III - LA BIBLIA COMO PALABRA DE DIOS

 

 Hasta ahora hemos visto la Biblia desde el lado de fuera, como un conjunto de libros que tienen su historia y sus géneros literarios.

 En este capítulo vamos a ver la Biblia desde el lado de dentro. El objetivo es mirar la Biblia con los mismos ojos con que ella se mira a sí misma. Vamos a ver cómo dentro de la propia Biblia fue creciendo poco a poco la fe en su autoridad e inspiración divina.

 No intentamos probar que la Biblia es un libro inspirado por Dios. Eso lo aceptamos sencillamente como punto de partida. Si no creyéramos que la Biblia es Palabra de Dios, no nos interesaría mayormente su estudio. Pero porque creemos, por eso nos interesa tanto.

 

  1. LA AUTORIDAD CRECIENTE DE LA BIBLIA

 En la misma Biblia van apareciendo cada vez con más insistencia testimonios de la autoridad creciente de sus propios escritos. Estos testimonios son una representación de la visión que tenía el pueblo sobre la misma Biblia. Veamos algunos ejemplos.

 a) El pueblo encontraba en esos textos antiguos un “motivo de consuelo” (1 Mac 12,9), una fuente de “instrucción” (2 Cro 17, 9) y de “corrección” (Jer 36,2-3).

 b) Además de estos escritos  que hoy se encuentran en la Biblia, había muchos otros. Al comienzo no hacían mucha distinción entre ellos. Pero, en la medida en que caminaban, el pueblo comenzó a hacer una distinción. Para su fe, no todos los libros tenían el mismo valor. Los que más de cerca expresaban su fe acabaron siendo reconocidos como “Libros Santos” (1 Mac 12,9) y como “Sagrada Escritura” (2 Tim 3, 15).

 c) Así nació la preocupación de elaborar una lista fija y oficial de estos libros sagrados. Esta lista se llama “canon”. De ahí viene el nombre de “Libros canónicos”, para designar los libros que figuran hoy en la Biblia. Esa lista tardó mucho tiempo en completarse. Los judíos oficializaron su lista de libros sagrados recién en el año 90 después de Cristo. La formación del canon oficial de la Iglesia llevó mucho más tiempo.

 d) San Pablo dice en la carta a los romanos que las Escrituras sirven “para nuestra instrucción, a fin de que mantengamos firme la esperanza, mediante la constancia y el consuelo” (Rom 15,4).

 e) Años más tarde, quizás ya al comienzo del siglo II, la segunda carta a Timoteo resume la estima y veneración que tenían aquellas comunidades a la Sagrada Escritura, que según ellos es “útil para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para que haga un buen trabajo” (2 Tim 3,16-17).

 Existía, por tanto, una gran preocupación por conservar tales escritos, por causa de la autoridad que tenían y por la inspiración que ejercían en la vida del pueblo, manteniéndole fiel a su identidad de Pueblo de  Dios. Pero hasta el fin del Nuevo Testamento no se dice nada explícitamente sobre la inspiración divina de la Biblia.

 

 2. LA PROGRESIVA AUTOCOMPRENSION DE LA BIBLIA COMO LIBRO INSPIRADO

 Hemos visto que para el pueblo israelita algunos de sus escritos eran algo sagrado. El mirar del pueblo penetra más allá de la superficie y descubre en Dios el origen de sus escritos. La mirada de la fe es como los “rayos X”, que revelan algo bien real y profundo: la presencia de Dios; cosa que la fotografía común de la ciencia no puede conseguir.

 El pueblo tenía su manera propia de expresar esta convicción de su fe. Por ejemplo, atribuía a Dios los mandamientos de la ley, pues Dios mismo los había escrito sobre tablas de piedra (Ex 24, 12). En otra ocasión, Moisés recibe de Dios la orden de fijar por escrito los acontecimientos en los que El se había manifestado como protector del pueblo (Ex 17,4). Moisés escribió las palabras de la Alianza, oídas de la boca de Dios (Ex 34,27). En la misma perspectiva, Dios manda que sean escritas las palabras de los profetas (Is 30,8; Jer 30,2-3; 26,2.28.32; Heb 2,2). En un texto de Isaías se llega a hablar del “Libro del Señor” (34, 16).

