Benedicto XVI presenta las enseñanzas de san Jerónimo
Intervención durante la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles, en la que concluyó la presentación de la figura de san Jerónimo (347-419/420),, que había comenzado el miércoles precedente (Ver aquí).
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos hoy presentando la figura de san Jerónimo. Como dijimos el miércoles
pasado, dedicó su vida al estudio de la Biblia, hasta el punto de que fue
reconocido por mi predecesor, el Papa Benedicto XVI, como «eminente doctor en la
interpretación de las Sagradas Escrituras». Jerónimo subrayaba la alegría y la
importancia de familiarizarse con los textos bíblicos: «¿No te parece que estás
--ya aquí, en la tierra-- en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos
textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?» (Epístola 53,
10). En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido
presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos
bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues
«ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Es suya esta famosa frase, citada
por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).
«Enamorado» verdaderamente de la Palabra de Dios, se preguntaba: «¿Cómo es
posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se
aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?» (Epístola
30, 7). La Biblia, instrumento «con el que cada día Dios habla a los fieles»
(Epístola 133, 13), se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida
cristiana para todas las situaciones y para toda persona.
Leer la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas --escribe a una joven noble
de Roma--hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla» (Epístola 22, 25).
El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (Cf.
«In Eph.», prólogo). Ciertamente para penetrar de una manera cada vez más
profunda en la Palabra de Dios se necesita una aplicación constante y
progresiva. Por este motivo, Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: «Lee
con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, que el Libro no se caiga
nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar» (Epístola 52, 7). A
la matrona romana, Leta, le daba estos consejos para la educación cristiana de
su hija: «Asegúrate de que estudie todos los días algún pasaje de la Escritura…
Que acompañe la oración con la lectura, y la lectura con la oración… Que ame los
Libros divinos en vez de las joyas y los vestidos de seda» (Epístola 107,9.12).
Con la meditación y la ciencia de las Escrituras se «mantiene el equilibrio del
alma» («Ad Eph.», pról.). Sólo un profundo espíritu de oración y la ayuda del
Espíritu Santo pueden introducirnos en la comprensión de la Biblia: «Al
interpretar la Sagrada Escritura siempre tenemos necesidad de la ayuda del
Espíritu Santo» («In Mich.», 1,1,10,15).
Un amor apasionado por las Escrituras caracterizó por tanto toda la vida de
Jerónimo, un amor que siempre trató de suscitar en los fieles. Recomendaba a una
de sus hijas espirituales: «Ama la Sagrada Escritura y la sabiduría te amará;
ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea
para ti como tus collares y tus pendientes» (Epístola 130, 20). Y añadía: «Ama
la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de la carne» (Epístola
125,11).
Para Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las
Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Por nosotros mismos
nunca podemos leer la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y
caemos en errores. La Biblia fue escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo
de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el
Pueblo de Dios podemos entrar realmente con el «nosotros» en el núcleo de la
verdad que Dios mismo nos quiere comunicar. Para él una auténtica interpretación
de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia
católica. No se trata de una exigencia impuesta a este libro desde el exterior;
el Libro es precisamente la voz del Pueblo de Dios que peregrina y sólo en la fe
de este Pueblo podemos estar, por así decir, en el tono adecuado para comprender
la Sagrada Escritura. Por este motivo, Jerónimo alentaba: «Permanece firmemente
unido a la doctrina de la tradición que te ha sido enseñada para que puedas
exhortar según la sana doctrina y refutar a quienes la contradicen» (Epístola
52,7). En particular, dado que Jesucristo fundó su Iglesia sobre Pedro, todo
cristiano, concluía, debe estar en comunión «con la Cátedra de san Pedro. Yo sé
que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» (Epístola 15, 2). Por tanto,
con claridad, declaraba: «Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro»
(Epístola 16).
Jerónimo no descuida el aspecto ético. Con frecuencia reafirma el deber de
acordar la vida con la Palabra divina. Una coherencia indispensable para todo
cristiano y particularmente para el predicador, a fin de que sus acciones no
contradigan sus discursos.
