Capítulo II

LOS PROBLEMAS DE LA IGLESIA CATÓLICA

ROMA EN APUROS

SOBRE LA SITUACIÓN DE LA IGLESIA

LA SITUACIÓN EN ALEMANIA

LAS CAUSAS DE LA DECADENCIA

LOS DEFECTOS DE LA IGLESIA

EL CANON DE LAS CRÍTICAS

EL DOGMA DE LA INFALIBILIDAD

UN MENSAJE DE ALEGRÍA Y NO DE AMENAZA

SOMOS EL PUEBLO DE DIOS

SANTO GOBIERNO Y FRATERNIDAD

EL CELIBATO

LOS ANTICONCEPTIVOS

EL ABORTO

EL MATRIMONIO DE LOS DIVORCIADOS

LA ORDENACIÓN DE LA MUJER

 

 


 

CAPÍTULO II


LOS PROBLEMAS DE LA IGLESIA CATÓLICA

 

ROMA EN APUROS

Siguen siendo cientos de miles las personas que acuden a las misas celebradas por el Papa en sus viajes por todo el mundo, pero esa masa convencional de gente apenas da razón de la situación real de la Iglesia. En el año 1984 usted hablaba de un proceso de decadencia en lo que respecta a la Iglesia. Ahora podríamos compararla a los famosos agujeros negros del universo. Es como la caída de una gran estrella cuyo invisible núcleo central se va reduciendo progresivamente hasta hacerse muy pequeña. Manifiesta su existencia pero sólo por los aturdidos movimientos alrededor de su antigua gran masa. Son trozos muy pequeños de un viejo fragmento que no pueden escapar de la fuerza de atracción del seno materno, y vuelan indefensos formando nuevas unidades, tropezando unos con otros o incluso destrozándose entre ellos.

Esa imagen de los agujeros negros y de la desintegración de una estrella me parece interesante. Es una forma empírica de ver las cosas. Pero lo cierto de ese proceso que describe es que, en la actual fase de la historia, no existe un movimiento masivo de vuelta a la fe que pueda producir un nuevo vuelco en la historia, para que esa, digamos, estrella -siguiendo con su imagen- pudiera volver a ser compacta, volver a su anterior tamaño y a tener luz propia. Sería, sin duda alguna, crear falsas expectativas Pensar que se va a dar un nuevo cambio en la historia y que la fe va a volver a ser un gran fenómeno de masas, un fenómeno que domine en la historia

Pero yo creo sinceramente que se están produciendo resurgimientos silenciosos de los paganos que convergen, hacia una -digamos- nueva Iglesia, y aquella experiencia que tuvo el Señor con sus discípulos vuelve a repetirse. Cuando les dijo «Nunca he visto fe como ésta en Israel», el Señor confiaba, por así decir, en la fe que brotaba de un mundo totalmente paganizado. También puede suceder esto con los cristianos de nuestros días que con frecuencia se cansan de su fe, y la ven como un pesado fardo que han de arrastrar y que no llevan con alegría.

Pero la imagen de una estrella desintegrada no nos sirve en el sentido de que el cristianismo es siempre como el grano de mostaza, y, precisamente por eso, vuelve siempre a rejuvenecer. No obstante, nosotros no podemos vaticinar que la fe vuelva a tener en la historia una estructura semejante a la de la Edad Media, cuando todo estaba marcado por el signo de la cruz. Pero estoy totalmente convencido de que la fe seguirá estando presente en la historia. Estará de algún modo rejuvenecida, con una energía nueva y sobreviviendo a la humanidad; estoy seguro de ello.

De todas formas, esa experiencia negativa que ahora tenemos, el saber que cuando no hay fe todo se viene abajo y acaba en inmenso vacío, eso, no nos devuelve la fe. Eso acaba simplemente en una resignación fatal, o en el escepticismo, o en puro cinismo, o, peor aún, conduce al hombre a su propia destrucción.

Desde hace algún tiempo se ha creado una situación bastante paradójica. En este mundo tan cambiante, que se modifica a una velocidad trepidante Y difícil de asimilar para muchos, se ha creado, al mismo tiempo, un clima bastante favorable a la religión. Hay multitud de formas y mezclas de espiritualidades que despiertan mucho interés en la gente. Pero, en cambio, el hasta ahora gran ejército de la religión, es decir las iglesias cristianas, no parece sacar provecho de esta búsqueda de sentido.

Es cierto, ahora parece que hemos irrumpido en una nueva era de la religión. Los hombres buscan la religión por caminos muy variados, pluralistas, pero no la buscan en la fe, ni en la Iglesia. Los hombres van a la búsqueda de novedades donde la religión es casi siempre sólo una forma de transfiguración, como un contrapeso a las cosas de cada día, o deriva hacia la magia o hacia sectas que, luego, manifiestan ser muy perjudiciales para el hombre. La mayoría de los fieles convencionales tal vez se encuentren también algo abrumados por tanta institucionalización, ante tanto poder institucional que hasta ahora ha ido marcando sus vidas. Ya no percibimos la vitalidad ni la sencillez de la fe. Ser cristiano ahora significa pertenecer -del modo que sea- a una gran organización y saber que en ella hay muchos preceptos morales y muchos dogmas difíciles de entender. El cristianismo así parece un lastre pesado de tradiciones e instituciones al que, por otra parte, no se le quiere perder demasiado de vista, porque todos le reconocen su función de ayuda en caso de necesidad. Sobre ese montón de ceniza difícilmente prenderá un fuego con fuerza.

En efecto, ahí sólo parece haber cenizas. La Iglesia católica romana tuvo un momento en el que era fuente principal de opinión, pero después quedó convertida en reliquia de tiempos pasados, y nuestro actual mundo, de finales del segundo milenio después de Cristo, casi la ha olvidado y no Parece tener demasiado en cuenta lo poco que aún perdura de la función de la Iglesia. Decir, por ejemplo, cosas como que hay un Dios que tuvo un Hijo, y que ese Dios envió a su Hijo para redimir a los hombres, a muchos les suena al anuncio de una gran locura. Yo creo que podría decirse que ninguna institución en el mundo -sobre todo en el mundo occidental, tan marcado por la fe cristiana y por la Iglesia- ninguna, ha sido tan humillada como la Iglesia católica.

Sin embargo, también dice mucho a favor de la Iglesia, católica. Se sienten atraídos por su aspecto de provocación un tanto paradójica que es para muchos, como dijera San Pablo, piedra de escándalo. Y eso se debe a que la Iglesia está llena de sentido para los hombres, no se la pueden saltar en ningún «orden del día». Hace tiempo dije que si la gente se escandaliza, habría que empezar por distinguir un primer de un segundo escándalo. El segundo consiste en el escándalo que pueden producir nuestros fallos, debilidades, y tanta institucionalización. Pero el primer escándalo es que nosotros tenemos que enfrentarnos con cualquier desviación, con cualquier banalidad, con el aburguesamiento, con promesas que son. falsas, y no permitir que el hombre pueda crearse fácilmente una ideología propia. Así que yo diría que la Iglesia católica es motivo de escándalo al contradecir una ideología universal que, según parece, actualmente está evolucionando. Y también porque defiende los valores genuinos del hombre que no se pueden incorporar a esas ideologías; y esto, es enormemente positivo.

De todas formas causa extrañeza la pérdida de credibilidad de la Iglesia. Le contaré un ejemplo un poco grotesco: cuando hace unos años el Papa habló de la existencia y el sentido de los ángeles, aquello a muchos les sonó a cuento. Y, de pronto, los ángeles se pusieron de moda: pero eso si, eran ángeles «buenos» que habían sido expulsados de la Iglesia.

Es curioso con qué rapidez cambian las modas en los temas espirituales. Lo digo porque antiguamente se quiso llegar a una especie de acuerdo racionalista y se convino en hacer desaparecer de una cristiandad, digamos, depurada, cualquier cosa que pareciese superflua. Ángeles y santos estaban de Más. Pero, más tarde, brotó de pronto varia especie de frenesí por todo lo que estuviera rodeado de misterio y procediera de un universo trascendente, de nodo que se produjo una nueva «moda de los ángeles» originada fuera de la Iglesia y, por tanto, que era bastante dudosa. Hay un fenómeno que a mí me parece muy significativo: cuando las afirmaciones sobre la fe proceden de la iglesia, o no se creen o se reciben como si fueran una carga pesada, pero cuando proceden de fuera de la Iglesia, adquieren un valor propio determinado. Esto significa que estamos cansados de la vida interior de la Iglesia, lo cual nos impide ver que el hombre necesita del bien y de la precisión de las razones de la fe. Por eso pienso que esas cosas que proceden de fuera de la iglesia, pueden servir incluso para despertarnos a nosotros mismos.

Y volviendo a examinar ese proceso que veíamos: el conocimiento de todo lo relacionado con la fe se ha venido abajo. Es como si de pronto hubiera sido absorbido por algún extraño y misterioso poder. En Alemania, por ejemplo, hay un treinta por ciento de adultos que cree que la Navidad es un cuento de los Hermanos Grimm, hay sacerdotes que ya no saben lo que son, los creyentes no saben que tienen que creer, los teólogos se dedican a seguir socavando cualquier pilar de la Tradición y, en fin, el tesoro de la Liturgia casi ha desaparecido.

Me ha citado una larga serie de puntos que convendría aclarar por separado. Supongo que debería empezar saliendo en defensa de la teología, pero ahora no quiero entrar en ese debate.

Tiene razón en eso que ha dicho. Sin embargo, no olvidemos que la información sobre la religión también ha decaído notablemente y lo primero que deberíamos hacer es preguntarnos «¿qué ha sido de nuestra catequesis?», «¿qué pasa ahora en las escuelas que casi todas han suprimido las clases de religión?». Creo que se ha cometido un error muy serio al reducir tanto esta clase de conocimientos. Nuestros profesores han protestado, con razón, diciendo que la clase de religión no es una simple información, es mucho más que eso. Es una forma de enseñar a vivir la vida; en las clases de religión se impartía algo mucho más importante que meras noticias. Se comunicaba a los alumnos, se les transmitía, interés y simpatía hacia un determinado estilo de vida, es decir, se les proporcionaba algo que no pueden adquirir con la simple noticia de los hechos. Creo que habría que lograr un cambio radical en este aspecto, partiendo de la base, que hay que reconocer, de que muchos de los que recibirnos clases de religión en la escuela, no fuimos bien preparados para convertir este mundo tan paganizado. Pero los alumnos tienen que tener los medios a su alcance para poder conocer el cristianismo, deben estar enterados de qué se trata y eso, como es natural, se debe enseñar de una forma amable y simpática, para que ellos puedan forjarse una idea clara y tal vez lleguen a pensar: «esto podría ser bueno para mí».

Al parecer, buena parte de la grey que hoy en día sigue asistiendo a Misa y yendo a las procesiones, gente que se manifiesta a favor de la Iglesia, es considerada por los demás como gente exótica. E, incluso, estos pocos van teniendo la impresión de estar viviendo en un mundo que nada tiene que ver con el mundo real Este proceso de decadencia ¿no está siendo más dramático de lo que se pensaba?

Actualmente, en algunos sitios, hay una significativa pérdida de cristianos, al mismo tiempo que se produce un gran cambio en la estructura de la Iglesia. La sociedad cristiana que existía hasta el presente evidentemente va desapareciendo. Las relaciones Iglesia-sociedad que existían antes, ahora están dando unos bandazos que posiblemente sólo conducirán a formas nuevas de descristianización. Cuando no se trata de una innovación todo lo que se refiere a la fe deja insensible la conciencia de la sociedad.

El ámbito principal de la vida ahora no es otro que el de las innovaciones económicas y técnicas. Esto ocurre el, e 1 conjunto de los medios de comunicación y, muy en particular, en el mundo del entretenimiento, que es el lugar más apropiado para crear nuevos lenguajes y nuevas conductas del hombre. Es, por decir así, el medio donde mejor reaccionan y responden todas las tendencias de la existencia humana, a nivel masivo. Pero ni aun así se consigue que la religión desaparezca totalmente, lo que con eso se logra es desplazarla al ámbito de lo privado. Se tolera la fe como una forma subjetiva de la religión, o, al menos, se permite un espacio para la fe como factor cultural.

Y, por otra parte, ahora el cristianismo, en un modelo nuevo de vida, también se concibe de distinta manera y se presenta de modo diferente a una humanidad sumida en la soledad de una existencia demasiado técnica. Esto está sucediendo ahora, en nuestros días. Quiero decir, que podrán ponerse objeciones a movimientos espirituales como los neocatecumenales o los focolares, etc, pero, desde luego, no puede negarse que son grandes innovaciones. El cristianismo se presenta ahora como un nuevo acontecer, para que las gentes que vienen de muy lejos encuentren una oportunidad de vivir una nueva vida en nuestro mundo. La función pública de la Iglesia a partir de ahora ya no podrá ser la misma de antes, las relaciones Iglesia-sociedad no podían seguir con su antigua estructura, y con la actual han encontrado nuevas formas de manifestarse a los hombres.

Hay conceptos en el panorama de la Iglesia que en su día fueron muy usuales, pero que hoy en día carecen de relevancia. Y, por otra parte, la creatividad de la Iglesia también Parece haberse perdido. Hasta hace muy poco era frecuente que artistas e intelectuales frecuentaran la Iglesia. Durante muchos siglos eso se consideraba como lo normal: Rafael, Miguel Ángel o Juan Sebastian Bach, hombres muy destacados que fueron creativos y generosos en su disponibilidad al servicio de la Iglesia. Ahora en cambio, en el caso de comprometerse, se comprometerían con Greenpeace o con Amnistía Internacional.

Está todo muy relacionado con el curso de la historia que veíamos antes. La cultura popular de nuestros días, tan divulgada por los mass media, es una cultura que carece totalmente de transcendencia, y no refleja la existencia de un cristianismo que pueda influír con garra en el ambiente. Y eso, en parte, hace que las tensiones morales busquen otras vertientes distintas como pueden ser, por ejemplo, esas actividades que ha citado antes. Pero a la Iglesia nunca le faltará creatividad, eso es seguro. Si ahora pensamos en la Antigüedad, San Benito, por ejemplo, no llamó la atención de nadie en su tiempo. Era un hornbre de la nobleza romana que se había retirado de la sociedad y no parecía hacer nada singular. Sin embargo, más tarde se reconoció su singularidad señalándole nada menos que como «el arca de supervivencia para Occidente». Yo pienso que hoy en día también hay muchos cristianos, que se retiran, en ese sentido, huyen de ese extraño consenso de la existencia moderna y buscan nuevos modelo de vida; ahora tampoco llaman la atención de nadie, pero con el tiempo, en el futuro se reconocerá lo que en realidad están haciendo.

¿Podría decirme más exactamente qué entiende por «extraño consenso de la existencia humana»?

Precisamente lo que acabo de indicar. En la ética del hombre actual «Dios no existe, y de existir, no tiene nada que ver con nosotros». Esa es, prácticamente, la idea general del mundo moderno: «¿Dios no se ocupa de nosotros? Pues nosotros tampoco nos ocuparemos de Dios» Y consecuenternente para ellos la vida eterna tampoco importa. Las obligaciones que teníamos por nuestra responsabilidad ante Dios y ante el juicio divino, han sido suplantadas por las que tenemos ante la historia y la humanidad. Esto ha originado nuevas pautas morales que conducen a algunas conclusiones que podríamos calificar de ciertamente fanáticas; ahora se justifica la planificación familiar, por ejemplo, por el exceso de población o la conservación del equilibrio biológico. Pero esto significa, al mismo tiempo, que también se permite todo lo que no se oponga a ello. Y al no haber autoridad superior al juicio de la opinión pública (que, dicho sea de paso, es tremendamente cruel), las motivaciones de los ideales de vida de los hombres de nuestra época suelen carecer de significado. El valor de los ideales redunda en provecho de lo que está más bien lejos que cerca; porque, en el ámbito más próximo al individuo, abunda el egoísmo...

 

SOBRE LA SITUACIÓN DE LA IGLESIA

 

Una Iglesia secular está casi obligada a llegar a tiempo a cualquier cambio temporaL Las diferencias culturales e históricas de los pueblos suelen producir ciertos desniveles. y la Iglesia católica no sólo está en un Occidente crítico, emancipado y harto de tanta autoridad. También está en la Iglesia de los mártires de Oriente y en la Iglesia socio-política de América del Sur. Ya eso habría también que añadir otras confesiones e ideas religiosas que se contraponen. En el fuero interno de la Iglesia ahora es más fácil conocer sus diferencias que sus coincidencias. ¿Existe en la Iglesia también algún tipo de consenso?

Sí. Yo constato esa imagen que acaba de describir cada vez que nos reunimos con los obispos de cualquier país del mundo. En esos encuentros es natural que tanto el lugar, como los temperamentos o las situaciones de la Iglesia que representan, etcétera, sean muy diversos. Pero siempre se expresa en todos un mismo catolicismo, por ejemplo, en la liturgia, en sus diversas formas de vivir la piedad, en decisiones sobre cuestiones morales y en sus convicciones, que son siempre iguales. A pesar del pluralismo de Iglesias, todas ellas coinciden en un vértice común, una Iglesia única, una profesión de fe única, y, en la práctica, también en su unidad con Roma, que consiste exactamente en tener un a idéntica fe. Convergen ahí mundos muy diversos, pero, por encima de sus diferencias siguen unidos por un algo común a todos ellos que puede ser, por ejemplo, la concelebración, es decir, celebrar la misma Misa juntos, o poder hablar entre ellos y entenderse porque los conceptos esenciales son también los mismos. Creo que esto es una magnífica e importante aportación de la Iglesia católica a la humanidad. Esos mundos tan diversos se apoyan mutuamente en un consenso que, al mismo tiempo, sirve de puente entre ellos.

Pero este consenso no deja de ser mínimo.

No, yo no diría eso. En apariencia tal vez no sea tan cristalino y uniforme, como podría ser hace cincuenta o no sé cuántos arios exactamente. Va cambiando según las culturas, pero conservando la misma unidad. Todos leen la misma Biblia con el mismo espíritu de Tradición católica, y se saben comprometidos por un mismo Credo y por un mismo Magisterio. La forma que luego empleen para llevar a cabo ese espíritu dependerá de las circunstancias, pero, eso sí, siempre dentro de la misma unidad; eso es algo tangible para mí y no sólo en los encuentros con los obispos, también en los encuentros con grupos de jóvenes de todo el mundo. La identidad católica está por encima de cualquier barrera, eso es una vivencia real.

Pero también habría que añadir y tener en cuenta, que en ese abanico de distintos períodos de tiempo, y también de contrastes de culturas a nivel mundial, existen otras vertientes filosóficas unitarias e uniformes. Gracias a las facilidades de la técnica y de los mass media, se ha creado un clima que es común a todo el mundo. La televisión va ganando terreno, poco a poco, y llega hasta los rincones más pobres del globo terráqueo y así va emitiendo determinadas corrientes ideológicas que llegan hasta rincones realmente insólitos. El debate actual es siempre unilateral Y en una sola vertiente uniforme; y lo recibe todo el mundo en un mismo grado, de modo que va invadiendo y dominando las inteligencias. Pero, a pesar de esto, actualmente se está configurando una especie de revolución filosófica, cada vez más potente, orientada hacia el inconformismo y a la búsqueda de una cultura y una fisonomía propias. Y eso nos demuestra que esa uniformidad de cultura, que parecía llegar a todos los rincones del mundo a pesar de su enorme radio de acción no penetra en lo más profundo de la humanidad, no afecta a lo más profundo e íntimo del hombre. Y ahí precisamente es donde se encuentra la complicada, y en muchos aspectos también importante, misión de la Iglesia.

¿Que quiere decir exactamente con esto?

Que las convicciones y las formas de conducta que aconseja la Iglesia son mucho más profundas que los diversos giros y modos de hablar, y las conductas que los medios de comunicación propagan. Hay muchas cosas -el manejo de un ordenador, todo lo relacionado con el automóvil, la utilización de una cinta continua, la construcción de un rascacielos, etcétera- todo eso son cosas que avanzan progresivamente y siempre de la misma forma. Van progresando siempre con las mismas leyes técnicas y alguna que otra variante. Pero lo que consigue se reduce a crear diferentes niveles de vida. La ocupación y el quehacer exterior son, efectivamente, iguales en todas partes, Pero eso no quiere decir que, porque coincidan en hacer las mismas cosas, los hombres se entiendan mejor entre ellos. No significa que haya respeto mutuo, ni que vivan en paz. Estas cualidades responden a las convicciones religiosas y éticas del hombre, y a la formación de la conciencia del individuo. Y eso es competencia de la Iglesia. La formación del hombre en su interior, que apenas se ve por fuera, es mucho más difícil y también mucho más importante para la solidaridad de la humanidad y la salvaguarda de la dignidad humana. Se comprende, por tanto, que formar una comunidad de fe, formar una conciencia colectiva, sea algo esencial para la sociedad, pues si no, tampoco se reflejará en el exterior. De ahí la importancia de que en la liturgia, y en la vida de la Iglesia en general, sea materialmente palpable esa comunión interior por encima de cualquier frontera culturas.

