Sabiduria.

 

Introducciοn. Parte Primera. La Sabiduría, Fuente de Felicidad E Inmortalidad (1:1-5:23). 1. Exigencias de la Sabiduría y Origen de la Muerte. 2. Razonamientos de los Impíos y Juicio del Autor Sagrado. 3. Contrastes Entre la Suerte de los Justos y de los Impíos. 4. Contrastes Entre la Suerte de los Justos y de los Impíos. 5. El Justo y el Injusto Ante el Juicio Final. Parte Segunda. Naturaleza de la Sabiduría (6-9). 6. La Sabiduría y los Reyes. 7. Salomón Elogia la Sabiduría y Describe sus Propiedades. 8. Actitud de Salomón Ante los Beneficios de la Sabiduría. 9. Oración de Salomón para Alcanzar la Sabiduría. Parte Tercera. La Sabiduría en la Historia de Israel (10-19). 10. La Sabiduría, Guia del Pueblo Escogido. 11. Castigo de los Egipcios. 12. Castigo de los Gánameos. Sección 2. La Idolatría, Pecado Opuesto a la Sabiduría. 13. La Idolatría, Necedad Ridicula. 14. Mas Ironías de los Ídolos y Consecuencias de la Idolatría. 15. Dicha de los Israelitas y Necedad de los Idolatras. Sección 3. La Suerte de Israel y la de Sus Opresores. 16. Dios Provee a Israel y Castiga con Plagas a los Egipcios. 17. Las Tinieblas de Egipto. 18. Los Hebreos Gozan de Luz. Mortandad en Egipto. 19. El Mar Rojo, Los Sodomitas, Conclusión.
 

 

Introducciοn.

Título.

En los manuscritos griegos y en las versiones latina antigua, Vulgata, siríaca y armena, el libro es intitulado Sabiduría de Salomón, y con este título lo designan los Padres de los tres primeros siglos. Pero ya San Jerónimo y San Agustín advirtieron que la atribución salomónica responde a un artificio literario que indicaremos después. San Melito extendió la designación al libro de los Proverbios 1, y San Epifanio al Eclesiástico 2, pero se reservó después para este libro por su contenido eminentemente sapiencial, que rebasa el de los otros libros didácticos.

Contenido.

El libro de la Sabiduría comprende tres partes claramente distintas. La primera (1-5) considera la sabiduría desde el punto de vista moral y pone de relieve los beneficios que percibirán quienes sigan sus enseñanzas y las consecuencias fatales que sufrirán quienes las desdeñan, exhortando vivamente a todos los mortales a seguir los caminos que ella señala. La segunda (6-9) contempla la sabiduría desde el punto de vista más bien intelectual, y habla de su origen, naturaleza y propiedades, presentando en unos capítulos maravillosos el culmen de la revelación anticotestamentaria respecto de la Sabiduría divina. La tercera (10-19), de tipo histórico práctico, confirma cuanto ha dicho sobre los efectos de la sabiduría y consecuencias de su ausencia a base de la historia de Israel, en contraste con la de los pueblos egipcio, cananeo y sodomita. Intercala una larga sección sobre la idolatría (13-15), en que hace una fina ironía de los ídolos y expone las consecuencias morales a que lleva el culto.

División.

Parte Primera (1-5): la sabiduría, fuente de felicidad e inmortalidad.

Exigencias de la sabiduría y origen de la muerte (1).

Razonamientos de los impíos y juicio del autor sagrado (2).

Contrastes entre la suerte de los justos y de los impíos (3-4).

El justo y el impío ante el juicio final (5).

Parte Segunda (6-9): Naturaleza De La Sabiduría.

La sabiduría y los reyes (6).

Salomón elogia y pide al Señor la sabiduría (6:22-7:21).

Propiedades de la sabiduría (7:22-30).

Actitud de Salomón ante los beneficios de la sabiduría (8).

Plegaria del rey sabio en demanda de la sabiduría (9).

Parte Tercera (10-19): La Sabiduría En La Historia De Israel.

Sección 1.a (10-12): Los patriarcas y Moisés. Los egipcios y cananeos.

La sabiduría guía a los patriarcas y a Moisés (10:1-11:4).

Castigo de los egipcios (1.a plaga) (11:5-27).

Castigo de los cananeos (12:1-18).

Lecciones que de ellos se infieren (12:19-27).

Sección 2.a (13-15): La idolatría, pecado opuesto a la Sabiduría.

Necedad de los que adora α las criaturas (13:1-9).

Ironía del culto a los ídolos (13:10-14:14).

Origen de ciertas idolatrías (14:15-21).

Consecuencias morales de la idolatría (14:22-31).

Dicha de los israelitas y necedad de los idólatras (15).

Sección 3.a (16-19): Suerte de Israel y de los opresores.

Las codornices y las plagas de los animales (16:1-14).

El maná y la plaga del granizo y fuego (16:15-29).

Las tinieblas de Egipto; no afectan a los hebreos (17:1-18:4).

La muerte de los primogénitos egipcios (18:5-19).

Dios castiga con la muerte a los israelitas rebeldes (18:20-25).

Los israelitas y egipcios ante el mar Rojo (19:1-123).

Castigo de los sodomitas y egipcios (19:12b-16).

Resumen y conclusión (19:17-20).

La terminación un tanto brusca ha hecho pensar a algunos 3 que el autor no terminó su obra (Grotius) o que se perdió el final de la misma (eichhorn). No hay motivo para tal suposición. El sabio pretendió ilustrar el contenido de las dos primeras partes con la historia de Israel, en contraste con la de los egipcios y cananeos, la cual resalta más en el período a que el autor limita su exposición. Por lo demás, la última perícopa del libro es una especie de resumen, y el verso que la termina, una verdadera conclusión.

Autor.

Algunos autores han considerado el libro de la Sabiduría como un conjunto de sentencias o fragmentos yuxtapuestos, por lo que asignaron su composición a varios autores4. No hay razones suficientes para ello. Existe unidad en el tema y fin propuesto por el autor, como puede observarse en el precedente resumen del contenido del libro y división propuesta del mismo. El final de cada una de sus partes se enlaza bien, sin dificultad alguna, con la siguiente 5. El estilo es lo suficientemente semejante en las diversas partes de la obra como para que todas ellas puedan ser atribuidas a un mismo autor; los hebraísmos y arameísmos no arguyen un autor judío para algunas de sus sentencias o partes; pueden explicarse muy bien por el conocimiento que del hebreo y arameo tenía el autor y el influjo de la literatura sapiencial precedente 6.

El autor del libro se presenta en ocasiones como el rey Salomón7, y a él lo atribuyen en sus títulos las versiones antiguas. De ahí que los Padres y escritores eclesiásticos atribuyeran la obra al rey sabio. Pero ya San Jerónimo juzgó el título seudoepigráfico 8, y San Agustín advirtió que, si bien era costumbre atribuir el libro a Salomón, los entendidos negaban que fuese suyo 9, Y con toda razón. El libro de la Sabiduría fue compuesto en griego; ahora bien, la lengua griega no se difundió en Oriente hasta después de las conquistas de Alejandro Magno. El ambiente filosófico en que se mueve su autor nos lleva también a los siglos que preceden inmediatamente la venida de Cristo. Finalmente, el autor sagrado cita conforme a la versión de los LXX, compuesta en los siglos III-II antes de Cristo. Siendo Salomón del siglo IX a.C., no pudo en modo alguno ser el autor literario del libro de la Sabiduría.

Quién haya sido el compositor de la obra atribuida al rey sabio, no es fácil determinarlo. San Agustín dice que muchos atribuyeron el libro, como el Eclesiástico, a Jesús, hijo de Sirac, y él mismo opinó de este modo 10, si bien después se retractó H; no es fácil que Ben Sirac, judío, escribiese un libro en griego y tan claramente alejandrino. San Roberto Belarmino 12, A Lapide 13, Hanneberg 14 y otros, queriendo concordar el origen salomónico con la composición muy posterior del libro, opinaron que éste había sido compuesto por un judío alejandrino, que se valió para ello de escritos salomónicos hoy perdidos. Pero no hay razones positivas para tal afirmación, ni se explica que los judíos dejasen perder escritos de Salomón conservados hasta entonces 15. San Jerónimo dice que en su tiempo algunos escritos atribuían el libro a Filón, filósofo platónico de Alejandría 16. Se dice que, habiendo sido deputado por los judíos alejandrinos para obtener de Calígula el derecho de ciudadanía romana para sus compatriotas, fracasado en su misión, escribió el libro para consolar a los judíos y mantener firme su esperanza en el Señor, que vela por su pueblo y castiga a sus opresores 17. Poderosas razones militan en contra de la atribución filoniana; el estilo y doctrina de la Sabiduría y de los escritos de Filón son muy diferentes, y los puntos de contacto se explican satisfactoriamente por el hecho de que el libro sagrado ha sido compuesto por un alejandrino. Además, Filón nace hacia el año 20 a.C. y muere el 40 d.C., y, en consecuencia, habría escrito el libro durante la vida de Jesucristo; no se explica, en este supuesto, ni que el Espíritu Santo inspirase en esta época a un judío que permanecía obstinado en el judaismo, ni que los cristianos recibiesen como inspirado su libro y lo incluyesen en el catálogo de libros del Antiguo Testamento 18.

Para resolver la cuestión no tenemos más dato seguro que el libro mismo, y de la lectura de éste todo lo que se puede concluir es que su autor es un judío, como indica el conocimiento profundo que tiene de la Biblia, el amor inmenso al pueblo israelita, su confianza en Dios, la fe en los padres y en la recompensa de la otra vida; de la diáspora, a juzgar por el conocimiento que denota de la filosofía y otras peculiaridades griegas, como los juegos 19, y su lucha contra el materialismo, epicureismo20; concretamente de Alejandría, dado el tono y estilo tan claramente alejandrinos, la mención de la zoolatría, sólo existente en Egipto, y el hecho de que en esta ciudad, gran centro filosófico, existía una gran colonia judía.

Fecha y lugar de composición.

Como fecha tope antes de la cual no puede haber sido compuesto el libro de la Sabiduría, podría señalarse alrededor del año 150, en que estaba concluida la versión de los LXX, conforme a la cual cita textos bíblicos precedentes el autor del libro 21. Tampoco debió de ser compuesto después del año 63, en que comienza la dominación romana, a que no hace el autor alusión alguna. Toda la época intermedia se caracterizó, bajo la dinastía de los Ptolomeos, por el ambiente de idolatría, inmoralidad y persecución de los judíos que respira el libro sagrado. Algunos, basándose en las duras pruebas a que parecen sometidos los judíos, opinan que fue escrito en los días de Ptolomeo VII (145-117), bajo cuyo reinado tuvo lugar una persecución de los judíos. Dado el tono apacible y académico en que se expresa el sabio, y que la persecución, más que de los poderes públicos, parece provenir de los impíos, la mayoría de los autores colocan la composición del libro más bien en los años siguientes (125-50 a.C.).

El lugar de composición fue, sin duda, Egipto, como indican el lugar tan importante que este país ocupa en el libro, las alusiones a la filosofía y religión egipcias y la descripción de las plagas. Y concretamente Alejandría, por las razones indicadas antes a propósito del autor.

Destinatarios y finalidad.

Dado que no conocemos el autor determinado que nos indicara los destinatarios de su obra y la finalidad que se propuso al escribirlo, hemos de averiguarlo a base del examen interno del libro y del ambiente y circunstancias históricas en que fue escrito.

En el siglo I antes de Jesucristo existía en Alejandría una numerosa colonia, judía..Dio origen a. ella el mismo Alejandro Magno al conceder a los israelitas los mismos derechos que a los griegos 22. A los que voluntariamente se establecían en la ciudad se añadieron los prisioneros judíos que Ptolomeo I (323-305) trajo a Egipto después de la conquista de Jerusalén por sus ejércitos, y los descontentos y fugitivos que durante los reinados siguientes escapaban de la persecución de los Seléucidas de Siria en Palestina. Según Filón, de los cinco distritos de la ciudad, dos eran enteramente judíos 23. Tenían su organización propia, con su etnarca, o jefe supremo, los arcantes, que le asistían y resolvían en los asuntos administrativos y judiciales de la comunidad, y la guerusía, o senado de ancianos de 71 miembros, como el sanedrín de Jerusalén 24, que presidían los arcontes; tenían la misión de consejeros. Salvo raras excepciones 25, permanecieron fieles al templo de Jerusalén, al que peregrinaban y pagaban el tributo anual del didracma.

En el país de los Ptolomeos, los israelitas tenían que vivir en medio de un ambiente de idolatría e inmoralidad. La época de los Lagidas, como antes indicamos, se distinguió por un paganismo epicureísta, desenfrenado y corruptor, que invadía la corte misma de Alejandría. A ello se unía con frecuencia la persecución, unas veces por parte de los poderes públicos, otras por parte de los judíos que, vencidos por aquel ambiente, habían apostatado de la fe de sus mayores. Aquélla comenzó con Ptolomeo IV Filopator (221-203), que entró en Jerusalén y violó el sancta sanctorum, lo que excitó la animosidad de los judíos palestinenses, que él vengó persiguiendo a los judíos de Alejandría. Entonces los judíos se ponen de parte de Antíoco III el Grande (223-187), que después de diversas vicisitudes se asegura el dominio de Samaría y Judea hacia el año 200. Desde entonces, las relaciones entre los israelitas y la corte alejandrina permanecieron tirantes y de vez en cuando surgía la persecución.

En estas circunstancias escribió su libro el autor de la Sabiduría. Evidentemente lo dirige en primer lugar a los judíos de Alejandría, con el fin de mantener firmes a los justos en su religión frente a un ambiente tan adverso, y volver al recto sendero a los que, llevados por el deseo de una vida más cómoda, renegaron de la fe de sus padres. A los primeros los anima con la esperanza en un más allá más feliz, premio de su fidelidad; ante los ojos de los segundos pone de relieve la suerte de los impíos y el tremendo castigo que les espera. En verdad sólo los israelitas podrían comprender la historia de los patriarcas y la providencia de Dios sobre sus antepasados, cuya fe y tradiciones ellos deben conservar como pueblo escogido a quien Dios ha confiado la misión de transmitir al mundo la Ley. Pero indudablemente el autor ha tenido una segunda intención al componer su libro: atraer a los gentiles a la religión israelita, en la que se encierra la verdadera sabiduría. Se dirige de modo especial a los reyes, advirtiéndoles que han de dar cuenta estrecha al Señor del ejercicio de su poder y poniéndoles como modelo al rey Salomón, que pasó a la posteridad como el rey sabio por excelencia. Y en general a todos los paganos, con la pretensión de hacerles sentir admiración por la doctrina judaica y apartarles de la idolatría, que irónicamente les ridiculiza. A esta segunda finalidad es seguramente debido el hecho de que el sabio evita en su libro toda cuestión de pureza legal, manteniéndose en los puntos sustanciales de la Ley.

Doctrina religiosa.

1. Dios. — Se afirma la demostrabilidad de su existencia por las criaturas, por lo que quienes desconocen la existencia de Dios son inexcusables 26. Dios ha creado el mundo 27, lo conserva 28 y gobierna con su providencia 29, de modo que es el Señor del universo 30. Los atributos divinos que más hace resaltar el autor son, especialmente en la tercera parte, la misericordia y la justicia: la misericordia y bondad con los israelitas, cuyo inevitable castigo terminaba siempre con la misericordia y el perdón; pero también con los mismos enemigos de su pueblo escogido, a quienes castigaba dura, pero lentamente, con el fin de darles lugar al arrepentimiento de sus pecados 31. Pero Dios, infinitamente misericordioso, lo es en el mismo grado justo, y, por lo mismo, no puede menos de castigar a quienes, habiendo podido descubrir su existencia, no lo conocieron 32; a los mismos israelitas, cuando se apartaban del recto sendero 33; a los egipcios, por su mala conducta con Israel y su repugnante idolatría 34; a los cananeos, por sus supersticiones y sus prácticas idolátricas, crueles e inhumanas en extremo 35; a los sodomitas, que dieron mala acogida a los enviados del Señor 36. Y castigará en el mas allá a cuantos pecadores no se arrepientan de sus pecados 37.

2. La Sabiduría. — Los Proverbios afirmaron el origen divino de la Sabiduría y declararon su papel en la creación; dedican un buen número de sentencias a sus enseñanzas en el orden religioso, pero se extienden mucho más en dar consejos de sabiduría y prudencia meramente humanas en orden a la vida práctica. El Ecle-siastés, con su espíritu crítico, niega que la sabiduría humana pueda proporcionar al nombre la felicidad plena y perfecta que anhela su corazón, pero reconoce su valor en relación con esa felicidad relativa posible en este mundo. El Eclesiástico insistirá más bien en el aspecto moral de la sabiduría, principio de todas las virtudes, para cada una de las cuales tiene Ben Sirac una, cuando no varias recomendaciones. El autor de la Sabiduría nos presenta el culmen de la revelación anticotestamentaria respecto de la Sabiduría divina (6-9) y hace resaltar los efectos morales y espirituales de la Sabiduría en quienes siguen sus enseñanzas, en contraste con las consecuencias a que la impiedad expone a los malvados (1-5)" ilustrando sus afirmaciones con facetas de la historia de Israel y los pueblos egipcio y cananeo (10-19).

La Sabiduría procede de Dios 38. Es un hálito del poder divino y una emanación pura de la gloria de Dios omnipotente, resplandor de la luz eterna, espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad 39. Convive con Dios 40, se sienta junto a su trono 41, conoce los secretos de la ciencia de Dios y es directora de sus obras 42. Asistió a Dios en la creación del universo43, en la formación del hombre44; conserva y gobierna todas las cosas45. El sabio enumera 21 propiedades de la Sabiduría, entre otras su espíritu inteligente y santo, su unicidad y multiplicidad, su omnipotencia y omnisciencia46. Todo lo cual indica que la Sabiduría participa de la naturaleza divina. En su relación con los hombres, la doctrina del autor sagrado preludia la doctrina de la gracia santificante: Dios posee la Sabiduría 47 y la comunica a los hombres 48. Es presentada en paralelismo con el Espíritu de Dios49. Ella se adelanta a la acción del ser humano por conseguirla50. Habita en las almas santas, no mora en los pecadores51; hace triunfar del mal52. Hace amigos de Dios 53, es buena consejera de los hombres 54, los asiste en sus trabajos 55, les enseña las virtudes 56; implica la guarda de los preceptos. Lleva a la inmortalidad57. Naturalmente, vale más que todos los bienes de la tierra58.

Al expresarse de esta manera el autor sagrado, ¿se limitó a personificar el atributo divino o tenía en su mente la segunda Persona de la Santísima Trinidad? Creemos que el autor sagrado ha personificado el atributo divino con el fin de presentar las cosas de una manera más gráfica, más viva y expresiva, lo que está muy de acuerdo con la psicología oriental. Los escritores del Antiguo Testamento suelen personificar los atributos divinos por las razones indicadas59. El que sea la sabiduría el que aquí se describe más vivamente es debido a que escriben autores sapienciales, para quienes la sabiduría constituía el objeto primario de sus especulaciones. Concretamente, el libro de la Sabiduría es un escrito poético cuyas descripciones están llenas de imágenes y se personifica en él incluso la necedad60. De hecho, los judíos no entendieron las afirmaciones del sabio de la segunda Persona; más aún, cuando Jesucristo, bastantes años más tarde, les habla de su divinidad, ellos se escandalizan. Aferrados a su rígido monoteísmo, no estaban preparados para recibir el gran paso que supondría en la revelación dar a conocer aquí la segunda Persona.

Pero al personificar la Sabiduría, atributo divino, el autor sagrado ha empleado una terminología y una manera de expresarse que conviene al misterio trinitario. No la presenta como persona divina, pero la describe como tal. Puso las premisas: "En el principio existía la Sabiduría, y la Sabiduría estaba en Dios." No le faltó más que decir: "Y esa Sabiduría es Dios." La conclusión la sacaría San Juan en el prólogo a su Evangelio. El sabio, en consecuencia, se coloca en un plano intermedio entre la mera personificación del atributo y la afirmación de la Persona. Y el Espíritu Santo, que lo inspiraba, quería con ello ir preparando la revelación del misterio de la Santísima Trinidad, que tendría lugar en la plenitud de los tiempos, que se iba acercando. En el Nuevo Testamento, Sabiduría y Cristo son términos equivalentes. San Pablo aplicará a Jesucristo lo que en este libro se dice de la Sabiduría, llamándole "hijo de su amor"61, "imagen de Dios"62, "esplendor de su gloria y la imagen de su substancia"63. Y cuanto San Juan dice del Verbo, especialmente en el prólogo, conviene a la Sabiduría divina que nos presenta el autor de este libro sapiencial64.

3. Postrimerías. — La muerte. — No es obra de Dios65, sino que entró en el mundo por la envidia del diablo 66. Con su conducta, los malvados la llaman y miran como amiga67. No se preocupa de ella el autor; para el justo es sencillamente el paso a la inmortalidad, que lo libra de los males de la vida presente.

La inmortalidad del alma. — El libro de la Sabiduría nos presenta la primera expresión cierta de la vida inmortal en el más allá, con lo que se resuelve el problema de los sufrimientos del justo, que preocupa sobremanera al autor del libro de Job, y el enigma que tortura a Cohelet, que siente en el corazón el deseo de una felicidad plena y perfecta, que luego no encuentra en las cosas de este mundo. Después de la muerte, el justo gozará de paz y recibirá un premio eterno, un reino glorioso y una hermosa corona68, de modo que aquélla es para ellos una traslación69, una liberación70. Para los justos, los sufrimientos no son más que una prueba pasajera que purifica las almas y les hace merecer una inmortalidad más feliz71. Diversa suerte espera a los impíos: "no tendrán esperanza ni consuelo en el día del juicio" 72; "el Señor se reirá de ellos, serán entre los muertos oprobio sempiterno, serán desolados y sumergidos en el dolor"73. A la hora de la muerte exclamarán viendo la suerte de los justos: "Erramos el camino de la verdad y la luz de la justicia no nos alumbró"74. El castigo será proporcionado al crimen y dignidad del pecador75. Si el justo recibe un premio eterno en el cielo junto a Dios, el impío recibirá idéntico castigo en el hades o infierno76.

¿Resurrección de los cuerpos? — No se afirma expresamente. Para la tesis de su libro bastaba al autor afirmar la inmortalidad del alma. Tal vez creyó prudente no hacer de ella mención explícita en atención a los posibles lectores paganos, que encontrarían en esta doctrina un fuerte obstáculo para aceptar la religión israelita. Que el autor creyera en la resurrección de los muertos parecen indicarlo los siguientes datos enumerados por Weber: "su concepción del hombre, compuesto de cuerpo y alma; la descripción que hace del juicio general, como una escena terrestre en que justos y pecadores se ven cara a cara (5:1-2; cf. v.17ss); su concepción de Dios, que quiere la vida (2:235) y no la muerte y puede vivificar a aquellos que han pasado por la muerte (16:13); su fidelidad a las creencias judías, favorables en su conjunto a la resurrección (Bonsirven, Le judaisme palestinien... t.i p.468-48s); la semejanza entre Sab 3:17 y Dan 12:2-3, Que trata de la resurrección"77.

4. La Idolatría. — El autor dedica una sección de su libro a la idolatría, el gran pecado opuesto a la Sabiduría. Comienza declarando que los filósofos gentiles pudieron y debieron descubrir al verdadero Dios y caer en la cuenta de la vanidad de los ídolos 78. Afirma que la idolatría no existió desde siempre, sino que es una aberración de la humanidad, que, por lo mismo, tendrá su fin79. Explica el origen de algunas clases de idolatría: el culto a los muertos80, a los reyes81. Afirma la nada de los ídolos, que ridiculiza con ironía82. Muestra, entre las diversas clases de idolatría que menciona, especial repugnancia por la zoolatría de los egipcios, que daban culto a los más repugnantes animales 83. Describe los funestos efectos morales de la idolatría84.

5. ¿El Mesías? — Muchos Padres afirmaron que el capítulo 2 contiene una profecía de la pasión de Jesucristo. Si bien en sentido literal el autor se refiere a los sufrimientos de los justos, sus afirmaciones se verifican de modo eminente en el Mesías y sus perseguidores, por lo que tal vez el Espíritu Santo las inspiró al autor sagrado en relación con El (cf. comentario al c.2). Y ciertamente el autor preparó sus caminos: "El libro de la Sabiduría — escribe el P. Lagrange — está todo él compenetrado del valor del alma, sin especificar por medio de quién será salvada; predica la salvación misma del Evangelio, sin decir quién será el Salvador. El Evangelio contiene la misma doctrina, pero añade que el Salvador del alma es el Mesías y que este Mesías es Jesús de Nazaret." 85

Canonicidad.

El libro de la Sabiduría es uno de los deuterocanónicos. Los judíos palestinenses no lo admitieron en el canon de libros sagrados seguramente porque fue escrito en época tardía y no en la lengua y patria de los libros santos. Los judíos de Alejandría, en cambio, lo incluyeron en su catálogo de libros inspirados, como atestigua su presencia en la versión de los LXX.

La Iglesia, al recibir como texto oficial la mencionada versión, lo retuvo como canónico. El Nuevo Testamento lo cita numerosas veces, y si bien no lo aduce expresamente como canónico, no se explica la frecuencia y modo como lo hace de no considerarlo como tal 86. Los Padres de los tres primeros siglos lo citan como libro inspirado. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, que, como San Jerónimo, influenciados por los judíos palestinenses, lo consideraban como aptos para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas 87, lo retuvieron como canónico. San Agustín defendió enérgicamente la inspiración contra los semipelagia-nos 88. Los concilios de Hipona de los años 193 y 397 89, el de Car-tago del año 419 90, la carta de Inocencio I a Exuperio de Tolosa, del 405 91; el decreto del papa Gelasio del 494 92 y el decreto de Eugenio IV a los jacobitas del 1441 93 lo incluyeron en la lista de libros canónicos. Con razón el concilio Tridentino, basándose en la tradición, definió la inspiración del libro 94, acabando con las dudas esporádicas de algunos autores que, llevados, sin duda, de la autoridad de San Jerónimo, disentían del sentir universal de la Iglesia, como Hugo de San Víctor (1141), San Antonino (f 1459), Cayetano (1532).

Los protestantes, que al principio de la Reforma sostenían la inspiración del libro, terminaron por negarla. Los modernos ven incluso en él toda una serie de errores filosóficos bajo el influjo de la filosofía platónica y alejandrina 95. Los ortodoxos, que conservaron durante siglos el canon completo, bajo la influencia de la crítica protestante se han ido inclinando por el canon corto que excluye los deuterocanónicos del A.T.

Lengua y género literario.

Es cosa admitida que el libro de la Sabiduría fue escrito en griego. Lo afirma explícitamente San Jerónimo en su introducción a los libros sapienciales 96. Y lo refleja el mismo libro con sus vocablos y palabras compuestas, propias de la lengua griega; con su estilo elegante y fluido en largos períodos, en distinción a las frases yuxtapuestas o uniformemente unidas por la conjunción copulativa; con la riqueza de sinónimos completamente extraños a la lengua hebrea; con los términos y expresiones tomadas de la vida y filosofía griegas. El colorido hebraico que le dan los hebraísmos, frases que se inician con la partícula copulativa, el paralelismo de algunos capítulos, las cadencias rítmicas, se explican satisfactoriamente por el conocimiento que el autor tenía de la literatura bíblica, que, como buen israelita, le sería familiar; de ahí que sean más frecuentes donde el autor se inspira más en aquélla.

En cuanto al género literario, pertenece al género sapiencial. Prosa tratada conforme a las reglas del paralelismo hebreo. Pero presenta notable diferencia con algunos de los libros sapienciales. En las dos primeras partes presenta un desarrollo metódico y orgánico de la sabiduría, sus propiedades y efectos, que contrasta con las sentencias y fragmentos sueltos de Proverbios y Eclesiástico, y está más de acuerdo con la fecha de composición y ambiente en que fue escrito el libro. Más peculiar es el género literario de la última parte, que amplía y poetiza con un fin didáctico-religioso los datos bíblicos del Éxodo, viniendo a ser una descripción oriental de las plagas de Egipto, una idealización de la historia de Israel y unos relatos irónicos del culto a los ídolos en que se mezclan la historia y la poesía 97.

Texto y versiones.

Tenemos del libro de la Sabiduría el texto griego, las versiones latina, siríaca, armena y árabe. El texto griego, que se encuentra a veces incompleto en los códices BSA, se conserva en numerosos códices. El mejor de todos ellos es el Vaticano, que los críticos toman como base de sus ediciones 9S. La versión latina es anterior al siglo ni. Por no considerar el libro como inspirado, San Jerónimo no lo cor rigió 99ni hizo una nueva versión. Refleja bastante bien el original, por lo que es útil al crítico, aunque a veces resulta ininteligible sin la ayuda de aquél. Contiene algunas adiciones 100.

De las otras versiones, la armena (s.7) es seguramente la más importante por su fidelidad. De escaso valor es en este libro la siro-peshitta, que da una traducción libre y poco inteligible 101.

1 Euseb., Hist. Eccl IV 6. — 2 Adv. haeres. 76. — 3 Cf. Dom Calmet, Comment. litt. in V. et N.T. — 4 Nachtigal ve en el libro una especie de antología formada de fragmentos compuestos por los más diversos autores (Das Buch der Weisheit, 1799). Houbigant atribuyó 1-9 a Salomón; 10-19 a un autor muy posterior, posible traductor de la primera parte (Tro/, ad Sap. et Eccles., 1777). Bretschneider, 1-6:8 a un judío del tiempo de Antíoco Epífanes; 6:9-9:18 a un judío que reivindica en los días de disto para Israel la posesión de la verdadera sabiduría; 10-19 a un judío contemporáneo de Filón (cf. grimm, Einleit. p.ia). De manera parecida opinan W. Weber, Oesterley y Gártner. — 5 5:23 con 6:1; 9:18 con io:1ss. — 6 Cf. Vigouroux; DB V 1359. — 7 7:1-7; 8:1455.9:1s. — 8 AZius pseudoepigraphus, qui Sapientia Salomonis inscribitur... ipse stylus graecam elo-quentiam redolet (Praef. in lib. Salomonis: PL 28:5573). — 9 Dúo (libri) quorum unus Sapientia, alter Ecclesiasticus dicitur, propter eloquii nonnullam similitudinem ut Salomonis dicantur obtinuit consuetudo; non autem esse ipsius, non dubitant doctiores (De civ. Dei XVII 20). — 10 De doctrina christ. 11 8. — 11 Retract. II 4. — 12 De Verb. Dei I 13. — 13 Commentar. in lib. Sap. (citamos siempre conforme a la Editio Nova [París 1891] t.8 p.202-203. — 14 Rev. bibl VI 4:30. — 15 Cf. Cornely-Hagen, Compendium Introductionis in S. Scripturas p.368. — 16 Praef. in lib. Salom.: PL 28:1242. — 17 Lesétre, Le livre de la Sagesse (París 1880) p.8-9; fl. Josefo, Antiq. 18:10. — 18 A Lapide cita algunos autores que juzgaron que el libro había sido escrito no por este Filón, sino por otro que vivió por el año 160 a.C., en tiempo del pontífice Onías (o.c., p.264). — Fl. Josefo (Contr. Ap. I 23) y Eusebío (Praep. evang. IX 20) hablan de un Filón más antiguo que el conocido filósofo, pero constatan que era un pagano que en sus escritos se refiere a los judíos. Tampoco hay razones para pensar que uno de los LXX, de nombre Filón, compusiese el libro. — 19 4:2. — 20 1:16; 2:9. — 21 Cf. 2:12 y el texto griego de Is 3:10; 15.10 e Is44:20. — 22 fl. Josefo, De bello iud, II 18:7; Contra Ap. II 4. Ptolomeo I confirmó la igualdad de derechos (cf. fl. josefo, Antiq. XII 1:1). — 23 Cf. Schürer, Geschichte des Judischen Volkes im Zeitalter Jesa Christi (Leipzig 1909 ed.4.a) p.34-30; J. Vandervorst, artículo Dispersión en DBS II 432. — 24 Filón, In Flaccwn 10. Cf. fl. Josefo, De bello iud. VII 10,1; Tosephta, Sukka IV. — 25 La colonia judía de Elefantina en el siglo ν tenía su templo. También lo tenía la colonia militar judía establecida en Eleontópolis hacia el año 160. — 26 13:1-9 — 27 1:14; 11:7-18. — 28 1:13-14; 6:7-8; 11:26; 12:12-13. — 29 6:8; 11:26; 12:12-13; 14:3; 19:20. Cf. G. Golombo, Doctrina de providentia divina in Libro Sapientiae (Diss. Antonianum) (Roma 1953). — 30 11:21.23; 16:13.24. — 31 9:1; 11:21-12:2.8.16; 15:1. — 32 13:8-9. — 33 11:10; 12:22; 18:20. — 34 11:5-25; 14:29-30; 15:18-16:1ss; 17:2ss; 18:433; 19:2-435. — 35 12:1-l8. — 36 19:12b-14. — 37 5:18-24. — 38 6:2.2; 9:6. — 39 7:25-26. — 40 8:3; 9:3 — 41 9:4ss. — 42 7:21-22; 8:4.6. — 43 9:9-12. — 44 9:2-3. — 45 1:7; 7:27; 8:1. — 46 7:22-23- — 47 8:3-4. — 48 7:15. — 49 1:4-7; 7:22-23; 9:17 — 50 6:14-17- — 51 1:4; 7:27. — 52 7:30. — 53 7:14.28. — 54 8:9. — 55 9:10. — 56 8:7. — 57 6:17-20; 8:13.17. — 58 7:8-11; 8:6-9. — 59 Cf. Sal 55:115s. — 60 Prov 9:13-18. — 61 Col 1:13 (Sab 8:3). — 62 Col 1:16 (Sab 7:26). — 63 Reb 1:3 (Sab 7:25-26). — 64 Cf. 1:1 (Sab 8:3; 9:4.9); 1:3 (Sab 7:12.21; 8:6; 9:9); 1:4 (Sab 7:10.22.23.27); 3:13 (Sab 9:10); 5:20 (Sab 8:3; 9:9); 5:26 (Sab 7:27); 6:25 (Sab 8:21; 9:4); 8:46 (Sab 7:25); 14:21 (Sab 6:16);.16:27 (Sab 7:28). Cf. G. Ziener, Johannesevangelium und Weisheit (Diss. Ρ. Ι. Β.) (Roma 1957); id., Die Verwendungder Schrift im Bucheder Weisheit: TrTZ 66 (1957) 138-152. — 65 1:13 — 66 2:24-25. — 67 1:16. — 68 5:16.. — 69 4:10. — 70 4:14. — 71 3:1-4:19; 5:15-16; 6:15-21; 8:17; 15:3. — 72 l8. — 73 4:18-19. — 74 5:6. — 75 6:6-9. p. 197-199; H. Bückers, Die Unsterblichkeitslehre des Weisheitsbuches, ihr Ursprung und ihre Bedeutung (Münster 1938); J. P. Weisengoff, Dead and Inmortality in the Book of Wisdom: CBQ 3 (1941) 104-133; A. Dufont-Sommer, De L'immortalité dans la "Sagesse de Salomón"; REG 62 (1949) 80-87 (A Sab 3:7); J. pedersen, Wisdom and Inmortality: VT 53 (Dedic. a Rowley) (1955); M. García Cordero, Intuiciones de retribución en el más allá en la literatura sapiencial: GT 82 (1955) 3-24; M. Delcor, L'immortalité de l'dme dans le Livre de la Sagesse et dans les documents de Qumrám: NRT 77 (i955) 614-630. — 76 1:12.140; 4:19; 17:14-21. Cf. W. Weber, Die Unsterblichkeit der Weisheit Salamos: ZWTh (1925) 444; R. schüts, Les idees eschatologiques du Livre de la Sagesse (París 1935) — 77 Le Livre de la Sagesse (Pirot-Clamer, La Sainte Bible VI) (París 1946) p.386. — 78 13:1-9. — 79 14:13-14. — 80 14:15-16. — 81 14:16-18. — 82 13:10-14:2. — 83 15:18-19. — 84 14:22-31. — 85 RB 4 (1907) 85-104. — 86 A las citas y alusiones de San Juan y San Pablo mencionadas a propósito de la doctrina sobre la Sabiduría pueden añadirse las siguientes: Lc 12:20 (Sab 15:8); 9:31 (Sab 3:2; 7:6); 19:44 (Sab 3:7); Rom 1:26-28 (Sab 11:15-16; 12:27); 9:21s (Sab 15:7); 9:22 (Sab 12:20); 11:32 (Sab 11:24); 1 Cor 6:2 (Sab 3:8); 10:4 (Sab 10,17); 2 Cor 5:4 (Sab 9:15); Ef 6:13-17 (Sab 5, 18-20); Gol 1:15-17 (Sab 7:12.22.26-27); Sant 1:12 (Sab 3:4-5); 2:6; 5:5-6 (Sab 2:6-12.16.20); 3, 17 (Sab 7:22-23); 4:1 (Sab i,n); 5:9 (Sab 5, 6); 1 Pe 1:7; 2:12 (Sab 3:6-7); Ap 2:16 (Sab 6:5); 3:12 (Sab 3:14); 16:6 (Sab 16:9). — 87 San Jerónimo, Praef. in libr. Salomonis, Prolog, galeat.: PL 28:1307-1308; San Ata-Nasio, Epist. Fest. I 767 (en otros escritos lo cita como inspirado; cf. Contra Arian. 2:32; ad Serap. Epist. 1:26; cf. la misma Epist. Fest. 11:5; 2:7, etc.). Cf. J. Ruwet, Le canon alexan-drin des Écritures. Saint Athanase: Bib 33 (1952) 1-29; San Epifanio, De mensuris: PG 41, 213; San Juan Damasceno, De fide orthodox. IV, 17; Rufino, Expos. symbol. 37. — 88 De praedestinat. sanct. XIV 27:28; De don. persev. XVII. — 89 EB 11. — 90 EB 14; Dz92. — 91 EB 16; Dz96. — 92 EB 19; Dz 162. — 93 EB 32; Dz 706. — 94 Eb 43; Dz 784. — 95 V.gr., 1:4 (el cuerpo la causa del pecado); 1:7 (Dios alma del mundo, emanatismo estoico); 8:19-20 (preexistencia de las almas); 11:18 (eternidad de la materia). — 96 El libro qui Sapientia Salomonis inscribí tur... apud Hebraeos nusquam est, quia et ipse stylus graecam eloquentiam redolet (Praef. in libr. Salomonis: PL 28:1242). — 97 Cf. F. Feldmann, Die literarische Art von Weisheit Kap. 10-19: ThGl (1909) 17835; L. Mariés, Remarques sur la forme poétique du livre de la Sagesse: RB 5 (1908) 251-257; E. Galbiati, Leges compositionis in prosa bíblica observatae: VD 30 (1952) 353-355. — 98 A. Reusch, Observationes criticae in lib. Sapientiae (Bonn 1861); W. J. Deane, The Book of Wisdom, the greek text, the latín Vülgate and the authorised English versión (Oxford 1881); H. B. Swete, The Oíd Testament in Greek II (Cambridge 1922). — 99 Porro in eo libro, qui a plerisque Sapientia Salomonis inscribitur, et in Ecclesiastico... cálamo temperavi (se abstuvo de corregirlo): tamtummodo canónicas Scripturas vobis emendare desiderans, et studium meum certis magis quam dubiis commendare (Praef. in libr. Salomonis: PL 29:4275). — 100 Cf. Reusch, o.c.; Bruyne, Étude sur le texte latín de la Sagesse: RBén (1929) loiss; P. W. Skehan, Notes on the Latín Text of the Book of Wisdom: CBQ.4 (1942) 230-243. — 101 F. Feldmann, Textkritische Materialíen zum Book der Weisheit aus der sahidischen, syrohexaplarischen und armenischen Uebersetzung (Friburgo 1902) p.41-87; J. Holzmann, Die Peschitta zum Buche der Weisheit, Eine kritishexegetísche Studie (Friburgo 1903).

