Benedicto XVI: La Iglesia nace de la oración de Jesús
Palabras del
papa en la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 noviembre 2012 (ZENIT.org).-
La audiencia general de este miércoles tuvo lugar a las 10,30 en
el Aula Pablo VI, donde Benedicto XVI se encontró con grupos de
fieles y peregrinos provenientes de Italia y del mundo. En su
discurso, el papa centró su meditación en la “Oración
sacerdotal” de Jesús, en la Última Cena. Ofrecemos las palabras
del papa.
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Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy centramos nuestra atención en la oración
que Jesús dirige al Padre en la «hora» de su elevación y
glorificación (cf. Jn 17,1-26). Como
enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "La tradición
cristiana acertadamente la denomina la oración 'sacerdotal' de
Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de
su sacrificio, de su 'paso' [pascua] hacia el Padre donde es
“consagrado” enteramente al Padre" (n. 2747).
Esta oración de Jesús es entendida en su extrema riqueza, sobre
todo si colocamos como fondo la fiesta judía de la expiación, el
Yom Kippur. Ese día, el sumo sacerdote hace primero la expiación
por sí mismo, luego por la clase sacerdotal, y finalmente por
todo el pueblo. El objetivo es devolverle al pueblo de Israel,
después de los pecados de un año, la conciencia de la
reconciliación con Dios, la conciencia de ser el pueblo elegido,
"pueblo santo" en medio de otros pueblos. La oración de Jesús en
el capítulo 17 del Evangelio según San Juan, está basada en la
estructura de esta fiesta. Aquella noche, Jesús se dirige al
Padre en el momento en que se está ofreciendo a sí mismo. Él,
sacerdote y víctima, ora por él mismo, por los apóstoles y por
todos aquellos que creerán en Él, por la Iglesia de todos los
tiempos (cf. Jn 17,20).
La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su
propia glorificación, de la propia "elevación" en su "hora". En
realidad, es más una declaración de plena disposición a entrar,
libre y generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple
al ser entregado, y en la muerte y resurrección. La "hora" se
inició con la traición de Jesús (cf. Jn 13,31) y culminará con
la subida de Jesús resucitado al Padre (Jn 20,17). La salida de
Judas del cenáculo es comentada por Jesús con estas
palabras:“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha
sido glorificado en él”(Jn 13,31). No es casual que comience la
oración sacerdotal diciendo: "Padre, ha llegado la hora:
glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn
17,1). La glorificación que Jesús pide para sí mismo como Sumo
Sacerdote, es la entrada en la plena obediencia al Padre, una
obediencia que lleva a la más plena condición filial: "Y ahora,
Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu
lado antes de que el mundo fuese"(Juan 17,5). Es esta
disponibilidad y esta petición es el primer acto del nuevo
sacerdocio de Jesús, que es un donarse por completo en la cruz,
y justamente sobre la cruz --el supremo acto de amor--, Él es
glorificado, porque el amor es la verdadera gloria, la gloria
divina.
El segundo momento de esta oración es la intercesión que Jesús
hace por los discípulos que estaban con Él. Son aquellos de los
que Jesús puede decir al Padre: "He manifestado tu Nombre a los
hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú
me los has dado; y han guardado tu palabra" (Jn 17,6).
"Manifestar el nombre de Dios a los hombres" es el resultado de
una nueva presencia del Padre en medio de la gente, de la
humanidad. Este "manifestar" no es sólo una palabra, sino que es
realidad en Jesús; Dios está con nosotros, y así el nombre --su
presencia entre nosotros, el ser uno de nosotros--, se "ha
realizado". Por lo tanto, esta manifestación se realiza en la
encarnación del Verbo. En Jesús, Dios entra en la carne humana,
se hace cercano en modo único y nuevo. Y esta presencia alcanza
su cumbre en el sacrificio que Jesús hace en su Pascua de muerte
y resurrección.
En el centro de esta oración de intercesión y de expiación a
favor de los discípulos está la petición de consagración; Jesús
dice al Padre: "Ellos no son del mundo, como yo no soy del
mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú
me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y
por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean
santificados en la verdad" (Jn 17,16-19). Me pregunto: ¿Qué
significa "consagrar" en este caso? Sobre todo debemos decir que
"Consagrado" o "Santo", en propiedad sólo es Dios. Entonces
consagrar quiere decir transferir una realidad --una persona o
cosa--, a la propiedad de Dios. Y en esto están presentes dos
aspectos complementarios: por una parte quitar las cosas
corrientes, segregar, "apartar" la vida personal del hombre para
ser donados totalmente a Dios; y por otra, esta segregación,
esta transferencia a la esfera de Dios, tiene el significado
propio de “envío”, de misión: precisamente porque entregada a
Dios, la realidad, la persona consagrada existe "para" los
otros, es donada a los otros. Darse a Dios significa no vivir
más para sí, sino para todos. Y es consagrado quien, como Jesús,
es separado del mundo y apartado para Dios en vista de una tarea
y, como tal, está a disposición de todos. Para los discípulos,
será continuar la misión de Jesús, ser entregado a Dios para
estar así en misión para todos. En la tarde de la Pascua, el
Resucitado, apareciéndose a sus discípulos, les dice: "¡La paz
con vosotros! Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn
20,21).