¿Existe en el seno de la Iglesia algún grupo o frente divergente, o incluso algún tipo de corriente teológico?

Siempre hay corrientes que cruzan la tierra. Citaré, para empezar, la reflexión de la teología de la liberación que ha tenido eco, prácticamente en los cinco continentes, en algunos, por cierto, bien encendida. El núcleo principal de ese pensamiento teológico es que el cristianismo debe repercutir también en la existencia del hombre en la tierra. Además de conseguir libertad para las conciencias debe tratar de hacer valer sus derechos sociales. Esta forma de pensar empleada sólo unilateralmente hace que, por lo general, el hombre interprete su cristianismo como un medio o instrumento de transformación política del mundo. A partir de ese planteamiento se fue forjando la idea de que las religiones no eran más que simples instrumentos para conseguir la libertad o la paz, o para la conservación de la Creación; por lo tanto, las religiones se deberían expresar en resultados políticos concretos y justificarse por algún fin político. Esta temática variaba según las situaciones políticas de los países, pero consiguió extenderse por todo el orbe. Ahora se está implantando con bastante vigor en Asia, y también en África con mucho éxito. Por cierto que incluso ha afectado al mundo islámico. Actualmente están intentando hacer una interpretación del Corán según la teología de la liberación. Esta ideología es todavía una cuestión marginal, como puede suponerse, pero ha tenido un papel bastante significativo en el movimiento terrorista islámico, explicando que el Islam es un movimiento de liberación -por ejemplo- contra Israel.

La idea de liberación -si es que podemos citar la libertad como titular de una nueva espiritualidad de nuestro siglo- se ha amalgamado con otra ideología, la del feminismo. Actualmente se considera a la mujer como un ser oprimido; así que la liberación de la mujer sirve de centro nuclear para cualquier actividad de liberación. Y ahora, resulta que a una teología de liberación política le ha tomado la delantera otra liberación antropológica. Además, no se conforman con pensar en un simple cambio de papeles, se ha llegado mucho más lejos que eso, y su objetivo es liberar al hombre de su biología. El fenómeno de la sexualidad que en su forma histórica siempre se ha llamado "engendrar", ahora se caracteriza por la reinvindicación de algunos de los aspectos de la sexualidad, que, finalmente, ha acabado en una revuelta contra los procesos biológicos del hombre. La palabra «natural» no debe pronunciarse para nada; es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto, tiene que liberarse de cualquier proceso de su ser: el hombre tiene que hacerse a sí mismo según lo que él quiera, sólo de ese modo será «libre» y liberado. Todo esto, en el fondo, disimula una insurrección del hombre ante la realidad de haber sido creado, y que -como ser biológico- lleva impresa en su ser. Se opone a ser criatura. El hombre tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquél «seréis como dioses»; tiene que ser como Dios.

El tercer fenómeno que se observa en todo este mundo cada vez más uniforme es la búsqueda de la propia identidad cultural, expresada por el concepto de «inculturación». Un nuevo despertar de viejas culturas, tras la desaparición de la ola marxista, es la nueva corriente que está fluyendo con bastante potencia en Latinoamérica. La «teología india» trata de resucitar la religión y la cultura precolombinas, convencida de que así podrá liberarse de la extranjerización europea que actualmente le desborda. Y ahí se da cierta conexión con el feminismo, que nos parece interesante. Ponen de relieve el culto a Dios, a la madre tierra y, sobre todo, a lo femenino. Eso refuerza las tendencias del feminismo americano-europeo que no se conforma con hacer afirmaciones antropológicas, sino que quiere formar un nuevo concepto de Dios, porque el concepto patriarcal de Dios se proyecta enn la conciencia y eso hace que el mismo concepto afiance la opresión de la mujer. El elemento cósmico (la madre tierra, etc) de este renacimiento de antiguas religiones, hacen clara alusión a las tendencias del New Age, que aspira a la amalgama de todas las religiones y al nuevo sincretismo del hombre con el cosmos. Pero, volviendo a la «inculturación», ésta existe también en cierto modo en África y en Asia, pero sobre todo en la India. Aquí cabría preguntarse, ¿en qué medida se pueden utilizar las culturas como ornamento de las distintas religiones?, y ¿son sólo adornos?, ¿no son también visiones de la totalidad?, ¿qué es «cultura» exactamente?. Son cuestiones y cometidos muy interesantes.

Podría citar un par de temas más todavía, también en torno a la tierra. Uno de ellos es el de la ecología. La idea ecologista surgió cuando fuimos conscientes de que nuestra relación con el medio no podía continuar como hasta ahora. Algunos sintieron cierta vergüenza de que el hombre se manifieste como hombre exactamente, y explote la Creación, a otros seres vivos y otras cosas por el estilo. Se puede practicar la ecología cristianamente, a partir de la fe en la Creación que marca las pautas a las leyes humanas y establece las proporciones de la libertad; o también se puede trabajar en un ecologismo anticristiano a partir del New Age y la divinidad del cosmos. Y el segundo tema que querría destacar es una corriente relativista que está tomando mucha fuerza. Su origen procede de diversas raíces. Al hombre moderno con su consabido escepticismo científico le parece poco democrático, intolerante e incluso

incluso inaceptable, que nosotros digamos «estoy en posesión de la verdad», o «eso no es verdad, es sólo parte de la verdad». Y precisamente en esa vida que se dice democrática y tolerante se plantea la cuestión, ahora candente, de si podremos seguir adelante con nuestro cristianismo.

En la India han sabido compaginarlo con su tradición religiosa, con lo que es propio de ella: la búsqueda de Dios en lo inefable. Conforme a esto, todo lo que se refiera a la religión es sólo reflejo, estímulo, reflexión de lo que, propiamente, ha llegado a manifestarse del todo. La auténtica religión no puede existir nunca. Según esto, Cristo fue seguramente una gran y extraordinaria figura pero que hay que retener -por así decir- en la propia conciencia, para que ahí se manifieste como también se manifiesta a otros. 0 sea que, también aquí, se ha unido la moral del mundo democrático y tolerante con una importante tradición cultural.

Pero, ¿qué importancia o qué riesgo puede tener esa moral universal, en la Iglesia católica? En la opinión pública actual, produce cierto escándalo que se siga presentando la fe cristiana como única religión verdadera, y que se diga que Cristo es algo más que una gran figura y la religión algo más que un conjunto de estímulos.

A mí me parece que cuando alguien se pregunta «después de todo, ¿en qué medida se puede hablar de la verdad?», o «¿cómo se podría adaptar el cristianismo al conjunto de religiones?», es porque ahí está latente otra visión distinta de la vida. El centro de ese debate se halla hoy en día en la India, pero también se ventila mucho en la «teología india» de Sudamérica. Y, dada nuestra conciencia relativista, también está muy presente en Norteamérica y en Europa.

Y qué hay de esas corrientes en el interior de la Iglesia, consideradas reaccionarias por algunos, Como un fundamentalismo católico.

Viendo los actuales sucesos y el continuo riesgo que corre ante tanta inseguridad, llega un momento en el que al hombre le parece que le han usurpado su patria espiritual, que le han dejado sin fundamentos. Y entonces se produce una reacción, primero, de autodefensa, y luego, contra todo lo moderno que a él le parece hostil a la religión o, al menos, contrario a la fe. Yo a esto añadiría que, de todos modos, esa palabra clave, fundamentalismo, como se emplea en nuestros días, sirve también de tapadera a otras realidades muy distintas y, por tanto, convendría explicarlo un poco más. El concepto de fundamentalismo radica en el protestantismo del siglo XIX. La exégesis histórico-crítica de la Biblia que tuvo lugar como consecuencia de la ilustración, suprimió el carácter de incontestable que, hasta entonces, había tenido y había sido uno de los principios protestantes más importantes para la interpretación de las Escrituras. De pronto, el principio «sólo la Escritura» dejó de tener valor de inequívoco. Al carecer del Magisterio, aquello se convirtió en un riesgo fatal para la comunidad de creyentes protestantes. Pero, además, coincidió con la aparición de la teoría de la evolución que no sólo cuestionaba la narración bíblica y la fe en la Creación, sino que, además, hacía pensar que Dios sobraba. Aquel «fundamento» desaparecía totalmente. La estricta literalidad quedó establecida como primer principio para la exégesis de la Biblia. El sentido literal de la Biblia era irrevocable. Esa teoría, además de contradecir su interpretación histórico-crítica, se oponía también al Magisterio católico que tampoco admitía una interpretación literal. Y ese fue el origen del «fundamentalismo». Las «sectas» protestantes fundamentalistas se apuntan grandes éxitos en sus misiones de Sudamérica y Filipinas. Porque el hombre de nuestros días encuentra en esas sectas una fe sencilla y la seguridad que había perdido. Mientras que, para nosotros, el «fundamentalismo» se ha convertido en un tópico universal que sirve de tapadera a toda suerte de imágenes hostiles al mundo.

Y siguiendo con este tema, ¿qué corrientes fundamentalistas le parecen positivas y cuáles serían cuestionables, o patológicas como decía antes?

Digásmolo así: un elemento, común a todas esas corrientes que nosotros llamamos fundamentalistas, es su afán por encontrar una fe segura y sencilla. Esto en sí mismo no es malo, todo lo contrario porque la fe -como tantas veces se nos repite en el Nuevo Testamento- se dirige a los sencillos, a los pequeños, a los que no son capaces de captar complicadas sutilezas académicas. Si en nuestra vida actual pesa tanto la falta de seguridad, las dudas, y la ausencia de fe en la verdad conocida, desde luego no vivimos de acuerdo con el modelo de vida que la Biblia nos propone. Pero ese deseo de seguridad y de sencillez, del que hablábamos, puede ser peligroso y acabar en un puro fanatismo y en estrechez de miras. Cuando las razones de la fe son dudosas también se falsea la fe. Y entonces se convierte en una idea partidista que ya nada tiene que ver con el dirigirse confiadamente a un Dios vivo, causa de nuestra vida. Entonces se producen formas patológicas de religiosidad, como, por ejemplo, esas búsquedas de apariciones con mensajes del más allá y otras cosas por el estilo. Los teólogos, en vez de referirse con superficialidad a los fundamentalismos cada día más extendidos, deberían detenerse a reflexionar sobre qué parte de culpa puedan tener ellos de que tantas personas huyan hacia otras formas de religiosidad más estricta y, a veces, incluso perjudiciales para el hombre. Si continuamos cuestionándolo todo, sin dar las respuestas positivas de la fe, no podremos evitar Una gran huída.

¿Dónde está la Iglesia más sana? ¿Hay algún lugar concreto para un nuevo catolicismo?

No me atrevería a señalar ninguno. Creo que no. Pero, en algunas islas todavía mantienen la Tradición como en sus principios. Y hay también lugares, donde no han sufrido una crisis grave y que ahora presentan un renacimiento de la fe, con un eco sorprendente. De todas formas, la fe siempre está amenazada en todas partes, eso pertenece a su propia esencia.

Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la de la Fe y miembro de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, tiene una gran visión de conjunto. Si tratáramos de mostrar la situación mundial de la Iglesia sólo con unas ráfagas de luz, difícilmente haríamos justicia a todos los problemas, pero nos serviría para tener una idea general sobre diferentes temas. ¿Podríamos acercarnos a algunos países en ese marco general, primero de Europa, empezando por ejemplo por Italia? La Iglesia tiene un sello particular en cada región, desde la Iglesia ilustrada del norte del país, hasta la Iglesia popular y tradicional del sur. Seguramente existe una polarización entre progresistas y conservadores, y además está la gran influencia cada vez mayor de los movimientos laicistas.

Lógicamente Italia tampoco ha escapado a esa polarización, pero, por lo que yo he podido observar, es más suave que, por ejemplo, en Alemania. En Italia la teología también adoptó posturas críticas, acentuadas además a su manera. La escisión de los demócratas cristianos, ya consumada, no sólo remite a diferentes escuelas políticas en el catolicismo italiano, sino que ahí pueden entreverse también las profundas tensiones teológicas. Pero la unión del catolicismo italiano con el Papado y con el Magisterio del Papa aquí es muy vinculante, y eso es lo que por encima de las tensiones existentes, mantiene fuertemente unidos a los católicos italianos.

El catolicismo del sur de Italia es, en efecto, completamente distinto al del norte. Es más sentimental, más folklórico, más popular, y muy singularizado por la tradición de sus procesiones. Y en el norte, se podría decir que es más racionalista y marcado con el mismo sello de los países Centroeuropeos. Y también es cierto que en la teología, como dije antes, no faltan ciertas críticas de envergadura y bastante preocupantes, incluso en las universidades pontificias. Pero no ha habido confrontaciones como las que han tenido lugar en algunos países más al norte; aquí seguimos intentando alcanzar un acuerdo, llegar a un entendimiento hablando entre nosotros. Y todos sabemos que el Magisterio del Papa es el punto esencial de referencia para toda orientación dentro de la Iglesia.

El número de personas que frecuentan la Iglesia es, por supuesto, mucho mayor en Italia que en otros países europeos, Y exactamente lo mismo sucede con el número de vocaciones. Todos los italianos tienen conciencia, aunque sea remota, de que son católicos. incluso miembros de partidos políticos de izquierdas, incluso los antiguos comunistas. Es frecuente ver que, llegado un momento, ellos también se sienten católicos, aunque eso influya poco o nada en su pensamiento y en su conducta. Es una característica de la identidad del pueblo italiano y de su cultura, y tiene más fuerza de la que, por ejemplo, podría tener en Alemania.

Insisto en que hay ciertas críticas que opinan que la Iglesia italiana, ya algo cansada, ahora se inclina más hacia los Proyectos culturales.

Italia, como es natural, no ha sido excluida de ese conocido cansancio, y también se ha buscado sus propios subterfugios. Pero en Italia también hay cantidad de parroquias que están llenas de animación y de vida, con muchas actividades para laicos. No será algo tan ordenado, tan bien organizado como en Alemania, pero en mi opinión, son mucho más espontáneos y mucho más ocurrentes en sus iniciativas. En la diócesis de Roma, por ejemplo, actualmente hay muchas más vocaciones sacerdotales que hace cincuenta años.

El derrumbamiento del sistema político, ¿no ha estremecido a la Iglesia italiana?

En Italia es difícil detectar estremecimientos. Se derrumba un sistema político, y no pasa nada. Pero sí, es cierto, la Conferencia episcopal italiana se ha visto obligada a modificar su actitud política. Justo en los últimos años de Democrazia Cristiana se insistía mucho en la necesidad de la unidad política entre los católicos, y uno de los principales objetivos era que, en el ámbito político, los católicos se mostraran unidos al ejercer sus respectivas responsabilidades políticas. La democracia cristiana se vino abajo, pero eso no impidió que el objetivo de la Conferencia episcopal italiana siguiera vigente. Ahora se apunta más bien a una neutralidad política, y su nuevo objetivo es que todos los políticos actúen como cristianos en su respectiva responsabilidad política, por encima de cualquier frontera partidista, es decir, desde todos los partidos, de forma «transversal» como dicen aquí, todos unánimemente, en armonía, siempre que se trate de cuestiones éticas fundamentales. Por lo tanto, el fin es formar un nuevo consenso entre partidos políticos para las cuestiones éticas.

Que usted apoyaría ...

Sí. Si se lograra, a mí me parecería muy bien que se llegara a una unidad en lo esencial, por encima de cual partido.

¿Unidad, también con los comunistas?

En cualquier caso, algo así podría haber con el PDS post-comunista. En cambio la «Riformazione comunista» siempre seguirá con los principios marxistas, como es natural.

Seguramente en Italia no pasará lo mismo que en Alemania, y las iniciativas populares de la Iglesia no adquirirán demasiada importancia. Sin embargo, esas iniciativas, ¿no están enfocadas más bien hacia algunas cuestiones sociales que interesan al cristianismo, y no hacia cuestiones dogmáticas? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué preocupa más a un italiano?

Habría que empezar por señalar que muchos conatos de iniciativas populares en la Iglesia de Bélgica y Francia no han tenido prácticamente ningún eco, y al parecer, en Estados Unidos tampoco. Ese es un tema muy propio de los alemanes. Por cierto, que en Bélgica tuvieron que preguntar a la Iglesia alemana cómo plantear esas iniciativas para que resultaran más interesantes. En otros países no sé lo que habrán hecho, pero, en mi opinión, aquí, en Italia, nadie entendería la distinción entre un mensaje conminatorio y un mensaje de alegría, pues todo el mundo sabe y entiende que también en el Evangelio se nos recuerda continuamente el juicio, precisamente para reforzarnos frente a nuestras debilidades. Y ese término confuso de fraternidad de la Iglesia tampoco dice nada; aquí todo el mundo es consciente de que los hermanos no siempre son modelo de convivencia pacífica. Y que el celibato dé lugar a problemas y a tragedias humanas también se sabe, como es de todos conocido que tampoco el matrimonio es cosa fácil. Pero el celibato se sigue tratando como parte de la cultura católica, y además, sólo se habla de la dimensión de sus fracasos, que, evidentemente, nunca se silencian. Y podríamos continuar así con otras muchas cosas. En Italia, su Iglesia no ha tenido una grave escisión, pero el país está dividido entre cattolici y laici. A estos últimos se les conoce, sobre todo, como defensores de una filosofía del Estado y de una concepción de la vida, que tiene su mejor expresión histórica en la Revolución francesa. Y los masones, que como laicos ejemplares participaron de forma esencial en la fundación del Estado nacional Italiano, se consideran a sí mismos una especie de marchamo de esa visión de un mundo laicista. Luego, a partir de la segunda guerra mundial, a esa polémica entre los dos mundos -católico y laicista- se añadió la alternativa comunista. Ahora, la cuestión principal es saber cómo hallar un equilibrio entre estas tres fuerzas, si conviene o es posible hacer una síntesis de las tres, o cuál de ellas habría que rechazar.

Echemos un vistazo a España.

En España coincidió la crisis final del régimen franquista y la transición a la democracia con la crisis posconciliar, y esto causó una gran conmoción en la Iglesia de España. La Iglesia hasta aquel momento se encontraba muy identificada con el Estado por una determinada sociedad en un determinado orden social. Cuando ahora se contempla aquella situación aparece como un gran error. Y la Iglesia tuvo que redefinirse nuevamente separada de aquella sociedad. Aquel cambio tan radical produjo, por otra parte, un grave retroceso de vocaciones sacerdotales y religiosas, y produjo, asimismo, ciertas polarizaciones en el campo teológico Y, también teologías muy críticas. Todavía perdura un fuerte componente de catolicismo crítico y de teología crítica. No obstante, hay también nuevas manifestaciones religiosas que están muy en auge, Y que se deben a un catolicismo de después del Concilio que ya está en marcha y que sustituye a la antigua tradición de Iglesia y Estado.

En Francia, según una encuesta del año 1994, el ochenta y tres por ciento de los creyentes se rigen segun su propia conciencia, y sólo el uno por ciento de católicos se siente dirigido por la doctrina oficial de la Iglesia.

Francia es la nación más secularizada de Europa en muchos aspectos, es cierto. La autoconciencia del espíritu galo fue siempre un factor muy singular en su Iglesia No obstante, yo sólo puedo aceptar esas cifras procedentes de una encuesta con interrogantes. Si pensamos en los periódicos Golia o Témoignage chrétien es innegable que el catolicismo francés también ha tenido sus tensiones y movimientos críticos. Y, por otro lado, Francia también tiene una tradición muy significativa. El movimiento de Lefébvre, o el movimiento tradicionalista en el interior de la Iglesia, en ningún sitio han sido tan fuertes como en Francia. Es, sin duda, un país de grandes divergencias. Pero también en Francia aparecen nuevas formas de espiritualidad llenas de animación y de vida, de alegría cristiana, que tal vez carezcan de interés para las estadísticas, pero, sin embargo, humanamente son muy significativas y manifiestan que actualmente se está conformando un nuevo renacimiento, cara al futuro.

En Europa del Este ha tenido lugar el cambio más radical que se ha producido en nuestro tiempo. Tras el fin del comunismo, la Iglesia, que estuvo en la oposición en aquel tiempo, evidentemente tendrá que jugar un nueva y diferente papel en la futura sociedad.

