"LA EUCARISTÍA,
ALIMENTO DEL PUEBLO PEREGRINO"

Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española
ante el Congreso Eucarístico Nacional
de Santiago de Compostela y el Gran Jubileo del 2000



INSTRUCCIÓN:
MOTIVOS DE ESTA INSTRUCCIÓN
El Congreso Eucarístico de Santiago de Compostela
Peregrinación del Episcopado
Impulso para la Evangelización
Propósito y destinatarios de esta Instrucción

 
I
LA EUCARISTÍA EN EL CENTRO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
En la perspectiva de la celebración jubilar
El misterio de la Encarnación y el misterio de la Eucaristía
Bajo la acción del Espíritu Santo
La presencia del Señor hasta el fin de los tiempos
La Eucaristía, alimento de los que peregrinan
La Eucaristía y la Iglesia como comunión
La Eucaristía y la misión de la Iglesia
La Eucaristía y el año litúrgico
La Eucaristía y el domingo
El misterio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana
La Eucaristía, centro de la Iglesia local
Dimensión escatológica de la Eucaristía


 

INTRODUCCIÓN
MOTIVOS DE ESTA INSTRUCCIÓN

El Congreso Eucarístico de Santiago de Compostela

1. "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal 116 [Vg 115],12-13). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias, brotan de lo más hondo de nuestro corazón cuando nos disponemos a celebrar un Congreso Eucarístico de las Iglesias particulares de España en Santiago de Compostela junto al sepulcro del Apóstol, y la peregrinación del Episcopado Español en el Año Jubilar Compostelano. El Congreso Eucarístico (statio Ecclesiarum) es culminación de una serie de acciones promovidas por nuestra Conferencia Episcopal para subrayar el interés por la dimensión evangelizadora, del que son exponentes también el Congreso de Pastoral Evangelizadora "Jesucristo, la Buena Noticia", en 1997 en Madrid1, y los Congresos Mariano y Mariológico "María, Evangelio vivido", en 1998 en Zaragoza2.

2. "Reunidos en comunión con toda la Iglesia"3, con el Papa Juan Pablo II y con el Obispo diocesano de Santiago de Compostela, los obispos de la Conferencia Episcopal Española vamos a alzar el Cáliz eucarístico invocando el Nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la Víctima Santa, para pedir al Padre, por Jesucristo su Hijo Nuestro Señor, una nueva efusión del Espíritu Santo sobre nuestras respectivas comunidades eclesiales a las puertas del tercer milenio.

Peregrinación del Episcopado

3. Nuestra presencia en Santiago de Compostela, acompañados de una numerosa representación de los presbíteros y de los diáconos, de los religiosos y religiosas y de los fieles laicos de nuestras respectivas Iglesias diocesanas, expresa la comunión existente en cada una de ellas y de todas entre sí en torno a la Eucaristía. Pero al mismo tiempo quiere responder también a nuestro deseo de vivir nosotros mismos, como obispos, la experiencia religiosa de la peregrinación jacobea en el clima del último año de la preparación del Gran Jubileo del Nacimiento del Señor, año dedicado al Padre, "del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana, y en particular por el 'hijo pródigo' (cf. Lc 15,11-32)"4.

4. Nuestra peregrinación obedece al deseo personal de una mayor conversión y de un más profundo encuentro con el Padre de las misericordias (cf. 2 Cor 1,3). Por eso acudimos a Santiago de Compostela en "el año de la gran perdonanza", uniéndonos a todos los que han hecho y harán la peregrinación con espíritu de purificación interior para participar en la pascua sacramental de la Penitencia y de la Eucaristía5. En efecto, junto a la Eucaristía como banquete festivo y "alimento del pueblo peregrino", está la Penitencia que significa y otorga el abrazo de perdón y de reconciliación del Padre misericordioso.

Impulso para la Evangelización

5. Como sucesores de los Apóstoles vamos a la casa del "Amigo del Señor" para reencontrarnos nosotros mismos con los orígenes apostólicos de nuestra tradición cristiana en ese sugestivo lugar, y evocar el carácter itinerante de los mensajeros del Evangelio que recorren el mundo para cumplir el mandato de Jesús de evangelizar a todos los pueblos (cf. Mc 16,15). Por otra parte los numerosos caminos que desembocan en Santiago de Compostela, jalonados de iglesias, monasterios, hospitales y de otros monumentos, ponen de manifiesto la fe cristiana, la devoción eucarística y la caridad fraterna de las comunidades que los levantaron y que se esfuerzan en mantenerlos abiertos para acoger y servir a los peregrinos.

