«No acepto la etiqueta de fundamentalista»
La Razón
Joseph Ratzinger
Giuseppe de Carli
Roma- LA RAZÓN reproduce a continuación la entrevista publicada el pasado 6 de
abril al Papa Benedicto XVI, entonces decano del Colegio Cardenalicio. La
entrevista fue realizada poco antes de la muerte de Juan Pablo II, su
predecesor.
Es afable el decano del Colegio Cardenalicio. A veces, incluso tímido. Una
timidez que esconde unas convicciones graníticas. Hablar con él es siempre una
extraordinaria aventura humana e intelectual. El cardenal Ratzinger no tiene
pelos en la lengua.
En el año 2000, en pleno Jubileo, publicó con el apoyo del Papa Juan Pablo II
la encíclica «Dominus Iesus» sobre la unicidad y la universalidad salvífica de
Jesucristo y de la Iglesia, un documento de una dureza sin precedentes. Las
comunidades eclesiales hijas de la Reforma la definieron como «un golpe bajo al
diálogo» y, con alguna diferencia, también las Iglesias de ortodoxas orientales.
«La porcelana ecuménica se romperá en pedazos» o «El péndulo del diálogo está
volviendo atrás», fueron algunos de los titulares alemanes e ingleses. El
cardenal no se inmutó y siguió por su camino. Tampoco podemos olvidar aquel
libro– entrevista, «Informe sobre la fe» que le hizo el escritor italiano
Vittorio Messori y que se ha convertido en un clásico, en un best-seller
planetario.
De sus últimos años, podemos recordar «Dios y el mundo», «Introducción al
Espíritu de la liturgia», «Mi vida», «Recuerdos», «La sal de la tierra», «Fe y
futuro». ¿Qué más se puede decir? Que el más agudo deseo de este gran,
grandísimo cardenal teólogo es el de dejar las bridas de la Congregación para la
Doctrina de la Fe. Espera ese momento como un centinela espera la aurora del
nuevo día.
– Eminencia, ¿cuáles son las palabras clave del pontificado de Juan Pablo II?
– Sigue siendo válido aquel grito del 22 de octubre de 1978 en la plaza de
San Pedro: «¡No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Las
otras dos grandes palabras son «paz»y «unidad». Y, finalmente, también la
palabra «verdad». Ahí están las encíclicas «Veritatis Splendor» y «Fides et
Ratio». Un llamamiento a abrir los ojos, también los de la razón, para ver y
seguir la verdad.
–Pero no han faltado dificultades en el pontificado de Juan Pablo II...
– Son las dificultades de nuestra época: materialismo, agnosticismo y
relativismo. Por una parte, la vida de consumo, por otra, la miseria que impide
al hombre vivir según su alta vocación. Los problemas del mundo son los
problemas de la Iglesia, que forma parte del mundo.
Centralismo romano. – Según usted, ¿han funcionado bien los sínodos de
los obispos? Da la impresión de que el centralismo romano ha prevalecido. Una
Roma no como centro de comunión, sino como órgano de control sobre una miríada
de detalles de la vida de las iglesias locales.
– Es una impresión un poco superficial. No tenemos el aparato suficiente para
controlarlo todo. Somos pocos, y cuando los obispos vienen a vernos –también los
políticos– se maravillan de los pocos que somos aquí dentro trabajando para la
Iglesia Universal. Es cierto que puede existir un centralismo equivocado, pero
hacia lo que apuntamos es hacia la colaboración entre centro y periferia. Le
pongo un ejemplo: cuando yo era arzobispo de Munich, hice en 1977 una visita «ad
limina» y me di cuenta del formalismo con el que se vivían estas visitas. Hoy
existen más ocasiones de encuentro y esto es algo maravilloso. Son momentos que
a menudo favorecen el crecimiento de amistades personales.
– ¿No ve usted una participación más amplia de las conferencia episcopales en
las decisiones que atañen a la Iglesia Universal? Me refiero al «reclutamiento»
de obispos.
– Es una cuestión en la que se debería profundizar. Muchas conferencias
episcopales son grandes conferencias. Cuando una diócesis se queda sin pastor se
busca la implicación de los obispos de las diócesis limítrofes. Se pregunta a
laicos, a religiosos y sacerdotes. El sistema de «reclutamiento», como usted lo
define, es realmente mejorable, aunque no es sencillo. Hoy se nombra un obispo
después de un proceso bastante largo. Este proceso, del que muchos se lamentan,
busca implicar a muchísimas personas que tienen en la Iglesia papeles muy
variados.