No estoy enterado de que haya orientaciones teológicas que nosotros podamos considerar reprobables, carezco de datos suficientes a ese respecto. Sabemos que en Hungría, el padre escolapio, Padre Bulány, ha fundado el movimiento Bokor, más o menos en esa línea. Se trata de una comunidad de base que tuvo su origen después de haber vivido las experiencias Y penalidades de tiempos de persecución. Actualmente, mantiene una posición absolutamente pacifista, aunque con manifiestas críticas hacia los ordinarios del lugar, como principal expresión de un nuevo radicalismo cristiano. Todo intento de reconciliación, lamentablemente, ha sido en vano. Por el contrario, se han unido a otras teologías de Occidente de tendencias críticas y antijerárquicas. Sus miembros son libres de pertenecer a la religión que más les agrade, con tal de que el primer mandamiento, el del amor, sea lo más importante para ellos. En Chequia y en Eslovaquia, por otra parte, han aparecido también algunas críticas en el ámbito de los «sacerdotes en clandestinidad», pero no llegan a la categoría de fenómeno destacable. Es fácil comprender que después de haber vivido como Iglesia de los mártires no sea fácil volver a ser una Iglesia establecida, como en la fase vivida anteriormente, así que, se ha producido una forma nueva, muy liberal, de creyentes, que también responde a la nueva sociedad. En cualquier caso han de darse todavía otras muchas posibilidades. Pero hay que decir que, a pesar de tantos años de persecución y de grandes sufrimientos, la fe sigue aún muy arraigada y eso es ahora, precisamente, el mejor antídoto que tienen contra los demás peligros que todavía les acechan.

En Polonia, concretamente, se están produciendo situaciones que hace unos años, nadie hubiera podido imaginar, al menos en Europa. Me refiero a la estrecha unión de la Iglesia con alguna rama política y con algunas personas en particular.

Pero eso, naturalmente, es un problema muy específico que tampoco conozco con detalle. Hay que tener presente que Polonia siempre tiene sobre sus espaldas, el peso de una historia muy agitada y que el principal factor de identidad de su historia política, en las rupturas, cambios y derrumbamientos, siempre ha sido su catolicismo entremezclado, por otra parte, con el patriotismo y el nacionalismo polaco, todo ello de forma muy singular. Antes de que Polonia existiera como Estado, Polonia existía, y existe ahora, por su Iglesia; el país siempre mantuvo una solidaridad interior, por encima de cualquier frontera, gracias a la iglesia. La Iglesia se convirtió en un factor político que ahora, lógicamente, hay que enfocar y vivir de otro modo. Los procesos para su clarificación ya están en marcha, pero como es obvio no se pueden solucionar de un día para otro.

Unicamente el catolicismo inglés demuestra estar fuerte. Y al parecer, Inglaterra siempre ha sido el hijo perdido y predilecto de la Iglesia de Roma.

Los anglicanos conservan mucho del catolicismo; Inglaterra ha mantenido una postura intermedia gracias a su anglicanismo. Se separó del catolicismo distanciándose notablemente de Roma. Basta recordar, por ejemplo, al filósofo Hobbes que decía: «Un Estado puede tener religión, pero hay dos clases de ciudadanos que no debe tener: ni ateos ni papistas sujetos a un soberano extranjero». Es decir, que ha habido un gran alejamiento, pero, al mismo tiempo, han estado muy próximos a la tradición católica. En el fuero interno del anglicanismo siempre han existido tendencias que no han querido perder esa tradición, y eso les ha servido para conservar y reforzar la herencia católica. Es curioso observar que siempre se ha dado una división en dos vertientes, una protestante y otra católica, que también ahora, en su actual crisis, se sigue observando. Ahora hay una situación nueva que se debe a dos circunstancias muy diferentes: una, motivada por su principio de decidir por mayoría las cuestiones doctrinales, y la otra, debido al traspaso de la decisión sobre cuestiones doctrinales a cada Iglesia nacional. Ambas cosas son una contradicción, pues la doctrina es verdadera o no es verdadera, es decir, su autenticidad no puede depender de una mayoría de votos, ni de una decisión de la Iglesia de cada nación. Lo que actualmente acontece respecto a la objeción a la ordenación de mujeres y con las conversiones al catolicismo, debemos entenderlo desde esos dos puntos de vista. Pero es que, además, a la Iglesia nacional no le gustaría perder su elemento católico Y por eso, conscientemente, acoge también a los obispos que no estén de acuerdo con la ordenación de la mujer; están convencidos de que de esa forma se podrá conservar, en el seno del anglicanismo, buena parte de catolicismo.

En Sudamérica se adhieren millones de adeptos a las nuevas sectas evangélicas, hay masas de creyentes católicos. En Brasil, el mayor país católico del mundo, hay verdaderas batallas campales, que incluso llegan a manos, entre los católicos y los sectarios. ¿Esto se debe a los fracasos de la teología de la liberación, o por el contrario, lo fomentan desde Roma para evitar que esa teología siga evolucionando?

Eso tiene diagnósticos muy diferentes y nosotros no tenemos suficientes datos de experiencias. Muchos dicen que la teología de la liberación no ha conseguido ganarse al estrato social que más le interesaba, es decir, ganarse a los más pobres. justo los más pobres huyeron de esa teología, porque no se sintieron atraídos por unas promesas intelectuales que nada les decían, mientras que, por el contrario, sentían la falta de calor y del consuelo propios de la religión. Por eso se refugiaron en las sectas. Lógicamente, los simpatizantes de la teología de la liberación lo niegan. Pero hay gran parte de verdad en ello. Para los más pobres, precisamente, aquel panorama de un mundo mejor que les prometían, quedaba demasiado lejos, así que, continuaron en la misma línea impresa en el fondo de su ser, y se interesaron más por la religión del momento. Y en aquel ámbito se dio una gran concurrencia de sectas ofreciendo aquellos elementos que no encontraban en una comunidad religiosa que se había politizado.

Y aún hay otra recriminación que hacer, pero en dirección contraria, y es que las sectas atraen a sus adeptos por dinero, ganándose a la gente con medios poco limpios, que aún habría que aclarar. Pero de todos modos eso no explica la gran afluencia a las sectas. En esta gran carrera, los primeros puestos corren a cargo de las sectas carismáticas y pentecostales, o sea de la iglesia de Pentecostés. Pero hay también otras muchas, llamadas fundamentalistas, que, a su manera, son sectas con una fe sólida, si es que se puede hablar así. A las corrientes carismáticas y pentecostales les interesa más la espontaneidad, les gustan más los contactos directos de la comunidad con su Iglesia, es decir, quieren menos teoría y más práctica, buscan la alegría inmediata de la fe. Mientras que la corriente fundamentalista parece creer que la clave de la seguridad en la fe consiste en la negación de lo mundano.

En cualquier caso habría que decir que las sectas son relativamente inconstantes. Hay grandes movimientos migratorios entre las sectas, y el cambio de una secta a otra también es muy frecuente, pero eso realmente suele ser, casi siempre, el paso previo para abandonar la religión. Estos procesos están muy relacionados, lógicamente, con los cambios de reestructuración sociológica y con los cambios urbanos. Ahora es frecuente que los hombres dejen sus tierras para ir a vivir a grandes ciudades de población masificada, donde no encuentran facilidades para vivir su propia religión. Se reúnen, entonces, en grupos, según sus creencias, y de ese modo hallan un espacio para su religión, encuentran su patria espiritual. Es decir, que los orígenes de las sectas son muy diversos y, por tanto, no se puede hacer un diagnóstico a la ligera de ninguna de ellas.

Un gran número de obispos de Estados Unidos se dispone a protestar próximamente contra la Iglesia de Roma, enviando escritos polémicos, uno tras otro.

No es un número demasiado alto, son treinta obispos a lo sumo, Y yo he hablado con uno de sus principales promotores que con gran energía me dijo que se les había interpretado mal; «somos buenos católicos, fieles al Papa» me decía, «y lo único que queremos es introducir nuevos métodos». Leí con atención los citados documentos y pude responderle que estaba de acuerdo en una larga lista de sus propuestas, pero que sobre algunas otras cosas, me gustaría pensarlo un poco más. Yo diría que en Conferencia episcopal americana no hay una actitud abiertamente antiromana. Sus obispos están muy esparcidos por todo el país, como debe ser, y entre todos ellos hay -efectivamente- algún obispo algo extremista. Pero después de lo que yo he visto en estos últimos quince años, tengo la impresión de que las relaciones entre Roma y la Conferencia episcopal americana, han mejorado sensiblemente. La relación con nosotros de esa Conferencia, en su conjunto, es muy correcta. Esa conferencia formada por gente de mucha capacidad intelectual y religiosa, son muy buenos pastores de almas, y, precisamente, suponen una importante aportación de la evolución doctrinal para toda la Iglesia universal. Todos los años nos reunimos dos veces, aquí en Roma, para un Presidium y nuestras relaciones son excelentes.

¿Cree entonces que la Iglesia de Norteamérica podrá sacar partido de ese nuevo resurgimiento religioso, que le ha parecido observar en ese país?

Efectivamente, eso creo. Aunque, ciertamente, en su catolicismo se hayan dado algunos casos muy singulares Y haya habido muchas defecciones, no debemos exagerar, Porque también tienen mucha gente joven con inquietud religiosa, que han visto en la Iglesia católica un lugar donde dirigirse y ven al Papa como punto de referencia y auténtico leader religioso. Todo eso se ha ido consolidando en estos quince años, y su actual evolución es muy positiva. No solamente porque haya conversiones de sacerdotes anglicanos y también hayan mejorado mucho nuestras relaciones con los evangélicos que antes eran los críticos más acerbos de la Iglesia católica. En las dos Conferencias de El Cairo y Pekín hubo una especial aproximación entre evangélicos y católicos, por el simple hecho de que vieron y comprobaron que los católicos no éramos una amenaza para la Biblia a causa del gobierno del Papa, como ellos habían creído hasta entonces, sino que éramos precisamente una garantía para que la Biblia se tomara en serio. Estos nuevos acercamientos, desde luego, no conducen a una rápida asociación con ellos, pero han hecho posible que los americanos vieran el catolicismo como otra posibilidad «americana».

¿Con qué vibra más la nueva religiosidad en Estados Unidos?

Depende de varios factores que ahora no debo analizar, porque no conozco mucho Estados Unidos. Pero hay una seria voluntad de moralidad y un gran deseo de religión. Y a eso hay que añadir una fuerte protesta frente a la prepotente cultura de los medios de comunicación. Algo que ya dijera Hillary Clinton: «apagad los televisores, no lo sigáis tolerando». Esto significa exactamente que, en efecto, hay mucha gente que no está dispuesta a seguir tolerando que se les obligue a aceptar esa cultura.

En África, los católicos negros se sienten tratados por Roma como si fueran sus hijastros y esperan ser revalorizados. La Iglesia tiene problemas en ese continente por la incorporación de los ritos africanos y por las características propias de su cultura; si se puede celebra la Misa con acompañamiento de tambores y danzas, o si está permitida la bigamia, etc. Algunos afirman convencidos, «yo soy un buen católico Y mis tres mujeres también». Y ahora hay, además, algunos contactos con el islamismo, más atractivo para el pueblo africano, porque piensan que ahí podría ser más fácil la integración de sus propias tradiciones.

África es el continente de la esperanza, como suele decirse, pero también tiene graves problemas y tensiones. Es vergonzoso para nosotros contemplar que países católicos, corno Ruanda y Burundi, son escenario de crueles atrocidades. Todos deberíamos reflexionar sobre esto y sobre qué podríamos hacer nosotros, los católicos, para . que en esa sociedad se viva el Evangelio con más eficacia

Tras el Sínodo africano -pero también en otras rnuchas ocasiones, que hemos tenido, de poder hablar con los obispos africanos- yo no he sacado la conclusión de que África se sintiera lejos de Roma, Los africanos están orgullosos de pertenecer a algo tan grande e importante como es la Iglesia católica, y de pertenecer a ella igual que los demás, y de que un obispo o cardenal africano sea igual que otro italiano, español o americano. Y la fidelidad a Roma, su amor al Papa y su interés por todo lo católico, les sale realmente del fondo del corazón. Cuando hablamos sobre alguna cuestión o sobre alguna polémica teológico, los obispos africanos nos suelen decir: «cuando se propasa alguien, suelen ser los teólogos europeos, no los africanos». Tal vez eso sea simplificar demasiado, pero hay que reconocer que las crítica negativas, efectivamente, casi siempre proceden de países europeos. Eso no supone, claro está, que ellos no tengan problemas; también existen los problemas. Pero no se puede decir que en la teología africana haya una predisposición contraria a Roma.

En su pregunta ha abordado dos temas muy importantes que son los dos aspectos de la «inculturización»: matrimonio y liturgia. En Europa solemos hablar de poligamia bajo un punto de vista que no es totalmente correcto. Porque el problema no es sentimental, es un seno problema patrimonial y Social. ¿Cómo se les puede asegurar la vida a esas mujeres? ¿Cuál sería su nueva situación en la Sociedad? Ellos no se casan por amor, se casan por tribus, es un intercambio de patrimonios. Los problemas no proceden de los afectos, los problemas, en realidad, son: qué puede hacer una mujer que ya no tiene un hombre y por tanto no pertenece a nadie, cómo encontrarle un lugar seguro en una sociedad como esa. Es un problema de estructura social, y por eso la cuestión consiste en encontrar nuevas estructuras que admitan la monogamia como célula principal de las nuevas formas sociales. Muchos de los obispos africanos son muy optimistas a este respecto, pero yo no puedo opinar sobre ese tema en particular.

En cuanto a la liturgia, se han dado ya tantas libertades, que las costumbres y sentimientos africanos también pueden encontrar un lugar apropiado. Pero, de todos modos, es importante no hacer demasiados excesos con la liturgia cristiana y tratar de conservar su sobriedad. Muchos africanos lo han comprendido muy bien. Son de nuestra misma opinión en el sentido de que piensan que no es necesario empezar la «inculturización» precisamente por la celebración de la Eucaristía.

El Islam se está introduciendo en África con bastante fuerza, y también con muchos medios económicos. Se presenta como la religión más importante para los africanos. Los africanos deben dejar sus religiones tribales, y para eso el Islam les dice: «nosotros somos la principal religión en África, porque nuestra doctrina no es complicada y nuestra moral os conviene». Esa reflexión cae bien sólo en parte, pero no en general. África todavía no ha olvidado que el Islam fue uno de los pioneros en el tráfico de esclavos y no tuvo demasiadas consideraciones con los negros. Y más aún, el Islam no anuncia ninguna «inculturización» . El islamismo es árabe y un converso al islamismo debe aceptar esa forma de vida sin más «inculturización». Por eso el Islam tiene el problema -que también tiene la Iglesia- de poder ser un fenómen o social, por así, y, so capa de islamismo, todo continúa siendo lo mismo, cubierto sólo por un tenue velo sobre las mismas formas y costumbres de la vida pagana. En África, la religión sigue ligada a sus atavismos Y, durante algún tiempo, serán difíciles de superar.

Asia. Un pacífico espacio a punto de convertirse, en el próximo milenio, en algo muy importante política y económicamente. ¿Esto, qué consecuencias puede tener para la Iglesia?

Es difícil de predecir. En Asia, hasta el momento la Iglesia no ha tenido mucho éxito, excepto en Filipinas. Esto no quiere decir que para ellos el cristianismo no sea importante. El cristianismo en Asia, poco a poco, está transformando las distintas religiones existentes y empieza a tomar forma en su sociedad de mil modos diferentes. En Japón hay muy pocos católicos y su número ofrece pocas variaciones. Pero los japoneses se interesan mucho por las costumbres y la cultura católicas. En Japón, el cristianismo existe como una realidad social. Quizá no sea un fenómeno permanente, pero está tomando cuerpo dentro de su sociedad.

La participación del catolicismo en la India es muy escasa, pero el neohinduísmo que actualmente se impone y gana en significado por todo el mundo, ha incorporado, en su forma más liberal, muchos elementos del cristianismo. Y China, donde su mínimo porcentaje de cristianos casi ha desaparecido, sigue cerrada ante nosotros, pero aún conserva una gran fuerza espiritual. El simple hecho de que el Ejército Rojo persiga a esa minoría, nos demuestra que su presencia se hace notar y que tienen una gran fuerza. Pero me parece totalmente imprevisible qué consecuencias puedan tener esas nuevas estructuras y el nuevo relieve de Asia, a nivel mundial.

Esa persecución contra los cristianos debe ser otra de las dificultades de la Iglesia.

Son, además, distintos tipos de persecuciones. En China, por ejemplo, aunque haya algunos amagos de tolerancia, lo cierto es que hay una fuerte oposición al cristianismo, sobre todo en los lugares donde intentan ser más fieles al Papa. Pero esa misma oposición no sólo tiene lugar en China, existe también en otros muchos países. El destino de la Iglesia parece ser el de sufrir continuas persecuciones, a veces bajo los distintos regímenes, y siempre siendo objeto de muchas controversias. La primera amenaza, cada vez mayor, que sufre actualmente la Iglesia es la nueva concepción del mundo que presenta al cristianismo como intolerante y a la fe católica como demasiado anticuada, pasada de moda e incompatible con la modernidad, y, por lo tanto, se la somete a presión. Este es un peligro bastante serio en mi opinión, aunque de momento no se observe con mucha nitidez. Pero existe esa opresión de la sociedad que quiere que la Iglesia se acople a las ideas tipo standard predominantes en el mundo.

¿Eso es una persecución contra los cristianos? Entonces, ¿qué diferencia hay entre ser perseguidos en China, o por un régimen dictatorial, o por el islamismo, o sufrir torturas, o en ser menospreciados en Occidente?

Utilizar aquí el término de «persecución contra los cristianos» no tiene sentido, como es natural pero hay distintos ámbitos de la vida -y no pocos- donde hace falta mucho valor para confesar a Cristo. Sobre todo existe el riesgo de hacer una adaptación amable del cristianismo, para que ser cristiano resulte fácil en contraposición a fundamentalismo, que no tiene una línea de pensamiento muy marcada. Ahora aumenta el riesgo de dictaduras de la opinión pública, de formas de pensar que pueden discriminar al que no estuviera conforme con ellas, y podría haber mucha gente buena que no se atreveriera a declararse no-conformista. De haber una nueva dictadura anticristiana en el futuro sería, sin duda alguna, mucho más sutil que lo que hemos conocido hasta ahora. En apariencia, seguramente admitiría la religión, pero sin que la religión pudiera intervenir ni en la forma de conducta ni en el modo de pensar.

 

LA SITUACION EN ALEMANIA

 

En ningún otro país hay tanta intranquilidad, desasosiego, y tanta pérdida de la fe como en Alemania y los países de habla alemana. La Iglesia alemana es la más rica del mundo y, sin embargo, tiene menos influencia en el mundo que las Iglesias pobres de los países pobres. Las continuas protestas contra el Papa y la Curia romana nunca han sido tan fuertes como ahora desde el Primer Concilio Vaticano del siglo pasado. ¿Qué está sucediendo? ¿Su país natal le preocupa y le produce dolor?

Veo con mucha preocupación las escisiones en el interior de la Iglesia y la decadencia de la fe que se extiende por todas partes. Hay unos cuantos círculos modernos para los que todas las reformas habidas hasta el momento son insuficientes, y lo demuestran haciendo una fuerte oposición a este pontificado y a la doctrina pontificia. Pero, además, a los otros, digamos, buenos católicos también les parece que la Iglesia, en su conjunto, resulta incómoda. Ya no se encuentran a gusto en ella, sufren porque la Iglesia ya no es un lugar de paz y tranquilidad donde poder refugiarse, ahora es un lugar de continua controversia, donde no se sienten seguros y, por tanto, también protestan. Y esa escisión en el interior de la Iglesia, ese malestar común dentro de la Iglesia, que conduce a un dolor también común, debería intranquilizarnos a todos. El envejecimiento de la Iglesia, cada vez más visible, es alarmante; se asemeja un poco a algunas de las actuales comunidades religiosas que, antiguamente, en su momento, tuvieron épocas de esplendor, pero ahora parecen encaminadas hacia su ruina.

Parte de la población exige una separación de la Iglesia y el Estado más contundente. Ahora se debate la supresión del concepto de Dios en las leyes fundamentales, así como de los días festivos, la profanación del domingo, la abolición de los impuestos para la Iglesia, etc. La presencia de crucifijos en las escuelas han sido motivo de un conflicto constitucional.

Habría que plantearse nuevamente esta cuestión, para que mejorasen las relaciones entre Iglesia y Estado. Mientras perdure un consenso social que permita que los valore s fundamentales del cristianismo ocupen un lugar en la legislación, todavía puede tener sentido un mayor acercamiento en la relación entre Estado, sociedad e Iglesia, para que se respete la libertad de la religión. Pero si no existe esa convicción, es imposible que haya una sólida interdependencia institucional. Por eso yo, en el fondo, no soy contrario a buscar otros modelos de separación más contundentes, de acuerdo con determinadas situaciones. Después de la primera guerra mundial, a la Iglesia le hizo bien tener que deshacer el sistema que entonces había de unión Iglesia y Estado. A la Iglesia nunca le han convenido las uniones demasiado fuertes. Por eso, a mí me parece que los obispos alemanes deberían reflexionar y ser más realistas, y ver qué posibilidades hay de establecer una nueva relación entre la Iglesia y el Estado, respaldada por convicciones reales, para que diera fruto, y así nosotros Pudiéramos mantenemos, por derecho propio, en algunas posiciones que ahora no tenemos. Un estudio de este tipo sería muy interesante y necesario.

