos los seres humanos.
“Conocer”
a Dios, según la Biblia, no es algo intelectual, sino vivencial. Por eso
hablamos de experiencia de Dios. No hay en ella enseñanzas sobre Dios en un
plano abstracto o esencialista. Dios se fue revelando a sí mismo a través de
la historia, actuando de una forma muy pedagógica, lenta, práctica y
progresiva, de acuerdo a los problemas del pueblo y a su capacidad creciente de
comprensión. Fue educando la fe de su pueblo a lo largo de diversas etapas,
respetando siempre su ritmo de crecimiento.
Toda
educación supone una postura activa del educando. El educador actúa en él de
una forma indirecta, pues es necesario que el educando vaya encontrando la
verdad a través de su propia experiencia. Dios educa a su pueblo a través de
sus acontecimientos históricos, que le van dando a sus experiencias una
profundidad cada vez mayor. Así la verdad poco a poco se va perfilando con
nitidez y profundidad. Se va pasando del error, al menos parcial, a una verdad
cada vez más completa.
Dios
partió del conocimiento natural que aquel pueblo tenía sobre la divinidad. Y
desde ahí, se fue revelando poco a poco a sí mismo. A partir de la realidad de
cada época, va dando nuevos pasos. Por eso es importante conocer los problemas
de cada etapa histórica; sólo así podremos captar en su justa dimensión el
mensaje que da cada texto bíblico. El "estilo" de Yavé es revelarse
a partir de la historia, y nosotros, para entender su mensaje bíblico, es
necesario que nos adaptemos a ésta su manera de proceder.
Pero
no basta con partir de la realidad de cada momento histórico. Cada revelación
se apoya en las anteriores y es completada por las siguientes. Así hace todo
buen pedagogo... Por ello, para una correcta interpretación de cada pasaje, es
de gran utilidad conocer, además, en qué momento de la revelación fue
escrito: qué había revelado Dios hasta ese momento y qué fue revelado
posteriormente. Un texto aislado no se puede tomar como mensaje definitivo, sin
tener en cuenta qué se dice sobre ese tema en el resto de la Biblia. Sería
como sacar una pieza del engranaje de una máquina compleja y pretender que esa
sola pieza fuera capaz de producir aquello para lo que había sido fabricada la
máquina entera. Una sola pieza del motor no puede hacer caminar al coche. Una
sola cita de la Biblia no puede darnos una idea clara de cómo es Dios y qué
quiere él de nosotros. Es el conjunto de la revelación, armonizado entre sí,
el que tenemos que tener en cuenta. Lo cual no quiere decir que cada parte no
tenga su importancia y su misión que cumplir, pero dentro de un todo.
Por
esto no es de extrañar que muchos personajes bíblicos tengan cada uno una
experiencia muy personal, distinta, pero complementaria de la divinidad. Dios se
les comunica a partir de sus problemas, sus experiencias y lo que ya aprendieron
de sus predecesores. La historia de estas experiencias es justamente la médula
de la Biblia.
Muchas
veces la Biblia desenmascara las experiencias falsas de Dios, para que así se
pueda, por contraste, experimentar
un poco mejor lo que realmente es Dios.
Dios
es un misterio para nosotros, si pretendemos abarcarlo en su inmensa plenitud.
Es infinito, muy superior a nuestra capacidad de comprensión. Pero su
“misterio” no es algo absolutamente incomprensible. Somos capaces de ir
conociéndolo progresivamente, poco a poco, pero aceptando que en esta vida
nunca lo podremos abarcar del todo.
El
Antiguo Testamento es el camino que recorre el pueblo israelita en su búsqueda
del rostro auténtico de Dios, hasta llegar a ser capaz de conocer a Jesús y,
en él, al Dios de Jesús, que es la cumbre de la revelación. En la Constitución
Dei Verbum del Concilio Vaticano II (nn. 3,5,12 y 15) se advierte que las
diversas etapas en el conocimiento de Dios que se dan en el Antiguo Testamento
se complementan en el Nuevo. Por eso mismo, comenzar una formación de la fe sólo
a partir del Nuevo Testamento es como comenzar el primer grado con álgebra y
trigonometría... Hay que recorrer etapas parecidas a las del pueblo judío para
poder llegar a ser capaces de experimentar al Dios cristiano.
Por
eso es necesario conocer las diferentes etapas de la revelación, y la pedagogía
que Dios realizó en cada una de ellas. Sólo así podremos vivir con
sinceridad, sin manipuleos, la verdad de Dios...
A
medida que a lo largo de este escrito vayamos conociendo distintos personajes bíblicos,
podremos ir detectando con cuál de ellos nos sentimos más identificados en
cuanto a nuestra experiencia de Dios. Puede ser que descubramos que aún estamos
en el AT. Y eso no sería malo, siempre y cuando estemos caminando hacia
experiencias superiores.
Todo
ser humano tiene algo de conocimiento y algo de desconocimiento de Dios. Y con
frecuencia nos creamos falsas imágenes de Dios. Pero en medio del caminar de la
vida, lo importante es tener una actitud sincera de búsqueda de él, cada vez más
a fondo, conscientes de que este caminar es a tientas y dando tropiezos. Es
normal crearse de vez en cuando imágenes falsas de Dios; todos somos, en cierto
sentido, fabricantes de ídolos. Lo terrible es no darse cuenta, y quedarse
estancado, danzando alrededor de ellos.
Nuestra
capacidad de experimentar a Dios crece a lo largo de la vida. Cuando pasemos
"la puerta" de la eternidad, lo conoceremos cara a cara, tal cual es.
Este nuestro esfuerzo actual no habrá sido en vano. Podremos conocer a Dios
porque Dios se nos ha dado a conocer primero. Y lo podemos amar dignamente
porque él nos enseñó a amarlo a lo largo de esta vida... "En
el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas,
pero entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces
conoceré como soy conocido" (1Cor 13,12).