ORIENTACIONES
SOBRE LA FORMACIÓN
EN LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS

Congregación para los Institutos de Vida Consagrada
y las Sociedades de Vida Apostólica



INTRODUCCIÓN

- Finalidad de la formación de los religiosos
- Una preocupación constante
- La acción post-conciliar de la congregación para los institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostólica
- La razón de ser de este documento y sus destinatarios

CONSAGRACIÓN RELIGIOSA Y FORMACIÓN

- Identidad Religiosa y Formación
- La Vida Religiosa y Consagrada según el Derecho de la Iglesia
- Una Vocación Divina para una Misión de Salvación
- Una Respuesta Personal
- La Profesión Religiosa: un Acto de la Iglesia que Consagra e Incorpora
- La Vida según los Consejos Evangélicos
- La Castidad
- La Pobreza
- La Obediencia
- Los institutos religiosos una diversidad de dones que se debe cultivar y mantener
- Una vida unificada en el Espíritu Santo


Finalidad de la formación de los religiosos

1. La renovación adecuada de los institutos religiosos depende principalmente de la formación de sus miembros. La vida religiosa reúne discípulos de Cristo a los que es conveniente ayudar a acoger « este don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que con su gracia conserva siempre ».[1]Por eso las mejores formas de adaptación sólo darán su fruto si están animadas por una profunda renovación espiritual. La formación de los candidatos, que tiene por fin inmediato iniciarles en la vida religiosa y hacerles tomar conciencia de su especificidad en la Iglesia, tendrá sobre todo, mediante la armoniosa fusión de sus elementos espiritual, apostólico, doctrinal y práctico, a ayudar a religiosas y religiosos a realizar su unidad de vida en Cristo por el Espíritu.[2]

Una preocupación constante

2. Con notable anterioridad al Concilio Vaticano II, la Iglesia se había preocupado de la formación de los religiosos.[3] El Concilio, a su vez, ha dado principios doctrinales y normas generales en el capítulo VI de la Constitución dogmática Lumen Gentium y en el Decreto Perfectae Caritatis. El Papa Pablo VI, por su parte, ha recordado a los religiosos que, cualquiera que sea la diversidad de formas de vida y de carismas, todos los elementos de la vida religiosa deben siempre estar ordenados a la construcción del «hombre interior».[4]Nuestro Santo Padre Juan Pablo II, desde el comienzo de su pontificado, ha tratado con frecuencia sobre la formación de los religiosos en los numerosos discursos que ha pronunciado.[5] El Código de derecho canónico, en fin, se ha dedicado a traducir en normas más concretas las exigencias requeridas para una renovación adaptada de la formación.[6]

La acción post-conciliar de la congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica

3. La Congregación desde 1969, amplió en la Instrucción Renovationis Causam ciertas disposiciones canónicas entonces en vigor para « mejor adaptar el conjunto de las etapas de la formación a la mentalidad de las nuevas generaciones, a las condiciones de la vida moderna, así como a las exigencias actuales del apostolado, aunque permaneciendo fiel a la naturaleza y a la finalidad particular de cada instituto ».[7]

Otros documentos publicados posteriormente por el Dicasterio, aunque no traten directamente sobre la formación de los religiosos, tienen no obstante relación con ella bajo uno u otro aspecto. Estos son Mutuae relationes en 1978,[8] «Religiosos y Promoción humana» y «Dimensión contemplativa de la vida religiosa» en 1980,[9] «Elementos esenciales del Magisterio de la Iglesia sobre la vida religiosa» en 1983.[10] Será útil recurrir a estos documentos para que la formación de los religiosos se realice en plena armonía con las orientaciones pastorales de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares y para favorecer la integración entre «interioridad y actividad» de las religiosas y religiosos dedicados al apostolado.[11] Así la actividad «por el Señor» no dejará de conducirlos al Señor «fuente de toda actividad».[12]