 

Parte Primera.

La Sabiduría, Fuente de Felicidad e Inmortalidad (1:1-5:23).

1. Exigencias de la Sabiduría y Origen de la Muerte.

La sabiduría exige conducta recta (1:1-11).

1 Amad la justicia los que gobernáis la tierra; pensad rectamente del Señor y buscadle con sencillez de corazón. 2 Porque se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de EL 3 Los pensamientos perversos apartan de Dios, y la omnipotencia puesta a prueba corrige a los imprudentes. 4 Porque en alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado. 5 Porque el Espíritu Santo de la disciplina huye del engaño, y se aleja de los pensamientos insensatos, y al sobrevenir la iniquidad se aleja. 6 Porque la sabiduría es un espíritu amador del hombre, y no dejará impune al de blasfemos labios; que Dios es testigo de sus pensamientos, y veraz observador de su corazón, y oidor de sus palabras. 7 Porque el Espíritu del Señor llena la tierra, y El, que todo lo abarca, tiene la ciencia de todo. 8 Por eso nadie que hable impiedades quedará oculto, ni pasará de largo ante él la justicia vengadora. 9 Porque los pensamientos del impío serán examinados, y hasta el Señor llegará el sonido de sus palabras, para castigo de sus iniquidades; 10 que su celoso oído lo oye todo y el rumor de las murmuraciones no quedará oculto. 11 Guardaos, pues, de murmuraciones inútiles, preservaos de la lengua mal hablada; porque la lengua mentirosa no quedará impune, y la boca embustera da muerte al alma.

El autor de la Sabiduría dirige en el pórtico de su libro una triple exhortación a los que gobiernan la tierra. La primera dice relación a la voluntad, y le recomienda el amor a la justicia, que es la sabiduría puesta en práctica, o cumplimiento de la ley de Dios. La segunda se refiere a la inteligencia, y la invita a pensar rectamente del Señor, Dios justo, que recompensará las obras de los buenos y castigará las obras de los malvados. La tercera mira al corazón, y le intima la sencillez, que es condición indispensable para agradar a Dios, que tiene sus predilecciones con las almas sencillas y escoge para sus empresas a los humildes de corazón. La exhortación va dirigida especialmente a los que rigen los destinos de los pueblos; son ellos quienes con sus leyes y con su ejemplo deben inducir a los demás a la práctica de la justicia. Pero en el fondo, como advierten los Padres, la invitación se extiende a todos los mortales; todos ellos, dice San Agustín, son "jueces de la tierra," en cuanto que el amor los levanta sobre las cosas terrenas y humanas.

Quienes cumplen la voluntad de Dios con sencillez y no le tientan llevando una vida impía con la presunción de que es misericordioso y no los castigará, quienes se abandonan confiadamente al Señor y no dudan de su bondad para quienes le aman y cumplen sus mandamientos, fácilmente le hallan, porque El mismo les sale al encuentro y les hace experimentar su amor y su misericordia. Los malvados, en cambio, cuyos perversos pensamientos pondrá de manifiesto en el capítulo siguiente, se mantienen alejados de Dios, Santidad absoluta, incompatible con los pecados del impío, Omnipotencia suprema, que castigará a todos aquellos imprudentes que ponen en tela de juicio su poder para recompensar a los justos o para castigar a los impíos, y se burlaban de la conducta de aquéllos y viviendo tranquilos en sus pecados 1.

A la vez que da en los versos 4-7 la razón de las afirmaciones precedentes, nos hace unas declaraciones doctrinales que recibirán su plena luz en la revelación del Nuevo Testamento. Constata en primer lugar que la Sabiduría no entra en alma maliciosa ni en cuerpo esclavo del pecado (v.4). Se trata de la sabiduría divina, don del Espíritu Santo que presupone la caridad, la cual es incompatible con el pecado. La mención del alma y del cuerpo obedece sencillamente al paralelismo tan frecuente en los libros sapienciales; una y otro designan al hombre todo él. No hay alusión alguna a la doctrina platónica, según la cual el cuerpo es la fuente de todo mal. Y el Espíritu Santo de la disciplina, añade en seguida el sabio — el Espíritu de Dios, que induce al alma a observar los preceptos de la sabiduría 2 —, detesta toda doblez e hipocresía, como haría patente la actitud de la Sabiduría encarnada con los fariseos 3, y aborrece tanto los pensamientos de los insensatos, que tan pronto como el hombre les da cabida en su corazón, la sabiduría se aleja sin tardanza de él, no obstante el amor que le profesa y tener sus delicias en estar con los hijos de los hombres 4.

En los versos siguientes (6b-10), el autor afirma tajantemente que Dios castigará los pecados de pensamiento y de palabra con que el impío injurie a Dios o niegue su protección sobre quienes permanecen fieles a su ley. Y advierte que ninguno que tal hiciere verá pasar lejos de sí la justicia divina, pues Dios, que lo llena todo, ve cuanto contra El pueda el hombre pensar o manifestar con sus palabras. En efecto, el Señor, que es Espíritu, con su omnipresen-cia llena los cielos y la tierra, de modo que las mismas tinieblas son claras para El como la luz del día 5, y con su poder mantiene a todos los seres en su existencia, para que no vuelvan a la nada, y en su unidad a todas las cosas, para que no se disgreguen 6.

La liturgia cristiana ha tomado estos pensamientos del v.7 para la festividad de Pentecostés, aplicándolos, en sentido acomodaticio, a la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles, que, llenos del divino Espíritu, llevarían el mensaje evangélico al mundo entero. Y por lo mismo que Dios está presente en todas partes y en todas las cosas, penetra lo más íntimo del corazón del hombre, de manera que nada puede escapar a su mirada perscrutadora, ni palabra alguna sustraerse a su oído, celoso de su gloria.

Repetidas veces se afirma en las Sagradas Letras que Dios escudriña los ríñones y el corazón 7. Aquéllos son considerados como la sede de los sentimientos y sensaciones más íntimas 8; el corazón, de la inteligencia y la voluntad 9. Ambos términos van muchas veces juntos y designan los pensamientos y sentimientos más íntimos del hombre. En consecuencia, ningún pensamiento inicuo ni palabra blasfema puede quedar oculta a los ojos de Dios y sin que a su debido tiempos reciba el oportuno castigo. En la promulgación del Decálogo, Yahvé, al ordenar el culto al Dios de Israel, se presenta como un Dios celoso que castigaría las iniquidades de quienes le odian hasta la tercera y cuarta generación.

El autor de la Sabiduría concluye la primera perícopa de su libro con una exhortación a evitar los pecados de lengua, las murmuraciones inútiles, que no pueden en lo más mínimo hacer daño alguno a Dios, contra quien no pueden prevalecer los consejos y las maquinaciones de los hombres 10, y sí a quienes las profieren, pues recibirán su castigo. De la lengua embustera dice que da la muerte al alma. No quiere decir que toda mentira prive al hombre de la gracia santificante, que él desconocía. Seguramente se refiere a los razonamientos embusteros del capítulo siguiente, que suponen una vida impía que lleva a la muerte temporal y a la muerte eterna.

La muerte no proviene de Dios, sino del pecado (1:12-16).

12 No corráis tras la muerte con los extravíos de vuestra vida, ni os atraigáis la ruina con las obras de vuestras manos. 13 Que Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes. 14 Pues El creó todas las cosas para la existencia e hizo saludables a todas las criaturas, y no hay en ellas principio de muerte, ni el reino del hades impera sobre la tierra, 15 porque la justicia no está sometida a la muerte. l6 Pero los impíos la llaman con sus obras y palabras; mirándola como amiga, se desviven por ella; con ella hacen pacto, y por autores de ella merecen ser tenidos.

El pensamiento de la muerte, con sus desastrosas consecuencias para el malvado, lleva al sabio a hacer a sus lectores una apremiante exhortación a que observen una conducta conforme a la justicia, advirtiéndoles que no es Dios el autor de la muerte, sino las malas obras quien conduce a ella. El Génesis nos presenta en sus primeras páginas a Dios creando todas las cosas, y en particular al hombre. Al hacerlo se propuso indudablemente su existencia, no su destrucción; y así, al hombre le confiere la inmortalidad y a las cosas las destina a que sirvan perpetuamente de sustento al hombre y le ayuden a conseguir la inmortalidad mediante la práctica de la virtud. De modo que no hay en ellas principio alguno de destrucción que atienda a su exterminio, sino al contrario, ese principio de conservación que observamos en todas ellas. Ni tiene el hades (v. I4d), es decir, los poderes infernales, potestad alguna sobre la tierra y el hombre, pues la justicia no está sometida a la muerte del pecado en esta vida ni a la muerte eterna en la otra, sino que ella conduce a la inmortalidad a los justos, los cuales se encuentran en las manos de Dios, por lo que no los alcanzará el tormento 11.

La muerte tiene su origen en el pecado cometido en el paraíso a instigación del diablo. Si el hombre no hubiere pecado, hubiera sido inmortal, habría pasado de la tierra al cielo sin morir. Si alguna vez se dice que la muerte viene de Dios o que el Señor quiere la muerte 12, esto hay que entenderlo en el sentido de que es un acto de justicia que no puede menos de querer 13. El es infinitamente bueno y misericordioso, pero también infinitamente justo, y, por lo mismo, no puede menos de castigar la transgresión de sus leyes con el castigo merecido. Y son los pecadores quienes con su conducta se exponen a la muerte prematura, con que tantas veces les amenaza el autor de Proverbios 14, y caminan como de la mano hacia la muerte eterna en la otra vida. El autor sagrado describe con expresiones gráficas el afán con que los malvados se entregan a sus iniquidades, haciéndose por lo mismo acreedores al castigo divino: la llaman con sus palabras y con sus obras (v.16), pues sus murmuraciones y blasfemias, su lenguaje insolente contra los justos, su conducta para con ellos y desenfrenadas orgías, son como un llamamiento que están haciendo continuamente al castigo divino. Como el amante piensa a cada momento en su amada y se desvive por su compañía hasta consumar sus amores, así los impíos están siempre planeando impiedades que les conduce a la muerte, con la que parece han hecho alianza, de modo que en todas sus obras la buscan y con la que un día irremisiblemente se unirán en el hades.

1 La Vulgata traduce sb: y la virtud probada confunde a los necios, cuyo sentido es que el hombre constante en la virtud confunde y reprocha con su conducta la de los insensatos. — Viene mejor al contexto interpretar δύναμις de la omnipotencia divina y ελέγχω en el sentido de castigar que tiene a veces aun en el mismo griego clásico. — 2 El cód. A, algunos minúsculos y las versiones armena y copta leen; el Espíritu santo de la Sabiduría. — 3 Mt 23:1-33. — 4 Prov 8:31. — 5 Is 3:6; Jer 23:24; Sal 139:11-12. — 6 El autor emplea el verbo συνέχειν, que significa en los filσsofos griegos el lazo que une y mantiene unida una cosa. Algunos han querido ver en este verso 7 la doctrina estoica que considera a Dios como alma del mundo, confirmada, dicen, en 7:24; 8:1; 12:1. Si bien el término puede estar tomado de la filosofía griega, las ideas del autor sagrado, que están tomadas del A.T., difieren totalmente de las de los estoicos. Baste advertir que "el autor sagrado nunca usa la expresión alma del mundo, jamás deja entender que el espíritu se una a la materia inerte para comunicarle el movimiento. Se contenta con atribuir a la sabiduría creadora y ordenadora del universo ciertas cualidades que posee también el alma universal, en cuanto se la considera como la que cumple funciones que son en realidad la obra inmediata de la divinidad" (Tobac, Les cinq Livres de Salomón [Bruselas 1926] p.120). — 7 Jer 11:20; 18:10; Sal 7:10; Ap 10:23. — 8 Sal 16:7; Prov 23:16. — 9 Jer 11:20; Prov 2:2. — 10 prov 21:30; Sal 2:1-5. Cf. Mt 12:36; Ef 5:11; Tit 3:8; Heb 13:17. — 11 3:1-3 — 12 Ez 18:32; Eclo 11:14. — 13 11:11 2.1 ad 3. — 14 1:19; 2:22; 6:15, etc.

 

2. Razonamientos de los Impíos y Juicio del Autor Sagrado.

Pensamientos de los malvados (2:1-20).

l Pues neciamente se dijeron a sí mismos los que no razonan: "Corta y triste es nuestra vida, y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del hades. 2 Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida seremos como si no hubiéremos sido; porque humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón. 3 Extinguido éste, el cuerpo se vuelve ceniza y el espíritu se disipa como tenue aire. 4 Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras; y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol, que a su calor se desvanece. 5 Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga. 6 Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todo en nuestra juventud. 7 Hartémonos de ricos, generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral. 8Coronémonos de rosas antes de que se marchiten; no haya prado que no huelle nuestra voluptuosidad. 9 Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque ésta es nuestra porción y nuestra suerte. 10 Oprimamos al justo desvalido, no perdonemos a la viuda ni respetemos las canas del anciano provecto. 11 Sea nuestra fuerza norma de la justicia, pues la debilidad bien se ve que no sirve para nada. 12 Pongamos garlitos al justo que nos fastidia y se opone a nuestro modo de obrar y nos echa en cara las infracciones de la Ley y nos reprocha nuestros extravíos. 13 Pretende tener la ciencia de Dios y llamarse hijo del Señor. 14 Es censor de nuestra conducta; hasta el verle nos resulta insoportable. 15 Porque su vida en nada se parece a la de los otros, i y sus sendas son muy distintas de las nuestras. 16 Nos tiene por escorias y se aparta de nuestras sendas como de impurezas; ensalza el fin de los justos y se gloría de tener a Dios por padre. 17 Veremos si sus palabras son verdaderas, y probaremos cuál es su fin. 18 Porque si el justo es hijo de Dios, El le acogerá y le librará de las manos de sus enemigos. 19 Probémosle con ultrajes y tormentos, y veamos su resignación y probemos su paciencia. 20 Condenémosle a muerte afrentosa, pues, según dice, Dios le protegerá."

El autor sagrado nos presenta en este fragmento, uno de los más bellos de todo el libro por su estilo y vigor, los sentimientos de los impíos respecto de la vida presente (1-5), su actitud frente a los placeres de la vida (6-9) y su conducta frente al justo (10-20). Los impíos a que alude aquí el autor podrían ser también judíos apóstatas que, influidos por el ateísmo y materialismo de los epicúreos, abandonaron la ley y las tradiciones patrísticas 1.

La vida es corta, comienzan diciendo los impíos. Lo afirma también el salmista 2 y lo repetimos cada día los mortales. Añaden que aquélla es además triste; en realidad, el dolor y el sufrimiento parecen muchas veces algo congénito a nuestra vida humana y termina sólo cuando ésta llega a su fin. Ambas cosas proclama Job en su respuesta a Sofar: "El hombre, nacido de mujer, vive corto tiempo y lleno de miserias; brota como una flor y se marchita." 3 Y cuando llega la hora señalada, no hay en el mundo medicina alguna que pueda prolongar su vida sobre la tierra; ni ha habido hombre alguno que haya regresado del hades para gozar de los placeres que no gustó en el transcurso de sus días. La idea de una recompensa en el más allá, que ya se vislumbraba en el horizonte de la revelación, sería objeto de risa y burla para aquellos epicúreos materialistas.

Por lo que toca a nuestro origen, hemos venido a la existencia, piensan los impíos, por un mero azar (v.2), por una reunión fortuita de los elementos que constituyen nuestro ser. Nuestro aliento es humo que se disipa, y nuestra razón una centella que salta con el latido del corazón, órgano motor de la vida psíquica para los epicúreos, de modo que, cuando él deja de latir, el cuerpo vuelve al polvo, y el hálito que respiramos — a eso se reduce para ellos el alma — -se disipa como la tenue brisa de una mañana de verano cuando el sol va avanzando en su carrera4. Nada, por tanto, queda después de la muerte que pueda continuar gozando o haya de sufrir un castigo. Lo único que podría sobrevivir a la muerte es la buena fama que recomendase nuestro nombre a la posteridad; pero esto, como dice el salmista, está reservado a los justos 5; por lo demás, no suele soñar con él el espíritu materialista de los epicúreos, y, en todo caso, pasado algún tiempo, todo cae en el olvido. No queda en nuestra mano más que esta vida fugaz, que pasa como la sombra proyectada por una nube que lleva el viento 6. El sello que hace definitiva e irrevocable una sentencia se pone también a la muerte, de modo que nadie puede cambiar su último destino. "Los materialistas de nuestros días — escribe Lesétre —, esforzándose por dar a la negación de la espiritualidad e inmortalidad del alma una fórmula de apariencia más científica, no se apartan del pensamiento de sus predecesores; que el alma sea una centella producida por la palpitación del corazón, o, como se la define al presente, el conjunto de las funciones del cerebro y la medula espinal, es lo mismo. Pero si con el cambio de fórmula la filosofía no ha ganado nada, se convendrá en que la poesía ha perdido mucho."7

Dada la brevedad de la vida y el vacío que en el pensamiento de los impíos sigue a la muerte, no ven otra conclusión lógica que disfrutar de los placeres de la vida presente: "comamos y bebamos, que mañana moriremos" (v.6-8). San Pablo mismo ve natural esta conclusión negada la resurrección de los muertos8. Y esto con toda rapidez, dado que la juventud, tiempo el más propicio para gozar de la vida, se marchita pronto como flor primaveral, y con toda intensidad, de modo que ningún placer quede por gustar, como indica la fraseología que el autor sagrado pone en boca de los impíos. El vino simboliza los placeres de la mesa. Los perfumes pueden referirse a la costumbre oriental de mezclarlos con el vino o a la de perfumarse el cuerpo, doble uso que el contacto con los orientales introdujo en los judíos 9. Las coronas de rosas eran utilizadas por los griegos en sus festines; no es fácil determinar hasta qué punto se introdujo esta costumbre entre los judíos 10. La voluptuosidad comprende no sólo los placeres sensuales, sino en general todos los deleites ll. Esta es nuestra porción y nuestra suerte (v.8), pone en boca de los impíos el autor sagrado; los mismos términos que emplea la Biblia para expresar lo que Yahvé tenía que ser para el alma y el corazón de los israelitas, y que en nuestro caso indican hasta qué punto los malvados se entregan y viven para los placeres de la tierra. También la ascética cristiana invita a los cristianos a meditar en la brevedad de la vida y considerar la caducidad de los placeres terrenos, pero con una mira muy distinta a la de los impíos. Nosotros sabemos que a la vida presente sigue otra en el más allá, en la que el hombre será eternamente feliz o eternamente desgraciado. Cada uno ha de merecer en los cortos días de su vida, que, por lo mismo, deberá aprovechar bien, la bienaventuranza eterna, la cual exige en esta vida moderación en los placeres terrenos y a veces renuncias costosas a los mismos.

Él autor de Proverbios afirma que "las entrañas de los malvados son crueles" 12. En efecto, no contentos con seguir sus liviandades, se vuelven crueles e inhumanos con los justos y los débiles (v.10-11). Los grandes libertinos son con frecuencia los más crueles perseguidores. Las primeras víctimas son los débiles, el justo desvalido, la viuda, el anciano, es decir, aquellos que no pueden salir en defensa propia y a quienes, por lo mismo, amparaba la ley mosaica 13. La impiedad y el libertinaje matan los sentimientos de compasión y caridad que todo corazón noble siente hacia los desgraciados y menesterosos, y, cuando estos sentimientos faltan, la única ley es la de la fuerza; el débil no tiene derecho a vivir y parece destinado a perecer bajo la opresión de los tiranos.

El v.12 presenta la razón de las asechanzas de los impíos contra los justos: la conducta de éstos es un continuo reproche para quienes se entregan a toda clase de impiedades. La mención que hace de la ley indica que el autor sagrado se refiere en particular a los judíos apóstatas. Había en la dispersión judíos que permanecieron fieles-a la ley mosaica y a las tradiciones de los antepasados, sin dejarse corromper por el ambiente pagano en que tenían que vivir. Estos podían gloriarse de poseer el verdadero conocimiento de Dios y ser miembros de su pueblo escogido, a quien habló por los profetas. La conciencia y profundo convencimiento que tenían de esta realidad era lo que los mantenía firmes en su fe aun lejos de su patria. Otros judíos, en cambio, con el tiempo se dejaron influir por el ambiente e ideas de los gentiles y apostataron de la fe de sus padres. Naturalmente, para éstos la actitud de los israelitas fieles a la ley venía a ser un reproche, que por lo continuo y punzante resultaba intolerable. Entonces no queda más que un dilema: o abandonar las impiedades o hacer desaparecer al justo. Lo primero es casi imposible cuando el corazón se ha abismado en el fango de las liviandades; y como el libertinaje se alía fácilmente con la crueldad, los impíos se deciden por la persecución de los justos. Efectivamente, la vida de los israelitas era muy distinta de la de los gentiles, tanto que había provocado una profunda sima entre ambos. La de aquéllos estaba informada por la fe en un solo Dios Padre, que los escogió como pueblo peculiar suyo, y la moral austera del Antiguo Testamento, concretada en los diez mandamientos y toda una serie de preceptos rituales. La de los impíos, en cambio, por un politeísmo que deificaba hasta a los animales más repugnantes y una moral epicúrea y materialista que los entregaba sin control a los placeres de la tierra. Los israelitas, gloriándose en su condición de pueblo escogido y poniendo su esperanza en la inmortalidad feliz que espera a los justos, llegaron a despreciar a los gentiles, considerándolos como algo impuro a que no se puede permitir la entrada en el templo y ni siquiera sentarse con ellos a una misma mesa. En la misma diáspora constituían grupos aparte que no se mezclaban con los gentiles. Estos, por su parte, sentían una repulsa no menor hacia los judíos, odiados y aborrecidos no sólo por los romanos, sino por todas las gentes 14.

La reacción de los impíos ante los pensamientos y la actitud de los justos es irónica y cruel; ¡cubrámosle de afrentas, se dicen, y condenémosle a muerte, a ver si Dios lo libra de nuestras manos! (v. 19-26). Más de una vez los gentiles y los mismos judíos apóstatas, llevados del odio a los justos, les prepararían intrigas ante los soberanos con el fin de someterlos a los más duros tormentos e inferirles, cuando fuera posible, una muerte afrentosa. El Señor permitía todo esto a sus siervos. Nosotros conocemos el lazo misterioso, que los mismos paganos adivinaron 15, existente entre la virtud y el sufrimiento. Son las contrariedades lo que fortalecen las virtudes, y aseguran, por lo mismo, un grado de gloria mayor por un acercamiento más próximo al Señor. Por eso Dios librará a los justos de caer en la tentación, pero permitirá las persecuciones, que ponen a prueba y fortalecen su fe y su paciencia.

Llama la atención el parecido de esta perícopa 10-20 con el salmo mesiánico 22 y el poema del Siervo de Yahvé 16, y la semejanza de actitud de los impíos respecto de los justos a que aquí se alude con la conducta observada con Cristo por parte de sus enemigos. 17. Debido a ella, un buen número de Padres interpretaron la perícopa en sentido literal del Mesías, viendo en ella una profecía de la pasión 18. Creemos que, en sentido literal histórico, el autor sagrado se refiere a los israelitas justos, que hubieron de sufrir persecución por parte de los gentiles y judíos apóstatas. Pero teniendo en cuenta que el Espíritu Santo es el autor principal de la Sagrada Escritura, no es difícil descubrir un sentido típico en relación con el Mesías, pues lo que la Sabiduría dice de los israelitas justos se verificó, y de una manera eminente, en Jesucristo. Y considerando las expresiones empleadas por el autor sagrado y su cumplimiento, literal incluso en cuanto a algunas frases, pensamos que el Espíritu Santo, por encima del sentido literal histórico que aquél quiso expresar, incluyó en sus palabras un sentido más pleno y profundo que señalaba al Justo por antonomasia.

Juicio sobre los razonamientos de los impíos (2:21-24).

21 Estos son sus pensamientos, pero se equivocan, porque los ciega su maldad, 22 y desconocen los misteriosos juicios de Dios, y no esperan la recompensa de la justicia ni estiman el glorioso premio de las almas puras, 23 Dios creó al hombre para la inmortalidad y le hizo a imagen de su propia naturaleza; 24 mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

El autor del libro emite su opinión sobre los razonamientos de los impíos: se equivocan de lleno quienes así razonan. Y la razón es que los ciega su maldad. Jesucristo decía de quienes no recibieron su mensaje que amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas 19. Y San Pablo escribe que los gentiles tenían la verdad aprisionada con sus injusticias 20. La impiedad del corazón y la entrega a los placeres materiales nublan la inteligencia y le impiden ver la luz de las verdades ultraterrenas. Así, los impíos a que se refirió el autor sagrado no descubren los misteriosos designios de Dios, que permite a los justos los sufrimientos con el fin de que merezcan una felicidad eterna, mientras que ellos juzgan su vida como algo estéril, inútil y necio.

Descorriendo un poco más el velo que cubre los misteriosos designios divinos, el autor sagrado afirma que Dios ha creado al ser humano para gozar de una bienaventuranza inmortal (v.23), de modo que no todo acaba con la muerte, como opinan los impíos, sino que sobrevive a esta vida presente. Y añade que lo ha creado a imagen de su propia naturaleza. En la mente del autor del Génesis 21, la semejanza radica en la naturaleza racional del hombre. El autor de la Sabiduría, que se coloca en un plano ultraterreno, se refiere a la felicidad eterna y gloriosa en la casa del Padre, eterno e infinitamente feliz y glorioso. San Pedro señalará el último grado de la revelación sobre este particular cuando afirma que hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina 22.

Pero por culpa del diablo entró la muerte en el mundo. Llevado de la envidia ante el estado de felicidad en que Dios colocó a nuestros primeros padres, tentó a Adán y Eva, que, cometiendo el pecado original, introdujeron la muerte en el mundo. El autor alude al relato del Génesis 23 y designa al tentador por su propio nombre, como lo llamará también después San Juan en el Apocalipsis. Quienes hacen las obras del demonio, concluye, reproducen en sí mismos su imagen, haciéndose hijos suyos. Estos experimentan la muerte del cuerpo, que es común a justos y pecadores, y la muerte del alma, a que en este lugar se refiere el autor, que los priva de la inmortalidad feliz en el más allá.

1 Cf. v.12; A. DupoNT-Sommer, Les "impies" du Livre de la Sagesse sont-ils des épicu-riens?: Riistrel ni (1935) 90-109. — 2 Sal 36:9. — 3 14:1-2. — 4 Para Lucrecio, materialista epicúreo, el alma humana es un compuesto de aire, vapor y calor; y escribe: "Es necesario admitir que toda la substancia del alma se disipa, como el humo, en las altas regiones del aire, pues que la vemos nacer con el cuerpo, crecer con él y... menoscabarse con él bajo la fatiga de los años" (De natura rerum III 455). Cf. F. Stummek, Beitrdge zur Exegese der Vulg. (Sap 2:2; 15:18; Le 1:18): Zaw 62 (1949) 152-167. — 5 Sal 111:7. — 6 Cf. idénticas comparaciones en i Par 8:9; 29:15; Os 13:3; Sal 108:23; Ecl 8:13. — 7 O.c., p.33. — 8 1 Cor 15:32. — 9 Sal 22:5; Prov 9:5; Mt 6:15. — 10 Is 28:1; 2 Mac 6:7; Eclo 32:2. — 11 El 8b falta en el griego. Se encuentra en la Vulgata. El paralelismo parece exigirlo y considerar como duplicado el 9a. — 12 12:10. — 13 Cf. Lev 19:32; Dt 14:28-29; 2 Mac 3:10; Is 10:2; Jer 22:3; Ez 18:11; 22:29. — 14 Cf. th. Reinach, Textes d'auters grecs et romains relatifs au Juda'isme. Filóstrates escribe: "ludaei non solum Romanis, sed universo generi humano adversantur. Homines qui excogitaverunt viam separatam, et qui cum caeteris nec mensam, nec libationes, nec preces, nec sacrificia communia habent, illi nomines a nobis distant magis quam Suza et Bactra et quam ipsi indi" (Vita Apol. V 33). — 15 Platón escribe: "El justo será expuesto a los azotes, a la tortura; será aherrojado en los cepos, se le quemarán los ojos, morirá sufriendo toda clase de males, se lo llevará al palo de la infamia" (De Republ. II 25 ed. Didot). — 16 Is 42:1-9; 49:1-13; 50:4-9; 52:13-53:12. — 17 Compara 2:13a con Jn 7:16; 15:15 y 11:27; Sab 2:13b y i6d con Jn 5:18 y 19:7; Sab 2:18 con Mt 27:43. Compara también 2:18 con Is 50:5; 53:7. — 18 Así San Hipólito, Orígenes, San Atanasio, San Cipriano, San Ambrosio, San Cirilo, San Agustín. — 19 Jn 3:19. — 20 Rom 1:18. — 21 1:27. — 22 2 Pe 1:4. Los cód. BSA, mayoría de los minúsculos y Clemente de Alejandría dicen ιδιότητος (naturaleza). Algunos minϊsculos y la siro-hexaplar άϊδιότητο$ (eternidad). Es menos probable la lecciσn de la Vulgata y versiones copta y etiσpica: ομοιότητας (semejanza). — 23 12:9; 20,2. Cf. S. Lyonnet, Le sens de πειράζειν dans Sab 2:24 et la doctrine du pechι oriqinel: Bib 39 (1958) 27-33; A. M. Dubarle, Le peché originel dans les livres sapi&ntiaux: RThom 56 (1956) 597-619.

 

3. Contrastes Entre la Suerte de los Justos y de los Impíos.

Primer contraste: Premio eterno de los justos y castigo de los impíos (3:1-12).

1Las almas de los justos están en las manos de Dios, y el tormento no los alcanzará. 2 A los ojos de los necios parecen haber muerto, y su partida es reputada por desdicha; 3 su salida de entre nosotros, por aniquilamiento. Pero gozan de paz. 4 Pues, aunque a los ojos de los hombres fueran atormentados, su esperanza está llena de inmortalidad. 5 Después de un ligero castigo serán colmados de bendiciones, porque Dios los probó y los halló dignos de sí. 6 Como el oro en el crisol los probó y le fueron aceptos como sacrificio de holocausto. 7 Al tiempo de su recompensa brillarán y discurrirán como centellas en cañaveral. 8 Juzgarán a las naciones y dominarán sobre los pueblos, y su Señor reinará por los siglos. 9 Los que confían en El conocerán la verdad, y los fieles a su amor permanecerán con El, porque la gracia y la misericordia son la parte de sus elegidos. 10 Pero los impíos, conforme a sus pensamientos, tendrán su castigo, pues despreciaron al justo y se apartaron del Señor. 11 Porque desdichado el que desecha la sabiduría y la disciplina; su esperanza es vana, y sus trabajos infructuosos, e inútiles sus obras. 12Sus mujeres son insensatas, y perversos sus hijos, y su posteridad maldita.

El capítulo precedente ha presentado la diversa suerte de los justos y la de los impíos en esta vida desde el punto de vista de la felicidad meramente humana: mientras los primeros son vejados y oprimidos, los segundos se entregan a toda clase de placeres y orgías. ¿Dónde está la justicia de Dios? El autor de la Sabiduría ha hallado la solución al problema que atormentaba a Job y Cohelet. A esta vida terrena sucede otra eterna en el más allá, en la que los justos reciben la recompensa de sus trabajos y sufrimientos, y los impíos el castigo de sus impiedades.

Las almas de los justos, comienza afirmando el sabio, están bajo la protección de Dios. Lo están en esta vida, por lo que las persecuciones y sufrimientos no hacen sino fortalecer más y más sus virtudes y hacerles merecer una mayor gloria. Lo están en la otra, en que reciben del Señor una felicidad plena y eterna que nadie puede arrebatarles.

A los ojos de los necios, que carecen de fe y esperanza en el más allá; de los impíos perseguidores, que les dieron muerte, los justos parecen haber acabado sus días para siempre, y tienen por desdicha un fin que los priva de la única vida y de los únicos placeres que ellos conocen. Pero la realidad, constata el autor sagrado, es muy distinta: la muerte ha sido para ellos el principio de una vida plenamente feliz junto a Dios, llena de paz. En los hebreos, la paz designa todo bien y toda felicidad. El Mesías sería el príncipe de la paz 1. Los cristianos emplean desde los primeros tiempos de la Iglesia este término en los epitafios a sus muertos, y vienen muy bien en este lugar para designar esa dicha feliz junto a Dios que sigue a la lucha y persecuciones por parte de los impíos.

Los versos siguientes (4-6) ponen de relieve el valor de los sufrimientos de los justos. Estos fueron durante su vida atormentados por los impíos, pero la esperanza en Dios y en una inmortalidad feliz, la conciencia de que la muerte no es más que el paso para entrar en ella, les daba una fortaleza heroica para sufrir con resignación y hasta con alegría los tormentos a que eran sometidos. Era lo que animaba a los jóvenes Macabeos a morir por las tradiciones patrias frente a la persecución de Antíoco; lo que daba energías a aquella madre a que estimulara a sus hijos a que perseveraran firmes en el martirio; lo que impulsó a legiones de mártires a dar la vida en medio de horribles tormentos por Cristo. Los tormentos venían a ser para ellos como un ligero castigo en comparación con la felicidad inmensa que les seguiría, una prueba con la que tenían que demostrar su fidelidad y su amor a Dios, que los haría dignos de El; castigo y prueba que purificaría sus almas como el oro en el crisol 2 y las presentaba como un sacrificio de holocausto ante el Señor. En este sacrificio no se reservaba parte alguna de la víctima para los oferentes, sino que toda ella era consumida; imagen apta, por lo mismo, para expresar que las tribulaciones, y en especial el martirio, son el sacrificio más perfecto y agradable que el hombre puede ofrecer a Dios. Esta idea inspiraba a San Ignacio de Antioquía aquellos conocidos sentimientos: "Yo soy trigo de Dios. Que yo sea molido por los dientes de las bestias para que venga a ser pan puro de Cristo. Rogad a

Cristo por mí a fin de que mediante estos instrumentos venga a ser una hostia."3

Los versos 7-9 hablan de la gloria de los justos y nos llevan al final de los tiempos. Cuando Dios les otorgue la gloria inmortal, resplandecerán con todo fulgor en los cielos. Daniel dice que los justos brillarán como estrellas en el firmamento 4, y Jesucristo que lucirán como el sol en el reino de su Padre5. Ellos, que durante su vida mortal fueron vejados y oprimidos como indefensos bajo el poder de los impíos, ahora serán sus jueces; prerrogativa que Jesucristo atribuyó a los apóstoles y San Pablo extiende a todos los cristianos 6. Los juzgarán no en un juicio de estilo forense, sino con su misma conducta ejemplar, que será un reproche y condenación de los malvados 7. Y dominarán sobre los pueblos. "A la mañana — escribe el salmista — dominan los justos sobre los impíos, mientras el abismo abre sus fauces y consumirá su lozanía."8

El dominio de los justos en la inmortalidad no será un dominio de orden humano y temporal, como el que los judíos esperaban para los tiempos mesiánicos, sino espiritual; reinarán eternamente con Dios en la gloria, a quien Cristo entregará sus poderes cuando haya conquistado todos los redimidos para que sea Dios todo en todas las cosas 9, Pusieron su confianza en el Señor, el cual les da a entender ahora la razón de su conducta al enviarles sufrimientos mientras los impíos gozaban; fueron fieles a su amor en la tierra y ahora permanecerán eternamente con El gozando de su gloria. Todo lo cual es debido, en último término, a la bondad y misericordia de Dios, que se goza en hacer bien a los elegidos.

Con razón la Iglesia ha escogido para la epístola de la misa de los mártires, fuera del tiempo pascual, la perícopa 1-8. Mientras sus cuerpos eran atormentados por los hombres, sus almas estaban seguras en las manos de Dios. El don de fortaleza de su divino Espíritu los mantuvo firmes en el martirio, y ofrendaron al Señor el holocausto de sus vidas, y ahora reinan con Cristo y gozan de gloria eterna en la casa del Padre. "En unos cuantos versos — escribe Weber —, el libro de la Sabiduría ha resuelto con simplicidad, pero con una claridad hasta ahora desconocida, el problema del sufrimiento, que tanto había preocupado a los otros hagiógrafos, sus predecesores; el cristianismo no tendrá sino que completar estas nociones, añadiendo la idea del valor redentor del sufrimiento de todos (Col 1:24) y la de la imitación de Cristo crucificado (Lc 9:23...), para que tengamos una respuesta satisfactoria a este gran misterio del dolor humano permitido por Dios, y que nuestra sensibilidad rehuye tan obstinadamente."10

Por el contrario, los impíos sufrirán el castigo por la actitud malvada que reflejan en sus razonamientos contra los justos (v. 10.12). Cometieron un doble delito: despreciaron y persiguieron al justo n y se apartaron del Señor; esto podría entenderse de los gentiles, dado que el culto a los ídolos es un apartarse del Dios verdadero; pero es más probable que el autor aluda a los judíos apóstatas, cuya defección tenía que indignar al autor sagrado. Son en verdad desgraciados quienes desprecian la sabiduría y la disciplina, es decir, el conocimiento de Dios y la actitud moral que él lleva consigo. Su esperanza es vana, en contraste con la felicidad eterna, que colma la de los justos 12; sus trabajos infructuosos, como realizados en pecado, no tienen valor alguno para la vida eterna.

