II
- LA BIBLIA COMO LITERATURA
Como
hemos visto, la Biblia fue escrita por muy diferentes personas, en tiempos muy
distintos. Y, como es natural, cada autor escribió a su modo, según los
problemas y la cultura de su tiempo. Dios respetó, en su inspiración, la
manera de ser, la cultura y los gustos de cada autor. Y buscaba siempre dar
respuesta a los problemas de cada época. Por ello, para entender el mensaje que
quiere dar, es necesario conocer las circunstancias históricas dentro de las
cuales escribía cada autor.
Pero
para entender el mensaje de Dios en la Biblia no basta con conocer las
circunstancias históricas. Es necesario además, entre otras muchas cosas,
saber distinguir el género literario en que fue escrita cada parte de la
Biblia. De ello hablaremos en este capítulo.
1.
LOS GENEROS LITERARIOS EN GENERAL
No
es lo mismo leer un libro de poesías, que de historia o una novela, una obra de
teatro, una carta o un código de leyes. Ante cada uno tomamos una actitud
diferente. Sería un grave error leer una novela tomándola al pie de la letra,
como si fuera una historia realmente sucedida; y tomaríamos por loco al que
quisiera considerar como leyes civiles los entusiasmos románticos de unas poesías
de amor. Pues este error y esta locura la cometemos con frecuencia cuando leemos
la Biblia como si todo estuviera escrito en la misma clase de género literario.
Uno es el lenguaje expresado en un libro de profecías y otro distinto el que
usa un libro de leyes como el Levítico. Si se trata de un libro de género poético,
como los Salmos, no podemos tomar sus palabras del mismo modo que las de una
carta de San Pablo.
Los
géneros literarios son, pues, las diversas formas en que puede expresarse un
autor al escribir, según sea la intención que él busca con su escrito. Todos
nosotros usamos diversos géneros literarios según sea nuestra intención. Así,
el enamorado se dirige a la enamorada de muy distinta forma a la de un
periodista que da una información, o a la forma cómo un médico escribe una
receta. Sería necio quien interpretase todos los lenguajes de la misma forma.
Cuando
un escritor quiere dar un mensaje reflexiona primero sobre la forma literaria
que debe usar para conseguir su objetivo. En el caso de un científico, por
ejemplo, es enorme la
diferencia entre escribir un artículo para una revista científica o
para un diccionario de divulgación o para una página de periódico.
En
la literatura los resultados son radicalmente distintos según se desarrolla un
tema a modo de poesía, de teatro, de novela, de fábula o de historia. Cada una
de estas formas o géneros literarios tiene sus propias normas, que no se pueden
aplicar indiferentemente para cualquier tema. Tiene que haber una
correspondencia entre el tema y la forma. Un asunto criminal, por ejemplo,
encaja bien en la forma narrativa de una novela, pero no ciertamente en la forma
de una poesía romántica.
Cada
forma literaria tiene su modo especial de presentar la realidad. Por ello el
lector aborda los libros con distinta expectación, según la forma literaria en
que están escritos. Una novela romántica se lee con una expectación distinta
a como se lee un libro de historia, porque cada forma de lenguaje aborda, a su
modo, la realidad. Nadie espera que los personajes de la novela hayan vivido
realmente; o si se trata de una novela histórica, que los personajes hayan
dicho y hecho en realidad cuanto dicen y hacen en la novela. Nuestras esperanzas
son distintas ante una colección de refranes, una leyenda épica, un cuento o
un serial radiofónico. Unas y otras son formas literarias de captar y expresar
la realidad, pero cada cual a su modo.
2.
LOS GENEROS LITERARIOS EN LA BIBLIA
Todo
lo dicho vale, como es natural, para la Biblia,
como para cualquier obra escrita. La dificultad está en que, como la
Biblia se escribió durante mucho tiempo y hace siglos, las circunstancias y las
formas de lenguaje han cambiado tanto que a veces nos resultan poco familiares.
En
la historia de la Iglesia ha habido enormes confusiones y han estallado amargas
discusiones por el mero hecho de no haberse dado cuenta de la intención
fundamental de ciertos géneros y formas literarias. Se tomaron como noticias
históricas textos bíblicos que pretendían simplemente predicar, anunciar un
mensaje; o se tomaron como leyes textos del Nuevo Testamento que no era más que
exhortaciones. Se vieron como historias reales narraciones noveladas. Se quiso
tomar todo al pie de la letra, hasta los temas de carácter científico,
costumbrista o cultural.