La razón de ser de este documento y sus destinatarios

4. La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica estima con todo útil y aun necesario el proponer a los superiores mayores de los institutos religiosos y a sus hermanos y hermanas encargados de la formación, incluidos monjas y monjes, el presente documento, tanto más que muchos de ellos lo habían pedido. Lo hace en fuerza de la misión que tiene de dar a los institutos orientaciones que podrán ayudarles a elaborar sus propias directivas de formación (ratio), como prescribe el derecho universal de la Iglesia.[13] Por otra parte, religiosas y religiosos tienen derecho a conocer cuál es la mente de la Santa Sede acerca de los problemas actuales de la formación y las soluciones que tal vez sugiera para resolverlos. EL documento se inspira en numerosas experiencias ya realizadas después del Concilio Vaticano II y se hace eco de cuestiones muchas veces planteadas por los superiores mayores. Recuerda a todos algunas exigencias del derecho en función de las circunstancias y necesidades actuales. En fin, espera hacer un servicio, sobre todo a los institutos recién fundados y a aquellos que disponen por el momento de escasos medios de formación y de información.

5. El documento no se dirige más que a los institutos religiosos. Se centra en lo que es más específico de la vida religiosa y no dedica más que un capítulo a los requisitos para acceder a los ministerios diaconal y presbiteral. Estos últimos han sido objeto de instrucciones exhaustivas por parte del competente Dicasterio, las cuales se aplican también a los religiosos candidatos a dichos ministerios.[14] Pretende dar orientaciones válidas para la vida religiosa en su conjunto; corresponderá a cada instituto utilizarlas según su carácter propio.

El contenido del documento es igualmente válido para uno y otro sexo, salvo si se deduce lo contrario del contexto o de la naturaleza de las cosas.[15]


Identidad Religiosa y Formación

6. El fin primordial de la formación es permitir que los candidatos a la vida religiosa y los jóvenes profesos descubran en primer lugar, asimilen y profundicen después, en qué consiste la identidad del religioso. Solamente en estas condiciones, la persona consagrada a Dios se insertará en el mundo como un testimonio significativo, eficaz y fiel.[16] Es conveniente pues recordar, desde el comienzo de un documento sobre la formación, lo que significa para la Iglesia la gracia de la consagración religiosa.

La Vida Religiosa y Consagrada según el Derecho de la Iglesia

7. « En cuanto consagración de toda la persona, la vida religiosa manifiesta en la Iglesia la admirable unión esponsal establecida por Dios, signo de la vida futura. Así el religioso cumple su plena donación como un sacrificio ofrecido a Dios, por el cual toda su existencia se convierte en un culto permanente ofrecido a Dios en la caridad ».

« La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos »_de la cual la vida religiosa es una modalidad_« es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que dedicados por un nuevo y peculiar título a la gloria de Dios, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial »[17].

« Abrazan libremente esta forma de vida, en institutos de vida consagrada canónicamente erigidos por la competente autoridad de la Iglesia, aquellos fieles mediante los votos u otros vínculos sagrados según las leyes propias de los institutos, profesan los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia y, por la caridad a la que éstos conducen, se unen de manera especial a la Iglesia y su misterio ».[18]

Una Vocación Divina para una Misión de Salvación

8. En la base de toda consagración religiosa, hay un llamamiento de Dios, sólo se explica por el amor que El tiene a la persona llamada. Este amor es absolutamente gratuito, personal y único. Abarca toda la persona hasta tal punto que esta ya no se pertenece, sino que pertenece a Cristo.[19] Reviste también el carácter de una alianza. La mirada que Jesús dirigió al joven rico expresa este carácter: « poniendo en él los ojos le amó » (Mc 10, 21). El don del Espíritu lo significa y lo expresa. Ese don compromete a toda la persona a quien Dios llama al seguimiento de Cristo por la práctica de los consejos evangélicos de castidad, de pobreza y de obediencia. Es « un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que, con su gracia, conserva fielmente ».[20]Y por esto « la norma última de la vida religiosa » es «el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio ».[21]