Los efectos de su maldad repercutirán en sus mismos familiares. "La impiedad de los hijos — escribe Lesétre — no es la consecuencia fatal de la iniquidad de su padre, sino el resultado habitual de la educación que ellos reciben y de los ejemplos que tienen ante sus ojos."13 El hombre impío fácilmente con su ejemplo, cuando no con su persuasión y amenazas, hace a su mujer y a sus hijos partícipes de su maldad. La afirmación es también verdadera en el supuesto contrario. "Los mandos — escribe A Lapide — que quieran a sus esposas y a sus hijos virtuosos y castos, denles ellos ejemplo de honradez y castidad; ellos seguirán este ejemplo, y Dios premiará la rectitud del marido con este premio."14

Segundo Contraste: Mejor Esterilidad con Virtud que Fecundidad con Maldad (3:13-18).

13 Pero, aun estéril, dichosa es la incontaminada, que no conoció el lecho pecaminoso; tendrá parte en el premio de las almas santas. 14 Dichoso también aun el eunuco que no obró maldad con sus manos, ni ha concebido malos pensamientos contra el Señor, porque le será otorgado un especial galardón por su fidelidad y un muy deseable puesto en el templo del Señor. 15 Porque glorioso es el fruto de los trabajos honrosos, y la raíz de la sabiduría es imperecedera. 16 Pero los hijos de las adúlteras no lograrán madurez; la descendencia del lecho criminal desaparecerá. 17 Y aun si alcanzan larga vida, serán tenidos en nada, y su ancianidad será al fin deshonrosa. 18 Y si muriesen prematuramente, no tendrán esperanza, ni consuelo en el día del juicio. El fin del injusto linaje es nefasto.

El último verso de la perícopa precedente lleva al autor sagrado a contrastar la suerte de quienes, sin haber tenido posteridad familiar, practicaron la virtud con la de aquellos que, habiendo tenido una numerosa descendencia, se dieron a la impiedad. La Ley presenta la descendencia numerosa como una bendición a los justos en recompensa de su virtud, y la esterilidad como un oprobio y castigo de Dios a los impíos, que quedaban, por lo mismo, excluidos entre los ascendientes del Mesías 15. Sin embargo, la esterilidad que se abstuvo del pecado y no se contaminó con uniones adulterinas o incestuosas tendrá parte en el premio de las almas justas y gozará, como ellas, de la gloria inmortal. Semejante suerte espera al eunuco impotente para engendrar hijos por naturaleza o por la acción de los hombres. El Deuteronomio lo excluye de la asamblea de Yahvé 16. Isaías, sin embargo, dice que Yahvé dará un nombre eterno a los eunucos que hicieren lo que es grato al Señor. Nuestro autor dice que los que observaren una vida justa obtendrán un galardón especial y un puesto muy deseable en el templo del Señor (v.14). El Nuevo Testamento encomia, sobre el estado matrimonial, la virginidad voluntariamente abrazada por amor al reino de los cielos, pues une al alma más íntimamente con Dios y deja más libre su corazón para entregarse por su amor al bien de las almas', redimidas con la sangre de Cristo. Estas almas, que se vieron privadas en la tierra de las satisfacciones de la carne, obtienen en ella un sentido y gusto especial por las cosas espirituales, y en el cielo una gloria especial, como dice San Agustín, sobre los demás glorificados. La razón de todo ello es que las buenas obras merecen un premio glorioso, tanto mayor cuanto mayor esfuerzo hubo de poner el justo para realizarlas. La raíz de las mismas, que es la sabiduría, el conocimiento de Dios y cumplimiento de su voluntad, produce frutos de vida inmortal.

En cambio, la descendencia de los adúlteros tendrá la mayoría de las veces un fin funesto en esta vida y en la otra (v.16-18). La ley de Moisés prohibía fueren admitidos en la asamblea de Yahvé ni aun en la décima generación. El sabio dice que no llegarán a la madurez; suelen heredar los vicios de los padres, que debilitan sus energías físicas y les impiden alcanzar una edad avanzada. Y si la consiguen, sus días estarán llenos de deshonra; no hay vicio que repela tanto como la lujuria; su vejez no se verá rodeada de esa estima y reverencia que la acompañan cuando las canas de la ancianidad siguen a una vida virtuosa. Si les sorprendiere una muerte prematura, carecerán de la esperanza de las almas justas; en el día del juicio, en lugar del premio que éstas reciben, ellos obtendrán el castigo de sus liviandades. Dice el salmista que la desgracia mata al impío 17, y Ben Sirac afirma que el camino de los pecadores está enlosado, pero su fin es la sima del hades 18.

1 Is 9:6; Le 2:14. — 2 Sal 66:10; Prov 17:3; Ecl 2:5. — 3 Rom 4. — 4 12:3. — 5 Mt 13:43. Otros interpretan: cuando en un cañaveral se declara un incendio, éste se propaga rápidamente, y el fuego abrasa y consume todas las cañas. Así la gloria y resplandor de los justos reducirá a cenizas, a la oscuridad, los impíos que los persiguieron (Weber, Lesétre, Fischer). — 6 Mt 19:28; Lc 22:30; 1 Cor 6:2; Ap 20:4. — 7 Lc 11:31. — 8 Sal 49:15; 2:9-10; 72:8-11; 110:1; 149:6-9; Dan 7:22.27. — 9 1 Cor 15:28; Ef 2:6; 2 Tim 2:12. — 10 O.c., p.417. — 11 Si bien του δικαίον podrνa tomarse como neutro, dado que se refiere al justo de que habla en el c.2, es preferible considerarlo como masculino con la mayoría de las versiones. — 12 Is 59:5-7; Prov 10:24. — 13 O.c., p.43. — 14 O.c., p-341. — 15 Gen 16:1-4; Ex 23:26; Lev 20:20-21; Dt 7:4; Os 9:14; Sal 77:31; Lc 1:25. — 16 23:1. — 17 34:22. — 18 21:11.

 

4. Contrastes Entre la Suerte de los Justos y de los Impíos.

Tercer Contraste: Más Sobre la Esterilidad con Virtud y la Fecundidad del Pecado (4:1-6).

1 Mejor es la esterilidad con virtud, pues su memoria es inmortal, porque es conocida de Dios y de los hombres. 2 Presente la imitan, ausente la desean; en el siglo venidero triunfará coronada, después de haber vencido en combates inmaculados. 3 Pero la numerosa prole de los impíos es sin provecho, y los troncos bastardos no echarán hondas raíces ni tendrán suelo seguro. 4 Pues aunque sus ramas verdeen por un tiempo, no estando fuertemente fijas, serán sacudidas por el viento, y por la violencia del vendaval arrancadas de ;cuajo. 5 Las ramas serán quebradas antes de su desarrollo; su fruto será inútil, no madurará, de nada servirá. 6 Porque los hijos nacidos de uniones ilegítimas serán testigos contra sus viciosos padres al ser interrogados.

El autor sagrado hace un segundo elogio de la esterilidad con virtud sobre la posteridad numerosa fruto de impiedades. Su memoria, dice, es inmortal. Lo es ante los hombres, que rinden homenaje de admiración a quienes triunfan en la virtud de las almas fuertes, por la que se sienten cautivados aun aquellos que no se sienten con fuerza para practicarla. Lo es ante Dios, que recompensa con una gloria feliz inmortal en la vida eterna a quienes en un matrimonio estéril guardaron la castidad matrimonial, porque vencieron en el combate sin dejarse mancillar. La imagen empleada por el autor (v.2c) es expresiva. San Pablo la repite en sus cartas 1, y está tomada de la recompensa que se otorgaba al atleta que vencía en la palestra. Con el pecado original se perdió la armonía que existía entre nuestras facultades superiores e inferiores, por la que éstas estaban sujetas a aquéllas, y todas a Dios, y se originó esa lucha tremenda entre la razón y las pasiones que ha convertido nuestra vida sobre la tierra en una milicia 2, en la que a manera de atletas es preciso luchar especialmente contra el enemigo terrible de la lujuria 3.

La numerosa descendencia de los impíos, en cambio, será desventurada (v.3-6). No podrán prosperar, porque son como árboles bastardos, que no echan sólidas raíces y son arrancados por el viento antes que maduren sus frutos. Con frecuencia el vicio agota sus energías físicas y son cortos los días de su vida. A veces parecen prometer ciertos frutos de virtud, pero la propensión que heredaron de sus padres ai vicio y el mal ejemplo de éstos ahogan los mejores propósitos. Ellos, que llevan sobre sí la impronta de los vicios de sus padres, serán en esta vida oprobio y vergüenza para sus progenitores, y en el día del juicio serán los acusadores de sus pecados ante el tribunal de Dios. El contexto en que están escritos estos versos hace pensar que el autor sagrado tiene en su mente no sólo la ruina temporal, sino también la eterna de los impíos.

Cuarto contraste: Muerte prematura del justo y longevidad del impío (4:7-19).

7 Pero el justo, si muriese prematuramente, estará en paz. 8 Que la honrada vejez no es la de muchos años, ni se mide por el número de días. 9 La prudencia es la verdadera canicie del hombre, y la verdadera ancianidad es una vida inmaculada. 10 El que se hizo grato a Dios fue amado de El, y viviendo entre los pecadores fue trasladado. 11 Fue arrebatado por que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma. 12 Que la fascinación del vicio corrompe el bien, el vértigo de la pasión pervierte la mente sana. 13 Llegado en poco tiempo a la perfección, vivió una larga vida. 14 Pues su alma era grata al Señor; por esto se dio prisa a sacarle de en medio de la maldad. Los pueblos lo vieron, pero no lo entendieron, ni sobre ello reflexionaron; 15 que la gracia y la misericordia es para los elegidos, y la visitación para los santos. 16 El justo muerto condena a los impíos vivos, y la juventud pronto acabada condena los muchos años del impío. 17 Verán el fin del sabio, sin entender los designios del Señor sobre él, ni por qué le puso en seguridad. 18 Verán y se burlarán, pero el Señor se reirá de ellos. 19 Y después de esto vendrán a ser como cadáveres sin honor, y serán entre los muertos oprobio sempiterno; porque los quebrantará, reduciéndolos al silencio, y los sacudirá en sus cimientos, y serán del todo desolados, y serán sumergidos en el dolor, y perecerá su memoria.

Contra las afirmaciones de la perícopa precedente pue4e hacerse una objeción: ¿No mueren también prematuramente los justos y no desaparece a veces pronto su posteridad? Ciertamente, pero la tal muerte, lejos de ser una desgracia para ellos, viene a ser un beneficio. Lo demuestra el autor sagrado con tres consideraciones. En primer lugar, la muerte libra a los justos de los trabajos y persecuciones a que son sometidos en esta vida y les introduce en una vida feliz, llena de paz, junto a Dios4. Por lo demás, lo que hace honorable una vejez no es el gran número de años, sino la prudencia con que ha sabido conducirse en la vida y la práctica de la virtud. Aquel, por tanto, que durante una vida corta ha cumplido con perfección admirable la ley de Dios, aunque muera prematuramente, puede ser anciano en la virtud y digno de estima y veneración. La Iglesia ha colocado en los altares a santos como Santa Inés, que da su vida por Cristo cuando comenzaba su adolescencía 5, y a Santo Domingo Savio, que escala cumbres de la santidad a los quince años. Los mismos paganos opinaban de esta manera: "Nadie ha vivido demasiado poco — escribe Cicerón — si ha finalizado plenamente en sí mismo la perfección de la virtud."9

Otra de las razones por las que Dios permite la muerte prematura de los justos es librarlo de incurrir en la maldad y corrupción que le rodea (v. 11-12). El autor comienza aludiendo al caso de Henoc, como indica la correspondencia de las expresiones que emplea con las del Génesis7, el cual vivió una vida corta en comparación con la de los otros patriarcas, pero rica en virtud, si bien el autor sagrado habla aquí del justo en general que vive cortos años sobre la tierra. Dios, que lo ama, lo traslada — eso es para él la muerte, el paso de una vida a la otra — a la eternidad para que la impiedad que reina en el mundo no extravíe su alma. En un ambiente corrompido y corruptor, los malos ejemplos y los placeres de la carne pueden arrastrar al mal. Este tiene una fuerza inmensa sobre nosotros cuando tiene como aliado a la concupiscencia, cuyo vértigo, como confirma la experiencia, zarandea y hace sucumbir a espíritus fuertes. No falta cuando el mal se presenta envuelto bajo la capa de bien, y entonces su poder de seducción puede fascinar a los incautos. De este texto se sirven los teólogos para atribuir a Dios el conocimiento de los futuribles, es decir, de los sucesos que hubieren tenido lugar de haberse verificado una condición que de hecho no se verificó. Los comentaristas citan a este propósito un precioso testimonio de Bossuet: "Dios prolonga la vida o la abrevia según los designios que ha formado desde toda la eternidad acerca de la salvación de los hombres; así es por efecto de una predestinación gratuita por lo que conserva la vida de un niño y trunca los días de otro, haciendo, por lo mismo, que uno reciba el bautismo, mientras el otro queda privado de él, o que uno muera en estado de gracia, sin que la malicia haya podido corromperlo, mientras que el otro queda expuesto a las tentaciones en las que Dios ve que va a perecer. ¿Qué razón podremos señalar nosotros a esta diferencia sino la pura voluntad de Dios?" 8 El Tridentino nos enseña la conducta que- debemos seguir frente al misterio de nuestra predestinación: colocar en la ayuda de Dios la más firmísima esperanza. Dios, si no hay fallo por nuestra parte, que ha comenzado en nosotros la buena obra, la llevará a feliz término obrando en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito 9.

En tercer lugar, quien vivió santamente los días de una vida corta, en realidad, por lo que a la vida del espíritu se refiere, ha recorrido una larga carrera que otros no llevan a cabo en largos años, y ha cumplido su misión en este mundo (v. 13-16). La edad es perfecta, dice San Ambrosio, cuando ha sido perfecta la vida 10. Una vez realizado el fin de su vida sobre la tierra, Dios, que se complace en el alma del justo, se apresura a sacarlo de ella, con lo que nunca dejará de serle grato. Los mismos paganos decían que aquel a quien aman los dioses muere joven 11. Las gentes que carecen de la fe en el más allá no comprenden la muerte prematura del justo. Para quienes la vida sobre la tierra es el único bien de que el hombre puede gozar, resulta difícil de comprender la conducta de Dios, que aaranca de esta vida prematuramente al bueno y permite que campee largos años sobre la tierra el impío. San Agustín dice que esta actitud de Dios nos debía hacer pensar que los bienes de la tierra son falsos, porque Dios los da a sus enemigos, y que los bienes del cielo son los verdaderos, porque los reserva para sus elegidos, que son objeto de la benevolencia y misericordia de Dios y de su peculiar protección. Y así el justo que muere prematuramente lleno de virtud, condena al impío que vive muchos años en sus pecados, no con sus palabras, sino con su conducta virtuosa, que contrasta y pone al descubierto sus impiedades, condenación más eficaz que la de las mismas palabras.

Por su parte, los impíos, no comprendiendo los designios de Dios en su actitud para con el justo (v.17), se burlan de él. ¡Se dio a la mortificación de los sentidos y de las pasiones, no gustó los placeres de la vida, y, en premio a su virtud, Dios se lo lleva prematuramente! Fue realmente necio e infeliz. Así piensan ellos, pero el Señor se reirá de quienes así discurren, como ya había afirmado el salmista. Nuestro autor acumula expresiones para describir su desgracia. Ellos, que se ensoberbecían y despreciaban a los justos y humildes, vendrán a ser como cadáveres sin honor; para los judíos, verse privados de honrosa sepultura era la mayor ignominia en que podían incurrir. Serán oprobio sempiterno para sus mismos compañeros de infortunio, por quienes serán continuamente despreciados. Dios los quebrantará, sin que puedan ofrecer la más mínima resistencia, y reducirá al silencio de la humillación y la confusión a quienes blasfemaban de Dios y se burlaban de los justos. Abatirá la soberbia y el poder de quienes confiaban en su prosperidad y riquezas, que serán sumidos en la desolación y el dolor más profundos y más desesperantes al ver que su ruina no tendrá ni remedio ni fin.

La Iglesia ha tomado toda esta perícopa, añadiéndole 4:20-5:5, para las lecciones del primer nocturno de confesor no pontífice (segundo lugar), que señala para el oficio de los santos que vivieron un corto número de años. Y nosotros, añade Weber, podemos inspirarnos en ella para consolar a las familias afligidas por la pérdida de un ser querido, para asistir a los moribundos jóvenes en el momento de su paso a una vida mejor, y también para anteponer nosotros mismos la práctica de la virtud a cualquier otra cosa 12. El v.20 lo unimos a la perícopa siguiente.

1 1 Cor 9:25; 1 Tim 6:2; Heb 12:4. — 2 Job 7:1. — 3 La Vulgata traduce la: ¡Oh qué bella es una generación casta con gloria! Basándose en "tía, algunos ven aquí un elogio de la pureza en general y de la virginidad en particular. La Iglesia ha tomado estas palabras para el oficio de las vírgenes. En el texto se trata de la vida virtuosa y casta en el matrimonio estéril. — 4 La Vulgata traduce in refrigerio el término griego άνάπανσι$, que significa reposo, de modo que el sentido es el de 3:1-3. Por supuesto no se trata del purgatorio, al que el autor de la Sabidurνa no hace alusiσn alguna. — 5 "Infantia quidem computabatur in annis, sed erat senectus mentís immensa" (Ofic. div., resp.10). "Magisterium virtutis implevit, quae praeiudicium vehebat aetatis" (lee.5.a). — 6 Tuse. I 45:109. — 7 Cf. Gen 5:24 (LXX) y Eclo 44:16 — 8 Défense de la Trad. IX 22. — 9 Ses.6 0.13. — 10 Oración fúnebre de Teodosio. — 11 Plauto traduciendo un verso de Menandro. — 12 O.c., p.428.

 

5. El Justo y el Injusto Ante el Juicio Final.

Sentimientos de los impíos ante la gloria de los justos (4:20-5:1-14).

4 20 Verán llenos de espanto sus pecados, y sus crímenes se levantarán contra ellos, acusándolos. 5 * Entonces estará el justo en gran seguridad en presencia de quienes le persiguieron y menospreciaron sus obras. 2 Al verlo se turbarán con terrible espanto, y quedarán fuera de sí ante lo inesperado de aquella salud. 3 Arrepentidos, se dirán, gimiendo por la angustia de su espíritu: "Este es el que algún tiempo tomamos a risa y fue objeto de nuestro escarnio. 4 Nosotros, insensatos, tuvimos su vida por locura, y su fin por deshonra. 5 ¡Cómo son contados entre los hijos de Dios y tienen su heredad entre los santos! 6 Luego erramos el camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos alumbró, y el sol no salió para nosotros. 7 Nos cansamos de andar por sendas de iniquidad y perdición, y caminamos por desiertos solitarios, y el camino del Señor no lo atinamos. 8 ¿Qué nos aprovechó nuestra soberbia, qué ventaja nos trajeron la riqueza y la jactancia? 9 Pasó todo aquello como una sombra y como correo que va por la posta. 10 Como nave que atraviesa las agitadas aguas, sin dejar rastro de su paso ni del camino de su quilla por las olas. 11 Ο como ave que vuela por los aires, sin dejar seρal de su vuelo; pues si bate el aire con sus alas y lo corta con la violencia de su νmpetu, y se abre camino con el movimiento de sus alas, después ya no se halla señal de su paso. 12 O como flecha que se tira al blanco, que, aunque hienda el aire, luego éste vuelve a cerrarse, y no se conoce por donde pasó. 13 Así nosotros en naciendo morimos; sin dar muestra alguna de nuestra virtud nos extinguimos en nuestra maldad." 14 Sí, la esperanza del impío es como polvo arrebatado por el viento, como ligera espuma deshecha por el huracán, como humo que en el aire se disipa, cual recuerdo del huésped de un día que pasa de largo.

Se trata en este capítulo, a juicio de los mismos judíos l y de todos los autores católicos, del juicio final. El autor sagrado nos presenta la diversa suerte que en él tendrán quienes durante su vida practicaron la justicia y quienes caminaron por las sendas de la iniquidad. Estos, dice el autor, se sentirán sobrecogidos de espanto al ver la desdichada suerte a que les han conducido sus pecados, que tal vez habían olvidado, pero que se levantan ahora contra ellos como implacables acusadores que reclaman el justo castigo de quienes los cometieron. Y se llenarán, por otra parte, de estupor cuando contemplen gloriosos y llenos de felicidad, a la derecha de Dios, a los justos que ellos persiguieron, cuyos esfuerzos por practicar la virtud tanto menospreciaron.

Arrepentidos entonces, no con el arrepentimiento que lleva a la detestación de la culpa y obtiene el perdón, de que ya no son capaces pasado el tiempo de merecer, sino por la pena y aflicción que les causa la desgracia en que irremisiblemente han incurrido, reconocen su error. Las reflexiones que el autor pone en boca de los impíos son la contrapartida a las del c.2. Cuando ellos triunfaban en la vida y gozaban de sus placeres, mientras que los justos eran vejados y oprimidos, hacían burla de la vida de sacrificio y renuncia a los placeres prohibidos que éstos hacían y consideraban su vida como una necedad y un contrasentido. Y porque su conducta era un continuo reproche para sus costumbres libertinas, les hicieron objeto de escarnio y hasta maquinaron su ruina. Ahora se ven obligados a reconocer lo que Jesucristo predicaría en una de sus bienaventuranzas: "Dichosos los que sufren persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos... Dichosos cuando los insulten y persigan por causa del Señor...; pueden alegrarse, porque grande será su recompensa" 2. Serán conciudadanos de los ángeles y de los hombres glorificados, con quienes gozarán de una gloria inmortal. La liturgia ha escogido esta perícopa para la epístola de común de un mártir para el tiempo pascual.

Y volviendo los ojos a su propia desgracia (v.6), se lamentan de sus yerros: no acertaron con el camino que conduce a la verdadera felicidad, que es la práctica de la virtud y huida de los vicios. No guió sus pasos la luz de la justicia, que es el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios, manifestada en los mandamientos. No salió para ellos el sol que ilumina las almas; salió, sí, y apareció en la ley natural, en la ley positiva, en los dictámenes de la conciencia, pero los impíos cerraron obstinadamente los ojos a su luz, se dejaron cegar por sus pasiones, de modo que son culpables 3. Reconocen que se han entregado hasta más no poder a las satisfacciones terrenas y que recorrieron todos los caminos del placer. Sólo con uno no atinaron: con el camino del Señor, que es el que lleva a la verdadera felicidad. ¿Qué les aprovecha ahora, se preguntan desengañados, la jactancia con que se anteponían y despreciaban a los justos? ¿De qué les valen ahora aquellas riquezas en que pusieron su corazón, como si ellas pudieran dar la felicidad? El autor acumula imágenes en boca de los impíos (v.8-12) para expresar el carácter efímero de la vida del hombre sobre la tierra y la nada de sus placeres: la sombra que proyecta sobre la tierra la nube llevada por el viento; la noticia que corrió de boca en boca para, apenas oída, caer en el olvido; la nave que surca majestuosa los mares; el ave que cruza veloz los aires; la flecha disparada hacia el blanco. Todas estas cosas desaparecen muy pronto de nuestra vista, no dejando tras sí rastro alguno, a no ser el recuerdo de que un día lejano pasaron; cuando los impíos gozaban en la tierra, tal vez pensaron que sus placeres nunca terminarían; en el día del juicio ven que todo pasó veloz y que su vida se consumió en iniquidades y vanos placeres, sin dejar rastro alguno de virtud.

El autor sagrado da su aprobación a los pensamientos de los impíos y los confirma con otras comparaciones no menos expresivas (v. 14). Para él, todo aquello en que los impíos ponían su esperanza, es decir, su poder, sus riquezas, sus placeres, son como pelusa que se lleva el viento 4, como débil espuma que en un instante el huracán deshace; corno humo que, desprendido de la lumbre, permanece en el aire unos instantes; como el extranjero huésped de un día, que al poco tiempo nadie recuerda. Así pasó para ellos "la gloria del mundo," y así pasan para todo mortal los días de su vida sobre la tierra, a los que sigue un juicio que decide toda una eternidad feliz o desgraciada, conforme hubiere sido la vida de cada uno. El pensamiento de la fugacidad de las cosas terrenales puede ser un poderoso estímulo para los cristianos para llevar una vida virtuosa que asegure, más allá del juicio, una gloria inmortal junto al Señor de las misericordias y de las justicias sempiternas 5.

Gloría de los justos y castigo de los impíos (5:15-23).

15 Pero los justos viven para siempre, y su recompensa está en el Señor, y el cuidado de ellos en el Altísimo. 16 Por eso recibirán un glorioso reino, una hermosa corona de mano del Señor, que con su diestra los protege y los defiende con su brazo. 17 Se armará de su celo como armadura, y armará a las criaturas todas para rechazar a sus enemigos. 18 Vestirá por coraza la justicia y se pondrá por yelmo el sincero juicio. 19 Embrazará por escudo impenetrable la santidad. 20 Y afilará su fuerte cólera cual espada, y todo el universo luchará con El contra los insensatos. 21 Los dardos de los rayos partirán bien dirigidos, y volarán de las nubes al blanco como de arco bien curvado. 22 Y la ira, como lanzada por una catapulta, arrojará violentas granizadas; y el agua del mar se enfurecerá contra ellos, y los ríos se precipitarán con furia sobre ellos. 23 Un soplo poderoso los embestirá y los aventará como torbellino. La iniquidad desolará toda la tierra, y la maldad derribará los tronos de los poderosos.

Los justos, en contraposición a los impíos, gozarán de la verdadera vida y obtendrán una gloria eterna — no sería completa si un día tuviese fin — y segura, porque es Dios mismo quien se constituye en premio de los justos, y su cuidado corre a cargo del Altísimo, en cuyas manos están todas las cosas. Recibirán un reino glorioso, constata también el autor 6, y una hermosa corona, premio a la victoria en combates inmaculados 7. Daniel, en su profecía del Hijo del hombre, dice que los santos del Altísimo recibirán el reino, que retendrán por los siglos de los siglos 8. En el día del juicio final, Jesucristo dirá a los que estarán a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" 9. En el cielo todos los salvados reinaremos con Cristo.

Y ese reino y esa corona nadie se los podrá arrebatar, porque el Señor los defiende con el poder invencible de su brazo. Con el fin de darnos una idea de ese poder y poner de manifiesto la seguridad de los justos en su reino, el autor nos presenta a Dios como un formidable guerrero en una pintoresca descripción que tiene parecido con la que hace Isaías expresando la indignación y castigo de Yahvé contra los pecadores, y que pudo inspirar la que San Pablo hace de la armadura del cristiano en la lucha contra sus enemigos. El celo por su gloria y el honor de sus santos hará que Dios se arme para defenderlos y tomar venganza de sus enemigos. En la lucha no estará solo: armará también a sus criaturas, los ángeles, los elementos de la naturaleza, que le obedecerán como a su rey y se pondrán a su servicio para llevar a cabo sus planes 10. Sus armas defensivas (v. 19-20) serán la justicia, que le servirá de coraza, contra la que se estrellarán las blasfemias de los impíos contra Dios y las injurias contra sus escogidos, que castigará con todo rigor; el juicio sincero, que será como yelmo en su cabeza, con el que conoce las mismas intenciones, lo que le permite formar un juicio exacto de las cosas, del que nada ni nadie le hará declinar, pues no tiene acepción de personas; finalmente, la santidad, escudo impenetrable, con que castigará en la debida medida, sin dejarse llevar de crueldad con sus enemigos ni de la compasión hacia ellos una vez pasado el tiempo de la misericordia.

Las armas ofensivas (v. 19-23) que empuñará para hacer la guerra a sus enemigos son su fuerte cólera, que será como la espada que descarga sus golpes para castigar sus pecados. Y en esta lucha contra los insensatos se unirá a Dios el universo entero. San Pablo nos dice cómo las criaturas gimen y sienten como dolores de parto esperando la revelación de los hijos de Dios n. Al pecar el hombre, toda la creación quedó como resentida: las criaturas, que debían ser en sus manos instrumentos para dar gloria a Dios, lo vinieron a ser del pecado, sintiéndose como violentadas al tener que servir para fines distintos a aquellos que les fueron señalados por el Creador. Por eso, en el día del juicio final, ellas se pondrán de parte de Dios y vendrán a ser ejecutoras de su justicia y vengadoras de los agravios que con ellas hicieron a su Señor. Desde las nubes dirigirá sus rasos, que, como flechas desprendidas del arco, irán a herir a los insensatos12; y violentas granizadas, que desolarán sus campos y moradas; en la Biblia aparece con frecuencia el granizo como un castigo de Dios, cuyos efectos en Oriente son a veces terribles 13. También el mar y los ríos se asociarán a los elementos de la naturaleza que servirán de instrumento de castigo para los malvados. Las aguas del mar Rojo anegaron a los enemigos del pueblo escogido, y en la descripción que del fin del mundo hace San Lucas, dice que los bramidos del mar y la agitación de sus olas aterrarán a las naciones 14; a ellas se unirán las aguas de los ríos, que se desbordarán para anegar a los impíos 15. Finalmente, un soplo poderoso de la ira de Dios, que con el hálito de su boca puede destruir a todos sus adversarios 16, pondrá punto final a la batalla, arrebatando como fuerte huracán a los impíos, dejando la tierra desolada y desierta 17. Nada sobrevivirá a la catástrofe; los mismos tronos de los poderosos serán derribados, no gozando de mayor seguridad que los impíos que los ocuparon. Esta idea prepara la recomendación que el autor hace a los reyes en el capítulo siguiente. En esta como en otras descripciones que se hacen en la Biblia del castigo de los impíos aparecen algunas afirmaciones de tipo apocalíptico que utilizan también los profetas al referirse a los acontecimientos del fin del mundo. No conocemos la naturaleza del género apocalíptico, e ignoramos, por lo mismo, su correspondencia con la realidad objetiva. No podemos, en consecuencia, determinar si estas expresiones son metáforas con las que únicamente intenta el autor indicar lo terrible del castigo que espera a los impíos, o si éste se llevará a efecto mediante la actuación de esos elementos conforme al modo descrito, en cuyo caso ignoramos también si los elementos mencionados actuarían movidos por las fuerzas físicas, impulsados por un cataclismo, o por una intervención extraordinaria de Dios.

Como se ha podido observar, la doctrina de esta primera parte marca un paso en el progreso de la revelación respecto de las postrimerías en relación con los otros libros sapienciales. El autor de la Sabiduría ha afirmado claramente que existe un más allá, donde las almas de los justos gozan de una inmortalidad feliz junto a Dios, y las de los impíos de un castigo igualmente eterno por sus pecados. Con ello queda resuelto el misterio del sufrimiento de los justos y el triunfo de los malvados en esta vida, cuyo desconocimiento había desconcertado a Job y Cohelet, como ya antes constatamos.

1 Schürer, o.c., II p.644s; J. Bonsirven, Le judaisme palestinien au temps de Jésus-Christ (París) I p.486-503. — 2 Mt 5:10-12. — 3 Job 24:13; Jn 3:19, — 4 Los mejores códices leen, no χοϋs (polvo), sino χνοΰs: pelusa (BSA). — 5 F. Planas, Como la sombra...: CulBíb 2 (1948) 248-252. — 6 3:7-8. — 7 4:2; Is 62:3. — 8 7:37. — 9 Mt 25:34- — 10 Cf. v.21; 16:16-24; Ez 38:18-23; Eclo 39:33-36. — 11 Rom 8:22-23. — 12 2 Re 22:15; Hab 3:11. — 13 Is 28:17; Ez 13:13; 38:22; Ap 8:7; 11:19; 16:21. — 14 Le 21:25. — 15 Ex 14:16-21; Jue 5:21; 2 Re 22:16; Sal 18:16; Sab 19. — 16 Is 11:4; 40:7; Job 4:9. — 17 Is 65:17; 2 Pe 3:13; Ap 21:1

 

Parte Segunda.

Naturaleza de la Sabiduría (6-9).

Los cuatro capítulos de esta segunda parte constituyen la parte central del libro de la Sabiduría y contienen las perícopas más elevadas en torno a la misma. Después de una exhortación a los reyes a que adquieran la sabiduría (c.6), el autor sagrado pone en boca de Salomón un precioso elogio de la misma (7:1-21), al que sigue la descripción de sus propiedades (7:22-30) y riquezas (c.8), concluyendo con una preciosa plegaria para su impetración (c.6).

 

6. La Sabiduría y los Reyes.

El Poder de los Reyes Viene de Dios (6:1-11).

1 Oíd, pues, reyes, y entended. Aprended los que domináis los confines de la tierra. 2 Aplicad el oído los que imperáis sobre las muchedumbres y los que os engreís sobre la multitud de las naciones. 3 Porque el poder os fue dado por el Señor, y la soberanía por el Altísimo, que examinará vuestras obras y escudriñará vuestros pensamientos. 4 Porque, siendo ministros de su reino, no juzgasteis rectamente y no guardasteis la ley, ni caminasteis según la voluntad de Dios, 5 terrible y repentino vendrá sobre vosotros, porque de los que mandan se ha de hacer severo juicio. 6 Pues el pequeño hallará misericordia, pero los poderosos serán poderosamente atormentados; 7 que el Señor de todos no teme a nadie, ni respetará la grandeza de ninguno; porque El ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos; 8 pero a los poderosos amenaza poderosa inquisición. 9 A vosotros, pues, reyes, se dirigen mis palabras, para que aprendáis la sabiduría y no pequéis. 10 Pues los que guardan santamente las cosas santas serán santificados, y quienes hubieren aprendido sabrán cómo responder. 1J Ansiad, pues, mis palabras, deseadlas e instruios.

El último capítulo de la parte primera concluyó con una perspectiva sombría a la que ni los tronos de los poderosos impíos podrán substraerse. El sabio va a enseñar a cuantos tienen autoridad sobre los pueblos el modo de conseguir estabilidad para sus tronos. Ellos, además, como gobernantes, necesitan de la sabiduría más que los subditos, pues han de gobernar no sólo su vida, sino también la de éstos con sus leyes y con su ejemplo.

Después de reclamar su atención para que escuchen sus enseñanzas, el autor sagrado les advierte que el poder y soberanía de que gozan les viene de Dios, como se afirma repetidas veces en los libros sagrados 1, de modo que son ministros suyos, no señores absolutos e independientes; los antiguos tenían profundo convencimiento del origen divino del poder de los reyes, pero lo habían deformado divinizándolos. Y les hace saber que, por lo mismo, Dios les pedirá cuenta de sus obras, y con más rigor que a los demás, pues les fue concedida una dignidad y responsabilidad mayores. Dirigiéndose a aquellos que no han juzgado conforme al derecho, como corresponde a ministros de Dios y ejecutores de su justicia, ni han obrado conforme a la voluntad de Dios, que se manifiesta en la ley natural y en las intervenciones directas de Dios 2, sino que han seguido sus caprichos y pasiones, les anuncia que el Señor hará de ellos un severo juicio y les hará sentir su ira terrible y repentina (v.4-5), pues es "cosa terrible caer en las manos del Dios vivo" 3, y el Apóstol advierte también que "el día del Señor llegará como el ladrón en la noche; cuando se dicen: Paz y seguridad, entonces de improviso les sobrevendrá la ruina."4 Orígenes advierte a este propósito que, si los hombres reflexionasen sobre el juicio que espera a los que gobiernan, no ambicionarían los principados 5.

Dios juzgará con menos rigor a los pequeños; no tuvieron la responsabilidad ni las gracias especiales de los grandes, ni con su mal ejemplo causaron el escándalo o desedificación de éstos, por lo que más fácilmente alcanzarán misericordia. Pero los poderosos, que, llevados del orgullo, se hacen sordos a la voz del Señor y utilizan su poder no para edificar, sino para destruir, serán fuertemente atormentados, sin que nadie pueda librarlos del castigo, porque él es Señor de los grandes como de los pequeños, y a todos exige, sin acepción alguna de personas, el cumplimiento de su voluntad, que se manifiesta a cada uno en los deberes propios de su estado. Al insistir el autor sagrado en el juicio y castigo de los poderosos, no quiere decir "que él rechace a los grandes y poderosos, pues él mismo es poderoso, o que el rango y elevación sean para él títulos odiosos que alejan sus gracias... Lo que dice es que los pecados de los grandes y los poderosos tienen dos caracteres de enormidad que los hacen infinitamente más punibles delante de Dios que los pecados del común de los fieles: el escándalo y la ingratitud" (Ma-Sillon) 6. Jesucristo enseñó que "a quien mucho se le da, mucho se le reclamará, y a quien mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá 7.

Concluye esta primera perícopa con una exhortación a los reyes a que aprendan la sabiduría, que es aquí la ciencia del bien obrar en su misión de regir los pueblos (V.9-11); ella los librará de los pecados y, en consecuencia, del juicio riguroso de que acaba de hablar. Pues quienes observaren las cosas santas, es decir, las disposiciones divinas que nos enseña la auténtica sabiduría, serán declarados justos a la hora de su muerte y en el día del juicio final, descrito en el c.5; instruidos por ella y gobernados por sus dictámenes, tendrán defendida su causa ante el tribunal de Dios y recibirán una gloria y corona inmortal en su reino.

Quienes buscan la sabiduría gozarán de sus beneficios (6:12-21).

12 Resplandece sin jamás oscurecerse la sabiduría, fácilmente se deja ver de los que la aman y es hallada de los que la buscan; 13 y aun se anticipa a darse a conocer a los que la desean. 14 El que temprano la busca no tendrá que fatigarse, pues a su puerta la hallará sentada. 15 En efecto, pensar en ella es ya prudencia consumada, y el que vela por ella, pronto se verá sin afanes; 16 porque ella misma busca por todas partes a los dignos, y en los caminos se les muestra benigna, y en todos sus pensamientos les sale al encuentro. 17 Pues su principio es el deseo sincerísimo de la instrucción, 18 y procurar la disciplina es ya amarla. Este amor es la guarda de sus preceptos; la observancia de los preceptos asegura la incorrupción, 19 y la incorrupción nos acerca a Dios. 20 Por tanto, el deseo de la sabiduría nos conduce al reino. 21 Si, pues, os complacéis en los tronos y en los cetros, reyes de los pueblos, estimad la sabiduría para que reinéis por siempre.

