PONTIFICIA COMISION BIBLICA
LA INTERPRETACION DE LA BIBLIA EN
LA IGLESIA
III
DIMENSIONES CARACTERISTICAS DE LA
INTERPRETACION CATOLICA
La exégesis católica no procura
distinguirse por un método científico particular. Ella reconoce que uno de los
aspectos de los textos bíblicos es ser obra de autores humanos, que se han
servido de sus propias capacidades de expresión y de medios que su tiempo y su
medio social ponían a su disposición. En consecuencia, ella utiliza sin
segundas intenciones, todos los métodos y acercamientos científicos que
permiten captar mejor el sentido de los textos en su contexto lingüístico,
literario, socio-cultural, religioso e histórico, iluminándolos también por
el estudio de sus fuentes y teniendo en cuenta la personalidad de cada autor
(cfr. Divino afflante Spiritu, Enchiridion Biblicum, 557). La exégesis católica
contribuye así activamente al desarrollo de los métodos y al progreso de la
investigación.
Lo que la caracteriza es que se
sitúa conscientemente en la tradición viva de la Iglesia, cuya primera
preocupación es la fidelidad a la revelación testimoniada por la Biblia. Las
hermenéuticas modernas han puesto en evidencia, como hemos recordado, la
imposibilidad de interpretar un texto sin partir de una "precomprensión"
de uno u otro género. El exegeta católico aborda los escritos bíblicos con
una precomprensión, que une estrechamente la cultura moderna científica y la
tradición religiosa proveniente de Israel y de la comunidad cristiana
primitiva. Su interpretación se encuentra así en continuidad con el dinamismo
de interpretación que se manifiesta en el interior mismo de la Biblia, y que se
prolonga luego en la vida de la Iglesia. Ella corresponde a la exigencia de
afinidad vital entre el intérprete y su objeto, afinidad que constituye una de
las condiciones de posibilidad de la empresa exegética.
Toda precomprensión comporta sin
embargo peligros. En el caso de la exégesis católica, existe el riesgo de
atribuir a los textos bíblicos un sentido que no expresan, sino que es el fruto
de un desarrollo ulterior de la tradición. El exegeta debe prevenir este
riesgo.
A. LA INTERPRETACIÓN EN LA
TRADICIÓN BÍBLICA
Los textos de la Biblia son la
expresión de tradiciones religiosas que existían antes de ellos. El modo cómo
se relacionan con las tradiciones es diferente en cada caso, ya que la
creatividad de los autores se manifiesta en diversos grados. En el curso del
tiempo, múltiples tradiciones han confluido poco a poco para formar una gran
tradición común. La Biblia es una manifestación privilegiada de este proceso
que ella ha contribuido a realizar y del cual continúa siendo norma reguladora.
"La interpretación en la
tradición bíblica" comporta una gran variedad de aspectos. Se puede
ntender como el modo con el cual la Biblia interpreta las experiencias humanas
fundamentales o los acontecimientos particulares de la historia de Israel, o
como el modo en el cual los textos bíblicos utilizan las fuentes, escritas u
orales 3/4de las cuales algunas pueden provenir de otras religiones o
culturas3/4, reinterpretándolas. Siendo nuestro tema la interpretación de la
Biblia, no queremos tratar aquí estas amplias cuestiones, sino simplemente
proponer algunas observaciones sobre la interpretación de los textos bíblicos
en el interior de la Biblia misma.
1. Relecturas
Lo que contribuye a dar a la
Biblia su unidad interna, única en su género, es que los escritos bíblicos
posteriores se apoyan con frecuencia sobre los escritos anteriores. Aluden a
ellos , proponen "relecturas" que desarrollan nuevos aspectos del
sentido, a veces muy diferentes del sentido primitivo, o inclusive se refieren a
ellos explícitamente, sea para profundizar el significado, sea para afirmar su
realización.
Así, la herencia de una tierra,
prometida por Dios a Abraham para su descendencia (Gn. 15, 7. 18), se convierte
en la entrada en el santuario de Dios (Ex. 15, 17), en una participación en el
reposo de Dios (Sal. 132, 7-8), reservada a los verdaderos creyentes (Sal. 95,
8-11; Hech. 3, 73/44, 11), y, finalmente, en la entrada en el santuario
celestial (Heb. 6, 12. 18-20), "herencia eterna" (Heb. 9, 15).
El oráculo de Natán, que
promete a David una "casa", es decir, una sucesión dinástica
"estable para siempre" (2 Sam. 7, 12-16), es recordado en numerosas
oportunidades (2 Sam. 23, 5; 1 Rey. 2, 4; 3, 6; 1 Crón. 17, 11-14),
especialmente en el tiempo de la angustia (Sal. 89, 20-38), no sin variaciones
significativas, y es prolongada por otros oráculos (Sal. 2, 7-9; 110, 1-4; Am.
9, 11; Is. 7, 13-14; Jer. 23, 5-6; etc.), de los cuales algunos anuncian el
retorno del reino de David mismo (Os. 3, 5; Jer. 30, 8; Ez. 34, 24; 37, 24-25;
cfr. Mc. 11, 10). El reino prometido se vuelve así universal (Sal. 2, 8; Dn. 2,
35. 44; 7, 14; cfr. Mt. 28, 18). El realiza en plenitud la vocación del hombre
(Gn. 1, 28; Sal. 8, 6-9; Sab. 9, 2-3; 10, 2).
El oráculo de Jeremías sobre
los setenta años de castigo merecidos por Jerusalén y Judá (Jer. 25, 11-12;
29, 10) es recordado en 2 Crón. 25, 20-23, que constata la realización; pero
es meditado de un modo nuevo, mucho después, por el autor de Daniel, en la
convicción de que esta palabra de Dios contiene aun un sentido oculto, que debe
irradiar su luz sobre la situación presente (Dn. 9, 24-27).
La afirmación fundamental de la
justicia retributiva de Dios, que recompensa a los buenos y castiga a los
malvados (Sal. 1, 1-6; 112, 1-10; Lev. 26, 3-33; etc.), choca con la experiencia
inmediata que frecuentemente no corresponde a aquella. La Escritura expresa
entonces con vigor el desacuerdo y la protesta (Sal. 44; Jb. 10, 1-7; 13, 3-28;
233/424) y profundiza progresivamente el misterio (Sal. 37; Jb. 383/442; Is. 53;
Sab. 33/45).
2. Relaciones entre el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento
Las relaciones intertextuales
toman una extrema densidad en los escritos del Nuevo Testamento, todos ellos
tapizados de alusiones al Antiguo Testamento y de citas explícitas. Los autores
del Nuevo Testamento reconocen al Antiguo Testamento valor de revelación
divina. Proclaman que la revelación ha encontrado su cumplimiento en la vida,
la enseñanza y sobre todo la muerte y resurrección de Jesús, fuente de perdón
y vida eterna. "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y
fue sepultado; resucitó al tercer día según las Escrituras y se apareció..."