Una Respuesta Personal

9. La llamada de Cristo, que es la expresión de un amor redentor, « abarca a toda la persona, espíritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su único e irrepetible 'yo' personal ».[22]« En el corazón del llamado asume la forma concreta de la profesión de los consejos evangélicos ».[23]De esta forma, aquellos a quienes Dios llama, dan a Cristo Redentor una respuesta de amor; un amor que se entrega totalmente y sin reserva y que se concreta en ofrenda de todo el ser « como hostia viva, santa y agradable a Dios » (Rom 12, 1). Únicamente este amor de carácter nupcial y que implica toda la afectividad de la persona, permitirá motivar y sostener las renuncias y las cruces que necesariamente encuentra quien quiere «perder su vida» por Cristo y por el Evangelio (cf. Mc 8, 35).[24] Esta respuesta personal es parte integrante de la consagración religiosa.

La Profesión Religiosa: un Acto de la Iglesia que Consagra e Incorpora

10. Según la doctrina de la Iglesia, « por la profesión religiosa, los miembros se comprometen con voto público a observar los tres consejos evangélicos, son consagrados a Dios por el ministerio de la Iglesia y son incorporados al instituto con los derechos y deberes definidos por el derecho ».[25]En el acto de la profesión religiosa, que es un acto de Iglesia mediante la autoridad de aquel o aquella que recibe los votos, convergen la acción de Dios y la iniciativa de la persona.[26] Este acto incorpora a la persona a un instituto. En ese instituto, los miembros hacen vida fraterna en común[27]y el instituto les asegura « el apoyo de una mayor estabilidad en su género de vida, una doctrina experimentada para conseguir la perfección, una comunión fraterna al servicio de Cristo y una libertad robustecida por la obediencia, de tal manera que puedan cumplir con seguridad y guardar fielmente su profesión religiosa, avanzando con alegría espiritual por la senda de la caridad ».[28]

La pertenencia de los religiosos y religiosas a un instituto, los lleva a dar a Cristo y a la Iglesia un testimonio público de apartamiento «del espíritu del mundo » (1 Cor 2, 12) y de los comportamientos que le son propios, al mismo tiempo que de su presencia en el mundo según la « sabiduría de Dios » (1 Cor or 2, 7).

La Vida según los Consejos Evangélicos

11. « La profesión religiosa pone en el corazón de cada uno y de cada una (. . .) el amor del Padre, aquel amor que existe en el Corazón de Jesucristo, el Redentor del mundo. Es un amor que abarca al mundo y a todo lo que en él viene del Padre y que al mismo tiempo busca vencer todo lo que en el mundo, no procede del Padre».[29]«Tal amor debe brotar (...) de la fuente misma de aquella particular consagración que basada en el sacramento del santo bautismo es el comienzo de (la) vida nueva (del religioso) en Cristo y en la Iglesia, el comienzo de la nueva creación ».[30]

12. La fe, la esperanza y la caridad impulsan a los religiosos y religiosas a empeñarse por medio de los votos a practicar y profesar los tres consejos evangélicos y a dar así testimonio de la actualidad y del valor de las Bienaventuranzas para este mundo.[31]

Los consejos son como el eje conductor de la vida religiosa, ya que ellos expresan de manera completa y significativa el radicalismo evangélico que la caracteriza. En efecto, « por la profesión de los consejos evangélicos hecha en la Iglesia (el religioso) pretende liberarse de las rémoras que podrían retenerlo en su búsqueda de una caridad ferviente, de la perfección del culto divino y es consagrado más íntimamente al servicio de Dios.[32]

Los consejos evangélicos afectan a la persona humana en las tres dimensiones esenciales de su existencia y de sus relaciones: el amar, el poseer y el poder. Este enraizamiento antropológico explica que la tradición espiritual de la Iglesia los haya relacionado con frecuencia, con las tres concupiscencias evocadas por San Juan.[33] Su práctica bien llevada favorece el desarrollo de la persona, la libertad espiritual, la purificación del corazón, el fervor de la caridad y ayuda al religioso a cooperar en la construcción de la ciudad terrena.[34]

Los consejos evangélicos vividos tan auténticamente como sea posible tienen un gran significado para todos los hombres[35]ya que cada voto da una respuesta específica a las grandes tentaciones de nuestro tiempo. Mediante ellos la Iglesia continúa mostrando al mundo los caminos de su transfiguración en el Reino de Dios.

