CAPITULO
II
EL SANO
FOMENTO DEL PROGRESO CULTURAL
Introducción
53. Es
propio de la persona humana el no llegar a un nivel verdadera y plenamente humano si no es
mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y los valores naturales. Siempre,
pues, que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallen unidas
estrechísimamente.
Con la
palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y
desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo
orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la
familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e
instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras
grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e
incluso a todo el género humano.
De
aquí se sigue que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico y
social y que la palabra cultura asume con frecuencia un sentido sociológico y
etnológico. En este sentido se habla de la pluralidad de culturas. Estilos de vida común
diversos y escala de valor diferentes encuentran su origen en la distinta manera de
servirse de las cosas, de trabajar, de expresarse, de practicar la religión, de
comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias,
las artes y de cultivar la belleza.
Así,
las costumbres recibidas forman el patrimonio propio de cada comunidad humana. Así
también es como se constituye un medio histórico determinado, en el cual se inserta el
hombre de cada nación o tiempo y del que recibe los valores para promover la
civilización humana.
SECCION
I
La situación de la cultura en el mundo actual
Nuevos
estilos de vida
54. Las
circunstancia de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han cambiado
profundamente, tanto que se puede hablar con razón de una nueva época de la historia
humana. Por ello, nuevos caminos se han abierto para perfeccionar la cultura y darle una
mayor expansión.
Caminos
que han sido preparados por el ingente progreso de las ciencias naturales y de las
humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de la técnica, y también por los
avances en el uso y recta organización de los medios que ponen al hombre en comunicación
con los demás.
De
aquí provienen ciertas notas características de la cultura actual: Las ciencias exactas
cultivan al máximo el juicio crítico; los más recientes estudios de la psicología
explican con mayor profundidad la actividad humana; las ciencias históricas contribuyen
mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de su mutabilidad y evolución; los hábitos
de vid ay las costumbres tienden a uniformarse más y más; la industrialización, la
urbanización y los demás agentes que promueven la vida comunitaria crean nuevas formas
de cultura (cultura de masas), de las que nacen nuevos modos de sentir, actuar y
descansar; al mismo tiempo, el creciente intercambio entre las diversas naciones y grupos
sociales descubre a todos y a cada uno con creciente amplitud los tesoros de las
diferentes formas de cultura, y así poco a poco se va gestando una forma más universal
de cultura, que tanto más promueve y expresa la unidad del género humano cuanto mejor
sabe respetar las particularidades de las diversas culturas.
El
hombre, autor de la cultura
55.
Cada día es mayor el número de los hombres y mujeres, de todo grupo o nación, que
tienen conciencia de que son ellos los autores y promotores de la cultura de su comunidad.
En todo
el mundo crece más y más el sentido de la autonomía y al mismo tiempo de la
responsabilidad, lo cual tiene enorme importancia para la madurez espiritual y moral del
género humano. Esto se ve más claro si fijamos la mirada en la unificación del mundo y
en la tarea que se nos impone de edificar un mundo mejor en la verdad y en la justicia.
De esta
manera somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda
definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia.
Dificultades
y tareas actuales en este campo
56. En
esta situación no hay que extrañarse de que el hombre, que siente su responsabilidad en
orden al progreso de la cultura, alimente una más profunda esperanza, pero al mismo
tiempo note con ansiedad las múltiples antinomias existentes, que él mismo debe
resolver:
¿Qué
debe hacerse para que la intensificación de las relaciones entre las culturas, que
debería llevar a un verdadero y fructuoso diálogo entre los diferentes grupos y
naciones, no perturbe la vida de las comunidades, no eche por tierra la sabiduría de los
antepasados ni ponga en peligro el genio propio de los pueblos?
¿De
qué forma hay que favorecer el dinamismo y la expansión de la nueva cultura sin que
perezca la fidelidad viva a la herencia de las tradiciones? Esto es especialmente urgente
allí donde la cultura, nacida del enorme progreso de la ciencia y de la técnica se ha de
compaginar con el cultivo del espíritu, que se alimenta, según diversas tradiciones, de
los estudios clásicos.
