Epístola a los Colosenses.

 

Introduccion.

La iglesia de Colosas. Ocasión de la carta. Estructura o plan general. Perspectivas doctrinales.

Introducción, 1:1-14.

Saludo epistolar, 1:1-2. Acción de gracias y oración por los colosenses, 1:3-14.

I. Dignidad Supereminente de Cristο, 1:15-2:23.

La persona de Cristo, 1:15-20. La obra redentora de Cristo y los colosenses, 1:21-23. Participación de Pablo en la obra de Cristo, 1:24-29. Preocupación de Pablo por la fe de los colosenses, 2:1-15. El falso ascetismo que quieren imponerles, 2:16-23.

II. Consecuencias Morales, 3:1-4:6.

La unión con Cristo, principio de vida nueva, 3:1-17. Deberes familiares: marido y mujer, padres e hijos amos y siervos, 3:18-25. Espíritu apostólico, 4:1-6.

Epilogo, 4:7-18.

Noticias personales, 4:7-9. Salados, 4:10-17. Bendición final, 4:18.

 


Introduccion.

 

La iglesia de Colosas.

Era Colosas, a cuyos fieles Pablo dirige esta carta (cf. 1:2), una ciudad de Frigia, situada en el valle del río Lico, afluente del Meandro. En el mismo valle se encontraban también Laodicea y Hierápolis, ciudades con las que Colosas mantenía fáciles y constantes relaciones (cf. Col 4:13-16). Parece que en tiempos antiguos, a juzgar por las alusiones que hacen a ella Herodoto y Jenofonte, Colosas había sido ciudad de bastante importancia 274. Sin embargo, en tiempos de San Pablo había perdido su antigua preponderancia y esplendor, eclipsada por su vecina Laodicea, que era la capital del distrito, habiendo quedado reducida a una pequeña villa 275.

No consta que San Pablo estuviera nunca personalmente en Colosas. Desde luego, San Lucas, en el libro de los Hechos, al referirnos los viajes de San Pablo, no nombra nunca esa ciudad. Además, el mismo San Pablo da a entender que no conocía personalmente a los colosenses (cf. Col 2:1). El fundador de aquella iglesia había sido Epafras, su fiel colaborador, del que hace en la carta un cálido elogio (cf. 1:7; 4:12-13). Parece que este Epafras era natural de Colosas, y probablemente, lo mismo que Filemón, natural también de Colosas (cf. Col 4:9; Flm 10-12), había sido convertido a la fe por San Pablo durante su larga permanencia en Efeso, desde donde la fe, según testimonio del libro de los Hechos, había sido difundida a "todos los habitantes de Asia" (cf. Act 19:10). Con todo, la comunidad cristiana de Colosas estaba íntimamente ligada al Apóstol, como lo demuestra esta carta, y el mismo Apóstol esperaba visitarles personalmente, conforme promete a Filemón (cf. Flm 22).

Parece que los cristianos de Colosas procedían en su mayoría del gentilismo (cf. 1:21; 2:13); aunque tampoco faltasen algunos de entre los judíos (cf. 2:16; 3:11), que sabemos eran numerosos en Frigia (cf. Act 2:10).

 

Ocasión de la carta.

Esta carta está íntimamente relacionada con la de los Efesios, no sólo por su sorprendente parecido literario, sino también por haber sido escrita en las mismas fechas. Ambas fueron llevadas a su destino por el mismo portador Tíquico (cf. Ef 6:21-22; Col 4:7-9) y, al igual que la de Filemón, parece que las escribió el Apóstol durante su primera cautividad romana, más bien hacia el final, conforme expusimos en la introducción a la carta a los Efesios.

No hay ningún testimonio por el que conste de modo explícito cuál fue la ocasión que motivó esta carta a los Colosenses. Sin embargo, indirectamente parece desprenderse con bastante claridad de los datos suministrados por la carta misma. Sabemos, en efecto, que Epafras llegó de Colosas e informó al Apóstol de la situación de aquella comunidad (cf. 1:7-8). Incluso es probable que su viaje fuese hecho precisamente con esa finalidad. Las noticias que le da son en general buenas (cf. 1:8; 2:5); pero, por la manera cómo contesta el Apóstol, se ve que le informó también de ciertos peligrosos errores que comenzaban a difundirse entre aquellos cristianos y ponían en grave peligro la pureza de su fe. Es posible que el mismo Epafras hubiese luchado ya fuertemente contra esos errores, y a eso aludiría el inusitado elogio que el Apóstol le tributa: "Yo le rindo testimonio de que se toma mucho trabajo por vosotros y por los de Laodicea y Hierápolis" (4:13). El peligro, aunque quizás no tan acentuado, debía de venir de antiguo, pues el mismo Pablo lo había previsto ya en su discurso de despedida a las iglesias de Asia (cf. Act 20:29-30).

¿Cuáles eran esos errores? El precisar su naturaleza es muy difícil. Apenas tenemos otros datos que los suministrados por la carta y, como suele suceder siempre que escribimos, refiriéndonos a una situación concreta conocida de los destinatarios, Pablo habla de los errores de Colosas en forma para los demás bastante oscura. De ahí que ha habido entre los autores dedicados a estos estudios mucho desconcierto. Unos hablan de doctrinas gnósticas, otros de doctrinas iránicas, otros de sincretismo helenístico, otros de doctrinas pitagóricas, maniqueas, epicúreas. Parece claro, sin embargo, como a fines del siglo pasado sostenía ya J. B. Lightfood y hoy suelen reconocer la generalidad de los autores, que se trata de errores de carácter judaizante 276. Es lo que piden las alusiones de Pablo a la "circuncisión" (2:11-13), a la Ley mosaica (2:14) y a las observancias de "sábados y novilunios" (2:16). Pero se trataría de un judaísmo con un código doctrinal mucho más libre que el del judaísmo oficial de Jerusalén, de modo que cabrían dentro de él ese "culto a los ángeles" (2:18) y sumisión a "los elementos del mundo" (2:8.20) que Pablo considera también incluidos dentro del conjunto de errores que trata de precaver.

Probablemente nos hallamos ante un judaísmo que habrá que encuadrar dentro de la misma corriente esenia que encontramos en Qumrán 2T7. Las colonias judías, que sabemos eran numerosas en esas regiones de Frigia 278 habrían sido fuertemente afectadas por el tibíente sincretista de la época. No era ya el judaísmo puro, que dominaba en las escuelas fariseas de Jerusalén, sino un judaísmo con mezcla de ideas religiosas paganas, particularmente en lo referente a los seres angélicos o supraterrestres, considerados como intermediarios entre Dios y el mundo. Sabemos que en esas regiones de Asia, bajo el influjo de las religiones orientales, se especulaba mucho sobre estas potestades celestes o astrales, a las que se atribuía gran importancia en la dirección y marcha del mundo y en el destino de los hombres; cada una de ellas contenía una parte del "pleroma" de la divinidad y gozaba de poderes en el cosmos y sobre los hombres. Es lo que Pablo reservará para Cristo (cf. 1:19; 2:9).

Las consecuencias eran obvias. Puesto que el destino humano estaba bajo el dominio de esas "potestades" o regidores cósmicos, importaba mucho tenerlas propicias; de ahí ese "culto a los ángeles" de que habla Pablo con la obligación de abstenerse de determinados alimentos y observar ciertas fiestas (cf. 2:16-18). Parece que ese "culto" se hacía a través de complicadas ceremonias de misterios, a los que tan propenso era el mundo griego. Cree Cerfaux, apoyado en expresiones de la carta, que también los judíos habían organizado un "misterio" centrado en el culto a los ángeles, que identificaban con las potestades astrales del paganismo oriental279. Todo este culto y especulaciones proporcionaba a los iniciados una gnosis o conocimiento superior, donde podemos ya ver los primeros gérmenes de esas doctrinas "gnósticas" que alcanzarán su pleno desarrollo en el siglo II 280.

No sabemos hasta qué punto los cristianos de Colosas habían sido afectados por estas lucubraciones, pero Pablo vio claramente el peligro que corrían, tentados a considerar a Cristo como uno más, quizás el más poderoso, entre los muchos mediadores entre Dios y ios hombres. Aunque la carta va dirigida a los colosenses, piensa Pablo también en las otras iglesias vecinas, que más o menos se encontraban en la misma situación, y por eso manda que, una vez leída, la pasen a esas iglesias (cf. 4:16).

 

Estructura o plan general.

La característica de esta carta es su cristología. Todas esas especulaciones sobre el mundo angélico, al que se atribuía tanta importancia, entrañaban un grave peligro: que sufriese mengua la posición de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. La intención de Pablo, desde el principio al fin de la carta, es dejar bien sentada la absoluta suficiencia de Cristo en su función con respecto al Universo. No que ponga en duda la existencia y función de otros intermediarios, pero será siempre en relación y dependencia de Cristo (cf. 1:1 6; 2:10), único en quien habita todo el "pleroma" de la divinidad (cf. 1:19; 2:9). Es ésta una carta en que Cristo aparece en su plena función de Kyrios del Universo.

Podemos distinguir perfectamente dos partes: una más especulativa, en que el Apóstol expone a sus lectores la trascendencia divina de la persona de Cristo y la eficacia de su obra redentora, en contraposición a las falsas doctrinas con que algunos pretendían seducirles (1-2), y otra más practica, desarrollando la idea, tan hermosa como fecunda, de la vida nueva en Cristo (3-4).

Damos a continuación un breve esquema de la carta:

Introducción (1:1-14).

Saludo epistolar (1:1-2) y acción de gracias (1:3-14).

I. Dignidad supereminente de Cristo (1:15-2:23).

a) La persona y la obra de Cristo (1:15-23).

b) Participación de Pablo en la obra de Cristo (1:24-2:3).

c) Puesta en guardia contra las falsas doctrinas que ofenden la fe debida a Cristo (2:4-23).

 

II. Consecuencias morales (3:1-4*6).

a) La unión con Cristo, principio de vida nueva (3:1-17).

b) La familia cristiana (3:18-4:1).

c) El espíritu apostólico (4:2-6).

Epílogo (4:7-18).

Noticias personales (4:7-9), saludos (4:10-17) y bendición final

 

Perspectivas doctrinales.

Si hacemos comparación con cartas cronológicamente anteriores, observaremos que en esta carta a los Colosenses — y lo mismo se diga de su gemela a los Efesios — el pensamiento de Pablo ha cambiado de centro de interés. Cierto que la doctrina en el fondo es la misma; pero si anteriormente Pablo había presentado el cristianismo como la buena nueva de "salud" por la fe, ahora lo presenta más bien como un "misterio" que hay que penetrar. Podemos decir que al trinomio "evangelio-transmisión-fe" sustituye este otro: "misterio-revelación-conocimiento" (cf. 1:26-27; 2:2-3; 4:31; Ef 1:9-10; 3:3-12; 6:19). Ese "misterio" es el plan divino de salvación, que preexiste en Dios antes de todos los siglos, y que ahora es revelado por el Espíritu a los apóstoles y profetas, entre los cuales, de manera muy destacada, se cuenta él mismo (cf. 1:25-27; Ef 3:3-12).

Creemos que este cambio de centro de interés en el pensamiento de Pablo, transformando la teología del "mensaje" en teología del "misterio," está en estrecha relación con las circunstancias exteriores que amenazaban la fe de los cristianos de Colosas y de las otras ciudades vecinas. Habría sido la reacción contra el "sincretismo" judeo-pagano ahí reinante, de que antes hablamos, lo que habría motivado y hasta dado los términos a Pablo para esta su síntesis teológica del cristianismo, que surge en cierto modo como antítesis. Es curioso observar que el término "misterio," sustituyendo a "evangelio," aunque sin constituir todavía término-clave de la exposición, lo había empleado Pablo ya dos veces anteriormente: 1 Cor 2:7 y Rom 16:25, cartas ambas que están escritas después de su prolongada estancia en Efeso, lo que podría considerarse como indicio de que fue en Efeso donde se habituó a la terminología ahí reinante, de la que luego va a valerse para presentar el mensaje cristiano a las comunidades de esas regiones 281.