Por ello, es importante que se ponga un cuidado esmerado en iniciar a los candidatos a la vida religiosa teórica y prácticamente en las exigencias concretas de los tres votos.

La Castidad

13. « El consejo evangélico de castidad, asumido por el Reino de los cielos, que es signo del mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un corazón no dividido, lleva consigo la obligación de observar perfecta continencia en el celibato ».[36]Su práctica supone que la persona consagrada por los votos de religión coloca en el centro de su vida afectiva una relación « más inmediata » (ET 13) con Dios por Jesucristo en el Espíritu.

« Como la observancia de la continencia perfecta afecta íntimamente inclinaciones particularmente profundas de la naturaleza humana, los candidatos a la profesión de la castidad no deben abrazarla ni deben ser admitidos sino después de una probación verdaderamente suficiente y si tienen la debida madurez psicológica y afectiva. No habrá que contentarse con prevenirles solamente de los peligros que acechan a la castidad, sino que han de ser formados de manera que asuman el celibato consagrado a Dios incluso para bien de toda la persona. »[37]

Una tendencia instintiva de la persona humana la lleva a absolutizar el amor humano.

Tendencia caracterizada por el egoísmo afectivo que se afirma por la dominación de la persona amada, como si de esta posesión pudiera brotar la felicidad. Por otra parte, al hombre le cuesta mucho comprender y sobre todo hacer realidad, que el amor puede ser vivido en la donación total de sí mismo, sin exigir necesariamente la expresión sexual. La educación de la castidad se orientará pues a ayudar a cada una y cada uno a controlar y dominar sus impulsos sexuales, aunque prestando atención al mismo tiempo a no caer en un egoísmo afectivo orgullosamente satisfecho de su fidelidad en la pureza. No es casual el que los antiguos Padres dieran a la humildad prioridad sobre la castidad, por la posibilidad que existe, como lo prueba la experiencia, de que se den juntas la castidad y la dureza de corazón.

La castidad libera de una manera especial el corazón del hombre (1 Cor or 7, 32-35) para que arda de amor de Dios y de todos los hombres. Una de las mayores contribuciones que el religioso puede aportar a los hombres de hoy, es ciertamente la de manifestarles más por su vida que por sus palabras, la posibilidad de una verdadera dedicación y apertura a los otros, compartiendo sus alegrías, y siendo fiel y constante en el amor, sin actitudes de dominio ni de exclusivismo.

En consecuencia, la pedagogía de la castidad consagrada procurará:

- conservar la alegría y la acción de gracias por el amor personal con el que cada uno ha sido mirado y elegido por Cristo;

- fomentar la frecuente recepción del sacramento de la reconciliación, el recurso a una dirección espiritual regular y el compartir un verdadero amor fraterno en comunidad, concretizado en relaciones francas y cordiales;

- hacer conocer el valor del cuerpo su significación, educar para una elemental higiene corporal (sueño, deporte, esparcimientos, alimentación, etc.);

- ofrecer las nociones fundamentales sobre la sexualidad masculina y femenina, con sus connotaciones (físicas, psicológicas y espirituales;

- ayudar a controlarse en el plano sexual y afectivo, y también en lo que se refiere a otras necesidades instintivas o adquiridas (golosinas, tabaco, alcohol);

- ayudar a cada uno a asumir sus experiencias pasadas, sean positivas para agradecerlas, sean negativas para descubrir los puntos débiles, humillarse serenamente delante de Dios y permanecer vigilante en el futuro;

- destacar la fecundidad de la castidad, la maternidad espiritual (Gal 4, 19) que es generadora de vida para la Iglesia;

- crear un clima de confianza entre los religiosos y sus educadores que deben estar prontos a comprender todo y a escuchar con afecto a fin de poder clarificar y sostener;

- comportarse con la prudencia necesaria en el uso de los medios de comunicación social y en las relaciones personales que pudieran impedir una práctica coherente del consejo de castidad (cf. cc. 277, 2 y 666). Es una obligación no solamente de los religiosos, sino también de sus superiores, el ejercitar esta prudencia.