Hoy
en día, sobre todo a partir de Pío XII, se tiene en la Iglesia un especial
cuidado en distinguir los diversos géneros literarios de la Biblia. Dice este
Papa en su encíclica ‘Divino Afflante Spíritu’: “El intérprete debe
trasladarse con el pensamiento a aquellos tiempos del Oriente, y con la ayuda de
la historia, de la arqueología, la etnología y otras ciencias, examinar y
distinguir claramente qué géneros literarios quisieron usar y usaron de hecho
los escritores de aquellas épocas remotas... Ninguno de los modos de hablar de
los que entre los antiguos, y especialmente entre los orientales, se servía el
lenguaje para expresar el pensamiento, puede decirse que es incompatible con los
Libros Sagrados... En la Escritura las cosas divinas
son presentadas, según el uso de su tiempo, de un modo humano...
Conociendo, pues, y evaluando debidamente los modos y el arte de hablar y
escribir de los antiguos, se podrán resolver muchas objeciones que se hacen
contra la verdad y el valor histórico de las Sagradas Escrituras; además de
que este estudio ayudará mucho a una más completa y luminosa comprensión del
pensamiento del autor sagrado.”
Más
tarde el Concilio Vaticano II afirmó con claridad: “Para descubrir la intención
del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios.
Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole
histórica, en libros proféticos, o en otros géneros literarios. El intérprete
indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y
cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para
comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay que tener
muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar, que se usaban en
tiempos del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían
emplear en la conversación ordinaria” (Dei Verbum, 12).
Siguiendo
estas instrucciones, los estudiosos de la Biblia o exegetas modernos descubren
en la Biblia todo un arsenal de géneros y formas literarios. Los siglos pasados
no supieron ver la riqueza y el colorido de las formas literarias de la Biblia.
No se hablaba sino de tres géneros: los libros históricos, los proféticos y
los didácticos. Este reparto superficial y mecánico hizo
que Tobías fuera metido entre los libros históricos, Jonás entre los
proféticos y los
Salmos entre los didácticos. Y lo que es peor, los llamados libros históricos
acapararon la atención, de forma que toda la Biblia muchas veces fue
aprisionada y reducida a historia sagrada.
En
realidad cada libro tiene su género literario, y dentro de cada uno suele haber
diversas formas literarias. La exégesis moderna distingue en la Biblia el
relato histórico, la saga, el mito, el cuento, la fábula, el sermón, la
exhortación, la confesión de fe, la narración didáctica, la parábola, la
sentencia profética, jurídica o sapiencial, el refrán, el discurso, la oración,
el canto, etc. La lista podría alargarse y dividirse aun más. Pero no es ese
el fin de este folleto. Solo daremos algunas normas generales y algunos ejemplos
concretos, de modo que nos puedan ayudar a familiarizarnos con el lenguaje bíblico.
En primer lugar daremos algunas
normas generales y, en otro apartado, pondremos algunos ejemplos claves.
En
la Biblia, como en todo escrito, se habla a veces en lenguaje
figurado, con sus metáforas, sinécdoques, metonimias y antropomorfismos.
Dice, por ejemplo, que la luna se avergüenza y que las estrellas se alegran;
que Dios duerme y se levanta; que cubre al fiel con sus alas... Sería
equivocado entenderlo como suena o imaginarse que el cielo tiene puertas con San
Pedro de portero porque el Señor dijo que le daba sus llaves. Las figuras hay
que tomarlas como figuras, y no como realidades tal como
suenan.
También
sería equivocado tomar como suenan las exageraciones
frecuentes en la Biblia. En aquel tiempo todos entendían que había que rebajar
las cifras cuando se hablaba de los combatientes en una batalla o de las
riquezas del templo o del rey. La exageración era un modo de realzar el relato
y dar a entender la importancia de la cosa. ¡Nosotros ahora también sabemos
exagerar con ese fin!
También
son figuras, que no deben tomarse al pie de la letra, las paradojas, como aquella de que “el que no odia a su padre y a su
madre, no es digno de mi” (Lc 14,26).
Los
autores de la Biblia, hijos de su tiempo, se expresan según la mentalidad y la ciencia de su época: Por eso dicen que la
tierra está fija y es el sol el que se mueve, o que la luna es más grande que
las estrellas. En conformidad con la visión religiosa y la ciencia de su
tiempo, atribuyen muchas enfermedades al demonio. Frecuentemente se saltan las
causas segundas, atribuyendo a Dios directamente todo lo que pasa.