En consonancia, pues, con la terminología y ambiente en que se hallaban inmersos los destinatarios, Pablo no sólo hablará de "misterio," sino que hablará también de "elementos del mundo" (cf. 2:8.20) y de "potestades celestes," asimiladas más o menos a los ángeles de la tradición judía (cf. 1:16; 2:10.15.18); pero si habla de todo eso no es para profundizar en el mundo de la angelología, sino para dejar bien claro que Cristo, sean las que sean esas "potestades," les es absolutamente superior, lo mismo en el plano de la creación (cf. 1:16) que en el de la reparación soteriológica (cf. 1:20; 2:15), y si algo tienen de poder salvador se lo deben a Cristo (cf. 2,10). De este modo, aunque lo que sobre todo suele interesar a Pablo es lo relativo a la salud de la humanidad, las necesidades de la polémica le han llevado a referirse también a la amplitud cósmica del señorío de Cristo. Son dos puntos que trataremos de exponer con más detalle: potestades celestes, plenitud cósmica de Cristo.

Las potestades celestes. — Para designar a estos seres celestes o supraterrestres, Pablo emplea diversos nombres: ángeles (2:18; cf. Rom 8:38; Heb 1:4-14), tronos-dominaciones-principados-potestades (1:16; 2:10.15; cf. 1 Cor 15:24; Rom 8:38); la misma lista se repite en la carta a los Efesios, únicamente que en vez de "tronos" se pone "virtudes" (cf. 1:21; 3:10; 6:12). Si a estos seis nombres añadimos los de "arcángeles-querubines-serafines" (cf. 1 Tes 4:16; Heb 9:5; Is 6:2), tendremos los nueve coros o categorías angélicas de que con frecuencia hablan los escritores cristianos, sistematización debida en gran parte al Pseudo-Dionisio Areopagita, y que se instaló definitivamente en Occidente a partir de San Gregorio Magno.

Es evidente que Pablo nunca intenta dar listas completas de ángeles, tampoco es posible precisar si con esa variedad de nombres, más o menos simbólicos, pretende señalar categorías distintas de seres. Son nombres que han ido entrando en la tradición bíblica partiendo de diversos ambientes, y que Pablo recoge, pero sin hacer especial hincapié en determinar la naturaleza y categoría de esos poderes celestes. Lo que sí juzgamos cierto es que Pablo da por supuesta la existencia de los ángeles, también de los ángeles malos (cf. 2:15; Ef 6:11-12; 1 Cor 15:24), convicción que es común a todos los autores neotestamentarios282. Nunca dice, sin embargo, cómo surgieron los ángeles malos. Habrá que suponer que, lo mismo que dice del hombre (cf. Rom 1:21; 5:12), hubo también un pecado (cf. 2 Pe 2:4; Jds 6), pues su concepción misma de la divinidad (cf. 1 Cor 8:6; Col 1:15-16) excluye cualquier dualismo que dejara fuera de la zona del poder de Dios clase alguna de seres.

Supuesta esa verdad fundamental, es a saber, la existencia de los ángeles, ministros de Dios en la revelación de la Ley antigua (cf. Heb 1:5-14; Gal 3:19), era fácil a Pablo el punto de enlace con sus adversarios, que tanto hablaban de "potestades" celestes y de su influjo en el mundo. Pablo no tendrá inconveniente en valerse de su misma terminología y hablar de "tronos, dominaciones, etc.," nombres muy usados ya entonces en los escritos apocalípticos judíos y que llegarán a adquirir importancia extraordinaria en la gnosis. Es evidente que hay en ello una como asimilación de esos "poderes" a los ángeles de la tradición judía. Lo que Pablo hará resaltar es que todos esos poderes angélicos, sean los que sean, están subordinados a Cristo, único en quien habita la plenitud de la divinidad (1:15-20; 2:9-10).

Entre los nombres con que designa Pablo a estos "poderes" angélicos, hay uno que llama de modo especial la atención: el de "elementos del mundo" (στοιχεία του κόσμου), expresiσn que usa dos veces (cf. 2:8.20), y que había usado ya en Gal 4:3-9. El término στοιχεΐον (de στείχω = marchar o caminar en lνnea), en su sentido etimológico, designa el primer elemento de que se compone un conjunto283. Creen algunos autores (Prat, Lagrange, Méde-bielle.) que Pablo, al usar dicha expresión, está refiriéndose a la Ley mosaica, en cuanto que las prescripciones de esta Ley (sábados, novilunios, fiestas anuales) constituían como los primeros rudimentos de la educación religiosa de la humanidad, en espera de que llegasen los tiempos de filiación señalados por Dios (cf. 2:20; Gal 4, 3-5). ¿Bastará esta explicación? Desde luego, no veríamos dificultad en que al régimen de la Ley, dado su carácter elemental e imperfecto en relación con el Evangelio le llamase San Pablo "elementos") (στοιχεία), pero Ώpor qué había de llamarle "elementos del mundo"?

Creemos que Pablo, bajo la expresión "elementos del mundo," incluye sí a la Ley mosaica, como está pidiendo el contexto; pero la expresión ha llegado a él con un matiz de significado que no es ya simplemente el de primeros elementos de un conjunto. Todo hace suponer que dicha expresión, dentro del ambiente cultural en que se movían las comunidades cristianas a las que se dirige Pablo, tenía ya un significado concreto, y más o menos técnico, para designar el mundo de los astros y fuerzas cósmicas que encuadran el orden del universo, y a los que se consideraba como fuerzas vivientes supraterrenas que regían el destino de los hombres. Es una visión del mundo, típica dentro del sincretismo de aquella época, que supone al hombre como inmerso en la zona de dominio de los poderes cósmicos, a cuyas exigencias deberá conformar su actuación.

Dentro de esta concepción, los judíos creyentes, sin abandonar su terminología tradicional, hablarían de "ángeles" que guían y controlan a esas fuerzas cósmicas (cf. Ap 16:5). Pablo, al hablar de "elementos del mundo," no habría hecho sino valerse de una expresión entonces corriente, con sentido primariamente cosmológico, para referirla también a la Ley y a sus prescripciones, asimilando la situación del régimen de la Ley mosaica, dada por intermedio de ángeles (cf. Gal 3:19), con los sistemas religiosos del paganismo regidos por las "potencias" celestes. Es bajo esa perspectiva como podrá decir a los Gálatas, venidos del gentilismo, que someterse a las observancias mosaicas es cambiar una servidumbre por otra, o, lo que es lo mismo, volver por un rodeo a la antigua servidumbre (Gal 4:9). En ambos casos se trataría de ritos igualmente ineficaces, aunque materialmente distintos 284.

La plenitud cósmica de Cristo. — Las necesidades de la polémica obligaron a Pablo a tratar un tema que en sus escritos anteriores apenas había sido aludido: el de la amplitud cósmica del influjo de Cristo. Ciertamente que Cristo ha sido considerado siempre por Pablo como el eje de todas sus exposiciones doctrinales: es "el Hijo" que Dios ha enviado al mundo para redimir a la humanidad (cf. Gal 4"4~5i Rom 8:3), es nuestra "sabiduría, justicia y santificación" (cf. 1 Cor 1:30), por cuyo amor "todo lo ha sacrificado y tiene por estiércol" (cf. Fil 1:8). Pero todo eso está limitado al horizonte de la humanidad salvada, que es sin duda el punto central del mensaje cristiano; ahora Pablo amplía la visión, y no son ya sólo los hombres, sino todo ese marco de la humanidad que es el cosmos, incluidas las potencias angélicas, el que se presenta a sus ojos como sometido al influjo y dominio de Cristo. Puede decirse que el pensamiento teológico de Pablo en torno a la obra de Cristo ha adquirido en las cartas a Colosenses y Efesios su punto culminante, al ser presentado abiertamente con dimensiones cósmicas.

El pasaje más expresivo a este respecto es el denominado comúnmente "himno cristológico" de Colosenses (1:15-20). Expone ahí Pablo que la primacía o señorío de Cristo hemos de verla, no ya sólo como derivación de la victoria de la cruz, sino a la luz de otros conceptos: imagen de Dios, creador y conservador del universo, cabeza de la Iglesia, depositario de la plenitud de la divinidad 285. Dejando para el comentario un análisis más detallado, notemos únicamente, en visión de conjunto, esa como división en dos grandes estrofas: primeramente (v.15-17) presentando a Cristo por encima de las "potencias celestes," sean cuales fueren, pues El las ha creado lo mismo que ha creado todo, por ser el primogénito de Dios y la imagen del Dios invisible; en segundo lugar (v. 18-20), presentando la obra de salvación de Cristo, en que tiene también la "primacía" (v.18), con repercusión también en "las cosas del cielo," es decir, sin que queden fuera de su acción las potestades celestes.

Es dentro de esta segunda estrofa donde aparece por primera vez aplicado a Cristo sin más (v.19) el término plenitud (πλήρωμα) que luego le vuelve a aplicar más adelante con una mayor especificación: ."toda la plenitud (πλήρωμα) de la divinidad corporalmente” (2:9). Todo da la impresiσn de que este término pleroma es aquí noción central en el pensamiento de Pablo, y lo seguirá siendo también en la carta a los Efesios, aunque ahí su significado, sin dejar de tener a Cristo como trasfondo, ha derivado hacia la Iglesia, "pleroma" de Cristo (cf. Ef 1:23; 3:19; 4:13). ¿Qué significa concretamente este término "pleroma"?

La palabra "pleroma" (cumplimiento, plenitud, totalidad.) es corriente en griego, bien en sentido activo (lo que completa o llena una cosa), bien en sentido pasivo (lo que está completo o lleno), y Pablo no desconoce los diversos matices de su significado (cf. 1 Cor 10:26; Gal 4:4; Rom 13:10; Ef 1:10). Sin embargo, dado su modo de expresarse en los cinco pasajes aludidos, parece claro que está usando dicho término no en sentido genérico de plenitud, sino con cierto tecnicismo, tomado probablemente del mismo lenguaje de los destinatarios de las cartas y en orden a darles la respuesta adecuada, como diciendo: habláis mucho de pleroma, pues ahí tenéis a Cristo, verdadero "pleroma."

Hay bastantes críticos que para explicar el término "pleroma" en Pablo piensan en los sistemas gnósticos, donde el término "pieroma," de uso frecuentísimo, designa el conjunto de eones o jerarquías celestes emanados del dios supremo; es lo mismo que vendrían a decir esos herejes de Golosas, denominando "pleroma" al conjunto de potestades celestes consideradas como la manifestación total de la divinidad. Sin embargo, suele rechazarse esta sugestión, pues tal sentido de "pleroma" sólo aparece en el gnosticismo ya muy elaborado del siglo u, ni hay base razonable que permita trasladar dicho vocabulario a los tiempos de Pablo. Más bien parece, como sugiere Dupont, que hemos de dirigir nuestra atención al vocabulario de los escritos herméticos y de la filosofía estoica, que había penetrado ampliamente en el pueblo. Era un término que más o menos se había hecho ya técnico para designar el cosmos o mundo universo, concebido como un inmenso organismo, vivificado y reducido a unidad por Dios, que todo lo envolvía y penetraba a manera de alma universal. Se decía que el cosmos era un "pleroma," en cuanto que estaba lleno por Dios, y a su vez Dios mismo era un "pleroma," en cuanto que todos los bienes del universo se encontraban incluidos en El 286. Pablo se habría valido de ese término, que apuntaba directamente a señalar las relaciones entre Dios y el mundo, introduciéndolo en su sistema teológico, con objeto de hacer resaltar la primacía absoluta y universal de Cristo, con influjo unitivo y pacificador en el cosmos entero (cf. Ef 1:9-10). Claro es que, aunque el término esté tomado de la filosofía pagana, Pablo lo toma desde los presupuestos del Antiguo Testamento, donde también se habla de que Dios "llena" cielo y tierra (cf. Is 6:3; Jer 23, 24; Sal 24:1; 139:8; Sab 1:7), pero manteniendo siempre la "trascendencia" divina, opuesta radicalmente al naturalismo inmanente griego. En el fondo, apenas se hace sino aplicar a Cristo lo que ya se decía de la Sabiduría divina en la literatura sapiencial (cf. Sab 7, 24-27; 8:1).

Lo que Pablo parece querer significar, al aplicar a Cristo el término "pleroma," es que en Cristo, o mejor, en el cuerpo inmolado y resucitado de Cristo, vino como a concentrarse y asentarse la potencia unitiva y vivificadora de la divinidad, que de ahí irradia a todo el cosmos. Tal parece ser el alcance de ese enigmático "corporalmente" de Col 2:9. Es una significación, como si dijéramos, espacial : se trata de alguien, Cristo, que esta lleno.