La Pobreza

14. « El consejo evangélico de pobreza a imitación de Cristo que siendo rico se hizo pobre por nosotros, además de una vida pobre de hecho y de espíritu, laboriosa y sobria, desprendida de las riquezas terrenas, lleva consigo la dependencia y la limitación en el uso y disposición de los bienes conforme a la norma del derecho propio de cada instituto ».[38]

La sensibilidad hacia la pobreza no es nueva, ni en la Iglesia, ni en la vida religiosa. Lo que quizás es nuevo es una vida religiosa que se caracteriza hoy por una particular sensibilidad hacia los pobres y hacia la pobreza en el mundo. Hoy existen formas de pobreza a grande escala vividas por individuos o soportadas por sociedades enteras: el hambre, la ignorancia, la enfermedad, el desempleo, la represión de las libertades fundamentales, la dependencia económica y política, la corrupción administrativa, sobre todo el hecho de que la sociedad humana parece organizada de tal forma que produce y reproduce estas formas de pobreza, etc.

En estas condiciones los religiosos son estimulados a un mayor acercamiento a los más empobrecidos y necesitas, a quienes el mismo Jesús ha preferido siempre, a los cuales dijo haber sido enviado,[39] y con quienes se ha identificado.[40] Este acercamiento los lleva a adoptar un estilo de vida personal y comunitaria más coherente con su compromiso de seguir más de cerca a Jesucristo pobre y humillado.

Esta « opción preferencial »[41]y evangélica de los religiosos por los pobres implica desprendimiento interior, una austeridad de vida comunitaria y el compartir a veces su propia vida, sus luchas, sin olvidar sin embargo que la misión específica de los religiosos es la de « testimoniar de modo esplendente y eminente que el mundo no puede ser transformado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas ».[42]

Dios ama a toda la familia humana y quiere reunirla toda sin exclusivismos.[43] Para los religiosos y religiosas, es también una forma de pobreza no dejarse ceñir a un solo ambiente o una clase social.

El estudio de la doctrina social de la Iglesia, y particularmente de la Encíclica Sollicitudo rei socialis y de la « Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación »,[44]ayudará al discernimiento requerido para una práctica actualizada de la pobreza apostólica.

La educación para la vivencia de la pobreza evangélica se preocupará de los siguientes aspectos:

- antes de entrar en la vida religiosa, algunos jóvenes han gozado de cierta autonomía financiera y se han acostumbrado a procurarse todo lo que deseaban. Otros encuentran en la comunidad religiosa un nivel de vida más alto que el de su infancia o de sus años de estudio o de trabajo. La pedagogía de la pobreza tendrá en cuenta la historia de cada uno. Tampoco olvidará que en ciertas culturas las familias esperan poder aprovecharse de aquello que aparece como una promoción para sus hijos;

- es propio de la virtud de la pobreza empeñarse en una vida laboriosa, en actos concretos y humildes de desprendimiento, de despojo, que hacen a la persona más libre para la misión; admirar y respetar la creación y los objetos materiales puestos a disposición, compartir el nivel de vida de la comunidad y desear lealmente que « todo sea común » y « que se de a cada uno según sus necesidades » (Act 4, 32.35).

Todo esto con el fin de centrar su vida en Jesucristo pobre, contemplado, amado y seguido. Sin esto, la pobreza religiosa bajo la forma de solidaridad y de participación, se vuelve fácilmente ideológica y política. Solamente un corazón de pobre, que sigue a Jesucristo pobre, puede ser la fuente de una auténtica solidaridad y de un auténtico desprendimiento.