En
la Biblia hay a veces narraciones folklóricas,
con sus típicas exageraciones y formas épicas populares, cuyo objeto es dar
importancia a la figura de los héroes y las gestas del pueblo. Tales parecen
ser la historia de Sansón (Jue 13), la de las pieles que Rebeca puso a Jacob (Gén
27) o la forma como se describen las plagas de Egipto (Ex 9 ). Esas formas son
maneras de la narrativa popular, que se complace en dar colorido a los relatos y
agrandan las
cosas para impresionar.
A
veces en la Biblia hay cábalas, es
decir, lecciones en números, cosa muy del gusto de los orientales, aunque para
nosotros sea algo desconocido. Un ejemplo claro es el de la edad de los
patriarcas. Con esas cifras tan altas no se quiere determinar un número
concreto de años vividos, sino darnos una lección en números sobre la
perfección de los patriarcas. No se pueden tomar como nos suenan a nosotros
muchos números de la Biblia. Hay que buscar su sentido simbólico, ya que con
frecuencia significan cualidad y no cantidad. El 7, por ejemplo, significa
totalidad, y el 12, perfección.
3.
ALGUNOS EJEMPLOS CONCRETOS
No
pretendemos dar una lista, ni una definición, de todos los géneros literarios
presentes en la Biblia. Solamente queremos dar algunos ejemplos concretos, muy
brevemente, de modo vivencial, con el fin de poder intuir su importancia y
quedarse, quizás, también con el deseo de seguir estudiando el tema.
a)
Narración Didáctica:
Tomemos
como ejemplo el libro de Jonás. Se trata de un escrito instructivo a partir de
una narración muy concreta. Su punto culminante no es la escena del pez, sino
el diálogo entre Dios y Jonás al final de la narración. A Jonás le
escandaliza la misericordia de Dios hasta el punto de desearse la muerte. Dios
justifica su misericordia con un discurso, que acaba con una pregunta : “¿Y
no voy a afligirme yo por Nínive?”. La pregunta va dirigida al pueblo judío
(Jonás), encerrado en sí mismo, al que no le agrada que Dios se
apiade de los paganos, simbolizados por Nínive. El libro de Jonás no es
un escrito histórico. Sólo tomando en serio y con todas sus consecuencias el género
literario de esta narración se puede penetrar en la profundidad del libro de
Jonás: enseñar que Dios es muy distinto a nosotros y su misericordia está muy
por encima de lo que nosotros podemos imaginar. Al pequeño sufrimiento de Jonás
se contrapone nada menos que la gran sensibilidad de Dios a favor de los
inocentes.
Narraciones
didácticas son también, por ejemplo, los libros de Job y de Rut.
b)
Saga:
Fijémonos
como ejemplo de saga en la maravillosa narración del sacrificio de Isaac (Gén
22,1-19). A diferencia del caso de Jonás, esta narración pretende ofrecernos
“historia”, aunque de un modo especial. Abrahán es una figura histórica,
pero al mismo tiempo es una idealización grandiosa y artística de lo que
Israel ha vivido a través de los siglos. La historia del sacrificio de Isaac
era muy antigua, transmitida por mucho tiempo de boca en boca. Pero no es una
historia en el sentido moderno de la palabra. Presenta una parte de la historia
de Israel a través de un fragmento de la historia de Abrahán, centrando la
atención precisamente en su relación con Dios: se trata de experiencias de fe,
patentes únicamente a los ojos del creyente, y vividas a través de los siglos.
La
saga es, pues, una narración que por un largo período de tiempo se transmitió
oralmente, y que
conservaba de generación en generación las vivencias históricas de un
pueblo. Son sagas casi todas las historias de los patriarcas y cantidad de
narraciones del Antiguo Testamento. Abrahán, Isaac y Jacob son personajes históricos,
pero al mismo tiempo sus figuras grandiosas se nos presentan poéticamente
interpretadas a través de lo que Israel ha vivido a lo largo de los siglos: que
Dios los ha llamado, escogido y guiado; que Dios es fiel a sus promesas, a pesar
de las infidelidades de Israel; que los sufrimientos al final Dios los convierte
en bendiciones. Israel ha interiorizado estas experiencias que tuvo a lo largo
de la historia. En ellas se ha identificado y tomado conciencia de sí y las ha
ejemplarizado en las historias de los patriarcas.