La sabiduría resplandece sin perder jamás su virtud iluminadora, de modo que señala al hombre, en todo momento y en todas las circunstancias de su vida, el camino que tiene que seguir para asegurarse la incorrupción que conduce al reino inmortal. El camino para hallarla es sencillamente su amor, el cual induce a la inteligencia del hombre a procurarse el conocimiento de sus dictámenes e impulsa a su voluntad a ponerlos en práctica. Quienes la buscan con diligencia la hallarán en seguida y sin grandes esfuerzos; no tendrán que andar recorriendo plazas y caminos en su búsqueda, ni agotar sus energías para darle alcance. Ella misma, que tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres 8, "se manifiesta a los hombres en todas sus obras a fin de que las bellezas visibles los conduzcan a las invisibles. Ella les habla con el orden del mundo, con la luz de su verdad, con los ejemplos de sus santos, con la dulzura de su prosperidad, con la amargura de la adversidad. Ella va a su encuentro con la solicitud de su providencia, que se extiende desde las cosas más grandes hasta las más pequeñas, asegurándoles que todas están en sus manos" 9. Puede repetir las palabras del Señor en el Apocalipsis a la iglesia de Laodicea: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él, y él conmigo" 10. De ahí que el mero pensar en ella con el deseo de adquirirla es ya un acto de prudencia, porque coloca en el camino que lleva a la sabiduría, y el que con solicitud lo emprende puede caminar tranquilo y confiado a través de la vida n, porque ella consigue la amistad de Dios y todos los bienes.

Y esta sabiduría, cuya adquisición no es difícil, nos lleva al verdadero reino. Lo demuestra el autor mediante un sorites (v.17-18) — figura silogística formada por unas cuantas proposiciones en que cada una tiene como sujeto el predicado de la precedente —. Parte de una proposición que se sobrentiende y es la conclusión de los versos precedentes: el principio de la sabiduría es el deseo de la misma, ya que ella, como advirtió antes, se da a quienes la desean. Pues bien, ese deseo de la sabiduría se manifiesta en un sincero anhelo de instrucción, en sus enseñanzas morales con miras a cumplirlas fielmente en la práctica. Ese anhelo de instrucción lleva consigo el amor a la sabiduría; quien comienza a entender la excelencia de la sabiduría y vislumbra sus admirables frutos, no puede menos de amarla. Ese amor tiene su expresión práctica en la guarda de los preceptos; en el Antiguo Testamento, la observancia de los mandamientos se presenta como complemento y prueba del amor a Dios 12, y en el Nuevo la Sabiduría encarnada dijo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos...; el que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama." 13 La observancia de los mandamientos asegura la incorrupción, es decir, preserva el alma de toda mancilla; nosotros diríamos que mantiene la vida de la gracia, prenda y garantía de la gloria. Finalmente, la incorrupción nos acerca a Dios y nos hace habitar junto a El en el reino glorioso de los cielos, donde los justos recibirán una hermosa corona de su mano, conforme afirmó ya el autor sagrado 14. El sabio concluye su argumentación-sorites: el deseo de la sabiduría conduce al reino (v.20); conclusión oportuna sobre todo para los reyes, a quienes de un modo peculiar se dirige la exhortación de este capítulo. Si, pues, desean una realeza eterna, les concluye que hagan de las prescripciones de la sabiduría su norma de vida y gobierno, con lo que conseguirán que a su reino en la tierra siga un reino inmortal y glorioso en los cielos. Es la amonestación que dirigía Bossuet a Luis XIV de Francia cuando le decía: "Vivid siempre bien, siempre justamente, siempre humildemente y siempre piadosamente... Así nos veremos siempre coronados en este mundo y en el otro"15. El autor sagrado sobre -naturaliza aquí la noción de realeza, como en la primera parte las de vida y muerte 16.

Se preguntan los comentaristas si la personificación de la sabiduría en esta perícopa es una mera figura poética o ha de ser interpretada de la segunda Persona. Dado que se trata aquí, al menos directamente, de la sabiduría humana, es claro que en sentido literal no puede tratarse sino de la primera hipótesis. Pero, teniendo en cuenta el paralelismo de algunas afirmaciones con las que en el Nuevo Testamento se afirman respecto de la misión de la Sabiduría encarnada 17, se vislumbra la intención expresa del Espíritu Santo de preparar los caminos a la revelación neotestamentaría, en cuyas realidades encuentran las expresiones del sabio su más plena realización.

Introducción al elogio salomónico de la sabiduría (6:22-25).

22 Yo os contaré qué es la sabiduría y cuál es su origen, y no os ocultaré sus misterios, sino que me remontaré hasta el comienzo de la creación, y pondré en claro su conocimiento, y nada omitiré de la verdad. 23 No iré con el que de envidia se consume, porque la envidia no tiene nada que ver con la sabiduría. 24 Los muchos sabios son la salud del mundo, y un rey prudente la prosperidad de su pueblo. 25 Así, pues, aprended mis palabras, y os servirán de provecho.

Salomón, en boca de quien ahora pone sus palabras el autor sagrado, anuncia que va a hablar del origen y naturaleza de la sabiduría, lo que hará declarando su dignidad, atributos y efectos de la misma. Al hacerlo advierte que no ocultará sus misterios; de hecho los capítulos siguientes contienen la más alta revelación anticotes-tamentaria de la sabiduría; que se remontara a los orígenes de la creación, en que parece aludir a la tercera parte del libro, en que presenta la historia de Israel, guiada desde un principio por la sabiduría; y que nada omitirá de la verdad, no observará la conducta de aquellos filósofos que no enseñaban todas sus doctrinas más que a un grupo de iniciados; el sabio se dirige a todos y les manifiesta cuantos misterios conoce de la sabiduría. No se dejará guiar por la envidia, hablando con ciertas reservas, conservando para sí una ciencia superior a la que comunica a sus discípulos. Tales sentimientos son incompatibles con la sabiduría, la cual es desinteresada, caritativa, universal, todo lo cual está en abierta oposición con la envidia.

Concluye la introducción con una constatación sapiencial (v.24): cuanto mayor sea el número de los sabios, más fácilmente la sabiduría informará la vida de los pueblos, con los consiguientes beneficios para sus habitantes. Y si los que gobiernan legislan y administran justicia conforme a sus enseñanzas, conseguirán prosperidad para sus subditos. Los comentaristas citan a este propósito aquellas reflexiones de Platón: "Si en los Estados mandaran los filósofos, o si aquellos que se llaman reyes y príncipes fueran verdaderos y hábiles filósofos, no habría más males en los Estados, y ni en la humanidad siquiera."18 "Con la filosofía antigua — comenta San Gregorio —, la hipótesis de Platón no podía ser sino una utopía; pero con la venida de Cristo podría llegar a ser una realidad, con gran felicidad para los pueblos, si los soberanos cristianos reflexionasen que el poder real les ha sido dado por Dios para que el reino terrestre prestase servicio al reino celestial"19.

1 1 Par 29:11-12; Dan 2:20-21.37; Jn 19:11; Rom 13:1-6; 1 Pe 2:13-15. Cf. C. Larcher, L'origine du pouvoir d'aprés la Sagesse: LumVi 9:49 (1960) 84-98. — 2 Ex 7:16-25; 8:16; 9:1, etc. — 3 Heb 10:31. — 4 1 Tes 5:2-3. — 5 Hom. 20. — 6 Q, XI serm. P18 — 7 Lc 12:4 — 8 Prov 8:31. — 9 San Gregorio, citado en Girotti, o.c., p.284. — 10 Ap 3:20. — 11 Prov 3:23; 4:6. — 12 Ex 20,6; Dt 5:10; 7:9. — 13 Jn 14:15.21. — 14 5:16.15 S. Touss. (1669) al fin. — 16 Sigue en la Vulgata un verso: Amad la luz de la sabiduría vosotros cuantos gobernáis los pueblos. Falta en el griego y versiones antiguas. Puede ser una doble traducción de 21b o una exhortación-resumen de cuanto precede añadida por un lector. — 17 Compara v.1s con Jn 1:9.14; v.14 con Le 19:10; v.1s con Jn 4:6; v.1y con Mt 4:18; Lc 9:57; Jn 1:36; y 7:1. Cf. Lesé re, o.c., p.59. — 18 DeRepubl 5. — 19 Epist. 65.

 

7. Salomón Elogia la Sabiduría y Describe sus Propiedades.

Salomón adquirió la sabiduría mediante la oración (1-14).

1 Yo soy hombre mortal, semejante a todos, nacido del que primero fue formado de la tierra, y en el seno de mi madre se formó mi carne; 2 consolidándose por unos diez meses la semilla de un hombre y el placer del sueño. 3 Y nacido, respiré el aire común, y caí en la misma tierra que todos, y lloré igual que los otros, 4 Y fui criado entre pañales y con cuidados; 5 Porque no hay rey que tenga otro modo de venir a ser; 6 una es la entrada de todos en la vida, e igual la salida. 7 Por eso oré y me fue dada la prudencia; invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría. 8 Y la preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. 9 No la comparé a las piedras preciosas, porque todo el oro ante ella es un grano de arena, y como el lodo es la plata ante ella. 1° La amé más que a la salud y a la hermosura, y antepuse a la luz su posesión, porque el resplandor que de ella brota es inextinguible. J1 Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable. 12 Yo me gocé en todos estos bienes, porque es la sabiduría quien los trae, pero ignoraba que fuese ella la madre de todos. 13 Sin miras torcidas la aprendí y sin envidia la comunico, y a nadie escondo sus riquezas.14 Es para los hombres tesoro inagotable, y los que de él se aprovechan se hacen partícipes de la amistad de Dios, recomendados a El por los dones adquiridos con la disciplina.

Hecho el anuncio de su enseñanza sobre la sabiduría, Salomón afirma que no fue la nobleza de origen quien le alcanzó tal excelso don. Su origen fue el de cualquier otro mortal; proviene de Adán, padre del género humano, y su cuerpo se formó en el seno de su madre, donde la semilla del hombre y el placer del sueño se consolidaron a lo largo de diez meses. El placer del sueño se refiere sencillamente al deleite que acompaña al acto de la generación, designado aquí eufemísticamente con el vocablo sueño. El autor señala diez meses para el tiempo de la gestación, debido a que antes de la reforma del calendario, llevada a cabo por Julio César, los egipcios, griegos y romanos computaban por meses lunares, que tenían alternativamente veintinueve o treinta días; el nacimiento tenía en este cómputo lugar hacia la mitad del mes décimo, y, comenzado éste, se computaba por mes entero.

También su nacimiento fue como el de los demás, acompañado de ese llanto que provoca la primera entrada brusca del aire en los pulmones. Le fueron prodigados los mismos cuidados que ha de recibir todo niño en el tiempo que sigue a su nacimiento. Y al final le espera la suerte común a todos los vivientes, la muerte le volverá polvo de la tierra. No hay rey que tenga otro principio u otro fin de sus días. Seguramente el autor sagrado tiene en su mente aquellos reyes orientales, especialmente los egipcios, que se atribuían origen y sangre divina y un ser superior al de los otros hombres, cuya actitud implícitamente reprueba.

No teniendo Salomón la sabiduría por nacimiento ni por su dignidad real, hubo de poner en práctica los medios para conseguirla. Acudió en su demanda a la oración, y Yahvé le otorgó sabiduría y prudencia (v.7); el primer término puede designar la ciencia especulativa, y el segundo la práctica. Y con su actitud enseña a todos el camino para alcanzar la auténtica sabiduría. Añade que la antepuso a los tronos y riquezas, en conformidad con la constante enseñanza de los sabios 1. Cuando se le apareció en sueños el Señor en Gabaón y le dijo: "Pídeme lo que quieras que te dé," no pidió vida larga ni riquezas, sino un corazón sabio para gobernar a su pueblo 2. La estimó más que la salud (v.10), que en ocasiones no es fácil conservar sin la ciencia y prudencia que da la sabiduría; más que la hermosura, cosa pasajera y vana en comparación con la sabiduría, cuyos frutos perseveran en la gloria inmortal; más que la misma luz, la cual cede a las tinieblas, mientras que el resplandor que comunica la sabiduría brillará por los siglos, sin oscurecerse jamás 3. De la Sabiduría encarnada nos dice San Juan que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, y que en la patria no habrá día ni noche, porque la luz será el Cordero inmaculado, luz inextinguible que iluminará con resplandores eternos las mansiones celestiales4. Advierte Girotti que "en estos versos el sabio nos da también una excelente contraseña para juzgar si verdaderamente tenemos el espíritu de la sabiduría y el espíritu de Dios, que es ver si estimamos a Dios incomparablemente más que todas las otras cosas, si no deseamos más que a El, si colocamos en El nuestra grandeza y nuestra esperanza, y si, aun privados de todo lo demás, nos encontramos felices de poseerlo a El solo."5

Salomón no pidió en su oración más que la sabiduría; pero, en premio a su desinterés, Dios le otorgó además una gran gloria y riquezas incalculables, por lo que pasó a la posteridad no sólo como el rey sabio por excelencia, sino como el más glorioso y potentado rey de Israel. Todo esto trajo días de felicidad al gran rey; a la alegría de su amistad con el Señor se unía la que provenía de tan estimables bienes materiales, venidos de su mano como la sabiduría, que se los proporcionó. El hijo de David constata que aprendió la sabiduría sin miras egoísticas; la pidió al Señor con el fin de poder gobernar sabia y prudentemente a su pueblo. Y le ilusiona comunicar a los demás la sabiduría que él aprendió, sin que espíritu alguno de envidia, incompatible con la verdadera sabiduría, pueda impedirle manifestar a todos los beneficios que su posesión reporta. Hay uno que los sobrepasa a todos, la amistad de Dios, Señor de todos ellos, a que lleva el cumplimiento de su voluntad, primera exigencia de las prescripciones de la sabiduría.

Invocación a Dios, autor de toda sabiduría (7:15-21).

15 Déme Dios hablar según deseo y pensar dignamente de los dones recibidos, porque El es el guía de la sabiduría y el que corrige a los sabios. 16 Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y la pericia de nuestras obras; 17 pues El nos da la ciencia verdadera de las cosas y el conocer la constitución del universo y la fuerza de los elementos; 18 el principio, el fin y el medio de los tiempos, el curso regular de los astros y los cambios de las estaciones; 19 el ciclo de los años y la posición de las estrellas; 20 la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, la fuerza de los espíritus y los razonamientos de los hombres, las diferencias de las plantas y las virtudes de las raíces. 21 Todo lo que me estaba oculto lo conocí a las claras, porque la sabiduría, artífice de todo, me lo enseñó.

Abrumado por la grandeza y sublimidad de la sabiduría, Salomón se siente como impotente para declarar sus misterios. Por ello implora de Dios, que da la sabiduría a los sabios y los guía por la senda de sus dictámenes, le conceda pensar rectamente de los dones de la sabiduría y expresarse con acierto y gracia. Nosotros, nuestras palabras y nuestras obras están en las manos de Dios; como dijo el poeta que citaría San Pablo en su discurso a los atenienses, "en El vivimos, nos movemos y existimos" 6- Es Dios, por lo mismo, quien tiene que poner en nuestra, boca las palabras acertadas; de lo contrario, como afirma el sabio, no seríamos capaces de expresar los conceptos de nuestra mente 7. Es El quien tiene que darnos el conocimiento práctico de lo que tenemos que hacer y el arte de saber dirigir nuestras obras; de lo contrario, no acertaremos con el éxito de las mismas.

Fue Dios quien dio a Salomón la ciencia verdadera de las cosas ; una ciencia sin engaño, porque procede de la fuente de toda verdad (v.17). El autor detalla el objeto de esa ciencia, ampliando los datos del historiador de los Reyes 8. El Señor le dio a conocer la organización armónica del universo y la fuerza de sus elementos constitutivos, que eran, según los griegos, el fuego, el agua, el aire y la tierra 9; las diversas épocas de la historia, el retorno periódico de los solsticios, base para la distinción de las estaciones; los diversos ciclos de años en uso entre los antiguos, como el de Calipe, de setenta y seis años; el de Hiparco, de trescientos cuatro, y sobre todo el ciclo lunar de Meton, de diecinueve años; la posición de las estrellas en las diversas épocas del año, conocimientos astronómicos y cronológicos muy estimados por los antiguos. A ellos se añaden en el v.2O los zoológicos y antropológicos: el conocimiento de las propiedades generales y características de los animales, que sólo una fina observación psicológica proporciona a los espíritus observadores; del poder de los espíritus invisibles, principalmente cíe los malos, sobre los que la tradición atribuía a Salomón un conocimiento y poder especial 1°; de los razonamientos de los hombres mediante la observación y diálogo con ellos, que le hacía descubrir sus intenciones ocultas, como demostró en el caso de las dos mujeres que alegaban el derecho de maternidad sobre el niño vivo 11. Por último, los conocimientos botánicos; el rey sabio conocía las diversas especies de plantas y las propiedades curativas que encierran las raíces de algunas de ellas. Concluye afirmando que fue la sabiduría quien le comunicó todos estos conocimientos enumerados. De Salomón dice el historiador sagrado que su sabiduría sobrepasó a la de los orientales y egipcios, de modo que la misma reina de Sabá vino a probarle con enigmas, reconociendo que su ciencia era superior a cuanto le había sido ponderada 12. La última frase presenta la sabiduría como artífice de todo y prepara la perícopa siguiente, en que el autor se remonta a la sabiduría divina para describir sus propiedades.

Propiedades de la sabiduría (7:22-30).

22 pues en ella hay un espíritu: inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, claro, impasible, benévolo, agudo, incoercible, bienhechor, 23 amante de los hombres, estable, seguro, tranquilo, todopoderoso, omnisciente, que penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles; 24 porque la sabiduría es más ágil que todo cuanto se mueve; se difunde y lo penetra todo a causa de su pureza; 25 porque es un hálito del poder divino y una emanación pura de la gloria de Dios omnipotente, por lo cual nada manchado hay en ella. 26 Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad. 27 y siendo una, todo lo puede; permaneciendo la misma, todo lo renueva, y a través de las edades se derrama en las almas santas, haciendo amigos de Dios y profetas. 28 Que Dios a nadie ama sino al que mora con la sabiduría. 29 Es más hermosa que el sol, supera a todo el conjunto de las estrellas, y, comparada con la luz, queda vencedora; 30 porque a la luz sucede la noche, pero la maldad no triunfa sobre la sabiduría.

El autor sagrado nos presenta en esta perícopa la naturaleza de la sabiduría a través de sus atributos o propiedades. Contiene, juntamente con las perícopas similares de Proverbios 13 y Eclesiástico 14, la más alta revelación viejotestamentaria sobre la Sabiduría divina y en orden al misterio de la Santísima Trinidad. El número de los atributos que enumera, 21: 3 X 7, puede ser intencionado, dado que tanto el 3 como el 7 son números sagrados, y expresar la perfección suprema de la Sabiduría. El sabio no ha intentado en su enumeración un orden lógico, y toda agrupación en este sentido resultará arbitraria.

Hay en la Sabiduría un espíritu 15; inteligente, término empleado por los filósofos estoicos, que definían a Dios como un soplo inteligente y abrasador, designa una propiedad de la sabiduría, la cual penetra los misterios de las cosas ocultas y comunica a los sabios la ciencia de las mismas. Es también santo, por su origen divino, que afirmará en seguida; por los efectos santos que produce en las almas buenas y por el odio al pecado, que le impide morar en las almas esclavas del mismo 16. Es un espíritu único (μονογενές), unigιnito 17 en su esencia, pues se identifica con la divinidad; y a la vez múltiple, pues, conteniendo todas las perfecciones finitas, puede producir innumerables efectos en el mundo material y en las almas. San Pablo, escribiendo a los corintios, describe las múltiples actividades de un solo y único Espíritu 18. Es sutil, pues penetra todas las cosas a causa de su inmaterialidad; la cual le hace también ágil para poder ofrecerse al hombre en todas partes y en todas las circunstancias de su vida; San Pablo enumera la agilidad entre las propiedades de los cuerpos glorificados 19. Con su inteligencia penetrante llega a las últimas causas de las cosas, a lo más profundo del corazón humano, y con una prontitud y rapidez incomprensible para el entendimiento humano, que precisa de tiempo para penetrar las cosas a que él puede llegar, por su dependencia de la materia. Su santidad y espiritualidad lo hacen inmaculado, libre de toda mancilla, material y moral, por lo que no se contamina al contacto con las cosas materiales; hace vencer en combates inmaculados 20 y no convive con el hombre que no tiene su corazón puro. Es un espíritu claro, que manifiesta a todos sus enseñanzas ciertas e infalibles, que todos pueden reconocer sin peligro de engaño. Su inmaterialidad le hace impasible, no sufre al ponerse en contacto con la materia; y su bondad lo dispone a ser benévolo, dispuesto a hacer a los demás seres partícipes de ella; busca por todas partes a los dignos, escribió antes el sabio 21, y se muestra en sus caminos a todos benigna. Hay también en la Sabiduría un espíritu agudo, perspicaz para penetrar las cosas arcanas y discernir los enigmas; incoercible, pues está por encima de todas las cosas y es independiente de ellas, por lo que nadie puede resistir a su voluntad. La Sabiduría no sólo es benévola, sino que tiene un espíritu de hecho bienhechor, que derrama sus bienes sobre la creación entera, especialmente sobre los seres humanos, pues es amante de los hombres, a quienes hace amigos suyos y conduce a la gloria inmortal 22; la Sabiduría encarnada, además de tomar la naturaleza humana, daría la vida por ellos y perpetuaría su presencia entre los mortales en el misterio del Amor. Además, el espíritu de la Sabiduría es estable, inmutable en la ejecución de sus consejos, de modo que puede uno fiarse y abandonarse a ella; propiedad que resalta frente a la actitud del hombre, que cambia con tanta frecuencia sus planes. Y está seguro del éxito en sus resoluciones; sumamente inteligente, conoce la relación entre los medios y el fin y no se equivoca al proponer aquéllos, mientras que a los mismos sabios y poderosos le fallan las suyas. Y también tranquilo; nada turba su paz, porque todo obedece a sus disposiciones, y sus proyectos se realizan puntualmente, porque es todopoderoso, ya que el poder del Altísimo está en la Sabiduría 23; y omnisciente: intervino como artífice en la creación de las cosas y está en el secreto de todas ellas, las cuales, además, penetra con su inteligencia. Finalmente, el espíritu de la Sabiduría penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles 24, es decir, los de los hombres y los de los seres invisibles, aun los más elevados, porque a causa de su pureza, entendida aquí en el sentido que llamamos a Dios acto puro, es más sutil y penetrante que todos ellos. El autor coloca la Sabiduría en un plano superior al de las criaturas más perfectas, y el conjunto de atributos que le atribuye es claro que sólo puede convenir a la divinidad, con la que la Sabiduría se identifica.

Después de enumerar los atributos de la Sabiduría, el autor sagrado se remonta a su origen y relaciones con Dios, haciéndonos vislumbrar, a través de unas cuantas imágenes, las más inmateriales que ha encontrado en la naturaleza, la naturaleza íntima de la misma (v.25-20). La Sabiduría es un hálito del poder divino, que sale de la boca del Altísimo, como dice Ben Sirac 25; como procede de nosotros el hálito que emitimos, procede del poder omnipotente de Dios la Sabiduría. Lo mismo expresa la imagen siguiente: una emanación pura de la gloria de Dios, y siendo consustancial con la divinidad, que la ha engendrado, es sumamente pura e inmaterial, por lo que, aunque penetra todas las cosas, no recibe de ellas mancilla alguna. Es también resplandor de la luz eterna; San Juan dice expresamente que Dios es luz 26, y de ella aparece rodeado en las teofanías del Antiguo Testamento 27. La Sabiduría es como un reflejo esplendoroso de la luz divina y coeterna como ella. El concilio Niceno llama al Verbo "luz salida de la luz" 28, y San Juan dice de la Sabiduría encarnada que es la luz verdadera que luce en las tinieblas e ilumina a todo hombre 29. La cuarta imagen, espejo sin mancha del actuar de Dios, hay que entenderla no en sentido activo, el instrumento en que se representa la imagen, sino en sentido pasivo, la imagen reflejada. En las operaciones de la Sabiduría se refleja el actuar de Dios, pues sus obras son obras que Dios hace con su Sabiduría, y sin la cual no lleva a cabo cosa alguna. En una de sus discusiones con los judíos, Jesucristo afirmaba: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste hace lo realiza igualmente el Hijo" 30. Finalmente, la Sabiduría es imagen de la bondad de Dios; difundida por todas las obras de la creación, especialmente en el hombre, refleja y está pregonando esa bondad infinita de Dios que le impulsó a darles la existencia. La Sabiduría encarnada, a que San Pablo llama "imagen de la sustancia de Dios" 31, de su bondad ontológica, constituye la imagen más palpable y sorprendente de la bondad moral de Dios para con el hombre.

Parece como si el autor no quedara contento con cuanto lleva dicho sobre la naturaleza de la Sabiduría — no es fácil expresarse hablando sobre ella a los mortales —, y añade unas precisiones más sobre el poder de la misma (v.28). Siendo una, simple e indivisible, todo lo puede; extiende su actividad a toda la multitud existente de seres y produce innumerables efectos diversos; lo puede todo como Dios y El nada hace sin ella. Y permaneciendo la misma, en su inmutable eternidad, renueva todas las cosas en la naturaleza que contemplan nuestros ojos, y también en el orden de la gracia, transformando al hombre viejo en una imagen cada día más perfecta del nuevo Adán, pues su actividad se extiende también al orden moral: a través de las edades se derrama en las almas santas, haciendo amigos de Dios y profetas. Por su esencia, la Sabiduría, como Dios, penetra incluso los pecadores; pero sólo las almas santas, las que viven en gracia diríamos nosotros, son objeto de sus comunicaciones sobrenaturales; como afirmó el sabio, no mora en cuerpo esclavo del pecado, de modo que se aleja del hombre cuando incurre en él 32. A tales almas la Sabiduría las hace amigos de Dios; así se llama varias veces en los libros sagrados a Abraham 33, y, como él, otros muchos gozaron en el Antiguo Testamento de la intimidad de Dios. Jesucristo llamaría amigos suyos a sus discípulos en la noche de la Cena, porque les dio a conocer cuanto había oído de su Padre 34. Esa nota de intimidad con Dios viene a significar también la afirmación de que la Sabiduría hace a las almas santas profetas, dado que hacía tiempo que no se daba en Israel la profecía para hablar 35. Y siendo la Sabiduría imagen de la bondad de Dios, es condición indispensable para que el hombre goce del amor de Dios el que ella more en él con una unión íntima 36, lo que supone un cumplimiento fiel de sus enseñanzas y la consiguiente ausencia de pecado. Refiriéndose a la Sabiduría encarnada, dijo el Padre que Él tiene puestas todas sus complacencias en su Hijo 37, y, por tanto, en la medida que un alma refleje ante el Padre la imagen de Jesucristo, se agradará en ella. El Padre y el Hijo, reveló aquélla, aman y establecen su morada en quienes cumplen los mandamientos y viven en gracia de Dios.

Concluye el autor sagrado con un elogio de la sabiduría (v.2Q-3o), ensalzando una vez más su hermosura y su poder. Como resplandor de la luz eterna de Dios, supera a cualquier otra luz creada como lo infinito a lo finito; la luz del sol no es sino una participación de la luz inextinguible de la Sabiduría: aquél ilumina los cuerpos, mientras que ésta penetra las almas; a la luz creada suceden las tinieblas; la Sabiduría, por el contrario, resplandece siempre y jamás puede ser vencida por las tinieblas del error y del mal. "La sabiduría del mundo es desigual e inconstante: hoy se muestra fuerte y justa, mañana, en cambio, vil e injusta; está mezclada de luz y tinieblas, de bien y de mal. La sabiduría de Dios y de los hombres de Dios es siempre igual" (Οικοττι) 38. Al elogio de su belleza añade en el ν. ι del capνtulo siguiente la exaltaciσn de su poder, que ejerce fuerte y suavemente a la vez sobre todos los seres de la creación, que ella gobierna 39. Cuanto se propone consigue, sin que nadie pueda resistir a su poder; pero sin violencia, moviendo a las cosas conforme a su naturaleza y ofreciendo a la voluntad libre del hombre el bien que decide su obrar; y así, movidas por ella, las causas necesarias obran sin violencia, y las ubres sin necesidad40. La doctrina de esta perícopa sobre la Sabiduría es verdaderamente sublime y señala un progreso en relación con la de los otros libros sapienciales. Ella contiene la más alta revelación anticotesta-mentaria sobre la misma. La Sabiduría participa de la naturaleza divina y es igual a Dios, de quien procede, con quien convive y cuyos atributos posee. Cierto que en sentido literal no se rebasan los límites de una fuerte personificación del atributo divino; los judíos del tiempo de Cristo no tenían ni el más mínimo conocimiento de una segunda Persona en Dios. Pero, teniendo en cuenta las expresiones empleadas por el autor sagrado, que aplica después a Cristo San Pablo, para quien Sabiduría y Cristo son términos equivalentes41, y el paralelismo, que hemos ido haciendo notar, entre las afirmaciones del sabio y las que acerca de Jesucristo encontramos en el Nuevo Testamento, pensamos que el Espíritu Santo, al inspirar a nuestro autor, quiso preparar en estas perícopas el camino a la revelación del misterio trinitario, y que nosotros, a la luz de las revelaciones neotestamentarias, podemos descubrir en ellas un sentido más profundo que el que el autor humano captó y quiso expresar para sus lectores 42.

1 Job 28:15-19; Prob 3:14-15; 7:11-15-16; 8:11-19; 16:16. — 2 1 Re 3:9. — 3 3:13; Prov 6:23. — 4 1:15; Ap 21:5. — 5 O.c,, p.288. — 6 Act 17:28. — 7 prov 16:1. 2 Cor 3:5. — 8. 4:29.33. — 9 Cf. las mismas expresiones en Platón, Aristóteles (De Mundo 5). — 10 fl. Josefo, Antiq. 8:2. — 11 3:16-28 — 12 1 Re 4:30; 10,1-7. — 13 1:20-33; 8:1-36. — 14 C.24 — 15 El códice Alejandrino dice: Es ella un espíritu. En el fondo coinciden (cf. 1:6). El texto aceptado insistiría en la personificación de la Sabiduría y nos acercaría más a la revelación del Espíritu Santo. San Pablo enumera las diversas manifestaciones del Espíritu Santo en 1 Cor 12, que los autores relacionan con 22-24. — 16 1:3-6; 7:27. — 17 Cf. Jn 1:14.18. — 18 1 Cor 12. 20 4:2. — 19 1 Cor 15:43. — 21 6:16. — 22 11:6 6:18; 7:14; Prov 8:31. — 23 18:15; Sal 32:6. — 24 La Vulgata considera los tres últimos términos como otros tantos epítetos de la Sabiduría. Dado que esas tres propiedades han sido ya antes enumeradas, es preferible la lección del texto griego. — 25 Eclo 24:3. — 26 1 Jn 1:5. — 27 Ex 24:17; Ez 1:27-28; Sal 50:3; 104:1-2. — 28 Dz 54 — 29 Jn 1:5-9. — 30 Jn 5:19 — 31 Heb 1:3. — 32 1:4-5 — 34 Jn 15:14-15. — 33 2 Par 20:7; Is 41:8; Sant 2:23. — 35 Gen 20:7; Sal 105:15. — 36 El verbo συνοικάω expresa la mαs νntima unión con la sabiduría, que en 8:1 el auto sagrado expresará bajo la imagen del esposo y la esposa. — 37 Mt 3:17; 17:5. — 38 O.c., p.293. — 39 Cf. 8:14; 15:1; Eclo 24:3-6. — 40 Cf. San Agustín, Contra M. V; De civ. Dei VII 30. — 41 Cf. Introducción: Doctrina religiosa: La Sabiduría, El Mesías. — 42 Cf. Introducción: Doctrina religiosa: La Sabiduría.

 

8. Actitud de Salomón Ante los Beneficios de la Sabiduría.

Estimables ventajas de la sabiduría (18:1-8).

1 Se extiende poderosa de uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad. 2 La amé y la busqué desde mi juventud, procuré desposarme con ella, enamorado de su belleza, 3 Se manifiesta su excelsa nobleza por su convivencia con Dios, y el Señor de todas las cosas la ama. 4 Porque está en los secretos de la ciencia de Dios y es directora de sus obras. 5 Si la riqueza es un bien codiciable en la vida, ¿qué cosa más rica que la sabiduría, que todo lo obra? 6 Si la inteligencia es activa, ¿quién más activo que ella, artífice de cuanto existe? 7 Y si amas la justicia, los frutos de la sabiduría son las virtudes, porque ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, las virtudes más provechosas para los hombres en la vida. 8 Y si deseas una rica experiencia, ella conoce lo pasado y entrevé lo venidero; conoce los artificios de los discursos y las soluciones de los enigmas, prevé los signos y prodigios, la sucesión de las estaciones y los tiempos.

El v.1 lo comentamos en la perícopa anterior. Después de la exaltación de la Sabiduría del capítulo precedente, el autor nos presenta a Salomón como un enamorado de la misma a la vista de los beneficios que lleva consigo. Se refiere unas veces a la sabiduría divina, otras a la sabiduría humana; dado que ésta es una participación de aquélla, el paso se hace sin violencia alguna. Para expresar su amor y estima por la sabiduría, el rey sabio evoca las relaciones del esposo y la esposa, de que con frecuencia se vale también la Biblia para poner de relieve el amor entrañable de Dios por su pueblo escogido 1. Salomón se enamoró desde su juventud de la belleza de la sabiduría, que se confunde con el bien de la misma; la ha amado con un amor tierno 2 y se ha unido a ella tomándola por compañera y guía de su vida. Pero no fue la belleza lo único que movió a Salomón a enamorarse de la sabiduría; a ella se añade su excelsa nobleza, que arranca de su convivencia con Dios, de quien procede y con quien tiene idéntica naturaleza, emanación pura de su gloria, en la que no hay mancilla, por lo que Dios la ama con su amor infinito. Su espíritu inteligente conoce los más profundos secretos de la divinidad y dirigió a Dios, como arquitecto, en la creación de las cosas, dando la existencia entre las posibles a solas aquellas que ella escogió; existe la más bella armonía y absoluta identidad entre la inteligencia y voluntad de Dios y la inteligencia y voluntad de la Sabiduría.

A continuación el autor, a la vez que hace un elogio de la sabiduría, enumera sus beneficios, que superan a aquellos bienes que más suelen estimar los mortales. Ella es mas codiciable que las riquezas (v.5); señora del universo entero, las tiene todas en su mano, las dispensa a quien le place y enseña el recto y fructuoso uso de ellas, sin el cual no tienen consistencia. Es más activa que la inteligencia humana; si ésta es capaz de producir con su actividad obras maravillosas y creaciones geniales, la sabiduría ideó las maravillas insondables de la creación y pudo llamar a la existencia a otros mil mundos más admirables.

Si, pasando a valores de un orden superior, estimas ese conjunto de virtudes morales que designamos con el nombre de justicia, la actividad de la sabiduría se extiende también al orden moral; más aún, es eminentemente moral; y ella comunica a quienes siguen sus enseñanzas' las virtudes cardinales, que son como los ejes en torno a los cuales deben girar todas las virtudes, y que ya los filósofos antiguos señalaban como las virtudes principales 3. Si pretendes una amplia experiencia, la Sabiduría posee el más completo conocimiento de todas las cosas: intervino en la creación de todas ellas como arquitecto, por lo que nada escapó a su inteligencia, y ese conocimiento divino del pasado le hace entrever con claridad meridiana el futuro, que al hombre únicamente le permite entrever, y no siempre. Ella descifra los artificios de los discursos, es decir, los proverbios y parábolas, de que tanto gustan los orientales, como también los enigmas, para cuya solución es preciso un ingenio no común, que Salomón poseía en alto grado 4; prevé los signos y prodigios; los primeros suponen una intervención especial de Dios; los segundos son sucesos que, por excepcionales, causan honda admiración. La Sabiduría de Dios, que actuó con El al crear el universo y fijarle las leyes que habían de regirlo por los siglos, sabe de antemano aquellas intervenciones y estos prodigios; conoce, finalmente, la sucesión de las estaciones y los tiempos, es decir, de los períodos de tiempo determinados y del curso de los siglos en general, con todos los hechos concernientes a la historia humana que durante ellos han tenido y tendrán lugar. La Sabiduría, por su convivencia y unión con Dios, tiene la ciencia de todas estas cosas y las puede comunicar a quien quiere. Y quien de ella las recibe, adquiere una experiencia mayor que la que cualquier mortal con sus esfuerzos pueda adquirir.

Salomón se desposa con la sabiduría y percibe sus beneficios (8:9-18).

9 Resolví, pues, tomarla para que conviviera conmigo, sabiendo que me sería buena consejera y consuelo en mis cuidados y afanes. 10 Y por ella alcanzaré gloria ante las muchedumbres, y, joven aún, gloria entre los ancianos. 11 En los juicios me mostraré agudo, y seré admirado entre los poderosos. 12 Cuando yo calle, esperarán, y si hablo me prestarán atención; y si prolongo mis discursos, pondrán mano a la boca. 13 Por ella gozaré de la inmortalidad, y dejaré a mi descendencia una memoria eterna. 14 Gobernaré los pueblos, y las naciones me estarán sometidas. 15 Oyendo hablar de mí, temerán los terribles tiranos, y me mostraré entre la muchedumbre bueno, y en la guerra valeroso. 16 Entrando en mi casa, descansaré en ella, porque no es amarga su conversación, ni dolorosa su convivencia, sino alegría y gozo. 17 Pensando esto conmigo mismo, y meditando en mi corazón que la inmortalidad está en la compañía de la sabiduría, 18 y que su amistad es noble deleite, y los trabajos de sus manos riqueza inagotable, y pericia el trato de su conversación, y fama participar en sus discursos, corrí de una parte a otra buscando tomarla conmigo.

Ante la consideración de la nobleza y beneficios que reporta la sabiduría, Salomón decidió tomarla como compañera de su vida para que le fuera consejera respecto de los bienes físicos y morales que ella lleva consigo (v.5-8), y consuelo en los afanes e inquietudes que al rey sabio, como a los demás mortales, no le faltarían. En la sabiduría buscaba también Boecio el consuelo en sus afanes filosóficos. Ella le conseguirá gloria entre las muchedumbres: su fama se extendió por todo el Oriente; honor entre los ancianos: una honorable ancianidad no se consigue por el número de años, sino por la prudencia y la virtud, y quien por la sabiduría llega joven a la perfección ha vivido una larga vida 5; agudeza en los juicios, como demostró en aquel juicio sobre el niño, poniendo en seguida en claro cuál fuera su verdadera madre, con lo que se conquistó la admiración de los reyes de otros pueblos, de Hiram, de Tiro, de Egipto. Tres expresiones gráficas expresan la admiración que causaría la sabiduría de Salomón: cuando él calle, no tomarán en seguida sus oyentes la palabra, sino que esperarán a que él la tome de nuevo y continúe hablando; mientras hable le prestarán suma atención, para no perder ni una de sus enseñanzas; y si se prolonga en sus discursos, lejos de impacientarse, llevarán su mano a la boca en señal de querer escucharle con toda atención hasta el final. El historiador de los reyes justifica esa admiración cuando escribe que "todo el mundo buscaba ver a Salomón para oír la sabiduría que había puesto Yahvé en su corazón."6 Isaías aplica semejantes pensamientos al Mesías 7, y los evangelistas a la Sabiduría encarnada 8.

