"LA EUCARISTÍA,
ALIMENTO DEL PUEBLO PEREGRINO"

Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española
ante el Congreso Eucarístico Nacional
de Santiago de Compostela y el Gran Jubileo del 2000



II
LA EUCARISTÍA Y EL SACRAMENTO DEL PERDÓN DIVINO
En el año dedicado al Padre de las misericordias
La puerta santa que da acceso a la comunión con Dios
De la Penitencia a la Eucaristía
De la Eucaristía a la Penitencia
La indulgencia jubilar
Obras de misericordia y de caridad



II
LA EUCARISTÍA Y EL SACRAMENTO DEL PERDÓN DIVINO

En el año dedicado al Padre de las misericordias

37. La Eucaristía en su dimensión escatológica no mira solamente a los últimos tiempos. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia prepara también para el encuentro actual de comunión con el Padre y con los hermanos en el cuerpo de Cristo. Nos encontramos en el año dedicado al Padre Dios. Hace unos meses, al término de la LXX Asamblea Plenaria de noviembre de 1998, dábamos a conocer una Instrucción pastoral titulada "Dios es amor" para hablaros de una manera sencilla y directa de Dios. Del Padre os decíamos "que se alegra del amor de los suyos y sale cada día al camino para ver si vuelve el hijo que se ha ido de casa; el que acoge sin resentimiento alguno a quien regresa a Él, pues aborrece el pecado, pero ama a los pecadores (cf. Lc 15)"70.

38. No olvidamos, por tanto, que este año nos exige a todos emprender un camino de auténtica conversión y de redescubrimiento del valor y de la necesidad del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo71. Por eso, como ocurre en tantos aspectos de la misión de la Iglesia, todo ha de comenzar por la conversión. El hijo pródigo, cuando cayó en la cuenta de su situación y pensó en lo que había perdido, se dijo: "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'" (Lc 15,18-19). La peregrinación que en este Año Jubilar Compostelano emprenden numerosas personas de toda edad y condición social, desearíamos que fuese antes que otra experiencia, "un camino de conversión sostenida por la firme esperanza en la infinita profundidad y fuerza del perdón de Dios"72.

La puerta-santa que da acceso a la comunión con Dios

39. "La Iglesia del nuevo Adviento, la Iglesia que se prepara continuamente a la nueva venida del Señor, debe ser la Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia"73. Está bien recordarlo cuando nos disponemos a entrar en un nuevo siglo y en un nuevo milenio, cuyos signos son la puerta santa de la Catedral de Santiago en este Año Jubilar Compostelano y las puertas de las basílicas romanas que se abrirán en la próxima Navidad. También en muchas de nuestras catedrales existen "puertas" y "pórticos" del perdón, por los que entraremos procesionalmente con el pueblo de Dios para inaugurar en nuestras Iglesias particulares el Gran Jubileo de acuerdo con la Bula de convocatoria 'Incarnationis Mysterium'74.

40. Atravesar esos umbrales no es un gesto mágico pero tampoco banal o carente de significado: la puerta santa "evoca el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia. Jesús dijo: 'Yo soy la puerta' (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través de Él. Esta afirmación que Jesús hizo de sí mismo significa que sólo Él es el Salvador enviado por el Padre. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios... A través de la puerta santa, simbólicamente más grande por ser final de un milenio, Cristo nos introducirá más profundamente en la Iglesia, su Cuerpo y Esposa"75. La puerta santa representa por tanto a Jesucristo en el que tenemos acceso al Padre (cf. Jn 14,6).

De la Penitencia a la Eucaristía

41. El gesto de entrar en la iglesia a través de la puerta santa en "el año de gracia del Señor" debe ir unido a la celebración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía si de verdad queremos tener acceso al amor misericordioso del Padre. En ambos sacramentos actúa la fuerza redentora y sanante del misterio pascual de Jesucristo por la virtud del Espíritu Santo, y la Iglesia es consciente de que la Eucaristía es "sacrificio de reconciliación y alabanza"76. Sin embargo un sacramento no puede sustituir al otro, de manera que ambos son necesarios. La desafección que se advierte desde hace años hacia el sacramento de la Penitencia tiene como origen, entre otras causas, el olvido de la íntima conexión que existe entre uno y otro sacramento.