 Por esto, la autoridad que poco a poco fue atribuida a esos escritos, no era una autoridad cualquiera, sino la autoridad del mismo Dios que, a través de esos escritos, se revelaba al pueblo, con sus exigencias y promesas, pidiendo la fidelidad. Por eso los guardaban con tanta veneración (Deut 31,9-26;  Jos 24,26).

 Esta fe en la autoridad divina de los escritos creció lentamente y sólo aparece bien clara y explícitamente en el tiempo del Nuevo Testamento. Jesús, por ejemplo, atribuyó a Dios ciertas frases del Antiguo Testamento, aunque allí no estaban anotadas como dichas directamente por Dios (Mt 15,4; 19,4). Eso es señal de que para El todo tenía la misma autoridad divina y era como si hubiera sido dicho directamente por Dios. Citando el salmo 109,1, Jesús dice que David habló “inspirado por Dios”. La forma como Jesús comenta y corrige la ley antigua revela que El atribuía el Antiguo Testamento a Dios; pues su expresión “se dijo a sus antepasados” significaba, en aquellos tiempos, “Dios dijo a sus antepasados”(Mt 5,21-48).

 Esa misma fe, de que todo el Antiguo Testamento es expresión de la voluntad de Dios, se encuentra presente en todo el resto del Nuevo Testamento. Esa era la mentalidad reinante en el tiempo en que Jesús vivía, tanto entre los judíos, como más tarde entre los cristianos. La autoridad divina del Antiguo Testamento era reconocida por todos, sin excepción.

 Por eso en varias ocasiones Jesús recurre a las Escrituras para fundamentar en ellas su propia doctrina (Mt 5,18; Mc 12,26; Lc 4,21-24; Jn 10,35). Valga por todos este texto: “Investiguen las Escrituras, ya que ustedes creen tener en ellas la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5,39).

 Finalmente, en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, en la segunda carta de San Pablo a Timoteo, aparece un elemento nuevo que completa esa larga evolución. En ella se afirma, por primera vez con toda claridad que “todos los textos de la Escritura están inspirados por Dios” (3,16).

 Es la única vez que la Biblia se pronuncia formalmente sobre su inspiración divina. Anteriormente, ya se admitía la acción del Espíritu sobre el hablar: “Los hombres de Dios hablaron sus mensajes movidos por el Espíritu Santo” (2 Pe 1, 21). O lo que dice Jesús sobre David que “inspirado por Dios, llama al Cristo su Señor” (Mt 22,43). Ahora, diciendo que el escrito es inspirado por Dios, la Biblia reconoce la autoridad divina y el origen divino de sí misma, no sólo en su contenido, sino también en cuanto al medio que comunica el contenido.

 O sea, no es sólo el hombre el que escribe las cosas que Dios manda hacer o decir, ni es sólo el hombre el que escribe cosas que Dios manda a escribir, sino que es el propio Dios el que es considerado responsable por el acto de escribir. El pueblo como que fue subiendo la corriente del río y encontró a Dios en su fuente y origen.

 Esta es la fe de la Iglesia, desde el comienzo hasta hoy. En el primer catecismo de los cristianos, la “Didajé”, ya llama a las Escrituras “ Palabra de Dios”. El Concilio Vaticano II considera a la Biblia Palabra de Dios porque ha sido “escrita por inspiración del Espíritu Santo” (DV 9). De modo que los autores sagrados “pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (DV 11).

 

 3. EN QUE CONSISTE LA INSPIRACION DIVINA

 Hemos llegado a la conclusión, junto con San Pablo, de que la Biblia está inspirada por Dios. Pero ¿qué es, en la mente del Nuevo Testamento, esa inspiración divina, esa acción del Espíritu Santo que influía hasta en el acto de escribir? ¿Es apenas una nueva forma de afirmar la ya reconocida autoridad divina del contenido o se trata de algo más? ¿Por qué esa afirmación tan importante aparece sólo al final de la Biblia?