(1 Cor. 15, 3-5). Este es el núcleo central de la predicación apostólica (1
Cor. 15, 11).
Como siempre, entre las
Escrituras y los acontecimientos que ls llevan a cumplimiento, las relaciones no
son de simple correspondencia material, sino de iluminación recíproca y de
progreso dialéctico: se constata a la vez, que las Escrituras revelan el
sentido de los acontecimientos y que los acontecimientos revelan el sentido de
las Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a ciertos aspectos de la
interpretación recibida, para adoptar una interpretación nueva.
Desde el tiempo de su actividad pública,
Jesús había tomado una posición personal original, diferente de la
interpretación tradicional de su tiempo, la "de los escribas y
fariseos" (Mt. 5, 20). Numerosos son los testimonios: las antítesis del
Sermón de la montaña (Mt. 5, 21-48), la libertad soberana de Jesús en la
observancia del sábado (Mc. 2, 27-28 y par.), su modo de relativizar los
preceptos de pureza ritual (Mc. 7, 1-23, y par.), su exigencia radical, al
contrario en otros campos (Mt. 10, 2-12 y par.; 10, 17-27 y par.) y sobre todo
su actitud de acogida hacia los "publicanos y pecadores" (Mc. 2, 15-17
y par.). Esto no era un capricho contestatario sino, al contrario, fidelidad
profunda a la voluntad de Dios expresada en la Escritura (cfr. Mt. 5, 17; 9, 13;
Mc. 7, 8-13 y par.; 10, 5-9 y par.).
La muerte y la resurrección de
Jesús han llevado al extremo la evolución comenzada, provocando, en algunos
puntos, una ruptura completa, al mismo tiempo que una apertura inesperada. La
muerte del Mesías, "rey de los judíos" (Mc. 15, 26 y par.), ha
provocado una transformación de la interpretación histórica de los salmos
reales y de los oráculos mesiánicos. Su resurrección y su glorificación
celestial como Hijo de Dios han dado a esos mismos textos una plenitud de
sentido, antes inconcebible. Expresiones que parecían hiperbólicas deben, a
partir de ese momento, ser tomadas literalmente. Ellas aparecen como preparadas
por Dios para expresar la gloria de Cristo Jesús, ya que Jesús es
verdaderamente "Señor" (Sal. 110, 1), en el sentido más fuerte del término
(Hech. 2, 36; Flp. 2, 10-11; Heb. 1, 10-12). El es el Hijo de Dios (Sal. 2, 7;
Mc. 14, 62; Rom. 1, 3-4), Dios con Dios (Sal. 45, 7; Heb. 1, 8; Jn. 1, 1; 20,
28). "Su reino no tendrá fin" (Lc. 1, 32-33; cfr. 1 Crón. 17, 11-14;
Sal. 45, 7; Heb. 1, 8), y él es al mismo tiempo "sacerdote eterno"
(Sal. 110, 4; Heb. 5, 6-10; 7, 23-24).
A la luz del acontecimiento de la
pascua, los autores del Nuevo Testamento han releído el Antiguo Testamento. El
Espíritu Santo enviado por el Cristo glorificado (cfr. Jn. 15, 26; 16, 7) les
ha hecho descubrir el sentido espiritual. Han sido así llevados a afirmar, más
que nunca, el valor profético del Antiguo Testamento; pero, por otra parte, a
relativizar fuertemente su valor como institución salvífica. Este segundo
punto de vista, que aparece ya en los evangelios (cfr. Mt. 11, 11-13 y par.; 12,
41-42 y par.; Jn. 4, 12-14; 5, 37; 6, 32), se manifiesta con todo su vigor en
algunas cartas paulinas, así como en la carta a los Hebreos. Pablo y el autor
de la carta a los Hebreos demuestran que la Torah, como revelación, anuncia
ella misma su propio fin como sistema legislativo (Gál. 2, 153/45, 1; Rom. 3,
20-21; 6, 14; Heb. 7, 11-19; 10, 8-9). Por ello, los paganos que se adhieren a
la fe en Cristo no deben ser sometidos a todos los preceptos de la legislación
bíblica, reducida ahora, como conjunto, a la institución legal de un pueblo
particular. Pero ellos deben, sí, nutrirse del Antiguo Testamento como palabra
de Dios, que les permite descubrir mejor todas las dimensiones del misterio
pascual del cual viven (cfr. Lc. 24, 25-27. 44-45; Rom. 1, 1-2).
Las relaciones entre el Nuevo y
el Antiguo Testamento en la Biblia cristiana no son, pues, simples. Cuando se
trata de utilizar textos particulares, los autores del Nuevo Testamento han
recurrido naturalmente a los conocimientos y procedimientos de interpretación
de su época. Sería un anacronismo exigir de ellos que estuvieran conformes a
los métodos científicos modernos. El exegeta debe más bien adquirir el
conocimiento de los procedimients antiguos, para poder interpretar correctamente
el uso que se hace de ellos. Es verdad, por otra parte, que no se puede otorgar
un valor absoluto a lo que es conocimiento humano limitado.
Conviene finalmente añadir que
en el Nuevo Testamento, como ya en el Antiguo Testamento, se observa la
yuxtaposición de perspectivas diferentes, a veces en tensión unas con otras;
por ejemplo sobre la situación de Jesús (Jn. 8, 29; 16, 32 y Mc. 15, 34), o
sobre el valor de la Ley mosaica (Mt. 17-19 y Rom. 6, 14), o sobre la necesidad
de las obras para la justificación (Sant. 2, 24 y Rom. 3, 28; Ef. 2, 8-9). Una
de las características de la Biblia es precisamente la ausencia de un sistema,
y por el contrario, la presencia de tensiones dinámicas. La Biblia ha acogido
varios modos de interpretar los mismos acontecimientos o de pensar los mismos
problemas. Ella invita así a rechazar el simplismo y la estrechez de espíritu.
3. Algunas conclusiones
De cuanto se acaba de decir, se
puede concluir que la Biblia contiene numerosas indicaciones y sugestiones sobre
el arte de interpretarla. La Biblia es, ella misma, desde los comienzos,
interpretación. Sus textos han sido reconocidos por las comunidades de la
Antigua Alianza y del tiempo apostólico como expresiones válidas de su fe. Según
la interpretación de las comunidades y en unión con ellas, han sido
reconocidos como Sagrada Escritura (así, por ejemplo, el Cantar de los cantares
ha sido reconocido como Sagrada Escritura en cuanto se aplica a la relación
entre Dios e Israel). En el curso de la formación de la Biblia, los escritos
que la componen han sido, en numerosos casos, reelaborados y reinterpretados
para responder a situaciones nuevas, antes desconocidas.