Tratando de englobar en una síntesis los diversos pasajes en que emplea el término "pleroma," quizás pudiéramos resumir así el pensamiento de Pablo: la idea básica, que luego recibirá diversos matices, es que para Pablo el mundo universo es "pleroma" de Dios, o, lo que es lo mismo, está lleno de Dios, del que recibe vida y cohesión. Tal creemos ser el significado de "pleroma" en Ef 3:19, donde Pablo ruega para que los cristianos "sean llenos en orden a todo el pleroma de Dios"; es decir, ruega para que con la práctica de la vida cristiana se vayan acercando cada vez más a ese estado de plenitud divina universal, que ya anteriormente había descrito con la fórmula: ." Dios sea todo en todo," y que de manera plena sólo tendrá lugar al fin de los tiempos (cf. 1 Cor 15:28). Este sentido de "pleroma" estaría totalmente dentro de lo normal. Lo realmente nuevo es que entre Dios y el mundo introduce Pablo un como intermediario esencial, Cristo, en quien dice que "reside todo el pie-roma" de la divinidad ccrporalmente (Col 2:9; cf. 1:19). ¿Podemos seguir tomando "pleroma" en el mismo sentido? Creemos que sí. Se trata de subrayar el papel de Cristo sobre todas las potencias celestes o regidores cósmicos, de que tanto se hablaba en el ambiente de los destinatarios de la carta; lo que Pablo vendría a decir es que la fuerza vivificadora divina, que penetra y envuelve todo el cosmos, se ha como concentrado y asentado en el "cuerpo" resucitado de Cristo, del cual podemos decir, por consiguiente, que contiene todo el "pleroma": fuerza divina que penetra y envuelve todo el cosmos (Dios y el mundo en Dios). Precisamente porque en El reside "todo el pleroma," es por lo que el rango de Cristo es único, fuera de toda serie de regidores cósmicos (cf. Col 1:16; Ef 1:10). Y aún hay más. También la Iglesia, incorporada a Cristo de modo especial dentro del cosmos, puede ser denominada "pleroma" (Ef i, 23; cf.^ Col 2:10), en cuanto que está llena de las gracias de Cristo y asociada a su tarea de consumar el "pleroma de Dios" (cf. Ef 3:19; 4:13), a fin de que "Dios sea todo en todo" (1 Cor 15:28).

 

 

Introducción, 1:1-14.

 

Saludo epistolar, 1:1-2.

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, 2 a los santos y fieles, hermanos en Cristo, que moran en Colosas: la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre.

 

Es el saludo usual que Pablo emplea al principio de sus cartas. Casi idéntico al de la carta a los Efesios (Ef 1:1-2), a cuyo comentario remitimos, así como a los lugares de referencia allí indicados.

De Timoteo, nombrado también en el saludo de otras varias de las cartas (cf. 2 Cor 1:1; Flp 1:1; ι y 2 Tes 1:1; Flm i), cabe decir que fue uno de los mαs íntimos colaboradores de Pablo, al que acompañaba casi constantemente. Su primer contacto con el Apóstol es narrado en Act 16:1-3.

 

Acción de gracias y oración por los colosenses, 1:3-14.

3 Incesantemente damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en nuestras oraciones por vosotros, 4 pues hemos sabido de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis hacia todos los santos, 5 en vista de la esperanza que os está reservada en los cielos, de la cual tuvisteis noticia por la palabra verdadera del Evangelio, 6 que os llegó, y como en todo el mundo, también entre vosotros fructifica y crece desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en su pureza, 7 según que la aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, que es por nosotros fiel ministro de Cristo, 8 el cual nos ha dado a conocer vuestra caridad en el Espíritu. 9 Por esto, también desde el día en que tuvimos esta noticia, no cesamos de orar y pedir por vosotros; para que seáis llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 y andéis de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios, 11 corroborados en toda virtud por el poder de su gloria, para el ejercicio alegre de la paciencia y de la longanimidad en todas las cosas, 12 dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en el reino de la luz; 13 el cual nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, 14 en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados.

 

Al saludo sigue la acción de gracias a Dios por los favores concedidos a los colosenses (v.3-8). Estos favores los concreta San Pablo sobre todo en las tres virtudes teologales que, como en otros muchos lugares (cf. 1 Cor 13:13; Ef 1:15-18; 1 Tes 1:3; 5:8), también aquí enumera juntas (v.4-5). Es de notar el hincapié que hace en la "esperanza," a la que considera subordinadas en cierto sentido la fe y la caridad (v.5). Y es que San Pablo no concibe una fe y una caridad que estén separadas del deseo del cielo y de poseer a Dios, que es lo que aviva en nosotros aquellas virtudes (cf. Rom 8:18-24; Ef 6:6-9; 1 Tim 6:19). Después de esa enumeración de las tres virtudes teologales, que contempla gozoso en los colosenses, les recuerda, igual que suele hacer en otras cartas (cf. 1 Cor 1:4-7; Gal 3, 1-2; 1 Tes 1:4-7), cómo fue la fundación de su iglesia (v.6-8). De "Epafras" ya hablamos en la introducción a esta carta; si le llama "consiervo" (v.7; cf. Flm 23), parece ser en razón de la asistencia que le estaba prestando con una especie de cárcel voluntaria. También le da ese mismo título a Tíquico (cf. 4:7). La expresión "como en todo el mundo" (v.6), aunque tiene su parte de hipérbole (cf. Act 2:5), indica bien a las claras que para San Pablo el mensaje de Cristo es esencialmente católico, no privilegio para un pueblo o una raza, y la predicación en Colosas no era sino una pequeña migaja de ese amplio movimiento mundial.

También la expresión "caridad en el Espíritu" (v.8) rezuma catolicidad, aludiendo a la nueva conciencia comunitaria de solidaridad, que el Espíritu Santo produce en la Iglesia, donde uno está para el otro, y una comunidad para otra, y todos para el Señor.

Nótese también (v.5-7) su modo de hablar del Evangelio como fuerza y poder misteriosos que están transformando el mundo (cf. Rom 1:16). Y es que en el Evangelio el mismo Cristo está presente y se ofrece a los hombres como portador de la salvación.

En los v.9-14 cambia un poco el tono de la acción de gracias, convirtiéndose en oración de súplica. Quizás podamos ya entrever aquí los serios temores del Apóstol ante el peligro de una desviación doctrinal en los colosenses. Ardientemente pide a Dios que les dé un conocimiento profundo, que se traduzca en obras, de la "voluntad de Dios" sobre ellos. La expresión "conocimiento profundo" (έττίγνωσιβ), que vuelve a repetir varias veces en la carta (cf. 2:2; 3:10), parece tener la intención de hacer resaltar el contraste con el "conocimiento" (γνωσις) del universo y sus movimientos de que tanto se ufanaban los doctores de Colosas. El autιntico y real "conocimiento" era éste que Pablo predicaba. Al hablar (v.9) de "sabiduría e inteligencia espiritual" (σοφία και συνέσει πνευματική), se refiere a los dones de sabidurνa e inteligencia, que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los cristianos (cf. 1 Cor 12:8; Ef 1:8) para que sepan juzgar de las cosas rectamente, en función de nuestro fin sobrenatural, cosa que es privilegio de los discípulos de Cristo y falta a los sabios de este mundo (cf. 1 Cor 2:14-15; Flp 1:9; 2 Tim 2:7). Cierto que los colosenses, como en general los cristianos, se encontrarán en su vida con tentaciones y pruebas duras, pero nada de eso debe ser capaz de hacerles perder su "paciencia" y quitarles su "alegría" (v.11), dando continuamente gracias a Dios Padre por haberles llamado a participar de la "herencia de los santos" (v.12). El término "santos" era corriente para designar a los cristianos (cf. Act 9:13), y probablemente ése es también ahora su sentido (cf. 1:26), aunque algunos autores creen ver aquí más bien una referencia a los ángeles, a quienes se asocian los elegidos (cf Dan 4:10; Zac 14:5; Mt 13:43; Ap 12:5; Ef 2:19). Esta "herencia" es la salud mesiánica, cuya consumación definitiva tiene lugar en la gloria, que es reino de la luz (cf. Ef 1:11-14; 5:7-12;) Act 26:18). Pablo, al llegar aquí, cambia el pronombre de segunda persona en el de primera, colocándose también él ("nos libró., tenemos la redención") entre aquellos a quienes Dios ha sacado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz, que es el reino del "Hijo de su amor" 287, que nos ha redimido de nuestra condición de esclavos (v.13-14; cf. Rom 3:24-25). Este dualismo tinieblasluz, tan frecuente en el lenguaje de San Pablo y de San Juan, lo encontramos también muy usado en la literatura de Qumrán, de la que no hay inconveniente en admitir cierta dependencia literaria 288.

 

 

I. Dignidad Supereminente de Cristο, 1:15-2:23.

 

La persona de Cristo, 1:15-20.

15 El es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; 16 porque en El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por El y para El. 17 El es antes que todo, y todo subsiste en él. 18 El es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia; El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía en todas las cosas; 19 porque plugo a Dios que en El habitase toda la plenitud 20 y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo.

 

Comienza aquí la parte doctrinal de la carta, que continuará hasta el final del c.2. San Pablo, a vista del peligro en la fe que amenazaba a los colosenses, de que le informó Epafras, trata de instruirles al respecto. Y primeramente, en la presente narración, les habla de la persona misma de Cristo. Es uno de los pasajes cristológicos más completos de todo el epistolario paulino, síntesis admirable de las prerrogativas de Cristo: en relación a Dios, a la creación, a la Iglesia. Es de notar la claridad con que aparece en este pasaje la unidad de persona en Cristo, al que San Pablo atribuye actividad trascendente en la creación y manifestaciones históricas en la redención. Ese ser concreto, que aparece como sujeto gramaticalmente de todo el pasaje, es la persona única del Hijo de Dios, hecho hombre.

Por lo que respecta a la relación hacia Dios, San Pablo designa a Cristo como "la imagen (είκών) de Dios invisible” (v.15). Ya en una carta anterior le había aplicado esa misma expresión (cf. 2 Cor 4:4). También del hombre dice que es "imagen" de Dios, sea en el orden natural (cf. 1 Cor 11:7), sea en el sobrenatural (cf. 3:10); pero, evidentemente, Cristo lo es de manera mucho más perfecta. Solamente Cristo, en virtud de la generación eterna del Padre, es la imagen sustancial y perfecta, que reproduce y refleja adecuadamente las infinitas perfecciones de Dios invisible, haciéndolas visibles a través de su humanidad (cf. 1 Tim 6:16; Heb 1:3; Jn 1:18). Este concepto de "imagen," del que frecuentemente se vale Pablo (cf. Rom 8:29; 1 Cor 15:49; 2 Cor 3:18), es de gran importancia para profundizar en su pensamiento teológico 289.

Por lo que respecta a la relación de Cristo con el mundo creado, San Pablo hace varias afirmaciones capitales: "primogénito (πρωτότοκος) de toda criatura., en El (εν αυτω) fueron creadas todas las cosas de cielo y tierra, visibles e invisibles., todo creado por El y para El (5is αυτού και εις αυτόν). es antes que todo (προ πάντων) y todo subsiste (συνέστηκεν) en El” (v.15-17). Aunque no todas las expresiones del Apσstol son fáciles de interpretar, y del significado concreto de algunas cabe discusión, la idea general es clara: Cristo esta por encima de toda la creación, en cuyo origen ha influido y a la que sigue dando consistencia. Cuando el Apóstol habla de "primogénito de toda criatura" (v.15), creen algunos que se está aludiendo a la preexistencia de Cristo, dando al término "primogénito" su valor etimológico de anteriormente engendrado; otros, por el contrario, tomando el término "primogénito" en sentido más bien histórico y jurídico, creen que se alude a su preeminencia respecto de todas las criaturas, cual la tiene el primogénito respecto de sus hermanos. Lo más probable es que haya que juntar ambos aspectos. Sabemos, en efecto, que entre los judíos el "primogénito" tenía la primacía de dignidad como consecuencia de su primacía o prioridad en el tiempo. Lo mismo diría San Pablo de Cristo: prioridad temporal respecto de todas las criaturas y, consiguientemente, primacía o mayorazgo respecto de todas ellas. Lo que ciertamente debe excluirse es que Cristo, por el hecho de ser considerado como "primogénito de toda criatura," deba ser incluido entre las criaturas. Absolutamente hablando, la expresión podría ser entendida de ese modo, al igual que cuando se le llama "primogénito de entre los muertos" (v.18); pero esa interpretación queda excluida por las afirmaciones que siguen, cuando se dice de Cristo que "todo fue creado en El, por El y para El," y que es "antes que todo, y todo subsiste en El" (v.16-17). La especificación "cosas del cielo y de la tierra, visibles e invisibles, tronos," etc. (v.16; cf. Ef 1:21), tratando de recalcar que nada queda fuera del influjo de Cristo, da todavía más fuerza al argumento. Todas esas expresiones demuestran claramente que Cristo está en un rango único, fuera de la serie de criaturas 290.