El sepulcro de Santiago el Mayor, "el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del Señor"6, constituye también para nosotros, sucesores de aquellos y depositarios de la tradición apostólica en las tierras de España, un poderoso reclamo y un luminoso testimonio. Él es nuestro padre en la fe (cf. 1 Cor 4,15), abogado y protector de nuestras gentes, cuyo patrocinio ha contribuido de manera decisiva a edificar nuestras Iglesias y a mantener la unidad de la fe que profesan todas las regiones y pueblos que integran España y que se ha dilatado por otros continentes7. Al acudir a Santiago de Compostela somos conscientes de que, con la ayuda del Apóstol "hijo de Zebedeo" y "hermano de Juan" (cf. Mc 1,19-20; Hch 12,2), continuamos escribiendo una historia común y al mismo tiempo abierta a todos los países de la tierra.

6. Junto a la memoria del Apóstol Santiago, piadosamente custodiada por la Iglesia Compostelana, hemos de meditar una vez más en lo que constituye el gran reto de nuestras Iglesias en la hora presente y la constante de todos nuestros programas pastorales: "anunciar a Jesucristo con hechos y palabras", intensificando la acción evangelizadora en todos los ámbitos de la vida personal y social y por todos los medios a nuestro alcance8. Alentados por el ímpetu misionero del "hijo del trueno" (cf. Mc 3,17) recordaremos también a los misioneros y misioneras oriundos y enviados de nuestras Iglesias que, esparcidos por toda la tierra, dedican sus vidas a sembrar la semilla evangélica y a contribuir al crecimiento del Reino de Dios al servicio de otras comunidades eclesiales.

7. Pero la evangelización, aspecto fundamental de todo programa de acción pastoral, queremos recordarlo una vez más, "consiste en proclamar y vivir el anuncio gozoso del Evangelio de la gracia, por medio de la acción del Espíritu que el Señor Jesús Resucitado envió desde el Padre a su Iglesia en Pentecostés"9. En Santiago nos sentimos de nuevo enviados y fortalecidos para afrontar las nuevas situaciones y ofrecer a nuestra sociedad el mensaje de la salvación, como un servicio evangelizador en el amor y la verdad. A todos nuestros conciudadanos queremos decirles que el mundo ya ha sido salvado por Jesucristo y que está siendo liberado por la acción santificadora del Espíritu que opera permanentemente en la Iglesia y en la sociedad y en el corazón de los que escuchan la invitación a reconocer su pecado y a convertirse.

Propósito y destinatarios de esta Instrucción

8. Los días del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago de Compostela serán días de peregrinación y de conversión, de estudio y de celebración en torno al misterio eucarístico en la perspectiva del Gran Jubileo del 2000. Por eso, teniendo en cuenta que "el dos mil será un año intensamente eucarístico"10, en el curso del cual se celebrará también un Congreso Eucarístico Internacional en Roma del 18 al 25 de junio, hemos querido dirigir una Instrucción pastoral a todo el pueblo de Dios, centrada en el tema del Congreso que vamos a celebrar en Compostela: "La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino", para preparar más intensa y profundamente estos acontecimientos. Pero sin perder de vista que estamos todavía en el tercero y último año de la preparación al Gran Jubileo, en el que somos invitados a emprender un camino de auténtica conversión como liberación del pecado y como elección del bien. En este sentido queremos recordar una vez más la importancia del sacramento de la Reconciliación y de su íntima conexión con el misterio de la Eucaristía.

9. Queremos, pues, compartir con todos los hermanos y hermanas en la fe nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros y, en consecuencia, que la Eucaristía que Él entregó a la Iglesia como memorial permanente de su Sacrificio pascual es "centro, fuente y culmen" de la vida de la comunidad cristiana (I parte) y comunión que sella la conversión y la reconciliación (II parte). Por último deseamos ofrecer algunas sugerencias prácticas para la celebración del Gran Jubileo en su vertiente eucarística (III parte).