El modo de interpretar los
textos, que se manifiesta en la Sagrada Escritura, sugiere las siguientes
observaciones:
Puesto que la Sagrada Escritura
se ha constituido sobre la base del consenso de las comunidades creyentes, que
han reconocido en su texto la expresión de la fe revelada, su interpretación
misma debe ser, para la fe viviente de las comunidades eclesiales, fuente de
consenso sobre los puntos esenciales.
Puesto que la expresión de la
fe, tal como se encuentra en la Sagrada Escritura reconocida por todos, se ha
renovado continuamente para enfrentar situaciones nuevas (lo cual explica las
"relecturas" de numerosos textos bíblicos), la interpretación de la
Biblia debe tener igualmente un aspecto de creatividad y afrontar las cuestiones
nuevas, para responder a ellas a partir de la Biblia.
Puesto que los textos de la
Sagrada Escritura tienen a veces tensiones entre ellos, la interpretación debe
necesariamente ser plural. Ninguna interpretación particular puede agotar el
sentido del conjunto, que es una sinfonía a varias voces. La interpretación de
un texto particular debe, pues, evitar la exclusividad.
La Sagrada Escritura está en diálogo
con las comunidades creyentes, porque ha surgido de sus tradiciones de fe. Sus
textos se han desarrollado en relación con esas tradiciones y han contribuido,
recíprocamente, a su desarrollo. La interpretación de la Escritura se debe
hacer, pues, en el seno de la Iglesia en su pluralidad y su unidad, y en la
tradición de fe.
Las tradiciones de fe forman el
medio vital en el cual se ha insertado la actividad literaria de los autores de
la Sagrada Escritura. Esta inserción comprendía también la participación en
la vida litúrgica y en la actividad exterior de las comunidades, en su mundo
espiritual, su cultura, y en las peripecias de su destino histórico. La
interpretación de la Sagrada Escritura exige, pues, de manera semejante, la
participación de los exegetas en toda la vida y la fe de la comunidad creyente
de su tiempo.
El diálogo con la Sagrada
Escritura en su conjunto, y por tanto con la comprensión de la fe propia de épocas
anteriores, se acompaña necesariamente con undiálogo con la generación
presente. Esto implica establecer una relación de continuidad, pero también
constatar las diferencias. La interpretación de la Escritura comporta, por
tanto, un trabajo de verificación y de selección: está en continuidad con las
tradiciones exegéticas anteriores, de las cuales conserva y vuelve a emplear
muchos elementos, pero sobre otros puntos se distancia de ellas para poder
progresar.
B. LA INTERPRETACIÓN EN LA
TRADICIÓN DE LA IGLESIA
La Iglesia, pueblo de Dios, tiene
conciencia de ser ayudada por el Espíritu Santo en su comprensión e
interpretación de las Escrituras. Los primeros discípulos de Jesús sabían
que no estaban en grado de comprender inmediatamente, en todos sus aspectos, la
plenitud que habían recibido. Experimentaban, en su vida de comunidad vivida
con perseverancia, una profundización y una explicitación progresiva de la
revelación recibida. Reconocían en esto la influencia y la acción del
"Espíritu de verdad" que el Cristo les había prometido para guiarlos
hacia la plenitud de la verdad (Jn. 16, 12-13). La Iglesia continúa su camino
del mismo modo, sostenida por la promesa de Cristo: "el Paráclito, el Espíritu
Santo que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os hará
recordar todo lo que yo os había dicho" (Jn. 14, 26).
1. Formación del canon
Guiada por el Espíritu Santo y a
la luz de la Tradición viviente que ha recibido, la Iglesia ha discernido los
escritos que deben ser conservados como Sagrada Escritura en el sentido que
"habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a
Dios por autor, han sido trasmitidos como tales a la Iglesia" (Dei Verbum,
11) y contienen "la verdad que Dios ha querido consignar en las sagradas
letras para nuestra salvación" (ibíd.).
El discernimiento del
"canon" de la Sagrada Escritura ha sido el punto de llegada de un
largo proceso. Las comunidades de la Antigua Alianza (a partir de grupos
particulares como los círculos proféticos o el ambiente sacerdotal, hasta el
conjunto del pueblo) han reconocido en un cierto número de textos la palabra de
Dios que suscitaba su fe y los guiaba en la vida. Ellas han recibido esos textos
como un patrimonio que debía ser conservado y trasmitido. Así, los textos han
dejado de ser simplemente la expresión de la inspiración de autores
particulares; se han convertido en propiedad común del pueblo de Dios. El Nuevo
Testamento testimonia su veneración por esos textos sagrados, que él recibe
como una preciosa herencia trasmitida por el pueblo judío. Los considera
"Sagradas Escrituras" (Rom. 1, 2), "inspiradas" por el Espíritu
de Dios (2 Tim. 3, 16; cfr. 2 Ped. 1, 20-21), que "no pueden ser
abolidas" (Jn. 10, 35).
A estos textos que forman
"el Antiguo Testamento" (cfr. 2 Cor. 3, 14), la Iglesia ha unido
estrechamente los escritos donde ella ha reconocido, por una parte, el
testimonio auténtico, proveniente de los apóstoles (cfr. Lc. 1, 2; 1 Jn. 1,
1-3) y garantizados por el Espíritu Santo (cfr. 1 Ped. 1, 12), sobre "todo
lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar" (Hech. 1, 1) y, por otra parte,
las instrucciones dadas por los mismos apóstoles y por otros discípulos para
constituir la comunidad de los creyentes. Esta doble serie de escritos ha
recibido, seguidamente, el nombre de "Nuevo Testamento".
En este proceso, numerosos
factores han jugado un papel: la certeza de que Jesús 3/4y los apóstoles con
él3/4 habían reconocido el Antiguo Testamento como Escritura inspirada, y de
que el misterio pascual constituía su cumplimiento; la convicción de que los
escritos del Nuevo Testamento provienen auténticamente de la predicación apostólica
(lo cual no implica que hayan sido todos ellos compuestos por los apóstoles
mismos); la constatación de su conformidad con la regla de fe, y de su uso en
la liturgia cristiana; en fin, la de su acuerdo con la vida eclesial de las
comunidades y de su capacidad de nutrir esa vida.
