Pontificio
Consejo para las Comunicaciones Sociales Ética
en las Ciudad
del Vaticano, 4 de junio de 2000. I.-
INTRODUCCIÓN 1.
El uso que la gente hace de los medios de comunicación social puede
producir efectos positivos o negativos. Aunque se dice comúnmente —y
lo diremos a menudo aquí— que en los medios de comunicación social
« cabe de todo », no son fuerzas ciegas de la naturaleza fuera del
control del hombre. Porque aun cuando los actos de comunicación
tienen a menudo consecuencias no pretendidas, la gente elige usar los
medios de comunicación con fines buenos o malos, de un modo bueno o
malo. Estas
opciones, importantes para el aspecto ético, no sólo las realizan
quienes reciben el mensaje —espectadores, oyentes y lectores—,
sino especialmente quienes controlan los medios de comunicación
social y determinan sus estructuras, sus políticas y sus contenidos.
Incluyen a funcionarios públicos y ejecutivos de empresas, miembros
de consejos de administración, propietarios, editores y gerentes de
emisoras, directores, jefes de redacción, productores, escritores,
corresponsales y otras personas. Para ellos, la cuestión ética es
particularmente importante: los medios de comunicación social ¿se
usan para el bien o para el mal? 2.
El impacto de la comunicación social es enorme. Por medio de ella la
gente entra en contacto con otras personas y con acontecimientos, se
forma sus opiniones y valores. No sólo se transmiten y reciben
información e ideas a través de estos instrumentos, sino que a
menudo las personas experimentan la vida misma como una experiencia de
los medios de comunicación social (cf. Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, Aetatis novae, 2). La
evolución tecnológica está teniendo como consecuencia inmediata que
los medios de comunicación resulten cada vez más penetrantes y
poderosos. « La llegada de la sociedad de la información es una
verdadera revolución cultural » (Pontificio Consejo para la Cultura,
Para una pastoral de la cultura, 9); y las innovaciones
deslumbrantes del siglo XX pueden haber sido sólo un preludio de lo
que traerá consigo este nuevo siglo. El
alcance y la diversidad de los medios de comunicación accesibles a la
gente en los países ricos ya son asombrosos: libros y periódicos,
televisión y radio, películas y vídeos, grabaciones y
comunicaciones electrónicas transmitidas por radio, cable, satélite
e Internet. Los contenidos de esta vasta difusión van desde las
noticias rigurosas hasta el mero entretenimiento, desde las oraciones
hasta la pornografía, desde la contemplación hasta la violencia. La
gente, dependiendo de cómo usa los medios de comunicación social,
puede aumentar su empatía y su compasión o puede encerrarse en un
mundo narcisista y aislado, con efectos casi narcóticos. Ni siquiera
los que rehúyen los medios de comunicación social pueden evitar el
contacto con quienes están profundamente influidos por ellos. 3.
Además de estas razones, la Iglesia tiene sus propios motivos para
estar interesada en los medios de comunicación social. La historia de
la comunicación humana, vista a la luz de la fe, puede considerarse
como un largo camino desde Babel, lugar y símbolo del colapso de las
comunicaciones (cf. Gn 11,4-8), hasta Pentecostés y el don de
lenguas (cf. Hch 2,5-11), cuando se restableció la
comunicación mediante el poder del Espíritu Santo, enviado por el
Hijo. La Iglesia, enviada al mundo para anunciar la buena nueva (cf. Mt28,19-20;
Mc 16,15), tiene la misión de proclamar el Evangelio hasta el
fin de los tiempos. Hoy sabe que es preciso usar los medios de
comunicación social (cf. Concilio Vaticano II, Inter mirifica,
3; Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 45; Juan Pablo II, Redemptoris
missio, 37; Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Communio
et progressio, 126-134, Aetatis novae, 11). La
Iglesia también se reconoce a sí misma como una communio, una
comunión de personas y comunidades eucarísticas, que « se
fundamenta en la comunión íntima de la Trinidad » (Aetatis novae,
10; Congregación para la Doctrina de la Fe, Algunos aspectos de la
Iglesia entendida como comunión). En efecto, toda la
comunicación humana se basa en la comunicación entre el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Más aún, la comunión trinitaria llega
hasta la humanidad: el Hijo es la Palabra, « pronunciada »
eternamente por el Padre; y en Jesucristo y por Jesucristo, Hijo y
Palabra hecha carne, Dios se comunica a sí mismo y comunica su
salvación a los hombres y mujeres. « Muchas veces y de muchos modos
habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas;
en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo » (Hb 1,1-2).
La comunicación en la Iglesia y por medio de ella encuentra su punto
de partida en la comunión de amor entre las Personas divinas y en su
comunicación con nosotros. 4.
La Iglesia asume los medios de comunicación social con una actitud
fundamentalmente positiva y estimulante. No se limita simplemente a
pronunciar juicios y condenas; por el contrario, considera que estos
instrumentos no sólo son productos del ingenio humano, sino también
grandes dones de Dios y verdaderos signos de los tiempos (cf. Inter
mirifica, 1; Evangelii nuntiandi, 45;Redemptoris missio,
37). La Iglesia desea apoyar a los profesionales de la comunicación,
proponiéndoles principios positivos para asistirles en su trabajo, a
la vez que fomenta un diálogo en el que todas las partes interesadas
—hoy está implicada una gran parte de la humanidad— puedan
participar. Estos propósitos constituyen la razón de ser del
presente documento. Lo
decimos una vez más: los medios de comunicación social no hacen nada
por sí mismos; son únicamente instrumentos, herramientas que la
gente elige usar de uno u otro modo. Al reflexionar en los medios de
comunicación social, debemos afrontar honradamente la cuestión «
más esencial » que plantea el progreso tecnológico: si, gracias a
él, la persona humana « se hace de veras mejor, es decir, más
maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su
humanidad, más responsable, más abierto a los demás,
particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más
disponible a dar y prestar ayuda a todos » (Juan Pablo II, Redemptor
hominis, 15). Damos
por supuesto que la gran mayoría de las personas dedicadas con toda
su capacidad a la comunicación social es gente consciente que quiere
hacer las cosas como se debe. Los funcionarios públicos, los
políticos y los ejecutivos de empresas desean respetar y promover el
interés público, tal como lo entienden. Los lectores, los oyentes y
los telespectadores quieren emplear bien su tiempo, con miras a un
crecimiento y un desarrollo personales que les permitan llevar una
vida más feliz y más productiva. Los padres sienten la inquietud de
saber si lo que entra en sus hogares a través de los medios de
comunicación social es beneficioso para sus hijos. Los comunicadores
más profesionales desean usar sus talentos para servir a la familia
humana, y están preocupados por las crecientes presiones económicas
e ideológicas tendentes a bajar los modelos éticos presentes en
numerosos sectores de los medios de comunicación social. Los
contenidos de las innumerables opciones hechas por todas esas personas
en relación con los medios de comunicación social se diferencian de
un grupo a otro y de una persona a otra; pero todas las opciones
tienen su peso ético y están sometidas a una evaluación ética.