Por la sabiduría, Salomón gozara de la inmortalidad (ν.13), es decir, de un recuerdo imperecedero en las generaciones sucesivas, como indica el paralelismo con el siguiente miembro del verso; de hecho pasó a la posteridad como el rey sabio por excelencia. Y con ella gobernará sabia y prudentemente el pueblo escogido y las otras naciones a las que se extendía su influencia 9, que se sentirán contentas ante los beneficios que un sabio gobierno lleva consigo. Los tiranos lo temerán con ese temor reverencial que se siente ante lo grande y extraordinario; mientras ellos vejan y explotan a sus subditos, él es admirado por su sabiduría y bondad, que no permitirá la tiranía sobre sus subditos por parte de sus ministros. Cumplirá la alabanza de Hornero a Agamenón que Alejandro Magno repetía con frecuencia: "rey bueno y valeroso soldado"10; elogio maravilloso de un soberano, que tuvo realidad en Salomón, que, si mereció el título de rey pacífico, supo reprimir ciertos levantamientos 11, logrando conservar la paz y prosperidad de su pueblo. También en la. vida privada percibirá los beneficios de la sabiduría: cuando al caer el día abandone los negocios del gobierno para pasar en la intimidad del hogar los últimos ratos de la jornada, también entonces la sabiduría, que ha regido durante el día sus quehaceres, le hará sentir gozo y alegría en el descanso. El autor de la Imitación de Cristo hace un amplio y precioso comentario a este verso escribiendo sobre la amistad íntima y familiar con Jesucristo, Sabiduría encarnada.

Reflexionando Salomón en lo más profundo de su alma en las ventajas que encierra la sabiduría, entre las que recuerda la inmortalidad — por supuesto, el recuerdo imperecedero del v.13, pero seguramente también la inmortalidad personal de que se habla en la primera parte —, la alegría y gozo que la amistad de la sabiduría proporciona, la ciencia para conducirse por el recto sendero a través de la vida que comunica el trato con ella, sintió oí más ardiente deseo por ella y procuró conseguirla a toda costa.

Introducción a la plegaria de Salomón por la sabiduría (8:19-21).

19 Era yo un niño de buen natural, que recibió en suerte un alma buena. 20 O más bien, siendo bueno, vine a un cuerpo sin mancilla. 21 Pero, conociendo que no podría obtenerla si Dios no me la daba, y que era parte de la prudencia conocer de quién es don, me dirigí al Señor y le supliqué, diciéndole de lo íntimo de mi corazón:

Salomón recibió de Dios unas buenas disposiciones naturales para poder obtener la sabiduría, un cuerpo sano, al que se añadió un alma naturalmente buena, que sentía inclinada al bien y la virtud. O mas bien, añade, siendo bueno, vine a un cuerpo sin mancilla; el autor quiere precisar el sentido de la frase anterior y evitar equívocos. Podría alguien pensar que, en la mente del autor, el alma es un elemento accesorio respecto del cuerpo, siendo ella la parte más noble del compuesto humano y la que constituye su personalidad. Queda obviado el equívoco con esta segunda frase, que expresa, en sentido inverso, la idea de la primera: Dios le dio un alma dotada de buenas disposiciones y un cuerpo que no sentía inclinación especial alguna hacia el pecado, y, en consecuecia, con aptitudes favorables para una vida virtuosa dirigida por la sabiduría 12. Es claro que no se toca aquí la cuestión del pecado original ni se afirma la doctrina platónica de la preexistencia de las almas, que forma parte del sistema pitagórico de la metempsicosis, del que no hay vestigio alguno en el libro de la Sabiduría 13.

Dijo antes el rey sabio que su dignidad real no le daba título alguno exigitivo de la sabiduría. Reconoce ahora que las buenas cualidades naturales que recibió del Señor tampoco le confieren derecho alguno respecto de ella. Es un don de Dios que solamente El puede conceder. El caer en la cuenta de esto es una gracia de Dios, que dispone a la actitud que conduce a ella 14, y que adopta Salomón: la plegaria ardiente al Señor en demanda de tan excelso don.

1 Jer 2:2; Os 1-2. — 2 En el v.2a el autor emplea el verbo φιλέω, que expresa el amor instintivo; en ab εραστής, derivado de-Ιρως, el amor sensual, que conduce normalmente al matrimonio; en el v.3 designa el amor de Dios a la sabidurνa con el verbo άγοττάω, que entraρa matiz de estima y respeto, y utilizan los autores del N.T. para significar el amor de Dios y del prójimo. — 3 Cicerón enumera y define las cuatro virtudes cardinales: "Cada una tiene su propia misión, de modo que la fortaleza se demuestra en los trabajos y peligros; la templanza, en la abstención de los placeres; la prudencia, en la elección entre las cosas buenas y malas; la justicia, en el dar a cada uno lo suyo" (De fin. V 33:67), — 4 1 Re 5:9-14; 10:1-7. — 5 4:8-9- — 6 1 Re 10:24. — 7 52:15- — 8 Lc 19:48; Jn 7:46. — 9 1 Re 4:21.24. — 10 hada III 179; Plutarco, De Alex. orí. X. — 11 1 Re 11:14-28. — 12 La Vulgata no interpretó bien al traducir δε por et y relacionar μάλλον con αγαθής, considerαndolo como comparativo. — 13 Si el autor sagrado hubiese tenido como punto de mira la preexistencia de las almas, no le hubiese sido necesario, como advierte el P. Lagrange, precisar el sentido de igb con el v.20 (cf. RB 4 [1907] p.89-90). Su mente sobre el origen del compuesto humano aparece clara considerando 7:1-3, sobre la formación del cuerpo en el seno materno, y 15:11, en que afirma que es Dios quien infunde el alma en el cuerpo. Para él el alma y el cuerpo son buenos; el mal fue debido a la intervención del demonio; en la doctrina de Platón, la encarnación del alma en un cuerpo es debida al pecado cometido por aquélla en una primera existencia, y en la de Filón a no haber querido permanecer en la contemplación de Dios. Cf. Lesétre, o.c., P-75-77; Lagrange, Le juda'isme ρ.315·329 y 566-571. — 14 Ιl griego εγκρατής puede tener dos sentidos: "venir a poseer" o "continente, casto." El primero es su significado ordinario. La Vulgata escogió el segundo, que da buen sentido: nadie puede guardar la continencia si Dios no se la concede (cf. San Agustín, Con/es. VI 11 y X 29). En el fondo coinciden: la virtud es un don de Dios.

 

9. Oración de Salomón para Alcanzar la Sabiduría.

1 Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas, 2 y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus criaturas, 3 y para regir el mundo con su santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón: 4 Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, 5 porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes" 6Pues aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada. 7 Tú me elegiste para rey de tu pueblo y juez de tus hijos y tus hijas. 8 Tú me dijiste que edifícase un templo en tu monte santo y un altar en la ciudad de tu morada, según el modelo del santo tabernáculo que al principio habías preparado. 9 Contigo está la sabiduría conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. 10 Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. 11 Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor; 12 y mis obras te serán aceptas, y regiré tu pueblo con justicia, y seré digno del trono de mi padre. 13 Pues ¿qué hombre podrá conocer el consejo de Dios y quién podrá atinar con lo que quiere el Señor? 14 Porque inseguros son los pensamientos de los mortales, y nuestros cálculos muy aventurados; 15 pues el cuerpo corruptible agrava el alma, y la morada terrestre oprime la mente pensativa; 16 pues si apenas adivinamos lo que en la tierra sucede y con trabajo hallamos lo que está en nuestras manos, ¿quién rastreará lo que sucede en el cielo? 17 ¿Quién conoció tu consejo, si tú no le diste la sabiduría y enviaste de lo alto tu santo espíritu? 18Así es como se han enderezado los caminos de los que moran sobre la tierra; y los hombres supieron lo que te es grato, 19y por la sabiduría fueron salvos.

Esta plegaria es una ampliación de la que hizo Salomón a Yahvé cuando se le apareció en Gabaón después de haber ofrecido el rey sabio en su honor un gran número de sacrificios, adaptada a los fines que el autor pretende. Podemos distinguir tres partes en ella: en la primera (v.1-6) invoca a Dios e implora humildemente la sabiduría; en la segunda (7-12) indica los motivos por los que necesita de ella; en la tercera (13-18) confiesa que, si el Señor no la concede, no es posible obtenerla.

Comienza con una invocación al Dios de los Padres, que recibieron de Yahvé las promesas de bendecir al pueblo elegido, cuyos destinos ahora él tiene que regir; al Señor de la misericordia, lleno siempre de bondad y compasión para su pueblo, dispuesto a perdonar y socorrer en todo momento 1; "Padre de las misericordias y Dios de toda consolación" lo llama San Pablo 2; que con su palabra hizo todas las cosas, como afirman las primeras páginas del Génesis y repiten los salmistas y los sabios 3, y puede, por tanto, conceder la sabiduría a Salomón. Con ella formó Dios al ser humano, obra maestra de la creación, ante cuya formación el autor sagrado nos presenta al Señor deliberando como quien va a realizar algo trascendente. Lo hizo a su imagen y semejanza, dotado de entendimiento y voluntad, y lo constituyó rey y señor de las cosas creadas; pero en el ejercicio de este señorío ha de proceder con santidad y justicia: la primera regula las relaciones del hombre para con Dios; la segunda, las de los hombres entre sí. Las cosas fueron creadas para la gloria de Dios y el bien del hombre, y ese doble fin es el que ha de proponerse el hombre en el uso de las mismas. Idénticos sentimientos deberán presidir el gobierno de quienes rigen los destinos de los pueblos; no pueden administrar justicia siguiendo sus caprichos, sino conforme a la voluntad de Dios, de quien son ministros, con toda equidad, sin acepción alguna de personas.

Expresados los sentimientos de confianza que le inspiran la misericordia y el poder de Dios, Salomón pide al Señor la sabiduría asistente a su trono (v.4), locución que expresa la proximidad y convivencia de la sabiduría con Dios4, con la que el rey sabio implora que, como ella le asistió en la creación y asiste en el gobierno del mundo, le acompañe a él en la misión que le confía y no se vea excluido del número de los israelitas, sus siervos 5, que gozaron de su favor y engrandecieron al pueblo escogido. Y sabiendo que la oración del humilde penetra los cielos6, se presenta ante el Señor como un siervo, cuya suerte está en sus manos, como un hombre débil de vida corta, flor que brota y se marchita, sombra que pasa 7, y se reconoce demasiado pequeño — Salomón subió al trono siendo todavía muy joven y pronunció su plegaria al principio de su reinado 8 — para poseer el juicio necesario para resolver los enigmas; el conocimiento preciso de las leyes y su aplicación práctica para gobernar sabiamente el pueblo escogido. Además, que, por muy buenas cualidades humanas e intelectuales que tenga el hombre, si Dios no le concede su sabiduría, resultarán vanos sus esfuerzos en orden a un buen gobierno de los hombres conforme a la voluntad de Dios. Comparando la sabiduría divina y la humana, escribía San Pablo que la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios 9.

En la segunda parte de su oración (v.7-12) aduce Salomón los motivos por los que precisa la sabiduría de Dios: ha sido escogido para regir al pueblo escogido, cuyos trascendentes destinos requiere en su rey una sabiduría especial; tiene que juzgar — hacer justicia era una de las funciones principales de los reyes, que en el período precedente se denominan jueces — a los hijos e hijas de Dios, título con que frecuentemente se designa a los miembros de Israel, pueblo primogénito de Yahvé 10. Además, el Señor reservó para él la gloria, soñada por su padre David, de construir el templo en el monte Moría, donde en otro tiempo se apareció Dios a Abraham con ocasión del sacrificio de Isaac n, y el altar de los holocaustos, ante el cual oró Salomón el día de la dedicación 12, conforme al modelo del tabernáculo que Dios mismo diseñó a Moisés en el monte Sinaí 13. "Templo y altar no sólo figura del edificio misterioso de su Iglesia, de la que el cielo será eterna morada, sino también una imagen del templo y del altar que deben ser erigidos en el corazón de cada uno de aquellos que componen la ciudad santa" (Duguet) 14. Para llevar a cabo con éxito tan excelente misión, el rey sabio precisa tener a su lado la sabiduría de Dios. Por ello implora se la envíe desde su trono de gloria (v.10), expresión empleada también por Cristo para designar los cielos 15, que reflejan la majestad y grandeza del Señor, para que le asista en sus trabajos. La sabiduría, como confidente de Dios y consejera en sus obras, le guiará en sus actos y le protegerá con su esplendor, como protegió y defendió de los senderos peligrosos la nube esplendorosa a Israel a su paso por el desierto. La gloria y el poder de Dios son dos cosas inseparables. San Pablo afirma que Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre 16. Asistido de este modo por la sabiduría, Salomón podrá cumplir con toda fidelidad su misión y ser, como David, su padre, grato a los ojos de Dios y digno sucesor de su trono.

En la tercera parte de su oración (v.13-19), el rey sabio vuelve los ojos a su condición humana para poner de relieve la impotencia del ser humano para alcanzar la sabiduría, lo que justifica más la necesidad de la plegaria a Dios. Repitiendo la idea de Isaías 17, que recogerá también San Pablo 18, se pregunta: ¿quién puede conocer el consejo de Dios y atinar con su voluntad? Importa, especialmente al rey, conocer la voluntad de Dios; pero el hombre no puede conseguirlo con las solas luces de su inteligencia humana. Precisa de la luz de la sabiduría divina; por eso los grandes caudillos de Israel acudían en sus dudas al tabernáculo, para recibir iluminación de lo alto 19. Los pensamientos de los mortales son inseguros, afirma el sabio, y nuestros cálculos aventurados. ¡Cuántas veces creemos obrar bien siguiendo nuestros criterios y después nos dimos cuenta que nuestras obras no respondieron objetivamente a la voluntad de Dios! Nosotros conocemos, en general, la voluntad de Dios, que se nos manifiesta en los mandamientos y en los deberes; pero muchas veces, en concreto, no sabemos discernir qué debemos hacer, por lo que lógicamente el hombre teme equivocarse. Nuestra alma se halla como encerrada en un cuerpo sensible y en contacto continuo con las cosas terrenas, lo cual le dificulta el elevarse por encima de los sentidos para contemplar y descubrir con luz meridiana la verdad. La dificultad de remontarse por encima de las cosas de la tierra para poner la mente y el corazón en los cielos ha sido constatada por los moralistas de todos los tiempos. El mismo San Pablo exclamaba: "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?"20 Morada terrestre llama el autor a nuestro cuerpo, denominación frecuente en la Biblia 21, con la que se expresa el carácter efímero y transitorio de nuestra vida sobre la tierra. Algunos han querido ver en este ν.ΐζ una semejanza con la doctrina de Platón, que hace del cuerpo la prisión del alma. La semejanza es solamente verbal; en cuanto al contenido media un abismo. Platón profesa la doctrina tricotómica, mientras que para el autor sagrado el hombre se compone solamente de cuerpo y alma 22; según el filósofo griego, el alma separada de su cuerpo se reencarna en él por las relaciones o lazos contraídos en una primera existencia, doctrina completamente desconocida en el sabio. Lo que aquí afirma el autor de la Sabiduría sobre el alma y el cuerpo es una consecuencia del pecado original, en el que el hombre perdió el don de la integridad, con lo que su vida se convirtió en una lucha entre el alma, que tira hacia arriba, hacia Dios, y el cuerpo, cuyas tendencias inclinan hacia las cosas sensibles y terrenas, de modo que es preciso un esfuerzo grande para mantener siempre en alto el espíritu para no dejarlo arrastrar y encadenar por las inclinaciones sensibles y terrenas del cuerpo, que dificultan el conocimiento de las verdades naturales, y más todavía el de las sobrenaturales.

Con razón reflexiona el sabio (v. 16-17): si nosotros, después de mucho trabajo y estudio, no conseguimos más que una ciencia limitada y conjetural muchas veces de las cosas terrenas, ¿cómo podremos conocer los misterios divinos, la voluntad de Dios, si El no da su sabiduría y envía de lo alto su Espíritu Santo? A esta dificultad aludía Jesucristo cuando decía a Nicodemo: "Si hablando de cosas terrenas no creéis, ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales?" 23 Dado el paralelismo con el primer miembro del verso y el estadio de la revelación en que nos encontramos, el "espíritu santo" del v.1yb se identifica, en la mente del autor sagrado, con "la sabiduría divina" de 27a. No tenemos todavía, en sentido literal histórico, la revelación del Espíritu Santo, aunque sí un lenguaje que la va preparando, y en el cual nosotros, a la luz del Nuevo Testamento, podemos descubrir un sentido más profundo que el que captó el autor sagrado. Fue la sabiduría quien manifestaba la voluntad de Dios y lo que le era grato a cuantos en los tiempos pasados dirigieron sus pasos por el recto sendero de la virtud; por lo cual fueron salvados de la destrucción y de la muerte eterna gracias a la intervención de la sabiduría. Con esta afirmación, el autor sagrado encabeza la parte tercera de su libro, que será toda ella una confirmación práctica de este principio 24.

La actitud del rey sabio contiene una lección admirable para todos aquellos a quienes el Señor se ha dignado confiar la dirección temporal o espiritual de sus hermanos. La oración humilde, profunda y ardiente en demanda de la sabiduría y prudencia divinas ha de preceder a toda acción encaminada al buen gobierno de los subditos. La Iglesia hace recitar los más hermosos sentimientos de la plegaria salomónica en los responsorios de los maitines del oficio de los domingos y días feriales del mes de agosto.

1 11:23-12:1. — 2 2 Cor 1:3. — 3 Gen 1; Sal 32:6; Eclo 42:15. — 4 7:25-26; 8:4. — 5 2:13; Le 1:54 — 6 Eclo 35:21. Cf. Sal 86:16; 116:6. — 7 2:1; 15:8; Gen 47:9; Job 14:2. — 8 Salomón tendría unos veinte años cuando comenzó a reinar; hacía un año que había nacido Roboam, su hijo, que le sucedió en el trono. Cf. 1 Re 3:7; 11:42 y 14:21. — 9 1 Gor 3:19. — 10 Cf. también 12:19.21; 18:4-5; Dt 14:1; Os 11:1. — 11 Gen 22:2. — 12 1 Re 8:22-531 2 Par 6:12; 7:1-7. — 13 Ex 25:9-40; 26:30; Act 7:44; Heb 8:5. — 14 Citado por Lesétre, o.c., p.yg. — 15 Mt 5:34. — 16 Rom 6:4. — 17 Is 40:13. — 18 Rom 11:34; 1 Cor 2:16. — 19 Ex 33:11-23; Núm 27:21. — 20 Rom 7:23-24; Gal 5:17; Ef 4:22. — 21 Is 38:12; Job 4:19; 2 Cor 5:1; 2 Pe 1:13-14. — 22 1:4; 8:19-20; 15:8-11.16; 16:14. — 23 Jn 3:12. — 24 La Vulgata añade al v.19: los que te agradaron, Señor, desde el principio. No se encuentra en los manuscritos y versiones, lo que indica se trata de una adición para completar el pensamiento, si bien muy antigua, dado que se encuentran vestigios de ella en las antiguas liturgias cristianas (Lattey),

 

Parte Tercera.

La Sabiduría en la Historia de Israel (10-19).

El autor sagrado ha afirmado la necesidad de la sabiduría para conocer la voluntad y designios de Dios y poder gobernar la vida propia y la de los subditos conforme a ellos. La última parte de su obra es una demostración histórica de las maravillas que la sabiduría llevó a cabo en Israel, las cuales resaltan más al contraste con la historia de los egipcios y cananeos, que, privados de ella, incurrieron con sus maldades en los más duros castigos divinos.

Se pone de manifiesto en las narraciones de estos capítulos una idea teológica: la providencia peculiar de Dios sobre su pueblo escogido, cuyos directores se dejaron conducir dócilmente por la sabiduría. Y tenemos en ellas un capítulo de la historia de la salvación, una parte del gran drama o lucha que se inició en el paraíso entre las fuerzas del bien y del mal y no concluirá hasta el final de los tiempos, en que Jesucristo Redentor ponga a todos sus enemigos como escabel de sus pies y entregue su reino al Padre 1.

Esta idea se presenta envuelta en un género literario especial. El autor ha escogido unos cuantos personajes bíblicos y destacados episodios de la historia de Israel mencionados en los libros sagrados. Los ha ampliado, basándose unas veces en tradiciones populares que reproducen Filón y Flavio Josefo, poetizándolos otras con un fin didáctico religioso (midrash). Lo que está muy de acuerdo con el carácter imaginativo de los orientales y encontramos más veces en la Biblia. En consecuencia, no tenemos aquí una descripción histórica estrictamente tal, como tampoco unos relatos meramente poéticos o alegóricos sin contenido alguno real, sino una ampliación midráshica de los sucesos referidos en el Éxodo con la finalidad de poner más al vivo ante la imaginación oriental de los lectores la actuación de la sabiduría a través de la providencia especial de Dios con Israel 2.

 

10. La Sabiduría, Guia del Pueblo Escogido.

La sabiduría guía a los patriarcas (10:1-14).

1 Ella fue la que guardó al primer hombre, al que primeramente formó Dios para ser padre del mundo, y le salvó en su caída, 2 y le dio poder para dominar sobre todas las cosas. 3 Por haberse apartado de ella en su cólera, el injusto se perdió por su furor fratricida. 4 Inundó luego la tierra el furor de éste, y de nuevo le salvó la sabiduría, rigiendo al justo en leño deleznable. 5 Cuando las naciones, en una concordia inicua, fueron confundidas, conoció al justo y le conservó irreprochable ante Dios, y le mantuvo fuerte contra la ternura paternal por su hijo. 6 Ella salvó de la ruina de los impíos al justo en su huida del fuego que descendía sobre la Pentápolis; 7 y en testimonio de la maldad continúa la tierra desolada, humeante, y sus árboles dan frutos que no maduran, y una estatua de sal quedó como monumento de un alma desobediente. 8 Pues los que despreciaron la sabiduría, no sólo sufrieron el daño de no conocer el bien, sino que dejaron a los vivientes un monumento a su insensatez, para que no cayesen en olvido sus pecados. 9 Pero la sabiduría libró de las penas a los que la servían. 10 Libró al justo que huía de la ira fraterna, le condujo por caminos rectos, le mostró el reino de Dios y le dio a conocer las cosas santas; le prosperó en sus fatigas y multiplicó el fruto de sus trabajos; 11 le asistió contra la avaricia de quien le oprimía y le enriqueció; 12 le preservó de sus enemigos y le protegió contra los que le acechaban, y le dio el premio de un rudo combate para que aprendiera que la piedad es más fuerte que todo. 13 No abandonó al justo vendido y lo salvó del pecado; descendió con él al calabozo 14 y no le abandonó en la prisión, hasta entregarle los poderes del reino y el poder sobre sus opresores. Descubrió la mentira de sus acusadores y le dio una gloria eterna.

El autor no menciona por sus nombres propios a los patriarcas cuya historia presenta guiada por la sabiduría. El lector israelita los identificaría sin dificultad alguna. La razón de la omisión pudo ser despertar más la atención de los prosélitos e incitarlos al estudio de la historia bíblica, o quizá más bien dar a la descripción un valor más universal conforme al estilo de los sabios.

Adán fue el primero de los seres humanos, creado inmediatamente por Dios 3. Su misma creación fue ya un acto de la Sabiduría divina, que lo crea a imagen y semejanza de Dios, constituyéndolo rey y señor de la tierra4. Antes de la caída le confirió los dones naturales y preternaturales que le protegían de todo mal 5. Después de ella le protege de nuevo, abriendo su mente a la esperanza de la redención e infundiendo en su corazón sentimientos de penitencia que condujeron a nuestros primeros padres a la salvación, según el sentir de los judíos contemporáneos del autor y de un buen número de Padres de la Iglesia6.

La actitud de Caín presenta el segundo acto del drama entre el bien y el mal. Se apartó de la sabiduría, que condenaba la envidia que concibió ante los sacrificios de su hermano Abel, más gratos al Señor que los suyos por estar tomados de lo mejor de sus ganados, y la ira que lo condujo al homicidio fratricida y fue causa de su perdición1. No podemos determinar a qué hace referencia en su afirmación el autor, si a la vida errante y fin violento de la misma, o al castigo del más allá, lo que es posible en el contexto de la Sabiduría. El Génesis presenta toda su vida como un castigo, y una tradición judía dice que fue muerto involuntariamente por Lamec o que pereció aplastado por su propia casa 8. Y ni la Biblia ni la tradición hablan de arrepentimiento alguno por su parte. A su pecado se atribuye el diluvio. Si bien no fue él la causa inmediata del mismo, lo fueron sus descendientes, que heredaron de él la maldad, que corrompió a los hijos de Dios y provocó el gran castigo 9. Una nueva intervención de la Sabiduría libra de él a Noé, hombre justo que seguía sus dictámenes en medio de aquella generación perversa, mediante el arca, cuya construcción ella le dictó y diseñó, la cual vino a ser como un leño deleznable frente a las masas de agua que devastaban la tierra. Los Santos Padres han visto en el diluvio una figura del castigo del pecado, y en el arca simbolizada a la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación para el alma.

Las gentes de Babel (v.5), orgullosas de su poder, pretendieron levantar una gigantesca torre que perpetuara su memoria; la sabiduría confundió sus lenguas y hubieron de desistir de su empresa y dispersarse por toda la tierra 10. Allá por el siglo xvni, el paganismo y la. idolatría predominaban en todo el Oriente; pero la sabiduría guiaba los pasos del que había de ser padre del pueblo escogido, el patriarca Abraham, a quien enseñó la conducta a seguir y fortaleció sobremanera cuando el Altísimo le pidió el sacrificio de su hijo, tanto que supo anteponer la orden sangrante de Dios al amor inmenso que profesaba a su unigénito 11. Y con su heroísmo nos enseña a todos los creyentes a anteponer la voluntad de.Dios a todas las cosas, aun a aquellas que puedan resultarnos más queridas y la renuncia más costosa. Su sobrino Lot fue el justo salvado de la lluvia de fuego que arrasó las corrompidas ciudades de la Pentápolis, situadas en la región sur del mar Muerto, la última de las cuales, Segor, fue perdonada ante las súplicas de Lot12. De su destrucción quedan, como testigos, una tierra desolada, cuya fertilidad semejaba la de Egipto 13; y humeante, que parece perpetuar el humo del incendio de las ciudades; la región del sur de Sodoma presenta el aspecto de una tierra teatro de volcanes, y en la parte sur del mar Muerto se levantan de sus aguas turbias y bituminosas, ante la acción del sol, nubes de vapor negro y denso. Como recuerdo quedan también los árboles cuyos frutos no maduran, porque el sol ardoroso los agosta en esas regiones profundas antes de que puedan llegar a su madurez; probablemente alude el autor a la "poma sodomítica," manzana de Sodoma de aspecto hermoso y atrayente, pero que al cogerla se disipa en humo y polvo en. la mano 14. Finalmente, la estatua de sal trae a la memoria la incredulidad de la mujer de Lot y la desobediencia a las palabras del ángel, la cual fue, más que la mera curiosidad, la causa del castigo. El sabio no da precisión alguna sobre el relato del Génesis y se limita a presentar la columna de sal como memorial de la falta. Flavio Josefo atestigua haber visitado la estatua 15, y San Clemente Romano afirma su existencia 16. En la parte sudoeste del mar Muerto pueden verse aún hoy día numerosas fisuras y agujas aisladas sobre la montaña de sal Djebel-el-Meleh. Quiso Dios que todas estas cosas quedasen como recuerdo perenne de los castigos que hubieron de sufrir quienes despreciaron la sabiduría al no querer obedecer sus mandatos.

Jacob (v.10) fue otro de los grandeb personajes bíblicos sobre quien la sabiduría ejerció una peculiar protección. Le protege cuando huye de la ira de Esaú, su hermano, a Harán, donde le acoge Labán su tío 17; durante el camino, en Luz, que se llamó después Betel (Dios ve), tuvo lugar la visión de la escala en que la sabiduría le mostró el reino de Dios y le dio a conocer las cosas santas 18; ambas expresiones son sinónimas y significan la majestad de Dios y su gobierno del mundo por el ministerio de los ángeles, y en particular la bondad de Dios para con el patriarca. También junto a su tío experimentó la protección de la Sabiduría; gracias a la habilidad que ella le comunicó, vino a ser rico a pesar de la codicia de Labán, a quien sirvió durante veinte años 19. Y cuando al emprender el retorno éste y sus hermanos le persiguen, es advertido por Dios que se guarde de hacer daño alguno a Jacob 20, que ve también disipados los temores que albergaba respecto del encuentro con Esaú al regresar a su tierra 21. El premio de un rudo combate que la sabiduría le dio dice relación a la batalla que sostuvo al regreso de Harán con el ángel de Yahvé, en que le fue cambiado el nombre en Israel por haber luchado con Dios y haber vencido 22. El patriarca pudo aprender que la piedad, es decir, la sabiduría en sus relaciones con Dios, es más fuerte que todo, pues venció al misterioso guerrero divino, y el episodio nos enseña a todos que con la plegaria a Dios, dictada por la sabiduría, podremos vencer a todos los enemigos de nuestra alma.

No menos experimentó la ayuda de la sabiduría José (v. 13) en los días difíciles que siguieron a su venta a los mercaderes que lo llevan a Egipto. Lo salva primero del pecado a que la mujer de Putifar lo incitara 23 y bajó después con él a la prisión en que aquél, dando fe a la calumnia, lo hizo encerrar. Lo congracia con el carcelero, que hace llegar al faraón su sabiduría, el cual, convencido de ella por su clarividencia profética en las visiones que le refirió y viéndolo lleno del espíritu de Dios 24, le constituye en el segundo de su reino, colocándole por encima de sus opresores. Con ello la sabiduría le dio una gloria eterna no sólo ante los egipcios, sino también ante los otros pueblos, que hubieron de acudir a los graneros de Egipto en busca de provisiones que por su indicación fueron acumuladas. Nosotros podríamos añadir que por medio del Evangelio su vida virtuosa será tenida en honor en el mundo entero hasta el final de los tiempos.

La liturgia ha tomado los v.10-n para la nona del oficio de confesor no pontífice, y los 10-14 Para 1a epístola de la misa "In virtute tua," de común de mártir no pontífice, en los que se describe la protección especial de la sabiduría sobre los justos aun en las situaciones más difíciles y comprometidas.

La sabiduría guía a Moisés e Israel (10:15/21-11:1/4).

15 Libró de la nación opresora al pueblo santo, al pueblo puro, a la descendencia irreprochable. 16 Entró en el alma del servidor de Dios e hizo frente a reyes temibles con prodigios y señales. 17 Dio a los santos la recompensa de sus trabajos, guiólos por un camino de prodigios, y fue para ellos sombra por el día y luz de astros por la noche. 18 Les hizo atravesar el mar Rojo y los condujo a través de las muchas aguas. 19Sumergió a los enemigos, y del profundo abismo arrojó a la playa sus cadáveres. 20 Por esto los justos, despojados los impíos, celebraron, Señor, tu santo nombre y a una alabaron tu diestra vencedora. 21 Porque la sabiduría abrió la boca de los mudos e hizo elocuentes las lenguas de los niños. ii1 Hizo prosperar sus obras por mano de un profeta santo, 2Atravesaron el desierto inhabitable y fijaron sus tiendas en lugares desiertos; 3 resistieron a los enemigos y se vengaron de sus adversarios; 4 tuvieron sed y te invocaron y les fue dada agua de la dura roca y remedio a su sed de la áspera piedra.

Esta perícopa nos lleva a Moisés y a las narraciones del Éxodo. La descendencia de Jacob se había ido multiplicando, de modo que vino a formar un gran pueblo, poderoso dentro de las fronteras egipcias. El faraón vio un peligro para su reino, por lo que se decide a oprimirlos. La sabiduría que había protegido a los patriarcas libró ahora al pueblo santo, escogido entre los demás pueblos de la tierra por el Dios tres veces santo 25 para llevar a cabo los destinos mesiánicos, que no se dejó contaminar por las prácticas idolátricas egipcias, y que, si bien prevaricó muchas veces, incluso durante la misma cautividad26, debía mantenerse irreprochable por su alta vocación, y de hecho se mantuvo tal en relación con los egipcios, a quienes no dieron motivo alguno para que los oprimiesen.

Para llevar a cabo la liberación, la sabiduría entra en el caudillo de Israel y le da poder para desencadenar las plagas, que terminaron por doblegar la dura cerviz del faraón y sus cortesanos 27. Dio a los israelitas la recompensa de sus trabajos (v.1y) mediante los vasos de oro, plata y vestidos que les fueron prestados por los egipcios al salir de su país, y que Dios, dueño absoluto de todo, pudo hacer retuvieran por los trabajos a que habían sido sometidos sin obtener por ellos salario alguno 28. Los condujo de Egipto al Sinaí, procurándoles, mediante prodigios sorprendentes, el alimento y el agua, señalándoles el camino a través del desierto mediante la nube luminosa de noche y oscura durante el día, que cubría con su sombra al pueblo, defendiéndolo de los rayos abrasadores del sol 29.

Fue también la Sabiduría — que sustituye siempre a Dios — quien separó las aguas del mar Rojo para que dejaran paso libre a los hebreos y las hizo juntarse de nuevo para que anegaran a los egipcios perseguidores, cuyos cadáveres, arrojados por las aguas a las orillas del mar, fueron despojados de sus armas por los israelitas, que carecían de ellas, conforme afirma también una tradición oral mencionada por Filón y Flavio Josefo 30. Figura del bautismo el mar Rojo, los egipcios sumergidos lo son de nuestros pecados, que desaparecen bajo la acción de las aguas bautismales.

Al verse protegidos de modo tan admirable por la mano omnipotente de Dios, entonaron un canto de alabanza en su honor, que consigna el autor del Éxodo 31. La afirmación de que la sabiduría abrió la boca de los mudos e hizo elocuentes las lenguas de los niños (v.21) es una hipérbole poética, semejante a aquella otra del salto de las montañas como corzos 32, para indicar que los hebreos, que habían estado como mudos que no pueden o niños que apenas saben hablar, a causa del dolor y la opresión, cantan ahora jubilosos y celebran con la alegría del triunfo al Dios Salvador 33.

Por medio de su caudillo Moisés, en quien habitaba 34, la Sabiduría guió a los israelitas durante cuarenta años a través del desierto. Dios les proporcionó como alimento el maná, y la Sabiduría hizo saltar, ante la plegaria de Moisés y Aarón, agua abundante de la roca que aquél golpeó con su vara 35. San Pablo ve en ella un tipo de Cristo, que, golpeado en la pasión y abierto su corazón por la lanza en la cruz, vino a ser fuente de aguas conducentes a la vida eterna para cuantos creen en El 36.

Los pueblos con quienes hubieron de luchar y que derrotaron por la ayuda de la Sabiduría, fueron los amalecitas, el rey cananeo de Arad; Seón, rey de los amorreos; Og, rey de Basan, los moabitas y los madianitas 37.

1 1Cor 22-28. Biblia comentada 4 3') — 2 Cf. F. Feldmanm, Die lilerarische Art von Weisheit Kap, 10-19: ThGl (iqoq) 17855; Camps, Midrash sobre la historia de les plages: Mise. Bibl. B. Ubach (1953) 97-113 ;R. T. Sie-Beneck, The Midrash of Wisdom 10-19: CB 9.22 (1060) 176-182. — 3 Gen 2:7; 21-22. — 4 Gen 1:28; 9:2. — 5 Gen 2:17; 3:3.19 (inmortal.); 2:25, cf. Rom 7:23 (integridad); 2:8-16 (impasibilidad); 1.28; 9:3 (dom. sobre los animal.). Lo crea en estado adulto, y conoce las propiedades de los animales (2:1.9-20), lo que indica le confirió preternaturalícente la ciencia. — 6 San Ireneo dice, contra Taciano, que, habiendo venido Jesucristo a salvar a la humanidad, convenía librase de las manos del demonio a los progenitores de la misma, a quienes él hizo pecar (Adv. haer. 3:34). Y San Agustín escribe que toda la Iglesia generalmente cree en la salvación de Adán (Ep. 99 ad Exod.). A. Dupont-Sommer, Adam, "Pére du Monde" dans la "Sagesse de Salomón" (10:1-2): RHR 119 (1939) 182-203. — 7 Gen 4:433. — 8 Jubil. IV 3t. — 9 Gen 4:19.22-24; 6:1-4. — 10 Gen 11:1-9. — 11 Gen 22:1-19; Eclo 44:20. — 12 Gen 19:1-29. — 13 Gen 30:10, — 14 fl. Jos., De bello iud, IV 8:4; Jul. Solin., Pol.vhist. 0.38. — 15 Antiq. I 12:4. — 16 Ad Cor 11. — 17 Gen 27.415s. — 18 Gen 28:12-22. — 19 Gen 30:25-43. — 20 Gen 31:24-29. — 21 Gen 32:1-23; 33:1-20. — 22 Gen 32:24-32. — 23 Gen 37:2; 39:1-12. — 24 Gen 41:38-39. — 25 Ex 19:4-6; Is 6:3. — 26 11:9-10; 12:21ss; 15:2; 16:5-6, 11; 18:20-21; Ez 20:8. — 27 Ex 7:10. — 28 Ex 11:2. — 29 19:7; Ex 13:21-22; Núm 14:14; Sal 105:39. — 30 Ant. II 16:6. — 31 15:1-18. — 32 Sal 113:4 — 33 P. Grelot, Sagesse 10:21 et le Targum de l'Exode: Bib 42 (1961) 49-60 — 34 10:16; Dt 18:15-18; 34:10; Os 12:14. — 35 Ex 17:1-7 (Rafidim); Núm 20,1-3. — 36 1 Cor 10:3-4. — 37 Ex 17:8-16; Núm 21:1-3; 21:21-31; 21:33-35 y Dt 3:1-7; 25:17; 31·2,

 

11. Castigo de los Egipcios.

5 Pues por donde fueron castigados sus enemigos, 6 por ahí fueron socorridos los indigentes. 7 En vez de las aguas perennes del río, se vieron aquéllos turbados con sangre podrida; 8 en castigo del decreto infanticida, dísteles a ellos, contra toda esperanza, aguas abundantes. 9 Y mostraste por aquella sed el castigo infligido a los adversarios, juzgados con ira. 10 Porque aquéllos, probados y corregidos con misericordia, conocieron cómo eran atormentados los impíos con ira. n Pues a unos, como padre que amonesta, los probaste; pero a los otros, como rey severo que condena, los castigaste. 12 Pues ausentes y presentes eran igualmente atormentados. 13 Y heridos por un doble pesar, gimieron por la memoria de lo pasado, 14 porque, oyendo que sus propios tormentos beneficiaban a los otros, conocieron al Señor. 15 Pues aquel que ellos arrojaron y despreciaron, le admiraron al fin de los sucesos, cuando sintieron una sed muy diferente de la de los justos. 16 En castigo de los pensamientos insensatos y estúpidos con que, extraviados, adoraban a reptiles irracionales y viles brutos, les enviaste en castigo muchedumbre de animales irracionales. 17 Para que conocieran que por donde uno peca, por ahí es atormentado. 18 Pues no era difícil a tu mano omnipotente, que creó el mundo de la materia informe, enviarles muchedumbre de osos o feroces leones, 19o fieras desconocidas llenas de furor, creadas nuevamente, que respirasen un aliento inflamado, exhalando un olor infecto, o que de sus ojos lanzasen terribles centellas, 20 que no sólo hiriéndolos les causaran la muerte, sino que ya sólo con su vista espantable los mataran; 21 pero, aun sin esto, por un simple soplo podrían perecer perseguidos por la justicia y disipados por tu soplo poderoso; pero todo lo dispusiste con medida, número y peso. 22 Porque el realizar cosas grandes, siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo, ¿quién puede resistir? 23 Pues todo el mundo es delante de ti como un grano de arena en la balanza y como una gota de rocío de la mañana que cae sobre la tierra. 24 Pero tienes piedad de todos, porque lodo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para traerlos a penitencia; 25 pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna. ¿Y cómo podría subsistir nada si tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin ti? 27 Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador de las almas.