 La respuesta se puede dividir en cuatro tiempos:

 a) El final explica el comienzo

 Por la resurrección de Cristo, apareció, finalmente, la meta hacia la que todo caminaba. Cristo resucitado iluminó, de repente, todo el trazado del camino recorrido y reveló una dimensión nueva de El, que antes no era todavía percibida en todo su alcance. Cristo se convirtió así en la llave de interpretación de la historia y de los acontecimientos vividos desde el comienzo hasta aquel momento (Lc 24,25-27 Hch 13,32-37).

 b) La Nueva visión nace del Espíritu

 Cristo resucitado se hacía presente entre los cristianos a través de la comunicación de su Espíritu (Hch 2,33; 2 Cor 3,17-18), haciéndoles pasar de la muerte a la vida. El morir al hombre viejo comenzó con Abrahán y acabó por completarse en Cristo, muerto en la cruz. La acción renovadora del Espíritu que resucita comenzó con el pedido de Dios a Abrahán de dejarlo todo, y acabó por completarse en la  resurrección de Cristo. Abrahán, sin saberlo, ya creía en la posibilidad de la resurrección (Heb 11,19). Los cristianos, a la luz nueva del Espíritu del Resucitado, descubrían el sentido nuevo y verdadero de todo cuanto había sucedido y estaba sucediendo en ellos: “Por el Espíritu que viene de Dios entendemos lo que Dios, en su bondad, nos concedió” (1 Cor 2,12). Como Jesús lo prometió, el Espíritu estaba introduciendo a los cristianos en la comprensión total de la verdad (Jn 16,13). Pero el que no poseía el don del Espíritu, no entendía nada, pues no era capaz de mirar las cosas por el lado de dentro (1 Cor. 2,14); tenía un velo en el corazón, que le impedía ver el futuro, anunciado en el pasado (2 Cor 3,12-18).

 c) Todo estaba siendo movido por el Espíritu hacia Cristo

 A la luz del Espíritu de Cristo resucitado quedó claro el objetivo de la letra y de la historia del Antiguo Testamento, pues en Cristo apareció el futuro. Todo aquello “aconteció” y “fue escrito” en vista de este futuro que ahora llegó (1 Cor 10,6-11; Rom 15,4). El velo cayó, el sentido de la letra se abrió y el cristiano entonces reconoce que la letra “habla de la vida en el Espíritu” (2 Cor 3,16). Quien lea la Biblia con esa mirada, da vida a la letra, pues es el Espíritu el que da vida; la letra, sola, mata (2 Cor 3,6). El percibe la presencia dinamizadora del Espíritu de Cristo en todas las cosas del pasado, estimulándolo todo, a fin de que los hombres pudiesen encontrar en Cristo su plenitud.

 Esta es la relectura que los cristianos hacían del Antiguo Testamento. Ellos releían el pasado a la luz  del presente.

 d) LLeva hacia Cristo por la fuerza del Espíritu que actúa en la Vida

 Dentro del contexto más amplio del Nuevo Testamento que acabamos de describir, la palabra ”inspirar”, o sea “mover por el Espíritu”, recibe una connotación cristiana de conducir hacia Cristo por la fuerza del Espíritu que actúa en la vida. Los cristianos descubrieron que el objetivo último de la Biblia era llevar a los hombres hacia Jesucristo, por la fuerza del Espíritu que actúa en ella. Describiendo el “objetivo” de la Biblia, descubrieron al mismo tiempo su “origen”: el Espíritu de Dios.

 Es esta mirada de fe la que hace que las Escrituras sean y ejerzan la función que tienen: conducir hacia Cristo por la fuerza del Espíritu. “Ellas hablan de mí”, decía Jesús (Jn 5,39). Los libros de la Biblia nacieron de la preocupación de Dios de orientar a su pueblo hacia Cristo. Resucitando a Cristo y comunicando su Espíritu, Dios como que firmó los escritos, asumiendo así su responsabilidad y haciéndonos saber el por qué de ellos.

 Con Cristo y por El, se arrancó el velo, se iluminó todo el camino recorrido, de modo que los cristianos se quedaron maravillados, llenos de alegría y de gratitud (Fil 4,4-7): ¡Todo había sido conducido por el Padre hacia Cristo! A la luz de Cristo resucitado la Biblia reveló este sentido pleno. Este descubrimiento se realizó cuando la carta llegó a la casa del destinatario y éste reconoció la firma del autor y el objetivo de la carta.

 

 4. TODO ESTA ORIENTADO POR DIOS HACIA CRISTO

 La experiencia de Cristo resucitado llevó a los cristianos a relativizar el pasado. Este ahora sólo tenía valor y sentido en cuanto les ayudaba a descubrir y a vivir mejor la nueva presencia de Dios en Jesucristo, Emmanuel, esto es, “Dios con nosotros” (Mt 1,23).