Sigue ahora, en los v. 18-20, la descripción de la persona de Cristo en su condición de Redentor. Ambas ideas, creación y redención, están íntimamente ligadas para San Pablo: si Cristo fue quien en un principio creó todas las cosas, es también El quien luego las va a pacificar y armonizar, una vez disgregadas por el pecado. La afirmación de que es "cabeza del cuerpo, que es la Iglesia" (v.18), riquísima de contenido, ya queda explicada en otros lugares (cf. Rom 12:4-5; 1 Cor 12:12-27), y particularmente en la introducción a la carta a los Efesios. De parecido significado, aunque bajo otra imagen, es la afirmación de que es "principio, primogénito de entre muertos" (αρχή, πρωτότοκος εκ τοον νεκρών). Parece que estos dos incisos: “principio” y “primogιnito de entre los muertos," no constituyen dos afirmaciones independientes, sino que aluden a una misma cosa, diciendo de Cristo que es el primero, el que inició la marcha gloriosa hacia la resurrección; no sólo en orden de tiempo, sino también por su influjo en los demás resucitados (cf. Rom 4:25; 1 Cor 15:20-23). Y todas esas prerrogativas: "para que tenga la primacía en todas las cosas" (v.18), es decir, tanto en el orden de la creación material como en el de la renovación espiritual.

Razón última de esta preeminencia de Cristo ha sido la voluntad del Padre, que quiso que "en El habitase toda la plenitud (πάν το πλήρωμα) y por El reconciliar. todas las cosas, asν las de la tierra como las del cielo" (v. 19-20). ¿A qué alude San Pablo con la palabra "plenitud"? Bastantes autores, siguiendo a Santo Tomás, interpretan el término "plenitud" como alusivo a la suma de gracias y perfecciones que competen a Cristo, en cuanto cabeza de la Iglesia, "de cuya suma o plenitud, como dice San Juan, participamos todos" (cf. Jn 1:16). Otros, pensando en que, poco después, el mismo San Pablo habla de "plenitud de la divinidad" (cf. 2:9), opinan que el mismo sentido debe darse aquí al término "plenitud," sin que esto excluya, claro está, la consiguiente plenitud de gracias y perfecciones de que habla Santo Tomás. Creemos que también aquí, conforme a las explicaciones ya dadas al comentar Ef 1:23 y 3:19, el término "plenitud" (πλήρωμα) tiene un sentido tιcnico especial. San Pablo aludiría al cosmos o mundo universo, que considera lleno de Dios (cf. Is 6:3; Jer 23:24; Sal 139:8; Sab 1:7; 1 Cor 10:26) y que, muy en consonancia con el uso de la época, no tiene inconveniente en designar con el término pléroma. A la cabeza de este cosmos o pléroma de Dios, y no sólo a la cabeza de la raza humana, ha sido colocado Cristo, "recapitulando en sí todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra" (cf. Ef 1:10). Precisamente porque en El "habita," es decir, le está como incorporado todo el cosmos o pléroma de Dios, es por lo que puede realizar ese influjo pacificador universal a que se alude en el v.20. Dicha "pacificación" no arguye la salud individual de todos, sino la salud colectiva del mundo, con su retorno al orden y a la paz, y sólo será perfecta al fin de los tiempos, cuando, vencidos todos los enemigos, el Hijo entregue el reino a Dios Padre para que "sea Dios todo en todas las cosas" (cf. 1 Cor 15:24-28; Rom 8:19-23; 2 Tes 1:8-9). San Pablo tiene interés en hacer resaltar que nada en el cosmos queda excluido de ese influjo pacificador de Cristo; de ahí que no se contente con decir "todas las cosas," sino que especifique: "así las de la tierra como las del cielo" (v.20), la misma expresión que había empleado al hablar de la creación (v.16). De qué modo la redención de Cristo afecte también al mundo angélico, San Pablo nunca lo explica; ni es fácil concretar en qué pueda consistir esa pacificación "en los cielos." Probablemente San Pablo lo que pretende es extender la perspectiva, dado que todo el cosmos, incluso el mundo angélico, debe entrar a formar parte en este concierto armónico y universal que trajo consigo la muerte de Cristo. Algo parecido a lo que dice del mundo inanimado (cf. Rom 8:19-22). Apoyado en estos textos de Pablo, escribió San Ignacio de Antioquía: "Que nadie se lleve a engaño: aun las potestades celestes y la gloria de los ángeles y los príncipes, visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo, están también sujetos a juicio." 291

 

La obra redentora de Cristo y los colosenses, 1:21-23.

21 Y a vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos de corazón por las malas obras, 22 ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por su muerte, para presentaros santos e inmaculados e irreprensibles delante de El, 23 si perseveráis firmemente fundados e inconmovibles en la fe y no os apartáis de la esperanza del Evangelio que habéis oído, que ha sido predicado a toda criatura bajo los cielos, y cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo.

 

Hablando de la persona de Cristo, dijo San Pablo que "por la sangre de la cruz" había reconciliado y pacificado todas las cosas (v.20; cf. Rom 3:24-25); ahora (v.21-23) hace una aplicación particular al caso de los colosenses.

Les recuerda su condición anterior de "extraños y enemigos" de Dios (v.21; cf. Ef 2:11-12; 4:17-19), cambiada ahora por la de "santos e inmaculados e irreprensibles delante de El" (v.22; cf. Ef 11:41 5-27). Esta terminología, para describir el estado de perfección moral en que la obra redentora de Cristo coloca al hombre, está inspirada en las cualidades requeridas para las víctimas en los sacrificios (cf. Lev 22:17-25). Dice el Apóstol que Dios ha operado esa reconciliación mediante la muerte que Cristo padeció "en su cuerpo de carne" (εν τω σώματι της σαρκόβ αυτού), es decir, en su cuerpo pasible y mortal, donde virtualmente estaba incluido todo el gιnero humano (v.22; cf. Rom 8:3; 2 Cor 5:21; Gal 3:13-14; Ef 2:14). Mas para que ese nuevo estado, añade, sea un hecho en cada uno de los colosenses es necesario de parte suya que permanezcan firmemente cimentados en la fe, sin apartarse de la esperanza que promete el Evangelio, tal como lo oyeron de Epafras, y del que él ha sido constituido ministro (v.23; cf. v.4-8; 1 Cor 9:16-18).

 

Participación de Pablo en la obra de Cristo, 1:24-29.

24 Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.25 De ella soy yo ministro en virtud de la dispensación divina a mí confiada en beneficio vuestro, para llevar a cabo la predicación de la palabra de Dios, 26 el misterio escondido desde los siglos y desde las generaciones y ahora manifestado a sus santos, 27 a quienes quiso Dios dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria. 28 Al cual nosotros anunciamos, amonestando a todos los hombres e instruyéndolos en toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo, 29 por lo cual me fatigo, luchando con la energía de su fuerza, que obra poderosamente en mí.

 

La mención que el Apóstol hizo del Evangelio y de la misión a él confiada al respecto (cf. v.23) le lleva a hablar del cumplimiento de esa su misión. A ella consagra su vida, en libertad o en prisión, y con ese fin lucha y se fatiga sin desmayo.

Comienza por decir que los sufrimientos en la difusión del Evangelio no sólo no le abaten, sino que le son fuente de alegría, pues contribuyen al crecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo (v.24; cf. v.18). Se ha discutido mucho sobre el sentido de la frase “suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (άνταναπληρώ τα υστερήματα των θλίψεων του Χρίστου εν τη σαρκί μου). ΏEs que los padecimientos de Cristo no eran ellos solos suficientes para salvar a los hombres? Evidentemente, sí. Sabemos, en efecto, que la pasión y muerte de Cristo fue de valor infinito, capaz para redimir del pecado no sólo a los seres humanos del mundo actual, sino a todos los de todos los mundos posibles. ¿Qué es, pues, lo que quiere decir el Apóstol? Hay bastantes autores, siguiendo a Santo Tomás, que explican la frase de esta manera: la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, debe ser en todo conforme a su cabeza, ni participará de su gloria sino participando de sus padecimientos (cf. Rom 8:17 y 29); ahora bien, Jesucristo, la cabeza, ya padeció lo que le correspondía y estaba en los designios del Padre (cf. Jn 17:4; 19:30), pero falta por padecer lo que corresponde a los miembros para conformarse a la cabeza, debiendo cada uno tomar su parte, hasta que se colme la medida establecida por el Padre. No es, pues, que falte algo a los sufrimientos personales de Cristo, que fueron de valor infinito y cuales debían ser, sino que donde falta, y Pablo trata de completar por lo que a él toca, es en los padecimientos previstos por Dios para el Cristo místico.

Otros autores, sin embargo, sin negar la verdad de lo anteriormente afirmado, creen que no hay base alguna para interpretar en ese sentido la frase del Apóstol, al menos si lo que se pretende es dar su sentido literal. Lo que vendría a decir San Pablo, según estos autores, es lo siguiente: Jesucristo, para establecer su Iglesia, hubo de padecer y sufrir no sólo en su pasión y muerte, que es lo que constituye propiamente el acto redentor, sino también con infinidad de tribulaciones a lo largo de su vida, en orden a dar a conocer su doctrina o mensaje de salud; pues bien, bajo este aspecto, la obra de Cristo quedó muy incompleta, y aquellos trabajos han de ser continuados y como completados por los de los predicadores evangélicos, si es que la salud conseguida por el acto redentor de Cristo ha de llegar de hecho a todos los seres humanos. Muy bien, pues, puede decirse que los trabajos de Cristo en orden a la conversión del mundo quedaron incompletos, y son los predicadores evangélicos quienes los han de continuar, padeciendo cárceles y persecuciones, como está sucediendo a Pablo, supliendo de ese modo lo que hubiera de padecer Cristo si estuviese presente. Ni ello es mengua alguna para Cristo, cual si hubiese dejado las cosas sin terminar, pues, como dirá luego el mismo San Pablo, es de Cristo de quien los predicadores reciben fuerza y energía para realizar sus trabajos (cf. v.29). Y si para Cristo no es mengua, para nosotros los hombres es un honor, al poder participar de ese modo, unidos a Cristo, en la gran obra de la redención del mundo. Nos parece que es ésta la mejor explicación 292.

Lo que San Pablo dice después (v.25-29) es ya más fácil de entender. Afirma primeramente su condición de servidor de la Iglesia, habiendo recibido de Dios la misión de predicar, sobre todo, a los gentiles, entre los cuales se encuentran los colosenses (v.25; cf. Rom 15:15-16; Gal 1:15-16). Esa predicación lleva consigo el anuncio del "misterio," por largo tiempo escondido y ahora "manifestado a sus santos" (v.26), es decir, a los cristianos (cf. 1:2; Rom 1:7; Act 9, 13). De suyo el término "santos" podría también referirse a los ángeles (cf. 2:19), que sólo ahora, ante la realidad, Dios habría permitido conocer su plan eterno de salud. Para San Pablo "el misterio" equivale a plan divino de bendición en Cristo, con extensión a todos los seres humanos, superada la distinción entre judíos y gentiles (cf. Rom 16, 25-26; Ef 1:9-10; 3:3-9). Aquí propiamente no describe en qué consista, pero claramente lo deja entender en las expresiones "Cristo en vosotros" (v.27), "amonestando a todos los hombres. a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo" (v.28). Difícil encontrar fórmula más condensada de lo que es el "misterio" que esas palabras "Cristo en vosotros," dichas a los colosenses, procedentes del gentilismo. Antes de su conversión, los colosenses eran, al igual que los demás gentiles, gentes sin esperanza, sin Cristo, sin Dios en el mundo (cf. Ef 2:12); ahora, unidos a Cristo y formando con El un cuerpo único (cf. Ef 2:16; 3:6), caminan confiados hacia "la gloria" celestial, donde les espera Cristo (cf. 1 Cor 15:23). Dice el Apóstol que trata de instruirles "en toda sabiduría," a fin de presentarlos "perfectos en Cristo" (v.28). Sobre el concepto de "sabiduría" y de "perfectos," ya hablamos al comentar 1 Cor 2:6. La expresión "presentarlos perfectos en Cristo" (v.28) tiene cierto sabor jurídico, aludiendo a su presentación ante el juez divino, sin que tenga que avergonzarse de ellos ante el Señor (cf. 1 Cor 4:5; FÜ2,16; 4:1; 1 Tes 2:19).