Discerniendo el canon de las
Escrituras, la Iglesia discernía también y definía su propia identidad, de
modo que las Escrituras son, a partir de ese momento, un espejo en el cual la
Iglesia puede redescubrir constantemente su identidad, y verificar, siglo tras
siglo, el modo como ella responde sin cesar al evangelio, del cual se dispone a
ser el medio de trasmisión (Dei Verbum, 7). Esto confiere a los escritos canónicos
un valor salvífico y teológico completamente diferente del de otros textos
antiguos. Si estos últimos pueden arrojar mucha luz sobre los orígenes de la
fe, no pueden nunca sustituir la autoridad de los escritos considerados como canónicos,
y por tanto fundamentales para la comprensión de la fe cristiana.
2. Exégesis patrística
Desde los primeros tiempos, se ha
comprendido que el mismo Espíritu Santo, que ha impulsado a los autores del
Nuevo Testamento a poner por escrito el mensaje de salvación (Dei Verbum, 7;
18), asiste a la Iglesia continuamente para interpretar los escritos inspirados
(cfr. Ireneo, Adv. Haer., 3. 24. 1; 4. 33. 8; Orígenes, De princ., 2. 7. 2;
Tertuliano, De Praescr., 22).
Los Padres de la Iglesia, que
tienen un papel particular en el proceso de formación del canon, tienen, de
modo semejante, un papel fundador en relación a la tradición viva, que sin
cesar acompaña y guía la lectura y la interpretación que la Iglesia hace de
las Escrituras (cfr. Providentissimus Deus, Enchiridion Biblicum, 110-111;
Divino afflante Spiritu, 28-30, Enchiridion Biblicum, 554; Dei Verbum, 23; PCB,
Instr. de Evang. histor., 1). En el curso de la gran Tradición, la contribución
particular de la exégesis patrística consiste en esto: ella ha sacado del
conjunto de la Escritura las orientaciones de base que han dado forma a la
tradición doctrinal de la Iglesia, y ha proporcionado una rica enseñanza teológica
para la instrucción y la alimentación espiritual de los fieles.
En los Padres de la Iglesia, la
lectura de la Escritura y su interpretación ocupan un lugar considerable. Lo
testimonian primeramente las obras directamente ligadas a la comprensión de las
Escrituras, es decir, las homilías y los comentarios, pero también las obras
de controversia y teología, donde la referencia a la Escritura sirve como
argumento principal.
El lugar habitual de la lectura bíblica
es la Iglesia, durante la liturgia. Por eso, la interpretación propuesta es
siempre de naturaleza teológica, pastoral y teologal, al servicio de las
comunidades y de cada uno de los fieles.
Los Padres consideran la Biblia
ante todo como el libro de Dios, obra única de un único autor. No reducen, sin
embargo, a los autores humanos a meros instrumentos pasivos, y saben asignar a
tal o cual libro, tomado individualmente, una finalidad particular. Pero su tipo
de acercamiento no concede sino ligera atención al desarrollo histórico de la
revelación. Numerosos Padres de la Iglesia presentan el Logos, Verbo de Dios,
como autor del Antiguo Testamento y afirman así que toda la Escritura tiene un
alcance cristológico.
Salvo algunos exegetas de la
Escuela Antioquena (Teodoro de Mopsuestia en particular), los Padres se sienten
autorizados a tomar una frase fuera de su contexto para reconocer allí una
verdad revelada por Dios. En la apologética, frente a los judíos, o en la
controversia dogmátia con otras teologías, no dudan en apoyarse sobre
interpretaciones de este tipo.
Preocupados sobre todo por vivir
de la Biblia en comunión con sus hermanos, los Padres se contentan
frecuentemente con utilizar los textos bíblicos corrientes en su ambiente. Orígenes
se interesa metódicamente por la Biblia hebrea, sobre todo animado por la
preocupación de argumentar frente a los judíos a partir de textos aceptables
para ellos. San Jerónimo resulta una excepción cuando exalta la hebraica
veritas.
Los Padres practican de modo más
o menos frecuente el método alegórico para disipar el escándalo que podrían
sentir algunos cristianos y los adversarios paganos del cristianismo, frente a
tal o cual pasaje de la Biblia. Pero la literalidad y la historicidad de los
textos son raramente anuladas. El recurso de los Padres a la alegoría supera
generalmente el fenómeno de una adaptación al método alegórico de los
autores paganos.
El recurso a la alegoría deriva
también de la convicción de que la Biblia, libro de Dios, ha sido dado por él
a su pueblo, la Iglesia. En principio nada se debe dejar de lado, como fuera de
uso o definitivamente caduco. Dios dirige a su pueblo cristiano un mensaje
siempre actual. En sus explicaciones de la Biblia, los Padres mezclan y
entrecruzan las interpretaciones tipológicas y alegóricas de un modo difícilmente
discernible, siempre con una finalidad pastoral y pedagógica. Cuanto ha sido
escrito, lo ha sido para nuestra instrucción (cfr. 1 Cor. 10, 11).
Persuadidos de que se trata del
libro de Dios, el cual es, por tanto, inagotable, los Padres creen poder
interpretar tal pasaje según tal esquema alegórico, pero consideran que cada
uno queda libre de proponer otra cosa, mientras respete la analogía de la fe.
La interpretación alegórica de
las Escrituras que caracteriza la exégesis patrística, puede desorientar al
hombre moderno. Pero la experiencia de Iglesia que refleja esta exégesis,
ofrece una contribución siempre útil (cfr. Divino afflante Spiritu, 31-32; Dei
Verbum, 23). Los Padres enseñan a leer teológicamente la Biblia en el seno de
una tradición viva, con un auténtico espíritu cristiano.
3. Papel de los diferentes
miembros de la Iglesia en la interpretación
Las Escrituras dadas a la Iglesia
son el tesoro común del cuerpo completo de los creyentes: "La Sagrada
Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un sólo depósito sagrado de la
palabra de Dios, encomendado a la Iglesia, al que se adhiere todo el pueblo
santo unido a sus pastores, y así persevera constantemente en la doctrina de
los apóstoles..." (Dei Verbum, 10; cfr. también 21). La familiaridad de
los fieles con el texto de las Escrituras ha sido más notable en unas épocas
de la historia de la Iglesia que en otras. Pero las Escrituras han ocupado una
posición de primer plano en todos los momentos importantes de renovación en la
vida de la Iglesia, desde el movimiento monástico de los primeros siglos hasta
la época reciente del Concilio Vaticano II.
Este mismo Concilio enseña que
todos los bautizados, cuando participan, en la fe de Cristo, en la celebración
de la eucaristía, reconocen la presencia de Cristo también en su palabra,
"pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien
habla" (Sacrosanctum Concilium, 7). A este escuchar la palabra ellos
aportan "el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo. (...) Con ese
sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y sostiene, el pueblo de
Dios, bajo la dirección del sagrado magisterio, al que sigue fielmente, recibe,
no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cfr. 1 Tes.