¿Cómo
la tan rápida y progresiva dispersión de las disciplinas científicas puede armonizarse
con la necesidad de formar su síntesis y de conservar en los hombres la facultades de la
contemplación y de la admiración, que llevan a la sabiduría?
¿Qué
hay que hacer para que todos los hombres participen de los bienes culturales en el mundo,
si al mismo tiempo la cultura de los especialistas se hace cada vez más inaccesible y
compleja?
¿De
qué manera, finalmente, hay que reconocer como legítima la autonomía que reclama para
sí la cultura, sin llegar a un humanismo meramente terrestre o incluso contrario a la
misma religión?
En
medio de estas antinomias se ha de desarrollar hoy la cultura humana, de tal manera que
cultive equilibradamente a la persona humana íntegra y ayude a los hombres en las tareas
a cuyo cumplimiento todos, y de modo principal los cristianos, están llamados, unidos
fraternalmente en una sola familia humana.
SECCION
2
Algunos principios para la sana promoción de la cultura
La fe y
la cultura
57. Los
cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba,
lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión
que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más
humano.
En
realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y
ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el
sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le
corresponde en la entera vocación del hombre.
El
hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos
técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda
la familia humana y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos
sociales, cumple personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al
comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo
tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de
entregarse al servicio de los hermanos.
Además,
el hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia,
las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir
sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la verdad, el
bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así sea iluminada mejor por la
maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con
El, jugando en el orbe de la tierra y encontrando sus delicias en estar entre los hijos de
los hombres.
Con
todo lo cual es espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser
elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador. Más
todavía, con el impulso de la gracia se dispone a reconocer al Verbo de Dios, que antes
de hacerse carne para salvarlo todo y recapitular todo en El, estaba en el mundo como luz
verdadera que ilumina a todo hombre (Io 1,9).
Es
cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su
método, no pueden penetrar hasta las íntimas esencias de las cosas, puede favorecer
cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas
disciplinas se considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad.
Es
más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea
que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas.
Sin
embargo, estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura
contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los valores
positivos de ésta.
Entre
tales valores se cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en
las investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos
técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más intensa
de la responsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los hombres, la
voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos, singularmente para los
que padecen privación de responsabilidad o indigencia cultural.
Todo lo
cual puede aportar alguna preparación para recibir el mensaje del Evangelio, la cual
puede ser informada con la caridad divina por Aquel que vino a salvar el mundo.
Múltiples
conexiones entre la buena nueva de Cristo y la cultura
58.
Múltiples son los vínculos que existen entre el mensaje de salvación y la cultura
humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí
mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época.
De
igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de
circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y
explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y
comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y
en la vida de la multiforme comunidad de los fieles.
Pero al
mismo tiempo, la Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y
regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a
algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente.
Fiel a
su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar
en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a
la propia Iglesia y las diferentes culturas.
La
buena nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre, caído,
combate y elimina los errores y males que provienen de la seducción permanente del
pecado. Purifica y eleva incesantemente la moral de los pueblos.
Con las
riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las
tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en
Cristo. Así, la Iglesia, cumpliendo su misión propia, contribuye, por lo mismo, a la
cultura humana y la impulsa, y con su actividad, incluida la litúrgica, educa al hombre
en la libertad interior.
Hay que
armonizar diferentes valores en el seno de las culturas
59. Por
las razones expuestas, la Iglesia recuerda a todos que la cultura debe estar subordinada a
la perfección integral de la persona humana, al bien de la comunidad y de la sociedad
humana entera.
Por lo
cual es preciso cultivar el espíritu de tal manera que se promueva la capacidad de
admiración, de intuición, de contemplación y de formarse un juicio personal, así como
el poder cultivar el sentido religioso, moral y social.
Porque
la cultura, pro dimanar inmediatamente de la naturaleza racional y social del hombre,
tiene siempre necesidad de una justa libertad para desarrollarse y de una legítima
autonomía en el obrar según sus propios principios.
Tiene,
por tanto, derecho al respeto y goza de una cierta inviolabilidad, quedando evidentemente
a salvo los derechos de la persona y de la sociedad, particular o mundial, dentro de los
límites del bien común.
