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JESÚS, MISERICORDIA DEL PADRE

 


LECTURA CONTINUADA

Puesta en común sobre Jn 7,1-8,59

Hay un tema que da unidad a toda la sección de Jn 7,1-8,59: Jesús se presenta a sí mismo como luz y vida para todo ser humano. Esta manifestación se produce en un contexto de discusión con los judíos que no pueden aceptar lo que dice Jesús y lo tienen por blasfemo. Pero Jesús se defiende dejando clara su relación con el Padre, su unión con Él, su punto de referencia en Él.

Vamos a ver cómo aparece esto en la sección. Recuerda la pregunta que nos hacíamos al comenzar a leerla: ¿con qué palabras expresa Jesús su relación con el Padre?

Dedicamos ahora unos minutos para compartir con los demás lo que cada uno ha descubierto.

GUÍA DE LECTURA

"Tampoco yo te condeno... no vuelvas a pecar"

Antes de comenzar buscamos Jn 8,1-11

> Ambientación

En el encuentro anterior Jesús decía que el Padre es quien posee la vida, esa vida se la ha dado a Jesús y Jesús nos la transmite a nosotros si creemos en Él. Pero la vida que el Padre nos quiere regalar por Jesús no se refiere sólo al más allá. Es una vida que se empieza a disfrutar aquí y ahora, que se nos da a pesar de nuestros fallos, y que pide de nosotros actitudes concretas hacia los demás: ser como el Padre del cielo.

En el encuentro de hoy vamos a ver cuál es el rostro del Padre que Jesús presenta al perdonar a la mujer adúltera, al regalarle una nueva vida. Como seguidores de Jesús ése es el rostro que estamos llamados a mostrar, la vida que queremos difundir.

> Miramos nuestra vida

Hay comportamientos que socialmente no son admitidos. Por ejemplo, no se ve bien a las personas que están enganchadas a la droga, o a las que han caído en la prostitución, y rápidamente pasamos a enjuiciarlas: "son unas viciosas, gente de mal vivir"... Solemos juzgar a los demás según nuestro modo de ver las cosas, de acuerdo a nuestra forma personal de situarnos ante la vida: "ése no sabe organizarse", "aquélla derrocha el dinero", "¡vaya ideas que tiene éste!"...

> Escuchamos la Palabra de Dios

Como cristianos, nuestro punto de referencia no es la sociedad, sino Jesús. Los evangelios recogen sus actitudesen diversas circunstancias de la vida. Veamos qué tiene que decir de las condenas a las que, a veces, sometemos a los demás.

  • Entre todos tratamos de responder a estas preguntas: Observa los personajes que aparecen en el pasaje. Fíjate: Cómo actúan los acusadores frente a la mujer: ¿Qué dicen?

  • Cómo actúan los acusadores frente a Jesús: ¿Qué dicen?

  • Cómo actúa Jesús frente a los que acusan: ¿Qué les dice?

  • Cómo actúa Jesús frente a la mujer: ¿Qué le dice?

  • ¿Qué rostro del Padre presenta Jesús en este pasaje?

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    > Volvemos sobre nuestra vida

    Al comienzo descubrimos con qué facilidad y superficialidad juzgamos a la gente, con qué rapidez les arrojamos piedras. Leyendo el evangelio de Juan hemos comprobado que Jesús no fue así. Era el único que podría haber apedreado a la mujer y no lo hizo. Su mirada iba más allá de las apariencias. Después de contemplar la actitud de Jesús, vamos a sacar consecuencias concretas para nuestra vida:

    - ¿Qué aprendes de la actitud de Jesús con respecto a los juicios que hacemos sobre los demás?

    - ¿Cómo podemos mostrar el rostro misericordioso del Padre?

    Intenta dar respuestas que te lleven a adoptar actitudes concretas para la vida.

    > Oramos

    Expresamos en forma de oración todo lo que hemos meditado y dialogado a partir de la lectura de este pasaje:

    • Volvemos a leer Jn 8,1-11 en clima de oración.

    - El animador invita a que cada miembro del grupo mantenga una piedra en la mano. Con este símbolo, cada uno recuerda:

     

    - Dejamos la piedra en el suelo. Reconocemos nuestro pecado y nos confiamos a la misericordia de Dios que acepta un corazón arrepentido. Recitamos juntos el Salmo 51: "Ten piedad de mí, por tu amor".

    - El animador u otra persona del grupo hace una oración final agradeciendo a Dios su perdón y pidiendo que su amor se desborde en mí/en nosotros a favor de los demás.

    PARA PROFUNDIZAR

    Dios es Padre

    No es extraño, para un cristiano, afirmar que Dios es Padre. Es una realidad humana que le aplicamos para expresar, en una palabra, cómo es el talante del Dios en el que creemos y cuáles son nuestras relaciones con Él.

    Pero la palabra "padre" no define a nuestro Dios con precisión: sólo nos pone en camino para intuir algo de Él, es simplemente una pista para empezar a comprenderlo. Dios, en realidad, no es exactamente eso: es eso y mucho más. Y es que nuestras ideas sobre Él siempre serán aproximadas, nunca podrán encerrarle, porque, aun siendo un Dios cercano, siempre nos sobrepasa.

    Dios también es madre

    Nuestra primera afirmación amplía los límites de la palabra "padre". Y es que la Biblia también utiliza imágenes maternales para expresar la actuación de Dios con su pueblo.