2, 13); se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los
santos (cfr. Jds. 3), penetra más profundamente en ella con rectitud de juicio
y la aplica con mayor plenitud en la vida" (Lumen gentium, 12).
Así pues, todos los miembros de
la Iglesia tienen un papel en la interpretación de las escrituras. En el
ejercicio de su ministerio pastoral, los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles,
son los primeros testigos y garantes de la tradición viva en la cual las
Escrituras son interpretadas en cada época. "Iluminados por el Espíritu
de verdad, deben conservar fielmente la palabra de Dios, explicarla, y
difundirla por su predicación" (Dei Verbum, 9; cfr. Lumen gentium, 25). En
tanto que colaboradores de los obispos, los sacerdotes tienen como primera
obligación la proclamación de la Palabra (Presbyterorum ordinis, 4). Están
dotados de un carisma particular para la interpretación de la Escritura, cuando
trasmitiendo, no sus ideas personales, sino la palabra de Dios, aplican la
verdad eterna del evangelio a las circunstancias concretas de la vida (ibíd).
Corresponde a los sacerdotes y a los diáconos, sobre todo cuando administran
los sacramentos, poner de relieve la unidad que forman Palabra y Sacramento en
el ministerio de la Iglesia.
Como presidentes de la comunidad
eucarística y educadores de la fe, los ministros de la Palabra tienen como
tarea principal, no simplemente enseñar, sino ayudar a los fieles a comprender
y discernir lo que la palabra de Dios les dice al corazón cuando escuchan y
meditan las Escrituras. Así, el conjunto de la iglesia local, según el modelo
de Israel, pueblo de Dios (Ex. 9, 5-6), se convierte en una comunidad que sabe
que Dios le habla (cfr. Jn. 6, 45), y se apresura a escuchar la Palabra con fe,
amor y docilidad (Deut. 6, 4-6). Tales comunidades, que escuchan verdaderamente,
se convierten en vigorosos núcleos de evangelización y diálogo, así como de
transformación social, a condición de estar siempre unidos en la fe y en el
amor de la totalidad de la Iglesia (Evangelii nuntiandi, 57-58; CDF, Instrucción
sobre la libertad cristiana y la liberación, 69-70).
El espíritu también ha sido
dado, ciertamente, a los cristianos individualmente, de modo que pueden arder
sus corazones dentro de ellos (cfr. Lc. 24, 32), cuando oran y estudian en la
oración las Escrituras, en el contexto de su vida personal. Por ello, el
Concilio Vaticano II ha pedido con insistencia que el acceso a las Escrituras
sea facilitado de todos los modos posibles (Dei Verbum, 22; 25). Este tipo de
lectura, hay que notarlo, no es nunca completamente privado, ya que el creyente
lee e interpreta siempre la Escritura en la fe de la Iglesia y aporta a la
comunidad el fruto de su lectura, para enriquecer la fe común.
Toda la tradición bíblica, y de
un modo más particular, la enseñanza de Jesús en los evangelios, indican como
oyentes privilegiados de la palabra de Dios a aquéllos que el mundo considera
como gente de humilde condición. Jesús ha reconocido que las cosas ocultas a
los sabios y prudentes han sido reveladas a los simples (Mt. 11, 25; Lc. 10, 21)
y que el reino de Dios pertenece a aquellos que se asemejan a los niños (Mc.
10, 4 y par.).
En la misma línea, Jesús ha
proclamado: "Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el
reino de Dios" (Lc. 6, 20; cfr. Mt. 5, 3). Entre los signos de los tiempos
mesiánicos se encuentra la proclamación de la buena noticia a los pobres (Lc.
4, 18; 7, 22; Mt. 11, 5; cfr. CDF, Instrucción sobre la libertad cristiana y la
liberación, 47-48). Aquellos que, en su desamparo y privación de recursos
humanos, son llevados a poner su única esperanza en Dios y su justicia, tienen
una capacidad de escuchar y de interpretar la palabra de Dios, que debe ser
tomada en cuenta por el conjunto de la Iglesia y exige también una respuesta a
nivel social.
Reconociendo la diversidad de
dones y de funciones que el Espíritu pone al servicio de la comunidad, en
particular el don de enseñar (1 Cor. 12, 28-30; Rom. 12, 6-7; Ef. 4, 11-16), la
Iglesia estima a aquellos que manifiestan una capacidad particular de contribuir
a la construccióndel cuerpo de Cristo por su competencia en la interpretación
de la Escritura (Divino afflante Spiritu, 46-48; Enchiridion Biblicum, 564-565;
Dei Verbum, 23; PCB, Instrucción sobre la historicidad de los evangelios,
Intr.). Aunque sus trabajos no siempre hayan obtenido el apoyo que se les da
hoy, los exegetas que ponen su saber al servicio de la Iglesia, se encuentran
situados en una rica tradición que se extiende desde los primeros siglos, con
Orígenes y Jerónimo, hasta los tiempos más recientes, con el padre Lagrange y
otros, y se prolonga hasta nuestros días. En particular, la búsqueda del
sentido literal de la Escritura, sobre el cual se insiste tanto hoy, requiere
los esfuerzos conjugados de aquellos que tienen competencias en lenguas
antiguas, en historia y cultura, crítica textual y análisis de formas
literarias, y que saben utilizar los métodos de la crítica científica. Además
de esta atención al texto en su contexto histórico original, la Iglesia cuenta
con exegetas, animados por el mismo Espíritu que ha inspirado la Escritura,
para asegurar que "un número tan grande como sea posible de servidores de
la palabra de Dios, esté en grado de procurar efectivamente al pueblo de Dios
el alimento de las Escrituras" (Divino afflante Spiritu, 24; 53-55;
Enchiridion Biblicum, 551, 567; Dei Verbum, 23; Pablo VI, Sedula Cura [1971]).
Es motivo de satisfacción ver el número creciente de mujeres exegetas, que
contribuyen a la interpretación de la Escritura, con puntos de vista
penetrantes y nuevos, y ponen de relieve aspectos que habían caído en el
olvido.
Si las Escrituras, como se ha
recordado antes, son el bien de la Iglesia entera, y forman parte de la
"herencia de la fe", que todos, pastores y fieles, "conservan,
profesan y ponen en práctica con un esfuerzo común", continúa siendo
verdad que "la función de interpretar auténticamente la palabra de Dios,
trasmitida por la Escritura o por la Tradición, sólo ha sido confiada al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de
Jesucristo" (Dei Verbum, 10). Así, pues, en último término, es el
Magisterio quien tiene la misión de garantizar la auténtica interpretación, y
de indicar, cuando sea necesario, que tal o cual interpretación particular es
incompatible con el evangelio auténtico. Esta misión se ejerce en el interior
de la koinonía del Cuerpo, expresando oficialmente la fe de la Iglesia para
servir a la Iglesia. El Magisterio consulta para ello a los teólogos, los
exegetas y otros expertos, de los cuales reconoce la legítima libertad y con
quienes queda ligado por una recíproca relación en la finalidad de
"conservar al pueblo de Dios en la verdad que hace libres" (CDF,
Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 21).