En esta perícopa, el autor, con un fin didáctico, va a contraponer la misericordia de Dios para con los hebreos con la justicia que empleó con los egipcios, justicia temperada por la misericordia, como la misericordia para con Israel fue muchas veces sustituida por la justicia.

Un mismo elemento sirve a Dios para mostrar su misericordia con los israelitas y para castigar a los egipcios: a aquéllos proporciona prodigiosamente abundantes aguas en lugar desierto, contra toda esperanza, de una manera prodigiosa l, mientras que a éstos convierte las aguas del Nilo en sangre, con lo que hubieron de sufrir una ardorosa sed. A los datos del Éxodo, donde como motivo general de la plaga se da la confirmación de la misión de Moisés, se añade aquí como razón particular el servir de castigo al decreto del faraón sobre la muerte de los niños hebreos 2. Duro castigo que hubieron de sufrir los egipcios cuando los hebreos se hallaban en su país y en sus consecuencias, después de haber partido, el cual les proporcionó un doble sufrimiento: la sed física que les infligió y el sentimiento de que ese castigo se había convertido en beneficios para aquellos a quienes habían oprimido, y que ahora gozaban de felicidad, como tal vez les notificarían las caravanas llegadas a Egipto del desierto. Esto les hizo sentir que el Señor estaba con aquel niño hebreo salvado de las aguas, a quien, constituido en caudillo de los suyos, ellos habían desoído y despreciado 3.

A la plaga de las aguas convertidas en sangre siguieron las plagas de las ranas, mosquitos y tábanos. También aquí a la finalidad propuesta en el Éxodo (vencer la obstinación del faraón) añade el autor del libro la razón peculiar por la que Dios escogió ese castigo, que fue su culto zoolátrico. En efecto, los egipcios daban culto a los cocodrilos, serpientes, lagartos, ranas, escarabajos, etc. Adoraban a Júpiter en la imagen de un carnero, a Apis en la de un buey, a Mercurio en la de un perro. La religión de los egipcios, en un principio espiritualista, vino a caer en el más grosero culto a los animales, de modo que la zoolatría vino a ser parte integrante de la religión egipcia. Fue una consecuencia de la doctrina sacerdotal sobre la emancipación eterna de la materia engendrada por Dios y sobre la metempsicosis (Lesétre).

El Señor, que sacó los seres de la creación de aquella primera masa caótica que previamente creara de la nada (v.18)4, pudo hacer caer de improviso una muchedumbre de animales salvajes o crear otras fieras monstruosas que con su aliento, con su olor o con su sola mirada les diesen muerte 5. Más aún, no le era necesario al Señor crear animales grandes o pequeños para castigar a los egipcios; una palabra suya bastó para dar el ser a la creación entera, y un soplo de su hálito bastaría para reducirlos a la nada; al final de los tiempos, la Sabiduría encarnada dará muerte al "inicuo" con el hálito de su boca 6. Pero Dios señaló un límite, porque no quería destruir a los egipcios, sino castigarlos en la medida precisa para que reconocieran su mano poderosa; no quiso hacer una manifestación de su poder, sino de su justicia, temperada siempre por la misericordia mientras estamos en esta vida. Los tres términos medida, número y peso vienen a ser expresión de la múltiple sabiduría, exactitud y justa medida con que Dios hace todas las cosas 7.

La última perícopa de la sección desarrolla el pensamiento precedente: Dios tiene un poder absoluto, de modo que puede aniquilar a los seres creados con la facilidad con que se mueve un grano de arena o se evapora la gota de rocío al contacto con los rayos del sol (v.23) 8; pero tiene misericordia de todos, de los justos y de los pecadores, a quienes no castiga en seguida, como merecían y El podría hacer, sino que les da tiempo a que hagan penitencia 9. Gomo razón de esa misericordia presenta el autor sagrado su poder. El ejercicio de la misericordia es la expresión más perfecta de la omnipotencia divina, porque al perdonar y tener misericordia de los hombres les hace partícipes de un bien infinito, que es el último efecto de la virtud divina, y porque el efecto de la misericordia divina es fundamento de todas las obras divinas 10.

La última razón de esa misericordia es el amor (v.25). Dios ama todas las cosas; si éstas vinieron a la existencia, fue porque ya antes las amó, y su amor es causativo de las mismas. Ninguna ha podido venir al ser como efecto del odio divino, de modo que sea indigna de su amor. Y son, por el mero hecho de que existen, entitativamente buenas 11, participación de la bondad de Dios, y reflejan sus perfecciones. Y por lo mismo que Dios las ama, como el artista su obra, como el padre a sus hijos, las conserva en el ser.

Pero entre todos los seres ama con predilección al hombre, en el cual dejó plasmada su imagen y semejanza. Y por eso perdona a los pecadores, a los egipcios, por graves que sean sus pecados, con sólo un sincero arrepentimiento de ellos, porque son suyos, obra de sus manos, que llevan en su naturaleza humana plasmada la imagen y semejanza de Dios. "Es un gran motivo de confianza — escribe San Agustín — para un alma el considerar que ha salido de las manos de Dios, que ha recibido de El todo cuanto es y que no la ha hecho solamente para ser una débil contraseña de su poder (como son las criaturas irracionales), sino que la ha creado a su imagen y semejanza y la ha hecho digna de entrar en su gloria." 12

1 Ex 17:3. — 2 Filón dice que les envió esta plaga para castigar la veneración en que tenían el río, que consideraban como principio primero de todas las cosas (De vita Mo.si's I 98). — 3 Ex 5:2.4; 7:13.22; 10:10-11, etc. — 4 Algunos han concluido de la expresión del v.18 que el autor se aparta de la doctrina que afirma la creación de la nada (Gen 1:1-2; 2 Mac 7:28), y profesa la doctrina platónica de la creación de todas las cosas de una previa materia informe. Se trata aquí de la "creatio secunda." La concepción platónica es de todo extraña al autor de la Sabiduría (cf. 1:4; 9:1-9; 11:21-26; c. 13-14; 16:13-15, etc.). — 5 Cf. Job 41:10-13. — 6 2 Tes 2:8. — 7 En Is 28:17; Job 31:6; Dan 5:27, "medida y peso" son símbolos de la justicia divina. E. Des Places, Un emprunt de la "Sagesse" (11:20[21]) aux "Lois" (VI 757b,3-4) de Platón: Bib 40 (1959) icios. — 8 2 Mac 8:18; Is 40:15; Os 4:4. — 9 2 Pe 3:9. — 10 I 21:4; 25:3. — 11 5. Th. I 20:2. — 12 Citado en Girotti, o.c., p.312.

 

12. Castigo de los Gánameos.

1 Porque en todas las cosas está tu espíritu incorruptible, 2 y por eso corriges con blandura a los que caen, y a los que pecan los amonestas, despertando la memoria de su pecado, para que, libres de su maldad, crean, Señor, en ti. 3 Y porque aborrecías a los antiguos habitantes de tu tierra santa, 4 que practicaban obras detestables de magia, ritos impíos, 5 y eran crueles asesinos de sus hijos; que se daban banquetes con la carne y sangre humanas, y con la sangre se iniciaban en infames orgías. 6 A esos padres, asesinos de seres inocentes, determinaste perderlos por mano de nuestros padres, 7 para que recibiese una digna colonia de hijos de Dios esta tierra, ante ti la más estimada de todas. 8 Pero a éstos, como a hombres, los perdonaste, y enviaste tábanos como precursores de tu ejército, para que poco a poco los exterminaran. 9 No porque fueras impotente para someter por las armas los impíos a los justos o para de una vez destruirlos por fieras feroces o por una palabra dura; 10 pero, castigándolos poco a poco, les diste lugar a penitencia, no ignorando que era el suyo un origen perverso, y que era ingénita su maldad, y que jamás se mudaría su pensamiento. 11 Que era semilla maldita desde su origen, y no por temor de nadie dilataste el castigo de sus pecados. 12 Pues ¿quién te dirá: Por qué haces esto, o quién se opondrá a tu juicio, o quién te llamará a juicio por la pérdida de naciones que tú hiciste, o quién vendrá a abogar contra ti por hombres impíos? 13 Que no hay más Dios que tú, que todo lo cuidas, para mostrar que no juzgas injustamente. 14 Y no hay rey ni tirano que te pueda pedir cuenta de tus castigos. 15 Siendo justo, todo lo dispones con justicia y no condenas al que no merece ser castigado, pues lo tienes por indigno de tu poder. 16 Porque tu poder es el principio de la justicia, y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. 17 Sólo si no eres creído perfecto en poder, haces alarde de tu fuerza, confundes la audacia de los que dudan de ella. 18 Pero tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano.

Continuando el pensamiento del capítulo anterior, afirma el autor del libro que Dios ama las cosas, porque en todas ellas está su "espíritu incorruptible," creador y conservador, que infundió el hálito vital que conserva la vida de sus criaturas. Y ello es otro motivo por el que Dios castiga suavemente a los pecadores y no los destruye y aniquila, para que, reflexionando con la gracia interna de Dios sobre su pecado, se arrepientan y crean en ti con una fe acompañada de la enmienda de la vida l. Esta fue la conducta seguida por Dios con los egipcios; y el mismo procedimiento siguió el Señor con los cananeos — pueblo idólatra y cruel en su culto —, que ocupaban la tierra prometida a los hebreos. Dios lo castiga, también por medio de Israel, con mano dura, pero misericordiosa, y esto no por debilidad, sino para darles tiempo a que se arrepientan de sus abominaciones.

Los cananeos, pobladores de la tierra santa, se habían hecho más aborrecibles a los ojos de Yahvé que los egipcios. Se daban a la adivinación, a la magia y a otras abominaciones reprobadas por Dios en el Deuteronomio 2, ritos impíos, vergonzosos, en honor de Baal, Astarté, y crueles hasta llegar a ofrecer en holocausto, al dios Moloc, a sus hijos en las grandes calamidades y en las fiestas del dios. Las excavaciones han demostrado que los cananeos sacrificaban niños incluso con ocasión de la "primera piedra" de un templo, de una muralla, de una casa 3. Dios prohibió a los israelitas imitar esta conducta bajo pena de muerte4; no obstante la cual, cayeron a veces en tan repugnante práctica idolátrica 5. No están de acuerdo los exegetas en la interpretación del inciso del ν.5 alusivo a la antropofagia, dado que nunca se afirma en la Biblia tal práctica en los cananeos ni ha sido tal dato confirmado por la arqueología. Unos lo toman en su sentido literal, dado que al sacrificio seguía el banquete con la carne de las víctimas 6. Otros ven una hipérbole para expresar sencillamente la inmolación de víctimas humanas. La terminación del ν.5, si nuestra lección es la auténtica7, aludiría a las iniciaciones de las religiones de los misterios o las parangonaría a los cultos cananeos orgiásticos en honor de Baco.

Dios determinó exterminar a los cananeos por medio de los israelitas como ministros de su justicia, que debían vengar sus abominaciones (v.6) 8, con el fin de que aquella tierra de Palestina, distinguida por Dios con las apariciones de los patriarcas y que un día sería escenario de la vida y pasión de la Sabiduría encarnada, recibiese en sus fronteras una colonia de hijos de Dios. Su propietario es Yahvé y los israelitas, sus hijos, como miembros del pueblo por El escogido.

Pero también el castigo de los cananeos estuvo temperado por la misericordia; en lugar de exterminarlos de un modo fulminante, les enviaste "tábanos" que los exterminaran poco a poco. En el Éxodo, Dios dice a Moisés que enviará tábanos ante el pueblo que pondrán en fuga a los habitantes de Canaán y que los hará desaparecer poco a poco para que no quede desierta la tierra, y lo realizó bajo Josué 9.

Al ejecutar el exterminio poco a poco, el Señor, que pudo aniquilarlos en un momento por las armas o por medio de fieras, sin temor a nadie, pues es soberano absoluto de todos, pretendía darles tiempo para que se arrepintiesen de sus abominables maldades y creyeran en Yahvé, Dios verdadero, Señor de Israel. Y esto, no obstante la gran dificultad y poca esperanza que ofrecían los cananeos, raza maldita y perversa desde su origen 10, a quien las costumbres paganas bárbaras y salvajes habían endurecido tanto en la maldad y el crimen, que le resultaría sumamente difícil el arrepentimiento y cambio de vida; de tal dificultad hay que entender el v.10, no de una imposibilidad absoluta; de lo contrario, no tendría explicación la actitud de Dios.

Con la respuesta a las cuatro preguntas que formula en el v.12 da las razones profundas de la conducta divina en su castigo y misericordia para con los cananeos, y en primer lugar nadie puede pedir cuentas a Dios, pues no hay superior por encima de El que cuide de las cosas, ni rey o tirano alguno. Todos son criaturas suyas, pues El ha hecho al pequeño y al grande y es El quien cuida de todos 11. Siendo uno de los atributos divinos la justicia, Dios jamás condena a quien no lo merece 12; hacerlo sería indigno de su poder, que es absoluto, y no precisa, para salir airoso, cometer injusticias, las cuales, por lo demás, arguyen debilidad y pecado. Existe entre los atributos divinos una especie de circumincesión o una compenetración recíproca, que resulta de la naturaleza misma de Dios, que es acto puro, en virtud de la cual no puede un atributo hacer lo que contradice al otro. El poder de Dios, como raíz de todo derecho, es, por lo mismo, principio y fundamento de la justicia; procede, por lo demás, de su divinidad, que es perfectísima y santísima, sumamente conforme con la ley eterna y la recta razón, por lo cual será principio y fundamento de la más auténtica justicia. Y también de la misericordia, como Señor supremo, puede perdonar a todos, pues a nadie tiene que rendir cuentas de sus actos, y la justicia no excluye la misericordia.

Sólo en dos clases de personas hace el Señor ostensión de su poder y castiga con dureza: a aquellos que no creen en su poder, como el faraón y los egipcios, y a quienes, conociendo al Señor, no le temen, como los judíos apóstatas y los paganos a que alude San Pablo en Rom 1:20-32. Para con los demás, aunque es el Señor de la fuerza y la puede aplicar en el momento que le plazca, obra con benignidad y con paciencia, difiriendo el castigo en espera de su conversión.

Lecciones que de lo dicho se infieren (12:19-27).

19 Por tales obras enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser bueno, y diste a tus hijos buenas esperanzas de que das tiempo de penitencia de los pecados. 20 Porque, si a los enemigos de tus hijos y reos de muerte los castigaste con tantos miramientos e indulgencia, dándoles tiempo y espacio para arrepentirse de su maldad, 21 ¿con qué circunspección juzgarás a tus hijos, cuyos padres recibieron de ti juramentos y alianza de buenas promesas? 22 Pues corrigiéndonos a nosotros, azotas mil veces más a nuestros enemigos, para que, cuando nosotros juzgamos, conozcamos tu bondad y, al ser juzgados, esperemos misericordia. 23 Pues a los injustos, que pasan la vida en la insensatez, los atormentaste por sus propias abominaciones. 24 Cuando mucho más se extraviaron por los caminos del error, teniendo por dioses los más viles animales, engañados a manera de niños insensatos. 25 Y por esto, como a niños sin juicio, les enviaste un castigo de burla; 26 y los que no se corrigieron con amonestaciones de burla, sufrieron un castigo digno de Dios, 27 pues fueron castigados por medio de aquellos mismos que tenían por dioses, y por ellos mismos azotados, al ver que aquel que antes se negaron a reconocer por Dios era el Dios verdadero, que echó sobre ellos la suprema condenación.

Descrito el castigo de los egipcios y cananeos, temperado por la misericordia, el autor saca una doble conclusión para los israelitas: la primera, que ellos, santos por su vocación, deben ser buenos con todos los hombres incluso con sus enemigos, a imitación de Dios, que ama a todos, incluso a los que le han ofendido con los pecados, con lo que se mostrarán hijos del Padre, que está en los cielos 13. La segunda, que, si algún día prevaricaran, pueden esperar que Dios se mostrará con ellos no menos misericordioso y clemente que con los egipcios y cananeos. Si castigó con benignidad a los egipcios, que resistieron tanto a su poder, y a los cananeos, que se degradaron con un culto inmoral y cruel, ¡con cuánto mayor motivo castigaría con misericordia a sus hijos los israelitas, la viña escogida descendiente de los patriarcas, con quienes Dios hizo juramento y alianzas! 14

Y en verdad hay una gran diferencia entre el castigo de Dios a los israelitas y a los otros pueblos: aquél es el del padre que amonesta y corrige a sus hijos, éste el del juez que castiga con toda severidad a los pecadores degradados en sus maldades, pero sin olvidar su misericordia. Ello es una lección para los israelitas. Cuando ellos, como instrumentos de Dios, hayan de ejecutar justicia para con los demás, recordarán la bondad del Señor y juzgarán con misericordia; de este modo, al ser ellos juzgados, tendrán un título más ante la misericordia de Dios, conforme a la enseñanza de la Sabiduría encarnada: "Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados y con la medida que midiereis se os medirá." 15

El autor vuelve de nuevo a los egipcios, llamados aquí injustos en oposición con el apelativo de justos que dio a los hebreos (V.9) para poner de relieve otra vez el plan justo y misericordioso del castigo de Dios. Los egipcios fueron muy lejos en sus aberraciones idolátricas, llegando a dar culto a los animales más viles y repugnantes 16, procediendo como niños sin juicio. Por eso, Dios, en lugar de hacer alarde de su poder omnipotente, les envió un castigo "de burla." De hecho, las primeras plagas fueron un castigo irrisorio, destinado también a mofarse de ellos, o más bien de sus dioses, que no podían detener el castigo que se ejecutaba con los mismos seres a quienes adoraban. Sólo ante su obstinación frente a las nueve primeras plagas, Dios les envió un tremendo castigo, no ya irrisorio, sino digno de su poder y de su justicia: la muerte de los primogénitos. Al ser castigados por seres idénticos a aquellos que tenían por dioses, descubrieron la acción del Dios verdadero 17, pero sin rendirse a la petición del caudillo escogido para su pueblo. Por eso Dios tuvo que enviar la plaga de la muerte de los primogénitos; sólo entonces el faraón permitió la salida de los hebreos. Y como después, arrepentido, saliese con su ejército en su persecución para volverlo a la servidumbre, el Señor sepultó su ejército bajo las aguas del mar Rojo.

La doctrina de esta perícopa sobre la misericordia de Dios nos coloca por encima de la revelación del Pentateuco, en la que el amor no se eleva todavía sobre la ley del tallón, promulgada varias veces por el Señor y mandada aplicar por El en diversas ocasiones, y nos acerca a la moral evangélica, que manda la misericordia y bondad con todos, incluso con los mismos enemigos. Comienza a perfilarse con claridad el universalismo evangélico.

1 Gal s,6b. — 2 I8.QSS. — 3 S. R. Driver, Modern Research as illústrating the Bible (Londres 1909) p.so.67-73; Vingent, Canaán d'aprés l'exploration recente (París 191-4) p.50-51.116-117.188-204; Barrois, artículo Canaán en DBS t.i 0.1015-1017; W. Corswant, Dict. d'Arch. biblique (Neu-chátel-París 1956) a la palabra Sacrifice $.265-267. — 4 Lev 20:2. — 5 2 Re 23:10; Is 57:5; Jer 7:31; 19:5; Ez 16:20; 23:37; Sal 105:37-38. — 6 Lev 26:29; Dt 28:53; Jer 19:9. — 7 Se dan diversas lecciones vanantes. La diversidad proviene de que no existe en griego el término μυστοτθεία (εκ μέσου μυταθείας σου). La mayor parte de los crνticos, despuιs de Gornely, leen 'εκ μέσου μυ$τάς μιάσου: en medio de un coro de bacanales, en medio de infames orgías. La Vulgata traduce μυσταθεία: sacramentum, que habría que entender del culto divino o de la tierra santa. Algunos traducen: bebían la sangre en medio de tu tierra santa. Cf. A. jadrijevic, Notae ad textum Sap 12:3-7: VD 22( 1942) 117-21. — 8 Ex 22:23.33; Núm 33:51-56; Dt 7:1-2 — 9 Ex 23:28; Dt 7:20; Jos 24:12. — 10 Cam fue maldecido por Noé, su padre, por la irreverencia cometida contra él. Cf. Gen 9:2-5. — 11 6:7; Ts 45:9; Dan 4:32; Job 9:12; Rom 9:20. — 12 Un buen número de manuscritos presentan la lección: ipsum qui non debet puniri condemnas et exterum aestimas a tua virtute ("condenas a quien no debe ser castigado y lo estimas ajeno a tu virtud"). En ella apoyaba Calvino su tesis de la reprobación antes de todo pecado. Pero tal lección tiene en contra todos los códices griegos y la misma Vulgata, y es del todo improbable en un contexto en que se afirma la justicia de Dios, que excluye toda arbitrariedad e injusticia en sus decisiones (lesétre). — 13 Mt 5:44-45 — 14 Gen 15:5.18; 22:16.18; Ex 24:9. — 15 Mt 7:2. — 16 15:18-19. — 17 Ex 8:4; 9:27; 10:16-17; 12:3T.

 

Sección 2. La Idolatría, Pecado Opuesto a la Sabiduría.

El autor interrumpe su narración sobre la diversa suerte de Israel y Egipto, que continuará en el capítulo 16, para dedicar una larga sección a la idolatría, mencionada a propósito de los egipcios en los capítulos precedentes. Va a poner en ella de manifiesto a qué grado de necedad y aberración, a qué punto de envilecimiento y degradación puede llegar la razón humana cuando se aparta del recto sendero de la sabiduría. Y pretende con ello mantener firmes en el culto al verdadero Dios a los judíos, que tenían que vivir en medio de pueblos idólatras, y, sin duda también, hacer reflexionar a los mismos paganos sobre la vanidad de sus ídolos.

Semejantes descripciones no son nuevas. Las encontramos ya en los profetas, que tuvieron que defender el monoteísmo israelita frente a la tendencia innata a la idolatría y frente a la presión de los pueblos conquistadores, que con su poder e influencia querían i mponer el culto a sus dioses.

 

13. La Idolatría, Necedad Ridicula.

Necedad de los que adoran las criaturas (13:1-9).

1 Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es la fuente de ellos, y por la consideración de las obras no conocieron al artífice. 2 Sino que al fuego, al viento, al aire ligero, o al círculo de los astros, o al agua impetuosa, o a las lumbreras del cielo tomaron por dioses rectores del universo. 3 Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses, debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas. 4 Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su creador. 5 Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, por razonamiento se llega a conocer al Hacedor de éstas. 6 Pero sobre éstos no cae tan gran reproche, pues yerran tal vez por aventura, buscando realmente a Dios y queriendo hallarle; 7 y ocupados en la investigación de sus obras, a la vista de ellas, se persuaden de la hermosura de lo que ven. 8 Aunque no son excusables, 9 porque, si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?

La perícopa es de sumo interés. En ella se pone de relieve la necedad culpable de los gentiles, que, habiendo alcanzado un conocimiento profundo de las cosas creadas, no supieron elevarse al Creador de las mismas. A la vez, el autor nos da un pequeño tratado sobre el conocimiento de Dios.

La inteligencia fue dada al hombre para que conociese al Creador y le tributase la alabanza debida. Quien no cumple esta misión es francamente necio, pues falla en la razón fundamental de su existencia 2. Sus mismas facultades naturales debieron llevarle a ese conocimiento de Dios, y, en consecuencia, a su veneración y culto. En efecto, por los bienes de que el hombre disfruta y las obras maravillosas de la creación que contempla con sus ojos, debió remontarse a la fuente creadora de todos esos bienes y descubrir al artífice que dio a todas esas obras su existencia. "El universo — escribía Filón — ha sido hecho con un arte tan consumado, que tiene que tener como autor un artífice de ciencia excelente y perfectísimo." 3

Weber hace observar la identidad que el sabio pone entre Dios, el Ser y el Creador, que no deja lugar alguno para un intermediario entre Dios inaccesible, y el mundo material, que en la filosofía de Platón o de Filón realizaba el papel de demiurgo 4.

Sin embargo, seducidos por la belleza de unas criaturas, sorprendidos por el poder maravilloso de otras, las colocaron el lugar de Dios como rectores del universo. Los persas divinizaron el fuego; en Menfis tenía un templo con el nombre de Ptah, y en Occidente era adorado bajo el nombre de Vulcano. Los griegos adoraban a Eolo, señor de los vientos; según Platón y los estoicos, Hera o Junon era la diosa del aire. Los asiros fueron adorados comúnmente en la antigüedad, especialmente por los asirios; el sol y la luna eran adorados por los griegos bajo los nombres de Apolo y Diana; en los fenicios, bajo los de Baal y Astarté, y en Egipto bajo los de Isis y Osiris. Las aguas fueron divinizadas por su utilidad y poder devastador; los egipcios las veneraban como el elemento primitivo generador de todo lo demás, y los griegos tenían sobre el particular los dioses Neptuno, las náyades y las ninfas.

El autor de la Sabiduría enseña que la contemplación de tanta belleza y tanto poder derramados por el universo debieron de llevar a aquellos filósofos paganos a descubrir al Creador mediante un proceso intelectual que, partiendo de los efectos, se remontara a las causas (v.3-5). No teniendo, en nuestro caso, la hermosura y poder de la naturaleza en sí mismos la razón de su existencia, pues que la pueden perder, es preciso reconocer una causa suprema y última (repugna en sana filosofía una serie indefinida de causas) de aquella hermosura y poder. El fundamento de tal reconocimiento es el principio metafísico de que todo efecto presupone una causa. "De las cosas sensibles nuestro entendimiento no puede llegar a conocer la esencia divina, porque las criaturas sensibles son efectos de Dios que no adecúan la causa... Pero, como son efectos dependientes de su causa, podemos por ellas conocer la existencia de Dios y aquellas cosas que le convienen, en cuanto que es causa que excede todo lo causado."5 Por eso los Padres vieron en el universo un "libro de la divinidad"6, "una lira o cítara que emite el suave concierto de la divina Providencia, cuyo citarista es Dios."7 De modo que, como dice San Agustín, "el cielo y la tierra y el universo entero hablan a los sordos, si Dios mismo por su bondad no habla al corazón del hombre."8 Y por lo que a la hermosura de las cosas creadas se refiere, Mgr. Gay constata al corazón humano que "toda belleza exterior no es más que una especie de testimonio que Dios da aquí abajo de sí mismo, un velo bajo el cual él se encubre, una sombra de su benéfica presencia, una llamada de su voz, alimento que su mano nos proporciona, una dulce y tierna invitación."9

En este texto debió de inspirarse San Pablo cuando en su carta a los Romanos afirma que "lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas" 10, doctrina que definió el concilio Vaticano I 11. Con toda razón, la teología católica aduce este texto del libro de la Sabiduría para probar que la razón humana puede demostrar analógicamente (por las criaturas) la existencia de Dios 12.

A continuación, el autor hace unas reflexiones sobre la culpabilidad moral de los que adoran las bellezas y fuerzas de la naturaleza (v.6-9). No merecen tal vez un reproche tan severo como los idólatras de que hablará después, que adoraron las obras mismas de sus manos. Buscaban a Dios, que es la causa última de esas bellezas que resplandecen en la creación, de esa fuerza que ostentan los fenómenos extraordinarios de la naturaleza a que dirigían su investigación, si bien se quedaron en ellas sin remontarse a Dios, su causa suprema. Pero no son del todo excusables, pues si alcanzaron un conocimiento profundo del universo y penetraron secretos de la naturaleza, más fácilmente debieron descubrir al Creador del mismo. De hecho, todos los pueblos han venido a admitir la existencia de un Ser supremo, los salvajes y los civilizados. En realidad, uno puede, como dice Orosio, despreciar a Dios durante cierto tiempo, pero no puede ignorarlo del todo13. "Quien no es ilustrado por tantos resplandores de las cosas creadas — escribe San Bernardo —, es ciego; quien no está despierto a tantos clamores, está sordo; quien de tantos indicios no advierte el principio primero, es necio."14 ¿Por qué, de hecho, no llegaron esos filósofos, a través de sus investigaciones, al Señor del mundo? Seguramente carecían de la humildad de corazón y de la libertad de espíritu respecto de las cosas de la tierra que es preciso para ver a Dios. Amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras no eran buenas. En esto son culpables 15.

Ironía del culto a los ídolos (13:10-19).

10 Desdichados los que han puesto sus esperanzas en muertos, cuantos llaman dioses a las obras de sus manos, oro y plata, obra de artífice e imágenes de animales, o piedra inútil obra de mano antigua. u Corta experto leñador un tronco manejable, lo descorteza diestramente y, haciendo uso de su destreza y arte, fabrica un mueble útil para las necesidades de la vida; 12 Y los despojos de la obra los consume en preparar su comida y satisfacer su necesidad; 13 pero el último resto, que para nada sirve, un leño torcido y lleno de nudos, lo toma y lo labra en sus ratos de ocio, y con su arte le da una figura, semejanza de hombre; 14 o, dándole la semejanza de un vil animal y pintándole de minio, le da un color rojo y cubre de pintura todas las manchas que hay en él, 15 y, preparándole una morada digna, le coloca en el muro, asegurándole con clavos, cuidando bien que no caiga, 16 pues sabe que no puede sostenerse a sí mismo, siendo una imagen que necesita de ayuda* 17 Y luego, al dirigirle oraciones por su hacienda, por sus mujeres y sus hijos, no se avergüenza de hablar con quien carece de alma, 18 de invocar al impotente pidiéndole la salud, y ruega al muerto por la vida, y suplica la ayuda de quien es lo más inútil. 19 Y pide un feliz viaje al que no puede usar de sus pies, y ganancias y empresas y el éxito de sus obras y energía al más incapaz de hacer nada con sus manos."

Aberración más grave todavía es la de los desdichados que han llegado a divinizar las obras de sus manos, poniendo su esperanza no ya en las maravillas de la creación, que pueden elevar la mente y el corazón al Creador, sino en los ídolos, cosas materiales que no hacen sino degradarle y encerrarlo más en las cosas de la tierra, haciendo más difícil la esperanza en una vida superior 16. Había ídolos de plata, oro artísticamente labrados 17 y de otras materias. Los había con forma de animales; el dios Dagón de los filisteos tenía cabeza de hombre y cuerpo en forma de pez, y los dioses egipcios tenían cabeza de animales. No faltaban quienes adorasen a una piedra — que se suponía tal vez caída del cielo — sobre la que se habría esculpido una imagen, y cuyo único valor estaba en su antigüedad.

Sigue una descripción pintoresca, llena de ironía, sobre el origen de los ídolos a base de un caso gráfico que recuerda las ridiculizaciones o mofas de los profetas, con que intentaban convencer de la vanidad o inanidad de los ídolos 18. La primera presenta el caso de un simple leñador, no ya de un escultor profesional, que toma los despojos del madero que utilizó para fabricar un mueble y que ya no valen para ninguna otra cosa útil, o un trozo nudoso que no servía ni para la lumbre por arder con dificultad. Le da en sus ratos de ocio figura de hombre o de un repugnante animal, cubre con pintura las manchas de los nudos, lo sujeta en la pared con clavos, a fin de que no se caiga, y ¡he aquí un dios! Los mismos paganos caían a veces en la cuenta de la vanidad de sus ídolos. En términos parecidos a los de nuestro autor los satiriza Horacio, que pone en boca de uno de ellos: "Yo era en otro tiempo un tronco de higuera, madera inútil. El artesano vaciló si hacer de mí un banco o un Príapo; se decidió por el dios; yo soy, pues, dios" 19. Séneca dice que unos tienen figura de hombres, de fieras, de peces; algunos figura compuesta de diversos cuerpos, y añade: "Llaman dioses a los que, si de repente recibieran vida, serían tenidos por monstruos."20

Unos cuantos contrastes ironizan o ridiculizan la actitud de quien ora ante semejante dios (v.17-18): a quien carece de vida se le ruega por los seres vivos; a quien es impotente y proviene de un leño inútil se le pide ayuda; a quien no puede hacer uso de sus pies, el éxito de un viaje, y a quien no puede mover su mano, el éxito de una empresa. ¡Colmo de necedad! Comparando el salmista a Yahvé con los ídolos, manifiesta los mismos sentimientos del sabio: "Está nuestro Dios en los cielos y puede hacer cuanto quiere. Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los hombres; tienen boca y no hablan, ojos y no ven, orejas y no oyen; tienen narices y no huelen. Sus manos no palpan, sus pies no andan, no sale de su garganta un murmullo. Semejantes a ellos sean los que los hacen y todos los que en ellos confían."21

1 Is 40:18-20; 41:6-7; 44:9-20; 46:1-7; Jer 2:27; 10:1-15; Bar 6, — 2 El término griego φύσις (“vanos son por naturaleza”: φύσει) puede significar el origen o la naturaleza de una cosa. Interpretando en el primer sentido, opinaron algunos que el autor afirma aquν la raνz de la idolatría, el pecado original, con que todo hombre viene a este mundo; pero en el contexto no se trata del origen, sino de la naturaleza y culpabilidad de la misma. Es preferible interpretar en el segundo sentido a la luz de Gal 4:8, donde se dice de las falsas divinidades que “por naturaleza (φύσει) no son dioses”: los νdolos, segϊn su íntima naturaleza, son nada, vanos, y por lo mismo lo son, por lo que a esto se refiere, quienes los adoran como si fueran dioses. Cf. Ceuppens, Th. Bíblica: De Deo Uno (Roma 1948) p.105s. — 3 De monarch. i. Algunos autores, basándose en la lección de la Vulgata: ab his quae videntur bono, non potuerunt cognoscere illum qui est bonus, vieron una alusión a la "cuarta vía" de Tomás. Pero la expresión expresa las cosas no en cuanto buenas, sino en cuanto visibles, y el "bonus" final es una adición de la Vulgata. — 4 O.c., p.486. — 5 I.XII 12. — 6 San Basilio, Hom. ι τ in Hexam. — 7 San Atanasio, Orat. contra idola. — 8 Con Jes, 10:6. — 9 Vert. chrét. V 2 p.110. — 10 Rom 1:19-20. — 11 Ses.3 c.2 De revelatione: Dz 1785.1806. — 12 León XIII, en la ene. Aeterni Patris, hace un precioso comentario a este pasaje de la Sabiduría. — 13 Hisí. VI i. — 14 Itin. mentís. — 15 Jn 3:19. C. Larcher, De la nature a son auteur d'aprés le livre de la Sagesse 13:1-9: LumVi 14 (1954) 197-206 (53-62); J. Smith, De interpretatione Sap 13:9: VD 27 (1949) 287-290. — 16 H. Einsing, Der Weisheitslehrer und die Gotterbilder: Bib 40 (1959) 393-408. — 17 Act 17:29. — 18 Is 40:18-20; 41:6-7; 44:9-20; 46:1-7; Jer 2:27; 10:1-15; Bar 6. — 19 Sátiras I.VIII, 1-3. Cf. las fábulas 21 y 128 de Esopo. — 20 Citado en San Agustín, De civ. Dei VI 10. — 21 115:3-8. Cf. Λ Lapide, o.c., p.555 (responde a las acusaciones de los calvinistas contra los cristianos, que imitan, dice, a los gentiles cuando dan culto a las imαgenes).

 

14. Mas Ironías de los Ídolos y Consecuencias de la Idolatría.

El navegante que invoca un frágil leño (14:1-14).

1 Pongamos otro caso. Uno se propone navegar, se dispone a atravesar por las furiosas ondas e invoca a un leño-más frágil que la nave que lleva, 2 pues ésta fue inventada por la codicia del lucro y fabricada con sabiduría por un artífice. 3 Pero tu providencia, Padre, la gobierna, porque tu preparaste un camino en el mar, y en las ondas senda segura, 4 mostrando que puedes salvar del peligro, para que cualquiera, aun sin el conocimiento del arte, pueda embarcarse. 5 No quieres que las obras de tu sabiduría estén ociosas. Por esto los hombres confían sus vidas a un frágil leño, y, atravesando las ondas en una balsa, llegan a salvo, 6 y habiendo perecido al principio los orgullosos gigantes, la esperanza del mundo escapó al peligro en una balsa, i que, gobernada por tus manos, dejó al mundo semilla de posteridad. 7 Bendito sea, pues, el leño de que se hace recto uso. 8 Pero el ídolo, obra del hombre, es maldito, él y quien lo hace. Este,, porque lo hizo; aquél, porque, siendo corruptible, es llamado dios. 9 Igualmente son a Dios aborrecibles el impío y su impiedad. 10 Y así serán castigados la obra y el que la hace. 11 Por esto serán visitados los ídolos de las naciones: porque las criaturas de Dios se convirtieron en abominación, en escándalo para las almas de los hombres y en lazo para los pies de los insensatos. 12 Pues el principio de la fornicación es la invención de los ídolos, y su invención es la corrupción de la vida. 13 No existieron desde el principio ni existirán para siempre; 14 fue la vanagloria de los hombres la que los introdujo en el mundo, y por esto está decidido su próximo fin.

El sabio ridiculiza ahora la actitud del navegante que, disponiéndose a una travesía arriesgada, invoca un leño más frágil que la embarcación que lleva. Las naves llevaban en su proa un ídolo.

En la que embarcó San Pablo llevaba la enseña de Castor y Pólux, patronos de la navegación 1. Pues bien, ofrece más seguridad la nave, en cuya construcción el artífice empleó su sabiduría con afán de lucro, que el ídolo, al que tal vez dedicó sólo ratos de ocio y quizá construyó de madera que no servía para otros usos útiles.