Pedofilia. – En cambio hay algo que no ha funcionado. Me refiero al
terrible fenómeno de la pedofilia.
– Sí, tenemos que hacer examen de conciencia sobre lo que nos ha sucedido. La
Iglesia es una institución inmersa en el mundo, con todas sus tentaciones. Una
serie de malentendidos derivados del Concilio hacía pensar que bastaría con
identificarse con los comportamientos del mundo...
–¿Y en consecuencia?
– En consecuencia muchos sacerdotes han perdido el ancla de la comunión con
Cristo. Ahora debemos reflexionar sobre cómo podemos, por una parte, conservar
la apertura al mundo, es decir, ser solidarios con nuestros contemporáneos, y
por otra, permanecer en profunda comunión con Cristo. Sólo así se puede
garantizar la posibilidad de vivir según el Evangelio en nuestro tiempo.
– El Colegio Cardenalicio está por encima del colegio de los obispos. Este es
un problema para las Iglesias orientales. ¿En el futuro cónclave ve usted solo a
cardenales?
– No diría que el Colegio Cardenalicio está por encima del Colegio de los
obispos. A partir de Juan XXIII, todos los cardenales son obispos y, gran parte
de ellos, obispos de grandes diócesis. No veo esta tensión, aunque quizá esta
dificultad implica a la Iglesia oriental. Pero al mismo tiempo, muchos
patriarcas son cardenales. Llegados a este punto, se puede discutir y valorar si
un patriarca, por el hecho de serlo, pueda participar directamente en el
cónclave. La tradición que une al Papa con los cardenales, que pertenecen al
clero de Roma, es de por sí una buena tradición. En cuanto a la Iglesia
Oriental, se podría reflexionar sobre cómo mejorar este punto.
Relaciones con la Iglesia Ortodoxa – ¿No sería oportuno un nuevo concilio
Vaticano verdaderamente ecuménico, con la participación de las Iglesias
ortodoxas? Perdone, eminencia, si han caído las excomuniones, estamos en
comunión...
– Se puede excomulgar a las personas, no a las Iglesias. La figura de las
«Iglesias excomulgadas» no existe. Las personas que fueron excomulgadas en 1054
ya no están, y en el otro mundo no rige el derecho eclesiástico, se vive en las
manos de Dios. En 1965 no se quiso tanto levantar excomuniones que ya no
existían como purificar la memoria de la Iglesia. Con la purificación de la
memoria deberíamos haber llegado a la unidad perfecta.
– En cambio, no ha sido así...
– Por desgracia. Nuestros amigos ortodoxos afirman que en muchas cosas no
estamos a la altura de su punto de vista. Ven herejías. Precisamente no consigo
encontrar la oportunidad para implicarlos en un nuevo concilio. Ellos mismos
serían, probablemente, los que darían una respuesta negativa. Por tanto, queda
la difícil y trabajosa, amorosa y apasionada búsqueda de cómo superar estos
impedimentos.
– Hablaba usted de los laicos. Me pregunto, leyendo tantos documentos de la
Iglesia, dónde ha ido a parar la categoría de «pueblo de Dios»....
– Quizá era mal interpretada. En el Antiguo Testamento era el pueblo de
Israel; de Cristo en adelante el nuevo pueblo es el de sus seguidores. No es un
concepto que indique de por sí una teología del laicado. Al pueblo de Dios,
gracias a Dios, pertenecen también los obispos y los sacerdotes. La teología del
laicado debe ser repensada de un modo muy realista.
– ¿En qué sentido?
– En el sentido de no clericalizar a los laicos. Se piensa que solo los
cristianos que gestionan las cosas de la Iglesia son cristianos al cien por
cien. El problema está en cómo el cristiano puede cooperar para que el evangelio
sea levadura del mundo.
– Usted, cardenal, ha hecho sufrir mucho a los de otras confesiones
cristianas no católicas durante el Jubileo. La declaración «Dominus Iesus» ha
sido juzgada como un documento fundamentalista que corría el riesgo de cortar de
raíz cualquier diálogo ecuménico. ¿Lo volvería a escribir?