La Obediencia

15. « El consejo evangélico de la obediencia, abrazado con espíritu de fe y de amor en el seguimiento de Cristo, obediente hasta la muerte, obliga a someter la propia voluntad a los superiores legítimos, que hacen las veces de Dios, cuando mandan algo según las constituciones propias ».[45]

Además todos los religiosos « están sometidos de modo peculiar a la autoridad suprema de la Iglesia (...) (y) deben obedecer al Soberano Pontífice como su supremo superior, incluso en virtud del vínculo sagrado de obediencia».[46]

« Lejos de menoscabar la dignidad de la persona humana (la obediencia) lleva a la madurez, haciendo crecer la libertad de los hijos de Dios ».[47]

La obediencia religiosa es al mismo tiempo imitación de Cristo y participación en su misión. Ella se preocupa de hacer lo que Jesús hizo y, al mismo tiempo, lo que él haría en la situación concreta en la que el religioso se encuentra hoy. En un instituto, se ejerza o no la autoridad, una persona no puede mandar ni obedecer, sin referirse a la misión. Cuando el religioso obedece, pone su obediencia en línea de continuidad con la obediencia de Jesús para la salvación del mundo. Por esto, todo lo que en el ejercicio de la autoridad o de la obediencia, sabe a compromiso, a solución diplomática o a presión, o a cualquier tipo de manejo humano, traiciona la inspiración fundamental de la obediencia religiosa que es la de conformarse con la misión de Jesús y actualizarla en el tiempo, incluso cuando se trate de un compromiso difícil.

Un superior que favorece el diálogo, educa para una obediencia responsable y activa. Con todo, le corresponde a él « usar de (su) autoridad cuando es preciso decidir y mandar lo que se debe hacer ».[48]

En la pedagogía de la obediencia se tendrá en cuenta:

- que para darse en obediencia, es preciso ante todo existir. Los candidatos necesitan salir del anonimato del mundo de la técnica y reconocerse y ser reconocidos como personas, ser estimados y amados;

- que estos mismos candidatos tienen necesidad de encontrar la verdadera libertad, con el fin de poder dar personalmente el paso de aquello « que les gusta » a aquello « que es la voluntad del Padre ». Para esto las estructuras de la comunidad de formación, aun manteniéndose suficientemente claras y firmes, dejarán lugar amplio a las iniciativas y a las decisiones responsables;

- que la voluntad de Dios se expresa frecuente y eminentemente a través de la mediación de la Iglesia y de su Magisterio, y específicamente para los religiosos a través de sus propias constituciones;

- que en cuestión de obediencia, el testimonio de los mayores en la comunidad, tiene más peso para los jóvenes que cualquier otra consideración teórica.

Sin embargo, el joven que se esfuerza por obedecer como Cristo y en Cristo, puede superar ejemplos menos edificantes.

La educación para la obediencia religiosa se hará pues con toda la lucidez y exactitud requerida para no desviarse del « camino » que es Cristo en misión.[49]

Los institutos religiosos una diversidad de dones que se debe cultivar y mantener

16. La variedad de los institutos religiosos es como « un árbol que se ramifica espléndido y múltiple en el campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios ».[50]Por ellos « la Iglesia muestra de hecho mejor cada día ante fieles infieles a Cristo ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando el Reino de Dios a las multitudes, o curando a los enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos, siempre, sin embargo, obediente a la voluntad del Padre que lo envió.[51]

Esta diversidad se explica por la variedad del «carisma de los fundadores »[52]que « se manifiesta como una experiencia del Espíritu, transmitida a sus discípulos para ser vivida por ellos, guardada, profundizada, desarrollada continuamente en coherencia con el Cuerpo de Cristo en perpetuo desarrollo. Es esta la razón por la cual la Iglesia defiende y sostiene el carácter propio de los diversos institutos religiosos ».[53]

No hay pues un modo uniforme de observar los consejos evangélicos, sino que cada instituto debe definir su propia manera « teniendo en cuenta sus fines y carácter propios »[54]y esto no solamente en lo que se refiere a la observancia de los consejos evangélicos sino también en todo lo relacionado con el estilo de vida de sus miembros con el fin de tender a la perfección de su estado.[55]