C. LA TAREA DEL EXEGETA
La tarea de los exegetas católicos
comporta varios aspectos. Es una tarea de Iglesia, que consiste en estudiar y
explicar la Sagrada Escritura para poner sus riquezas a la disposición de
pastores y fieles. Pero es al mismo tiempo un tarea científica, que pone al
exegeta católico en relación con sus colegas no católicos y con diversos
sectores de la investigación científica. Esta tarea comprende a la vez el
trabajo de investigación y el de enseñanza. Uno y otro desembocan
habitualmente en publicaciones.
1. Orientaciones principales
Aplicándose a su tarea, los
exegetas católicos deben considerar seriamente el carácter histórico de la
revelación bíblica, ya que ambos Testamentos expresan en palabras humanas, que
llevan la marca de su tiempo, la revelación histórica que Dios ha hecho, por
diferentes medios, de sí mismo y de su designio de salvación. En conseuencia,
los exegetas deben servirse del método histórico-crítico, sin atribuirle, sin
embargo, la exclusividad. Todos los métodos pertinentes de interpretación de
los textos están capacitados para contribuir a la exégesis de la Biblia.
En su trabajo, los exegetas católicos
no deben jamás olvidar que ellos interpretan la palabra de Dios. Su tarea común
no está terminada cuando han distinguido fuentes, definido las formas o
explicado los procedimientos literarios, sino solamente cuando han iluminado el
sentido del texto bíblico como actual palabra de Dios. Para alcanzar esta
finalidad, deben tomar en consideración las diversas perspectivas hermenéuticas
que ayudan a percibir la actualidad del mensaje bíblico y le permiten responder
a las necesidades de los lectores modernos de las Escrituras.
Los exegetas tienen que explicar
también el alcance cristológico, canónico y eclesial de los escritos bíblicos.
El alcance cristológico de los
textos bíblicos no es siempre evidente; se debe sacar a la luz cada vez que es
posible. Aunque Cristo haya establecido la Nueva Alianza en su sangre, los
libros de la primera Alianza no han perdido su valor. Asumidos en la proclamación
del evangelio, adquieren y manifiestan su plena significación en el
"misterio de Cristo" (Ef. 3, 4), del cual aclaran los múltiples
aspectos, al mismo tiempo que son iluminados por él. Estos libros, en efecto,
preparan al pueblo de Dios a su venida (cfr. Dei Verbum, 14-16).
Aunque cada libro de la Biblia
haya sido escrito con una finalidad diferente y tenga su significado específico,
todos son portadores de un sentido ulterior cuando se vuelven parte del conjunto
canónico. La tarea de los exegetas incluye, pues, la explicación de la
afirmación agustiniana: "Novum Testamentum in Vetere latet, et in Novo
Vetus patet" (cfr. san Agustín, Quest. in Hept., 2, 73, CSEL 28, III, 3,
p. 141).
Los exegetas deben también
explicar la relación que existe entre la Biblia y la Iglesia. La Biblia ha
llegado a la existencia en las comunidades creyentes. Ella expresa la fe de
Israel; luego, las de las primeras comunidades cristianas. Unida a la tradición
viva, que la precede, la acompaña y la nutre (cfr. Dei Verbum, 21) es el medio
privilegiado del cual Dios se sirve para guiar, aún hoy, la construcción y el
crecimiento de la Iglesia, en cuanto pueblo de Dios. Inseparable de la dimensión
eclesial es la apertura ecuménica.
Puesto que la Biblia expresa la
salvación ofrecida por Dios a todos los hombres, la tarea de los exegetas católicos
comporta una dimensión universal, que requiere una atención a las otras
religiones y a las expectativas del mundo actual.
2. Investigación
La tarea exegética es demasiado
vasta como para poder ser realizada adecuadamente por un solo individuo. Se
impone una división del trabajo, especialmente para la investigación, que
requiere especialistas en diferentes dominios. Los posibles inconvenientes de la
especialización se evitarán gracias a esfuerzos interdisciplinares.
Es muy importante, para el bien
de toda la Iglesia y para su influencia en el mundo moderno, que un número
suficiente de personas bien formadas estén consagradas a la investigación en
diferentes sectores de la ciencia exegética. Preocupados por las necesidades más
inmediatas del ministerio, los obispos y superiores religiosos están tentados,
frecuentemente, de no tomar suficientemente en serio la responsabilidad que les
toca de proveer a esta necesidad fundamental. Una carencia en esta materia
expone la Iglesia a graves inconvenientes, ya que los pastores y los fieles
corren el riesgo de quedar a merced de una ciencia exegética extraña a la
Iglesia, y privada de relaciones con la vida de fe. Declarando que "el
estudio de la Sagrada Escritura" debe ser como el "alma de la teología"
(Dei Verbu, 24), el Concilio Vaticano II ha mostrado toda la importancia de la
investigación exegética. Al mismo tiempo ha recordado implícitamente a los
exegetas católicos que sus investigaciones tienen una relación esencial con la
teología, de lo cual deben mostrarse conscientes.
3. Enseñanza
La declaración del Concilio hace
comprender el papel fundamental que corresponde a la enseñanza de la exégesis
en las facultades de teología, los seminarios y los escolasticados. Es obvio
que el nivel de estudio en tales instituciones no puede ser uniforme. Es
deseable que la enseñanza de la exégesis sea impartida por hombres y mujeres.
Tal enseñanza tendrá una orientación más técnica en las facultades, más
directamente pastoral en los seminarios. Pero no podrá jamás carecer de una
seria dimensión intelectual. Proceder de otro modo sería falta de respeto
hacia la palabra de Dios.