 El contacto progresivo con la realidad, sin embargo, hizo que los cristianos alargasen ese descubrimiento de la acción inspiradora de Dios hacia Cristo en el Antiguo Testamento. Así llegaron a la conclusión de que no sólo el Antiguo Testamento, sino todo lo que existe está siendo orientado por Dios hacia Cristo.

 El problema nació al ponerse en contacto con el mundo pagano. Por una intuición de la fe los cristianos percibieron el valor universal de Cristo para todos los hombres. Por ello en las comunidades cristianas se llegó a suprimir toda distinción entre judíos y paganos convertidos. Pero el problema estaba en que los paganos no tenían el Antiguo Testamento que les pudiera orientar hacia Cristo. La búsqueda de la solución a este problema les llevó a un alargamiento de la experiencia inicial.

 San Pedro apoyándose en el hecho de la conversión del pagano Cornelio (Hch 10,1-18), decidió admitir a paganos en el seguimiento de Jesús (Hch 15,9-11). San Pablo dio un fundamento teórico a esta nueva actitud: “En Cristo fueron hechas todas las cosas... Todo está hecho por medio de El y para  El” (Col 1,16-17). O sea, que la orientación hacia Cristo no comenzó sólo con Abrahán y el pueblo hebreo, sino mucho antes, desde el momento en que Dios creó el mundo.

 “Hay un sólo Señor, Cristo Jesús, por quien existen todas las cosas” (1 Cor 8,6). El “proyecto misterioso” de Dios, tomado desde siempre, es “reunir en Cristo todas las cosas, tanto los seres celestiales como los terrenales” (Ef 1,10). Hablando a los paganos, Pablo decía: “Cristo vino como evangelizador de la paz; paz para ustedes que estaban lejos, para los judíos que estaban cerca. Por El, en efecto, llegamos al Padre, los dos pueblos, en un mismo Espíritu” (Ef 2,17-18).

 El mismo pensamiento está expresado en San Juan: “Por El se hizo todo y nada se hizo sin El” (Jn 1,3). Esta es la base doctrinal para la abertura inmensa que se inició en el Concilio de Jerusalén. Bajo esta premisa comenzaron a encarar toda la realidad de la vida de los hombres, y les llevó a descubrir la misma inspiración o tendencia básica en todas las cosas. Lo que habían descubierto en el Antiguo Testamento, a la luz de la resurrección de Cristo, les abrió una nueva ventana sobre la realidad de la vida humana y les reveló ahí la existencia de una acción salvadora de Dios, presente en el mundo, desde la Creación. Así como Dios inspiró al pueblo hebreo, llevándolo a encontrar a Cristo, así también estaba El mismo inspirando toda la realidad, conduciéndola hacia Cristo. Esta era la Buena Noticia anunciada al mundo entero (Ef 3,6; Col 1,25-29). En todo y en todos actúa la inspiración del  Espíritu Santo, estimulándolos a caminar hacia Cristo. El Padre llama a todos.

 Esta abertura de Dios hacia todos los pueblos ya estaba insinuada en el Antiguo Testamento (Am 9,7; Jonás; 2º Isaías; Rut).

 

 5. LA BIBLIA, CAMINO HACIA CRISTO

 No basta con saber en general que en la vida y en la historia de cada hombre, grupo y nación está presente la inspiración de Dios. Es como saber confusamente que en el subsuelo de nuestro país existe oro. Lo importante es conocer dónde existe y cómo sacarlo. ¿Cómo es que nuestras vidas y nuestra historia están siendo conducidas por Dios hacia Cristo? ¿Dónde encontrar las señales de su presencia y cuáles son esas señales? No es ello tarea fácil, en este mundo a veces tan obscuro y contradictorio.

 Gracias a la experiencia y a la fidelidad del pueblo del Antiguo y del Nuevo Testamento y, sobre todo, gracias a la experiencia y fidelidad del propio Cristo, se abrió para nosotros una ventana que permite reconocer hoy, en nuestro antiguo testamento, esto es, en nuestra realidad, la misma presencia dinamizadora del Espíritu, la misma presencia escondida pero real de Jesucristo (Col 3,3). Sin la experiencia del pueblo de la Biblia, estaríamos todavía en la obscuridad, “intentando encontrar a Dios a tientas” (Hch 17,27). Sin la Biblia jamás hubiésemos tomado conciencia de la riqueza de esa dimensión divina de nuestra existencia. El pueblo de la Biblia es el lugar donde se dio el primer período revelador, que ahora  se está propagando y comunicando. Fue allá donde la piedra cayó en el agua; los círculos por ella provocados en el lago de la humanidad tienden a tocar la realidad de la arena de nuestras costas.