c)
Narración Histórica:
El
prendimiento de Jesús que narra Marcos (14, 43-52) contiene una serie de
detalles históricos, y todo el hecho en sí es histórico. Sin embargo, el
relato trasciende la mera información o noticia, porque trata de interpretar el
acontecimiento a la luz de la fe. Se ve el esmero con que se ha trabajado el
texto, y la enorme distancia que hay entre un texto así y la seca enumeración
sucesiva de unos hechos sin más conexión que la cronología. En este texto hay
una enumeración de episodios, pero cuantificada con vistas a las intenciones
del narrador. Este texto es más que un informe. Es una narración histórica,
que interpreta los acontecimientos, da sentido a hechos particulares y los
alumbra con una luz interior, sin reparos en poner en boca de Jesús palabras
que sirven
para dar la explicación religiosa del suceso.
Esta
ordenación de los hechos y la simultánea interpretación de los mismos
caracteriza a toda la historia de la Pasión, y más
aún constituye una dimensión esencial de la mayoría de las narraciones
evangélicas. Jamás vemos en los Evangelios un informe escueto, que reproduzca
sólo la materialidad externa de los hechos, renunciando a toda interpretación.
Sólo el conocimiento exacto de los hechos, como en una filmación, no nos
hubiera descubierto la verdad más profunda del por qué de la vida y la muerte
de Jesús. Las dimensiones profundas de la historia, su misterio y su sentido último,
sólo son accesibles mediante la interpretación y la aclaración. Por ello no
podían satisfacer a la Iglesia primitiva los géneros literarios llamados crónicas
o noticiarios, aunque nosotros ahora indebidamente los añoremos. Quisiéramos
saber cantidad de detalles de la vida de Jesús, pero con frecuencia no nos
interesa la interpretación teológica de su vida, que es lo que buscan los
Evangelios.
Las
narraciones históricas de la Biblia buscan descubrir el fondo de la historia,
considerando los hechos desde la experiencia de la fe. Parten de unos hechos
reales, pero no se contentan con reflejar sólo su imagen externa.
d)
Narración Confesional
A
veces, en el Nuevo Testamento, el relato se absorbe de tal modo en el sentido
profundo del misterio de Jesús, que se aleja del dato histórico puramente material
y externo. Como narración típica de este género analizaremos la anunciación
del nacimiento de Jesús, según Lucas 1, 26-38.
Este
texto está muy bien construido. Nada sobra en él. Todo tiene un sentido
profundo. El conjunto de la narración se compuso a base del Antiguo Testamento.
El autor no sólo se contentó con tomar de él esas fórmulas conocidas, como
“no temas” o “nada es imposible para Dios”. Ajustó además su narración
a dos esquemas ya existentes en el Antiguo Testamento, combinándolos entre sí:
el esquema de anunciación (Gén 16,7-12;
17, 15-19) y el de vocación (Ex 3,10-12; Jer 1, 4-10). Desvelando así
la estructura íntima de la narración de Lc 1,26-38, podemos llegar a la
conclusión de que el evangelista no pretende en primera instancia referir un
hecho minucioso y detallado, sino dar una interpretación teológica.
El
momento cumbre y el sentido central de la narración está en las frases que
hablan de la grandeza del Niño que va a nacer (versículos 32-33). El texto, a
la luz de la fe pospascual, quiere interpretar y aclarar la personalidad de Jesús,
su ser y su misterio. La narración está dirigida a confesar que Jesús es el
Hijo de Dios. Dice además que Dios le dará el trono de David, o sea, que Jesús
será el Mesías esperado, que llegará a tener un reinado eterno.
Podemos
decir, pues, que en el centro de este pasaje hay una profesión de fe pospascual,
interpretada y formulada como narración. Por consiguiente, el texto no debe
leerse como una noticia, ni como un informe histórico, sino como
una narración confesional.
e)
Los discursos de Revelación del Cuarto Evangelio
Es
fácil darse cuenta que Jesús habla de forma distinta en el Evangelio de Juan y
en los Evangelios sinópticos. No es éste el momento de constatarlo en
concreto. Pero las diferencias afectan no sólo al contenido, sino también a la
forma y estilo. Compárese Juan 8, 12-29 con Lucas 12, 49-59. Jesús habla en
los tres primeros Evangelios al estilo de un profeta; en el de San Juan, al
estilo de un revelador.