Para elegir correctamente, es necesario que quienes eligen « conozcan
las normas del orden moral en este campo y las lleven fielmente a la
práctica » (Inter mirifica, 4). 5.
La Iglesia aporta diversos elementos a esta cuestión. Aporta
una larga tradición de sabiduría moral, enraizada en la revelación
divina y en la reflexión humana (cf. Juan Pablo II, Fides et ratio,
36-48). Una parte de esa tradición está formada por un conjunto
fundamental y creciente de doctrina social, cuya orientación
teológica es un importante correctivo tanto para la « solución atea,
que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como para
las soluciones permisivas o consumistas, las cuales con diversos
pretextos tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de
Dios mismo » (Juan Pablo II, Centesimus annus, 55). Más que
pronunciar simplemente un juicio pasajero, esta tradición se ofrece a
sí misma al servicio de los medios de comunicación social. Por
ejemplo, « la cultura de la sabiduría, propia de la Iglesia, puede
evitar que la cultura de la información, propia de los medios de
comunicación, se convierta en una acumulación de hechos sin sentido
» (Juan Pablo II, Mensaje para la XXXIII Jornada mundial de las
comunicaciones sociales de 1999, n. 3). La
Iglesia también aporta algo más en esta cuestión. Su contribución
especial a las realidades humanas, incluyendo el mundo de las
comunicaciones sociales, es « precisamente el concepto de la dignidad
de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio
del Verbo encarnado » (Centesimus annus, 47). Como afirma el
Concilio Vaticano II, « Cristo el Señor, Cristo el nuevo Adán, en
la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su
vocación » (Gaudium et spes, 22). II.-
LA COMUNICACIÓN SOCIAL AL SERVICIO DE LA PERSONA HUMANA 6.
La Instrucción Pastoral sobre las comunicaciones sociales Communio
et progressio, en continuidad con la Constitución Pastoral del
Concilio sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes (cf.
nn. 30-31), subraya que los medios de comunicación están llamados a
servir a la dignidad humana, ayudando a la gente a vivir bien y a
actuar como personas en comunidad. Los medios de comunicación
realizan esa misión impulsando a los hombres y mujeres a ser
conscientes de su dignidad, a comprender los pensamientos y
sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de responsabilidad
mutua, y a crecer en la libertad personal, en el respeto a la libertad
de los demás y en la capacidad de diálogo. La
comunicación social tiene un inmenso poder para promover la felicidad
del hombre y su realización. Sin pretender dar más que una visión
de conjunto, presentamos aquí, como hemos hecho en otro documento
(cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en
la publicidad, 4-8), algunos beneficios económicos, políticos,
culturales, educativos y religiosos. 7.
Económicos. El mercado no es una norma de moralidad o una
fuente de valores morales, y se puede abusar de la economía de
mercado; pero el mercado puede servir a la persona (cf. Centesimus
annus, 34), y los medios de comunicación desempeñan un papel
indispensable en una economía de mercado. La comunicación social
sostiene los negocios y el comercio, contribuye a estimular el
progreso económico, el empleo y la prosperidad, promueve mejoras en
la calidad de los bienes y servicios existentes y el desarrollo de
otros nuevos, fomenta la competencia responsable con vistas al
interés público, y permite que la gente haga opciones informadas,
dándole a conocer la disponibilidad y las características de los
productos. En
resumen, los complejos sistemas económicos nacionales e
internacionales actuales no podrían funcionar sin los medios de
comunicación. Si se prescindiera de ellos se derrumbarían las
estructuras económicas fundamentales, con gran perjuicio para
numerosas personas y para la sociedad. 8.
Políticos. La comunicación social beneficia a la sociedad,
facilitando la participación informada de los ciudadanos en los
procesos políticos. Los medios de comunicación unen a la gente en la
búsqueda de propósitos y objetivos comunes, ayudándoles así a
formar y apoyar auténticas comunidades políticas. Los
medios de comunicación son indispensables en las sociedades
democráticas actuales. Proporcionan información sobre cuestiones y
hechos, sobre funcionarios y candidatos a cargos públicos. Permiten
que los líderes se comuniquen rápida y directamente con el público
sobre asuntos urgentes. Son importantes instrumentos de
responsabilidad, llamando la atención sobre la incompetencia, la
corrupción y los abusos de confianza, a la vez que ponen de relieve
los casos de competencia, espíritu cívico y cumplimiento del deber. 9.
Culturales. Los medios de comunicación social facilitan el
acceso de la gente a la literatura, al teatro, a la música y al arte,
que de otro modo serían inasequibles para ella, y promueven así un
desarrollo humano respetuoso del conocimiento, la sabiduría y la
belleza. No hablamos sólo de representaciones de obras clásicas y de
los frutos de la erudición, sino también de espectáculos populares
sanos y de información útil que reúne a las familias, ayuda a la
gente a resolver los problemas diarios, eleva el espíritu de las
personas enfermas, solas y ancianas, y alivia el tedio de la vida. Los
medios de comunicación también hacen posible que los grupos étnicos
se estimen y celebren sus tradiciones culturales, compartiéndolas con
los demás y transmitiéndolas a las nuevas generaciones. En
particular introducen a los niños y a los jóvenes en su patrimonio
cultural. Los comunicadores, como los artistas, sirven al bien común
preservando y enriqueciendo el patrimonio cultural de las naciones y
los pueblos (cf. Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4). 10.
Educativos. Los medios de comunicación son importantes
instrumentos de educación en diferentes ámbitos, desde la escuela
hasta el lugar de trabajo, y en muchas etapas de la vida. Los niños
que son iniciados en los rudimentos de la lectura y las matemáticas;
los jóvenes que procuran realizar su formación vocacional o quieren
conseguir títulos de estudio; y los ancianos que quieren aprender
nuevas cosas en sus últimos años: éstos, como muchos otros, gracias
a los medios de comunicación, tienen acceso a un rico y creciente
tesoro de recursos educativos. Los
medios de comunicación son instrumentos educativos normales en muchas
aulas. Y, más allá de las paredes del aula, los medios de
comunicación, incluida Internet, superan las barreras de la distancia
y el aislamiento, ofreciendo la oportunidad de aprender a pobladores
de áreas remotas, a los religiosos en conventos, a las personas
obligadas a permanecer en su hogar, a los detenidos, y a muchos otros. 11.