I
LA EUCARISTÍA EN EL CENTRO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

En la perspectiva de la celebración jubilar

10. El Congreso Eucarístico que vamos a celebrar, situado en la perspectiva de la celebración del Gran Jubileo del 2000, nos ayudará a prepararnos para vivir la realidad siempre hermosa y estimulante, propuesta por el Papa al anunciar el acontecimiento jubilar: que "en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina"11. La Eucaristía, memorial y presencia sacramental de Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8), transciende los siglos y nos hace tomar conciencia de que Él es verdaderamente el Señor de la historia, el que renueva el orden cósmico de la creación y revela el plan de Dios sobre todo cuanto existe, y en particular sobre el hombre12.

11. El Gran Jubileo, entre los numerosos aspectos que comprende13, nos va a permitir contemplar el misterio de la Encarnación, es decir, la presencia del Hijo de Dios entre los hombres14, como un hecho que influye en nuestra vida y en la de nuestros pueblos. La dimensión histórica del hecho de la Encarnación y de su manifestación a los hombres en el Nacimiento de Jesucristo sólo puede celebrarse adecuadamente en su dimensión salvífica resaltando su "hoy" eclesial en la historia humana por medio de los tiempos litúrgicos y de los signos sagrados que, por la acción del Espíritu, la hacen actual y en cierto modo contemporánea de todas las generaciones15. Entre esos signos sobresale justamente la Eucaristía.

El misterio de la Encarnación y el misterio de la Eucaristía

12. La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios de fe separados, sino que se iluminan mutuamente y alcanzan un mayor significado el uno al lado del otro. Existe por tanto una correlación entre el misterio de la Encarnación y el misterio eucarístico. El misterio de la Encarnación se refleja en el de la Eucaristía de manera que la unión del Dios eterno con la humanidad -el admirable "intercambio" que canta la liturgia de Navidad- se proyecta en la participación sacramental eucarística, que "nos hace compartir la vida divina de Aquel que (hoy) se ha dignado compartir con el hombre la condición humana"16. Por eso en la sagrada Comunión "nos transformamos en lo que recibimos", es decir, en el Cuerpo de Cristo17. Ahora bien, en la participación eucarística no se encarna el Hijo de Dios en los fieles como lo hizo en la Santísima Virgen María, pero nos comunica su misma vida divina como Él mismo prometió en la sinagoga de Cafarnaún (cf. Jn 6,48-59).

13. La comunicación de la vida divina que procede del amor infinito del Padre llega a las criaturas humanas a través de la humanidad del Hijo Jesucristo, vivificada por el Espíritu Santo en la Pascua. La Eucaristía, en virtud del mismo Espíritu, perfecciona y hace culminar la incorporación de los fieles a Cristo producida por el Bautismo y la Confirmación. De este modo los que formamos un solo cuerpo al comer del mismo Pan (cf. 1 Cor 10,16-17) somos término también de la donación eterna de amor del Padre al Hijo revelada en la Encarnación (cf. Hb 1,5-6) y prolongada misteriosamente en la comunión eucarística18. La Encarnación y la Eucaristía han abierto a los hombres el acceso al misterio de la Trinidad y al mismo tiempo han hecho posible el acontecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu para alabanza de la gloria del Padre19, superando las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales20.

Bajo la acción del Espíritu Santo

14. Cuando en la última Cena Cristo anunció que daba su "Cuerpo entregado" por nosotros y su "Sangre derramada" por toda la humanidad (cf. Mt 22,26-28 y par.), estaba comunicando la vida divina como don de toda la Trinidad, pero bajo forma sacramental. A partir de entonces la celebración eucarística, cumplimiento del mandato del Señor para anunciar su muerte y proclamar su resurrección hasta su última venida (cf. 1 Cor 11,24-26), hace presente el misterio trinitario en la asamblea de los fieles constituyéndola como Iglesia. En la celebración eucarística se pone de manifiesto, desde la invocación inicial hasta la bendición final, que la Iglesia es una "muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"21.

15. Pero de la misma manera que "lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la Iglesia"22, así también la comunicación de la vida divina en la vida de la Iglesia a través de la Eucaristía es también una realidad que sólo puede existir en el Espíritu Santo y bajo su acción. La celebración eucarística es un verdadero acontecimiento de gracia y de salvación (kairós)23. Por eso la misión del Espíritu Santo en la celebración eucarística es tan importante: "preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de los creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia"24.