 Como en el Antiguo Testamento, así también en nuestra vida e historia, existe un trayecto de la inspiración divina y está actuando la acción del Espíritu, que tiende a recrear, hoy como ayer, al hombre viejo según la imagen del Hombre Nuevo, que es Cristo. Como en el Antiguo Testamento, esas experiencias y tentativas deben ser estimuladas y orientadas, para que pueda aparecer la flor, por ahora escondida en el capullo de nuestro caminar.

 La experiencia descrita en la Biblia realizó la función de pedagogo, pues llevó a Cristo (Gál 3,24). Y por eso mismo ella se constituyó en modelo y norma para nosotros (Rom 15,4; 1 Cor 10,6.11). Así como Cristo surgió del caminar histórico del pueblo hebreo, revelando en su actividad y su doctrina los verdaderos valores de su pueblo y denunciando la opresión que impedía el crecimiento de ese pueblo; así como, enseguida, este mismo Cristo comenzó a surgir en el caminar histórico de los griegos (2 Cor 3,18; 3,3; 4,6), así también tiene que nacer del caminar histórico de cada persona, de cada pueblo, de cada experiencia, movimiento o religión, de la humanidad toda, con un rostro propio e inconfundible, revelando y haciendo morir todos los desvíos. Este proceso está en camino. Este futuro está siendo engendrado. Y terminará cuando Cristo  destruya todo el poder del mal. Entonces “Dios será todo en todos” (1 Cor 15, 22-28).

 Cada uno de nosotros tenemos nuestro antiguo testamento en cuanto que estamos caminando la lenta, penosa y progresiva integración de nuestra vida y realidad en la vida y realidad de Cristo, pasando del “ hombre viejo” al “hombre nuevo”, haciendo así la unión de los dos Testamentos y la “relectura” de nuestro pasado.

 

 6. EL PAPEL DE LA BIBLIA EN LA VIDA DE LOS HOMBRES

 El único texto en el que se afirma claramente la inspiración divina de la Biblia describe con bastante precisión cuál es el objetivo de la misma Biblia: “Las Sagradas Escrituras te darán la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para toda obra buena” (2Tim 3,15-17).

 La acción inspiradora de Dios aparece acá como una acción direccional. La inspiración no se queda en el libro escrito, sino que le sobrepasa y llega a la vida de los hombres.

 La Biblia no es simplemente un libro inspirado: es un libro inspirado para algo. Dios inspiró esas páginas para que nos enseñen, nos corrijan, nos guíen en el bien y nos preparen para toda obra buena, y así nos comuniquen sabiduría que lleva a la salvación. O sea, Dios  inspiró la Biblia para que ella ejerza una inspiración en la vida. Sin la consideración de este objetivo no es posible comprender lo que es la inspiración bíblica, pues el objetivo debe entrar en la definición de las cosas que se quieren conocer.

 La Biblia quiere comunicarnos la “sabiduría”, que no consiste primariamente en saber algo, sino en saber hacer algo, en saber vivir la vida de acuerdo con el plan de Dios. Para conseguir este objetivo existe la Biblia y actúa en ella la fuerza inspiradora. Las consecuencias pastorales de esto son muy serias, pues un libro debe ser explicado e interpretado de acuerdo con su objetivo.

 Los católicos, condicionados por la polémica protestante y por el choque con la ciencia de finales del siglo pasado, por mucho tiempo hemos considerado la inspiración como una actividad divina que termina en el libro con su punto final y que tenía como objetivo único hacer de Dios el “autor” de la Biblia.

 Los protestantes entienden por inspiración bíblica, la inspiración que Dios da al que lee la Biblia para entender el misterio de Cristo y su salvación. Es el lector el que, a la luz de la fe, recibe directamente la inspiración de Dios.

 Nosotros, los católicos, insistíamos sólo en el fundamento objetivo e histórico de la fe de la Iglesia, cuyo portavoz autorizado es el magisterio; pero olvidábamos en gran parte el fundamento subjetivo, que son las personas que componen la Iglesia, que necesitan de una  experiencia religiosa de Dios. Los protestantes, en cambio, insisten en la fe personal y en la experiencia religiosa de los fieles; pero no valorizan suficientemente el hecho de que esa fe personal es una fe participada de la comunidad mayor que es la Iglesia, en la cual el individuo  encuentra la norma (canon) y de la cual recibe el enfoque acertado, garantizado por el magisterio.