Religiosos. La vida religiosa de mucha gente se enriquece mucho
gracias a los medios de comunicación, que transmiten noticias e
información de acontecimientos, ideas y personalidades del ámbito
religioso, y sirven como vehículos para la evangelización y la
catequesis. Diariamente proporcionan inspiración, aliento y
oportunidades de participar en funciones litúrgicas a personas
obligadas a permanecer en sus hogares o en instituciones. A
veces los medios de comunicación también contribuyen de un modo
extraordinario al enriquecimiento espiritual de las personas. Por
ejemplo, es incontable en todo el mundo el número de personas que ven
y, en cierto sentido, participan en importantes acontecimientos de la
vida de la Iglesia televisados regularmente por satélite desde Roma.
Y a lo largo de los años los medios de comunicación han llevado las
palabras y las imágenes de las visitas pastorales del Santo Padre a
miles de millones de personas. 12.
En todos estos ámbitos —económico, político, cultural, educativo
y religioso—, y en otros más, los medios de comunicación pueden
usarse para construir y apoyar a la comunidad humana. En efecto, toda
comunicación debe estar abierta a la comunión entre las personas. «
Para llegar a ser verdaderamente hermanos y hermanas es necesario
conocerse. Para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de
forma más amplia y profunda » (Congregación para los Institutos de
Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Vida fraterna
en comunidad, 29). La comunicación que sirve genuinamente a la
comunidad « lleva consigo algo más que la sola manifestación de
ideas o expresión de sentimientos. Según su más íntima naturaleza
es una entrega de sí mismo por amor » (Communio et progressio,
11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de
junio de 1971, p. 3). Este
tipo de comunicación busca el bienestar y la realización de los
miembros de la comunidad dentro del respeto al bien común de todos.
Pero para discernir este bien común se requieren la consulta y el
diálogo. Por esta razón, es imprescindible que las partes implicadas
en la comunicación social se comprometan en dicho diálogo y acepten
la verdad sobre lo que es bueno. De este modo los medios de
comunicación pueden cumplir su deber de « atestiguar la verdad sobre
la vida, sobre la dignidad humana, sobre el verdadero sentido de
nuestra libertad y mutua interdependencia » (Juan Pablo II, Mensaje
para la XXXIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales de
1999, n. 2). III.-
LA COMUNICACIÓN SOCIAL QUE VIOLA EL BIEN DE LA PERSONA 13.
Los medios de comunicación también pueden usarse para bloquear a la
comunidad y menoscabar el bien integral de las personas alienándolas,
marginándolas o aislándolas; arrastrándolas hacia comunidades
perversas organizadas alrededor de valores falsos y destructivos;
favoreciendo la hostilidad y el conflicto; criticando excesivamente a
los demás y creando la mentalidad de «nosotros» contra « ellos »;
presentando lo que es soez y degradante con un aspecto atractivo e
ignorando o ridiculizando lo que eleva y ennoblece. Pueden difundir
noticias falsas y desinformación, favoreciendo la trivialidad y la
banalidad. Los tópicos —basados en la raza y en la pertenencia
étnica, en el sexo, en la edad y en otros factores, incluyendo la
religión— son tristemente comunes en los medios de comunicación.
Además, con frecuencia la comunicación social descuida lo que es
auténticamente nuevo e importante, incluyendo la Buena Nueva del
Evangelio, y se concentra en lo que está de moda o en lo excéntrico. Existen
abusos en cada una de las áreas que acabamos de mencionar. 14.
Económicos. Los medios de comunicación se usan a veces para
construir y apoyar sistemas económicos que sirven a la codicia y a la
avidez. El neoliberalismo es un caso típico: « Haciendo referencia a
una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las
leyes del mercado como parámetros absolutos, en detrimento de la
dignidad y del respeto de las personas y los pueblos » (Juan Pablo
II, Ecclesia in America, 56). En dichas circunstancias, los
medios de comunicación, que deben beneficiar a todos, son explotados
en provecho de unos pocos. El
proceso de globalización « puede crear oportunidades extraordinarias
de mayor bienestar » (Centesimus annus, 58); pero con él, e
incluso como parte de él, algunas naciones y pueblos sufren la
explotación y la marginación, quedándose cada vez más atrás en la
lucha por el desarrollo. Estas bolsas de miseria cada vez más amplias
en medio de la abundancia son semilleros de envidia, resentimiento,
tensión y conflicto. Esto subraya la necesidad de « adecuados
órganos internacionales de control y de guía válidos, que orienten
la economía misma hacia el bien común » (Centesimus annus,
58). Frente
a graves injusticias, no basta que los comunicadores digan simplemente
que su trabajo consiste en referir las cosas tal como son. Eso es
indudablemente su tarea. Pero algunos casos de sufrimiento humano son
en gran parte ignorados por los medios de comunicación, mientras
informan acerca de otros; y en la medida en que esto refleja una
decisión de los comunicadores, también refleja una selectividad
inadmisible. De forma más fundamental aún, las estructuras y las
políticas de comunicación y la distribución de tecnología son
factores que hacen que algunas personas sean « ricas en información
» y otras « pobres en información », en una época en que la
prosperidad, e incluso la supervivencia, depende de la información. Por
tanto, de este modo los medios de comunicación a menudo contribuyen a
las injusticias y desequilibrios que causan el sufrimiento sobre el
que informan: « Hay que romper las barreras y los monopolios que
colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos
—individuos y naciones— las condiciones básicas que les permitan
participar en dicho desarrollo » (Centesimus annus, 35). La
tecnología de las comunicaciones y la información, junto con la
formación para su uso, es una de esas condiciones básicas. 15.
Políticos. Los políticos sin escrúpulos usan los medios de
comunicación para la demagogia y el engaño, apoyando políticas
injustas y regímenes opresivos. Ridiculizan a sus adversarios y
sistemáticamente distorsionan y anulan la verdad por medio de la
propaganda y de planteamientos falsamente tranquilizadores. En este
caso, más que unir a las personas, los medios de comunicación sirven
para separarlas, creando tensiones y sospechas que constituyen
gérmenes de nuevos conflictos. Incluso
en países con sistemas democráticos, también es frecuente que los
líderes políticos manipulen la opinión pública a través de los
medios de comunicación, en vez de promover una participación
informada en los procesos políticos. Se observan los
convencionalismos de la democracia, pero ciertas técnicas copiadas de
la publicidad y de las relaciones públicas se despliegan en nombre de
políticas que explotan a grupos particulares y violan los derechos
fundamentales, incluso el derecho a la vida (cf. Juan Pablo II, Evangelium
vitae, 70). A
menudo, también los medios de comunicación difunden el relativismo
ético y el utilitarismo, que caracterizan la actual cultura de la
muerte. Participan en la contemporánea « conjura contra la vida »,
« creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso
a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma
eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras
muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones
incondicionales a favor de la vida » (Evangelium vitae, 17). 16.