16. El Espíritu Santo no sólo es "la memoria viva de la Iglesia"25, facilitando la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios a los que la escuchan en el interior de sus corazones26, sino que suscita la acción de gracias y la alabanza y actualiza en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son celebrados, especialmente el misterio pascual de Jesucristo, centro de toda acción litúrgica27. La gran obra del Espíritu en la Eucaristía es la "admirable conversión" de los dones sagrados en el Cuerpo y Sangre de Cristo, para que los que van a recibirlos, "llenos del Espíritu formen en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu"28.

La presencia del Señor hasta el fin de los tiempos

17. La correlación entre el misterio de la Encarnación y el misterio eucarístico se produce también en la continuidad temporal de su morada en medio de nosotros. El Hijo de Dios que se hizo hombre para habitar entre nosotros (cf. Jn 1,14), una vez ofrecido en la cruz y transformada su humanidad por el poder del Espíritu en la resurrección, cumple la promesa de permanecer como "Enmanuel", es decir, "Dios con nosotros" (Mt 1,23) todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), haciéndose presente de muchos modos y en distintos grados de presencia, como enseñó el Concilio Vaticano II29.

18. Sin embargo entre todos estos modos y grados sobresale el que se produce bajo los signos sacramentales del pan y del vino consagrados por la acción santificadora del Espíritu. Nos referimos a la presencia llamada "real" por antonomasia, presencia no meramente simbólica sino "verdadera" y "substancial", expresada y realizada eficazmente según la fe de la Iglesia30. Por eso hacer del Gran Jubileo un "año intensamente eucarístico" será el reconocimiento y la proclamación de que la Eucaristía es el modo más eminente de "hacer memoria" y de "celebrar" el acontecimiento de la entrada de Dios en la historia humana y de la penetración por la eternidad del tiempo de los hombres31.

19. Aquel cuya delicia es "estar con los hijos de los hombres" (cf. Pr 8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto de modo especial en el misterio de la Eucaristía que la "plenitud de los tiempos" (cf. Gál 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo evocan y perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo en la Eucaristía hacía exclamar a Santa Teresa de Jesús: "Hele aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros"32. Juan Pablo II, cuando propuso la preparación inmediata del Gran Jubileo "desde Cristo y por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre"33, recordó también que era necesario unir "la estructura de la memoria con la de la celebración, no limitándonos a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental"34.

La Eucaristía, alimento de los que peregrinan

20. Pero la Eucaristía es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue para Elías en el camino hacia el monte Horeb (cf. 1 Re 19,4-8): "(Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!"35. Los signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía estrechamente vinculado a nuestra vida espiritual como lo es la comida y la bebida naturales para nuestro cuerpo. El mismo Cristo lo anunció así: "Si no coméis mi Carne y no bebéis mi Sangre no tenéis vida en vosotros; el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la vida eterna" (Jn 6,54-55)36. La Eucaristía es invitación a todos los que están cansados y agobiados o tienen hambre y sed de salvación (cf. Mt 5,6; 11,28); en cualquier necesidad de bienes básicos para vivir, de salud y de consuelo, de justicia y de libertad, de fortaleza y de esperanza, de misericordia y de perdón. Por eso es alimento que nutre y fortalece tanto al niño y al joven que se inician en la vida cristiana como al adulto que experimenta su propia debilidad y, de modo singular es "viático" para quienes están a punto de dejar este mundo.

21. La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20). La comunión eucarística se convierte así en germen de resurrección y en soporte de nuestra esperanza en la transformación futura de nuestros cuerpos mortales37. Pero al mismo tiempo hace de nosotros un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor 10,16-17) y nos hace vivir en el amor y ser solidarios con todos nuestros hermanos: "Como exhortaba San Pablo a los fieles de Corinto, es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división o la discriminación (cf. 1 Cor 11,18-21). El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos"38.

La Eucaristía y la Iglesia como comunión

22. En la celebración eucarística todos los fieles que peregrinamos en esta vida somos los convidados del Padre, feliz de acoger a sus hijos en su casa y de ofrecerles la comida festiva de la reconciliación y del perdón que les ha devuelto su dignidad39. En la Eucaristía "la Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr 9,2-3.5)40. Nuestra asistencia y participación es indispensable, pero es el Padre el que invita, movido por el mismo amor que le impulsa a salir a nuestro encuentro, el amor que se traduce en misericordia y se manifiesta en la alegría41. No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc 15,28-30).