Ante
estas diferencias es lógico preguntarse cómo realmente habló el Jesús histórico,
como en el Evangelio de Juan o como en los sinópticos.
Ciertamente
en los tres Evangelios más antiguos nos hallamos más cerca del Jesús
histórico, que en el cuarto Evangelio. El discurso de revelación, como
los del Evangelio de Juan, es un género literario que nunca utilizó el Jesús
histórico. El discurso de Juan 8,12-19 es la composición de un teólogo del
cristianismo primitivo, pero no es un discurso del Jesús histórico.
Pero
ante estas conclusiones hay que preguntarse: ¿Consistirá la verdad sólo en la
descripción exacta de los hechos externos, o hay otras formas distintas de
verdad? ¿Bastaría un discurso registrado en grabadora al pie de la letra para
conocer quién fue Jesús y lo que quiso? ¿Qué refleja más profundamente la
realidad, una fotografía o un cuadro pintado por un gran
artista?
Existe
una profunda unidad entre el Jesús de los Evangelios sinópticos y el Jesús
del Evangelio de Juan. El autor del cuarto Evangelio no hace sino meditar y
ahondar en las palabras de Jesús que recogen los tres primeros Evangelios. San
Juan tira de los hilos que se ven en la trama de los primeros Evangelios y
desarrolla una imagen nueva, pero cuyos rasgos ya estaban allá esbozados. A
pesar de las diferencias, el Evangelio de Juan refleja con exactitud,
profundidad y fidelidad el ser y la misión de Jesús.
Queda
en pie el hecho de que en el Evangelio de San Juan no habla el Jesús histórico.
Los discursos de revelación de este Evangelio son meditaciones teológicas de
la primitiva Iglesia sobre el mensaje de Jesús y el misterio de su persona. Y
son meditaciones que brotan de la fe en Cristo y de un grande amor a Cristo. Sólo
así se puede conocer su misterio y su intimidad.
Siempre
queda, además, en pie la verdad de que los discursos de Juan son palabras
inspiradas por Cristo resucitado… Si no son del Jesús histórico, sí lo son
de Cristo resucitado.
No
hemos pretendido examinar al detalle todos los géneros y formas literarios de
la Biblia. Sólo nos interesaba hacer caer en cuenta de su existencia y de la
importancia que tiene su conocimiento para una recta inteligencia de cada pasaje
bíblico. Si alguien interpreta la narración de Jonás como una noticia histórica,
puede ser que arroje indignado la Biblia de sus manos; pero sabiendo que se
trata de una descripción gráfica del amor y de la paciencia de Dios aun para
con los más pecadores, la leerá con gusto y la meditará con frutos siempre
nuevos.
La
finalidad de la crítica de las formas y géneros literarios no se reduce a
decidir si un texto es histórico o no lo es. Su misión específica es
descubrir el fin y la intención de un texto. Tiene que buscar el mensaje que el
texto pretende dar, dónde yace su sentido central y qué lenguaje emplea para
conseguirlo. Nos ha de ayudar a descubrir la intención, el propósito buscado
en la forma de lenguaje escogido. Hay que ver si el autor quiere instruir o
predicar, aconsejar o acusar, dar una ley o simplemente manifestar su fe. Hay
que preguntarse siempre por la intención profunda que encierra cada texto o
pasaje.
Pero
ello no quiere decir que tenga uno que ser especialista en exégesis para poder
entender rectamente la Biblia. Pero sí hay que insistir en la necesidad de
estudio. La Biblia no puede interpretarse a lo loco, como a cada uno se le
antoje. Pues en ese caso muchas veces le hacemos decir a la Biblia lo que de
ninguna manera dice ni quiere decir.
Al
menos es necesario tomarse en serio las introducciones y las notas que traen las
buenas Biblias. Además siempre será necesaria la lectura de libros y folletos
que nos enseñen a profundizar en el mensaje bíblico. Y cursillos, y la
constante lectura de la Biblia, tanto personalmente, como en familia y en
comunidad.
Pero no basta el estudio. Ante todo es necesaria la fe, como veremos más adelante, Y el deseo de vivirla. Es imposible entender la Biblia si no se tiene la intención de ponerla en práctica, viendo siempre en ella la luz y la fuerza de Dios. De ello pasamos a hablar en el capítulo que sigue a continuación.