Culturales. La crítica condena con frecuencia la
superficialidad y el mal gusto de los medios de comunicación que, sin
estar obligados a la estrechez de miras o la uniformidad, no deberían
tampoco caer en la vulgaridad o la degradación. No sirve de excusa
afirmar que los medios de comunicación social reflejan las costumbres
populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre
esas costumbres, y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no
degradarlas. El
problema presenta diversos aspectos. Uno de ellos se refiere a los
temas complejos, cuando en vez de ser presentados con esmero y
veracidad, los noticiarios los evitan o los simplifican excesivamente.
Otro serían los programas de entretenimiento de tipo corruptor y
deshumanizante, que incluyen y explotan temas relacionados con la
sexualidad y la violencia. Es una grave irresponsabilidad ignorar o
disimular el hecho de que « la pornografía y la violencia sádica
deprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a
los individuos —especialmente a las mujeres y a los niños—,
destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes
antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad » (Pontificio
Consejo para las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia
en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral, 10). En
el ámbito internacional, el dominio cultural impuesto a través de
los medios de comunicación social también constituye un problema
cada vez más serio. En algunos lugares las expresiones de la cultura
tradicional están virtualmente excluidas del acceso a los medios
populares de comunicación y corren el riesgo de desaparecer; mientras
tanto, los valores de las sociedades ricas y secularizadas suplantan
cada vez más los valores tradicionales de las sociedades menos ricas
y poderosas. Teniendo esto en cuenta, habría que prestar particular
atención a los niños y jóvenes, proporcionándoles programas que
les permitan tener un contacto vivo con su herencia cultural. Es
de desear que la comunicación se haga según modelos culturales. Las
sociedades pueden y deben aprender unas de otras. Pero la
comunicación transcultural no debería realizarse en detrimento de
las más débiles. Hoy « incluso las culturas menos extendidas no
están aisladas. Se benefician de intercambios cada vez mayores, y al
mismo tiempo sufren presiones ejercidas por una fuerte corriente uniformadora
» (Para una pastoral de la cultura, 33). El hecho de que un
gran número de informaciones fluya actualmente en una única
dirección —desde las naciones desarrolladas hacia las naciones en
vías de desarrollo y pobres— plantea serias cuestiones éticas.
¿Los ricos no tienen nada que aprender de los pobres? ¿Los potentes
son sordos a la voz de los débiles? 17.
Educativos. En lugar de promover la enseñanza, los medios de
comunicación pueden distraer a la gente y llevarla a perder el
tiempo. De este modo, los más perjudicados son los niños y los
jóvenes, pero los adultos también sufren esa influencia de programas
banales e inútiles. Una de las causas de este abuso de confianza por
parte de los comunicadores es la avidez, que pone el lucro por encima
de las personas. De
igual modo, los medios de comunicación se usan en algunas ocasiones
como instrumentos de adoctrinamiento, con la intención de controlar
lo que la gente sabe y negarle el acceso a la información que las
autoridades no quieren que tenga. Ésta es una perversión de la
educación auténtica, que se esfuerza por ampliar el conocimiento y
la capacidad de las personas y ayudarles a perseguir propósitos
elevados, sin limitar sus horizontes y sin aprovechar sus energías al
servicio de ideologías. 18.
Religiosos. En la relación entre los medios de comunicación
social y la religión existen tentaciones por ambas partes. Entre
las tentaciones de los medios de comunicación están el ignorar o
marginar las ideas y las experiencias religiosas; tratar a la
religión con incomprensión, quizá hasta con desprecio, como un
objeto de curiosidad que no merece una atención seria; promover las
modas religiosas con menoscabo de la fe tradicional; tratar a los
grupos religiosos legítimos con hostilidad; valorar la religión y la
experiencia religiosa según criterios mundanos de lo que debe ser;
preferir las concepciones religiosas que corresponden a los gustos
seculares a las que no corresponden; y tratar de encerrar la
trascendencia dentro de los confines del racionalismo y el
escepticismo. Los actuales medios de comunicación reflejan la
situación posmoderna del espíritu humano, encerrado « dentro de los
límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo
trascendente » (Fides et ratio, 81). Por
su parte, la religión puede tener tentaciones como formarse un juicio
exclusivamente crítico y negativo de los medios de comunicación; no
comprender que los criterios razonables de un buen uso de los medios
de comunicación, como son la objetividad y la imparcialidad, pueden
excluir un trato especial para los intereses institucionales de la
religión; presentar los mensajes religiosos con un estilo emotivo y
manipulado, como si fueran productos que compiten en un mercado
saturado; usar los medios de comunicación como instrumentos para el
control y el dominio; practicar innecesariamente el secreto, por lo
demás pecando contra la verdad; minimizar la exigencia evangélica de
conversión, arrepentimiento y cambio de vida, sustituyéndola con una
religiosidad tibia que pide poco a la gente; e impulsar el integrismo,
el fanatismo y el exclusivismo religioso, que fomentan el desprecio y
la hostilidad hacia los demás. 19.
En síntesis, los medios de comunicación pueden usarse para el bien o
para el mal; es cuestión de elegir. « No conviene olvidar que la
comunicación a través de los medios de comunicación social no es un
ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender.
Mucho menos, un vehículo para la ideología. Los medios de
comunicación pueden a veces reducir a los seres humanos a simples
unidades de consumo, o a grupos rivales de interés; también pueden
manipular a los espectadores, lectores y oyentes, considerándolos
meras cifras de las que se obtienen ventajas, sea en venta de
productos sea en apoyo político. Y todo ello destruye la comunidad.
La tarea de la comunicación es unir a las personas y enriquecer su
vida, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de comunicación social,
usados correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar una comunidad
humana basada en la justicia y la caridad; y, en la medida en que lo
hagan, serán signos de esperanza » (Juan Pablo II, Mensaje para
la XXXII Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1998,
n. 4). IV.-
ALGUNOS PRINCIPIOS ÉTICOS IMPORTANTES 20.
Los principios y las normas éticas importantes en otros campos se
aplican también a la comunicación social. Se pueden aplicar siempre
los principios de la ética social, como la solidaridad, la
subsidiariedad, la justicia, la equidad y la responsabilidad en el uso
de los recursos públicos y en el cumplimiento de funciones de
responsabilidad pública. La comunicación debe ser siempre veraz,
puesto que la verdad es esencial a la libertad individual y a la
comunión auténtica entre las personas. La
ética en la comunicación social no sólo concierne a lo que aparece
en las pantallas de cine y de televisión, en las transmisiones
radiofónicas, en las páginas impresas o en Internet, sino implica
también muchos otros aspectos. La dimensión ética no sólo atañe
al contenido de la comunicación (el mensaje) y al proceso de
comunicación (cómo se realiza la comunicación), sino también a
cuestiones fundamentales, estructurales y sistemáticas, que a menudo
incluyen múltiples asuntos de política acerca de la distribución de
tecnología y productos de alta calidad (¿quién será rico y quién
pobre en información?). Estas cuestiones remiten a otras, con
implicaciones económicas y políticas para la propiedad y el control.