El tercer acto de esta oración sacerdotal extiende la mirada al
final de los tiempos. En ella, Jesús se dirige al Padre para
interceder a favor de todos aquellos que serán llevados a la fe
mediante la misión inaugurada por los apóstoles, y continuada en
la historia: "No ruego solo por éstos, sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí". Jesús ora por la
Iglesia de todos los tiempos, ruega también por nosotros (Jn
17,20). El Catecismo de la Iglesia Católica dice:“Jesús ha
cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su
sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La
oración de la Hora de Jesús llena los últimos tiempos y los
lleva hacia su consumación”(No. 2749).
La petición central de la oración sacerdotal de Jesús, dedicada
a sus discípulos de todos los tiempos, es aquella de la futura
unidad de todos los que creerán en Él. Tal unidad no es un
producto mundano. Proviene exclusivamente de la unidad divina y
viene a nosotros del Padre mediante el Hijo y el Espíritu Santo.
Jesús invoca un don que viene del cielo, y que tiene su efecto
--real y perceptible-- en la tierra. Ora “para que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn
17,21). La unidad de los cristianos, por un lado, es una
realidad oculta en el corazón de las personas que creen. Pero al
mismo tiempo, esta debe aparecer claramente en la historia, debe
aparecer para que el mundo crea, tiene un propósito muy práctico
y concreto y debe aparecer para que todos sean realmente uno. La
unidad de los futuros discípulos, siendo unidad con Jesús --que
el Padre ha enviado al mundo--, es también la fuente originaria
de la eficacia de la misión cristiana en el mundo.
"Podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se realiza
la institución de la Iglesia... Propiamente aquí, en la última
cena, Jesús crea la Iglesia. Por qué, ¿qué otra cosa es la
Iglesia, si no la comunidad de los discípulos que, mediante la
fe en Jesucristo como enviado del Padre, recibe su unidad y se
implica en la misión de Jesús para salvar al mundo,
conduciéndolo al conocimiento de Dios? Aquí encontramos
realmente una verdadera definición de la Iglesia. La Iglesia
nace de la oración de Jesús. Y esta oración no es sólo de
palabra: es la acción por la que Él se "consagra" a sí mismo, es
decir, se "sacrifica" para la vida del mundo (cfr. Gesù di
Nazaret, II, 117s).
Jesús ora para que sus discípulos sean uno. En virtud de esa
unidad, recibida y mantenida, la Iglesia puede caminar “en el
mundo” sin ser "del mundo" (cf. Jn 17,16) y vivir la misión
confiada a ella para que el mundo crea en el Hijo y en el Padre
que lo envió. La Iglesia se convierte entonces, en el lugar
donde continúa la misión misma de Cristo: llevar al "mundo"
fuera de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, fuera
del pecado, a fin de que vuelva a ser el mundo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, hemos tomado algunos elementos de
la gran riqueza de la oración sacerdotal de Jesús, que les
invito a leer y meditar, para que nos guíe en el diálogo con el
Señor y nos enseñe a orar. También nosotros, por ello, en
nuestra oración, pidamos a Dios que nos ayude a entrar, más de
lleno, en el proyecto que tiene para cada uno de nosotros;
pidámosle ser "consagrados" a Él, pertenecerle cada vez más,
para poder amar cada vez más a los otros, cercanos y lejanos;
pidámosle ser siempre capaces de abrir nuestra oración a la
amplitud del mundo, no cerrándola en la petición de ayuda para
nuestros problemas, sino recordando delante del Señor a nuestro
prójimo, aprendiendo la belleza de interceder por los demás; le
pedimos el don de la unidad visible entre todos los creyentes en
Cristo --la hemos invocado con fuerza en esta Semana de Oración
por la Unidad de los Cristianos--, recemos para estar siempre
dispuestos a responder a cualquiera que nos pida razón de la
esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15). Gracias.
Traducción del italiano por José Antonio Varela