23. Pero debemos hacerlo acompañados de todos los que forman parte de la "familia de Dios" y son hermanos nuestros por ser hijos del mismo Padre celestial, aunque hayan dilapidado su dignidad, porque por encima de todo siguen siendo hijos a los que el Padre, con inmensa piedad, mira como tales. El Padre que nos invita a que miremos como Él a nuestros hermanos y a acogerlos a pesar de las diferencias, nos alimenta con el Pan vivo que ha bajado del cielo según el anuncio de Jesús: "Mi Padre es quien os da el verdadero Pan del cielo" (Jn 6,32). La iniciativa ha partido de Él y forma parte del cumplimiento del plan divino de salvación oculto desde la eternidad, manifestado en Jesucristo y dado a conocer por la predicación apostólica42.

24. La Eucaristía se inscribe por tanto en el acontecimiento de la Alianza y de la experiencia del pueblo de Dios. En el curso de la historia el Padre ha permitido a su pueblo vivir y revivir los hechos de la salvación actualizando en la memoria ritual la bondad de Dios y su amor al hombre (cf. Tit 3,4). Este amor ha llegado a su cumbre con el envío del Hijo Jesucristo, para ser inmolado por nuestros pecados43. Ahora el Hijo se nos da como comida y bebida espiritual, esto es, santificada por el Espíritu44. La Eucaristía es el memorial de la nueva Alianza sellada en la Sangre de Cristo45, y su fruto es la misteriosa comunión que une en el misterio de la Iglesia a los bautizados con Cristo y a éstos entre sí como sarmientos de la única vid (cf. Jn 15,5)46.

La Eucaristía y la misión de la Iglesia

25. Y de la Iglesia como comunión a la misión de la Iglesia, gracias a la Santa Misa, porque "la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles ('missio') a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana"47. Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto48. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el Evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso la Eucaristía es fuente permanente de la misión de la Iglesia. Todo aquel que participa intensamente en la celebración eucarística y ha reconocido la presencia del Señor, se sentirá llamado a transmitir a los demás la buena nueva: "Id y anunciad a mis hermanos" (Mt 28,10)49. En la Eucaristía se encuentra la fuente de todo apostolado y de todo compromiso en favor de la paz y de la justicia50. En efecto, "de la Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin"51.

La Eucaristía y el año litúrgico

26. La Eucaristía se sitúa en la historia de la salvación de los hombres y la hace avanzar hacia su consumación. Por eso convierte el tiempo de nuestra vida en un permanente "año de gracia del Señor" (cf. Lc 4,19). El anuncio de Jesús en la sinagoga de Nazaret fue la constatación de que había llegado ya la salvación y de que comenzaba el "tiempo" tan deseado en el que se producía el anuncio de la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos52. El "año de gracia del Señor", prefigurado en el año sabático y en el año jubilar bíblico, se actualiza hoy para nosotros en el curso del año litúrgico, que "reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención, comenzando por el primer domingo de Adviento y concluyendo en la solemnidad de Cristo, Rey y Señor del universo y de la historia. Cada domingo recuerda el día de la resurrección del Señor"53.

27. En el centro de este renovado "año de gracia del Señor" está la celebración eucarística, eje del año litúrgico y al mismo tiempo corazón que late en cada uno de los domingos, solemnidades, memorias y ferias que lo integran. La Eucaristía es en verdad la piedra preciosa engarzada en el anillo que forma cada ciclo completo de los misterios del Señor que la Madre Iglesia va recordando y reproduciendo en nosotros, desde que nos engendró en el Bautismo hasta que llegue el momento de confiarnos en las manos amorosas del Padre en el tránsito hacia la comunión perfecta. Gracias a la Eucaristía, Sacrificio sacramental de la Iglesia, toda nuestra existencia, transformada y asimilada a Cristo por la acción del Espíritu Santo, se hace "sacrificio espiritual" y "ofrenda permanente para su alabanza"54.

La Eucaristía y el domingo

28. Aunque esta realidad se produce en cada celebración eucarística, independientemente del día y del momento, ciertamente es la Eucaristía dominical la que posee una mayor capacidad significativa cuando la comunidad local se reúne con su propio pastor "para celebrar el misterio pascual: 'leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura' (Lc 24,27), celebrando la Eucaristía en la cual 'se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte' y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2 Cor 9,15) en Cristo Jesús, 'para alabar su gloria' (Ef 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo"55.