Por lo menos en las sociedades abiertas con economías de mercado, el
problema ético de todos puede ser cómo armonizar beneficio con
servicio de interés público, entendido según una concepción
integral del bien común. Incluso
a las personas de buena voluntad no siempre les resulta evidente cómo
aplicar los principios éticos y las normas a los casos particulares;
hacen falta reflexión, discusión y diálogo. Ofrecemos las
siguientes consideraciones con la esperanza de alentar esta reflexión
y este diálogo entre los responsables de la política de la
comunicación, los comunicadores profesionales, los expertos en
ética, los moralistas, los usuarios de la comunicación y demás
personas implicadas. 21.
En estas tres áreas —mensaje, proceso y cuestiones estructurales y
sistemáticas— el principio ético fundamental consiste en que la
persona humana y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de
los medios de comunicación social; la comunicación debería
realizarse de personas a personas, con vistas al desarrollo integral
de las mismas. El
desarrollo integral requiere que exista una cantidad suficiente de
bienes materiales y productos, pero también exige atención al «
parámetro interior » (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis,
29; cf. 46). Cada uno debe tener la oportunidad de crecer y florecer
con respecto a la amplia gama de los bienes físicos, intelectuales,
afectivos, morales y espirituales. Las personas tienen una dignidad y
una importancia irreducibles, y jamás pueden ser sacrificadas en aras
de intereses colectivos. 22.
El segundo principio es complementario del primero: el bien de las
personas no puede realizarse independientemente del bien común de las
comunidades a las que pertenecen. Este bien común debería entenderse
de modo íntegro, como la suma total de nobles propósitos compartidos
en cuya búsqueda se comprometen todos los miembros de la comunidad, y
para cuyo servicio existe la misma comunidad. Así,
mientras la comunicación social se ocupa —y es natural— de las
necesidades e intereses de grupos particulares, no debería hacerlo de
manera que enfrente a un grupo contra otro: por ejemplo, en nombre de
la lucha de clases, del nacionalismo exagerado, de la supremacía
racial, de la limpieza étnica u otros temas similares. La virtud de
la solidaridad, que es « la determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común » (Sollicitudo rei socialis,
38), debería gobernar todas las áreas de la vida social, económica,
política, cultural y religiosa. Los
comunicadores y los responsables de la política de la comunicación
deben servir a las necesidades y a los intereses reales, tanto de las
personas como de los grupos, en todos los niveles y de todos los
modos. Urge la equidad en el ámbito internacional, donde la mala
distribución de los bienes materiales entre el Norte y el Sur se ha
agravado a causa de la mala distribución de los recursos de la
comunicación y de la tecnología de la información, de los que
dependen en gran medida la productividad y la prosperidad. Problemas
análogos existen también en los países ricos, « donde la
transformación incesante de los modos de producción y de consumo
devalúa ciertos conocimientos ya adquiridos y profesionalidades
consolidadas » y « los que no logran ir al compás de los tiempos
pueden quedar fácilmente marginados » (Centesimus annus, 33). Es
evidente, por tanto, la necesidad de una amplia participación en la
toma de decisiones no sólo acerca de los mensajes y los procesos de
comunicación social, sino también acerca de las cuestiones
sistemáticas y la distribución de los recursos. Los responsables de
las decisiones tienen el serio deber moral de reconocer las
necesidades y los intereses de quienes son particularmente vulnerables
—los pobres, los ancianos, los hijos por nacer, los niños y los
jóvenes, los oprimidos y los marginados, las mujeres y las minorías,
los enfermos y los minusválidos—, así como las necesidades e
intereses de las familias y los grupos religiosos. Hoy más que nunca
la comunidad internacional y los intereses de las comunicaciones
internacionales deberían tener una actitud más generosa y abierta
con respecto a las naciones y las regiones donde aquello que los
medios de comunicación hacen o dejan de hacer, los hace partícipes
de la vergonzosa persistencia de males como la pobreza, el
analfabetismo, la represión política, la violación de los derechos
humanos, los conflictos entre grupos y entre religiones, y la
supresión de las culturas indígenas. 23.
Aun así, seguimos creyendo que « la solución de los problemas
nacidos de esta comercialización y de esta privatización no
reglamentadas no siempre reside en un control del Estado sobre los
medios de comunicación, sino en una reglamentación más importante,
conforme a las normas del servicio público, así como en una
responsabilidad pública mayor. Hay que destacar, a este respecto, que
si los cauces jurídicos y políticos en los que funcionan los medios
de comunicación de ciertos países están actualmente en franca
mejora, hay otros lugares en los que la intervención gubernamental es
un instrumento de opresión y de exclusión » (Aetatis novae,
5). Hay
que estar siempre a favor de la libertad de expresión, porque «
cuantas veces los hombres, según su natural inclinación,
intercambian sus conocimientos o manifiestan sus opiniones, están
usando de un derecho que les es propio, y a la vez ejerciendo una
función social » (Communio et progressio, 45: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1971, p. 5).
Sin embargo, considerada desde una perspectiva ética, esta
presunción no es una norma absoluta e irrevocable. Se dan casos
obvios en los que no existe ningún derecho a comunicar, por ejemplo
el de la difamación y la calumnia, el de los mensajes que pretenden
fomentar el odio y el conflicto entre las personas y los grupos, la
obscenidad y la pornografía, y las descripciones morbosas de la
violencia. Es evidente también que la libre expresión debería
atenerse siempre a principios como la verdad, la honradez y el respeto
a la vida privada. Los
comunicadores profesionales deberían participar activamente en la
elaboración y aplicación de códigos éticos de comportamiento para
su profesión, en colaboración con representantes públicos. Los
organismos religiosos y otros grupos también deben participar en este
esfuerzo continuo. 24.