Esos puntos concretos que me ha citado antes, tienen respuestas muy diferentes. A mí me parece especialmente importante mantener a Dios en la Constitución, no sacarle de ahí, porque es algo más que una confesión cristiana. Si suprimiéramos la idea de una dimensión superior, de un ser superior por encima de todos nosotros, tendríamos que sustituirla por alguna ideología, porque, si no, poco a poco todo se iría desintegrando. Un teólogo tan critico corno Bultmann, dijo en una ocasión: «Un Estado no cristiano es posible, pero un Estado ateo no». En principio, creo que tiene razón. Si no existiera una dimensión superior a nosotros, sólo nos quedaría un régimen arbitrario que es la ruina del hombre. Y respecto a lo demás, impuestos, etc., son temas que sería muy conveniente pararse a reflexionar.

Esta cuestión es bastante explosiva, ¿cuál sería su respuesta?

Creo que no sabría responder. En mi opinión, el sistema alemán de impuestos para la Iglesia está globalmente bien considerado por un amplio consenso, porque aún se reconoce a la Iglesia su prestación social. Tal vez, en un futuro, haya que buscar algún otro modo más parecido al sistema italiano, que, por una parte, tiene una tasa bastante inferior, y por otra, respeta la libertad del contribuyente, cosa que a mí me parece muy importante. En Italia todo el mundo paga una tasa sobre sus ingresos -de un 0,8 por ciento creo que es- para fines culturales, no lucrativos, etc., y que los católicos destinan a la Iglesia. Pero pueden elegir a qué quieren destinarlo. Después, de hecho, casi todo el mundo elige a la Iglesia católica, pero, eso sí, es una elección libre.

¿Qué opinión le merece el juicio de Karlsruhe, acerca de los crucifijos en las escuelas?

Me indignó, por supuesto. Porque para empezar, mi opinión, se basaron en unos fundamentos bastante dudosos Y porque estaba, y sigo estando, convencido de que todavía tenemos una gran comunidad cristiana, para la que esos signos, los crucifijos en las escuelas, tienen un significado realmente importante. Y también sentí gran indignación en el sentido de que me parece que se debe respetar el consenso de la mayoría. Aquél fue un juicio antidemocrático basado solamente en unos puntos de vista muy dudosos e insostenibles. Y después, por la reacción posterior al juicio se vio, y ha quedado bien claro, que en nuestro país se tiene conciencia de ser católicos. Sólo se diferencian algunos Lánder. En la Conferencia episcopal, los obispos de Baviera tenían opiniones diversas a las de los obispos de Mecklenburg-Vorpommern. Hace tiempo que allí no hay crucifijos, como tampoco en otras muchas zonas del norte de Alemania. Pero eso mismo nos demuestra que no es una cuestión dogmática. Por lo tanto, me parece absolutamente indignante que nos dejáramos arrebatar con facilidad esos y otros signos de la fe católica. Sobre todo con la Constitución de Baviera -que no se ha puesto en discusión, que yo sepa- que sostiene que el fundamento de la educación es la religión cristiana.

Es decir que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, diría: «Dejad los crucifijos en las escuelas».

sí.

¿Por qué abundan fácilmente en Alemania esos contrastes? ¿Qué país es el nuestro que lo mismo tiene un gran espíritu que carece de él? Tal vez nos falta algo, anque lo compensemos con nuestra eficacia. Grillparzer dijo en una ocasión, que Dios: «no era una realidad para Alemania. Nosotros le contemplamos como obra nuestra, en vez de vernos a nosotros como obra suya».

Yo pienso que no deberíamos destacar tanto el hecho de ser alemanes. Porque Otros países como Francia, España, Italia o incluso Gran Bretaña, tienen también movimientos anticristianos, por así decir, y muchos problemas internos en sus Iglesias. Alemania, como es lógico, tiene que cargar con el peso de su propia historia, que de 1933 a 1945 fue especialmente difícil. Ahora tendríamos que preguntarnos con seriedad qué le aconteció a nuestro pueblo, para que pudiera suceder aquello.

Las virtudes y los defectos de los alemanes están estrechamente relacionados. Somos un pueblo que valora mucho la disciplina, el rendimiento, el trabajo, la puntualidad y, por eso, gracias a todo ello, hemos conseguido una vez más ser la potencia económica más fuerte y tener el sistema monetario más estabilizado de Europa. Pero, por ese camino, uno puede deslizarse fácilmente hacia una autoestima muy exagerada, y caer en una opinión unilateral sobre el rendimiento, el trabajo y la producción que solamente valore la autorealizacíón y la disciplina, atrofiando con ello otras muchas dimensiones de la existencia humana. Esto podría conducirnos de nuevo a sentir cierto orgullo frente a otras naciones, y así podríamos incluso llegar a pensar que únicamente lo alemán es realmente bueno, porque lo demás son «chapuzas» y otras cosas por el estilo. Esta tentación de autojustificarnos y autovalorarnos unilateralmente en los parámetros del rendimiento, es, sin duda, muy propia de Alemania, sobre todo de la historia reciente de Alemania, y hemos de tenerlo en cuenta respecto a los jóvenes alemanes.

Y, evidentemente, no sólo afecta a los jóvenes de Alemania. Stephan Zweig intentó explicar el carácter y la religiosidad de Alemania a través de las figuras de Erasmo de Rotterdam y de Lutero. Porque, dejó escrito, «rara vez se dan en el destino del universo un contraste de personalidad tan

perfecto como Erasmo y Lutero». Ahí se encuentran la Conciliación frente al fanatismo, la razón frente a la pasión, la cultura frente a la fuerza primitiva, la burguesía frente al nacionalismo, la evolución frente a la revolución. En Lutero estaba, «el demagogo, el acento fanático en todo»- El resentimiento acumulado de todo un pueblo, había llegado a manos de estos dos hombres superdotados, pero fanáticos y discordantes, «la conciencia nacional alemana, ávida de hacer frente a clérigos y revolucionarios, llena de odio al clero, de odio a lo extranjero y a las apagadas cenizas sociales y religiosas».

Alemania a lo largo de estos siglos de Reforma, qué duda cabe, ha adquirido una fisonomía propia que en cierto grado incluso ha condicionado su historia futura. Esta contraposición de Erasmo y Lutero me parece muy interesante, pero también un poco manejada a nuestro antojo. No debemos olvidar que Erasmo era especialmente reservado para manifestar posiciones definitivas, excepto que estaba interiormente muy apartado de Lutero, pero -y esto desde el lado católico se le ha reprochado mucho- no tenía un carácter muy definido. Erasmo intentaba apartarse -hoy diríamos, académicamente de un pronunciamiento claro, lo cual era, en el fondo, imposible, porque era desentenderse de sí mismo y del drama de ser hombre. Por lo tanto, ni Erasmo no era de carácter muy luminoso, ni Lutero era de carácter sombrío; ambos tenían problemas. Nosotros deberíamos cuestionamos ahora qué indecisiones se han introducido en el carácter alemán a partir de la Reforma, pero, para ser justos, también deberíamos preguntamos: «¿qué tenemos de problemático nosotros debido al catolicismo?» Yo creo que, por eso, Alemania tiene una particular responsabilidad en las conversaciones ecuménicas. No tenemos por qué ocultar lo negativo que -junto a lo positivo- gracias a Lutero se ha introducido en la historia de Alemania, ni tampoco significa que por eso debamos justificarnos o defendemos unilateralmente.

Al parecer, las actuales discrepencias en la Iglesia no se deben tanto al contenido de la fe o a las exigencias de la religión. Curiosamente tampoco se deben a temas sociales, como la pobreza, la miseria o la explotación. Alguna vez Usted ha expresado su temor de que muchos querrían que la Iglesia se sumara a lo que se opina cada día, al aburguesamiento del hombre moderno que se hunde en el aburrimiento.

Creo que, efectivamente, esa es una opinión muy generalizada en nuestros días. Pero habría que añadir algo mas, y señalar que la Iglesia, en sus debates internos, se ha quedado atascada en un par de temas, olvidando y descuidando un poco los grandes retos de nuestro tiempo. Cuando se va a alguna reunión diocesana o algo semejante, se sabe siempre cuáles serán las preguntas que se van a formular: el celibato, la ordenación de la mujer y el matrimonio de los divorciados. Estas preguntas son seguras. Sin embargo, también hay otras cuestiones permanentes que son de gran preocupación para la Iglesia. Y casi nunca se toman en consideración, como es, por ejemplo, que haya un ochenta por ciento de no-cristianos, ansiosos del Evangelio o que ven en el Evangelio algo definitivo en la vida. Por tanto, en vez de seguir ocupados con nuestros propios problemas, deberíamos detenemos a reflexionar seriamente en los problemas ajenos: «¿qué podríamos hacer, como cristianos, Para explicar nuestra fe a los demás y ayudarles a creer?».

Ante la conciencia de la Iglesia, al menos ante la de Alemania, se presenta una tremenda decadencia. Sin embargo, nosotros sólo nos miramos y nos ocupamos de nosotros mismos, pretendemos lavar nuestras heridas y construir una Iglesia hermosa. Pero apenas nos damos cuenta de que la Iglesia no está aquí porque sí; la iglesia posee la Palabra y tiene algo que decir al mundo, a ese mundo al que pertenece y al que tiene algo que dar. Nos olvidamos de nuestro cometido.

Pero, ¿no se trata en el Vaticano la evolución alemana con cierta negligencia? Da la impresión de que esa decadencia tan llamativa no baste para que se den cuenta de lo que ocurre.

Es cierto, en el Vaticano se habla poco alemán. Predominan las lenguas románicas, y mucho también la lengua inglesa; la lengua alemana, en cambio, se queda un poco alejada del campo de observación. Pero, en Roma, por otra parte, tampoco se tiene una visión global de lo alemán y de los alemanes. Desde Roma es algo difícil percibir la situación específica de Alemania, porque las noticias, casi siempre, llegan ilustradas con teorías, muy académicas, pero nada fáciles de comprender para los que vivimos en un universo de culturas muy diferentes. Yo creo que nuestro diálogo con Alemania tartamudea un poco. Quiero decir, que deberíamos reaccionar con más rapidez, porque siempre tiene algo singular. Pero, sobre todo, lo mejor sería reforzar mucho más nuestro diálogo con los obispos alemanes.

¿Es importante la actual crisis de la Iglesia? ¿Es éste el mayor desafío desde sus comienzos? ¿Y qué significa la crisis de la Iglesia para el mundo? Usted mismo nos ha advertido que la extinción de la Iglesia produciría una destrucción espiritual de incalculables dimensiones.

Con respecto a lo primero, no sabría qué responder. Creo que es uno de los desafíos de mayor magnitud. Pero en la antigua Iglesia hubo otros dos grandes retos. El primero debido a la «gnosis», que produjo una progresiva y lenta deformación en el interior de la Iglesia y en el culto, con la creencia en otras ideologías, mitos e imágenes, que progresivamente fueron debilitando la fuerza de toda la Iglesia sin que apenas se notara. Cuando nosotros leemos esa parte de la historia, nos parece que, por un lado, estaban los gnósticos y, por otro, los Padres de la Iglesia; pero no fue así, todos estaban implicados en aquello, y, por eso se necesitó mucho tiempo para poder aclarar las cosas. También hubo un intento de suprimir el Antiguo Testamento, fácilmente inteligible y que, además, era atractivo, para ceñirse únicamente a la lectura de San Pablo. Es decir, siempre han existido movimientos hacia nuevos hallazgos, algunos de ellos de mucha complejidad exterior. Pero, por encima de todo, ha existido desde el principio un Magisterio central que intervenía eficazmente. Hubo que examinar aquel conflicto, palmo a palmo, para poder llegar a su clarificación. De no haber sido así, el cristianismo hubiera podido acabar de forma muy diferente, y aquella grave crisis acaeció justo al inicio de la cristiandad, cuando aún no tenía su forma definitiva.

Otra segunda crisis importante, que tal vez no fuera tan grave como la anterior, pero que también supuso un gran desafío para la Iglesia, fue el arrianismo. Los emperadores establecieron el arrianismo durante un tiempo por ser algo más fácil de entender para la mentalidad que predominaba en aquellos tiempos. El modelo que presentaban era éste: hay un Dios y también está Cristo, que es un ser divino. De ese modo, cualquiera lo podía entender. Los políticos enseguida se proclamaron arrianos para favorecer su rápida expansión. Y los obispos también cambiaron de opinión y se hicieron arrianos uno tras otro, Conferencia tras Conferencia, como diríamos ahora. Al final, todo el universo germano acabó siendo arriano, de manera que el antiguo mundo, el de los romanos, era católico, y el nuevo mundo, el de los germanos, era arriano. Así parecía que era más fácil saber cuál seria el rumbo que se seguirla en el futuro. Y otra crisis diferente, pero también muy grave, fue la del siglo XVI, aunque no llegara a afectar a las raíces, pues 1ª común adhesión al símbolo de la fe, todavía perdura. Sin embargo, la confusión en el interior de la Iglesia fue enorme y produjo una serie de reformas que llegaron a una división radical.

Visto desde esa perspectiva, lo que nos está tocando vivir ahora, tal vez no sea el mayor desafío desde los comienzos de la historia, pero éste, en cambio, sí puede afectar las raíces.

 

LAS CAUSAS DE LA DECADENCIA

 

¿Cómo es posible que la crisis de la Iglesia se haya agudizado tanto? Permítame que, de entrada, le pregunte cuáles han sido las causas que habría que buscar seguramente, en el exterior de la Iglesia.

Desde la Ilustración existe un movimiento que considera la Iglesia demasiado anticuada. Esta cuestión se fue haciendo más radical con el progresivo desarrollo del pensamiento moderno. Luego, en el siglo XIX se originaron algunos movimientos en dirección contraria, pero también mantuvieron la línea ya trazada y aquello continuó adelante. La pauta que había que seguir era que todo fuera verificable científicamente y de esa forma se produjo -esto lo expresa muybien Bultmann- una imposición del, así llamado, concepto moderno de mundo, que fue aprobado como un valor altamente dogmático y que excluía la intervención de Dios, de los milagros, y de la Revelación. El hombre podía tener religión si quería, pero eso era algo solamente subjetivo y, por tanto, no podía tener relación con un contenido objetivo, común, vinculante y dogmático; cualquier dogma era considerado una contradicción para la razón humana. A pesar de estos viento contrarios de la historia, la Iglesia se ha mantenido haciéndoles frente, y así continuará siempre.

En cualquier caso, la posición radical de la Ilustración se muestra aquí muy parcial, ya que una religión reducida a pura subjetividad no tiene fuerza formativa, sino que el sujeto se confirma a sí mismo. Lo que las ciencias naturas limitan a puro racionalismo, en el fondo, tampoco puede dar respuesta a todas las cuestiones. Las preguntas: ,de dónde venimos», «qué soy yo», «cómo he de vivir», «para qué estoy aquí», son cuestiones que pertenecen a una esfera distinta del racionalismo, y no se pueden contestar ni desde la mera subjetividad, ni desde un puro irracionalismo. Como consecuencia de ese modo de pensar, la Iglesia dejó de ser, temporalmente, una forma de vida para toda la sociedad; la Edad Media había acabado, al rnenos, durante un tiempo previsible. Y la Iglesia pasó a ser un movimiento complementario -cuando no contrario- a la nueva concepción del mundo que entonces predominaba. Sin embargo, también se ha ido acreditando, al mismo tiempo, su necesidad y su justificación en la historia.

Ya a finales de la Ilustración, antes de la Revolución Francesa, se decía: «ahora el Papa -Dalai Lama de la cristianda- deberá desaparecer, para que pueda dar comienzo la nueva era de la razón». Y, efectivamente, el Papa se ocultó por algún tiempo en el exilio francés. Pero, en el siglo XIX, el pontificado se hizo más fuerte de lo que nunca había sido, y el cristianismo en el siglo XIX, no tuvo ni la fuerza, ni la forma del medievo, pero tuvo, en cambio, nuevo impulso y mucha más influencia que antes, en la sociedad. Por tanto, había dos corrientes simultáneas aunque independientes, intentando unificarse. La nueva situación del mundo hizo que la confesión de la fe resultara más difícil y que su manifestación -por la misma razón- se hiciera más personal, pero, a pesar de todo, el cristianismo no se quedó atrás, como una anticualla.

Los hombres comparan a la Iglesia con otros competidores, y los ponderan y buscan refugio en ellos. Tal vez por eso para las generaciones anteriores, fuera más fácil conservar la fe; su religión ya estaba probada y era digna de ser acogida, no había nada que cuestionar Ahora se han creado, en este sentido ciertas reservas. Se ha creado como una especie de dogma del mundo moderno, pensar que la Iglesia se basa, sobre todo, en el poder y la opresión. Con tanto hombre ilustrado y con el Estado secularizados, consecuentemente, su estrella ha empezado a extinguirse.

Yo a eso diría dos cosas. La primera, que precisamente en los sistemas totalitarios es donde la Iglesia ha demostrado que no se deja conformar a una sola concepción del mundo, y se establece como polo contrario y como comunidad universal, como una fuerza contraria a la opresión. En el siglo XX se ha demostrado, de forma hasta ahora desconocida, que precisamente esa vinculación colectiva que es la Iglesia, crea una fuerza antagónica frente a cualquier mecanismo opresor y frente al uniformismo político y económico universal; más aún, da libertad a los hombres y es para ellos una última barrera contra la opresión. Los mártires siempre han sido un ejemplo claro para todos de cómo resistir. Que la Iglesia es elemento de libertad se comprueba fácilmente tanto en Europa del Este como en China, tanto en Sudamérica como en África. Y es elemento de libertad porque, justamente, su forma colectiva también encierra un compromiso solidario. Si a partir de ahí, me opongo firmemente contra una dictadura, ya no sólo lo hago en nombre propio, sino desde una fuerza interior que trasciende a mi propio yo y a mi subjetividad.

Ahora, la segunda parte de su pregunta. Se suele tener la idea de que todo lo que subsiste remite, en el fondo, a una relación de poder Y esa ideología corrompe a la humanidad y también destruye a la Iglesia. Citaré un ejemplo concreto: si contempláramos la Iglesia solamente desde la perspectiva del poder, el que no ostente un cargo en ella, estaría oprimido, por así decir. En ese sentido, la ordenación de la mujer, por ejemplo, sería una cuestión imperiosa, puesto que todo el mundo tiene derecho al poder. Yo creo que esta idelogia recelosa, que en el fondo siempre gira en torno al poder, no sólo destruye la solidaridad y la cohesión en la iglesia, sino enn la vida humana en general, y, además, da una visión falsa de la iglesia, como si el poder fuera un fin para la Iglesia. Corno si el poder fuera la única categoría para explicar el mundo y la comunidad que vive en él.

En la Iglesia no estamos para asociarnos y ejercer un poder. Si pertenecer a la iglesia tiene algún sentido, es sólo porque la Iglesia nos da la vida eterna, es decir, la auténtica vida. Todo lo demás es secundario. De no ser así, cualquier «poder» en ella la convertiría en una simple asociación y en un absurdo teatro. Hay que dar de lado ya esa ideal del poder y ese reduccionismo de la Iglesia, que aún perdura como consecuencia de un recelo de orientación marxista.

La iglesia ha establecido un buen número de prohibiciones, es como un código de la circulación que ordenara la velocidad de nuestras vidas. Pero nuestro estilo de vida nos va señalando los cruces con un «tú puedes. dale más gas». En este vértigo nuestro, la felicidad parece algo fácil Y rápido de conseguir, mientras que en la religión, la felicidad es una especie de ensoñación libre de sufrimientos, de encantamiento místico espiritual Tal vez por eso, la Iglesia recibe tantas críticas y no puede aprovechar las oportunidades espirituales que ahora se presentan. Porque la Iglesia hace reclamaciones, habla de pecado, de sufrimiento y de justicia. Sólo un ejemplo curioso acerca de esto: Al Estado se le exige leyes más severas contra tantas extralimitaciones que son una continua amenaza para la seguridad de la sociedad, mientras que respecto a la Iglesia -cuyas leyes son morales- sucede lo contrario, y se le exigen leyes más suaves.

En la actual concepción del mundo, esas ideas de autonomía y antiautoritarias, son muy frecuentes. Predominan tanto como el concepto de poder. Ambos conceptos se han convertido en dos categorías que cuentan mucho para el hombre. Y una consecuencia de esto es que, si el sujeto autónomo es el que tiene la última palabra, entonces, también puede quererlo todo. Y quiere de la vida lo máximo que se pueda obtener de ella. A mí, esto me parece uno de los más graves problemas de la existencia actual. Dicen «la vida es breve y complicada, tengo que conseguir todo lo que pueda de ella», y «eso no me lo podrá impedir nadie». Y se sigue pensando «tengo que volcarme en mi propia vida, tengo que realizarme», y «nadie me convencerá de lo contrario». «Si alguien interviene en mi vida incomodándome, es enemigo de mi propio yo».