29. En efecto, "la Eucaristía dominical, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan... subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones eucarísticas. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la 'fracción del pan', se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia"56. La celebración del domingo se convierte por tanto en un "signo de fidelidad al Señor", de "identidad cristiana" y de "pertenencia a la Iglesia"57.

El misterio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana

30. La Eucaristía es con razón la fuente y la cima de toda vida cristiana. En la Eucaristía "se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y las cosas creadas, juntamente con él"58. Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía revivimos la experiencia de los discípulos en la tarde de aquel "día primero de la semana" cuando el Señor se les manifestó para darles su paz y comunicarles el don del Espíritu (cf. Jn 20,21-22).

31. Entonces se cumplen también aquellas palabras de Jesús: "cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32), que aunque no referidas directamente a la Eucaristía, sin embargo, leídas en el contexto pascual en el que fueron dichas es evidente que ilustran oportunamente esa realidad gozosa, percibida solamente a la luz de la fe, pero atestiguada históricamente por quienes tuvieron el privilegio de comer y beber con Él después de la resurrección (cf. Hch 10,41). Resulta admirable también en nuestros días el ejemplo de tantos cristianos, especialmente en las Iglesias más jóvenes y en las privadas de libertad, que en medio de dificultades de toda clase se esfuerzan en no faltar a la Eucaristía dominical, en la que encuentran el apoyo de su fe y en muchos casos la razón para perseverar en su difícil testimonio.

32. La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico, que tira de nosotros desde las regiones más apartadas de nuestra lejanía espiritual y nos une a Jesucristo y, por medio de Él y en el Espíritu Santo, nos hace entrar en comunión con el Padre y con todos los hermanos. Para asistir a la celebración eucarística debemos dejar nuestros asuntos, salir de nuestras casas y aun de nosotros mismos acogiendo a los demás como al propio Cristo, si queremos que el Señor, por ministerio del sacerdote, nos explique las Escrituras y parta para nosotros el Pan de la vida eterna (cf. Lc 24,25-32). La Eucaristía es entonces un encuentro familiar, de la familia de los hijos de Dios, en torno a la mesa de la Palabra divina y del Cuerpo de Cristo59, un momento cargado de sentido y de transcendencia para quienes quieren vivir fraternalmente no sólo en el interior de la comunidad eclesial sino también en todos los demás ámbitos de su existencia.

La Eucaristía, centro de la Iglesia local

33. Pero la Eucaristía es también fuente y cima de toda la vida de la Iglesia, dado que "los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan"60. Por la Eucaristía vive, crece y se desarrolla la Iglesia presente en cada una de las comunidades locales de los fieles unidos a sus pastores61, misterio de comunión en el que se superan todas las divisiones y se restaura una unidad que transciende los vínculos familiares, étnicos, socioculturales o de cualquier tipo62. Es "la comunión del Espíritu Santo" (2 Cor 16,13; cf. Hch 2,42) que une a todos los hijos de Dios dispersos y se hace patente no sólo en la diversidad de carismas, ministerios y funciones que enriquecen a la Iglesia63, sino muy especialmente en la misma celebración eucarística que constituye la principal manifestación de la Iglesia64.

34. Por eso la Eucaristía como misterio de unidad y de amor, verdadera comunicación de la vida trinitaria a los hombres por Jesucristo en el Espíritu Santo, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida eclesial en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios. La centralidad del misterio eucarístico requiere también que en todas las comunidades cristianas, especialmente en las parroquias en las que se concreta de manera más plena la Iglesia particular confiada al Obispo, se dé a la Eucaristía como sacramento permanente el culto que le corresponde de acuerdo con la doctrina y las orientaciones actuales de la Iglesia65. De la misma manera es necesario que todos los fieles valoren el significado de la Eucaristía como misterio que representa y realiza la unidad de todos los fieles en la única Iglesia y oren para que todos los creyentes en Cristo podamos compartir un día el mismo cáliz eucarístico66.

Dimensión escatológica de la Eucaristía

35. Ahora bien, la Iglesia que existe en un determinado lugar y que se manifiesta en cuanto tal cuando se reúne para la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una Iglesia invisible, la "Jerusalén celeste" que desciende de arriba (cf. Ap 21,2). Por eso "en la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero"67. Pero además están los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. A ellos estamos unidos también en el Sacrificio eucarístico, que constituye el más excelente sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias68.