Otro principio importante, ya mencionado, concierne a la
participación pública en la elaboración de decisiones sobre la
política de las comunicaciones. En todos los niveles, esta
participación debería ser organizada, sistemática y auténticamente
representativa, sin desviarse en favor de grupos particulares. Este
principio se aplica siempre y, tal vez de manera especial, cuando los
medios de comunicación son de propiedad privada y operan con fines de
lucro. En
el interés de la participación pública, los comunicadores « deben
tratar de comunicarse con la gente, no sólo de hablarle. Eso implica
conocer las necesidades de la gente, ser consciente de sus luchas y
presentar todas las formas de comunicación con la sensibilidad que la
dignidad humana exige » (Juan Pablo II, Discurso a los
especialistas en comunicación, Los Ángeles, 15 de septiembre de
1987, n. 4; L'Osservatore Romano, edición en lengua española,
18 de octubre de 1987, p. 12). Se
suele considerar que la circulación, los índices de audiencia y las
taquillas, junto con el análisis de mercado, son los mejores
indicadores del sentimiento público; de hecho, son los únicos
necesarios para que funcione la ley del mercado. No cabe duda de que
la voz del mercado puede oírse de esas maneras. Pero las decisiones
sobre los contenidos y la política de los medios de comunicación no
deberían depender sólo del mercado y de factores económicos —los
beneficios—, puesto que éstos no contribuyen a salvaguardar el
interés público en su integridad ni tampoco los legítimos intereses
de las minorías. Hasta
cierto punto, puede responderse a esta objeción con el concepto de «
nicho », según el cual los periódicos, los programas, las emisoras
y los canales particulares se dirigen a audiencias particulares. Este
enfoque es legítimo, en cierto sentido. Pero la diversificación y la
especialización, que organizan los medios de comunicación para
corresponder a las audiencias divididas en unidades cada vez más
pequeñas basadas en gran parte en factores económicos y en modelos
de consumo, no deberían llegar tan lejos. Los medios de comunicación
social deben seguir siendo un « areópago » (cf.Redemptoris
missio, 37), un foro para el intercambio de ideas e información
en el que participan personas y grupos, fomentando la solidaridad y la
paz. En particular, Internet despierta preocupación con respecto a «
las consecuencias radicalmente nuevas que entraña: pérdida del
"peso específico" de la información, reducción de los
mensajes a pura información, ausencia de reacciones pertinentes a los
mensajes de la red por parte de personas responsables, efecto
disuasorio en cuanto a las relaciones interpersonales » (Para una
pastoral de la cultura, 9). 25.
Los comunicadores profesionales no son los únicos que tienen deberes
éticos. También las audiencias —los usuarios— tienen
obligaciones. Los comunicadores que se esfuerzan por afrontar sus
responsabilidades merecen a su vez audiencias conscientes de las
propias. El
primer deber de los usuarios de la comunicación social consiste en
discernir y seleccionar. Deberían informarse acerca de los medios de
comunicación —sus estructuras, su modo de actuar y sus contenidos—
y hacer opciones responsables, de acuerdo con sólidos criterios
éticos, sobre lo que conviene leer, ver o escuchar. Hoy todos
necesitan alguna forma de formación permanente acerca de los medios
de comunicación, sea mediante el estudio personal, sea mediante la
participación en un programa organizado, sea con ambos. La educación
en el uso de los medios de comunicación, más que enseñar algo
acerca de las técnicas, ayuda a la gente a formarse criterios de buen
gusto y juicios morales verdaderos, que constituyen un aspecto de la
formación de la conciencia. A
través de sus escuelas y de sus programas de formación, la Iglesia
debería proporcionar este tipo de educación para el uso de los
medios de comunicación social (cf. Aetatis novae, 28; Communio
et progressio, 107). Las siguientes palabras, dirigidas
originalmente a los institutos de vida consagrada, tienen una
aplicación más amplia: « La comunidad, consciente del influjo de
los medios de comunicación, se educa para utilizarlos en orden al
crecimiento personal y comunitario con la claridad evangélica y la
libertad interior de quien ha aprendido a conocer a Cristo (cf. Ga 4,17-23).
En efecto, esos medios proponen, y con frecuencia imponen, una
mentalidad y un modelo de vida que debe ser confrontado continuamente
con el Evangelio. A este propósito desde muchos lugares se pide una
profunda formación para la recepción y el uso crítico y fecundo de
esos medios » (Congregación para los institutos de vida consagrada y
las sociedades de vida apostólica, Vida fraterna en comunidad,
34). De
igual modo, los padres tienen el serio deber de ayudar a sus hijos a
aprender a valorar y usar los medios de comunicación, formando
correctamente su conciencia y desarrollando sus facultades críticas
(cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 76). Por el bien de
sus hijos, y por el suyo, los padres deben aprender y poner en
práctica su capacidad de discernimiento como telespectadores, oyentes
y lectores, dando ejemplo en sus hogares de un uso prudente de los
medios de comunicación. De acuerdo con la edad y las circunstancias,
los niños y los jóvenes deberían ser introducidos en la formación
respecto a los medios de comunicación, evitando el camino fácil de
la pasividad carente de espíritu crítico, la presión de sus
coetáneos y la explotación comercial. Puede ser útil a las familias
—padres e hijos juntos— reunirse en grupos para estudiar y
discutir los problemas y las ventajas que plantea la comunicación
social. 26.
Además de promover la educación en el uso de los medios de
comunicación, las instituciones, las organizaciones y los programas
de la Iglesia tienen otras importantes responsabilidades en lo que
atañe a la comunicación social. En primer lugar, y sobre todo, el
ejercicio de la comunicación por parte de la Iglesia debería ser
ejemplar, reflejando los elevados modelos de verdad, responsabilidad y
sensibilidad con respecto a los derechos humanos, así como otros
importantes principios y normas. Además de esto, los medios de
comunicación de la Iglesia deberían esforzarse por comunicar la
plenitud de la verdad acerca del significado de la vida humana y de la
historia, especialmente como está contenida en la palabra de Dios
revelada y expresada por la enseñanza del Magisterio. Los pastores
deberían estimular el uso de los medios de comunicación social para
difundir el Evangelio (cf. Código de derecho canónico, can.
822, § 1). Quienes
representan a la Iglesia deben ser honrados e íntegros en sus
relaciones con los periodistas. Aun cuando « sus preguntas provocan
algunas veces perplejidad y desencanto, sobre todo cuando corresponden
poco al contenido fundamental del mensaje que debemos transmitir »,
debemos tener presente que « esos interrogantes desconcertantes
coinciden con los de la mayor parte de nuestros contemporáneos » (Para
una pastoral de la cultura, 34). Si la Iglesia quiere hablar de
modo creíble a la gente de hoy, quienes hablan en su nombre tienen
que dar respuestas creíbles y verdaderas a esas preguntas
aparentemente incómodas. Los
católicos, como los demás ciudadanos, tienen el derecho a expresarse
libremente y por ello también el de acceder a los medios de
comunicación para este fin. El derecho de expresión incluye la
posibilidad de manifestar opiniones acerca del bien de la Iglesia, con
el debido respeto a la integridad de la fe y la moral, respeto a los
pastores, y consideración por el bien común y la dignidad de las
personas (cf. Código de derecho canónico, c. 212, § 3; c.