Los profesores de exégesis deben
comunciar a los estudiantes una profunda estima por la Sagrada Escritura,
mostrando cómo ella merece un estudio atento y objetivo, que permita apreciar
mejor su valor literario, histórico, social y teológico. No pueden contentarse
con trasmitir una serie de conocimientos que los estudiantes registran
pasivamente, sino que deben introducir a los métodos exegéticos, explicando
sus operaciones principales, para hacer a los estudiantes capaces de un juicio
personal. Dado el limitado tiempo de que se dispone, conviene utilizar
alternativamente dos modos de enseñar: por una parte, exposiciones sintéticas,
que introducen al estudio de libros bíblicos completos y no dejan de lado ningún
sector importante del Antiguo o del Nuevo Testamento. Por otra, análisis más
profundo de algunos textos bien escogidos, que sean al mismo tiempo una iniciación
a la práctica de la exégesis. En uno y otro caso, hay que evitar ser
unilateral, es decir, no limitarse ni a un comentario espiritual desprovisto de
base histórico-crítica, ni a un comentario histórico-crítico desprovisto del
contenido doctrinal y espiritual (cfr. Divino afflante Spiritu, EB, 551-552; PCB,
De Sacra Scriptura recte docenda, EB. 598). La enseñanza debe mostrar a la vez
el enraizamiento histórico de los escritos bíblicos, su aspecto de palabra
personal del Padre celestial que se dirige con amor a sus hijos (cfr. Dei Verbum,
21) y su papel indispensable en el ministerio pastoral (cfr. 2 Tim. 3, 16).
4. Publicaciones
Como fruto de la investigación y
complemento de la enseñanza, las publicaciones tienen una función muy
importante para el progreso y la difusión de la exégesis. En nuestros días,
la publicación no se realiza solamente por los textos impresos, sino también
por otros medios más rápidos y potentes (radio, televisión, técnicas electrónicas),
de los cuales conviene aprender a servirse.
Las publicaciones de alto nivel
científico son el instrumento principal de diálogo, de discusión y de
cooperación entre los investigadores. Gracias a ellas, la exégesis católica
puede mantenerse en relación con otros ambientes de la investigación exegética,
así como con el mundo científico en general.
Hay otras publicaciones que
proporcionan grandes servicios a breve plazo, adaptándose a diferentes categorías
de lectores, desde el público cultivado hasta los niños del catecismo, pasando
por los grupos bíblicos, los movimientos apostólicos y las congregaciones
religiosas. Los exegetas dotados para la divulgación hacen una obra
extremadamente útil y fecunda, indispensable para asegurar a los estudios exegéticos
el influjo que deben tener. En este sector, la necesidad de la actualización bíblica
se hace sentir de modo apremiante. Esto requiere que los exegetas tomen en
consideració las legítimas exigencias de las personas instruidas y cultivadas
de nuestro tiempo y distingan claramente, pensando en ellas, lo que debe ser
considerado como detalle secundario, condicionado por la época, lo que se debe
interpretar como lenguaje mítico, y lo que hay que apreciar como sentido
propio, histórico e inspirado. Los escritos bíblicos no han sido compuestos en
lenguaje moderno, ni en estilo del siglo XX. Las formas de expresión y los géneros
literarios que utilizan en su texto hebreo, arameo o griego, deben ser hechos
inteligibles a los hombres y mujeres de hoy, que, de otro modo, estarían
tentados o a desinteresarse de la Biblia, o a interpretarla de modo simplista,
literalista o fantasioso.
En toda la diversidad de sus
tareas, el exegeta católico no tiene otra finalidad que el servicio de la
palabra de Dios. Su ambición no es sustituir los textos bíblicos con el
resultado de su trabajo, se trate de la reconstrucción de documentos antiguos
utilizados por los autores inspirados, o de una presentación moderna de las últimas
conclusiones de la ciencia exegética. Su ambición es, al contrario, poner más
a la luz los textos bíblicos mismos, ayudando a apreciarlos mejor y a
comprenderlos con mayor exactitud histórica y profundidad espiritual.
D. RELACIONES CON LAS OTRAS
DISCIPLINAS TEOLÓGICAS
Siendo ella misma una disciplina
teológica, "fides quaerens intellectum", la exégesis mantiene
relaciones estrechas y complejas con las otras disciplinas teológicas. Por una
parte, la teología sistemática tiene un influjo sobre la precomprensión, con
la cual los exegetas abordan los textos bíblicos. Pero por otra, la exégesis
proporciona a las otras disciplinas teológicas datos que son fundamentales para
éstas. Relaciones de diálogo se establecen, pues, entre la exégesis y las
otras disciplinas teológicas, en el mutuo respeto de su especificidad.
1. Teología y precomprensión de
los textos bíblicos
Cuando abordan los textos bíblicos,
los exegetas necesariamente tienen una precomprensión. En el caso de la exégesis
católica, se trata de una precomprensión basada sobre certezas de fe: la
Biblia es un texto inspirado por Dios y confiado a la Iglesia para suscitar la
fe y guiar la vida cristiana. Estas certezas de fe no llegan a los exegetas en
estado bruto, sino después de haber sido elaboradas en la comunidad eclesial
por la reflexión teológica. Los exegetas están, pues, orientados en su
investigación por la reflexión dogmática sobre la inspiración de la
Escritura y sobre la función de ésta en la vida eclesial.
Pero, recíprocamente, el trabajo
de los exegetas sobre los textos inspirados les proporciona una experiencia que
los teólogos deben tener en cuenta para esclarecer la teología de la inspiración
y de la interpretación eclesial de la Biblia. La exégesis suscita, en
particular, una conciencia más viva y más precisa del carácter histórico de
la inspiración bíblica. Muestra que el proceso de inspiración es histórico,
no solamente porque ha ocurrido en el curso de la historia de Israel y de la
Iglesia primitiva, sino también porque se ha realizado por la mediación de
personas humanas marcadas cada una por su época y que, bajo la guía del Espíritu,
han jugado un papel activo en la vida del pueblo de Dios.
Por lo demás, la afirmación
teológica de la relación estrecha entre Escritura inspirada y Tradición de la
Iglesia, es confirmada y precisada gracias al desarrollo de los estudios exegéticos,
que lleva a los exegetas a otorgar una creciente atención al influjo sobre los
textos del medio vital en el cual se han formado ("Sitz im Leben").
2. Exégesis y teología dogmática
Sin ser el único locus
theologicus, la Sagrada Escritura constituye la base privilegiada de los
estudios teológicos. Para interpretar la Escritura con exactitud científica y
precisión, los teólogos tienen necesidad del trabajo de los exegetas. Por su
parte, los exegetas deben orientar sus investigaciones de tal modo que "el
estudio de la Sagrada Escritura" pueda efectivamente ser como "el alma
de la teología" (Dei Verbum, 24). Con esta finalidad, es necesario que
concedan una particular atención al contenido religioso de los escritos bíblicos.
Los exegetas pueden ayudar a los
teólogos a evitar dos extremos: por una parte el dualismo, que separa
completamente una verdad doctrinal de su expresión lingüística, considerada
como no importante; y por otra el fundamentalismo, que confundiendo lo humano y
lo divino, considera como verdad revelada aun los aspectos contingentes de las
expresiones humanas.