 Los católicos insistían en el origen de la Biblia, que es Dios, autor de la misma. Los protestantes insistían en el objetivo de la Biblia que es Dios, que salva a los hombres.

 Los protestantes insistían en el objetivo de la inspiración, descuidando el origen que la garantiza. Los católicos insistían en el origen de la inspiración, descuidando el objetivo que la confirma. Los protestantes buscaban la salvación que viene de la Palabra; los católicos buscaban la seguridad doctrinal que viene de la misma Palabra.

 El católico, al hablar de inspiración, piensa en la inspiración que hace de Dios el autor de la Biblia. El protestante piensa en la inspiración que sale de la Biblia y va hacia la vida. Al hablar, pues, de inspiración, parece que uno niega lo que otro afirma. Los dos sin embargo, miran la misma realidad desde dos ángulos distintos, absolutizando cada uno su punto de vista, sin admitir la posición del otro.

 ¡Equivocación lamentable! La posición de cada uno tiene algo importante que enseñar al otro.

 Hoy en día, como veremos  en el capítulo siguiente, se está llegando a la síntesis de las dos posiciones. Y el fruto positivo de ello está a la vista.

 

 7 . ¿HAY ERRORES EN LA BIBLIA?

 Dice el Concilio: “Los libros Sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error, la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para la salvación nuestra” (DV 11). Esta es ciertamente la clave para entender el problema. Por no haberlo entendido antes con claridad la Iglesia ha tenido a lo largo de su historia muchos quebraderos de cabeza..

 Ya hemos dedicado todo un capítulo a hablar de los géneros literarios. Con ello se nos habrán aclarado muchos posibles problemas. Ahora, después de entender a lo largo de este capítulo el objetivo de la Biblia, creo que podemos abordar este tema con claridad. Sabemos ya que Dios, con la Biblia, no pretendía enseñar matemáticas, astronomía, medicina, ni ningún tipo de cultura determinada, sino quién es El , quiénes somos nosotros y cómo nos puede llegar su salvación.

 Todo lo que está en la Biblia está ahí como camino seguro, como “canon”, que, siguiéndolo lleva con certeza a la plenitud de la resurrección. Ya sea el pesimismo del Eclesiastés, el moralismo exagerado de algunos pasajes del Eclesiástico o el pietismo de Tobías, todo ello es parte de ese camino bien humano que lleva a Cristo y puede volverse piedra en la construcción del futuro. No se trata de un camino rectilíneo. La realidad de la vida es tortuosa, pero ascendente: lleva a Cristo. La Biblia enseña el camino humano, lleno de problemas, muy  realista, que lleva a Cristo resucitado.

 Se podría comparar la Biblia con un gran mapa de carreteras. Lo importante en él es que las carreteras estén bien trazadas de forma que nos sirvan de guía para llegar al lugar deseado. Esto es lo importante: el objetivo del mapa. Pero a nadie le importan seriamente los colores adoptados por los autores del mapa para señalar, por ejemplo, los ríos en azul, las regiones bajas en verde y las carreteras en rojo o en negro según su importancia. No interesa tampoco demasiado la calidad del papel elegido. Todo ello es sólo un medio para comunicar el mensaje del mapa. Lo importante es saber interpretar rectamente sus señales y trazados para que nos puedan conducir con acierto. Sería un grave error querer interpretar el mapa como una fotografía o como un libro de lectura.

 Así mismo, la Biblia es cierta y verdadera, no se equivoca ni miente en todo lo que ella cuenta respecto al camino que el pueblo siguió en dirección a Cristo y respecto al mensaje que nos da con relación a la dimensión “espiritual” de nuestra existencia. Lo importante es tener la mirada acertada respecto al objetivo de la Biblia, para saber entender el significado de sus señales y no ser engañados.

 La Biblia inspira la vida, en el sentido de hacernos conscientes del llamado de Dios que hoy nos habla a nosotros: ella lleva a Dios. En eso ella es norma, porque ella misma es fruto de la inspiración divina: ella viene de Dios. Todo lo demás son medios para llevar a este fin. Y esos medios, por  supuesto, son discutibles.