227). Sin embargo, nadie tiene derecho a hablar en nombre de la
Iglesia, ni a implicarla en lo que haga, sin haber sido designado
expresamente; y las opiniones personales no deberían presentarse como
enseñanza de la Iglesia (cf. ib., c. 227). Sería
un gran bien para la Iglesia que un mayor número de personas que
tienen cargos y cumplen funciones en su nombre se formaran en el uso
de los medios de comunicación. Esto no vale solamente para los
seminaristas, para miembros de comunidades religiosas en período de
formación y para los jóvenes laicos católicos; vale para todo el
personal de la Iglesia. Si los medios de comunicación son «
neutrales, abiertos y honrados », ofrecen a los cristianos bien
preparados « un papel misionero de primer plano », y es importante
que éstos estén « bien formados y se les apoye » (Para una
pastoral de la cultura, 34). Los pastores también deberían
ofrecer a sus fieles orientación acerca de los medios de
comunicación y de sus mensajes, a veces discordantes e incluso
destructivos (cf. Código de derecho canónico, c. 822, § 2 y
3). Una
consideración análoga es válida también respecto a la
comunicación interna en la Iglesia. Un flujo recíproco de
información y puntos de vista entre los pastores y los fieles, una
libertad de expresión que tenga en cuenta el bien de la comunidad y
el papel del Magisterio al promoverla, y una opinión pública
responsable, son expresiones importantes del « derecho fundamental al
diálogo y a la información en el seno de la Iglesia » (Aetatis
novae, 10; cf. Communio et progressio, 20). El
derecho de expresión debe ejercerse con deferencia a la verdad
revelada y a la enseñanza de la Iglesia, y respetando los derechos
eclesiales de los demás (cf. Código de derecho canónico, c.
212, § 1, 2 y 3; c. 220). Como sucede en otras comunidades e
instituciones, a veces la Iglesia necesita —y en ocasiones tiene el
deber— de practicar la reserva y la discreción. Pero no debería
hacerlo con miras a la manipulación y al control. Dentro de la
comunión de fe, quienes « poseen la sagrada potestad están al
servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del
pueblo de Dios y tienen, por tanto, la verdadera dignidad de
cristianos, aspirando al mismo fin, en libertad y orden, lleguen a la
salvación » (Lumen gentium, 18). La práctica correcta de la
comunicación es uno de los modos de realizar esta concepción. V.-
CONCLUSIÓN 27.
Al comenzar el tercer milenio de la era cristiana, la humanidad está
creando una red global de transmisión instantánea de información,
de ideas y de juicios de valor en la ciencia, el comercio, la
educación, el entretenimiento, la política, el arte, la religión, y
en todos los demás campos. Esta
red ya es accesible directamente a muchas personas en sus hogares, en
las escuelas y en los lugares de trabajo, es decir, prácticamente
dondequiera que se encuentren. Es común ver en tiempo real
acontecimientos, desde deportes hasta guerras, que suceden en el otro
extremo del planeta. La gente puede entrar directamente en contacto
con una infinidad de datos que hasta hace poco no estaban siquiera al
alcance de especialistas y estudiantes. Una persona puede ascender a
las alturas del genio humano y de la virtud, o caer en el abismo de la
degradación mientras está sentada sola ante un teclado o una
pantalla. La tecnología de la comunicación logra constantemente
nuevos avances, con enormes potencialidades para el bien y para el
mal. Al mismo tiempo que aumenta la interactividad, se desdibuja la
distinción entre comunicadores y usuarios. Se necesita una
investigación continua sobre el impacto y, en especial, sobre las
implicaciones éticas de los medios de comunicación, tanto nuevos
como emergentes. 28.
Pero, a pesar de su inmenso poder, los medios de comunicación son y
seguirán siendo sólo medios, es decir, instrumentos, herramientas
disponibles tanto para un uso bueno como para uno malo. A nosotros
corresponde elegir. Los medios de comunicación no exigen una nueva
ética; lo que exigen es la aplicación de principios ya establecidos
a las nuevas circunstancias. Y ésta es la tarea en la que todos
tienen un papel que desempeñar. La ética en los medios de
comunicación no sólo es tarea de especialistas en comunicación
social o en filosofía moral; la reflexión y el diálogo que este
documento pretende impulsar y fomentar deben alcanzar horizontes más
amplios y globales. 29.
La comunicación social puede unir a las personas en comunidades
presididas por la simpatía y los intereses comunes. ¿Estarán dichas
comunidades basadas en la justicia, la decencia y el respeto de los
derechos humanos? ¿Se comprometerán en favor del bien común? ¿O,
por el contrario, serán egoístas e introvertidas, buscando el
beneficio de grupos particulares —económicos, raciales, políticos
e incluso religiosos— a expensas de los demás? ¿Servirá la nueva
tecnología a todas las naciones y a todos los pueblos, respetando las
tradiciones culturales de cada uno, o será un instrumento para
aumentar la riqueza de los ricos y el poder de los poderosos?
Corresponde a nosotros elegir. Los
medios de comunicación también pueden usarse para separar y aislar.
La tecnología permite cada vez más a la gente reunir informaciones y
servicios elaborados exclusivamente para ella. Eso supone ventajas
reales, pero plantea una cuestión inevitable: ¿será la audiencia
del futuro una multitud de audiencias de una sola persona? La nueva
tecnología, a la vez que puede aumentar la autonomía individual,
tiene otras implicaciones menos positivas. El « web » del futuro, en
lugar de ser una comunidad global, ¿podría convertirse en una vasta
y fragmentada red de personas aisladas —abejas humanas en sus celdas—,
que interactúan con datos y no directamente unos con otros? ¿Qué
sería de la solidaridad, o qué sería del amor, en un mundo como
ese? Aún
en el mejor de los casos la comunicación humana tiene serias
limitaciones; es más o menos imperfecta y corre el riesgo de
fracasar. A las personas les resulta difícil comunicarse siempre unas
con otras honradamente, de un modo que no haga daño y sirva lo mejor
posible a los intereses de todos. Además, en el mundo de los medios
de comunicación, las dificultades inherentes a ella a menudo son
acrecentadas por la ideología, por el afán de lucro y control
político, por rivalidades y conflictos entre grupos, y por otros
males sociales. Los actuales medios de comunicación aumentan mucho el
alcance de la comunicación social, su cantidad, su velocidad; pero no
hacen menos frágil ni menos susceptible de fracasar la disposición
humana a comunicarse de mente a mente, de corazón a corazón. 30.
Como hemos dicho, la contribución especial que la Iglesia ofrece al
debate en este campo consiste en una visión de la persona humana, de
su incomparable dignidad y de sus derechos inviolables, y en una
visión de la comunidad humana cuyos miembros están unidos en virtud
de la solidaridad con vistas al bien común de todos. La necesidad de
estos dos conceptos es especialmente urgente « cuando se está
obligado a constatar el carácter parcial de propuestas que elevan lo
efímero al rango de valor, creando ilusiones sobre la posibilidad de
alcanzar el verdadero sentido de la existencia »; al faltar esas
visiones, « muchos llevan una vida casi hasta el límite de la ruina,
sin saber bien lo que les espera » (Fides et ratio, 6). Ante
esta crisis, la Iglesia se presenta como « experta en humanidad »,
cuya experiencia « la mueve a extender necesariamente su misión
religiosa a los diversos campos » del comportamiento humano (Sollicitudo
rei socialis, 41; cf. Pablo VI, Populorum progressio, 13).