 

Preocupación de Pablo por la fe de los colosenses, 2:1-15.

1 Pues quiero que sepáis qué lucha sostengo por vosotros y por los de Laodicea y por cuantos no han visto mi rostro en carne, 2 para que sean confortados sus corazones y, estrechamente unidos en la caridad, alcancen todas las riquezas de la plena inteligencia y conozcan el misterio de Dios, que es Cristo, 3 en el que se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" 4 Esto os digo para que nadie os engañe con argumentos capciosos; 5 pues aunque estoy ausente en la carne, en el espíritu estoy en medio de vosotros, alegrándome de vuestro buen concierto y de la firmeza de vuestra fe en Cristo. 6 Pues como habéis recibido al Señor Cristo Jesús, andad en El, 7 arraigados y fundados en El, corroborados por la fe, según la doctrina que habéis recibido, abundando en acción de gracias. 8 Mirad que nadie os engañe con filosofías falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del mundo y no en Cristo. 9 Pues en El habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, 10 y estáis llenos en El, que es la cabeza de todo principado y potestad. 11 En El fuisteis circuncidados con una circuncisión no de mano de hombre, con la eliminación del cuerpo carnal, con la circuncisión de Cristo. 12 Con El fuisteis sepultados en el bautismo y en El asimismo fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos. 13 Y a vosotros, que muertos estabais por vuestros delitos y por el prepucio de vuestra carne, os vivificó con El, perdonándoos todos vuestros delitos, 14 borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz; 15 y despojando a los principados y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos en la cruz.

 

En íntima conexión con lo que acaba de escribir sobre su misión para predicar el "misterio" de Cristo, Pablo habla ahora de su inquietud por la fe de los colosenses y laodicenses, bien instruidos por Epafras, pero que se hallan en peligro de ser seducidos por las doctrinas "falaces y vanas" (v.8) de falsos maestros.

Les da cuenta primeramente del vivo interés que tiene por ellos y de cómo lucha y se esfuerza, a fin de que sean confortados sus corazones y, estrechamente unidos por la caridad, alcancen plena inteligencia del misterio de Cristo, fuera del cual no hay más que ignorancia y oscuridad intelectual (v.1-3). De esta preocupación que sentía por la suerte de las diversas comunidades cristianas ya habló con términos ardientes en 2 Cor 11:28-29; aquí concreta esa preocupación en colosenses y laodicenses, quienes no le conocían personalmente (v.1; cf. 1:7), pero no por eso sentía por ellos menos preocupación que por las iglesias fundadas directamente por él. Extraña un poco la expresión "misterio de Dios" (v.2), en lugar de la fórmula más corriente "misterio de Cristo" o simplemente "misterio" (cf. 1:26; Ef 1:9; 3:4). Pero Pablo no está obligado a usar siempre la misma fórmula. Por lo demás, al decir "misterio de Dios, que es Cristo," la cosa queda suficientemente clara. Ese “en el cual” (εν φ) del ν.3 puede referirse bien a “Cristo,” que es el sustantivo mαs inmediato, bien a "misterio," como parece más probable, aludiendo a los tesoros de sabiduría y ciencia esgrimidos por Dios Padre en la concepción y realización del misterio de Cristo (cf. Rom 11:33). En realidad, la idea apenas cambia, pues la esencia del "misterio" está condensada en Cristo (cf. 1:27), que es "sabiduría" de Dios (cf. 1 Cor 1:24.30) y fuente de "inagotables riquezas" para nosotros (cf. Ef 3:8). Lo que San Pablo quiere hacer resaltar es que fuera de Cristo, centro y eje del plan divino de salud, no es necesario ir a buscar nada, pues ahí se hallan contenidos todos los tesoros de sabiduría y de ciencia con que orientar debidamente nuestra vida religiosa y moral.

Hecha esta introducción, alude ya directamente a los adversarios, cuyas doctrinas califica de "argumentos capciosos" (v.4). Alaba el "buen concierto" y "firmeza en la fe" de los colosenses, "arraigados" y "fundados" en Cristo, a manera de árboles o de edificios, dos metáforas muy usadas por San Pablo (v.5-7; cf. 1 Cor 3:9-11; Ef 2, 20-22; 3:17), para prevenirles luego de las "filosofías falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del mundo y no en Cristo," con que tratan de engañarles (v.8). Es probable que ese término "filosofía," que parece estar insinuando alto conocimiento y sabiduría, fuera el empleado corrientemente por los judaizantes de Colosas para designar sus doctrinas, con lo que más fácilmente creían poder influir sobre la buena fe de los colosenses. San Pablo califica esas doctrinas de "tradiciones humanas" (παράδοσιν των ανθρώπων) y “elementos del mundo” (στοιχεία του κόσμου). No es difνcil entender lo de "tradiciones humanas," es decir, sin el respaldo de la luz de la revelación por parte de Dios; pero ¿qué quiere significar el Apóstol con la expresión "elementos del mundo"? Se ha discutido mucho sobre esto. La misma expresión vuelve a usar luego en el v.20, y ya antes en Gal 4:3. Como ya explicamos en la introducción a la carta, lo más probable es que se aluda a las potencias o espíritus angélicos, a los que tanta importancia atribuían los judaizantes de Golosas, considerándolos como animadores y rectores de las fuerzas cósmicas y en especial de los astros, cuyo curso regulaba los tiempos sagrados de los judíos, con sus fiestas anuales y neomenias y sábados. San Pablo no especifica qué admita y qué no admita él de todo eso. Ciertamente admite la existencia y actividad, buena y mala, de los espíritus celestes (cf. 1:16; 2:15; Gal 3, 19; Ef 1:21; 2:2; 3:10; 6:12), y eso le basta para poder llevar la lucha al terreno de sus adversarios, diciéndoles que una doctrina fundada en eso y no en Cristo es una "filosofía falaz y vana"; pues conduce a negar la posición predominante y única de Cristo, como cabeza de todos los seres creados y redimidos.

Es en Cristo, y solamente en Cristo, donde “habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (παν το πλήρωμα τήβ 3εότητοβ σωματικώβ), y de El estαn "llenos" (πεπληρωμένοι) los colosenses, y El es “la cabeza” (ή κεφαλή) de toda potencia angιlica (v.q-10). Con estas tres afirmaciones trata San Pablo de deshacer la "filosofía falaz" de los judaizantes de Colosas. Primeramente, respecto de Cristo: en El "habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente." Ha sido corriente interpretar esta frase, como si el Apóstol estuviese refiriéndose a que en Cristo se hallan la totalidad de perfecciones y atributos propios de la naturaleza divina, y se hallan "corporalmente," es decir, de manera real y entitiva, como interpretan unos, o habitando en un cuerpo, como interpretan otros. Sin embargo, más bien creemos que también aquí, como en 1:19, el término "plenitud" (πλήρωμα) alude al cosmos o mundo universo lleno de Dios, que está "recapitulado" en Cristo (cf. Ef 1:10), donde habita como en un cuerpo. San Pablo trataría de hacer resaltar que todo el cosmos, sin excluir las potencias angélicas, está colocado en Cristo, a fin de reducirlo a la unidad y a la armonía. De esta primera afirmación serían ya consecuencia las dos siguientes: puesto que los cristianos, por su incorporación a Cristo, están "llenos" de El, participando de la plenitud de la vida divina de su Señor (cf. Ef 2:13-22; 3:19), y Cristo es "la cabeza" o jefe nato de todas las potencias angélicas, sigúese que no necesitan ir a buscar nada en ellas. La salvación del mundo proviene solamente de Cristo; otorgar a los "elementos del mundo" una misión salvadora, es menoscabar gravemente la posición única de Cristo.

A continuación, afirmada ya la primacía de Cristo y nuestra incorporación a El, el Apóstol describe con más detalle cómo se ha realizado esa incorporación (v.11-15). Dice primeramente, pensando quizás en que los judaizantes de Colosas exigían la circuncisión, que los cristianos no necesitamos el rito de la circuncisión material, pues tenemos otra más perfecta: "eliminación del cuerpo carnal, circuncisión de Cristo" (v.11). Cuál sea esta circuncisión de Cristo lo explica en el v.12, con evidente alusión al rito del bautismo. Es en el bautismo donde resucitamos a nueva vida, despojándonos 110 de un pequeño trozo de piel, como en la circuncisión mosaica, sino del "cuerpo carnal" o "cuerpo del pecado" u "hombre viejo," que de todas estas maneras llama San Pablo al hombre viciado por el pecado y esclavo de la concupiscencia (cf. 3:9; Rom 6:3-11; Ef 4:22). Luego, en los v.13-15, sigue insistiendo en la misma idea de cómo se efectuó nuestra incorporación a Cristo; pero lo hace en forma más dramática. Dice que la condonación de nuestros delitos y resurrección a nueva vida (v.13), la hizo Dios "borrando el acta (χειρό-γραφον) que nos era contraria y clavándola en la cruz" (v.14). Evidentemente, es una alusión a la pasión y muerte de Cristo, causa de nuestra salud (cf. Rom 3:24-25). Pero ¿de qué "acta" se trata? Hay autores que suponen aquí la misma metáfora que cuando se habla del "libro de la vida" (cf. Flp 4:3), y se aludiría a esa especie de acta o registro en que se supondrían anotadas nuestras deudas con Dios y que habría sido clavado, y anulado, en la cruz de Jesús, al igual que lo eran las culpas de un ajusticiado, anotadas en el letrero de su cruz (cf. Jn 19:19-22). Sin embargo, lo más probable, conforme interpreta la mayoría de los autores, es que se aluda a la Ley mosaica, documento escrito contrario a nosotros, pues al prohibir el pecado sin dar fuerzas para evitarlo lo hacía abundar más, manteniéndonos en esclavitud y llevándonos a la muerte (cf. Rom 5, 20; 7:5-13; 2 Cor 3:5; Gal 5:1). Esta sentencia de muerte que pesaba sobre nosotros, quedó anulada con la muerte de Cristo, a quien Dios hizo "pecado" y "maldito" y "sujeto a la Ley," para de ese modo destruir en su persona el documento que nos condenaba (cf. 2 Cor 5, 21; Gal 3:13; 4:4). San Pablo, hablando en forma dramática, contempla a Dios clavando en la cruz victoriosa el documento, como indicando que queda abrogado, junto con todas sus exigencias. Y continuando en la misma forma dramática, aunque cambiando de imagen, contempla asimismo a las potencias angélicas o poderes supraterrenos, de que tanto hablaban los judaizantes de Colosas, como formando parte, en concepto de capitanes enemigos derrotados, del cortejo triunfal de Dios con la cruz como trofeo principal (v.15). Se ha discutido si San Pablo, bajo los términos "principados" y "potestades," está aludiendo sólo a los ángeles malos o también a los buenos, los cuales, por haber sido mediadores de la Ley mosaica y considerados como guardianes de su régimen de prescripciones (cf. Gal 3:19), eran venerados con culto supersticioso por muchos, y ahora, abolida la Ley, perdían la razón de ser de su culto. Más bien creemos que alude sólo a los ángeles o espíritus malos, como en Ef 6:12, pues es difícil concebir que de los ángeles buenos diga que Dios los "despoja., saca a la vergüenza., triunfa de ellos."

 

El falso ascetismo que quieren imponerles, 2:16-23.

16 Que ninguno, pues, os juzgue por la comida o la bebida, por las fiestas, los novilunios o los sábados, 17 sombra de lo futuro, cuyo cuerpo es Cristo. 18 Que nadie con afectada humildad o con el culto de los ángeles os prive del premio, haciendo alarde de visiones, hinchándose sin fundamento de su inteligencia carnal, 19 y no asiéndose a la cabeza, por la cual el cuerpo entero, alimentado y trabado por las coyunturas y ligamentos, crece con crecimiento divino. 20 Pues si con Cristo estáis muertos a los elementos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os dejáis subyugar? 21 "No cojas, no gustes, no toques." 22 Todos éstos, ¿no son preceptos y enseñanzas humanas de cosas que con el uso se consumen? 23 Son preceptos que implican cierta especie de sabiduría, de afectada piedad, humildad y severidad con el cuerpo, pero sin valor alguno, si no es para satisfacción de la carne.