Mas aún, del barco Dios tiene providencia 2, mientras que el ídolo es maldito de Dios 3. La providencia de Dios, no el ídolo muerto, es quien ha trazado en el mar el camino seguro a través de las olas — no es preciso referir esto al paso del mar Rojo y del río Jordán, sino que tiene alcance general —, y es El quien puede salvar del naufragio contra toda esperanza y defender de él a quienes desconocen la técnica de la dirección de la nave. Dios no quiere que estén ociosas las obras de su sabiduría, que son aquí, más que el arte de la navegación, las riquezas, metales, plantas, animales..., creadas por Dios más allá de los mares, para cuya búsqueda y explotación los hombres han de confiar sus vidas a un frágil leño; sin ello aquéllas quedarían inactivas, sin cumplir el fin para el que Dios las ha creado. Por eso Dios protegía a los hombres en medio de las navegaciones, en aquel entonces tan peligrosas, y hacía que regresasen salvos 4. Así fue, por una providencia especial de Dios, cómo se salvó Noé y sus hijos de las aguas del diluvio, cuando perecieron los orgullosos gigantes, descendientes de Set y Gam 5. No fueron los conocimientos sobre el arte de la navegación, sino la mano de Dios, quien gobernó la nave para que no pereciese bajo las aguas del diluvio quien había de ser padre de una generación que enlazase a Adán con Abraham y transmitiese al pueblo escogido las promesas del paraíso.

Concluye la digresión sobre la providencia de Dios en la navegación bendiciendo al leño del que se hace uso bueno y recto, como en el caso del arca de Noé (v.7). Muchos Padres han aplicado la expresión a la cruz de Cristo, por la que fuimos salvados de nuestros pecados. Sería otra aplicación particular del pensamiento del verso, cuyo alcance es general y que se verifica de una manera eminente en ella.

Los ídolos, por el contrario, ellos y sus artífices, son objeto de maldición y de detestación por parte de Dios. El salmista, indignado, exclama: "Semejantes a ellos (a los ídolos) sean los que los hacen y todos los que en ellos confían."6 Explica el sabio la razón por la que serán juzgados 7 y destruidos los ídolos: porque, siendo criaturas, debieron llevar, como todas las cosas creadas, a Dios, y en lugar de ello han venido a ser piedra de escándalo, lazo de perdición para los hombres. "Es un luto para la tierra — exclama monseñor Gay —, una ignominia para la humanidad, ver que el medio viene a ser obstáculo; que la comida se convierte en veneno; que las criaturas vienen a ser un peligro; que lo que nos debía mostrar a Dios es precisamente lo que nos lo oculta; que lo que nos lo predica nos lleva a olvidarlo; que lo que comenzaba a dárnoslo nos lo hace perder decididamente." 8 El culto a los ídolos ha sido el principio de la fornicación (v. 12), e.d., de la apostasía humana respecto del verdadero culto y su alejamiento del verdadero Dios. El término se emplea con frecuencia en la Biblia para expresar la infidelidad del pueblo escogido a Yahvé, cuyas relaciones se presentan bajo la imagen del esposo y la esposa, cuando se va tras los dioses falsos 9. La idolatría es una verdadera fornicación mística por la que el alma, dejando a su esposo y señor, se postra ante los falsos dioses, consagrándoles lo que sólo a Dios pertenece. Y ese alejamiento de Dios ha llevado al hombre a la pérdida de la vida moral, de que hablará al final del capítulo, y de la vida espiritual, a que se refirió en la primera parte del libro.

Los ídolos, constata el autor (v.13), no existieron siempre. En sus orígenes, la humanidad fue monoteísta. La historia de las religiones confirma el dato del Génesis a este propósito, también por lo que a Egipto se refiere, donde hace más de cinco mil años se profesaba la fe en un solo Dios creador y legislador que dio al ser humano un alma inmortal 10. Y añade que no existirá siempre; está decidido su próximo fin. En los últimos versos de la perícopa tenemos una referencia a los tiempos mesiánicos. Los profetas y salmistas habían anunciado que en ellos serían abatidos los ídolos, y los hombres volverían los ojos al Santo de Israel n. En efecto, Jesucristo, con su Evangelio, dio el golpe mortal a los ídolos, que irían siendo destruidos a medida que el cristianismo fuese extendiendo sus ramas por todas las naciones. Cuando el autor de la Sabiduría escribió su libro, faltaba quizá menos de un siglo para su venida al mundo. Egipto fue uno de los primeros pueblos que recibió el mensaje del Redentor y derribó sus ídolos. El dato apócrifo de la caída de los ídolos al entrar en el país el Niño-Dios sería historia no mucho tiempo después.

Origen del culto a seres humanos (14:15-21).

15 Un padre, presa de acerbo dolor, hace la imagen del hijo que acaba de serle arrebatado, y al hombre entonces muerto le honra ahora como dios, estableciendo entre sus siervos misterios e iniciaciones. 16 Luego, con el tiempo, se consolida esta costumbre impía y es guardada como ley, y por los decretos de los príncipes son veneradas las estatuas. 17 Y a quienes los hombres no pueden de presente honrar por estar lejos, de lejos se imaginan su semblante y hacen la imagen visible de un rey venerado para adular al ausente con igual diligencia que si estuviera presente. 18 Y progresando la superstición, también a los ignorantes los indujo la ambición del artista. 19 En efecto, éste, queriendo congraciarse con el soberano, extremó el arte para superar la semejanza; 20 y la muchedumbre, seducida por la perfección de la obra, al que hasta entonces honraba como hombre le miró como cosa sagrada. 21 Y esto se convirtió en lazo para los hombres, porque los hombres, queriendo servir a la fortuna o a la tiranía, atribuyeron a la piedra y a los leños el nombre incomunicable.

He aquí cómo se originaba el culto a los muertos: un padre perdía prematuramente a su hijo; presa del más profundo dolor, hace una imagen y establece con sus siervos cierto culto y ritos reservados al círculo familiar, terminando por honrarlo como a un dios. Los comentaristas aducen el caso referido por San Fulgencio del egipcio Sirófanes, que, habiendo perdido a su hijo, llevado del dolor de su muerte, le erigió una estatua en casa. Le llevaban flores, le tejían coronas y quemaban ante ella perfumes. Los siervos, por adulación a su señor, iban a buscar a los pies de la estatua refugio contra los castigos merecidos 12. El culto a los muertos estaba muy extendido en los días del autor. Lactancio afirma que Cicerón quiso divinizar a su hija 13. Los lares romanos no eran frecuentemente sino los manes de los antepasados. Aún hoy día se practica en algunos países de Asia. Lo que en sus principios se reducía al círculo familiar, vino después a ser ley. Los Lagidas, por ejemplo, ordenaron fueran tributados honores divinos a sus antepasados.

La vanagloria dio origen al culto a las estatuas de los príncipes. Llevados de ella, decretaron honores divinos para sus estatuas, de modo que aun ausentes fueran alabados y adorados. Nabucodonosor hizo publicar un decreto en que ordenaba la adoración a la suya. Los egipcios, dice Diodoro de Sicilia, parecen honrar y adorar a sus reyes como si fueran realmente dioses. Alejandro Magno de Grecia y sus sucesores los Seléucidas en Siria y los Lagidas en Egipto permitieron que se les considerase y se les honrase como dioses. Junto al nombre colocaban muy frecuentemente el epíteto "dios," como Antíoco IV, que se tituló "dios Epífanes" (que aparece), y Ptolomeo Filometor, que tomó en las monedas el título de dios 14. Los emperadores romanos eran adorados como dioses, a quienes se levantaban templos servidos por sacerdotes para expresar la devoción y la lealtad de los pueblos hacia Roma y sus cesares. De ellos dice Tertuliano que sus divinidades eran frecuentemente más respetadas que las de los dioses del Olimpo 15.

Al progreso de tal superstición contribuyeron los artistas, que tuvieron también su responsabilidad en este culto (v. 18-20). Su deseo de honrar al príncipe, su ambición, su ansia de honores, les llevó a extremar su arte, esculpiendo una imagen más bella y atractiva, más seductora que la misma persona, y entonces quienes no adorarían al rey por no conocerle, le adoraban seducidos por la obra consumada del artista, viniendo así a ser lazo para los hombres. Estos no supieron mantener en sus límites el afecto a los muertos, el ansia de gloria y celo adulador, la admiración por la obra de arte, sino que a la piedra o al leño atribuyeron el nombre incomunicable, e.d., el nombre y honor de Dios, que no compete a la criatura. El dios tenía su nombre oculto a los ser humano, pues si éstos llegaban a conocerlo, alcanzaban influencia sobre él.

Concluimos esta perícopa con la reflexión de Weber: "Guando los hombres han perdido la noción de Dios, divinizan instintivamente la criatura; tan profundamente siente nuestra naturaleza la necesidad de lo infinito."16

Consecuencias morales de la idolatría (14:22-31).

22 Y como si no bastara errar sobre el conocimiento de Dios, los hombres, viviendo en violenta guerra de ignorancia, llamaron paz a tan grandes males; 23 pues celebran iniciaciones infanticidas, o misterios ocultos, o desenfrenadas orgías de ritos extraños; 24 y ya no guardan la pureza de su vida ni la del lecho conyugal, pues unos a otros se matan con asechanzas o con el adulterio se infaman. 25 Y en todo domina la sangre y el homicidio, el robo y el engaño, la corrupción y la infidelidad, la rebelión y el perjurio; 26 la vejación de los buenos, el olvido de los beneficios, la contaminación de las almas, los crímenes contra naturaleza, la perturbación de los matrimonios, el adulterio y la lascivia. 27 Pues el culto de los abominables ídolos es principio, causa y fin de todo mal. 28 Pues (los idólatras) en sus regocijos son locos, y en sus profecías embusteros; viven en la injusticia y de ligero perjuran, 29 pues poniendo su confianza en ídolos sin alma, juran falsamente sin temer ningún daño. 30 Pero un doble castigo vendrá sobre ellos, porque sintieron mal de Dios, adorando a los ídolos, y juraron falsamente con menosprecio de la santidad. 31 Pues no es el poder de los ídolos por quienes juran, sino la venganza sobre los pecadores, lo que siempre sigue a la prevaricación de los justos.

Dada la relación íntima que existe entre las ideas y la vida práctica, que no es sino la actualización en la realidad de aquéllas, un error tan grave como la idolatría tiene que tener deletéreas consecuencias. Así lo confirma la historia del paganismo y la misma historia de Israel, que con frecuencia caía en este pecado. A estas consecuencias dedica el autor la última parte del capítulo.

Al estado moral desolador a que la ignorancia respecto del verdadero Dios y el culto de los ídolos llevaron a los gentiles, el autor lo llama violenta guerra entre el bien y el mal, entre esa inclinación hacia lo bueno y lo bello, que nunca se extingue del todo en el alma humana, y la propensión de la naturaleza caída hacia el pecado que la halaga. Ellos en su ignorancia lo llaman paz; han perdido la noción del bien, del ideal moral. Abismados en la inmoralidad y corrupción, se creen tanto más felices cuanto más infelices son.

A continuación, el autor enumera los desórdenes a que se entregaron los gentiles, algunos de los cuales fueron ya antes mencionados 17. En honor de Geres, Cibeles, Venus, Baco, Príapo, se celebraban misterios ocultos en lugares clandestinos de los templos, y ordinariamente de noche. Después de los banquetes sagrados nocturnos, los paganos se entregaban a desenfrenadas orgías y a cierta especie de furia o frenesí para honrar a los dioses 18. Consecuencia lógica eran los asesinatos (v.25), como lo hace constar Tito Livio respecto de las bacanales de Roma 19; toda clase de inmoralidades, hasta el adulterio y el incesto 20. "Los documentos que los antiguos nos han transmitido — advierte Lesétre — y los numerosos indicios de flagrante inmoralidad que se encuentran cada día bajo las cenizas de Pompeya, muestran que las acusaciones formuladas por los libros santos no tienen nada de exagerado" 21. Además, pecados contra la justicia y la caridad, como el robo y perjurio, en que sin escrúpulo incurren, convencidos de que ningún mal les puede venir de dioses sin vida; la vejación de los buenos, cuya conducta viene a ser un reproche irresistible para los malvados, que terminan por perseguirlos y exterminarlos, si les es posible; engaños, de que hacen víctimas a los ignorantes y a quienes, habiendo perdido la fe bajo el influjo de la filosofía helenista, se hacían, como ocurre en nuestro tiempo, crédulos a las más vanas tonterías; la ingratitud de los beneficios ajenos, pues han perdido todo sentimiento delicado; En realidad la idolatría es el principio, causa y fin de todos esos pecados, cuando dice que "no hay género de pecado que no produzca la idolatría, o expresamente induciendo a ellos como causa de los mismos o dándoles ocasión a manera de principio o a manera de fin, en cuanto que algunos pecados se cometían como culto a los ídolos" 22. De ahí que, en el sentir de Tertuliano, sea el gran crimen de la humanidad y su más grande responsabilidad 23. Y quienes incurren en las conductas descritas recibirán un doble castigo, en atención a su idolatría, que supone ignorancia vencible 24, y a causa del perjurio con que se menosprecia la santidad divina, y que la misma ley moral inscrita en el corazón humano 25 condena. Si escapan al poder de los ídolos, que no son dioses, no escaparán a la justicia divina, que no dejará impune la prevaricación de los impíos.

1 Act 28:11. — 2 V.3-7. — 3 V.8-9 — 4 Los antiguos constataban la peligrosidad de la navegación en aquellos tiempos. Ana-carsis, viendo que el espesor de la nave era de cuatro dedos, exclamó que ésa era la distancia que separaba al navegante de la muerte (Dióc. Laerc., I 8:103). Cf. Horacio, Od. LUÍ 955; Juven., Sat. XIV. — 5 Gen 6-9. — 6 115:8. — 7 Jer 10:14-15. — 8 Vert. chrét. V 2 p.110. — 9 Dt 31:16; Jue 2:17; Is 1:21; Ez 16:15-26; Os 2:5. — 10 "Hace más de cinco mil años que comenzó en el valle del Nilo el himno a la unidad de Dios y a la inmortalidad del alma... La creencia en la unidad del Dios supremo, en sus atributos de creador y legislador del hombre, que ha dotado de un alma inmortal, he ahí las nociones primitivas engastadas como documentos indestructibles en medio de las sobreabundancias mitológicas acumuladas por los siglos que han pasado sobre esta vieja civilización... Estas nociones históricas están en perfecta armonía con las grandes tradiciones bíblicas sobre los orígenes humanos" (M. De Rouge, Sur la relig. des anc. Égypt., citado por Lesétre, o.c., p.113). — 11 Is 2:2-22; 17:7-8; 46:1-2; Sal 97. — 12 Mythologicon I i. — 13 Inst. I 15:20. — 14 Cf. G. Bardy, art. Hellénisme en DBS III 146288. — 15 Apol. 20. Cf. Daremberg y Saglio, artículos /mago y Statua en "Dict. des antiq. grecques et romaines," t-4 p.1473 y 1480. — 16 O.c., p.497. — 17 12:5; cf. también Rom 1:26-32; Gal 5:19-21. — 18 "Sacrificabatur, ludebatur, furebatur in templis" (San Agustín, De civ. Dei III 31). — 19 tit. Liv., 39:8. — 20 "lus est apud Persas misceri cum matribus, Aegyptiis et Athenis cum sororibus legitima connubia. Memoriae et tragediae vestrae incestis gloriantur, quas vos libenter et legitis et auditis. Sic et déos colitis incestos, cum matre, cum filia, cum sorore coniunctos" (MiNucio Félix, Octav. 31; cf. Tert., Apoí. IX). — 21 O.c., p.116. — 22 IMI 94:4. — 23 De idololatria in princ. — 24 13:1-9. — 25 Ex 20,7; Rom 2:12-16.

 

15. Dicha de los Israelitas y Necedad de los Idolatras.

Dios libró de la idolatría a los israelitas (15:1-6).

1 Pero tú, Dios nuestro, bondadoso y veraz, paciente y que todo lo gobiernas con misericordia; 2 si pecamos, tuyos somos, conocemos tu poder, no queremos pecar sabiendo que somos tuyos; 3 pues el conocerte es la justicia perfecta, y conocer tu poder es raíz de inmortalidad. 4 No nos extravió la invención artificiosa de los hombres, ni el trabajo estéril de la pintura, la imagen emborronada con varios colores. 5 Cuya vista atrae el oprobio sobre los insensatos, que se enamoran de la figura inanimada de una imagen muerta. 6 Amadores de la maldad, dignos de tales esperanzas, son tanto los que los hacen como los que los aman y los que los veneran.

Después de haber expuesto el autor a qué grado de abyección moral llevó a los paganos la idolatría y el castigo que les espera por sus abominaciones, canta la felicidad de los israelitas, a quienes se reveló el verdadero Dios, librándolos del culto a los ídolos. Idealizando la historia del pueblo, no hace alusión a las defecciones de Israel, que repetidas veces se postró ante el becerro de oro.

Mientras que los ídolos de los gentiles son nada, el Dios de los israelitas es un Dios lleno de bondad, que ama a su pueblo y lo libra de las abominaciones de la idolatría, fiel cumplidor de las promesas hechas a los antepasados, que no castiga a su pueblo apenas ha prevaricado, sino que espera pacientemente el arrepentimiento y lo perdona de corazón. Tiene conciencia de que es su pueblo escogido y del poder que tiene para castigar. Esto los impulsa a ser fieles a El y evitar las impiedades de los idólatras.

El conocimiento de Dios, no el meramente especulativo o teórico, sino el que se traduce en una vida práctica conforme a su voluntad, es la justicia perfecta (ν.3). Jesucristo expresa esta misma verdad cuando dice: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, ϊnico Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo." 1 Y viene a coincidir con el pensamiento de San Pablo y San Juan, quienes ponen como condición de salvación la fe, que es la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas y la entrega de la voluntad, del corazón y de toda nuestra persona a Jesucristo. El conocimiento de su poder es raíz de inmortalidad, en cuanto que el temor al castigo aparta del pecado y mantiene en la justicia, que lleva a la felicidad eterna 2. Debido a ese conocimiento, Israel no se extravió por los senderos de la idolatría seducido por el arte de las imágenes o la policromía de sus colores. Cierto que los israelitas se descarriaron a veces tras los ídolos, pero fue pasajeramente y siempre volvió al recto camino, y la élite del pueblo se mantuvo fiel aun en aquellas ocasiones en que la masa prevaricaba. Por lo demás, hemos indicado cómo el autor idealiza la historia del pueblo escogido, presentándolo desde el punto de vista de su elección por parte de Dios y su destino sobrenatural, viendo el lado bueno de su conducta y dejando en la penumbra sus prevaricaciones. Las estatuas de los ídolos, por el arte y colorido, que las asemejaban a la realidad, además del peligro de la idolatría, entrañaban el de la inmoralidad, al excitar su vista la concupiscencia de los sentidos. La historia nos ha dejado ejemplos de actos de inmoralidad cometidos con las estatuas. Arnobio refiere de Pygmacio, rey de Chipre, que amaba a un ídolo como a una mujer y tenía con el relaciones amorosas 3. A este propósito observa Lesétre que "para nosotros mismos, por muy cristianos que seamos, las pinturas y esculturas que llevan su realismo hasta la inmoralidad no han perdido nada de su peligro, y la reserva en semejante materia nunca será excesiva"4. Concluye que los amantes de la idolatría y la inmoralidad merecen ver frustradas sus esperanzas, puestas en dioses vanos, y son dignos del castigo del Dios verdadero por tributar a los ídolos el culto que sólo a El corresponde.

Más sobre la necedad de los idólatras (15:7-19).

7 Pues un alfarero que amasa fatigosamente el barro, fabrica todo género de vasos para nuestro uso, y del mismo barro modela vasos útiles para servicios limpios y otros para usos contrarios; pero sobre cuál ha de ser el destino de cada uno, es juez el alfarero. 8 Y con un trabajo inútil modela de la misma masa un dios vano, que salido poco antes de la tierra, vuelve poco después a aquella de donde fue tomado al exigírsele la deuda de una vida prestada. 9 Pero no le da cuidado de que ha de perecer ni de que su vida es corta. Rivaliza con los orífices y plateros e imita a los broncistas, y reputa una gloria el hacer figuras engañosas. 10 Su corazón es ceniza, y su esperanza más vil que la tierra; su vida es de menos estima que el barro, 11 porque desconoce a quien la hizo y al que le infundió la semejanza de un alma activa y al que le dio cierto espíritu vital. 12 Mas para los hombres nuestra existencia es un pasatiempo, y la vida una feria en que hacer ganancias; 13 pues dicen que es preciso ganar, aun por malos medios, y éste sabe que peca más que todos, pues de la misma tierra fabrica vasos frágiles y estatuas de ídolos. 14 Son en sumo grado insensatos y desdichados, más que el alma de un niño, los enemigos de tu pueblo que dominan sobre él. 15 Porque reputaron dioses a todos los ídolos de las naciones, que no pueden ver con sus ojos ni pueden respirar el aire por sus narices, ni oír con sus oídos, ni tocar con los dedos de sus manos, ni andar con sus inmóviles pies, 16 pues es el hombre quien los hizo y quien los modeló; sólo de prestado recibieron el aliento de vida, pues no hay hombre capaz de modelar un dios semejante a sí. 17 Siendo mortal, fabrica con sus manos impías un muerto; él es mejor que los objetos que venera, pues él goza de vida y aquéllos no.

El autor vuelve otra vez al tema de la fabricación de los ídolos para, mediante otro caso práctico, ridiculizar más todavía a sus fabricadores; esta vez a quienes los hacen de barro, sin fe alguna religiosa, con el único fin de lucro, lo que los hace más culpables.

El alfarero fabrica toda clase de vasos, unos para usos nobles, otros para servicios más humildes, pero todos del mismo barro; es él quien, al darle una u otra forma, determina su diverso destino. Pues bien, de esa misma masa modela ¡un dios! El que poco antes había salido de esa misma tierra que le sirvió para hacer un dios y volverá a ella poco después cuando el Creador le reclame la vida que le había prestado, y de cuyo uso tiene que darle cuenta 5, constituye ese barro miserable en un dios. ¡Qué necedad! Pero ni sus fatigas ni la brevedad de la vida le preocupan; todo su afán está en competir y rivalizar con los orfebres, llevado de un afán lucrativo. Reviste de oro y plata el barro, de modo que son figuras, también desde este punto de vista, engañosas.

Tal conducta produce indignación al autor de la Sabiduría. Su corazón es ceniza, exclama; su esperanza, mas vil que la tierra, y su vida, menos estimable que el barro (v.10). Isaías dice de los ídolos que su corazón es ceniza6. La ceniza supone extinguida una existencia, una vida, y no vale ya para nada. Esa es la suerte que espera a los ídolos. En el corazón del que fabrica ídolos está extinguida la luz, la vida que lleva a la inmortalidad y el fuego sagrado del amor al verdadero Dios. Su esperanza es completamente vana, pues se funda en cosas muertas y abominables y desconoce al supremo Hacedor7. El día en que le sean pedidas cuentas, su condición será peor que la de la misma tierra de que formó el ídolo. El barro sirve para cosas útiles, para instrumentos que puedan prestar servicio al hombre, y así cumple su fin; pero el fabricante de ídolos fomenta la idolatría y tal vez la inmoralidad, y así se aparta del fin para el que ha sido creado. La última razón de toda su miseria o desgracia es que no conoce al Hacedor, para levantar su corazón sobre las cosas de la tierra y amar a quien le creó tan noble, que le comunicó su imagen y semejanza infundiéndole un alma activa, un espíritu vital. Los dos términos son sinónimos en nuestro libro y designan igualmente el alma espiritual 8. Nuestro autor es dicotomista, no distingue alma y espíritu, como Filón y Cohelet.

Para estos hombres la vida es un pasatiempo, sin una misión, impuesta por Dios, que cumplir en ella, que hay que pasar lo mejor posible, y una feria, en la que lo que interesa es ganar más y más para que resulte lo más feliz posible, y esto sin reparar en la moralidad de los medios; el lucro es en realidad su verdadero dios 9. La naturaleza misma se subleva contra semejante manera de concebir una vida que los cristianos sabemos nos ha sido dada para merecer, con la gracia de Dios, una felicidad eterna que comienza más allá de la muerte. Y el alfarero es más culpable que los demás, pues cae en la cuenta de su pecado: hace dioses ¡de la misma materia! de que confecciona cosas frágiles y sin fe alguna, por mero lucro. Si los que adoraban las bellezas y grandezas de la naturaleza eran inexcusables 10, ¡cuánto más lo serán éstos!

En los versos siguientes (v.14-17), que preparan los últimos capítulos del libro, declara insensatos, más todavía que a los niños, que por carecer de razón no han incurrido en tan graves errores y aberraciones, a los enemigos de Israel. Son aquí, en primer lugar, los egipcios del tiempo de los faraones y los Lagidas, que oprimieron de vez en cuando a los israelitas, y en particular los opresores del pueblo, que dieron culto a los dioses de todas las naciones. Después de Alejandro Magno, pueblos que antes habían adorado sólo a sus propios dioses, adoptaron ahora los dioses de los pueblos vecinos, hecho que les debió hacer aparecer más absurda todavía a sus ojos la idolatría con sus dioses completamente inactivos, porque no tienen vida. ¡Qué extraño que no la tengan, siendo como son obra de las manos del hombre, incapaz de fabricar un ser semejante a sí! El espíritu de vida que tiene no es suyo, lo tiene prestado. No tiene en sí un principio de vida para poder transmitirla a las obras de sus manos. ¡Cómo va a hacer un dios! Dice San Agustín que, si el artífice que dio su figura al ídolo hubiese podido darle un poco de sentimiento, el ídolo mismo adoraría al artífice11.

La idolatría (15:18-19).

18 Adoran a los animales más odiosos, pues, comparados con los otros, son los más repugnantes, 19 y nada hay en ellos que los haga estimables, como en otros animales en que hay bellas cualidades, y hasta fueron excluidos de la aprobación y de la bendición de Dios.

Concluye el sabio su digresión sobre la idolatría mencionando la más repugnante de todas sus formas y que estaba en vigor en Egipto en los días del autor (v. 18-19). Los egipcios adoraban a los animales más odiosos y repugnantes, representando a sus ídolos con cabezas de milano, gato, cocodrilo, serpientes, etc., algunos de ellos inmundos para los hebreos según la Ley, y todos ellos odiosos a Dios y excluidos de su bendición, no al principio, en que Dios bendijo a todos los seres de la creación, sino ahora, por el hecho de que les sean tributados honores exclusivos de Dios 12.

En el mundo cristiano del siglo XX ya no reina la idolatría que tiene por objeto los ídolos paganos. Pero se extiende la ambición del dinero y el placer, que San Pablo considera como cierta especie de idolatría 13 que apega al hombre a las cosas terrenas y le impide levantar su corazón a Dios. San Juan de la Cruz tiene para ellos una provechosa reflexión: quien ama las cosas de la tierra, tan bajo se queda como ellas, y aún más bajo, porque el amor no sólo iguala, sino que esclaviza a aquello que se ama 14. Y si ese amor es tal que excluye a Dios, el castigo que aguarda sabemos que es el fuego eterno.

1 Jn 17:3 — 2 1:5; 5:153. — 3 Adv, gentes 6:22; PL 5:1206; plinig, 36:5. — 4 O.c., p.iiq. — 5 Ecl 12:7; Le 12:20. — 6 44:20 (LXX). — 7 Ef 2:12. — 8 1:4; 15:8:16; 16:14. — 9 Act 19:24. — 10 13:8-10. — 11 Serm. 55 de Verbo Domini. — 12 Cf. A. Mallon, La religión de los egipcios en J. Huby, Christus. Manual de historia de las religiones p.syS-sSa. — 13 Ef 5:5. — 14 Subida al Monte Carmelo l.1 0.4.

 

Sección 3. La Suerte de Israel y la de Sus Opresores.

En la primera sección (10-12) de la tercera parte, el autor, contrastando la providencia de Dios sobre su pueblo con el castigo de los egipcios y cananeos, recorrió la historia de Israel desde sus orígenes hasta la salida de Egipto. Después de las reflexiones sobre la idolatría de los capítulos precedentes (12-15), el autor sagrado continúa aquélla a través del desierto, recordando siempre el castigo de las plagas, en contraste con la protección del Señor sobre los hebreos, concluyendo con un apéndice en que menciona el castigo de los sodomitas.

 

16. Dios Provee a Israel y Castiga con Plagas a los Egipcios.

Las codornices y las plagas de los animales (16:1-14).

1 Por esto, mediante ellos fueron dignamente castigados por semejantes criaturas y por muchedumbre de bestias fueron atormentados. 2 En vez de este castigo, colmaste de beneficios a tu pueblo, y para satisfacción de su apetito le diste un manjar exquisito y le preparaste las codornices para alimento. 3 De suerte que aquéllos, ansiosos de alimento, por asco de los animales enviados contra ellos, sintieron aversión al alimento necesario; mientras que éstos, pasada una breve privación, gustaron un manjar maravilloso. 4 Pues convenía que los opresores sintiesen una necesidad insaciable, y a éstos sólo se les diese a conocer el tormento de los enemigos. 5 Mas cuando sobre éstos vino la terrible furia de las bestias y perecían por las mordeduras de las tortuosas serpientes, tu cólera no duró hasta el fin. 6 Para su corrección fueron por un poco turbados; tuvieron una señal de salud para traerles a la memoria los preceptos de la Ley; 7 pues el que se volvía a mirarla no era curado por lo que veía, sino por ti, Salvador de todos. 8 Y con esto mostraste a nuestros enemigos que tú eres el que salvas de todo mal; 9 pues a ellos los mataron las picaduras de las langostas y de las moscas, sin encontrar remedio para su mal, porque merecían ser por tales medios castigados; 10 pero sobre tus hijos no vencieron los dientes de las venenosas serpientes, porque tu misericordia los socorrió y los sanó. 11 Para memoria de tus palabras eran picados, aunque pronto fueran curados, para que no las echasen en olvido y quedasen excluidos de tus beneficios. 12 Pues ni hierba ni emplasto los curó, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana. 13 Que tú tienes el poder de la vida y de la muerte y llevas a los fuertes al hades y sacas de él. 14 Por su maldad puede el hombre dar la muerte, pero no hacer que torne el espíritu que se fue ni hacer volver al alma ya encerrada en el hades.

Dos contrastes presenta esta perícopa. El primero, el castigo de los egipcios con la plaga de las ranas, mosquitos y tábanos, y la providencia de Dios sobre Israel, a quien proporciona bandadas de codornices para su alimento. Aquéllos fueron adecuadamente castigados mediante los animales por cuanto practicaron un culto idolátrico! A éste, valiéndose precisamente de animales, le proporciona un exquisito alimento en medio del desierto mediante un prodigio que se verificó dos veces 2, saciando su inmoderado apetito por las "ollas de carne" de Egipto 3. A los egipcios, la invasión de aquellos animalillos que todo lo llenaban les volvían repugnantes los alimentos, en los que a veces se mezclaban4. "Los enjambres de moscas son a veces tan numerosos — escribe Wood —, que el extranjero come moscas, bebe moscas, respira moscas."5 Era justo que fuesen duramente castigados por ese procedimiento, para que, viendo su impotencia frente a los animales, cayesen en la cuenta de la impotencia e inanidad de sus ídolos. A los israelitas Dios hizo que sufriesen un poco de hambre para que comprendiesen lo duro del castigo de los enemigos y se diesen cuenta de la gravedad del pecado de idolatría, que, apartándose de Dios, pone el corazón en las cosas creadas.

El segundo contraste (v.5-14) lo pone el sabio entre el castigo y curación de los israelitas por las serpientes y el castigo sin remedio de los egipcios por medio de los mosquitos y langostas (3.a y 8.a pl). En castigo de su murmuración, al partir de Or con dirección al mar Rojo, contra Dios y Moisés por haberles sacado de Egipto a aquel lugar desierto, Yahvé les envió serpientes que con sus picaduras causaban la muerte a muchos israelitas 6. Pero su cólera no los exterminó; sólo intentaba castigar su pecado, tanto más grave cuanto que le habían precedido ya numerosos beneficios. Arrepentidos, les da "una señal de salud" que les recordase los preceptos de la Ley, cuyo cumplimiento daba la vida y cuya inobservancia daba la muerte. Esta señal fue la serpiente de bronce, mirando la cual los israelitas recobraban la salud. El autor precisa que no era la serpiente quien curaba como por una especie de virtud mágica, sino el Señor; mirar a ella era una mera condición, puesta la cual El curaba a los israelitas. Jesucristo la presentó como tipo de su exaltación en la cruz para salvación de las almas. Al informarse los egipcios de la providencia y misericordia de Dios con. su pueblo, los contemporáneos, por medio de las caravanas, o más tarde sus descendientes, pudieron comprender que era el Dios de los hebreos quien castigaba a los israelitas y a los egipcios, pero de diversa manera, y los libraba del mal, no sus dioses, que nada podían frente al castigo de Aquél.

Los egipcios murieron víctimas de la voracidad de las langostas y picaduras de las moscas (v.8), sin que ellos pudieran poner remedio al merecido castigo; si bien en el Éxodo no se dice murieran de tales mordeduras, pero habla de la devastación e infección que produjeron en el país, lo que causaría a muchos la muerte. El Éxodo llama a la invasión de langostas "una muerte," una plaga mortal7. También israelitas murieron por las picaduras de las serpientes, pero no prevalecieron éstas contra el pueblo, porque Dios, llevado de su misericordia con los hebreos, les otorgó la señal de salud, que curó a muchos sin duda que habían sido mordidos y detuvo el castigo que habría acabado con todos ellos. No quería exterminarlos, sino sólo castigarlos para reducirlos al buen camino, al cumplimiento de sus mandamientos, sin cuya observancia no podrían gozar de las promesas de Dios. El castigo de Dios a Israel es siempre el castigo del padre que ama a su hijo, y porque lo ama lo castiga para que vuelva al buen camino.

Insiste el autor (v.12) en que fue Dios, no la serpiente misma o medios curativos naturales, quien devolvió la salud a los israelitas; fue su palabra omnipotente, que en boca de la Sabiduría encarnada curaría a tantos otros en la plenitud de los tiempos. Y concluye la perícopa proclamando el principio o razón por la que pudo observar la actitud descrita para con los judíos y para con los egipcios: Dios es "señor de la vida y de la muerte" 8; por eso a los israelitas les conservó la vida frente a las mordeduras de las serpientes, y a los egipcios los dejó perecer por sus pecados; El puede castigar o mandar a los fuertes a la región de los muertos 9 y puede devolver a la vida a quienes en ella entraron 10. El hombre, en cambio, puede, sí, causar la muerte llevado de su maldad, pero no puede devolver la vida, porque no tiene poder sobre el hades o ciudad de los muertos.

El maná y la plaga del granizo y fuego (16:15-29).

15 Imposible es huir de tu mano. 16 Y los impíos que negaron conocerte, por el poder de tu brazo fueron castigados, perseguidos con extraordinarias lluvias, con granizadas y aguaceros inevitables y por el fuego abrasador. 17 Y lo más maravilloso era que en medio del agua, que todo lo extingue, el fuego se mostraba más activo, porque la naturaleza combate por los justos, 18 pues unas veces la llama se aplacaba para que no fuesen consumidos los animales enviados contra los impíos, para que, viéndolo, entendiesen que eran empujados por el juicio de Dios; 19 otras veces el fuego se encendía, contra su naturaleza, en medio del agua, para destruir los productos de una tierra impía. 20 En lugar de esto proveíste a tu pueblo de alimento de ángeles, y sin trabajo les enviaste del cielo pan preparado, que, teniendo en sí todo sabor, se amoldaba a todos los gustos. 21 Y ese alimento tuyo mostraba tu dulzura hacia tus hijos, ajustándose al deseo de quien lo cogía, y se acomodaba al gusto que cada uno quería. 22La nieve y el hielo soportaban el fuego sin derretirse, para que conociesen que los frutos de los enemigos los destruía el fuego, encendido por la tempestad y que fulguraba en medio de la lluvia. 23Y para que de nuevo se alimentasen los justos, se olvidaba de su propia naturaleza. 24 Pues la creación, sirviéndote a ti, que la hiciste, despliega su energía para atormentar a los malos y la mitiga para hacer bien a los que en ti confían. 25 Por esto, amoldándose a todo, servía a tu generosidad universal, nodriza de todos, según la voluntad de los necesitados. 26Para que aprendan, Señor, tus amados hijos que no tanto la producción de los frutos alimenta al hombre cuanto tu palabra, que conserva a los que creen en ti. 27 Pues lo que resistía a la acción del fuego, al punto se derretía calentado por un tenue rayo de sol; 28 para que a todos sea manifiesto que es preciso anticiparse al sol para darte gracias y salirte al encuentro, a la aparición de la luz. 29 Pues la esperanza del ingrato se derrite como el hielo y se derrama como agua inútil.

Con la reafirmación del poder universal de Dios, al que nadie puede escapar 11, comienza una nueva antítesis: Dios castiga a los egipcios con el fuego y el granizo, mientras que protege a los israelitas por medio del maná. Se refiere el autor a la séptima plaga; ante la obstinación persistente del faraón, Dios envía lluvias, aguaceros y granizadas como jamás las hubo en Egipto 12, donde estos fenómenos son raros; lluvias que iban acompañadas de tormentas y fuego tan abrasador, que los egipcios resolvieron permitir la salida de los israelitas 13. En los v. 18-19 se ven algunas particularidades del fuego no referidas en el Pentateuco, y que el autor toma de la tradición, que recogen también Flavio Josefo y Filón 14. Unas veces el fuego se aplacaba para que no fuesen consumidos los animales, otras ardía aun en medio del agua para destruir las cosechas. En el primer caso no se trata del fuego bajado del cielo que se hiciese inofensivo a los animales de las plagas anteriores que habían desaparecido al llegar la séptima plaga (y la langosta no vino hasta después de la 7.a), sino de las hogueras que los egipcios encendían para consumir los mosquitos y langostas, como se practica hoy todavía en nuestros días por todas partes donde los mosquitos invaden la atmósfera. Pero no conseguían su intento, bien por la extensión e inmensidad de la plaga, bien por una intervención de Dios. En el segundo se trata del rayo, cuyos efectos son más poderosos que los del fuego ordinario, pues aun en medio de las aguas destruía las cosechas. Esto los debía hacer ver que todos los elementos de la naturaleza están en la mano de Dios 15 y le sirven, en este caso como instrumentos de su justicia.

