Visita del Papa a Alemania: Ceremonia de bienvenida
El Papa aclara que el objetivo principal de su visita oficial a Alemania es encontrar a la gente y hablar con ella de Dios.
Visita del Papa a Alemania:
CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Castillo de Bellevue de Berlín
Jueves 22 de septiembre de
2011
Señor Presidente
Federal,
Señoras y Señores
Queridos amigos:
Me siento muy
honrado por la amable acogida que me habéis reservado aquí, en el Castillo
Bellevue. Le estoy particularmente agradecido, Señor Presidente Wulff, por la
invitación a esta visita oficial, que es mi tercera estancia como Papa en la
República Federal Alemana. Agradezco de corazón las hondas y amables palabras de
bienvenida que me ha dirigido. Mi gratitud se dirige también a los
representantes del Gobierno Federal, del Bundestag y del Bundesrat, así como a
los de la ciudad de Berlín, por su presencia, con la que expresan su respeto por
el Papa como Sucesor del Apóstol Pedro. Y agradezco igualmente a los tres
Obispos que me hospedan, el Arzobispo Woelki de Berlín, el Obispo Wanke de
Erfurt y el Arzobispo Zollitsch de Friburgo, así como a todos aquellos que, en
los diversos ámbitos eclesiásticos y públicos, han colaborado en los
preparativos de este viaje a mi patria, contribuyendo de ese modo a que todo
salga bien.
Aunque este viaje es
una visita oficial que reforzará las buenas relaciones entre la República
Federal de Alemania y la Santa Sede, no he venido aquí en para obtener objetivos
políticos o económicos, como hacen otros hombres de Estado, sino para encontrar
la gente y hablar con ella de Dios.
Con
relación a la religión – lo ha mencionado
usted, Señor Presidente Federal – se observa en la sociedad una progresiva
indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien
como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones
utilitaristas.
Pero se necesita una
base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno vive solo para
su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una convivencia
lograda. “Como la religión requiere la libertad, así la libertad tiene necesidad
de la religión”. Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm von
Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su
nacimiento, siguen siendo todavía
actuales.[1]
La libertad necesita
una referencia originaria a una instancia superior. El que haya valores que nada
ni nadie pueda manipular, es la auténtica garantía de nuestra libertad. El
hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de
acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un
bien mayor. Este bien sólo existe si es para todos; por tanto debo interesarme
siempre por mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones.
En la convivencia
humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago en detrimento
de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y,
con ello, también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo
cuando uso también mis fuerzas también para el bien de los demás. Y esto no sólo
vale en el ámbito privado, sino
también en el social. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar
espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al
mismo tiempo, apoyarlas, de modo que un día puedan ser autónomas.
Aquí en el Castillo
Bellevue, que debe su nombre a la espléndida vista sobre la rivera del Spree y
que está situado no lejos de la Columna de la Victoria, del Bundestag y de la
Puerta de Brandeburgo, estamos propiamente en el centro de Berlín, la capital de
la República Federal de Alemania. El castillo, como tantos edificios de la
ciudad, es con su agitado pasado un testimonio de la historia alemana. Conocemos
sus páginas de grandeza y nobleza, y nos sentimos reconocidos por ello. Pero
también es posible observar claramente las páginas oscuras de su historia, y
sólo así nos permite aprender del pasado y recibir impulso para el presente. La
República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la
fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo.
Necesita de esta dinámica que abarca todos los ámbitos humanos para poder seguir
desarrollándose en las circunstancias actuales. Lo requiere en “un mundo
necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de
fondo sobre los cuales construir un futuro mejor” (Encíclica Caritas in veritate,
21).
Deseo que los
encuentros durante las varias etapas de mi viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en
Eichsfeld y en Friburgo, puedan ofrecer una pequeña contribución sobre este
tema. Que en estos días Dios nos conceda su bendición. Gracias.