Una vida unificada en el espíritu santo

17. « Los que profesan los consejos evangélicos busquen y amen ante todo a Dios que nos amó primero (1 Cor n 4, 10) y en toda ocasión aplíquense a mantener la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 3) de donde fluye y se urge el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia ».[56]Esta caridad que vivifica y ordena aun la misma práctica de los consejos evangélicos, está infundida en los corazones por el Espíritu de Dios, que es Espíritu le unidad, de armonía y de reconciliación, no sólo entre las personas, sino también en el interior de las mismas.

He aquí por qué la vida personal de un religioso o de una religiosa, no debería experimentar división ni entre el fin genérico de su vida religiosa y el fin específico de su instituto, ni entre la consagración a Dios y el envío al mundo, ni entre la vida religiosa en cuanto tal, por una parte, y las actividades apostólicas, por otra. No existe concretamente una vida religiosa « en sí » a la que se incorpora, como un añadido subsidiario, el fin específico y el carisma particular de cada instituto. No existe en los institutos dedicados al apostolado, un camino de santidad ni de profesión de los consejos evangélicos, ni de vida dedicada a Dios y a su servicio, que no estén intrinsecamente ligados al servicio de la Iglesia y del mundo.[57] Más aún, « la acción apostólica y benéfica pertenecen a la naturaleza de la vida religiosa » hasta el punto que « toda vida religiosa (...) debe estar imbuída de espíritu apostólico y toda acción apostólica debe estar informada por el espíritu religioso ».[58]El servicio al prójimo no divide ni separa al religioso de Dios. Si está animado por una caridad auténticamente teologal, este servicio cobra valor de servicio a Dios.[59] Y se puede también afirmar con razón que « el apostolado de todos los religiosos consiste, en primer lugar, en el testimonio de su vida consagrada ».[60]

18. Corresponderá a cada persona verificar de qué manera en su propia vida, la actividad deriva de su unión íntima con Dios y, simultáneamente, estrecha y fortifica esta unión.[61] Desde este punto de vista, la obediencia a la voluntad de Dios, manifestada aquí y ahora en la misión recibida, es el medio inmediato por el cual puede realizarse una cierta unidad de vida, pacientemente buscada, pero jamás suficientemente lograda. Esta obediencia no se explica sino por la voluntad de seguir a Cristo más de cerca, vivificada y estimulada por un amor personal a Cristo. Este amor es principio de unidad interior de toda vida consagrada.

La verificación de la unidad de vida se hará oportunamente en función de cuatro grandes fidelidades: fidelidad a Cristo y al Evangelio, fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo, fidelidad a la vida religiosa y al carisma propio del instituto, fidelidad al hombre y a nuestro tiempo.[62]


1. LG 43.

2. Cf PC 18, tercer aparte.

3. Por orden cronológico: SC de Religiosis, Decreto Quo efficacius, 24.1.1944: AAS 36 (1944) 213; Litt. circ. Quantum conferat, 10.6.44: Enchiridion de statibus perfectionis, Romae, 1949, n. 382, pp. 561-564; Const Apostól. Sedes Sapientiae, 31.5.1956: AAS 48 (1956) 354-365, y Estatutos generales anexos a la Constitución.

4. ET 32; cf 2 Cor 4, 16; Rom 7, 22; Ef 4, 24; EV 996ss.

5. Juan Pablo II en Porto Alegre, 5 de julio de 1980: IDGP, III, 2, 128; Juan Pablo II en Bergamo, 26 de abril de 1981: Idem IV, 1, 1035; Juan Pablo II en Manila, 17 de febrero de 1981: IDGP IV, 1, 329; Juan Pablo II a los Jesuítas en Roma el 27 de febrero de 1982: IDGP V, 1, 704; Juan Pablo II a los maestros de novicios de los Capuchinos en Roma el 28 de septiembre de 1984: IDGP VII 2, 689; Juan Pablo II en Lima, 1deg. de febrero de 1985: IDGP VIII, 1, 339, Juan Pablo II en la UISG en Roma el 7 de mayo de 1985: ibid. 1212; Juan Pablo II en Bombay el 10 de febrero de 1986: IDGP, IX, l. 420; Juan Pablo II en la UISG el 22 de mayo de 1986: Idem, 1656; Juan Pablo II a la Conferencia de Religiosos del Brasil, 11 de julio de 1986: IDGP IX, 2, 237.