    Dios se presenta, por ejemplo, como la madre que con-suela (Is 66,13; Ap 21,4), como la mujer que levanta a su criatura hasta sus mejillas, "y se inclina hasta ella para darle de comer" (Os 11,4). Es un Dios-madre incapaz de olvidarse del hijo de sus entrañas (Is 49,15), un hijo al que ama con enorme ternura (Os 11,4; Sal 25,6) y con quien el pueblo se siente "como un niño en el regazo de su madre" (Sal 131,2), porque posee un seno acogedor (Lc 13,34). El adjetivo "misericordioso", frecuentemente aplicado a Dios en la Biblia, se dice en hebreo con el plural de una palabra que significa "útero, seno materno". Es decir, cuando se quiere expresar que Dios es misericordioso, se dice de Él que tiene entrañas maternales.

    Otros símbolos como éstos, presentes en la Biblia, y la creciente sensibilidad por el valor de lo femenino en nuestro mundo, está llevando a muchos cristianos y cristianas a exclamar con Juan Pablo I: "Dios es Padre, pero sobre todo, es Madre".

    Dios, Padre de Jesús

    La imagen de Dios preferida por el NT es la de Padre. Jesús hablaba así a Dios y de Dios (Mc 14,36; Mt 11,25; Lc 22,42; Jn 11,41...). Evidentemente Jesús conocía también otros nombres de Dios y los utilizó en algunas parábolas en las que aparece como rey, señor, juez... Sin embargo, todas estas imágenes se mantienen siempre bajo la bondad y ternura de Dios como Padre. Es como si todos esos nombres se le aplicaran a Dios, pero "Padre" fuera su nombre propio.

    El concepto de padre en tiempos de Jesús era, en algunos aspectos, diferente al de hoy. Para un hijo "padre" era sinónimo de "señor" y "autoridad", era alguien a quien el hijo debía obedecer; pero también se esperaba de él seguridad, protección, cuidados, fidelidad, amor. Esto es lo que aparece en los evangelios:

    - Jesús reconoce a su Padre como autoridad: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra!" (Mt 11,25), como alguien con quien mantiene una relación de obediencia y fidelidad, de entrega a su voluntad: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34), aunque a veces sea dura: "Padre, si quieres, aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42).

    - Pero también entre Jesús y su Padre existía una relación de extraordinaria cercanía, intimidad y confianza. Uno de los mejores testimonios de esto es la palabra que Jesús utilizaba para orar: "Abba", padre (Mc 14,36; Rom 8,15; Gal 4,6). Hasta tal punto impactó a sus seguidores que la conservaron en la lengua utilizada por Jesús, el arameo. Llamar a Dios su "Padre" y hacerlo en la lengua del pueblo era, para la mentalidad de la época, un enorme atrevimiento, una gran falta de respeto. Pero en Jesús esta palabra expresaba la enorme y profunda experiencia que vivía en su relación con el Padre.

    Jesús nos ha dicho que su Abba es como un padre atento y solícito, preocupado siempre de lo que pueda ocurrirle a sus hijos (Mt 10,29-31; Lc 12,22-30); un padre amoroso capaz de salir al encuentro, perdonar, olvidar todo y hacer que la casa estalle en fiesta por la vuelta del hijo perdido (Lc 15,11-32); alguien que garantiza, con su perdón, una nueva aurora y da la posibilidad de volver a comenzar (Jn 8,1-11); es un Dios con una bondad tal que nada puede alterar su ternura ni su benevolencia (Mt 5,45). Esta ternura se desborda ante el desamparo de los pobres, marginados y pecadores. El rostro de Dios que Jesús manifestó en su trato con ellos es de una cercanía y amor infinitos.

    Confiar en un Dios Padre así, llevó a Jesús a mantener-se fiel, a esperar en su promesa a pesar de la contradicción, la persecución, la condena, la muerte en cruz. La confianza sin límites en su Padre bondadoso es la raíz de donde brota la entrega, también sin límites, a su voluntad.

    Dios, Padre nuestro

    Sólo el Hijo conocía el corazón del Padre, pero ahora también lo han visto nuestros ojos y lo han palpado nuestras manos en Jesús, a quien Dios envió porque nos amaba.

    Este amor nos compromete con una nueva familia, la gran familia de los hijos de Dios. Llamar a Dios "Padre nuestro" (Mt 6,9-13) es sentirse amado sin condiciones, confiarse a Él sin condiciones, pero también relacionarse con los hermanos, hombres y mujeres de cualquier raza, cultura o nivel social, a la manera del Padre.

    Llamar a Dios "Padre nuestro" también es dejar que siga siendo Dios, aceptar que junto a su rostro íntimo y cerca-no está el trascendente y misterioso. Es seguir diciendo "hágase tu voluntad" aun cuando ésta nos lleve por caminos desconcertantes. También Jesús lo hizo así.

    Gracias a Jesús somos hijos de Dios y podemos invocarle como Padre. Con la fuerza del Espíritu que nos ha regalado (Gal 4,6) estamos llamados a seguir pidiendo y trabajando para que "venga a nosotros tu Reino", para que llegue el día en que todo el mundo reconozca la paternidad/maternidad de Dios y vivamos como hermanos. Cada vez que rezamos la oración que nos enseñó Jesús, el Padrenuestro, estamos implicando a nuestro mundo y nos estamos comprometiendo nosotros en la aventura apasionante de dejar a Dios ser Padre.

    PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

    Para preparar nuestra próxima reunión leeremos una sección del evangelio de Juan centrada en la curación de un ciego de nacimiento (Jn 9,1-10,42). En ella podemos observar cómo este hombre invidente va descubriendo poco a poco la verdadera identidad de Jesús y lo va conociendo cada vez con más profundidad. Mientras vamos leyendo, nos fijamos con atención y tratamos de responder a estas preguntas:

    ¿Qué cosas dice el ciego de nacimiento sobre Jesús?
    ¿Cómo va descubriendo cada vez mejor su verdadera
    identidad?