– Sí, ciertamente. Etiquetar a un documento como «fundamentalista» es una
manera de evitar el diálogo. Es una etiqueta que no acepto porque no es justa. A
muchos, casi todos los protestantes, les agradó la primera parte del documento,
en donde hay una confesión franca, humilde y abierta de que Cristo es el Hijo de
Dios, aunque es distinto a todas las grandes personalidades de la Historia de
las Religiones. Sólo la Iglesia católica tenía la posibilidad de hablar al mundo
con esta voz, sobre Cristo. El segundo punto, naturalmente, ha presentado serias
dificultades a los protestantes. La Iglesia no es sólo un proyecto para el
mañana, es una realidad para hoy, y está bien que una Iglesia piense en
custodiar a la Persona que la ha creado. Y esto, a pesar de nuestras
insuficiencias y nuestras separaciones. Muchos obispos que han llegado de países
donde los católicos son minoría nos dan las gracias por la valentía con la que
hemos afirmado nuestra identidad. Sólo a partir de una identidad bien definida
se puede discutir.
– ¿Las religiones son todas iguales para alcanzar la salvación o son todas
complementarias a la Revelación? Contésteme sí o no.
– El término «complementarias» no me gusta. Me sorprende que personas que no
se interesan por la salvación formulen la teoría de la convergencia de todas las
religiones...
–¿Una religión es igual que otra?
– No, no son todas idénticas. Con esta fraseología se intenta ahorrar el
esfuerzo de conocer realmente las religiones. Muchos nos invitan a no ser
conservadores, tradicionalistas o conformistas, y al mismo tiempo exaltan el
valor de la tradición, por tanto el conservadurismo. Este es un procedimiento
contradictorio. Todos debemos buscar con nuestras conciencias lo que sea mejor
para la salvación del hombre.
– Hace tiempo, usted declaró: «Lo que me maravilla no es la incredulidad,
sino la fe. El que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano». ¿Sigue
pensando lo mismo?
– No he cambiado de idea. El mundo nos aconseja el agnosticismo. Pensar que
somos demasiado pequeños, que nuestra razón es demasiado frágil para poder creer
en Dios. Y sin embargo, en un mundo tan fragmentado y oscuro, millones de
personas siguen creyendo. Esto es un milagro. Es el signo de que Dios obra en
medio de nosotros.
El arte de la felicidad. – La Iglesia católica debe enseñar el arte de
vivir bien, el arte de la felicidad. «Vosotros sois el pueblo de las
bienaventuranzas», dijo el Juan Pablo II a los jóvenes en Toronto. ¿Satisface la
Iglesia esta sed de felicidad y de infinito que hay en el corazón del hombre?
– No siempre, no siempre de modo suficiente. Queda, sin embargo, como una
fuente. Si uno se acerca, aceptando también los aspectos humanos más débiles,
puede encontrar la luz de la eternidad y los signos de la felicidad.
– ¿Dios ya no se deja escuchar o es el hombre el que ya no está en
condiciones de escucharlo?
– Dios a veces se esconde, como se lee en las Sagradas Escrituras, para
invitarnos a buscarlo más, con mayor fuerza. El hombre, por el contrario, está
demasiado ocupado en otras cosas y se convierte en sordo y ciego. Debemos
liberarnos de las ocupaciones inútiles y procurarnos un poco más de atención
interior para poder ver mejor.
– ¿Cuáles son, según el custodio de la fe católica, las herejías más
peligrosas de nuestro tiempo?
– El problema central es nuestra sordera a la voz de Dios: el agnosticismo se
convierte en algo cotidiano, en una elección de vida. Además, se intenta reducir
a Cristo a una persona con una gran experiencia religiosa. Un Cristo
exclusivamente humano, que no es grande por su divinidad, sino sólo por las
conveniencias del momento.
– ¿Cuál es el futuro del cristianismo?
– ¿Quién puede osar responder a esto? El Señor nos asegura que la Iglesia
estará siempre viva hasta el fin del mundo, aunque con gran sufrimiento, y quizá
muy reducida. El Evangelio se pregunta: «Cuando Cristo vuelva, ¿encontrará
todavía fe sobre la Tierra?». Habrá muchas crisis: por otra parte sabemos que el
hombre está siempre abierto a Dios y que Dios se hace presente. La Iglesia, como
en el pasado, deberá sufrir muchas tentaciones, sufrimientos y persecuciones.
Quedará sin embargo una fuente de vida, de alegría, una razón de esperanza.
– Cuando Cristo llegue, ¿encontrará todavía fe sobre la tierra?
– Aquí el Señor habla de forma interrogativa; otros textos de la Escritura,
en cambio, nos dicen que Cristo encontrará la fe y encontrará a su Iglesia. La
redimirá y redimirá al mundo.