 

Es consecuencia de lo anterior. Los colosenses, que deben su salvación a Cristo (cf. v.9-15), no tienen por qué someterse a observancias religiosas y prácticas ascéticas, que están separadas de Cristo y consiguientemente no tienen valor alguno.

Estas observaciones prácticas ascéticas las concreta San Pablo en tres puntos: observancia de determinadas fiestas, abstención de ciertos alimentos y culto a los ángeles (v. 16.18.21). Tales parece que eran las principales prácticas que trataban de exigir a los colosenses los agitadores judaizantes cuyas doctrinas ataca San Pablo. Respecto de fiestas y de alimentos, cosas bastante detalladas en la Ley mosaica (cf. Lev 10:9; 11:1-47; Núm 6:3; 28:1-26; Os 2:13) y que ocasionaron no pocas dificultades en la iglesia primitiva (cf, Act 10:14-15; 15:19-21), San Pablo dice (v.17) que todo eso era "sombra de lo futuro, cuyo cuerpo es Cristo" (σκιά των μελλόντων, το δε σώμα του Χρίστου). La comparaciσn entre "sombra" y "cuerpo" no puede ser más expresiva. La Ley mosaica, con todas sus prescripciones, no era más que una "sombra" que estaba señalando la presencia de un "cuerpo," que contenía la razón de su existencia; o, dicho de otra manera, era simplemente para preparar el nuevo orden de cosas que iba a establecer Cristo, sin que tuviera otra solidez que la que recibía de Cristo, que era la realidad, perdiendo esa razón de ser una vez venido éste (cf. Heb 9:9-10:1-9). Por lo que respecta al culto a los ángeles, cosa en que parece insistían mucho los agitadores de Colosas, San Pablo dice a los fieles que no les engañen "con afectada humildad., haciendo alarde de visiones, hinchándose sin fundamento de su inteligencia carnal" (v.18). Son tres expresiones bastante enigmáticas 292* con que el Apóstol refleja el proceder de esos agitadores. Parece ser, en efecto, que ese culto a los ángeles lo fundaban en que los seres humanos somos demasiado poca cosa para acercarnos directamente a Dios, y necesitamos de seres intermedios; ello parecía ser humildad, pero en realidad no era sino fruto de una inteligencia carnal, que andaba buscando tales explicaciones y alardeaba de ilusorias visiones. Se creían elevados a sublime sabiduría, pero se hallaban en un crasísimo error, pues no se preocupaban de Cristo, el único Mediador y Cabeza, del cual todo el cuerpo recibe vida, cohesión y crecimiento (v.19; cf. 1:18; Ef 4, 15-16). Notemos las expresiones "coyunturas y ligamentos," que indican que Pablo, al dar a Cristo el título de "cabeza," está en terreno fisiológico y piensa en categorías orgánicas.

En los V.20-23 insiste el Apóstol en las mismas ideas, recordando a los colosenses que, si han muerto con Cristo a los elementos del mundo en el bautismo (v.20; cf. v.8-15), no tienen por qué sujetarse a esas restricciones que ahora tratan de imponerles. Las expresiones "no cojas, no gustes, no toques" (v.21), como suponiendo que en tales contactos había peligro de contaminaciones o influjos supra-terrenos, parece que están recogidas, no sin cierta ironía, del lenguaje de los judaizantes. Los v.22-23, en cambio, serían una reflexión del Apóstol apostillando esos preceptos y diciendo que son preceptos humanos sobre cosas creadas por Dios para el ser humano y ser consumidas con el uso (v.21; cf. Rom 14:17; 1 Cor 6:13); no tienen valor alguno, y aunque implican cierta especie de sabiduría, sólo sirven para complacer en su vanagloria al hombre carnal (v.22; cf. v.18). Con todas esas prescripciones, mezcla de elementos judíos y paganos, el mensaje cristiano era despojado de sus características y de su fuerza.

 

 

II. Consecuencias Morales, 3:1-4:6.

 

La unión con Cristo, principio de vida nueva, 3:1-17.

1 Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; 2 pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. 3 Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con El. 5 Mortificad, pues, vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, 6 por las cuales viene la cólera de Dios, 7 y en las que también vosotros anduvisteis un tiempo, cuando vivíais en ellos. 8 Pero ahora deponed también todas estas cosas: ira, indignación, maldad, maledicencia y torpe lenguaje. 9 No os engañéis unos a otros; despojaos del nombre viejo con todas sus obras, 10 y vestios del nuevo, que sin cesar se renueva, para lograr el perfecto conocimiento, según la imagen de su Creador, n donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos. 12 Vosotros, pues, como elegidos de Dios, santos amados, revestios de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, 13 soportándoos y perdonándoos mutuamente, siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. 14 Pero por encima de todo esto, vestios de la caridad, que es vínculo de la perfección. 15 Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Sed agradecidos. 16 La palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con toda sabiduría, con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y dando gracias a Dios en vuestros corazones. 17 Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El.

 

Comienza la parte moral de la carta, en que el Apóstol hace aplicación de la doctrina expuesta a la vida cotidiana. En la presente perícopa recuerda a los colosenses su nuevo estado de resucitados con Cristo, que les exige vivir para el cielo (v.1-4), despojándose cada día más del hombre viejo y revistiéndose del nuevo (v.5-17).

San Pablo parte del principio (v.1-4) de que el cristiano, muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo (cf. 2:12; Ef 2:6), ha roto sus vínculos con el mundo y con sus doctrinas religiosas, habiendo entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados públicamente a su triunfo glorioso. Este nuevo estado pide que nuestros pensamientos no estén puestos en las "cosas de la tierra," sino en "las del cielo," como corredores que piensan únicamente en la meta, a la que dirigen todos sus pensamientos. Es este pensamiento del cielo el que debe constituir la regla de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena manifestación esperamos (cf. Rom 8:14-25).

De esta idea central surgen en la mente del Apóstol una serie de consejos prácticos, que va especificando a continuación, lo mismo por lo que se refiere a huida de vicios (v.5-n) que a práctica de virtudes (v.12-17). De los vicios hace como dos grupos o series: una que mira sobre todo a los pecados de la carne (v.s; cf. Ef 5:3-5) y otra que mira más bien a pecados contra el amor del prójimo (v.8-9; cf. Ef 4:25-31). Todos ellos en que los colosenses anduvieron en otro tiempo (v.7; cf. 1 Cor 6:9-11; Ef 2:1-3) y por los que viene la cólera de Dios sobre el mundo (v.6; cf. Rom 1:18-32), deben estar ausentes del cristiano, que ha de "mortificar" (νεκρώσατε) sus miembros terrenos, es decir, darles muerte en su actividad pecaminosa (v.5). Es lo mismo que se dice luego con otra expresión: "despojarse del hombre viejo con todas sus obras" (v.g; cf. Ef 4:22). En su lugar ha de "revestirse del hombre nuevo," "renovándose" continuamente, conforme a "la imagen de su Creador" (v.10); expresiones éstas cargadas de significado, que ya hemos explicado en otros lugares (cf. 2 Cor 4:16; Ef 4:24). Ese “perfecto conocimiento” hacia el que debemos tender (εις έττίγνωσιν), es el conocimiento del misterio cristiano (cf. 1:9), y no es conocimiento meramente abstracto, sino un conocimiento que afecta al hombre íntegramente, inteligencía y corazón, y prácticamente equivale a nuestra completa asimilación a Cristo, luz y amor, conformándonos lo más posible a su imagen (cf. Rom 8:29). En ese estado de hombre nuevo o regenerado no hay "griego ni judío., siervo o libre," diferencias que desaparecen todas ante la sublime realidad de Cristo, que a todos nos junta en un solo cuerpo, al que da vida y cohesión (v.11; cf. 1 Cor 1:30; Gal 3:28). No hay ya por qué mirar con desdén a los hombres de otros pueblos o de otra condición social, pues Cristo nos diviniza a todos por igual, operando en nosotros la renovación de la imagen divina, destruida por el pecado del primer hombre.

En cuanto a las virtudes de que ha de estar revestido el hombre nuevo, San Pablo enumera varias (v.12-13), pero insiste de modo especial en la caridad (v.14), a la que llama "vínculo de la perfección" (σύνδεσμος τήβ τελειότητοβ). La expresiσn no es del todo clara. Algunos autores creen que el Apóstol está refiriéndose a los fieles, que forman "un solo cuerpo," el cuerpo místico de Cristo, y es la caridad la que los une estrechamente entre sí, de modo que "reine la paz" en sus corazones (cf. v.15). Sin embargo, más bien parece, conforme interpretan la mayoría de los autores, que San Pablo está refiriéndose a las virtudes y gracias que integran la vida cristiana, para darles la debida perfección, ya que sin la caridad nada valdrían en orden a la vida eterna, según expresamente lo enseña en 1 Cor 13:1-13. La teología expresa esta sentencia del Apóstol diciendo que la caridad es la forma de todas las virtudes.

San Pablo, finalmente, hace dos ruegos: que "la palabra de Cristo," o lo que es lo mismo, el mensaje del Evangelio con todas sus enseñanzas y riquísimo contenido, habite abundantemente en los corazones de los colosenses, de modo que puedan instruirse y amonestarse mutuamente con toda sabiduría (v.16; cf. 1 Cor 14:26; Ef 5:19); y que todo cuanto hagan, lo hagan "en el nombre del Señor," es decir, como personas en dependencia de Jesucristo, con el cual forman un solo cuerpo y de cuya vida viven (v.17; cf. 2:13; 1 Cor 10:31). Al hablar de "salmos y cánticos espirituales" (v.16), Pablo piensa sin duda en las asambleas litúrgicas de la comunidad, de donde debemos sacar fuerza y entusiasmo para sobreponernos luego a las dificultades de la vida cotidiana (cf. Ap 19:6-7).

 

Deberes familiares: marido y mujer, padres e hijos amos y siervos, 3:18-25.

18 Las mujeres estén sometidas a los maridos, como conviene en el Señor. 19 Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis duros con ellas. 20 Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que esto es grato al Señor. 21 Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, por que no se hagan pusilánimes. 22 Siervos, obedeced en todo a vuestros amos según la carne, no sirviendo al ojo como quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, por temor del Señor. 23 Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hombres, 24 teniendo en cuenta que del Señor recibiréis por recompensa la herencia. Servid, pues, al Señor, Cristo. 25 El que hace injuria recibirá según la injuria que hiciere, que no hay en El acepción de personas.

 

San Pablo, en términos casi idénticos a como lo hace en Ef 5:22-6:9, aunque más brevemente, aborda el tema de los deberes particulares y recíprocos entre marido y mujer (v. 18-19), padres e hijos (v.20-21), amos y siervos (v.22-4:1), dándonos un bello cuadro de cómo concebía él la vida de una familia cristiana: sociedad basada en el amor, el respeto y la obediencia, y todo ello con base "en el Señor."

Por lo que se refiere a los esposos (v. 18-19) son preceptos sencillos de la moral común, recomendando a las mujeres que obedezcan a sus maridos, y a los maridos que amen a sus mujeres y no sean duros con ellas. El Apóstol da por supuesto que en la familia hay una autoridad, y que esa autoridad es el marido (cf. 1 Cor 11:3). La fórmula "como conviene en el Señor" (v.19), da sentido cristiano a estos preceptos, elevándolos al plano de lo sobrenatural, que es como el cristiano debe realizar siempre sus acciones (cf. v.17).

Por lo que se refiere a padres e hijos (v.20-21), pide a los hijos obediencia, y a los padres, que no traspasen los límites del rigor paterno con severidades excesivas, que harían daño a una recta educación. Aunque dice a los hijos que obedezcan "en todo" (v.20), se supone que ha de ser "en el Señor" y, consiguientemente, que no se trata de cosas contra los derechos de Dios.