El
sagrado Sínodo, recordando lo que enseñó el Concilio Vaticano I, declara que
"existen dos órdenes de conocimiento" distintos, el de la fe y el de la razón;
y que la Iglesia no prohíbe que "las artes y las disciplinas humanas gocen de sus
propios principios y de su propio método..., cada una en su propio campo", por lo
cual, "reconociendo esta justa libertad", la Iglesia afirma la autonomía
legítima de la cultura humana, y especialmente la de las ciencias.
Todo
esto pide también que el hombre, salvados el orden moral y la común utilidad, pueda
investigar libremente la verdad y manifestar y propagar su opinión, lo mismo que
practicar cualquier ocupación, y, por último, que se le informe verazmente acerca de los
sucesos públicos.
A la
autoridad pública compete no el determinar el carácter propio de cada cultura, sino el
fomentar las condiciones y los medios para promover la vida cultural entre todos aun
dentro de las minorías de alguna nación. Por ello hay que insistir sobre todo en que la
cultura, apartada de su propio fin, no sea forzada a servir al poder político o
económico.
SECCION
3
Algunas obligaciones más urgentes de los cristianos
respecto a la cultura
El
reconocimiento y ejercicio efectivo del derecho personal a la cultura
60. Hoy
día es posible liberar a muchísimos hombres de la miseria de la ignorancia. Por ello,
uno de los deberes más propios de nuestra época, sobre todo de los cristianos, es el de
trabajar con ahinco para que tanto en la economía como en la política, así en el campo
nacional como en el internacional, se den las normas fundamentales para que se reconozca
en todas partes y se haga efectivo el derecho a todos a la cultura, exigido por la
dignidad de la persona, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, religión o
condición social.
Es
preciso, por lo mismo, procurar a todos una cantidad suficiente de bienes culturales,
principalmente de los que constituyen la llamada cultura "básica", a fin de
evitar que un gran número de hombres se vea impedido, por su ignorancia y por su falta de
iniciativa, de prestar su cooperación auténticamente humana al bien común.
Se debe
tender a que quienes están bien dotados intelectualmente tengan la posibilidad de llegar
a los estudios superiores; y ello de tal forma que, en la medida de lo posible, puedan
desempeñar en la sociedad las funciones, tareas y servicios que correspondan a su aptitud
natural y a la competencia adquirida.
Así
podrán todos los hombres y todos los grupos sociales de cada pueblo alcanzar el pleno
desarrollo de su vida cultural de acuerdo con sus cualidades y sus propias tradiciones.
Es
preciso, además, hacer todo lo posible para que cada cual adquiera conciencia del derecho
que tiene a la cultura y del deber que sobre él pesa de cultivarse a sí mismo y de
ayudar a los demás. Hay a veces situaciones en la vida laboral que impiden el esfuerzo de
superación cultural del hombre y destruyen en éste el afán por la cultura.
Esto se
aplica de modo especial a los agricultores y a los obreros, a los cuales es preciso
procurar tales condiciones de trabajo, que, lejos de impedir su cultura humana, la
fomenten. Las mujeres ya actúan en casi todos los campos de la vida, pero es conveniente
que puedan asumir con plenitud su papel según su propia naturaleza. Todos deben
contribuir a que se reconozca y promueva la propia y necesaria participación de la mujer
en la vida cultural.
La
educación para la cultura íntegra del hombre
61. Hoy
día es más difícil que antes sintetizar las varias disciplinas y ramas del saber.
Porque, al crecer el acervo y la diversidad de elementos que constituyen la cultura,
disminuye al mismo tiempo la capacidad de cada hombre para captarlos y armonizarlos
orgánicamente, de forma que cada vez se va desdibujando más la imagen del hombre
universal.
Sin
embargo, queda en pie para cada hombre el deber de conservar la estructura de toda la
persona humana, en la que destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y
fraternidad; todos los cuales se basan en Dios Creador y han sido sanados y elevados
maravillosamente en Cristo.
La
madre nutricia de esta educación es ante todo la familia: en ella los hijos, en un clima
de amor, aprenden juntos con mayor facilidad la recta jerarquía de las cosas, al mismo
tiempo que se imprimen de modo como natural en el alma de los adolescentes formas probadas
de cultura a medida que van creciendo.