En el fondo de los documentos de El Cairo y Pekín (en la Conferencia sobre población y desarrollo, y en la Conferencia sobre la mujer, de las Naciones Unidas), se percibe esta concepción del mundo. Se concibe al hombre de un mundo puramente individualista, el hombre sólo es él mismo. Al hombre le han suprimido una relación que le pertenece y que necesita para llegar a ser él mismo. Ese derecho sobre sí mismo de ser su última instancia, y ese otro derecho a hacerse dueño de tanto como pueda en la vida -sea del modo que sea- y a que nadie pueda impedírselo, es propio del sentido de la vida que actualmente se ofrece a los hombres. Estando así las cosas, es natural que el «tú no puedes hacer eso» -hay reglas a las cuales todos debemos someternos- sea una ingerencia en mi vida, se convierte en una agresión contra la que hay que estar bien armado. Y aquí es donde encontramos la cuestión fundamental que hay que debatir: ¿cómo es feliz el hombre?, ¿qué tiene que hacer exactamente con su vida?, ¿es cierto que sólo él puede ser su propia norma para poder ser feliz?

No hace mucho comentaba a unos amigos que aquí cerca, en Frascati, suelen podar las viñas y, justamente por eso, la vid da sus frutos, porque se hace esa poda una vez al año. En el Evangelio de San Juan, en el capítulo 15, se utiliza esa escena como una parábola de la existencia humana y de la comunidad de la Iglesia. Cuando no se tiene el coraje para podar, sólo crecen hojas. Y referido a la Iglesia: entonces sólo crecen papeles, de ahí ya no sale vida. Pues, repitámonos las palabras de Cristo que vienen a decirnos que cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruímos. porque no estamos en una isla con nuestro propio yo, no nos hemos creado a nosotros mismos; hemos sido creados y creados para el amor, para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos. Sólo si nos damos, sólo si perdemos la propia vida -corno dijera Cristo- tendremos vida.

Esa posibilidad que se presenta a la libertad del hombre es fundamental y debe decidirse libremente. Pero hay que dejar bien claro que vivir sólo de derechos no es una buena receta para la vida. Negarse al sufrimiento, negarse a ser criatura, equivale a negarse a estar sometido a unas normas, y eso, al final de todo, es la negación del amor y la causa de la ruina del hombre. Cuando el hombre sabe someter sus derechos, y se deja podar, es cuando puede madurar y dar fruto.

Actualmente es frecuente observar que la gente joven cada vez se siente menos exigida. Eso explica, en parte, que se marchen y su interés por ciertas sectas de exigencias muy radicales y a corto plazo; primero, porque quieren estar a buen seguro, quieren ocultarse en alguna parte, pero, al mismo tiempo, porque quieren sentirse exigidos. En el interior más recóndito del hombre se esconde un deseo que sólo él conoce bien: «tengo que exigirme más y formarme bien para saber darme a los demás y saber perder».

La discrepancia entre fe y sociedad también procede de que la sociedad quiere poner a prueba la plausibilidad -la utilidad- en nuestros días, de la Iglesia, de la historia de la Iglesia y de su doctrina. Pero, ¿esas cosas se pueden probar?

Si lo que se busca es realmente una explicación razonable de la fe, eso no sería hacer pruebas. Eso forma parte del mensaje del cristianismo desde el principio. La fe sólo podía penetrar y extenderse por el mundo si era fácil de entender, si era un mensaje que, posteriormente, pudiera ser explicado por otras gentes. Pablo lo hizo, y no sólo a los judíos en la sinagoga. Habló también a los llamados temerosos de Dios, a los timoratos, habló a los gentiles que reconocían al Dios verdadero en el monoteísmo de Israel. Y al hablarles les razonó con argumentos que el judaísmo -y aquel paganismo monoteísta influido por el judaísmo- sólo llegaría a ser plenamente consecuente si llegaba hasta Cristo. Un cometido importante del cristianismo es dar siempre respuestas no sólo razonables, sino sustanciales. En cualquier caso, si el concepto de utilidad no se entiende en toda su amplitud, y sólo interesan algunas cosas del cristianismo que sean «útiles» para nuestra actual forma de vida y para nuestras costumbres, entonces estaríamos transmitiendo un cristianismo empobrecido y que ha perdido valor.

 

LOS DEFECTOS DE LA IGLESIA

El Cardenal König explicaba la situación actual en el mundo con las siguientes palabras: «Lo que ha conducido al mundo a desunirse de la Iglesia, ha sido una evolución de siglos. Es una discrepancia creciente entre el estado de la conciencia del hombre moderno y la doctrina cristiana». Y más adelante. añadía el Cardenal: «La propia Iglesia debería ser crítica y, antes que nada, preguntarse qué parte de culpa puede tener en las interferencias que se dan en su modo de comunicarse, para remediarlo».

Las interferencias en la comunicación, que comenta el Cardenal König, son totalmente evidentes, y pienso que también nosotros tenemos parte de culpa. Todavía no hemos encontrado la forma de expresarnos, para dirigirnos a las conciencias en el momento actual. Más tarde hablaremos de algunos conceptos como, por ejemplo, pecado original, redención, expiación, pecado, etcétera, que son palabras que expresan la verdad, pero que, a la mayoría de los hombres, en el lenguaje actual no les dicen absolutamente nada. Deberían recuperar su sentido y volver a ser comunicables gracias a nuestro esfuerzo, ésa es nuestra tarea. Pero eso sólo lo conseguiremos, viviéndolo bien nosotros en nuestro interior. Esos conceptos se nos harán también más inteligibles, y los podremos transmitir mejor si personalmente les damos nueva vida. Pero a esto habría que añadir que el cristianismo, de todas formas, nunca ha sido fácil de comunicar. Dice cosas para que se propaguen a toda la humanidad pero que sólo se pueden entender si entramos por el camino común. Son dos requisitos: uno, vivir bien el cristianismo para conocerlo y entenderlo mejor, y, después, exponerlo de forma convincente, a través de un cauce común para todos.

La imagen de la Iglesia en la opinión pública es, por diversas razones, la de una autoridad intimidatoria, anquilosada. ¿Por qué es tan exigente la función de la Iglesia? Siendo como es pastora de un gran rebaño ¿no debería ser más maternal con respecto a las almas?

Cuando habla la Iglesia, mucha gente sólo conserva en la memoria alguna prohibición moral -casi siempre relacionada con la sexualidad- y, por eso, les parece que la Iglesia sólo se ocupa de juzgar y de restringir la vida. Tal vez se haya dicho demasiado, y demasiadas veces, en unos tonos que no siempre la relacionaban suficientemente con la verdad y con el amor. Pero también depende mucho de la selección que hagan los medios de comunicación, para su posterior difusión. Las prohibiciones tienen interés como aviso, como advertencias dentro de un contexto y con un contenido tangible. Si la Iglesia sólo hablara de Dios, de Jesucristo, o de temas puntuales de la fe, no llegaría a utilizar el lenguaje secular y no se llegaría a oír nada de lo que dijera, De modo que- cabría preguntarse si, en vez de quejarse de los medios, la Iglesia no podría dosificar mejor su propia exposición ante la opinión pública. Dentro del núcleo propiamente dicho de la vida de la fe, las cosas singulares pueden anunciarse referidas unas a otras, y entonces las prohibiciones también tienen su importancia, mayor y más positivo, dentro de esa totalidad. Anunciarlas de la forma más pública y abierta posible siempre desfigura las proporciones, creo yo. La Iglesia tendría que reflexionar sobre cómo hallar la fórmula más conveniente para que, al hablar de fe a distintos colectivos, el mundo reciba su discurso completo y no sólo parte de sus manifestaciones.

La opinión pública tiene la impresión de que la Iglesia sólo reacciona, se aplica con tesón y reprende con severidad, en lo referente a los mandamiento divinos, y que en lo demás, simplemente confía que Dios no permitirá que la Iglesia se venga abajo. La Iglesia está rodeada de una dinámica que no es capaz de cambiar su lógica, e insiste, a pesar de todo, en sus propias afirmaciones. Por eso sus actuaciones no son demasiado radicales, sigue entumecida, amurallada dentro de su fortaleza. Y su mensaje queda en pura retórica.

Esa impresión que dice, varía mucho según las diferentes culturas de las naciones. En tiempos de opresión bajo un régimen comunista, no sólo los creyentes, sino los no creyentes, o también la gente en búsqueda de la fe -como fue, por ejemplo, el caso de Václav Havel- han tenido una impresión muy diferente. Ellos realmente percibieron que la Iglesia anunciaba un mensaje de libertad. Que era una energía que también llegaba a los no creyentes y que les inspiraba la confianza de saber que los poderes totalitarios nunca llegan a dominar todo.

En África, donde la Iglesia sufre continuos enfrentamientos con el Estado, por la corrupción que suele ser el principal problema de los Estados africanos, nunca ha predominado esa impresión de que la Iglesia permanezca impertérrita en sus propias afirmaciones, sino que es una gran fuerza dinámica, absolutamente presente en todo; que sale en defensa del Tercer mundo; que emprende muchas iniciativas con ese fin; que esas iniciativas no se limitan a un simple y determinado tipo de colaboración material para ayudar al desarrollo, sino que incluye un intercambio de otras muchas cosas. También en Sudamérica la perspectiva es otra. Se tiene la impresión de que la Iglesia es una realidad viva y dinámica, o no, según cómo se la reciba. Si en Alemania, en Centroeuropa, por ejemplo, sólo se ve a la Iglesia como contraria al progreso y autodefendiéndose, creo que es debido a que ahí, precisamente, se da una autodefensa ante las objeciones que plantea la Iglesia cuando no permite muchas de las cosas que se aceptan simplemente porque resultan cómodas.

«No os adaptéis al mundo» amonestaba el Papa. Pero, ¿no se ha adaptado ya la propia Iglesia? Parece tener mucho apego a la seguridad que le da su patrimonio,- invierte mucho dinero, tiempo y energía en la conservación de sus inmuebles. ¿No sería mejor que fuera algo más clara y explicara dónde reside su fortuna?

En eso le daría la razón. La inercia es un hecho importante también en la Iglesia. Y, en consecuencia, la Iglesia tiende a defender sus bienes, las posesiones adquiridas. Pero esa facultad que tiene de autodecisión y autorreducción, no ha evolucionado convenientemente. Esto a nosotros, también nos afecta en Alemania. Tenemos más instituciones eclesiales de las que podemos atender con ánimo eclesial. Esto supone un descrédito para la Iglesia que se aferra a esos sistemas institucionales, aunque ahí ya no quede nada suyo. Y con eso se va dando la impresión de que en un hospital o una escuela, por ejemplo, hay gente que sin tener nada que ver con ella, se compromete en una institución eclesial, sólo porque la Iglesia es su propietaria y tiene la voz cantante. Habría que hacer un examen de conciencia sobre todas estas cosas. Desgraciadamente, siempre ha sido así en la historia; cuando la Iglesia no era capaz de renunciar a los bienes temporales, se los quitaban de todos modos, y eso contribuía a su salvación.

Pero, de vez en cuando, no ha sido así; estoy pensando en la separación de Iglesia y Estado en Francia, durante el Pontificado de Pío X, es decir, a principios de este siglo. En esa ocasión, la Iglesia, recibió una oferta para poder conservar sus posesiones que, al mismo tiempo, requería una revisión general de todas ellas por parte de las altas esferas del Estado. Y Pío X explicó, además, que el bien de la Iglesia era mucho más importante que sus bienes. Abandonábamos nuestros bienes, para defender nuestro bien. No deberíamos perder esto de vista, porque es importante.

Cardenal Ratzinger, yo me pregunto, por qué la Iglesia no transmite mejor la fe a los que no tenemos ni idea, a los analfabetos, y por qué no nos habla con más frecuencia de lo más importante del catolicismo, de la libertad de pensamiento, de la reconciliación y la misericordia. También echo de menos sus ritos tradicionales, sus costumbres, sus fiestas, que con tanto orgullo y tanta sabiduría ha celebrado durante dos mil años. En un libro de Isaac Singer leí la descripción de la tradicional fiesta judía de los Tabernáculos. El rabino salmodíó las oraciones de la mesa y pronunció una prédica. Una interpretación de la Torá como aquella no se había oído nunca y aquello enardeció a los judíos. El rabino desveló algunos santos misterios. Por la tarde al final de todo, extendieron un mantel de fiesta sobre la mesa y sobre ella colocaron un trozo de pan y una jarra de vino, y un poco más allá, una copa. Según la impresión de todos los participantes, la fiesta de los Tabernáculos había convertido aquella vivienda en casa de Dios. Nuestros encuentros, los de los cristianos, más bien recuerdan una fiesta burguesa, con un plato frío de fiambres y cervezas.

Aquí aparece de nuevo el tema de la fusión o amalgama de cristianismo y sociedad, y la mezcla de las costumbres cristianas con las de las fiestas populares que ya habíamos visto. Pero relacionado con este tema, me gustaría referirme a otro aspecto. Seguramente el rabino no diría nada nuevo, pero el ambiente de fe y de rito festivo que se produce, siempre es nuevo y siempre se hace presente de forma nueva.

En nuestra liturgia hay una tendencia que a mí me parece equivocada, y que consiste en la «inculturac!6n» de la liturgia que se quiere introducir en el mundo moderno: «tiene que ser más breve; tiene que desaparecer lo que parezca ininteligible; convendría transcribirlo todo a un lenguaje más popular». Con todo eso, se está entendiendo mal el verdadero sentido y lo fundamental de la esencia de la liturgia y las fiestas litúrgicas. Porque en liturgia no hay que entender las cosas de forma racional, se entienden de múltiples formas, todas ellas con significado propio, e incorporándolas a una fiesta, que no es inventada por una comisión, sino que existe desde hace siglos muy lejanos, desde la eternidad.

Cuando el judaísmo perdió el Templo, empezaron a celebrar sus fiestas y ritos en las sinagogas, y los ritos de las grandes fiestas también se empezaron a celebrar en las casas de los creyentes. Esos ritos dependen de formas determinadas de vida y, por tanto, no pueden comprenderse superficialmente, sino en su contexto y con la exposición de la historia de la fe; sólo en ese marco pueden interpretarse, y no aisladamente. El sacerdote no es un «Showman» al que se le ocurra algo que luego comunica a los demás. Al contrario, tiene que ser muy mal «showman», tiene que desaparecer, porque él está en representación de alguien, no actúa en nombre propio.

La liturgia, como es natural, debe ser inteligible. Es muy importante que se lea y se interprete bien la Palabra de Dios. Pero entender debidamente la Palabra de Dios requiere otra clase de comprensión. No es una novedad que deba ser estudiada por diversas comisiones. De ser así, se reduciría a algo que se realiza conforme a las reuniones de las comisiones de estudio en Roma, en Tréveris o en París. Por el contrario, tiene que conservar siempre todo, su continuidad, manteniendo las últimas indicaciones, para que a través de ella yo pueda encontrarme con lo eterno en una misma comunidad festiva a lo largo de los siglos; eso es muy diferente a algo planifica por un comité o una comisión de festejos.

Creo que ahí ha habido una especie de clericalismo, a partir del cual se entiende un poco la petición de la ordenación de la mujer. Porque, ahí al sacerdote, a la persona del sacerdote, se le otorga una importancia desmedida, es decir, se espera de él que haga todo perfecto, que lo presente todo muy bien, etc. Porque, con esa mentalidad, el centro de la celebración es realmente el sacerdote. En consecuencia, cabe preguntarse «¿por qué concretamente él?,,. Cuando, por el contrario, el sacerdote sabe desaparecer personalmente, y reconocerse sólo como mera representación, entonces ya no queda nada circunscrito exclusivamente a él por el esmero con que cumple sus deberes; su persona, entonces, queda en un plano secundario, que permite que algo mucho más importante que él pueda hacer su aparición. Sólo así nos damos cuenta claramente de que la Tradición no es manipulable, y podemos admirarla en todo su peso y en toda su fuerza. Su belleza y su grandeza se diluyen en el conjunto de la ceremonia, aunque no se observe en detalles concretos. Porque el centro de todo es -ciertamente- la Palabra que ahí se va a proclamar e interpretar.

¿No convendría reactivar el antiguo rito, para contrarestar tanto afán de igualdad y tanta desilusión?

Con eso no solucionaríamos nada. En mi opinión, son muchos más los que hablan en favor del antiguo rito que los que realmente lo desean. Ahora es bastante imprevisible predecir, si se diera el caso, los riesgos que llevaría consigo o qué cosas resultarían ahora inadmisibles. Cuando a una comunidad de fieles le dicen que aquello, que hasta entonces había sido verdadero y sagrado, en realidad, era sólo una majadería y, por tanto, se debe omitir, después, no parece muy conveniente decirle que es mejor volver a revivirlo. Porque entonces, lógicamente le plantearía la pregunta: «en ese caso, ¿qué debernos creer de todo esto?, ¿Omitirán mañana lo que se permite hoy?>. No obstante, como dije antes, el simple retorno a la antigüedad, no sería una solución. En los últimos treinta años nuestra cultura ha cambiado tan radicalmente, que una liturgia celebrada en latín causaría extrañeza y sería difícil de aceptar para muchos. Lo que realmente necesitamos es una nueva educación litúrgica, sobre todo de los sacerdotes. Habría que insistir y explicar muy claramente que en la ciencia litúrgica no se producen continuamente modelos nuevos, como es costumbre hacer en la industria del automóvil. La liturgia está para ser incorporada a fiestas y a ferias litúrgicas y preparar al hombre para esos misterios. Deberíamos aprender de la Iglesia oriental, y también de todas las religiones del mundo, donde todos saben que la liturgia no está para descubrir nuevos textos y ritos, sino que perdura, precisamente, porque no se deja manipular. La juventud actual es muy sensible a esto. Existen muchos centros donde la liturgia se respeta y se vive sin aspavientos, que atraen a muchos aunque no entiendan todas y cada una de las palabras. Necesitaríamos más centros que sigan esa línea. Pero, desgraciadamente, mientras la tolerancia para lo que son pasatiempos es casi ilimitada, la tolerancia para la antigua liturgia es casi inexistente. Y eso es indicio de que no andamos por buen camino.

¿Puede saberse cuándo empezó la crisis de la Iglesia? ¿Tiene esta crisis su origen en fallos anteriores? ¿Ha hecho acopio la Iglesia de demasiadas cargas y ahora le están pasando la cuenta?

La historia tiene una continuidad y nosotros, lógicamente, no podemos escapar de ella. Así como en la historia de Alemania ha habido cosas buenas y cosas malas que la generación actual debe sobrellevar, en la historia de la Iglesia sucede lo mismo. Y por eso es bueno preguntarse ¿qué cosas ha habido en la Iglesia que ahora nos pesen más,cuáles fueron los errores que ahora debemos reconocer y afrontar? Pero, junto a todo eso, también está siempre la novedad de la generación presente.

La actual crisis tiene raíces en el pasado, pero yo no exageraría buscando causas y razones muy antiguas. Las nuevas coyunturas históricas también conducen a muchos altibajos. Como ejemplo me gusta recordar lo siguiente: cuando hizo su aparición el liberalismo político, en el interior de la Iglesia hubo, consecuentemente, una discusión sobre el modernismo que Pio X dirigió con gran agudeza. Después de la primera guerra mundial, aquello desapareció repentinamente. Actualmente, hay muchos que dicen que entonces se discutió demasiado sobre aquel terna, en vez de sofocarlo inmediatamente. Pero la realidad es que se vio la primera guerra mundial como el fracaso del liberalismo y que, a partir de entonces, se eclipsó como fuerza espiritual. Y con ello, inesperadamente se dio origen a una nueva toma de conciencia, no sólo entre los católicos, sino también en la cristiandad evangélica. Harnack, gran maestro liberal de la teología, se retiró; Karl Barth con su nueva y radical religiosidad ocupó su lugar; Erik Peterson, gran exégeta protestante e historiador, se convirtió al catolicismo. En la Iglesia evangélica se origina un nuevo movimiento litúrgico, mientras que la antigua teología liberal había sido marcadamente contraria al culto. Todo esto quiere decir que las generaciones de entonces ya no se interesaban por los problemas del modernismo. Esto se comprueba perfectamente en la autobiografía de Romano Guardini, cuando cuenta que él, que era estudiante durante esa fase del liberalismo, acabó en un consciente pronunciamiento antiliberal.

Después de la segunda guerra mundial la situación duró algún tiempo todavía, pero enseguida se formó el Estado del bienestar, que, llegó mucho más lejos que la bella époque. Surgió así una especie de neoliberalismo, y, de pronto, reapareció aquel cristianismo algo anticuado, desfasado y anacrónico tal como era antes de la primera guerra mundial.

Las crisis aparecen con los distintos cambios de época de la historia, y así hemos de contemplarlas. Hasta cierto punto puedo darle la razón a Karl Marx que dijo que la constitución ideológica de una época también es siempre reflejo de toda su estructura económica y social.

¿Es posible que en el actual proceso de decadencia de la Iglesia esté funcionando cierta autopurificación?