A los hebreos, en cambio, Dios les envió el maná, llamado alimento de ángeles (v.20) por tratarse de un alimento en cuya preparación no tuvieron que poner trabajo alguno los israelitas, sino que les fue enviado del cielo, donde habitan los ángeles y por cuyo ministerio tal vez les fue proporcionado, como respecto de la Ley afirma San Pablo 16. En el Éxodo se dice que tenía un sabor "como de torta de harina de trigo amasada con miel"17, dulzura que simbolizaba y les debía recordar la dulzura y suavidad con que Yahvé trataba a sus hijos a su paso por el desierto. El autor de la Sabiduría añade, sobre la narración del Pentateuco, que el maná se adaptaba al gusto de quien lo tomaba (v.21). Dada la afirmación del Éxodo mencionada y la murmuración de los hebreos, "cansados de un tan ligero manjar," consignada en los Números 18, la interpretación será o que el maná sustituía los más variados y exquisitos alimentos, de modo que nada faltó a los israelitas en el desierto, o es una expresión poética o hiperbólica del hecho de que durante cuarenta años se alimentaran con él todos los israelitas. El maná es tipo de la Eucaristía. Jesucristo, en el sermón de Cafarnaúm, pone comparación entre uno y otra. Los Padres vieron siempre en él un símbolo o figura de la Eucaristía 19. La liturgia tomó de aquí el versículo "Panem de cáelo praestitisti eis, omne delectamentum in se habentem," y canta en la festividad del Corpus: "Ecce pañis angelorum." La Eucaristía realiza en el orden espiritual las propiedades del maná: pan digno de ángeles, mantiene la vida de las almas en el camino a la patria y concede todas las gracias, pues contiene la Fuente de todas ellas.

El maná era semejante a la escarcha 20, de modo que se evaporaba ante la acción del sol; sin embargo, resistía la acción del fuego, que parecía olvidar sus propiedades para con él, mientras que destruía las cosechas de los egipcios en medio del granizo y del agua. Así el fuego se mostraba terrible contra los egipcios y benévolo con los hebreos. La última razón de esa diversa conducta de los elementos está en el poder de Dios, que los ha creado, y son, por lo mismo, dóciles instrumentos en sus manos. El puede hacer cesar sus mismas cualidades naturales, en este caso en favor de los israelitas, o dotarlos de otras distintas para castigar a los malvados, como en el caso de los egipcios.

Concluye esta perícopa con una doble enseñanza: la primera (26:27), de orden dogmático: es la palabra omnipotente de Dios, más bien que los frutos naturales — que en tanto sostienen la vida en cuanto que Dios ha puesto en ellos tal virtud —, la que por medio de ellos o por medios prodigiosos conserva la vida de quienes creen en El. Pensamiento inspirado en aquellas palabras del Deuteronomio: "No sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé." 21 Ella hacía también que el fuego no destruyese lo que tenues rayos del sol disipaban. La segunda (v.28-29), de orden moral; el maná se derretía apenas salido el sol, por lo que era preciso recogerlo muy de mañana. Ello nos enseña que debemos ser diligentes en agradecer a Dios los beneficios del nuevo día, apenas su luz ilumina la nueva jornada. La idea de orar a Dios por la mañana es frecuente en la Biblia 22, enseñanza que ha heredado la Iglesia, que recomienda a sus cristianos levantar el corazón a Dios ya desde por la mañana. Las ideas anteriores sugirieron al autor una bella metáfora con que termina el capítulo: la esperanza de los ingratos se disipa como el hielo y se derrama como el agua. Ponen su corazón no en Dios, que concede a sus hijos bienes duraderos y eternos, sino en las cosas caducas que el viento se lleva.

1 11:7 — 2 Ex 17:2-7 (en Rafidim); Núm 20:1-13 (Cades). — 3 Ex 16:3. — 4 Ex 7:28-29; 8:21. — 5 Bt 61. Animáis p.663, citado en Lesétre, p.i24. — 6 Núm 21:5-9. — 7 Ex 8:24; 10,4-7. Hay una especie de moscas denominada "dthehab," cuya picadura, si no se cura a tiempo, puede causar la muerte. Cf. Vigouroux, BU, IV 46. — 8 Dt 32:39; Sam 2:6; Tob 13:2. — 9 Gen 6; Ex 12:29-32. — 10 1 Re 17:21-22; 2 Re 4:34; 13:21. No se trata de la resurrección; el autor se hubiera expresado con más claridad. El contexto no la exige (Lattey). — 11 Is 40,12; Tob 13:3; Sal 138:7. Ex 9:24. — 13 Ex 9:27. — 14 De vita Mosis I 118. — 15 5:20. — 16 Gal 3:13. El Sal 78:25 llama al maná "pan de los fuertes," que los LXX traducen "pan de los ángeles." — 17 16:31; Núm. 11:8. — 18 21:5. — 19 San Ambrosio, De Myster. VIII. — 20 Ex 16:14. — 21 3:3; Mt 4:4. — 22 Sal 4:4; 59:17; 62:2 (LXX); 88:14; Prov. 8:17.

 

17. Las Tinieblas de Egipto.

1 Grandes e inescrutables son tus juicios, y por esto las almas en tinieblas se extraviaron. 2 Pues suponiendo los inicuos que podían dominar sobre la nación santa, quedaron presos de las tinieblas y encadenados por una larga noche, encerrados bajo sus techos, excluidos de tu eterna providencia. 3 Imaginándose poder ocultar sus secretos pecados, bajo el oscuro velo del olvido, fueron dispersados, sobrecogidos de terrible espanto y turbados por espectros. 4 Pues ni el escondrijo que los protegía los preservaba del terror y rumores aterradores les infundían espanto, y espectros tristes y de rostros tétricos se les aparecían; 5 y ninguna fuerza de fuego era capaz de dar luz, ni la llama brillante de los astros podía iluminar aquella horrenda noche. 6 Sólo les aparecía un fuego repentino y temeroso; y espantados de la visión, cuya causa no veían, juzgaban más terribles las cosas que estaban a su vista. 7 Las ilusiones del arte mágica quedaban por los suelos, afrentosa corrección para los que presumían de sabiduría. 8 Pues los que prometían expulsar los miedos y las turbaciones del alma enferma, esos mismos padecían de un miedo ridículo; 9 pues aunque nada hubiese que les pudiera infundir espanto, aterrados por el paso de los animales y el silbido de las serpientes, se morían de miedo, y ni querían mirar al aire, que por ninguna vía podían evitar. 10 La maldad es cobarde y da testimonio contra sí misma, y siempre sospecha lo más grave, perturbada por su conciencia. 11 Pues la causa del temor no es otra que la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión, 12 porque cuanto menor ayuda se recibe del fondo del alma, tanto mayor se cree lo desconocido que atormenta. 13 Ellos, en medio de una noche realmente impenetrable salida del fondo del insondable hades, durmieron el mismo sueño. 14 Unos eran agitados por prodigiosos fantasmas, otros desfallecidos por el abatimiento del ánimo, sorprendidos por un repentino e inesperado terror. 15 Luego, si alguno de ellos caía rendido, quedaba como encerrado en una cárcel sin cadenas. 16 El labrador o el pastor, el obrero ocupado en los trabajos del campo, sorprendidos, soportaban lo inevitable,! 17 ligados todos por una misma cadena de tinieblas. Fuera el viento que silba, o el canto suave de los pájaros entre la espesa enramada, o el rumor de las aguas que se precipitan con violencia, 18 o el estrépito horrísono de las piedras que se despeñan, o la carrera invisible de animales que retozan, o el rugido de las fieras que espantosamente rugen, o el eco que resuena en los hondos valles, todo los aterraba y los helaba de espanto. 19 Mientras todo el universo era iluminado por una brillante luz, y libremente se entregaban todos a sus trabajos, 20 sólo sobre aquéllos se extendía una densa noche, imagen de las tinieblas que a poco les aguardaban; pero ellos se eran para sí mismos más graves que las tinieblas.

El autor, en esta larga perícopa, recargando las tintas más que en las anteriores para poner más al vivo el castigo que Dios envió a los obstinados egipcios, pone contraste entre las tinieblas que sufrieron los egipcios en la novena plaga y la claridad que disfrutaron los israelitas durante esos días y el beneficio de la columna de fuego durante el camino por el desierto.

Comienza afirmando la inescrutabilidad de los juicios divinos, que son aquí las maravillosas actuaciones de la Sabiduría con los israelitas, que se dejaron guiar por ella, incomprensibles para quienes carecen de su instrucción. Privados de ella los egipcios, se extraviaron y cayeron en las mayores abominaciones. San Pablo, al concluir la perícopa sobre la incredulidad de los judíos, da una afirmación semejante que parece inspirarse en ésta 1.

No obstante las ocho plagas con que ya había castigado Dios a los egipcios, creyeron éstos que podrían retener a los israelitas y se niegan a permitir su salida. Dios les envía entonces la novena plaga: durante tres días y tres noches, las tinieblas cubrieron el país de Egipto, quedando así privados, excluidos de su providencia, que iluminaba a los israelitas con la luz natural del sol. Los comentaristas asimilan esta plaga al terrible viento khamsim, que oscurece el aire llenándolo de un polvo finísimo que penetraba hasta en los lugares más apartados.

Los egipcios creyeron poder esconder bajo la oscuridad de la noche aquellos misterios ocultos con sus orgías y obscenidades 2. Pero Dios, que ve en lo oculto, se valió para castigarlos de lo mismo que aprovechaban para sus abominaciones. Las tinieblas los dispersaron de modo que no pudieron reunirse para perpetrarlas. Lo de los espectros y rostros tétricos (v.4), dato no consignado en la narración del Éxodo, que el sabio puede haber deducido del relato mismo de la plaga 3 o tomado de la tradición 4, más que apariciones objetivas, serían visiones puramente subjetivas, fruto de una imaginación terriblemente atormentada por la plaga, que invadía hasta los mismos escondrijos de las casas. La densidad de las tinieblas era tan grande, que la luz del sol y el brillo de las estrellas no podían penetrarla. El autor del Éxodo dice "que ninguno veía a su vecino." 5 El sabio no aclara si era producida por el khamsim, que no sólo no deja ver la luz del sol, sino que apaga cualquier otra llama con la arenilla, o si es debida a una intervención especial de Dios, que originó aquellas tinieblas insólitas, como imagen y extensión de las sombras del hades, mansión oscura por excelencia6. Posiblemente se trate del fenómeno natural aumentado por la intervención de Dios y descrito con el estilo propio de esta tercera parte.

Un fuego repentino y temeroso venía a aumentar el horror y espanto de los egipcios. Vigouroux dice que, cuando se levanta el khamsim, espesas nubes de arena fina, rojas como las llamas de un gran horno, envuelven toda la atmósfera y la abrasan como un inmenso incendio 7. Pero lo repentino parece indicar se trata más bien de relámpagos terroríficos, cuya repentina luz, iluminando los objetos, provocaba en sus mentes turbadas la sensación de visiones espectrales, que aumentaban el pánico. Los magos que pudieron imitar a Moisés en las primeras plagas, nada pudieron frente a este estado de cosas, y fueron ellos, como todos, sobrecogidos de un espanto no ridículo en sí, sino más bien legítimo, pero que los ridiculizaba ante los demás al verlos vencidos, incapaces de imitar aquel prodigio, como consiguieron hacer con los anteriores.

En aquella situación, la cosa más insignificante, el paso de los animales agitados por el hambre y las tinieblas, y sobre todo el silbido de las serpientes, que lanzarían fuertes alaridos, contribuirían a atemorizar a los egipcios, escondidos en sus escondrijos, a quienes la conciencia de sus abominaciones llevaría a sospechar en todo un nuevo castigo de Dios. El malvado es atrevido y presuntuoso mientras no hay una fuerza superior a él; pero, cuando ésta aparece en un hecho prodigioso que puede argüir una intervención del más allá, se vuelve cobarde como el que más, porque su conciencia no está tranquila. "Entre todas las tribulaciones del alma humana — escribe San Agustín —, no la hay mayor que la conciencia." 8 El temor — dice el sabio — proviene de la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión (v.11). Esta nos enseña a descubrir la voluntad de Dios, el bien que tenemos que hacer y el mal que tenemos que evitar y las consecuencias que de lo uno y de lo otro se siguen. Sin ella fácilmente obramos mal, y luego viene el remordimiento de la conciencia, que provoca el temor. Si los egipcios hubieran reflexionado sobre las primeras plagas y reconocido el poder de Yahvé, hubieran cumplido su voluntad, permitiendo la salida de los israelitas, y se hubieran visto libres de las plagas siguientes. La ignorancia de la causa aumenta el miedo, porque se teme que en ella se encierren efectos desconocidos más graves. No conociendo los egipcios la causa del mal, lo suponen más grave de lo que en realidad es. No ignoraban, sin duda, el fenómeno anual del khamsim, pero la plaga desencadenada por Dios tenía tal furor que los ponía fuera de sí.

Los egipcios se vieron sumergidos en la más tenebrosa noche, que parecía salida "del fondo del insondable hades," lugar o morada tenebrosa por excelencia, "donde la claridad misma es noche oscura" 9, y quedaron reducidos durante aquellos días al mismo sueño, no del descanso, sino de la más completa inactividad; sueño en que se veían sobresaltados por los fantasmas y abatidos por un continuo terror que les hacía desfallecer. Todos quedaron como encerrados en una cárcel sin cadenas (v.15), de la que no se podían mover. El que caía rendido allí tenía que permanecer como aprisionado por las tinieblas, que no le permitían moverse; el labrador o el pastor sorprendidos en pleno campo no podían, a causa de la oscuridad, regresar a sus hogares. Envueltos en aquella oscuridad y presa de aquel terror, cualquier ruido contribuía a aumentar el temor y pánico de aquella noche, desde el canto suave y lastimero de los pajarillos hasta el estrépito horrísono de piedras que se despeñaban de la cima de las casas y de lo alto de los templos, de las cumbres de las montañas...; fenómenos que tendrían lugar en las diversas partes de Egipto.

Todo el universo gozaba de la luz del día, y los habitantes se entregaban tranquila y alegremente a su trabajo; los mismos hebreos que habitaban en Gosen se vieron libres de la plaga. Sólo los que oprimieron a la nación santa fueron envueltos en aquella noche, presagio de la noche eterna que pronto les sobrevendría, a unos por la acción del ángel exterminador y a otros por las aguas del mar Rojo, y que duraría no tres días, sino toda la eternidad, y en la que el remordimiento de sus pecados les resultaría más torturante que las mismas tinieblas.

"Según los Padres — concluye oportunamente Girotti —, las tinieblas de Egipto son la imagen de los pecadores que creen, como los egipcios, que podrán permanecer escondidos en la oscura noche de sus pecados. Estos son semejantes a aquellos niños que, poniendo una mano sobre sus ojos, se imaginan no ser vistos. Así, los hombres cesan de mirar a Dios y van pensando que El no los ve, como si su propia ceguera los volviese ciegos o cesase de existir la justicia porque ellos no piensen en ella." 10

1 Rom 11:33. — 2 14:23-26. — 3 Ex 10:21-23. — 4 Cf. Filón, De vita Mosis. Podría ser una descripción poética de la plaga. — 5 10:23. — 6 Cf. V.13.20; Job 10:21-22. — 7 La Bible I 4:4. — 8 In Ps. 45- — 9 Job 10:22; 38:17. — 10 O.c., p.337.

 

18. Los Hebreos Gozan de Luz. Mortandad en Egipto.

Los hebreos, en contraste con las tinieblas de Egipto (18:1-4).

1 Mientras que para tus santos brillaba una espléndida luz, aquéllos, oyendo sus voces sin ver a las personas, las proclamaban felices aunque hubieran sufrido, 2 y al no ser maltratados por los agravios recibidos, les daban gracias, y pedían perdón de haberlos tenido por enemigos, 3Y en lugar de las tinieblas encendiste una columna, que les diste para su camino, guía desconocido, un sol inofensivo para una gloriosa peregrinación. 4 Pues dignos eran de ser privados de luz y encerrados en tinieblas los que guardaban en prisión a tus hijos, por quienes había de ser dada al mundo la luz incorruptible de la ley.

Los israelitas, entre tanto, gozaban de una espléndida luz 1. En diferentes puntos del país, israelitas y egipcios se encontraban colindantes, de modo que éstos, por las conversaciones y cantos de acción de gracias de aquéllos, pudieron darse cuenta de que la plaga suspendía prodigiosamente sus efectos sobre los israelitas. Entonces los consideraban felices aunque antes hubieran sufrido dura opresión. Y al ver que ahora, pudiendo hacerlo, no tomaban venganza alguna respecto de ellos, les daban gracias y pedían perdón por los malos tratos a que los habían sometido. Más aún, no paró ahí la protección de los israelitas. Cuando, vencida la obstinación del faraón, partieron camino de la tierra prometida, Dios les proporcionó la nube luminosa e inofensiva que les guiase a través del desierto 2.

El autor concluye poniendo de relieve el hecho que motivó el castigo divino; los egipcios habían sometido a esclavitud al pueblo escogido, por quien sería dada al mundo la luz incorruptible de la Ley, poco después, en el monte Sinaí. Dios, entre todos los pueblos de la tierra, escogió al pueblo hebreo para hacerlo depositario de su revelación y su ley y preparar los caminos del Mesías, cuya misión no estaría limitada a un pueblo, sino que venía a salvar al mundo entero de la esclavitud del pecado y conducirlos a una bienaventuranza eterna 3. Dios tuvo siempre una providencia especial sobre este pueblo suyo escogido.

La muerte de los primogénitos egipcios (18:5-19).

5 Y a los que habían resuelto dar muerte a los hijos de tus santos, uno de los cuales fue expuesto y salvado para castigo de ellos, les quitaste la muchedumbre de sus hijos y a una los ahogaste en las impetuosas aguas 6Aquella noche fue de antemano conocida por nuestros padres; porque, sabiendo con certidumbre a qué juramentos habían dado fe, tuvieron más ánimo. 7 Y fue esperada por tu pueblo la salud de los justos y la perdición de los enemigos. 8 Pues con lo mismo que castigaste a los enemigos, con eso nos fortificaste llamándonos a ti. 9 En secreto hicieron sus sacrificios los hijos santos de los buenos, y de común acuerdo hicieron este pacto divino, de que los santos participasen igualmente de los mismos bienes y peligros, cantando antes las alabanzas de sus padres. 10 Entre tanto resonaba el grito discordante de los enemigos y se oía el triste llanto por los hijos muertos; 11 y con igual pena fue castigado el siervo que el amo, y la plebe padecía lo mismo que el rey. 12 Y todos a una, con un sólo género de muerte, tenían muertos innumerables, y no bastaban los vivos para sepultarlos, pues en un instante sus más nobles nacidos fueron muertos. 13 A causa de sus magias no habían creído todos los castigos pasados, pero con la muerte de los primogénitos confesaron que el pueblo era hijo de Dios. 14 Un profundo silencio lo envolvía todo, y, en el preciso momento de la media noche, 15 tu palabra omnipotente, de los cielos, de tu trono real, cual invencible guerrero, se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina. 16 Llevando por aguda espada tu decreto irrevocable; e irguiéndose, todo lo llenó de muerte, y caminando por la tierra tocaba el cielo. 17Al instante visiones de sueños terriblemente los turbaron, cayendo sobre ellos temores inesperados; 18 y, arrojados por tierra aquí y allí, manifestaban la causa por que morían. 19 Las visiones que los turbaron les habían advertido, para que al morir no ignorasen por qué sufrían aquellos males.

De nuevo la ley del talión y el paralelismo entre la justicia de Dios para con los egipcios y su misericordia para con el pueblo de Israel. Los egipcios, para evitar el incremento de los varones israelitas, decretaron la muerte de cuantos niños naciesen a sus mujeres hebreas4. En castigo, Dios decretó la muerte de los primogénitos egipcios y anegó en las aguas del mar Rojo su ejército.

Los patriarcas habían transmitido al pueblo la promesa de la liberación de la tierra extranjera después de la opresión en ella5. Moisés mismo anunció para aquella noche la muerte de los primogénitos de los egipcios y la salida de los israelitas 6. Por eso esperaban confiados el castigo de los enemigos y el cumplimiento de la palabra divina.

Cuando el tremendo castigo iba a llegar, y antes de partir, los israelitas celebraron en sus casas la cena pascual (v.8), verdadero sacrificio ritual que en aquellos momentos trascendentales unió a los israelitas, los cuales se comprometen todos a participar por igual de los bienes y de los males que llevaría consigo la empresa que iban a comenzar al día siguiente y a compartir las alegrías y las penas. Se concluyó con el canto de los himnos compuestos por los patriarcas, o por Moisés y Aarón con elementos tradicionales transmitidos por aquéllos, que dieron origen al Hallel o canto oficial de la cena pascual, que se celebraría de generación en generación 7.

Con el canto de los hebreos contrastaba el clamor y lamentaciones de los egipcios, que lloraban la muerte de sus primogénitos, con que Dios hacía sentir su mano poderosa sobre los recalcitrantes opresores, desde el faraón hasta el último de los egipcios 8. La cantidad de muertos fue tal, que no había tiempo para embalsamar los cadáveres, operación que duraba un mes, y darles sepultura, con aquellos largos y complicados ritos funerarios que estaban en uso entre los egipcios, lo que supondría para ellos un nuevo dolor, dada su devoción por el culto a los muertos. Tal vez las artes de los magos no dejaron ver claramente a los egipcios la acción de Dios en las nueve primeras plagas o las explicaban como fenómenos puramente naturales. Pero la muerte de los primogénitos no dejaba lugar a duda: el dedo de Dios estaba allí. Los egipcios, al fin, reconocen que los hebreos eran el pueblo escogido por Dios.

Con una descripción semejante a la del ángel que desencadenó la peste en el pueblo israelita en los días de David 9, los v. 14-16 presentan la noche de la muerte de los primogénitos. En medio del silencio de la noche, la "palabra omnipotente" de Dios, que creó todas las cosas, las conserva y puede reducir a la nada 10, como un invencible guerrero fue sembrando la muerte en los hogares de los egipcios en cumplimiento del decreto divino de dar muerte a sus primogénitos. La Iglesia ha tomado los versos 14-15 para el introito de la misa de media noche de Navidad. Como el ángel ex-terminador por medio de la muerte de los primogénitos puso fin a la esclavitud egipcia, así el verbo de Dios, que nace en el silencio de aquella noche en el portal de Belén, nos libró de la esclavitud del demonio y del pecado.

Visiones de sueños en medio de horribles pesadillas anunciaron a los primogénitos su próximo fin y les hicieron saber la causa de su muerte, que ellos, víctimas probablemente de alguna peste o algún mal rápido desconocido que les producía la muerte en pocas horas, manifestaron a los demás. Era ésta no haber escuchado la voz de Moisés, que en nombre de Dios pedía la libertad para los israelitas. Esa misma noche, los egipcios, que repetidas veces rechazaron la demanda de Moisés, pidieron a los israelitas que salieran de entre ellos, proporcionándoles ellos mismos los enseres necesarios para la salida. El dato de las visiones en que los primogénitos conocieron la causa de su muerte no es referido en el Éxodo. El autor de la Sabiduría lo pudo tomar de la tradición tal vez existente, o deducirlo, bajo la inspiración divina, del hecho de que esa misma noche los egipcios rogaron a los israelitas saliesen de su país.

Dios castiga con la muerte a los israelistas rebeldes (18:20-25).

20 La prueba de la muerte alcanzó también a los justos, y en el desierto se produjo una mortandad en la muchedumbre; pero la cólera no duró mucho tiempo. 21 Porque un varón irreprensible se apresuró a combatir por el pueblo con las armas de su propio ministerio, la oración y la expiación del incienso, y resistió a la cólera y puso fin al azote, mostrando que era tu siervo. 22 Y venció a la muchedumbre, no con el poder del cuerpo ni con la fuerza de las armas, sino que con la palabra sujetó al que los castigaba, recordando los juramentos y la alianza de los padres. 23 Y caídos los muertos a montones unos sobre otros, levantándose en medio, aplacó la cólera y le cortó el camino hacia los vivos. 24 Pues sobre sus vestiduras llevaba grabado a todo el pueblo, los nombres gloriosos de los padres, grabados en las cuatro series de piedras, y tu gloria sobre la diadema de su cabeza. 25A la vista de esto retrocedió con temor el exterminador, y dio por suficiente la manifestación de la cólera divina.

Al castigo duro e inflexible de los egipcios opone el castigo misericordioso para con los israelitas. También sobre éstos recayó el castigo de la muerte. Seducidos por Coré, Datan y Abirón, se rebelaron contra Moisés y Aarón. Dios hizo morir a 14.700 11. Pero el castigo de Dios, que quería destruir el pueblo entero, cesó ante la intercesión del sumo sacerdote Aarón, varón irreprensible, cuya oración y sacrificio expiatorio del incienso puso fin a la mortandad, con lo que quedó claro que él era el siervo de Dios y su sacerdote legítimo.

No fue una victoria obtenida por las armas o por la guerra, sino por la oración sacerdotal de Aarón, que, revestido de las vestiduras pontificales, colocado entre los vivos y los muertos 12, recordó a Dios el juramento hecho a los patriarcas de que introduciría al pueblo en la tierra prometida, e hizo retroceder al ángel exterminador, que se retira ante la dignidad y poder del sumo sacerdote, simbolizados en aquellas vestiduras.

El capítulo 28 del Éxodo describe las vestiduras del sacerdote. De ellas el sabio menciona la túnica azul de lino, hasta los pies, en cuya parte inferior llevaba granadas de jacinto, de púrpura y de carmesí, alternando con campanillas de oro todo alrededor. Pero su amplitud y colorido y ornamentación simbolizaba en su conjunto al universo entero.

En el pectoral que colgaba sobre su pecho llevaba 12 piedras preciosas dispuestas en cuatro filas 13, en cada una de las cuales estaba grabado el nombre de uno de los 12 patriarcas. Con ello Aarón se caracterizaba como el representante de los padres a quienes fueron hechas las promesas y del pueblo de Israel. Finalmente, sobre la diadema que llevaba en su cabeza estaban escritas estas palabras: "Santidad de Yahvé," que significaba la unión del pontífice con Dios y hacía notoria su dignidad de sumo sacerdote 14.

"Se hace mención de todos estos ornamentos del sumo sacerdote — comenta Lesétre —, con ocasión de la plegaria victoriosa de Aarón, porque la túnica, que era una especie de microcosmos, recordaba a Dios su providencia paternal para con todas las criaturas que él ama (11:25); el racional le hacía recordar las promesas hechas a los patriarcas en favor de su descendencia, y la diadema era la insignia de la consagración personal de Aarón al servicio de Dios y de su derecho de intercesión ante el Señor."15

1 Ex 10:23. — 2 Ex 13:21; Núm 9:15. — 3 Is 2:3. — 4 Ex 1:15-25. — 5 Gen 15:13-14; 26:3. — 6 Ex 11:14; 12:27. — 7 2 Par 30:21; Mt 26:30; Mc 16:26. — 8 Ex 4:23; 12:29-32. — 9 1 Par 21:16. — 10 9:1; 12:9. — 11 Núm 16:41-50. — 12 Núm 16:47. — 13 Ex 28:15. — 14 Los autores explican diversamente la significación en particular de cada uno de los mencionados elementos. Para Filón, el color azul del vestido simboliza el aire; las ñores que adornan la túnica representan la tierra; las granadas de la orla, el agua, y las campanillas, la armonía y sinfonía de todas estas cosas (De vita Mosis III 13). San Jerónimo dice que las cuatro cosas que se veían en las vestiduras del sumo sacerdote simbolizaban los cuatro elementos que comprenden el mundo entero: el lino, la tierra; la púrpura, el mar; el jacinto, el aire, y la escarlata, el fuego; la tiara, el cielo; la lámina de oro, la providencia de Dios; los diamantes, la pureza de doctrina y santidad de vida que deben distinguir al ministro del Señor (Epist. 127: De vest. sacerd.). Cf. fl. Josefo, Antiq. III.VII, 4:7; Bonsirven, Le juda'isme palestinien au temps de J.C. II p.131 y 230. — 15 O.C., P.141.

 

19. El Mar Rojo, Los Sodomitas, Conclusión.

Israel y los egipcios ante el mar Rojo (19:1-12).

1 Pero sobre los impíos llegó hasta el colmo la cólera sin misericordia, porque Dios sabía de antemano lo que iba a su-cederles: 2 que, habiéndoles permitido partir y dándoles prisa para que partiesen, luego, arrepentidos, los persiguieron. 3 Aún no habían terminado el luto y lloraban aún sobre los sepulcros de los muertos, cuando se lanzaron a nuevos planes insensatos, y a los que suplicantes habían arrojado persiguieron como a fugitivos. 4 Una merecida necesidad los arrastraba a este fin, haciéndoles olvidar los precedentes sucesos para que recibiesen el pleno castigo que faltaba a sus tormentos. 5 Y mientras que tu pueblo hacía una maravillosa travesía, encontraron ellos una extraña muerte; 6 porque toda la creación, en su propia naturaleza, recibió de lo alto una forma nueva, sirviendo a tus mandatos para que tus hijos fuesen guardados incólumes. 7 La nube daba sombra al campamento; de las aguas que antes la invadían se vio emerger la tierra seca, y en el mar Rojo un camino sin tropiezos; y las ondas impetuosas dieron lugar a un verde campo, 8 por donde atravesaron en masa, los que por tu mano eran cubiertos, después de haber contemplado prodigios estupendos. 9 Pues como los potros en sus pastos y como los corderos retozones, ellos te alaban a ti, Señor, que los libraste; 10 pues se acordaban que aun en su destierro, en vez de producir otros animales, produjo la tierra mosquitos, y en vez de peces produjo el río multitud de ranas. 11 Al fin vieron una nueva producción de aves cuando, llevados del apetito, pidieron los placeres de la comida, 12 y para su satisfacción salieron del mar las codornices.

Continua el autor poniendo de relieve el contraste entre la conducta severa observada con los egipcios y la actitud misericordiosa para con los israelitas, ahora con respecto a las aguas del mar Rojo, para concluir cómo las criaturas obraban en las manos de Dios de modo diverso al que su naturaleza exigía, en favor de su pueblo escogido.

Mientras que el castigo de los israelitas bastó para que se arrepintieran de sus maldades, las diez plagas enviadas contra los egipcios no fueron suficientes para ablandar definitivamente el corazón endurecido de los egipcios, por lo que Yahvé tuvo que desplegar su ira sin misericordia sobre ellos. El castigo de los primogénitos quebrantó la obstinación de los egipcios, que no sólo permitieron la salida de los israelitas, sino que ellos mismos los impulsaron a que abandonaran el país. Pero, cuando aún no habían concluido de llorar a sus muertos, se lanzaron a la más loca aventura, saliendo en su persecución para de nuevo reducirlos a servidumbre. Parece como si una fatal necesidad los arrastrase hacia la ruina (v.4), necesidad que provenía no de la voluntad de Dios, que les había enviado diez plagas, que fueron otros tantos actos de misericordia para con ellos, sino de la obstinación de sus corazones, ciegos por el odio y la codicia de las riquezas que los trabajos de los hebreos les proporcionaban. Muchas veces los más duros castigos temporales no detienen más que por un momento la pasión. Pasados aquéllos, ésta vuelve impetuosa como un torrente y arrastra la voluntad de los pecadores a sus antiguas maldades. Ante la actitud incomprensible de los egipcios, Dios tiene que enviarles un último y definitivo castigo: las aguas del mar Rojo, que dejaron paso libre a los hebreos y anegaron a los perseguidores, quedando sepultado todo el ejército bajo ellas. No debieron darse cuenta de que caminaban sobre el lecho del gran río, y cuando las aguas volvieron impetuosas, no tuvieron tiempo de escapar.

En cambio, respecto de los hebreos, las cosas, dóciles en las manos de Yahvé, adquirían a veces incluso propiedades distintas a las que le competían por naturaleza para servir a sus designios sobre el pueblo escogido. Así la nube, oscura de día, luminosa por la noche, que los guiaba a través del desierto, y las aguas del mar Rojo, que se retiran y dejan un verde campo cubierto de algas 1. La alegría y gozo que los hebreos sintieron al verse ya completamente libres de sus opresores debió de ser indescriptible. El autor la compara a la de los corderillos que retozan en los días de primavera y a los potrillos que saltan ante sus pastos 2. Realizada la travesía, entonan un canto de acción de gracias al Señor 3. Pero la protección del Señor sobre su pueblo no concluiría con el episodio del mar Rojo. Se iba a continuar a través del desierto, en el que les proporcionaría el alimento de un modo prodigioso con el maná y las codornices, y en la patria prometida durante todo el tiempo que fuese fiel a Yahvé.

El castigo de los sodomitas y de los egipcios (19:12-16).

12b Mientras que sobre los pecadores cayeron los castigos de que fueron indicio los violentos rayos. Pues justamente padecían por sus maldades 13 los que habían practicado tan detestable inhospitalidad. Porque unos no quisieron recibir a desconocidos que llegaban, y otros pretendieron esclavizar a los extranjeros, sus bienhechores. 14 Y sobre el castigo entonces recibido tendrán otro al fin por haber acogido con tan mala voluntad a los extranjeros. 15 Los egipcios recibieron con festivas manifestaciones a los que fueron partícipes en sus beneficios, mas luego los afligieron imponiéndoles crueles faenas. 16 También fueron heridos de ceguera, como los que a las puertas del justo, envueltos en densa tiniebla, buscaban la entrada de la puerta.

En esta perícopa, junto al castigo de los egipcios, se pone en contraste con la misericordia de Dios para con Israel el de los sodomitas, que cometieron un crimen parecido con el pueblo escogido. Aquéllos esclavizaron a quienes les habían proporcionado grandes beneficios, primero con las predicciones de José sobre los años de escasez, luego con los trabajos a que fueron sometidos por los faraones. Estos dieron muy mala acogida a los mensajeros del cielo enviados a Lot para notificarle la destrucción de Sodoma. Se presentaron ante la puerta de Lot exigiendo su entrega, no obstante la estima y veneración en que entonces era tenida la hospitalidad 4.

Unos y otros fueron castigados. Y del castigo fueron indicio los violentos rayos (v.1a), añade el autor de la Sabiduría sobre la narración del Éxodo. El rayo expresa muy bien el castigo fulminante de Dios. En la destrucción de Sodoma llovió fuego. Que lo hubiera también en el paso del mar Rojo, parece indicarlo el autor del Éxodo cuando afirma que "a la vigilancia matutina miró Yahvé desde la nube de fuego y humo a la hueste egipcia y la perturbó."5 Josefo habla también de este prodigio 6.

El sentido de los v. 14-16 no es claro. El autor parece poner comparación entre los castigos de los sodomitas y los egipcios, afirmando que éstos lo merecían mayor que aquéllos. Los sodomitas merecían ser castigados por su inhospitalidad, que constituía en la antigüedad una de las faltas más graves, tanto que Lot prefería entregarles a sus hijas vírgenes antes que conculcarla 7. Pero tenían una nota excusante para su conducta: se trataba de unos extranjeros desconocidos, de quienes no había garantías 8. En cambio, los egipcios, después de haber acogido con fiesta a los israelitas y haber recibido de ellos los beneficios mencionados, los esclavizaron y llegaron a dar muerte a sus niños varones. Por ello, los sodomitas que intentaron forzar las puertas de la casa de Lot fueron castigados con la ceguera 9, pero los egipcios lo fueron con la plaga de las tinieblas, cuyos horrores describió antes ampliamente 10.

Conclusión (19:17-20).

17 Y para ejercer en ellos la justicia se pusieron de acuerdo los elementos, corno en el salterio se acuerdan los sonidos en una inalterable armonía, como claramente puede verse por los sucesos. 18 Pues los animales terrestres se mudan en acuáticos, y los que nadan caminan sobre la tierra. 19 El fuego supera con el agua su propia virtud, y el agua se olvida de su propiedad de extinguirlo. 20 Al contrario, las llamas no atacaron las carnes de los ligeros animales que caminan por todas partes, ni derritieron aquel alimento celestial fusible como el rocío, pues en todas las cosas, Señor, engrandeces a tu pueblo y le glorificas y no le has despreciado, antes le asistes en todo tiempo y lugar.

Los últimos versos del libro vienen a ser un resumen de la tercera parte del libro, que termina con una alabanza y acción de gracias a Dios por haber engrandecido y glorificado a su pueblo.

La afirmación, varias veces repetida, de la docilidad de los elementos naturales en las manos de Dios, que dejan unas veces sus propiedades naturales, toman otras propiedades distintas, es comparada ahora a la composición musical, en que las diversas notas concurren a formar una melodiosa armonía. En efecto, los diversos elementos de la naturaleza entonaron un himno a la misericordia de Dios, cuyas dulces notas percibieron los israelitas, y a su justicia, cuyos sonoros acentos recayeron sobre los egipcios, los cananeos y los sodomitas. El autor enumera algunos de esos elementos: los animales terrestres parece referirse a los hebreos y sus rebaños que atravesaron el mar Rojo. Semejantes comparaciones se encuentran en los clásicos n. Los animales acuáticos que caminaron sobre la tierra son, sin duda, las ranas que se esparcieron por toda la región de Egipto. Menciona también los prodigios antes descritos del fuego que no extinguía el agua, ni consumía los animalillos, ni derretía el maná 12. Finalmente, saca la conclusión: Dios no ha abandonado a su pueblo, no obstante sus muchas prevaricaciones, sino que lo ha engrandecido y glorificado, conforme a las promesas hechas a los padres.

Dios escogió al pueblo hebreo para llevar a cabo los destinos mesiánicos y le prometió que estaría con él para protegerlo 13. El libro de la Sabiduría es una constatación de la fidelidad de Dios a su palabra en una de las épocas más difíciles de la historia de Israel. La Sabiduría encarnada terminó su estancia en el mundo con una promesa semejante a los cristianos, su nuevo pueblo: "Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos"14. Durante veinte siglos ha cumplido su promesa, y la cumplirá en este siglo de egoísmo idolátrico, odio y persecución. Lo que se nos pide a ios cristianos, como a los antiguos israelitas, es que seamos fieles a los dictámenes de la Sabiduría, que son los mandamientos y la voluntad del Señor.

1 Los hebreos denominaban al mar Rojo yam súf: mar de las algas, que crecían en el fondo del mismo y tenían un color rojo que servía para teñir. Cf. Plinio, Hist. nat. XIII 25; Smith, Dict. of the Bible, a Red Sea. — 2 Is 63:11-13; Sal 113:4. — 3 Ex 15:1-19. — 4 Gen 19:1-19. — 5 Ex 14:24; Sal 77:18-19. — 6 Antiq. II 16:3. — 7 Gen 19:8. — 8 Algunos interpretan 143 de una "visita" en sentido favorable, en cuyo caso el sentido sería que los sodomitas en el día del juicio serán tratados con cierta consideración (cf. Mt 10:15). Pero está más de acuerdo el sentido desfavorable. — 9 Gen 19:11. — 10 17:1355. — 11 Horacio, Od. I 2:6s; Ovidio, Metam. II 2603. — 12 16:17-22. — 13 Ex 6:2-8. — 14 Mt 28:20.