36. Es toda la comunidad eclesial la que es asociada como Esposa de Cristo al culto que Éste rinde al Padre para su gloria y santificación de los hombres, de modo que la celebración de la Eucaristía hace visible esta función sacerdotal a través de los siglos69. Asistida por el Espíritu Santo la Iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de "comer el pan" y "beber el cáliz", anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra (cf. 1 Cor 11,26). En la presencia y bajo la acción del Espíritu toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la Esposa: "(Marana tha! (Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20; cf. 1 Cor 12,3b).


1. Comité para el Jubileo del año 2000 (ed.), Jesucristo, la Buena Noticia. Congreso de Pastoral evangelizadora, Madrid 1997.

2. Comité para el Jubileo del año 2000 (ed.), María, Evangelio vivido. Congresos Mariano y Mariológico, Madrid 1999.

3. Misal Romano: Plegaria eucarística I o Canon Romano.

4. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Tertio Millennio Adveniente" (= TMA), 49.

5. Cf. Mons. Julián Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela, "Peregrinar en Espíritu y en verdad". Carta pastoral en el Año Jubilar Compostelano 1999, cap. III.

6. Misal Romano: Prefacio de la solemnidad de Santiago Apóstol, Patrono de España (Propio de España; cf. Mt 20,22; Hch 12,2).

7. Cf. Misal Romano: Prefacio de la solemnidad del Apóstol Santiago: cit.

8. Cf. "La visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo", Madrid 1983; "Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras" (1987-1990), Madrid 1987; "Impulsar una nueva evangelización" (1990-1993), Madrid 1990; "Para que el mundo crea" (1994-1997), Madrid 1994; "Proclamar el año de gracia del Señor" (1997-2000), Madrid 1997.

9. Conferencia Episcopal Española, "Proclamar el año de gracia del Señor", cit., 27.

10. TMA 55.

11. Ib. 55.

12. Cf. ib. 3-4.

13. Cristológico-trinitario (cf. TMA 40), pneumatológico (cf. 44), de alabanza al Padre (cf. 49), antropológico (cf. 4 y 59), social (cf. 22); mariano (cf. 43), eucarístico (cf. 55), ecuménico (cf. 41; etc. ), escatológico (cf. 46); etc. El Jubileo tiene además una dimensión liberadora integral del hombre, tanto en el plano humano social (cf. TMA 13) como en el plano espiritual, o sea, como remisión de los pecados y de las penas debidas por ellos (cf. TMA 14). En este sentido el Jubileo es tiempo de conversión y de alegría y júbilo (cf. TMA 14; 16; 32).

14. En esto consiste precisamente la "plenitud de los tiempos" (cf. TMA 11).

15. En efecto, la Iglesia, respetando las medidas del tiempo de los hombres (horas, días, meses, años, etc.), "camina al paso de cada hombre, haciendo que todos comprendan cómo cada una de esas medidas está impregnada de la presencia de Dios y de su acción salvífica": TMA 16.

16. Misal Romano: colecta de la tercera misa de Navidad: cf. San León Magno, Hom. de Navidad 4,1-3: M. Garrido (ed.), San León Magno, Homilías sobre el año litúrgico, BAC 291, Madrid 1969, 84-87. Véase también el prefacio III de Navidad.

17. Misal Romano: Poscomunión del domingo 27 del T. durante el año; cf. San León Magno, Hom. de la Pasión 12,7: M. Garrido (ed.), San León Magno, Homilías sobre el año litúrgico, cit, 262.

18. "Convenía que la carne mortal se hiciera partícipe de la virtud vivificadora de Dios. Pero la virtud vivificadora del Dios y Padre es el Verbo Unigénito. A éste nos envió como salvador y redentor, y se hizo carne, sin sufrir mudanza o cambio hacia lo que no era y sin dejar de ser el Verbo... Por lo tanto, uniéndose a sí la carne sujeta a la muerte, el Verbo, que es Dios y vida, rechazó vivamente su corrupción y, además, la hizo vivificadora": S. Cirilo de Alejandría, Comm. in Lc 22,19: J. Solano, Textos eucarísticos primitivos 2, BAC 118, Madrid 1954, 611.

19. Cf. 1 Cor 12,12-13; 2 Cor 6,16; Ef 1,10.14; 2,21-22; etc.

20. Cf. Catechismus Catholicae Ecclesiae, Libreria Editrice Vaticana 1997; edición es- pañola, Asociación de Editores del Catecismo 1992 (= CCE), 1097.