42. La Eucaristía es ciertamente comunicación de la vida divina que ha entrado en el mundo con la Encarnación del Hijo de Dios y llega a nosotros de la manera más plena en la comunión sacramental eucarística, como se ha dicho más arriba (cf. nn. 12-13). Pero sólo se puede acceder a la Eucaristía con las debidas disposiciones, es decir, después de remover todo obstáculo que se anteponga a esa comunión en el amor del Padre. El mismo Señor que ha dicho. "Tomad y comed" (cf. Mt 22,26; par.) es el que dice también: "Convertíos" (cf. Mc 1,15). Y el apóstol San Pablo extrae esta importante consecuencia de la advertencia hecha a la comunidad de Corinto ante el abuso que suponía hacer de menos a los pobres en las reuniones fraternas: "Examínese cada uno a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz" (1 Cor 11,28).

43. Para que la Eucaristía sea verdaderamente el centro de nuestra vida cristiana, es necesario acoger también la llamada del Señor a la conversión y reconocer el propio pecado (cf. 1 Jn 1,8-10) en el sacramento instituido precisamente como medio eficaz del perdón de Dios77. Esta necesidad es aún mayor cuando se tiene conciencia de pecado grave, que separa al creyente de la vida divina y lo excluye de la santidad a la que está llamado. Acercarse al ministerio de la Iglesia para convertirse más eficazmente y especialmente para recuperar la gracia de la justificación, significa ser reintegrados en la plena comunión eclesial, es decir, en la vida de la unión con toda la Trinidad, que tiene su realización más cumplida en el misterio eucarístico78.

44. Al recordar esta doctrina queremos llamar la atención de aquellos fieles cristianos que no tienen inconveniente en comulgar con relativa frecuencia y, sin embargo, no suelen acercarse al sacramento de la Penitencia. Hubo un tiempo en que muchas personas creían necesario confesarse cada vez que iban a comulgar. Hoy resulta especialmente llamativo el fenómeno contrario, que no podemos menos de advertir con preocupación todos los pastores. La Eucaristía es ciertamente la cima de la reconciliación con Dios y con la Iglesia que se efectúa en el sacramento de la Penitencia. Por eso no basta de suyo la participación eucarística para recibir el perdón de los pecados, salvo cuando éstos son veniales79.

45. No obstante, como decíamos en la Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia: "Dejaos reconciliar con Dios": "La Iglesia enseña que la perfecta contrición justifica plenamente antes de recibir la absolución sacramental, aunque no sin relación a ella. Por esto, cuando los cristianos en pecado grave tienen urgencia de comulgar y no tienen oportunidad de confesarse previamente, pueden acercarse a la comunión previo el acto de contrición perfecta y con la obligación de confesar los pecados graves en la próxima confesión... El pecado es perdonado por la perfecta contrición que incluye el propósito de la Penitencia sacramental y, por ello, la mediación de la Iglesia, necesaria, por voluntad de Cristo, para conseguir cualquier gracia. De ahí la obligación de confesar después los pecados mortales"80. No es por tanto suficiente el arrepentimiento de los pecados si se excluye o falta culpablemente el propósito de acudir a la Penitencia. Por eso la ausencia de este propósito invalida la absolución impartida de modo general incluso en los casos en los que esté permitida81.

De la Eucaristía a la Penitencia

46. Pero la misma participación en la Eucaristía contiene también una invitación a volver a la Penitencia. "En efecto, cuando nos damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación"82. El sacramento de la Penitencia en todo caso está situado en el marco de la orientación a Dios de toda nuestra vida, ya que la conversión es una actitud permanente hacia Él. En este sentido "sin ese constante y siempre renovado esfuerzo por la conversión, la participación en la Eucaristía estaría privada de su plena eficacia redentora, disminuiría o, de todos modos, estaría debilitada en ella la disponibilidad especial para ofrecer a Dios el sacrificio espiritual, en el que se expresa de manera esencial y universal nuestra participación en el sacerdocio de Cristo"83.

La indulgencia jubilar

47. En este contexto de la reconciliación con Dios y con la Iglesia que se produce en el sacramento de la Penitencia y que culmina en la Eucaristía en la que está presente Cristo Salvador, nuestra paz y nuestra reconciliación, se enmarca también el don de la Indulgencia jubilar. Las características y condiciones de esta indulgencia son explicadas en la Bula "Incarnationis Mysterium" del Papa Juan Pablo II y en el Documento anexo de la Penitenciaría Apostólica: "En la indulgencia se manifiesta la plenitud de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos con su amor, manifestado en primer lugar con el perdón de las culpas"84. Por eso todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como momentos culminantes la celebración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, encuentro transformador que abre al don de la indulgencia para uno mismo y para los demás.