Así exhorta al sacerdote Nepociano: «Que tus acciones no desmientan tus
palabras, para que no suceda que, cuando prediques en la Iglesia, alguien en su
intimidad comente: “¿Por qué entonces tú no actúas así?”. Curioso maestro el
que, con el estómago lleno, se poner a pronunciar discursos sobre el ayuno;
incluso un ladrón puede criticar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la
mente y la palabra deben estar de acuerdo» (Epístola 52,7).
En otra carta, Jerónimo confirma: «Aunque tenga una espléndida doctrina, es
vergonzosa la persona que se siente condenada por la propia conciencia»
(Epístola 127,4). Hablando de la coherencia, observa: el Evangelio debe
traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues en todo ser humano está
presente la Persona misma de Cristo. Dirigiéndose, por ejemplo, al presbítero
Paulino, que después llegó a ser obispo de Nola y santo, Jerónimo le da este
consejo: «El verdadero templo de Cristo es el alma del fiel: adorna este
santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas y recibe a Cristo. ¿Qué
sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas si Cristo muere de
hambre en la persona de un pobre?» (Epístola 58,7).
Jerónimo concretiza: es necesario «vestir a Cristo en los pobres, visitarle en
los que sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no
tienen un techo» (Epístola 130, 14). El amor por Cristo, alimentado con el
estudio y la meditación, nos permite superar toda dificultad: «Si nosotros
amamos a Jesucristo y buscamos siempre la unión con Él, nos parecerá fácil lo
que es difícil» (Epístola 22,40).
Jerónimo, definido por Próspero de Aquitania, «modelo de conducta y maestro del
género humano» («Carmen de ingratis», 57), nos ha dejado también una enseñanza
rica y variada sobre el ascetismo cristiano. Recuerda que un valiente compromiso
por la perfección requiere una constante vigilancia, frecuentes mortificaciones,
aunque con moderación y prudencia, un asiduo trabajo intelectual o manual para
evitar el ocio (Cf, Epístolas 125, 11 y 130, 15), y sobre todo la obediencia a
Dios: «No hay nada que le agrade tanto a Dios como la obediencia…, que es la más
excelsa de las virtudes» («Hom. de oboedientia»: CCL 78,552). Del camino
ascético pueden formar también parte las peregrinaciones. En particular,
Jerónimo las impulsó a Tierra Santa, donde los peregrinos eran acogidos y
hospedados en edificios surgidos junto al monasterio de Belén, gracias a la
generosidad de la mujer noble Paula, hija espiritual de Jerónimo (Cf. Epístola
108,14).
No hay que olvidar, por último, la contribución ofrecida por Jerónimo a la
pedagogía cristiana (Cf. Epístolas 107 y 128). Se propone formar «un alma que
tiene que convertirse en templo del Señor» (Epístola 107,4), una «gema
preciosísima» a los ojos de Dios (Epístola 107, 13). Con profunda intuición
aconseja preservarla del mal y de las ocasiones de pecado, evitar las amistades
equívocas o que disipan (Cf. Epístola 107,4 y 8-9; Cf. también Epístola 128,
3-4). Exhorta sobre todo a los padres a crear un ambiente de serenidad y de
alegría alrededor de los hijos, para que les estimulen en el estudio y en el
trabajo, y les ayuden con la alabanza y la emulación (Cf. Epístolas 107,4 y
128,1) a superar las dificultades, favoreciendo en ellos las buenas costumbres y
preservándoles de las malas porque --dice citando una frase de Publilio Siro que
había escuchado en la escuela-- «a duras penas lograrás corregirte de las cosas
a las que te vas acostumbrando tranquilamente» (Epístola 107, 8).
Los padres son los principales educadores de los hijos, los maestros de vida.