21. LG 4; cf. Misal Romano: Prefacio dominical del T. durante el año.

22. TMA 44; cf. Juan Pablo II, Carta encíclica "Dominum et Vivificantem", de 18-V-1986, 50-51.

23. Cf. 2 Cor 6,2; Lc 4,21.

24. CCE 1112; cf. CCE 1091-1109; 1375.

25. CCE 1099; cf. Jn 14,25-26; 16,12-15.

26. Cf. CCE 1101; Lc 24,45.

27. Cf. CCE 1085; 1104; 1340.

28. Misal Romano: Plegaria eucarística III: epíclesis segunda; cf. DS 1642; CCE 1105- 1109; 1375-1376.

29. Cf. SC 7; Pablo VI, Carta encíclica "Mysterium fidei", de 3-IX-1965, en AAS 57 (1965), 762-764; Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", de 25-V-1967, 9.

30. Cf. DS 1541; 1651; CCE 1374-1381; Pablo VI, Carta encíclica "Mysterium fidei", cit., 764.

31. Cf. TMA 9-10.

32. Santa Teresa de Jesús, Vida, 22,6.

33. TMA 55; cf. TMA 39-55.

34. TMA 31.

35. Liturgia de las Horas: Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ant. del Magnificat de las II Vísperas.

36. Cf. Jn 6,27.35.57-59.

37. Cf. Jn 6,40.44.55; 1 Cor 15,42-44.

38. Juan Pablo II, Homilía en la Misa de clausura del XLV Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla: "Ecclesia" 2637/2638 (1993), 934; cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dominicae Coenae", de 24-II-1980, 5-6.

39. Cf. Lc 15,7.10.23-24.32.

40. Cf. Si 24,19-21; Is 55,1-3; Mt 22,2-10.

41. Cf. Juan Pablo II, Encíclica "Dives in misericordia", de 30-XI-1980, 6 [40].

42. Cf. Rm 16,25-26; Ef 3,5-9.

43. Cf. Jn 3,16-17; Rm 5,8-11.

44. Cf. 1 Cor 10,3-4; Jn 6,48-59.63.

45. Cf. Mt 26,28 y par.; Hb 8,6 ss.

46. Cf. Juan Pablo II, Exhortación postsinodal Christifideles laici, de 30-XII-1988, 18-20.

47. CCE 1332.

48. Cf. ib, 32.

49. Cf. Jn 20,17-18; Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", de 31-V-1998, 45.

50. Cf. LG 33; PO 5; AA 3; CCE 1397.

51. SC 10; cf. 61.

52. Cf. Lc 4,18; Is 61,1-2.

53. TMA 10; cf. SC 102; CCE 1168-1171.

54. Cf. Rm 12,1; 1 Pe 2,5; Misal Romano: Plegaria Eucarística III: Intercesiones.

55. SC 6; cf. SC 102; 106; CCE 1167.

56. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 34; cf. 32-36.

57. Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, Sentido evangelizador del domingo y de las fiestas, de 22-V-1992, 7; 10; 14 y 28.

58. PO 5; cf. LG 11; SC 48; CCE 1368; 2031; etc..

59. Cf. DV 21; SC 48; PO 4; CCE 1346; Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", cit., 39-44.

60. PO 5; cf. LG SC 10; 41; etc.

61. Cf. LG 26; SC 41-42; Juan Pablo II, Encíclica "Redemptor Hominis", de 4-III-1979, 20 [84-85]; CCE 832 ss.; 1324-1327.

62. Cf. 1 Cor 12,12-13; Gál 3,28.

63. Cf. 1 Cor 12,4-11.28-30; Ef 4,11-12.

64. Cf. SC 41; LG 26; PO 6; CCE 1140-1141; 1348.

65. Cf. Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum Mysterium", cit., III parte (nn. 49-67); Ritual de la sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, Coeditores litúrgicos 1974.

66. Cf. LG 3; 11; UR 2; 4; 8; CCE 1325; 1396; 1398-1401.

67. SC 8; cf. LG 50; CCE 1090; 1137-1139.

68. Cf. LG 49-50; CCE 1030; 2032; Ritual de Exequias, Coeditores litúrgicos 1989, Praenotanda, 1; Orientaciones del Episcopado Español, 40.

69. Cf. SC 7; 83; CCE 1088-1089.