Para
esta misma educación las sociedades contemporáneas disponen de recursos que pueden
favorecer la cultura universal, sobre todo dada la creciente difusión del libro y los
nuevos medios de comunicación cultural y social.
Pues
con la disminución ya generalizada del tiempo de trabajo aumentan para muchos hombres las
posibilidades. Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para
consolidar la salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades o a
estudios libres, ya a viajes por otras regiones (turismo), con los que se afina el
espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento; ya con ejercicios y
manifestaciones deportivas, que ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso en la
comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre los hombres de todas las clases,
naciones y razas.
Cooperen
los cristianos también para que las manifestaciones y actividades culturales colectivas,
propias de nuestro tiempo, se humanicen y se impregnen de espíritu cristiano.
Todas
estas posibilidades no pueden llevar la educación del hombre al pleno desarrollo cultural
de sí mismo, si al mismo tiempo se descuida el preguntarse a fondo por el sentido de la
cultura y de la ciencia para la persona humana.
Acuerdo
entre la cultura humana y la educación cristiana
62.
Aunque la Iglesia ha contribuído mucho al progreso de la cultura, consta, sin embargo,
por experiencia que por causas contingentes no siempre se ve libre de dificultades al
compaginar la cultura con la educación cristiana.
Estas
dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; por el contrario, pueden estimular
la mente a una más cuidadosa y profunda inteligencia de aquélla. Puesto que los más
recientes estudios y los nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia y de la
filosofía suscitan problemas nuevos que traen consigo consecuencias prácticas e incluso
reclaman nuevas investigaciones teológicas.
Por
otra parte, los teólogos, guardando los métodos y las exigencias propias de la ciencia
sagrada, están invitados a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina
a los hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus
verdades, y otra cosa es el modo de formularlas conservando el mismo sentido y el mismo
significado.
Hay que
reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios
teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en
psicología y en sociología, llevando así a los fieles y una más pura y madura vida de
fe.
También
la literatura y el arte son, a su modo, de gran importancia para la vida de la Iglesia. EN
efecto, se proponen expresar la naturaleza propia del hombre, sus problemas y sus
experiencias en el intento de conocerse mejor a sí mismo y al mundo y de superarse; se
esfuerzan por descubrir la situación del hombre en la historia y en el universo, por
presentar claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y sus
recurso, y por bosquejar un mejor porvenir a la humanidad.
Así
tienen el poder de elevar la vida humana en las múltiples formas que ésta reviste según
los tiempos y las regiones.
Por
tanto, hay que esforzarse para los artistas se sientan comprendidos por la Iglesia en sus
actividades y, gozando de una ordenada libertad, establezcan contactos más fáciles con
la comunidad cristiana.
También
las nuevas formas artísticas, que convienen a nuestros contemporáneos según la índole
de cada nación o región, sean reconocidas por la Iglesia. Recíbanse en el santuario,
cuando elevan la mente a Dios, con expresiones acomodadas y conforme a las exigencias de
la liturgia.
De esta
forma, el conocimiento de Dios se manifiesta mejor y la predicación del Evangelio resulta
más transparente a la inteligencia humana y aparece como embebida en las condiciones de
su vida.
Vivan
los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por
comprender su manera de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los
conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos
con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura
religiosa y la rectitud de espíritu de las ciencias y de los diarios progresos de la
técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar todas las cosas con íntegro
sentido cristiano.
Los que
se dedican a las ciencias teológicas en los seminarios y universidades, empéñense en
colaborar con los hombres versados en las otras materias, poniendo en común sus energías
y puntos de vista. la investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada
sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos
ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe. Esta colaboración será muy
provechosa para la formación de los ministros sagrados, quienes podrán presentar a
nuestros contemporáneos la doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo,
de forma más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por
parte de ellos.
Más
aún, es de desear que numerosos laicos reciban una buena formación en las ciencias
sagradas, y que no pocos de ellos se dediquen ex profeso a estos estudios y profundicen en
ellos.
Pero
para que puedan llevar a buen término su tarea debe reconocerse a los fieles, clérigos o
laicos, la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer humilde y
valerosamente su manera de ver en los campos que son de su competencia. |