48 La indulgencia jubilar reviste en esta ocasión algunas novedades en cuanto a la amplitud de modos como los fieles pueden beneficiarse de ella en Roma y en las Iglesias particulares, supuestas las condiciones generales establecidas por la Iglesia85. Pero queremos recordaros también que la peregrinación al sepulcro del Apóstol Santiago, en el Año Jubilar Compostelano, goza de este singular don con el que la Iglesia quiere acudir en ayuda de cada cristiano en la satisfacción de la pena debida por los pecados e impulsarlo a hacer obras de justicia y caridad, entre las que se encuentra la aplicación de esta misma gracia a los difuntos86. El don de la indulgencia jubilar es un gesto amoroso de la Iglesia en favor de sus hijos, al disponer de los méritos de Jesucristo y de los santos, interpretando así el misterio del amor inmenso del Padre, "que se inclina sobre toda debilidad humana para acogerla en el abrazo de su misericordia"87.

Obras de misericordia y de caridad

49. No queremos dejar de aludir también a lo que constituye una consecuencia espontánea de haber encontrado el abrazo misericordioso del Padre en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Nos referimos a la práctica de la justicia y de la caridad como fruto y compromiso al mismo tiempo de cuanto hemos vivido y realizado. En la Penitencia tenemos acceso, mediante la humilde confesión de nuestro pecado (cf. Lc 15,21), a la misericordia del Padre en la que se pone de manifiesto un amor que rebasa las exigencias de la justicia88. En la Eucaristía ocurre algo semejante, ya que en el Sacrificio eucarístico Cristo actualiza la oblación de su vida movido por su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1; Gál 2,20). Y si Él, por voluntad del Padre, "dio la vida por nosotros, nosotros debemos darla por nuestros hermanos" (1 Jn 3,16).

50. El Padre, en efecto, "no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas" (Sal 103 [102],10). Tales serían las exigencias de la justicia, puesto que todo pecado aun contra el hombre contiene siempre una ofensa a Dios. Sin embargo el Padre no puede dejar de serlo y de manifestar su amor devolviendo al hijo arrepentido la dignidad perdida. El amor del Padre Dios "no lleva cuentas del mal..., disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1 Cor 13,5.7). De la misma manera debemos nosotros comportarnos con nuestros semejantes ofreciendo la paz y el perdón89. Con la mirada puesta en el futuro y confiando en la fuerza infinita del amor del Padre "derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5), deseamos que todos crean en la fuerza transformadora del amor cristiano y se dispongan a hacerlo efectivo en todas las relaciones humanas.


70. Conferencia Episcopal Española, "Dios es amor". Instrucción pastoral en los umbrales del Tercer Milenio, EDICE, Madrid 1998, 31.

71. Cf. TMA 50.

72. Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, La peregrinación en el Gran Jubileo del año 2000, de 25-IV-1998, 36.

73. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", cit., 20 [88].

74. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium" de convocación del Gran Jubileo del año 2000, de 29-I-1998, 6.

75. Ib., n. 8; cf. TMA 33.

76. Misal Romano: oración sobre las ofrendas del domingo XII del T. durante el año; cf. Rm 5,10; 2 Cor 5,18-19; DS 1740.

77. Cf. Jn 20,22; Mt 18,18; CCE 1441; 1444-1446.

78. Cf. LG 3; 26; SC 47; PO 5; CCE 1391; 1396.

79. Cf. DS 1638; CCE 1394. No obstante, "para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo": Pío XII, Encíclica "Mystici Corporis", de 29-VI-1943, 39; cf. CCE 1458.

80. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia: "Dejaos reconciliar con Dios", de abril de 1989, 61; cf. DS 1647; 1661; Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., 35; CCE 1385; 1457; Código de Derecho Canónico, c. 916.

81. Cf. ib, n. 63; Código de Derecho Canónico, c. 963.

82. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dominicae Coenae", cit., 7.

83. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", cit., 20 [86].

84. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium", cit., 9; cf. 9-11.

85. Cf. Decreto de la Penitenciaría Apostólica, de 29-XI-1998. Las condiciones mínimas son la confesión sacramental individual e íntegra y la participación en la Eucaristía, así como el testimonio de comunión con la Iglesia manifestado en la oración por las intenciones del Papa y en obras de caridad y de penitencia. Estas obras se sitúan en el camino que parte de los sacramentos como expresión de la conversión y del cambio de vida, y que tiene en ellos su "fuente y su culmen".

86. Cf. CCE 1478-1479.

87. Cf. Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium", cit., 10.

88. En efecto, "la relación de la justicia con el amor, que se manifiesta como misericordia, está inscrita con gran precisión en el contenido de la parábola evangélica": Juan Pablo II, Encíclica "Dives in misericordia", cit., 5 [37].

89. Cf. Ef 4,32; Hb 12,14.