Hay fuerzas purificadoras funcionando, estoy convencido de ello. Pero no, por eso, podemos pensar que la pérdida de la fe, el agotamiento de la fe, sean en sí mismos un proceso de purificación. La situación actual es una oportunidad para la purificación, pero cada cual lo utilizará de un modo diferente. Y con esto volvemos de nuevo a la cuestión anterior sobre las posesiones y las instituciones eclesiales. Esa podría ser una buena purificación. Pero, por atravesar una fase de decadencia no se llega, automáticamente, a la purificación.

Medir los éxitos de la Iglesia es bastante difícil, al menos con criterios políticos o económicos, porque no hay cifras del negocio, ni de sus miembros. Sin embargo, Jesucristo aconsejaba a los suyos que administraran los bienes que el Señor les había confiado. Más aún, tenían que guardarlos bien y aumentarlos con métodos, por cierto, poco ortodoxos.

La primera pregunta sería ¿cómo hemos de interpretar las parábolas? Porque aunque Jesucristo en esta historia hablara de bancos, de hacer nego cios con el dinero para que produjera ganacias, eso no puede interpretarse como que aconsejara un método económico. Y la historia del administrador infiel -parábola especialmente difícil- cuando dice «bien, éste al menos encontró una solución, sed prudentes como él fue prudente», eso tampoco significa que haya que interpretar las parábolas como ejemplos a poner en práctica. Lo que, en cambio, sí quiere decir es que hay que estar bien despiertos y ser prudentes, y que hay que aprovechar las oportunidades porque también nos han sido confiadas la imaginación y la creatividad. Pero, sobre todo, significa que ser sólo buen creyente, decir «yo soy piadoso, me salvaré a mi manera y los demás que hagan lo que quieran», eso no es suficiente. La fe es un don recibido para transmitirlo a los demás, y no ha sido debidamente acogida si se piensa que es sólo para uno mismo. El cristianismo interiormente bien vivido está marcado por una dinámica que nos lleva a compartirlo. He hallado algo que puedo hacer y no puedo conformarme con decir «esto me basta». Porque en ese mismo instante destruiría el bien hallado. Es como cuando se recibe una gran alegría: existe la necesidad de contarla enseguida, de compartirla con alguien, porque si no, no es una alegría completa. Y esa es exactamente la dinámica de dar a los demás una parte del mensaje que Cristo dio a los suyos; además del esfuerzo, la imaginación y la audacia e, incluso el riesgo de perder nosotros algo en ello. Por eso, no podemos quedarnos tranquilos y pensar «bueno, no se trata de una promesa concreta, los éxitos los da Dios, Cumplimos con lo nuestro, si vienen otros o no, ya se verá». En el interior de la Iglesia, siempre debe estar presente esa intranquilidad: ha recibido un don destinado a toda la humanidad.

Pero además están las palabras del Señor: «Os envío como a corderos entre lobos», y también, «seréis perseguidos». Y eso significa, exactamente, que se nos está anticipando que nuestras obras siempre estarán relacionadas con el destino del mismo Jesucristo. A mí me parece que la cristiandad debería vivir con esta tensión en todo momento. No es razonable que haya una autosatisfacción en el sentido de «bueno, ya hemos conseguido lo nuestro, no podemos hacer nada más», porque nuestra tarea se renueva constantemente: hemos de ser buenos administradores, como usureros -que esa fue la expresión empleada por Jesucristo- aunque no lleguemos a tocar el éxito con las manos.

 

EL CANON DE LAS CRÍTICAS

 

Cardenal Ratzinger, al hablar de las críticas a la Iglesia, me decía que había una especie de «canon» de preguntas: la ordenación de la mujer, los preservativos, el celibato, el matrimonio de los divorciados. Estas preguntas puntuales datan del año 1984. Las iniciativas populares de la Iglesia, del año 1995, en Austria, Alemania y Suiza, han demostrado que este tipo de preguntas siguen sin respuesta. Se sigue dando vueltas siempre sobre lo mismo, indefinidamente. Tal vez fuera bueno hacer alguna aclaración al respecto. Yo creo que hay muchos que no saben lo que dicen cuando hablan del papado o del sacerdocio; no conocen el significado exacto de esos conceptos.

Primero aclararla que esas preguntas, efectivamente, son auténticas. Pero, si las tratáramos aquí, una a una, como cuestiones o temas singulares de la cristiandad, nos extenderíamos mucho. Referente a esos temas, hay una consideración muy sencilla, en dirección contraria, (formulada por Johann Baptist Metz en un artículo sobre las iniciativas populares de la Iglesia) que dice lo siguiente: esas cuestiones ya están resueltas en la cristiandad evangélica, Los cristianos evangélicos hicieron lo contrario que nosotros, y eso, ahora nos permite comprobar que con ello -como es evidente- no han logrado solucionar el problema de la cristiandad en nuestro mundo de hoy. Por lo tanto, la problemática de la cristiandad, el esfuerzo de ser cristiano ahora sigue siendo tan dramático como antes.

Metz se preguntaba -si no recuerdo Mal- por qué íbamos a hacer nosotros un duplicado de lo que han hecho los protestantes. Saber que ya existe una experiencia evidente, que el cristianismo no fracasa precisamente por eso, por cuestiones como esas, es magnífico. Ha quedado demostrado que las soluciones que han empleado para esos temas no han hecho más atractivo el Evangelio, ni más fácil ser cristiano, ni tampoco han conseguido un consenso para mantener más unida a la Iglesia. Tener esto muy claro de una vez por todas, me parece muy importante, porque esas cuestiones no son, en absoluto, las que pueden dañar a la Iglesia.

 

 

EL DOGMA DE LA INFALIBILIDAD

En ese caso, permítame que abordemos el tema por el que los protestantes cortaron por lo sano: el dogma de la infalibilidad. ¿Qué dice ese dogma exactamente? ¿Se ha comprendido o traducido correctamente que cada vez que habla el Papa lo que dice es, automáticamente, santo y verdadero? Quiero formularle esta pregunta al inciar este capítulo sobre las críticas, porque este es un asunto que, por diferentes razones, preocupa mucho a todo el mundo

Al formular la pregunta, se ha formulado también el error. Ese dogma no significa que todo lo que diga el Papa sea infalible. Significa, exactamente, que en el cristíanismo, en la fe católica en todo caso, hay una última instancía para tomar decisiones. Significa que el Papa tiene autoridad para decidir, con carácter vinculante, en las cuestiones esenciales, y que nosotros, en definitiva, podemos tener la certeza de que la herencia de Cristo se ha interpretado correctamente. Esa vinculación está presente, de un modo u otro en todas las comunidades de creyentes, aunque no esté referida al Papa.

La Iglesia ortodoxa también sabe que las decisiones del Concilio son infalibles, en el sentido de que ahí también hay una certeza de que se trata de la herencia de Cristo correctamente interpretada; esto pertenece a nuestra fe común. No necesitamos rebuscar y espigar en la Biblia cada cosa nueva, porque la iglesia tiene esta facultad de darnos una certeza común. Lo que nos diferencia de los ortodoxos es que el cristianismo romano, además del Concilio ecuménico, disfruta de otra instancia suprema para cerciorarse, que es el sucesor de Pedro que nos da la garantía de esa certeza. El Papa, lógicamente también está sujeto a ciertas condiciones -que a él le obligan en grado sumo- para garantizar que no se trata de una decisión suya, de su conciencia subjetiva, sino que se ha tomado conforme a la conciencia de la Tradición.

De todas formas, ha costado mucho tiempo encontrar esa solución.

Se celebraron muchos Concilios antes de adoptar una teoría sobre ellos. Los Padres del Concilio de Nicea, en el año 235, primer Concilio, no sabían qué era exactamente un Concilio, sólo sabían que habían sido convocados por el Emperador. Pero todos tenían muy claro que no hablaban en nombre propio dando su opinión personal (como aconteció en el Concilio de los Apóstoles: «Porque el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido», Hech 15, 28), es decir, estaban convencidos de que el Espíritu Santo había decidido con ellos, por ellos. El Concilio de Nicea hablaba de tres sedes primadas en la Iglesia: Roma, Antioquía y Alejandría. Eran las instancias donde cerciorarse de la verdad, las tres concordes con la tradición de San Pedro. Roma y Antioquía eran sedes de los obispos sucesores de San Pedro, mientras que Alejandría había sido sede de Marcos, también de tradición petrina, y, por tanto, admitida en aquel trío.

Los obispos de Roma fueron muy pronto conscientes de su tradición petrina, y de que, junto a aquella responsabilidad, habían recibido la promesa de ayuda para responder a ella. En la crisis del arrianismo esto se hizo evidente al ser Roma la única instancia que pudo hacer frente al Emperador. El obispo de Roma que, naturalmente, debe oír a toda la Iglesia en su conjunto y no crear una nueva fe, tiene una función que está en la línea de la promesa petrina. Después se formuló de una forma inteligible y, de hecho, fue definitiva a partir del año 1870.

Pero cabe todavía destacar que, además de en el interior de la cristiandad católica, también en el exterior hubo siempre el sentimiento de que era necesaria una única autoridad para todo. Y así ha quedado de manifiesto, por ejemplo, en el diálogo con los anglicanos. Los anglicanos están dispuestos, digamos, a aceptar un proceso de revisión de la vinculación a la tradición del primado de Roma, sin reconocer a Pedro, expresamente, en las palabras del Papa. Yparte de la cristiandad evangélica también piensa que la cristiandad debería tener una especie de portavoz expresado en una persona. La Iglesia ortodoxa, por su parte, también escucha voces de crítica y protesta por la desmembración de la Iglesia en las iglesias autocéfalas (iglesias nacionales), en vez de volver al principio petrino, de gran significado para ellos. Todo esto no significa el reconocimiento del dogma romano, pero las convergencias van en aumento.

 

UN MENSAJE DE ALEGRÍA Y NO DE AMENAZA

 

La moral tradicional de la Iglesia católica, según una de las críticas, está basada en el sentimiento de pecado. Es particularmente negativa cuando se trata de valorar los temas sexuales. La Iglesia ha impuesto una serie de cargas que nada tienen que ver con la Revelación. Ahora dicen que la teología cristiana, por explicarlo de alguna manera, ya no se ocupará de los fundamentos del pecado y de la contrición. Se deberían poder buscar nuevas experiencias del misterio religioso más allá de sus normas.

La contraposición del encabezamiento, mensaje de alegría y no de amenaza, me resulta complicado de valorar. Porque el que lea el Evangelio ve enseguida que Jesucristo proclama un mensaje de alegría, aunque nos hable también de un juicio. En el Evangelio hay palabras tremendas sobre el juicio, que incluso podrían producirnos escalofríos. No hay por qué ocultarlo. Pero eso es porque el Señor no parece ver ninguna contradicción entre el anuncio de un tribunal o de un juicio y el de la alegría, sino que da a entender lo contrario. Parece decirnos que hay un juicio, que se hará justicia, en todo caso para los oprimidos, para los injustamente tratados, y eso es motivo de esperanza y, por tanto, un mensaje de alegría. Sólo podrían sentirse amenazados los opresores o los que practiquen la injusticia.

Adorno también dijo que sólo podría haber justicia si los muertos resucitasen; para que todo quedara purificado, había que hacer justicia a las injusticias habidas, con carácter retroactivo, por así decir. En alguna parte tiene que haber una sanción para todas las injusticias, tiene que haber una victoria de la justicia o, al menos, eso es lo que todavía esperamos. Cristo -y su juicio no sólo es la victoria sobre el Mal, Cristo es la victoria del Bien y, de hecho, ese es el mensaje de alegría: «Dios es justo y Dios es juez». Ese mensaje de alegría, naturalmente me llama al deber. Si yo sólo lo recibo para mi propia reprobación, al final carecería de significado y me causaría aturdimiento. Nosotros debemos dirigirnos amistosamente a los que padecen la falta de justicia -aunque tengan derecho a ella- sin perder de vista el carácter de ese juicio, y aceptando que nosotros mismos, también estamos subordinados a esas mismas reglas y, por tanto, hemos de intentar no ser de los que practican la injusticia.

Por supuesto, en ese mensaje de justicia se da un elemento de intranquilidad, pero es bueno que se dé. Lo que intento decir es que, al contemplar las injusticias cometidas por ricos y poderosos de la Edad Media, se observa que cuando la hora del juicio se veía cercana, trataban de compensar aquello con limosnas y haciendo obras buenas. Entonces se comprueba que la conciencia del juicio divino también tenía consecuencias en el orden político y social. Existe la conciencia de que «no me puedo ir así de este mundo, tengo que hacer algo para arreglarlo», y eso quiere decir que había una amenaza por encima de todas aquellas riquezas, que, por lo menos, era saludable. Y eso, concretamente, es una ayuda para el hombre.

De todos modos quisiera añadir que por Cristo sabemos que ese Juez no aplica la justicia con mano férrea, sino que nos da su gracia y, por tanto, podemos dirigirnos a él confiadamente. Pero creo importante que cada uno sopese en esa balanza lo que hace, y sabiendo que se hará justicia, considere que no puede obrar como le apetece, sino que deberá actuar siendo consciente de que ha de presentarse ante un tribunal, sin que esto le lleve a vivir una vida atemorizada o con escrúpulos.

Y me parece que ahí también se ha trazado la línea a seguir por la Iglesia y por la pastoral de la Iglesia. Ella también tiene que poder amenazar a los poderosos, tiene que poder salir al paso de los que «tiran» su vida, de los que la malgastan y destruyen, adoptando una actitud de amenaza precisamente por su bien, por su derecho a un auténtico bienestar y a la propia felicidad. Pero esa actitud no debe convertirse en motivo de miedos o temores; la Iglesia tiene que saber en cada caso a quién se dirige, Porque hay receptores, que son almas casi enfermas, a quienes se les podría inducir fácilmente al miedo. Entonces habría que quitarles ese miedo y animarles, hablándoles con otras palabras, de la gracia y la esperanza que iluminarán sus almas. Pero también hay otros con la piel más gorda, que bien merecerían una buena tunda de palos. Creo que, en el fondo, es lo mismo, el mensaje amenzador es también de alegría, porque nos hace conscientes y nos advierte que el mundo es bueno y siempre vence el bien.

 

 

SOMOS EL PUEBLO DE DIOS

 

El concepto «Pueblo de Dios», se utiliza hoy en día, para reclamar una autonomía frente al papel de la Iglesia, con el lema «somos el pueblo y se hace lo que el pueblo diga». Por otra parte, también existe el dicho «la voz del pueblo es la voz de Dios». ¿Cómo explicar entonces este concepto?

Un teólogo y creyente lo primero que oye es lo que dice la Biblia. Nosotros no podemos dar una respuesta por nuestra cuenta a las grandes cuestiones «¿quién es Dios?», «¿qué es Iglesia?», «¿qué la gracia?», etcétera. En el don de la fe existe, precisamente, un precedente. El pueblo de Dios es un concepto bíblico. Y el estudio bíblico nos da la normativa a seguir para utilizarlo. Lo primero y más esencial es que se trata de un concepto para las mentes de antaño, donde el concepto de pueblo tenía muy poco que ver con el moderno de naciones o países, y estaba sobre todo relacionado con tribus y familias.

Para empezar es un concepto de relación. Eso es lo que ha constatado la nueva exégesis. Israel no es pueblo de Dios considerado solamente como nación política. Sólo es pueblo de Dios cuando se vuelve hacia Dios. Sólo es Pueblo de Dios en esa relación, en ese dirigirse a Dios que en Israel consiste en el sometimiento a la Torá (a la Ley). El concepto de pueblo de Dios en el Antiguo Testamento incluye, ante todo, la elección que hace Dios del pueblo de Israel sin méritos propios, no siendo un gran pueblo, siendo poco significativo, tal vez, uno de los pueblos más pequeños, pero lo elige por amor. Ese concepto, entre otras cosas, incluye la aceptación de ese amor que, concretamente, significa sometimiento a la Torá. Sólo es pueblo de Dios con ese sometimiento en relación con Dios.

El concepto de pueblo de Dios en el Nuevo Testamento sólo se refiere (con una o, tal vez, dos excepciones) a Israel, es decir, al pueblo relacionado con la Antigua Alianza, no es un concepto inmediatamente eclesial. De todos modos la Iglesia se entiende como una continuación de Israel, aunque los cristianos no desciendan de Abrahám, y, por tanto, no pertenezcan propiamente a ese pueblo. Pero, según dice el Nuevo Testamento, descienden de Cristo y son también, por eso, hijos de Abrahám. Es decir, es el pueblo de Dios el que es de Cristo. Se podría señalar que el concepto de Torá ha sido sustituido por la persona de Cristo, y la categoría de pueblo de Dios que no se utiliza para el nuevo pueblo, se vincula a la comunidad de Cristo, y a la vida como Cristo y con Cristo, como dice San Pablo: «procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Fil 2, 5). Pablo describe los «sentimientos de Cristo» con las palabras «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz». El concepto pueblo de Dios se aplica cristianamente sólo cuando se recoge en su aceptación bíblica. De cualquier otra forma que no sea esa, sólo son utilizaciones no cristianas que pueden pasarse por alto. Y, en mi opinión, creo que también son producto de la soberbia. Porque, ¿quién puede decir de sí mismo «nosotros somos pueblo de Dios, esos otros no»?

Yo añadiría a esa afirmación, «somos el pueblo», una nueva consideración. De esa afirmación, «somos el pueblo», también se deduce otra, «nosotros decidimos». Si en Alemania, una asociación reuniera a todos sus miembros y dijera: «somos el pueblo y, por tanto, decidimos que esto sea así», todo el mundo se mofaría de ellos, Todos los pueblos tiene sus distintos órganos de decisión, todo el mundo sabe que las leyes federales no se pueden decidir en un concejo municipal, es decir, por medio de un órgano que no representa una totalidad. De igual modo, tampoco puede decir cualquiera, «nosotros somos la Iglesia que decide», sino que todos pertenecemos a un grupo, y todos los grupos pertenecen a una totalidad. Si en un pueblo auténticamente democrático, hubiera distintos grupos que quisieran decidir por la totalidad, se vería como un absoluto absurdo. En ese caso, debería haber un concejo municipal de párrocos y una reunión diocesana para poder decidir sus propios asuntos. No. Los asuntos de la Iglesia no pueden decidirse así.

A la Iglesia le sucede, tal como el Derecho público nos ha preparado (lo cual también tiene significado para la Iglesia), que vive no sólo sincrónicamente sino también diacrónicamente. Esto significa exactamente que todos -incluso los difuntos- vivimos y formamos parte siempre de la totalidad de la Iglesia, pertenecemos siempre a una totalidad de la Iglesia. Ayer, por ejemplo, en un Estado teníamos la Administración Reagan y hoy tenemos la Administración Clinton, y la siguiente Administración probablemente deshará todo lo realizado por la anterior, porque «ahora comenzarnos de nuevo». Pero en la Iglesia no es así. La Iglesia vive su identidad en todas las generaciones, con una identidad que sobrevive a todos los tiempos y cuya mayoría está formada por santos. Cada nueva generación intenta sumarse a esa hilera de santos con su propia aportación. Pero sólo podrá hacerlo, aceptando la continuidad de la iglesia e incorporándose a ella.

Pero en los Estados también se logra una continuidad que nada tiene que ver con sus Presidentes.

Efectivamente, es un argumento muy convincente. Es cierto que en los Estados no siempre se empieza de nuevo, desde el principio. A todo el mundo le gusta poder continuar con la tradición de su Estado, sujeto a una

Constitución, sin necesidad de empezar a construir desde cero. Y lo que es válido para un Estado, también lo es para la Iglesia, claro está, pero, eso sí, de forma mucho más estricta y mucho más profunda.

Hay algunos movimientos del tipo de «somos el pueblo», que no quieren pertenecer a ese gran rebaño que obedece órdenes, reglas e indicaciones, y, sencillamente, han saltado la valla.

¿Quiere decir en el Estado? Sí, así es. Pero en la Iglesia no se da ese fenómeno. Los movimiento básicamente democráticos nos demuestran que, de hecho, eso no funciona en el Estado. La Unión Soviética tuvo así sus comienzos. Al preparar los distintos concejos, tenían también que decidir las «bases», porque todo el mundo tenía que participar activamente. Y esa supuesta democracia directa, que se contrapuso como democracia popular a una democracia representativa (parlamentaria), en la realidad quedó convertida en una solemne mentira. Y en un concejo eclesial no sería muy diferente.

Ese lema utilizado por muchos, «somos el pueblo», también ha tenido bastante éxito, porque en nuestro pasado, cuando éramos jóvenes, fue también el lema de los movimientos de protesta en la República Democrática de Alemania.

Sí, creo que efectivamente fue así. Pero en aquel caso, todo el pueblo seguía aquel lema. Ahora ese consenso ha desaparecido. Ya sólo es una fuerte protesta, pero aun así, en base a eso, no se puede conducir positivamente a una comunidad.