6. Cf. CDC, cc. 641-661.

7. RC, Introducción: AAS 61 (1969) 103ss.

8. CRIS y Congregación de los Obispos: AAS 70 (1978) 473ss.

9. CRIS, EV 7, 414 ss.

10. CRIS, EV 9, 181.

11. DCVR 4.

12. Juan Pablo II a la CRIS el 7 de mayo de 1980: IDGP III, 1, 527.

13. Cf. c. 659, 2 y 3.

14. RI I, 2: AAS 62 (1970) 321ss.

15. Cf. c. 606.

16. Cf. Juan Pablo II en la UISG el 7 de mayo de 1985. Ver nota 5, Introducción.

17. CC. 605 y 573, 1; cf. también LG 44 y PC 1, 5 y 6.

18. C. 573, 2.

19. Cf. 1 Cor 6, 19.

20. LG 43.

21. PC 2a. Sobre la vocación divina, cf. también LG 39. 43b. 44a. 47; PC 1c; RC preámbulo, 2d: OPR I, 57.62.67.85.140.142; II 65. 72; Apéndice; OCV 17. 20; ET 3. 6. 8. 12. 19. 31. 55; MR 8a; cc. 574,2. 575; EE 2. 5. 6. 7. 12. 14. 23. 44. 53; RD 3c. 6b. 7d. 10c. 16a.

22. RD 3

23. RD 8

24. Sobre la respuesta personal, cf. también LG 44a. 46b. 47; PC 1c; RC 2a, c; 13, 1; OPR I, 7. 80; ET 1. 4. 7. 8. 31; can. 573, 1; EE 4. 5. 30. 44. 49; RD 7a. 8b. 9b.

25. C. 654.

26. Cf. EE 13-17.

27. C.607, 2.

28. LG 43a. Sobre el rninisterio de la Iglesia en la consagración religiosa, cf. también LG 44a; 45c; PC 1b, c; 5b; 11a, OPR, apéndice, Misa de la profesión perpétua, I; Ritus promissionis 5; OCV 16; ET 7; 47; MR 8; can. 573, 2. 576. 598. 600-602; EE 7. 8. 11. 13. 40. 42; RD 7a, b. 14c.

29. RD 9: AAS 76 (1984) 513 ss.

30. RD 8: ibid.

31. LG 31.

32. LG 44.

33. Cf. 1 Jn 2, 15-17.

34. Cf. LG 46.

35. Cf. LG 39. 42. 43.

36. C. 599.

37. PC 12.

38. C. 600.

39. Cf. Lc 4, 16-21.

40. Cf. Lc 7, 18-23.

41. Documento de Puebla, nn. 733-735.

42. Sollicitudo rei socialis 41; cf. también LG 31.

43. Cf. GS 32.

44. Congregación para la Doctrina de la fe, 22-3-1986.

45. C. 601.

46. C. 590, 1 y 2.

47. PC 14.

48. PC 14.

49. Cf. Jn 14, 16.

50. LG 43.

51. LG 46.

52. ET 11; cf. nota 4 introducción.

53. MR 11; cf. nota 8 introducción.

54. C. 598, I.

55. Cf. c. 598, 2.

56. PC6.

57. Cf. PC 5.

58. PC 8.

59. St. Tomás, Suma Teológica, II-IIae, q. 188, a. 1 y 2.

60. C. 673.

61. Cf. PC 8.

62. Cf. RPH 13 al 21; cf. nota 9 introducción.