Tocante a amos y siervos (v.22-4:1), el Apóstol acepta en la práctica las condiciones sociales de el tiempo, pero les infunde un nuevo espíritu, que irá preparando gradualmente el cambio de costumbres e instituciones. Pide, si a los siervos que obedezcan en todo a sus amos, pero que lo hacen "por temor del Señor., como obedeciendo al Señor y no a los hombres, teniendo en cuenta que del Señor recibirán por recompensa la herencia" (v.22-23). Esta última expresión había de sonar a algo inaudito en el mundo de entonces, cuando el esclavo no tenía derecho a nada, ni siquiera a un mísero salario, pudiendo el amo disponer de él a su antojo. Para el cristianismo, en cambio, es hijo del mismo Padre que está en los cielos y tiene derecho a la "herencia" lo mismo que el hombre libre (cf. 3:11; Gal 3:28-29). Y aún añade más el Apóstol. Dice que el que hace injuria, sea esclavo o libre, para el caso es lo mismo, recibirá el correspondiente castigo, pues en Dios "no hay acepción de personas" (v.25). Ello le da pie para decir a los amos que no sólo traten a los siervos con "justicia," cosa que en el derecho antiguo era quedarse muy corto, sino también con "equidad," dándoles un trato realmente humano, de modo que hagan soportable su condición (4:1).

 

Espíritu apostólico, 4:1-6.

1 Amos, proveed a vuestros siervos de lo que es justo y equitativo, mirando a que también vosotros tenéis Amo en los cielos. 2 Perseverad constantemente en la oración, velando en ella con nacimiento de gracias, 3 orando a una también por nosotros, para que Dios nos abra puerta para la palabra, para anunciar el misterio de Cristo, por amor del cual estoy preso, 4 a fin de que lo pregone según conviene que yo hable. 5 Portaos discretamente con los de fuera, rescatando el tiempo. 6 Sea vuestra conversación agradable, salpicada de sal, de manera que sepáis cómo os convenga responder a cada uno.

 

Comenzamos haciendo notar que el v.1 forma parte de la última perícopa del capítulo anterior, del que, por tanto, no debía haber sido separado. En el comentario ya lo tuvimos así en cuenta.

El Apóstol vuelve luego a los consejos de carácter general y, pensando que está ya al final de la carta, da estas dos últimas recomendaciones a los colosenses: que perseveren constantes en la oración (v.2-4), y que se conduzcan con sabia discreción en sus relaciones con los no cristianos (v.5-6). De esta constancia en la oración, que debe mantener nuestra alma en orientación habitual hacia Dios, habla con frecuencia San Pablo (cf. Rom 12:12; Ef 6:18; 1 Tes 5:17; 1 Tim 5:5). Aquí pide a los colosenses que rueguen de modo particular por él, a fin de que Dios le "abra puerta" a su predicación, es decir, abra campo a su apostolado (v.3; cf. 1 Cor 16:9; 2 Cor 2:12), de modo que pueda anunciar el "misterio de Cristo" o plan divino de salud (cf. 1:26) en la forma que "conviene" que lo haga (v.4), es a saber, con aquella osadía y libertad que debe hacerlo un apóstol (cf. Ef 6:19-20). Propiamente, pues, no pide que rueguen para que el Señor le libre de la prisión, sino para que pueda ejercer el apostolado de manera conveniente y eficaz, lo cual de suyo puede también realizarse estando en prisión (cf. Flp 1:12-20).

Referente al trato con los no cristianos, a quienes denomina “los de fuera” (cf. 1 Cor 5:12; 1 Tes 4:12), pide (v.β) que “se porten discretamente” (εν σοφία περιπατείτε) con ellos “rescatando el tiempo” (τον καιρόν εξαγοραζόμενοι). Luego, en el v.6, se explica mαs y habla de que su conversación con ellos sea siempre "agradable" (εν χάριτι), “salpicada de sal” (αλάτι ήρτυμένος), de modo que “sepan cσmo les conviene responder a cada uno," es decir, la medida de "gracia" y de "sal" que deben aplicar en cada caso. La idea general que en estos dos versículos pretende inculcar San Pablo es manifiesta: la causa del Evangelio, aunque incumbe de modo particular a los apóstoles o predicadores evangélicos, a todos los cristianos afecta de alguna manera y nadie puede desinteresarse de ella. Pero las dificultades empiezan, si tratamos de concretar más. ¿Trátase de una recomendación de carácter negativo o de carácter positivo? Es decir, ¿les pide simplemente que no pongan obstáculos a la difusión del Evangelio con su comportamiento adusto e improcedente, o les pide que colaboren en forma positiva a esa difusión del Evangelio? En este último caso, tendríamos aquí una clara recomendación al apostolado seglar. De hecho, así interpretan muchos autores estos versículos, insistiendo particularmente en las expresiones "rescatando el tiempo," que parece ser equivalente de aprovechar las ocasiones para atraer a la fe a los de fuera, y "salpicada de sal," que es de creer se refiera, en conformidad con el mandato de Jesucristo (cf. Mt 5:13; Mc 9:50), al sabor religioso y moral de que ha de estar penetrada la conversación de los cristianos con los no cristianos. Sin embargo, otros autores no ven aquí tal recomendación positiva al apostolado directo. La expresión "rescatando el tiempo," igual que en Ef 5:16, aludiría a que no debemos desperdiciar ningún momento de esta breve vida para ir conquistando nuestra salud; y en cuanto a que la conversación debe estar "salpicada de sal," no significaría sino que debe ser una conversación con gracia y donaire, de modo que no repela al interlocutor. Por nuestra parte, dado el contexto, nos inclinamos a la primera interpretación.

 

 

Epilogo, 4:7-18.

 

Noticias personales, 4:7-9.

7 De mis cosas os informará Tíquico, el hermano amado, fiel ministro y consiervo en el Señor, 8 a quien os envío con este fin, para que tengáis noticias nuestras y lleve el consuelo a vuestros corazones, 9 junto con Onésimo, el hermano fiel y querido, que es de los vuestros. Ellos os informarán de lo que aquí pasa.

 

San Pablo ha llegado al final de su carta y, antes de los acostumbrados saludos y despedida, quiere decirles algo de "sus cosas" (v.7).

En realidad, es muy poco lo que les cuenta. Prácticamente se limita a decirles que ya les informará Tíquico (v.7-8), que sin duda es el portador de la carta, el mismo que lleva también la de los efesios (cf. Ef 6:21-22), y del que ya hablamos al comentar ese pasaje. Pero Tíquico no va solo. Le acompaña Onésimo, un esclavo fugitivo que Pablo había convertido al cristianismo en su prisión y que envía a su amo de Colosas, Filemón (v.g; cf. Flm v.1.10).

 

Salados, 4:10-17.

10 Os saluda Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo hermano de Bernabé, acerca del cual habéis recibido algunos avisos; si llega a vosotros, acogedle, 11 y Jesús, llamado Justo, que son de la circuncisión y mis únicos colaboradores en el reino de Dios, habiéndome sido de gran consuelo. 12 Os saluda Epafras, que es de los vuestros, siervo de Cristo Jesús, que en todo momento combate por vosotros en sus oraciones, a fin de que perseveréis perfectos y cumplidos en todo lo que Dios quiere de vosotros" 13 Yo le rindo testimonio de que se toma mucho trabajo por vosotros y por los de Laodicea y Hierápolis.14 Os saluda Lucas, el médico amado, y Demás. 15 Saludad a los hermanos de Laodicea y a Ninfas, y a la iglesia de su casa. 16 Y cuando hayáis leído esta epístola, haced que sea también leída en la iglesia de Laodicea, y la que recibiréis de Laodicea, leedla también vosotros. 17 Decid a Arquipo: Atiende al ministerio que en el Señor has recibido, para ver de cumplirlo bien.

Comienza con los saludos de parte de los compañeros que se hallaban entonces con él (v. 10-14), Y luego los de parte suya personal (v.15-17).

De los seis personajes que envían saludos (Aristarco, Marcos, Jesús el Justo, Epafras, Lucas y Demás), los tres primeros eran "de la circuncisión" (v.11), es decir, de procedencia judía; ello deja entender, aunque nada se diga al respecto, que los otros tres no lo eran. Aristarco nos es ya conocido por el libro de los Hechos (cf. Act 19:29; 20:4; 27:2). También nos es conocido Marcos (cf. Act 12:12; 13:13), el autor del segundo Evangelio, del que aquí San Pablo nos da el interesante dato de que era "primo hermano" de Bernabé, cosa que explica el interés especial que Bernabé sentía por él (cf. Act 15:37-40). Aunque por algún tiempo estuviese separado de Pablo, pronto se reconcilió con él, figurando entre sus "colaboradores" (Flm 24), y diciendo de él que le era "muy útil para el ministerio" (2 Tim 4:11). En cambio, de "Jesús llamado Justo" (v.11) no tenemos dato alguno, sino esta simple mención que aquí hace de él el Apóstol; tener dos nombres, uno de origen judío y otro de origen latino, era entonces bastante frecuente (cf. Act 12:12; 13:9). Por lo que toca a Epafras, del que hace cálidos elogios (v.12-13), el Apóstol ya había hablado en 1:7. De Lucas, el autor del tercer Evangelio y del libro de los Hechos, nos da el interesante dato de que era "médico" (v.14). En cuanto a Demás, en estas fechas "colaborador" de Pablo (v.14; cf. Flm v.24), sabemos que más tarde le abandonó "por amor de este siglo" (cf. 2 Tim 4:10).

Después de los saludos de sus colaboradores, Pablo no omite sus propios saludos a la iglesia de Colosas y comunidades vecinas a ella (v.15-17). Hace mención especial de "Ninfas," de quien no tenemos dato alguno, y ni siquiera sabemos si es hombre (Nym-phas) o mujer (Nympha); sólo sabemos que en su casa se reunían los fieles para los actos de culto (v.15; cf. Rom 16:5; 1 Cor 16:19; Flm 2). Es interesante la noticia que nos da sobre la lectura de la carta, que los colosenses, una vez leída, deben hacer que la lean también los de Laodicea; y, a su vez, leer ellos la que recibirán de los de Laodicea (v.16). ¿Cuál es esta carta proveniente de Laodicea? Sabemos que en la antigüedad circuló una carta atribuida a San Pablo con el título ad Laodicenses; su texto todavía se conserva, pero ciertamente es apócrifa, como ya en su tiempo afirmaba San Jerónimo 293. Hay autores que creen que se trata de una carta escrita efectivamente a los fieles de Laodicea por San Pablo, y que se habría perdido, igual que sucedió con otras (cf. 1 Cor 5:9; 2 Cor 2:4); sin embargo, lo más probable es que se trate de la carta a los efesios, de carácter circular, que pasaría antes por Laodicea, y proveniente de allí la recibirían los de Colosas. El nombre de Arquipo, mencionado en el v.17, aparece también en Flm 2, y probablemente se trata de un hijo de Filemón. No es claro cuál es ese "ministerio” (διακονία) de que estaba encargado Arquipo. Parece que debνa ser algo más que el de simple "diácono" (cf. Act 3:1-6). Suponen muchos que fuese Arquipo el encargado de la comunidad de Colosas en ausencia de Epafras; pero hemos de confesar que no tenemos datos que nos permitan formar un juicio seguro.

 

Bendición final, 4:18.

18 El saludo es de mi mano, Pablo, Acordaos de mis cadenas. La gracia sea con vosotros.

 

Hasta aquí Pablo había dictado su carta, como de costumbre (cf. Rom 16:22). Ahora va a poner algo de su puño y letra, que era como la garantía de la autenticidad de la carta, igual que hacemos nosotros con la firma a mano, al final de una carta escrita a máquina (cf. 1 Cor 16:21; Gal 6:11; 2 Tes 3:17).

La frase "acordaos de mis cadenas," condensando ante los colosenses sus sentimientos de ese momento, no puede estar mejor escogida. Vale por toda una larga exhortación. Luego, la acostumbrada despedida o bendición final, augurando a los destinatarios la "gracia" (χάρις), tιrmino en que resume cuantos favores y beneficios concede Dios a las almas en su amistad (cf. Rom 1:7).