Para evitar ambos extremos, es
necesario distinguir sin separar, y aceptar una tensión persistente. La palabra
de Dios se expresa en las obras de autores humanos. Pensamiento y palabra son al
mismo tiempo de Dios y del hombre, de modo que todo en la Biblia viene a la vez
de Dios y del autor inspirado. No se sigue de ello, sin embargo, que Dios haya
dado un valor absoluto al condicionamiento histórico de su mensaje. Este es
susceptible de ser interpretado y actualizado, es decir, de ser separado, al
menos parcialmente, de su condicionamiento histórico pasado para ser
trasplantado al condicionamiento histórico presente. El exegeta establece las
bases de esta operación, que el teólogo continúa, tomando en consideración
los otros loci theologici que contribuyen al desarrollo del dogma.
3. Exégesis y teología moral
Análogas observaciones se pueden
hacer sobre la relación entre exégesis y teología moral. A los relatos que se
refieren a la historia de salvación, la Biblia une estrechamente múltiples
instrucciones sobre la conducta que se debe observar: mandamientos,
prohibiciones, prescripciones jurídicas, exhortaciones e invectivas proféticas,
consejos sapienciales. Una de las tareas de la exégesis consiste en precisar el
alcance de este abundante material y en preparar así el trabajo de los
moralistas.
Esta tarea no es simple, ya que
con frecuencia los textos bíblicos no se preocupan de distinguir los preceptos
morales universales de las prescripciones de pureza ritual o de reglas jurídicas
particulares. Todo se encuentra junto. Por otra parte, la Biblia refleja una
evolución moral considerable, que encuentra su perfeccionamiento en el Nuevo
Testamento. No basta, pues, que una cierta posición en materia de moral esté
testimoniada en el Antiguo Testamento (por ejemplo, la práctica de la
esclavitud o del divorcio, o la de exterminación en caso de guerra), para que
esta posición continúe siendo válida. Se debe efectuar un discernimiento, que
tenga en cuenta el necesario progreso de la conciencia moral. Los escritos del
antiguo Testamento contienen elementos "imperfectos y caducos" (Dei
Verbum, 15), que la pedagogía divina no podía eliminar desde el comienzo. El
Nuevo Testamento mismo no es fácil de interpretar en el dominio de la moral,
porque se expresa con frecuencia en imágenes o paradojas, o inclusive en modo
provocatorio, y en él la relación de los cristianos con la ley judía es
objeto de ásperas controversias.
Los moralistas tienen, pues, el
derecho de presentar a los exegetas muchas cuestiones importantes, que estimulen
sus investigaciones. En más de un caso, la respuesta podrá ser que ningún
texto bíblico trata explícitamente el problema presentado. Pero aun entonces,
el testimonio de la Biblia, comprendido en su vigoroso dinamismo de conjunto, no
puede dejar de ayudar a definir una orientación fecunda. Sobre los puntos m_s
importantes, la moral del Decálogo continúa siendo fundamental. El Antiguo
Testamento contiene ya los principios y los valores que guían un actuar
plenamente conforme a la dignidad de la persona humana, creada "a la imagen
de Dios" (Gn. 1, 27). El Nuevo Testamento ilumina esos principios y valores
por la revelación del amor de Dios en Cristo.
4. Puntos de vista diferentes e
interacción necesaria
En su documento de 1988 sobre la
interpretación de los dogmas, la Comisión Teológica Internacional ha
recordado que, en los tiempos modernos, se ha creado un conflicto entre la exégesis
y la teología dogmática. Después observa los aportes positivos de la exégesis
moderna a la teología sistemática (La interpretación de los dogmas, 1988, C.
I, 2). Para mayor precisión, es útil añadir que el conflicto ha sido
provocado por la exégesis liberal. Entre la exégesis católica y la teología
dogmática, no ha habido un conflicto generalizado, sino solamente momentos de
fuerte tensión. Es verdad, sin embargo, que la tensión puede degenerar en
conflicto, si de una y otra parte se hacen más rígidas las legítimas
diferencias de puntos de vista, hasta transformarlas en oposiciones
irreductibles.
Los puntos de vista, en efecto,
son diferentes, y deben serlo. La tarea primera de la exégesis es discernir con
precisión los sentidos de los textos bíblicos en su contexto propio; es decir,
primero en su contexto literario e histórico particular, y luego en el contexto
del canon de las Escrituras. Al realizar esta tarea, el exegeta pone a la luz el
sentido teológico de los textos, cuando éstos tienen un alcance de tal
naturaleza. Es así posible una continuidad entre la exégesis y la reflexión
teológica ulterior. Pero el punto de vista no es el mismo, porque la tarea del
exegeta es fundamentalmente histórica y descriptiva, y se limita a la
interpretación de la Biblia.
El teólogo dogmático realiza
una tarea más especulativa y sistemática. Por esta razón, no se interesa sino
por algunos textos y aspectos de la Biblia, y por lo demás, toma en consideración
muchos otros datos que no son bíblicos -escritos patrísticos, definiciones
conciliares, otros documentos del magisterio, liturgia-, así como sistemas
filosóficos y la situación cultural, social y política contemporánea. Su
tarea no es simplemente interpretar la Biblia, sino intentar una comprensión
plenamente reflexionada de la fe cristiana en todas sus dimensiones, y
especialmente en su relación decisiva con la existencia humana.
A causa de su orientación
especulativa y sistemática, la teología ha cedido con frecuencia a la tentación
de considerar la Biblia como un depósito de dicta probantia, destinados a
confirmar las tesis doctrinales. En nuestros días, los teólogos dogmáticos
han adquirido una más viva conciencia de la importancia del contexto literario
e histórico para la correcta interpretación de textos antiguos, y recurren
siempre más a la colaboración de los exegetas.
Como palabra de Dios puesta por
escrito, la Biblia tiene una riqueza de significado que no puede ser
completamente captado en una teología sistemática ni quedar prisionero de
ella. Una de las principales funciones de la Biblia es lanzar serios desafíos a
los sistemas teológicos y recordarles continuamente la existencia de aspectos
importantes de la divina revelación y de la realidad humana, que a veces son
olvidados o descuidados por la reflexión sistemática. La renovación de la
metodología exegética puede contribuir a esta toma de conciencia.
Recíprocamente, la exégesis se debe dejar iluminar por la investigación teológica. Esta la estimulará a presentar a los textos cuestiones importantes y a descubrir mejor todo el alcance de su fecundidad. El estudio científico de la Biblia no puede aislarse de la investigación teológica, ni e la experiencia espiritual y del discernimiento de la Iglesia. La exégesis produce sus mejores frutos, cuando se efectúa en el contexto de la fe viva de la comunidad cristiana, orientada hacia la salvación del mundo entero.