 

SANTO GOBIERNO Y FRATERNIDAD

 

¿Por qué la Iglesia de hoy sigue actuando con métodos autoritarios y sigue organizada con estructuras «totalitarias»? En la Iglesia se podrían utilizar otros modelos más democráticos. En una sociedad democrática no se pueden reclamar los derechos humanos y luego dejarlos colgados de una percha. No se puede exigir al prójimo, y recriminar, legislar y obrar con un dedo acusador en alto.

Primero unas palabras con respecto a la jerarquía. La traducción exacta de este concepto, no es precisamente santo gobierno, sino causa santa. La palabra «arkho» puede significar efectivamente las dos cosas, causa y yo mando, pero aquí su verdadero significado es el de «causa santa». Es la fuerza de una causa que se va comunicando y que es santa, y, por eso siempre actúa de nuevo en cada nueva generación de la Iglesia. Esta fuerza no perdura por la mera continuidad de generaciones, sino que procede de esa fuente que siempre se hace presente de nuevo, y que, por medio de los sacramentos, se sigue comunicando a todos. Esto, me parece a mí que, de entrada, ofrece una visión diferente bastante importante, porque al sacerdocio no le corresponde la categoría de gobernante. Al sacerdocio le corresponde, por el contrario, ser instrumento y representante de un nuevo comienzo a cuya disposición se pone. Entender el sacerdocio, el episcopado, el papado como dominio, es tergiversarlo y desfigurarlo.

Por el Evangelio sabemos que los discípulos discutieron por una cuestión de rango, la tentación de dominio propia de la juventud estuvo presente desde el primer momento, y lo sigue estando. No se puede negar que en todas las épocas esté presente esa misma tentación, también en la nuestra. Pero también, y a la vez, está aquel gesto del Señor que lavó los pies a sus discípulos Para prepararles a compartir la mesa con Él, con el mismo Dios. Con ese ademán nos está diciendo «esto es sacerdocio, si no os agrada, no sois sacerdotes». 0 como también dijo a la madre de los Zebedeos «la condición es beber mi propio cáliz», que es lo mismo que decir: hay que sufrir con Cristo. Si luego estaremos sentados a su derecha 0 a su izquierda, no lo sabemos. Así que, por lo pronto, lo que sabemos es que ser su discípulo significa beber el cáliz, acabar junto al Señor compartiendo su mismo destino, lavar los pies a los demás, sufrir junto a Él. Éste sería por tanto el primer punto: el origen que da sentido a la jerarquía no es, en ningún caso, el de crear un sistema de dominio, sino el de mantener siempre presente algo que no procede del individuo. Nadie puede por sí mismo perdonar los pecados, nadie puede por sí mismo comunicar el Espíritu Santo, ni puede por sí mismo hacer la transubstanciación del pan en el Cuerpo de Cristo, ni hacerlo presente. Para eso hay que realizar un servicio en el cual la Iglesia no puede autoregularse, sino que vive siempre de acuerdo con su origen primero.

Y una segunda observación: la palabra fraternidad es muy bonita, pero no deberíamos olvidar su doble sentido. La primera pareja de hermanos que ha existido en la historia, según cuenta la Biblia, fueron Caín y Abel, y uno mató al otro. Pero esa situación ha acontecido en más lugares que en la historia religiosa. La mitología del origen de Roma nos habla de Rómulo y Remo. Empezó también con dos hermanos, y uno mató al otro. Es decir que el hecho de ser hermanos no significa, automáticamente, que sean un modelo de amor y equidad. Así como la paternidad se puede convertir en tiranía, en la historia también tenemos innumerables ejemplos de fraternidad negativa. La fraternidad tiene también que ser, diríamos, redimida, y para eso hay que acercarla a la Cruz, para que ahí tome su verdadera forma.

Y ahora tratemos acerca de las cuestiones prácticas. Es posible que en la Iglesia haya actualmente demasiada decisión y demasiado gobierno. En realidad, según su naturaleza, tiene una función que consiste sólo en servir para que se celebren los sacramentos, para hacer que Cristo pueda estar siempre presente y para que se proclame la Palabra de Dios. Todo lo demás está supeditado a ésto. No tendría por qué haber una función de gobierno permanente, pues debería ser suficiente con obedecer lo que está establecido desde el principio y renovar nuestra vinculación a Cristo. El titular de un cargo debería estar, no para darse a conocer y para cambiar las cosas, sino para servir de conductor o canal para los demás, ocultándose a sí mismo, pero de eso ya hemos hablado. Sobre todo, debería ser el primero en obedecer sin protestar «querría decir tal cosa», sino preguntando qué dice Cristo y cuál es nuestra fe, y, luego, viviendo sometido a ella. Y, en segundo lugar, debería ser también un buen servidor, siempre a disposición de los demás, de forma que, en ese seguimiento de Cristo, estuviera permanentemente dispuesto a lavarles los pies. En San Agustín puede apreciarse muy bien esto; ya hemos hablado de ello: siempre estaba ocupado con menudencias, dedicado al lavatorio de pies y dispuesto a malgastar su preciosa vida por los demás, pero sabía que con eso no la malgastaba. Ésta sería la auténtica imagen del sacerdote. Cuando se vive así, rectamente, ser sacerdote no puede significar que, al fin, se ha alcanzado un puesto de mando, significa que se ha renunciado a un proyecto de vida para darse al servicio de los demás.

Forma parte también de esta tarea, y cito nuevamente a San Agustín, «corregir, reprender y sufrir disgustos».

Agustín explicaba en un sermón lo siguiente: «Tú quieres vivir mal, tú quieres hundirte. Pero yo no puedo quererlo. Yo debo reprenderte, aunque no te guste» . Y entonces utilizaba el ejemplo de aquel padre que sufría la enfermedad del sueño, cuyo hijo continuamente le despertaba porque ése era el único modo de curarle. El padre entonces decía «déjame dormir, estoy agotado». Y el hijo respondía «no, no puedo dejar que duermas». «Y ésa es», proseguía Agustín, «la función de un obispo». No puedo consentir que sigáis durmiendo. Ya sé que os gustaría continuar dormidos, pero eso es precisamente lo que no puedo permitir. Y, en ese sentido, es como la Iglesia puede también alzar su dedo índice y hacer advertencias. Pero haciendo siempre patente que lo que quiere no es fastidiar a los hombres, sino mostrarles que está inquieta por su propio bien: «no puedo dejaros dormir porque ese sueño sería mortal». Pero en el ejercicio de esa autoridad tiene también que sobrellevar el peso del sufrimiento de Cristo. Nosotros decimos, con una visión puramente humana «Cristo ha dado testimonio de haber sufrido». Y la Iglesia también tiene que dar ese testimonio. Por eso la Iglesia, cuando tiene mártires y confesores de la fe, se hace más digna de crédito. Cuando la Iglesia se vuelve cómoda, pierde credibilidad.

 

EL CELIBATO

 

Bien. Nada hay que enfade más a la gente, que la vieja cuestión sobre el celibato. Aunque sólo afecte a una mínima fracción de la Iglesia ¿por qué existe el celibato?

Va muy unido a unas palabras de Cristo. Hay algunos, -dice-, que renuncian al matrimonio por el Reino de los Cielos y ofrecen toda su existencia en testimonio del Reino de los Cielos. La iglesia llegó muy pronto a la convicción de que ser sacerdote significaba dar testimonio de ese Reino de los Cielos. En el Antiguo Testamento, el sacerdote tenía una situación paralela, aunque de otra naturaleza, que sirve de objetiva analogía. Israel se instala en el país. Las once tribus recibieron su propia tierra, su territorio. Sólo la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes, no recibió ninguna tierra, no recibió ninguna herencia; su herencia era sólo Dios. Esto significaba, en la práctica, que sus miembros tenían que vivir de las ofrendas del culto, y no de la explotación de las tierras como las otras tribus. Su característica fundamental es que no tenían ninguna propiedad. En el Salmo 16 se dice: « Tú eres mi copa, y la porción de mi herencia. Tú eres quien garantiza mi suerte». Dios es mi heredad. Esta figura del Antiguo Testamento que deja a la tribu de los sacerdotes sin territorio y que, podría decirse, sólo vive de Dios, y, por tanto, sólo referida a Dios, se tradujo más adelante como unas palabras de Jesús que venían a decir que, en la vida del sacerdote, su tierra es Dios.

Actualmente nos resulta difícil entender el carácter de esta renuncia, porque la proporción de matrimonios y de hijos ha sufrido un gran cambio. Morir sin descendencia, era considerado antiguamente como vivir inútilmente, «he trazado las huellas de mi vida, pero no he dejado mi rastro; de haber tenidos hijos, habría sobrevivido en ellos, hubiera quedado mi inmortalidad reflejada en mi descendencia». Por eso, era casi condición de vida permanecer en el mundo de los vivos, dejando descendencia.

La renuncia al matrimonio y a una familia habría que contemplarla bajo este punto de vista, «renuncio a algo normal e importante para los demás, renuncio a traer nuevas vidas al árbol de la vida, para vivir con la confianza de que sólo Dios es mi heredad, y contribuir así a que los demás crean en la existencia del Reino de los Cielos», «Así, no sólo con palabras, sino con mi propia existencia, daré testimonio de Jesucristo y de su Evangelio, entregaré mi vida para que Dios disponga de ella».

El celibato, por tanto, tiene doble sentido, uno cristológico y otro apostólico. No se trata de ahorrar tiempo -Como no soy padre de familia, dispongo de más tiempo-, aunque sea verdad, eso sería una visión demasiado primitiva y pragmática. De lo que se trata es de una existencia humana, que lo deja todo por Dios, y esto, exactamente, quiere decir que entrega lo que a los demás les parece normal y condición de vida, un aliciente para la existencia humana.

 

Por otra parte, no es un dogma. ¿Se trata acaso de una deliberación actualizada cada día: de elegir una forma de vida de celibato o no~celibato?

En efecto, no es un dogma. Es una costumbre de vida que, desde muy temprano, se fue formando en el interior de la iglesia por muy buenas razones bíblicas. Recientes investigaciones han desmostrado que el celibato se remonta a tiempos muy remotos -como hemos sabido por las fuentes del derecho- hasta el siglo II. En la Iglesia oriental, el celibato también estuvo muy extendido desde tiempos muy lejanos donde nosotros no podemos llegar. En Oriente hubo un cambio en este aspecto en el siglo VII. No obstante, tanto antes como después de ese siglo, los monjes de Oriente siempre han considerado muy importante el celibato tanto para los sacerdotes comunes como para su jerarquía.

No es un dogma, es una costumbre de vida que creció en el seno de la Iglesia y que, naturalmente, lleva consigo el riesgo de que pueda desaparecer. Siendo tan atacada, puede haber caídas. Yo creo que lo que la gente de ahora tiene contra el celibato es que ven a muchos sacerdotes que, en efecto, en su interior no están muy de acuerdo, y entonces les parece una hipocresía que lo vivan mal o que se pasen la vida sufriendo y que ...

... les destroce la vida ...

Cuanta menos fe haya más caídas habrá. Y con eso se consigue que, además, el celibato pierda prestigio y no se le reconozca todo lo que tiene de positivo. Es muy importante saber y tener clara la idea de que los tiempos de crisis del celibato coinciden siempre con tiempos de crisis del matrimonio. Actualmente, no sólo se ven grietas en el celibato, el matrimonio, como fundamento de nuestra sociedad, cada vez es más frágil . En las legislaciones de los estados occidentales, se ofrecen con cierta frecuencia otras alternativas que se ponen al mismo nivel, para después poder disolverlas legalmente con más facilidad. Y una cosa más, el esfuerzo por vivir realmente bien el matrimonio, tampoco es pequeño. Es decir, que si se aboliera el celibato, pasaríamos, en la práctica, a la separación de matrimonios de sacerdotes, y tendríamos un nuevo problema añadido. La Iglesia evangélica sabe mucho de eso.

Nosotros lo que podemos comprobar con todo esto es que las altas formas de vida que se dan en la existencia humana conllevan también grandes riesgos.

La consecuencia que podemos sacar no es decir «así no podemos seguir» . No. Lo que hemos de hacer esforzarnos en aumentar nuestra fe. Y también tenemos que tener más cuidado a la hora de hacer la selección de los candidatos al sacerdocio. Porque sería lamentable que alguno fuera cargado con algún problema y, sin decírselo a nadie, pensara «preferiría no seguir adelante hacia el sacerdocio». 0 que pensara, por ejemplo, «me gustan demasiado las chicas, pero ya lo arreglaré». Ese no es buen comienzo. El candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida; debe saber que sólo vivirá de la fe. Sólo así, el celibato podrá ser el testimonio que edifique a los hombres y además anime a los casados a vivir bien su matrimonio. Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es posible, la otra tampoco lo es; una lealtad fundamento la otra.

¿Es simple suposición eso que ha dicho de que la crisis del celibato coincide con la crisis del matrimonio?

Es algo evidente. Cuando el hombre tiene que tomar una decisión vital y definitiva sobre alguna cuestión intima, siempre se plantea las mismas preguntas: ,¿es bueno decidir ahora a los, digamos, veinticinco años, algo para toda la vida?» Y, sobre todo, «¿esto será conveniente para mí?», «¿podré hacer esto y realizarme, madurar, o será mejor esperar otras posibilidades?». Y yendo más al fondo aún, la cuestión se presenta así: «¿es propio del hombre decidir algo definitivo en el ámbito más íntimo de su existencia?», «¿podrá el hombre mantener una decisión definitiva toda la vida?». Yo daría estas dos respuestas con respecto al matrimonio: una, podrá si, de verdad, está fuertemente anclado en la fe; y dos, podrá si lucha por alcanzar la plenitud del amor y de la madurez humana. Y todo lo que el hombre realice fuera del matrimonio monógamo está por debajo de él.

 

Pero si las cifras de las rupturas del celibato son exactas, se puede decir que, de facto, el celibato hace tiempo que ha fracasado. Por eso le repito la pregunta: ¿Es tal vez una deliberación actualizada cada día, en el sentido de ser una elección libre?

En cualquier caso ha de ser de libre elección. Más aún, antes de la ordenación hay que afirmar bajo juramento que se hace libremente y porque se quiere. A mí siempre me molesta mucho que se diga que nuestro celibato es obligatorio y que se nos ha impuesto. Se vive el celibato desde el principio, por una palabra dada. Pero, ya dije antes que habría que poner más atención durante la preparación al sacerdocio, para que esa palabra sea seriamente dada. Éste es el primer punto. Y el segundo es que, donde hay fe, y en la medida en que una iglesia viva de esa fe, es seguro que surgen esas decisiones.

Yo creo que, en el fondo, suprimiendo esa condición no mejoraría nada, lo único que se conseguiría es disimular un poco una auténtica crisis de fe. Para la Iglesia, indudablemente, que haya algunos, pocos o muchos, que viven una doble vida es una tragedia. Desgraciadamente, no es la primera vez que ocurre. En la baja Edad Media hubo una situación similar causada por la Reforma. Fue un proceso muy doloroso que ahora nos debería hacer reflexionar, pensando también en el sufrimiento de muchos hombres por este motivo. En cualquier caso -y ese ha sido el resultado obtenido en el último Sínodo de obispos- la mayoría de los pastores de la Iglesia están plenamente convencidos de que el verdadero problema es una crisis de fe, y no el de la llamada falta de adaptación. Así no se logran más ni mejores sacerdotes, sólo sirve para disimular una crisis de fe, y para sugerir, al mismo tiempo, soluciones demasiado superficiales.

Pero, una vez más, con respecto a mi anterior pregunta, ¿cree que llegará el día en el que los sacerdotes puedan elegir libremente su vida de célibe o no célibe?

Ya le había entendido. Pero quería dejar muy claro que, según lo que cada sacerdote decide libremente antes de su ordenación, eso que algunos llaman celibato forzoso no existe. Sólo se puede ser admitido al sacerdocio voluntariamente. Y aquí cabe preguntarse «¿y qué relación tienen el sacerdocio y el celibato?», «decidirse por el celibato, ¿no es rebajar el sacerdocio?» Creo que antes de seguir adelante con este tema deberíamos remitirnos nuevamente a la Iglesia ortodoxa y a la evangélica. La cristiandad evangélica tiene un concepto muy diferente del ministerio. Para ellos, es una función, una misión de servicio, que procede de la propia comunidad, pero, sin el sentido de sacramento, no es sacerdocio en sentido estricto. Y en la Iglesia ortodoxa tienen, por un lado, la forma de plenitud sacerdotal, que son los monjes sacerdotes y son los únicos que pueden ser obispos. Y Por otro lado, los «Leutpriester» (sacerdotes o clérigos públicos), que si quieren pueden casarse, pero deberá ser antes de su ordenación y no podrán ejercer la cura de almas, solamente ocuparse de los servicios del culto. Ésta es otra concepción diferente del sacerdocio. Pero nosotros pensamos que cualquiera que desee ser sacerdote tiene que serlo de la misma forma que lo es un obispo, sin que existan esas diferencias.

Son costumbres en la vida de la Iglesia que, aunque estén muy bien cimentadas y fundamentadas, no hay por qué contemplarlas como totalmente absolutas. La Iglesia se cuestionará con toda seguridad muchas cosas, una y otra vez, como acaba de suceder en los dos últimos sínodos. pero, partiendo siempre de la historia de la cristiandad de occidente, y por todo lo que subyace en el fondo de esta cuestión, creo que la Iglesia no debe pensar que si se decidiera a solucionar esa «desadaptación» saldría ganando; saldría perjudicada con toda seguridad.

Entonces, se podría decir que no cree que algún día en la Iglesia católica haya sacerdotes casados.

Al menos en un tiempo previsible. Y, para ser enteramente sincero, le diré que, actualmente, ya hay sacerdotes casados que proceden de la Iglesia anglicana o de otras comunidades cristianas; son conversos que se han acercado a nosotros. Es decir, que en casos excepcionales es posible, pero claro está, son eso, casos excepcionales. Y creo que lo seguirán siendo también en el futuro.

¿Y no sería mejor que la Iglesia suprimiera el celibato, para evitar que hubiera tan pocos sacerdotes?

No creo que ese argumento sea muy acertado. La cuestión del número de vocaciones al sacerdocio abarca muchos aspectos. Tiene bastante que ver, por ejemplo, con el número de hijos que hay actualmente. Si el promedio de natalidad ahora es de 1,5 hijos por matrimonio, lógicamente, la posibilidad de vocaciones sacerdotales que pueda haber es muy diferente a la que había en otros tiempos, cuando las familias acostumbraban a ser numerosas. Y, por otra parte, en las familias, ahora predominan otras expectativas. Tenemos la experiencia, por ejemplo, de que una de las dificultades más frecuentes e importantes que hay en la vocación sacerdotal son los propios padres. Ellos tienen otros planes distintos para sus hijos. Ese es el primer punto. Y un segundo punto es que el número de cristianos practicantes es mucho menor y, consecuentemente, el número de candidatos también se ha reducido notablemente. No obstante, en proporción al número de hijos y de cristianos que participan en la Iglesia, el número de vocaciones no se ha reducido tanto. Para ser exactos hay que tener en cuenta esa proporción. Por eso lo primero de todo sería preguntarse «¿hay creyentes?». Y, a continuación, «¿surgen de ahí vocaciones de sacerdotes?».

LOS ANTICONCEPTIVOS

 

Señor Cardenal, muchos creyentes no entienden la postura de la Iglesia con respecto a los anticonceptivos. ¿Entiende que no lo entiendan?

Sí. Claro que lo entiendo, porque es un tema algo complicado. Con las tribulaciones del mundo actual, por las proporciones de las viviendas y por otras muchas razones, en principio, parece razonable que el número de hijos no sea muy alto. Pero, por esa misma razón, no se puede plantear este asunto desde la casuística individual, sino que hemos de considerarlo conociendo primero cuáles son las intenciones de la Iglesia a este respecto.

Yo creo que hay tres grandes opciones fundamentales para el hombre en torno a este problema. Una es el cambio de actitud que la humanidad debe adoptar con respecto al número de hijos y que ha de ser una actitud radicalmente positiva. El cambio de enfoque en este ámbito ha sido considerable, Antes, hasta el siglo XIX, los hijos eran considerados, incluso en las capas sociales más sencillas, como una bendición de Dios; en cambio, ahora se ven como una carga que «ocupará mi sitio en el día de mañana», o «mí espacio vital peligra», etcétera. Ésta sería una primera intención de la iglesia, recobrar la primitiva -la auténtica- forma de enfocar este tema: cada hijo, un nuevo ser, es una bendición. Dando vida, también se recibe vida, y salir de sí mismo y adherirse a la bendición de la Creación es esencialmente bueno para el hombre.

La segunda es que, ante la actual situación -hasta ahora desconocida- de separación entre la sexualidad y la reproducción, hemos de volver cuanto antes a recordar y a recuperar el nexo íntimo que existe entre ambas realidades.

 

Pero hay representantes de la generación del 68, o de la generación actual, que dicen haber vivido experiencias asombrosas. Rainer Langhans dice haber investigado en su comuna lo que él llama «sexualidad orgásmica,», Y explica que con la píldora, se separa la sexualidad de su parte espiritual y la gente se queda en una especie de callejón sin salida». Langhans se lamenta que ya nadie se da, no hay entrega mutua». Según su valoración, «lo supremo» de la sexualidad es la «paternidad» a la que él llama «colaborar en los planes divinos».