 

274 Cf. Herod., Hist. 7:30; jenof., Anab. 1:2. — 275 Cf. Estrabón, Geogr. 12:8; Plinio, Hist. Nat. 5:41” — 276 Cf. Ρ. Βενοιτ, art. Paul (Ep. aux Coloss): Dict. Bibl-Suppl., vol. 7, col. 157-170; E. Percy, Die Probleme der Kol. und Eph. Briefe (Lund 1946); G. Bornkamm, Die Η uresis des Kol: Theol. Literaturz. (1948) 11-20. — 277 Cf. S. Zedda, // carattere gnóstico e giudaico dell'errore colossese nella luce dei manos-critti del Mar Morto: Riv. Bibl. 5 (1957) 31-56; K. G. Kuhn, Der Epheserbrief im Uchte der Qumrantexte: New Test. Stud. 7 (1960-61) 334-346. — 278 Cf. Jos., Antiq. 12, 3:4; Cíe., Pro Placeo, 28, 68. — 279 Cf. L. Cerfaux, El cristiano en San Pablo (Bilbao 1965) p.40O-2 y 422. — 280 Hablando en general, podemos definir el gnosticismo como un esfuerzo del pensamiento humano por dar una explicación filosófica a las verdades de la religión. Decían que la "gnosis" debía sustituir a la fe, que da a veces soluciones demasiado simplistas. Partían los gnósticos de este principio: una idea muy elevada de Dios, al que solían designar con los términos de Abismo o gran Silencio, y una idea muy baja de la materia, concebida como algo en sí malo, que inducía al hombre a alejarse de Dios. ¿De dónde había procedido la materia? No es posible que del Dios trascendente y bueno. Por eso, a fin de dar una explicación, suponían, entre Dios y la materia, una serie de seres intermediarios o eones, de los que los primeros emanaron directamente de Dios, y de ésos, otros, y así sucesivamente, cada vez menos perfectos. La serie total de esos eones formaba el pleroma divino. En un determinado momento de la serie, uno de esos eones prevaricó y fue excluido del pleroma de Dios, produciendo él a su vez nueva serie de eones, malos como él e inferiores a los eones de la otra serie. Este eón prevaricador, al que los gnósticos suelen designar con el término de Demiurgo, habría sido el que creó el mundo material y al hombre, y se correspondería con el Dios de los judíos, de que se habla en el Antiguo Testamento. — Sin embargo, para los gnósticos el hombre no es enteramente malo. Un eón de la primera serie habría colocado en la materia un germen divino, que se halla en ella prisionero y perseguido por el Demiurgo. — 281 Gf. L. cerfaux, Jesucristo en S. Pablo (Bilbao 1963) 337. — 282 Cf. O. everling, Die paulinische Angelologie und Damonologie (Gottingen 1888); B. rey, Creados en Cristo Jesús (Madrid 1968) 102-109; G. B. cairo, Principalities and — Sabemos que para muchos críticos modernos resulta desfasado seguir creyendo en el mundo de los ángeles y de los demonios. Sin embargo, como muy bien dice Schlier: Es un hecho que el Nuevo Testamento afirma la existencia de "potencias demoníacas." Hay variedad de nombres: principados, dominaciones, espíritus, demonios., nombres más bien simbólicos, y presentados siempre como subordinados a Satán, que a su vez aparece también con diversos nombres y sobrenombres. Es una como "potencia" satánica única, perp difusa, que los autores bíblicos presentan como residiendo "en los cielos," es decir, más allá de las fronteras del dominio del hombre, sobre el que hacen a veces irrupción para volver luego a sus dominios en el espacio. Su acción sobre los hombres es la propia de una voluntad inteligente, con libertad para tomar decisiones de carácter personal (cf. H. Schlier, Essais sur le Nouveau Testament [París 1968] p.173). En el mismo sentido se expresa O. Cull-Mann, art. autoridades: Vocab. Bibl. de von Allmenn, p.39-43. — 283 En este sentido encontramos usado frecuentemente el plural στοιχεία para designar, por ejemplo, las letras del alfabeto, en cuanto primeros elementos constitutivos de sílabas y palabras. También se usa para designar los primeros elementos de la materia (agua, tierra, fuego, aire, según los antiguos) de que se componía el mundo visible (cf. 2 Pe 3, ιοί ζ), ο los primeros elementos de una ciencia, tales como los puntos y líneas en geometría, los nombres y verbos en gramática, las ideas fundamentales en lógica, etc. (cf. Heb Si12)· — 284 cf. G. Delling, art. στοιχεΤν: Theol. Wort. zum N.T., VII, p.σyo-Sy; J. Huby, Stoicheia dans Bardesane et dans Sí. Paul: Bibl. 15 (1934) 365-368; A. W. Cramer, Stoicheia tou kosmou (Nienvvkoop 1961); A. J. Bandstra, The Law and the elements of the World (Kampen 1964). — 285 i\jo escil saber si Pablo reproduce, aunque sea con variantes, un himno ya existente, o es todo obra suya en el momento de escribir la carta, habiendo buscado cierto ritmo y divisiones con ese estilo característico de los himnos. Muchos críticos se inclinan a lo primero. Algunos, como R. Bultmann y E. Kásemann, van todavía más lejos y hablan concretamente de un himno precristiano que desarrollaba el mito del Urmensch, y habría sido adaptado a la liturgia cristiana ya antes de la carta de Pablo, añadiendo en especial los incisos: ." que es la Iglesia" (v.18) y ." por la sangre de su cruz" (v.20). Son hipótesis fundadas en consideraciones que distan mucho de ser convincentes. Sobre este himno, cf. ch. Masson, L'hymne christologique de l'Epítre aux Col.: Rev. de Theol. et Phil. 36 (1949) 138-142; J. M. Robinson, A Formal Analysis of Colossians 1:15-20: Journ. Bibl. Liter. 76 (1957) 270-287; C. De Villapadierna, Cristo, principio y fin del cosmos: Natur. y Gracia 5 (1958) 169-186; S. Lyonnet, L'hymne christologique de l'Epítre aux Col. et la fete juive du Nouvel An: Rech. Se. Relig. 48 (1960) 93-100; L. Cerfaux, Jesucristo en S. Pablo (Bilbao 1963) 330-333; N. Kehi , Der Christushymnus im Kolosserbrief (Stutt-gart 1967); J. T. sanders, The New Testament Christological Hymns (Cambridge 1971). — 286 Entre los textos citados por Dupont, señalamos éste: "Comenzaré mi discurso por una invocación a Dios., quien, siendo uno, es todas las cosas y, siendo todas las cosas, es uno; pues el pleroma de todas las cosas es uno y está en uno, sin que por eso el uno se desdoble, sino que ambos permanecen uno. Es necesario que todo sea uno, si es que existe un Uno; ahora bien, existe de hecho y no deja nunca de ser uno, para que no se desintegre el pleroma" (Corp. Herm., tract. XVI, 3). Vemos claramente, en este pasaje "hermético," que el Universo es considerado como una totalidad, pero no en sentido pluralístico y multitudinario, sino en sentido de una unidad cerrada o pleroma. Añade Dupont que esta terminología "está estrechamente unida a las concepciones estoicas según las cuales el cosmos, pluralidad y unidad al mismo tiempo, es la totalidad de las cosas penetrada por un principio divino. Lleno del principio divino que lo unifica, el cosmos no es ya simple pluralidad, sino que se convierte en un pleroma; y, viceversa, Dios es igualmente un pleroma, porque, en su unidad, contiene todas las cosas" (p-459)· De entre los textos de autores estoicos citados por Dupont, señalamos éste de Séneca: "Quocumque te flexeris, ibi illum (Deum) videbis occurrentem tibi; nihil ab illo vacat, opus suum ipse tmpíet. Nec natura sine Deo est, nec Deus sine natura, sed ídem est utrumque" (Benef. IV, 8:2). Cf. J. Dupont, Gnost's. Le connaissance religieuse dans les Epíties de S. Paul (Louvain-París 1949) 420-493. Otros estudios sobre "pleroma": J. M. A. Vallisoleto, Christz pleroma juxta Pauli conceptionem: Verb. Dom. 14 (1934) 4955; J. M. González Ruiz, Función plero-mática de la Iglesia según S. Pablo: XIII Semana Bíbl. española (1953) 71-109; Ρ· Βενοιτ, Corps, tete et plerome dans les Építres de la captivité: Rev. Bibl. 63 (1956) I-44Í A. Feuillet, L'Église plerome du Christ d'aprés Eph. 1:23: Nouv. Theol. 78 (1956) óoóss; L. Cerfaux, Jesucristo en San Pablo (Bilbao 1963) 354-357- — 287 La expresión "Hijo de su amor" es un hebraísmo, que equivale a "Hijo amado·," fórmula mucho más corriente (cf. Me 1:11; 9:7; Le 20:13). — 288 Cf. K. G. Kuhn, Die in Palastina gefundenen hebraischen Texte und das Neue Testament: Zeitschrift für Th. und Kirche n (1950) 192-211. — 289 Cf. L. Cerfaux, Jesucristo en San Pablo (Bilbao 1963) p.359-364. — 290 Cuando dice San Pablo que todo ha sido creado "en El" (v.16), es decir, en Cristo, ¿qué quiere significar? Hay autores que ven ahí una alusión a la causalidad ejemplar de Cristo, en el sentido de que todas las cosas creadas, antes que en la realidad, tuvieron existencia en el Verbo, como la tiene un palacio, antes de ser construido, en la mente del arquitecto. Sin embargo, no consta que esa doctrina ejemplariza, tan cara a la filosofía platónica, esté en el pensamiento del Apóstol. Más bien parece que la expresión "en El," equivalente prácticamente de "subsiste en El" del v.17, significa que Cristo es centro de unidad y cohesión de todas las cosas creadas, que están como suspendidas ontológicamente de El. Ya no se trata de la creación (v.16), sino de la conservación, que es relación permanente. En realidad vendría a ser la misma idea de "recapitulación" de Ef 1:10. En cuanto a la expresión "por El" (δι' αύτοΰ), tambiιn es discutida su interpretación. Para algunos autores se trataría de causalidad eficiente primaria, que compete a Cristo como Dios, sin que se incluya para nada la idea de instrumentalidad o mediación. Sin embargo, hemos de reconocer que la preposición δια, aunque pueda tener ese valor (cf. Rom 11:36; 1 Cor 1:9), suele indicar mediación, es decir, algo intermedio a través del cual obra otro agente primario (cf. Rom 15:18; Gal 3:19; Tit 3:5). Creemos que también aquí puede retener ese sentido; no en cuanto que Cristo sea causa instrumental de la creación en sentido estricto, cosa incompatible con su condición de verdadero Dios, afirmada claramente en otros lugares, sino en cuanto que obra como agente que recibe del Padre toda su actividad, lo mismo que todo su ser, pudiendo ser considerado, según nuestra manera humana de ver, como algo intermedio entre las cosas creadas y el Padre, a quien la Escritura desLna como fuente o principio primero en la obra de la creación (cf. 1 Cor 8:6; Heb 1:2).Por lo que respecta a la expresión "para El," no parece ofrecer duda su sentido: Cristo es considerado como causa final de la creación. Esto en otros lugares suele decirse del Padre (cf. Rom 11:36; 1 Cor 8:6; Ef 1:14); pero no hay que olvidar que Cristo y el Padre están íntimamente compenetrados (cf. Jn 5:19; 14:10). Es siempre la misma idea, aunque bajo aspectos diversos. Si Dios Padre, principio y fuente primera de todo, es considerado como culminación y fin supremo en el reino escatológico (cf. 1 Cor 15:28), eso no excluye que también Jesucristo, con especial relación al mundo creado en virtud de la encarnación, sea considerado como fin de la creación. Toda la creación, que ahora "gime y sufre dolores de parto" (Rom 8:22), camin hacia el Cristo eterno y glorioso, al que formarán corona sus elegidos (cf. 2 Tes 1:10). — 291 S. Ign., Epíst. ad Smyrn. 6:1. — 292 Nada decimos de otra opinión, muy del gusto de algunos autores modernos, para quienes la expresión "tribulaciones de Cristo" aludiría, no a los padecimientos de Cristo, sino a los padecimientos de Pablo soportados a semejanza e imitación de Cristo. El genitivo de Cristo sería un genitivo de semejanza o, como algunos gustan de llamarle, genitivo místico, dado que el cristiano, según la concepción de San Pablo, es una reproducción mística del Cristo físico. Cf. J. M. González Ruiz, Lo que falta a las tribulaciones de Cristo: Anthologica Annua II (Roma 1954) 179-206. — 292* cf. S. Lyonnet, L'építre aux Colossieus (Col. 2:18) et les mysteres d'ApollonClarien: Bibl. 43 (1962) 417-435. — 293 Cf. De vir. ill. ζ: "Legunt quídam et ad Laodicenses, sed ab ómnibus exploditur."