Con mucha claridad Jerónimo, dirigiéndose a la madre de una muchacha y luego al
padre, advierte, como expresando una exigencia fundamental de toda criatura
humana que se asoma a la existencia: «Que ella encuentre en ti a su maestra y
que su inexperta adolescencia se oriente hacia ti maravillada. Que nunca vea en
ti ni en su padre actitudes que la lleven al pecado. Recordad que podéis
educarla más con el ejemplo que con la palabra» (Epístola 107, 9).
Entre las principales intuiciones de Jerónimo como pedagogo hay que subrayar la
importancia atribuida a una sana e integral educación desde la primera infancia,
la peculiar responsabilidad atribuida a los padres, la urgencia de una formación
moral religiosa, la exigencia del estudio para lograr una formación humana más
completa.
Además, hay un aspecto bastante descuidado en los tiempos antiguos, pero que era
considerado vital por nuestro autor: la promoción de la mujer, a quien reconoce
el derecho a una formación completa: humana, académica, religiosa, profesional.
Y precisamente hoy vemos cómo la educación de la personalidad en su integridad,
la educación en la responsabilidad ante Dios y ante los hombres, es la auténtica
condición de todo progreso, de toda paz, de toda reconciliación y de toda
exclusión de la violencia. Educación ante Dios y ante el hombre: la Sagrada
Escritura nos ofrece la guía de la educación y, por tanto, del auténtico
humanismo.
No podemos concluir estas rápidas observaciones sobre este gran padre de la
Iglesia sin mencionar la eficaz contribución que ofreció a la salvaguarda de
elementos positivos y válidos de las antiguas culturas judía, griega y romana en
la naciente civilización cristiana. Jerónimo reconoció y asimiló los valores
artísticos, la riqueza de los sentimientos y la armonía de las imágenes
presentes en los clásicos, que educan el corazón y la fantasía en los nobles
sentimientos.
Sobre todo, puso en el centro de su vida y de su actividad la Palabra de Dios,
que indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la
santidad. Por todo esto precisamente en nuestros días podemos sentirnos
profundamente agradecidos con san Jerónimo.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia,
el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos la catequesis sobre san Jerónimo, quien por su apasionado amor al
estudio de la Biblia fue declarado «doctor eminente en la interpretación de la
Escritura». Un criterio metodológico fundamental para su interpretación es,
según él, la sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Por ello dice: «Yo estoy
con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro». Leer la Biblia es conversar con
Dios. Su meditación frecuente hace al hombre sabio y sereno.
Desde el aspecto ético, afirma que la coherencia de la vida con la Palabra es
indispensable para todo cristiano y particularmente para el predicador, a fin de
que sus acciones no contradigan sus palabras. Fue modelo de conducta y maestro
de ascetismo, recordando que la perfección requiere constante vigilancia,
frecuentes mortificaciones, asiduo trabajo intelectual o manual para evitar el
ocio, y sobre todo obediencia a Dios. Las peregrinaciones, especialmente a
Tierra Santa, pueden entrar a formar parte del camino ascético.
Jerónimo hizo una gran aportación a la pedagogía cristiana. Destacó la
importante responsabilidad de los padres como primeros y principales educadores
de sus hijos. Consideró también vital la promoción de la mujer y contribuyó
eficazmente a la salvaguardia de los elementos positivos de la cultura judía,
griega y romana en la naciente civilización cristiana.
Saludo a los peregrinos españoles, especialmente a los del Arciprestazgo de
Abegondo, de Santiago de Compostela, a los de la Parroquia de Serantes, de
Ferrol y a los miembros de la Hermandad de Santa Marta, de Madrid. También a los
estudiantes chilenos de Santiago, a los venezolanos de Maracaibo, a los
mexicanos y de otros países latinoamericanos. Agradeciendo al Señor la vida de
san Jerónimo, seguid sus enseñanzas y poned la Palabra de Dios en el centro de
vuestra vida y actividades. Ella os guía a la santidad. ¡Gracias!
[© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]