Lo que ahí se produce son dos realidades totalmente separadas. En la famosa obra de Aldous Huxley sobre el mundo del futuro, Un mundo feliz, una novela muy bien fundamentada y con una visión muy lúcida sobre la tragedia que esperaba a la humanidad en el mundo futuro, Huxley separaba la sexualidad de la reproducción. Los niños, en esa novela, realmente se planificaban y se reproducían en un laboratorio. Aquello fue una deliberada caricatura, pero, como toda caricatura, contenía cierto parecido con la realidad: los niños se podían producir de acuerdo con una planificación previa, porque eso estaba sujeto al control de la razón. Y así el hombre se destruye a sí mismo. Con ese sistema, se despoja a los niños, por anticipado, de su propio proyecto de vida, además de convertirles en un producto donde el hombre quiere verse reflejado. Y la sexualidad se convierte así, en algo intercambiable

De ese modo, Por supuesto, desaparece la relación varón-mujer; y ya estamos viendo cómo ha evolucionado todo esto.

En la cuestión de los anticonceptivos, la Iglesia quiere ayudar al hombre con esas tres opciones fundamentales. porque la tercera opción, a ese respecto, es considerar, una vez más, que los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el modo de vida. Y yo diría que éste es -también con independencia de los anticonceptivos- uno de nuestros mayores peligros. Porque, actualmente, queremos dominar cualquier situación en la que se encuentre el hombre con ayuda de la técnica y, hemos olvidado, que en la humanidad siempre ha habido problemas humanos que no se han podido solucionar con esos sistemas, sino con la firme decisión de dar un giro al estilo de vida. Yo insisto en que, en esta cuestión de los anticonceptivos, lo primero de todo es reflexionar sobre estas tres alternativas esenciales para el hombre, y donde la Iglesia está librando una batalla en su ayuda. Y, después, es importante también poner más de relieve qué sentido tienen las objeciones de la Iglesia, porque, tal vez, no siempre se formulen con mucho acierto, pero ahí se ponen en juego los caminos que llevan la existencia humana hasta la vida eterna.

Queda aún una pregunta por hacer. Cuando un matrimonio con varios hijos vive la continencia periódica, ¿está faltando a esa actitud positiva hacia los hijos?

No. Claro que no. Eso nunca debería suceder.

Pero, tal vez se sientan incómodos, como si estuvieran cometiendo un pecado, si no ....

En ese caso, yo les aconsejaría que consultaran a su director espiritual, que pidieran consejo al sacerdote, porque esas cosas no se pueden dilucidar en abstracto.

 

EL ABORTO

 

La Iglesia, el Papa, se oponen siempre con mucha vehemencia a cualquier medida «que de una u otra forma promueva el aborto, la esterilización y también la anticoncepción». Esos hechos lesionan la dignidad del hombre como imagen de Dios y socavan el fundamento de la sociedad. De lo que se trata, básicamente, es de la protección de la vida. Pero, en ese caso, ¿por qué insiste tanto la Iglesia en defender la pena de muerte «sin excluirla», como un «derecho del Estado», como dice el Catecismo?

Cuando la pena de muerte es legal, lo que se hace es castigar a un sujeto que ha cometido un delito comprobado de extrema gravedad, y que, además, pueda ser un peligro para la paz social; es decir, se castiga a un culpable. En un aborto, en cambio, se aplica la pena de muerte a una persona absolutamente inocente. Son dos cosas totalmente diferentes que no admiten comparación.

Lo que ocurre es que muchos ven al niño no nacido como a un injusto agresor que «va a disminuir mi espacio vital», «se entremeterá en mí vida», y al que, por tanto, hay que castigar como a un injusto agresor. Pero ese es el punto de vista de los que, como comentábamos antes, no ven al niño como una creación de Dios, no lo ven creado a imagen de Dios y con derecho a la vida, todavía no ha nacido y ya lo ven como a un enemigo o a un inoportuno sobre el que se puede disponer. Pienso que esto sucede porque no se es consciente de que un hijo concebido ya es un ser, ya es un individuo.

El hijo ya se diferencia y se distingue de la madre aunque necesite todavía la protección de su vientre-, y ya es persona, es un ser humano que requiere ser tratado como tal. Si olvidamos este principio, que el hombre en cuanto hombre está bajo la protección de Dios y no a rnerced de nuestro arbitrio, si olvidamos esto, estamos olvidando el verdadero fundamento de los derechos humanos.

Pero, cuando alguien decide la interrumpción de un embarazo por serios motivos de conciencia, ¿se puede decir que está conspirando contra la vida?

Es difícil saber qué culpabilidad tiene una persona singular y no se puede, por tanto, hacer un pronunciamiento en abstracto. Pero, el hecho como tal -a una situación así también se puede llegar por presiones humanas-, es que, para arreglar una situación conflictiva, se decide matar a un ser humano. Y eso nunca arregla un conflicto. Todos sabemos por los psicólogos con qué fuerza se graba eso en el alma de la madre; ella sabe que tenía un ser humano en su vientre y que era su hijo, del que, tal vez ahora, pudiera estar muy orgullosa. La sociedad tiene que poner más medios para hallar otras posibilidades que solucionen esas situaciones, para que desaparezcan las presiones a esas madres en ciernes y se fomente de nuevo el amor a la infancia.

 

EL MATRIMONIO DE LOS DIVORCIADOS

 

Sólo algunos católicos particularmente fieles, divorciados que luego se casan civilmente en matrimonio no reconocido por la Iglesia, cumplen con la excomunión que les afecta por este motivo. Esto no parece muy justo, es una humillación, incluso parece anticristiano. En el año 1972 usted decía: «El matrimono es sacramento ... eso no excluye que la Comunión de los santos de la Iglesia también abarque a los hombres que, reconociendo esta doctrina y estos principios de vida, estén en una particular situación de emergencia que requiera una especial comunión con el Cuerpo de Cristo».

Debo empezar precisando que las personas casadas civilmente no están excomulgadas formalmente. Las excomuniones son una medida penitencial; significa una limitación en la pertenencia a la Iglesia. Pero esas sanciones de la Iglesia no se les imponen a ellos, aunque salte a la vista, por supuesto, que su núcleo central les afecta, puesto que no pueden acercarse a comulgar. Pero, como decía, no están excomulgados en sentido estricto. Esas personas siguen siendo miembros de la Iglesia que, por una determinada circunstancia de su vida, no están en condiciones de recibir la comunión. No cabe duda de que esto es un peso más, en este mundo nuestro en el que, precisamente, el número de matrimonios deshechos parece ir en aumento.

Pero yo pienso que ese peso se puede sobrellevar algo mejor, si se tiene en cuenta que hay otros muchos que tampoco pueden ir a comulgar. Este hecho, últimamente, se ha convertido en un problema mayor, porque se ha hecho de la comunión una especie de rito social, de modo que, el que no participe de ella queda significado de alguna forma. Las cosas se juzgarían de distinto modo si volviera a ser manifiesto que hay otros que también se dicen: «así no puedo comulgar», «tengo sobre la conciencia algo que me impide acercarme a comulgar», y si, como dijo San Pablo, ahí se reconociera el Cuerpo de Cristo. Eso por un lado. Y, por otro, que esas personas tengan conciencia de que, a pesar de todo, la Iglesia les acoge y sufre con ellas.

Eso más bien parece un deseo piadoso.

Pero eso, como es natural, debería ser evidente en la vida de una comunidad. Por otra parte cuando se acepta esa renuncia a la comunión, también se está haciendo algo bueno por la Iglesia y por la humanidad, pues se da testimonio de la unidad del matrimonio. Y pienso que, además, con eso se consigue algo muy importante, como es reconocer que se debe cambiar de conducta, y entonces el sufrimiento y la renuncia también pueden ser positivos. Y, por último, también es muy positivo volver a recordar qué es la Misa, La Eucaristía está llena de significado, da fruto, aunque no siempre se pueda ir a comulgar. 0 sea, que este asunto sigue siendo delicado y difícil, pero cuando se pongan en orden todas estas ideas yo creo que resultará más llevadero.

Cuando el sacerdote recita las palabras, «Benditos los invitados a la cena del Señor», los otros deben sentirse malditos.

Esto, desgraciadamente, ha quedo poco claro debido a una traducción incorrecta. Porque esas palabras no se refieren directamente a la Eucaristía. Han sido tomadas del Apocalipsis y hacen referencia a una invitación al banquete de bodas definitivo, representado en la Eucaristía. El que no pueda acercarse en el momento de la comunión, no debe, por eso, sentirse excluido del banquete de bodas de la eternidad. Lo que importa es hacer un continuo examen de conciencia y pensar si se está preparado para acercarse al banquete eterno -si eso sucediera ahora- y para ir a comulgar en ese momento. Con ese llamamiento se exhorta al que no estuviera en condiciones, a reflexionar que él también será invitado a ese banquete nupcial, como todos los demás. Y, tal vez, sea mejor acogido por haber sufrido mucho.

 

Esta cuestión, ¿se volverá a discutir de nuevo, o se ha dado ya por zanjada?

Ya está decidida en lo fundamental, pero, de hecho, puede haber todavía alguna otra cuestión o pregunta singular. Podría suceder, por ejemplo, que en un futuro se pudiera comprobar con posterioridad, gracias a alguna verificación extrajudicial, que el primer matrimonio había sido nulo. Esto, en la práctica de la cura de almas, podría suceder, en algún caso. Y es posible, puede pensarse que haya cambios jurídicos de esa índole que descomplicarían mucho algunas cosas. Pero el principio fundamental es definitivo, es decir, que el matrimonio es indisoluble, y que el que abandona un matrimonio válido y menosprecia el sacramento para volver a contraer matrimonio no puede comulgar. Éste es un principio fundamental definitivo.

 

Casi siempre se insiste en los mismos puntos. Por ejemplo, ¿qué cosas de la antigua Tradición debe conservar la Iglesia, y cuáles podría desechar? Y, ¿cómo se decide esto?, ¿existe algún listado con una línea divisoria: a la derecha, lo que vale para siempre y, a la izquierda, lo que se puede renovar?

No. No es tan fácil como eso, por supuesto. La misma Tradición contiene muchas cosas que no son de igual importancia. Antes, en teología se hablaba de distintos grados de evidencia, y no era tan equivocado. Actualmente, muchos creen que deberíamos volver a esa costumbre. Cuando se habla de la jerarquía de las verdades, lo que se quiere decir es que no todas tienen la misma importancia, es decir, que no todas son esenciales, pues lo que las grandes resoluciones conciliares declaran es lo mismo que ya está dicho en el Credo, único camino y, por tanto, parte esencial de la Iglesia, que pertenece a su identidad más íntima. Y luego hay, además, distintas ramificaciones que proceden de un gran árbol, y que están íntimamente en relación con él, pero que no tienen la misma importancia. La Iglesia tiene sus señas de identidad para reconocer las cosas, es decir, la iglesia no es inamovible, se identifica con todo lo viviente, pero permaneciendo siempre fiel a sí misma a medida que evoluciona.

 

LA ORDENACIÓN DE LA MUJER

 

La respuesta a otra de esas grandes cuestiones, la de la ordenación de la mujer, fue una rotunda negativa, «presentada por el Magisterio de forma infalible». En otoño de 1 995 el Papa lo volvió a confirmar: «Nosotros no tenemos derecho a cambiar eso», decía en su declaración. Da la impresión de que el argumento histórico aparece siempre. Pero si se tomara eso tan en serio, entonces no habría podido haber un Pablo, pues decía que lo nuevo debería abolir las cosas santas de la antigüedad. Y Pablo aportó muchas novedades La gente se pregunta, ¿cuándo acabaremos con esas normas fijas? ¿cuando se introducirán las novedades? Yeso de remitirse tanto a la historia, ¿no será una especie de fetichismo incompatible con la libertad de los cristianos?

Aquí habría que hacer un par de precisiones. La primera sería decir que San Pablo hizo cosas nuevas en nombre de Cristo, nunca en nombre propio. Y exhortaba, además, clara y explícitamente, que si alguno que hubiera dado por válida la Revelación del Antiguo Testamento y luego, arbitrariamente, cambiaba algo de ella, ese tal, actuaba mal. Lo nuevo existía porque había sido establecido por Dios en Jesucristo. Y Pablo, servidor de lo nuevo, sabía bien que aquello no era un descubrimiento suyo, pues tenía su origen en Jesucristo. Él había adquirido un compromiso, y era muy exigente consigo mismo en su cumplimiento. Si recordamos su narración de la última Cena, expresamente dice: «Yo mismo he recibido lo que os he revelado», y luego seguía explicando que él se sentía comprometido con lo que el Señor hizo en aquella última ,ocho y, después, le había sido confiado por la Tradición. 0 también si recordamos la narración de la Resurrección, donde de nuevo dice: «Yo lo he recibido así y también he tenido un encuentro con él. As! es como lo aprendemos nosotros, así es como lo aprendemos todos nosotros; y el que no lo aprenda de esa forma, se aleja de Cristo». Pablo distinguía muy bien lo nuevo, que tenía su origen en Cristo, y su compromiso con él, que era lo que le legitimaba para hacer cosas nuevas. Éste era el primer punto que yo quería precisar.

Y el segundo es que, de hecho, lo que no haya sido establecido por el Señor y la Tradición apostólica sufre siempre continuos cambios en todos los ámbitos, ahora también. Así que, lo que deberíamos preguntarnos es: ¿eso procede del Señor o no?, ¿cómo podemos saber eso?». La confirmación del Papa a la respuesta que nosotros -la Congregación para la Doctrina de la Fe- redactamos para el tema de la ordenación de mujeres, no significa que el Papa haya emitido un dogma o precepto infalible. Lo que hizo el Papa fue confirmar nuevamente que la Iglesia -los obispos de todo tiempo y lugar- así lo han visto y así lo mantienen. El Concilio Vaticano II dice: «lo que los obispos exponen como doctrina definitiva en los casos de fe y de costumbres, de forma unánime durante un largo tiempo, es infalible». Es la manifestación de un compromiso que no había sido adquirido por ellos mismos. Nuestra respuesta se remite exactamente a ese pasaje del Concilio (Lumen gentium, 25). No se trata, por tanto, como ya dije antes, de una expresión de la infalibilidad del Papa, se trata de la obligatoriedad de continuar en la Tradición. Y la continuidad en los orígenes de las cosas, es algo especialmente importante. Nunca se ha dado algo por supuesto. Durante algún tiempo, hubo religiones muy antiguas que tuvieron sacerdotisas y también las hubo en algunas sectas de orientaciones gnósticas. Recientemente, un investigador italiano ha descubierto que en los siglos V y VI, en el sur de Italia, hubo grupos de sacerdotisas, y que los obispos y el Papa se opusieron mediante medidas terminantes y enérgicas. La Tradición no nos viene de nuestro medio ambiente, nos llega de lo más profundo del cristianismo.

Y añadiré, además, una información reciente que parece de interés. Es un diagnóstico realizado por una de las feministas católicas más conocedoras de este tema, Elisabeth Schüssler-Fiorenza. Esta mujer alemana es una importante exégeta, estudió exégesis en Münster, allí se casó con un italoamerícano de Florencia y actualmente es profesora de universidad en Estados Unidos. Durante mucho tiempo ha luchado con energía a favor de la ordenación de la mujer, pero ahora ha concluido que eso era un objetivo equivocado. La experiencia de sacerdotes femeninos en la Iglesia anglicana ha dado como resultado que ordination is not a solution, la ordenación no es una solución, «no es lo que buscábamos». Y explica por qué. Dice: «ordination is subordinatíon», la ordenación es subordinación, adaptación, sometimiento, y eso es precisamente lo que no queremos». Es un diagnóstico totalmente acertado.

Ingresar en un ordo supone siempre entrar en una relación de adaptación y sometimiento. «En nuestro movimiento de liberación -dice la señora Schüssel-Fiorenza-, no queremos entrar ni en un ordo ni en un subordo, no queremos subordinación, lo que queremos precisamente es vencer ese mismo fenómeno. El objetivo de nuestra lucha no debe ser la ordenación de la mujer, -continúa diciendo-, sería una equivocación; nuestro objetivo ha de ser suspender totalmente las ordenaciones y conseguir que la Iglesia sea una sociedad igualitario en la que haya una sola shifting leadership, un liderazgo intercambiable». La señora Schüssel-Fiorenza se ha dado claramente cuenta de que las razones por las que estaba luchando en favor de la ordenación de la mujer eran, en realidad, la «liberación hacia el sometimiento»; en eso tiene razón. Eso es lo que verdaderamente hay en el fondo de esa cuestión. ¿Qué es exactamente el sacerdocio? ¿Es un sacramento o se trata de que haya un liderazgo intercambiable, donde nadie pueda retener el «poder» durante mucho tiempo? Creo que las próximas discusiones acerca de este asunto discurrirán en esa línea.

Todas las cuestiones que hemos abordado hasta el momento vuelven a ser planteadas de vez en cuando a lo largo de los años, con más o menos eco, por parte de la población. ¿Qué juicio le merecen movimientos como las iniciativas populares de la Iglesia en Alemania?

Eso ya está respondido en parte al hablar de la situación de la Iglesia en Alemania y en otros países. Los comentarios hechos por Metz a ese respecto me parecieron muy objetivos. Si no me equivoco, creo que Metz ha puesto el dedo en la llaga al decir que eso es querer curar los síntomas, dejando a un lado el núcleo central de la crisis de la Iglesia, algo que -con palabras quizá poco afortunadas- ha denominado «la crisis de Dios». En sus comentarios ha puesto de relieve el punto más decisivo de ese asunto. Cuando antes hablábamos de un moderno consenso contrario a la fe, yo lo citaba cuando decía que Dios, aunque existiera, ya no contaba para nada. Cuando se vive así, la Iglesia se convierte en una especie de club que tiene que buscar algo en sustitución de lo que fueron sus fines y su sentido de las cosas. Y entonces, todo lo que no pueda explicarse sin Dios, molesta. Y se deja de lado para poder continuar. Metz aclaraba -hablo fiado de mi memoria-, que la mayoría de los postulados de las iniciciativas populares ya se han llevado a cabo en la Iglesia protestante. Y es evidente que a pesar de eso no han quedado al margen de la crisis. Por tanto, nosotros ahora nos planteamos la pregunta -más o menos- de por qué vamos a ser nosotros una copia de la cristiandad evangélica. y yo sólo puedo estar de acuerdo con este razonamiento.

Aquí se ha formado una especie de civilización cristiana occidental-liberal, que es como una fe secularizada, donde todo viene a ser uniforme. Esta cultura que, frecuentemente, tiene poco que ver con la esencia del cristianismo -en este caso, del catolicismo-, cada vez parece tener más atractivo. Al parece, el Magisterio de la Iglesia apenas tiene nada que objetar a esta filosofía, que representa de modo particular Eugen Drewermann.

La ola de Drewermann ya está decayendo. Lo que él expone es sólo una variante de la cultura general de una fe secularizada, como antes me comentaba. Yo diría que no se quiere abandonar la religión, pero que tampoco se quiere que la religión reclame sus derechos sobre el hombre. De la religión se busca lo misterioso, pero ahorrándose el esfuerzo de la fe. Las múltiples formas de esta nueva religión, de esta nueva religiosidad y su filosofía, se encuentran estrechamente unidas, en gran parte bajo el lema de New Age: una especie de asociación mística con el fin de divinizar el universo, al que se dirigen con diversas técnicas. Creen que así pueden vivir de forma suprema la religión, pero manteniendo al mismo tiempo una visión científica del mundo. Frente a eso, la fe cristiana parece complicada; indudablemente, exige bastante esfuerzo. Pero, gracias a Dios, precisamente en nuestro siglo no han faltado pensadores cristianos, ni formas de vida cristiana realmente ejemplares. Ahí es donde se hace patente la fe cristiana, y se hará evidente también que con ella se logra la plenitud del ser humano. Por eso hay en las jóvenes generaciones tantas manifestaciones en favor de una vida cristiana, aunque esto no se perciba de manera masiva.

El mundo no parece olvidar fácilmente ese «canon» de las críticas que veíamos antes. Siendo así, ¿qué se puede hacer? ¿No se podrían frenar todas esas preguntas? ¿Cómo podrían liberarse de ellas?

Me parece de todos modos que no serán tan apremiantes cuando se deje de ver a la Iglesia como una meta final, como un fin propio y un lugar de acceso a un poder; cuando, gracias a una fe recia, el celibato se vuelva a vivir de forma decidida; cuando se considere la vida eterna como el fin último del cristianismo y no se considere al cristianismo como un grupo que busca ejercer el poder. Yo estoy convencido de que algún día llegará un cambio espiritual crucial, y todas esas cuestiones, ahora, apremiantes perderán su interés con la misma rapidez con que la obtuvieron. Porque, en realidad, esas no son las verdaderas cuestiones del hombre.