No puede conservar exclusivamente para sí misma la verdad sobre la
persona humana y sobre la comunidad humana; al contrario, debe
compartirla abiertamente, siempre consciente de que la gente puede
responder en forma negativa a la verdad, y también a ella misma. La
Iglesia, al tratar de fomentar y apoyar elevados modelos éticos en el
uso de los medios de comunicación social, busca el diálogo y la
colaboración con los demás: con los funcionarios públicos, que
tienen el deber particular de proteger y promover el bien común de la
comunidad política; con los hombres y mujeres del mundo de la cultura
y las artes; con estudiosos y profesores comprometidos en la
formación de los comunicadores y los oyentes futuros; con los
miembros de las demás Iglesias y grupos religiosos que comparten su
deseo de que los medios de comunicación se usen para la gloria de
Dios y el servicio al género humano (cf. Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, Criterios para la cooperación ecuménica
e interreligiosa en las comunicaciones); y, en especial, con los
comunicadores profesionales: escritores, directores, reporteros,
corresponsales, actores, productores y personal técnico, así como
con los propietarios, los administradores y los responsables de la
política en este campo. 31.
A pesar de sus limitaciones, la comunicación humana encierra en sí
algo de la actividad creadora de Dios. « El Artista divino, con
amorosa condescendencia, transmite al artista humano » —y,
podríamos añadir, también a los comunicadores— « un destello de
su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia
creadora »; si llegan a comprender esto, los artistas y los
comunicadores « pueden comprenderse a fondo a sí mismos, y su propia
vocación y misión » (Juan Pablo II, Carta a los artistas,
1). El
comunicador cristiano en particular tiene una tarea, una vocación
profética: clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro
tiempo —el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el
nacionalismo extremo y otros—, ofreciendo a todos un cuerpo de
verdades morales basadas en la dignidad y los derechos humanos, la
opción preferencial por los pobres, el destino universal de los
bienes, el amor a los enemigos y el respeto incondicional a toda vida
humana, desde la concepción hasta la muerte natural; y buscando la
realización más perfecta del Reino en este mundo, conscientes de
que, al final de los tiempos, Jesús restablecerá todas las cosas y
las restituirá al Padre (cf. 1 Co 15, 24). 32.
Para concluir, dado que estas reflexiones se dirigen a todas las
personas de buena voluntad, y no sólo a los católicos, conviene
hablar de Jesús como modelo para los comunicadores. « En estos
últimos tiempos » Dios Padre « nos ha hablado por medio del Hijo »
(Hb 1,2); y este Hijo nos comunica ahora y siempre el amor del
Padre y el sentido último de nuestra vida. «
El mismo Cristo en su vida se presentó como el perfecto comunicador.
Por la encarnación se revistió de la semejanza de aquellos que
después iban a recibir su mensaje, proclamado tanto con palabras como
con su vida entera, con fuerza y constancia, desde dentro, es decir,
desde en medio de su pueblo. Sin embargo, se acomodaba a su forma y
modo de hablar y pensar, ya que lo hacía desde su misma situación y
condición » (Communio et progressio, 11: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1971, p. 3). Durante
la vida pública de Jesús las muchedumbres se reunían para escuchar
su predicación y su enseñanza (cf. Mt 8,1.18; Mc 2,2;
4,1; Lc 5,1, etc.); él enseñaba « como quien tiene autoridad
» (Mt 7,29; cf. Mc 1,22;Lc 4,32). Les hablaba
del Padre y, al mismo tiempo, los dirigía hacia sí mismo,
explicando: « Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn14,6)
y « el que me ha visto a mí, ha visto al Padre » (Jn 14,9).
No perdió tiempo en discursos insustanciales o justificándose a sí
mismo, ni siquiera cuando fue acusado y condenado (cf. Mt 26,63;
27,12-14; Mc 15,5; 15,61), pues su « alimento » era hacer la
voluntad del Padre que lo había enviado (cf. Jn 4,34); y todo
lo que decía y hacía guardaba relación con esa voluntad. A
menudo la enseñanza de Jesús adoptaba la forma de parábolas y
relatos coloridos que expresaban profundas verdades con las palabras
sencillas que se usaban a diario. No sólo sus palabras, sino también
sus obras, especialmente sus milagros, eran actos de comunicación,
que revelaban su identidad y manifestaban el poder de Dios (cf. Evangelii
nuntiandi, 12). En sus comunicaciones mostraba respeto por sus
oyentes, solicitud por su situación y sus necesidades, compasión por
su sufrimiento (por ejemplo, véase Lc 7,13), y firme
determinación de decirles lo que necesitaban oír, de un modo que
debía atraer poderosamente su atención y ayudarles a recibir el
mensaje, sin coerción ni componendas, sin engaño ni manipulación.
Invitaba a los demás a abrir su mente y su corazón a él, sabiendo
que éste era el modo de llevarles hacia él y hacia su Padre (véase,
por ejemplo, Jn 3,1-15; 4,7-26). Jesús
enseñaba que la comunicación es un acto moral: « De lo que rebosa
el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas
buenas; y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo
que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el
día del juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por
tus palabras serás condenado » (Mt 12,34-37). Criticaba
severamente a quienes escandalizaran a los « pequeños », y
aseguraba que a quien lo hiciera « era mejor que le pusieran al
cuello una piedra y lo echaran al mar » (Mc 9,42; cf. Mt 18,6;
Lc17,2). Era completamente sincero; un hombre de quien se
podía decir que « en su boca no se halló engaño »; y también: «
al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia
» (1 P 2,22-23). Insistía en la sinceridad y en la veracidad
de los demás, al mismo tiempo que condenaba la hipocresía, la
inmoralidad y cualquier forma de comunicación que fuera torcida y
perversa: « Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no,
no", pues lo que pasa de aquí viene del maligno » (Mt 5,37). 33.
Jesús es el modelo y el criterio de nuestra comunicación. Para
quienes están implicados en la comunicación social —responsables
de la política, comunicadores profesionales, usuarios, sea cual sea
el papel que desempeñen— la conclusión es clara: « Por tanto,
desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo,
pues somos miembros los unos de los otros. (...) No salga de vuestra
boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según
la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen » (Ef 4,25.29).
Servir a la persona humana, construir una comunidad humana fundada en
la solidaridad, en la justicia y en el amor, y decir la verdad sobre
la vida humana y su plenitud final en Dios han sido, son y seguirán
ocupando el centro de la ética en los medios de comunicación. Ciudad
del Vaticano, 4 de Junio del 2000, Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, Jubileo de los Periodistas. John
P. Foley Pierfranco
Pastore |