Benedicto XVI presenta las
enseñanzas de Orígenes sobre la oración y la Iglesia
Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 2 mayo 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este
miércoles en la que presentó las enseñanzas sobre la oración y la Iglesia de
Orígenes de Alejandría.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis del miércoles pasado estuvo dedicada a la gran figura de Orígenes,
doctor de Alejandría que vivió entre el siglo II y III. En esa catequesis,
tomamos en consideración la vida y la producción literaria de este gran maestro,
encontrando en su «triple lectura» de la Biblia el núcleo inspirador de toda su
obra. Dejé a un lado, para retomarlos hoy, dos aspectos de la doctrina de
Orígenes, que considero entre los más importantes y actuales: quiero hablar de
sus enseñanzas sobre la oración y sobre la Iglesia.
Enseñanza sobre la oración
En realidad, Orígenes, autor de un importante y siempre actual tratado «Sobre la
oración», entrelaza constantemente su producción exegética y teológica con
experiencias y sugerencias relativas a la oración. A pesar de toda su riqueza
teológica de pensamiento, no es un tratado meramente académico; siempre se
fundamenta en la experiencia de la oración, del contacto con Dios.
Desde su punto de vista, la comprensión de las Escrituras exige, no sólo
estudio, sino intimidad con Cristo y oración. Está convencido de que el camino
privilegiado para conocer a Dios es el amor, y que no existe un auténtico
«conocimiento de Cristo» sin enamorarse de él.
En la «Carta a Gregorio», Orígenes recomienda: «Dedicaos a la “lectio” de las
divinas Escrituras; aplicaos con perseverancia. Empeñaos en la “lectio” con la
intención de creer y agradar a Dios. Si durante la “lectio” te encuentras ante
una puerta cerrada, toca y te la abrirá el custodio, de quien Jesús ha dicho:
“El guardián se la abrirá”. Aplicándote de este modo a la “lectio divina”, busca
con lealtad y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las divinas
Escrituras, que en ellas se esconde con gran profundidad. Ahora bien, no te
contentes con tocar y buscar: para comprender los asuntos de Dios tienes
absoluta necesidad de la oración. Precisamente para exhortarnos a la oración, el
Salvador no sólo nos ha dicho: “buscad y hallaréis”, y “tocad y se os abrirá”,
sino que ha añadido: “Pedid y recibiréis”» (Carta a Gregorio, 4).
Salta a la vista el «papel primordial» desempeñado por Orígenes en la historia
de la «lectio divina». El obispo Ambrosio de Milán, quien aprenderá a leer las
Escrituras con las obras de Orígenes, la introduce después en Occidente para
entregarla a Agustín y a la tradición monástica sucesiva.
Como ya habíamos dicho, el nivel más elevado del conocimiento de Dios, según
Orígenes, surge del amor. Lo mismo sucede entre los hombres: uno sólo conoce
profundamente al otro si hay amor, si se abren los corazones. Para demostrar
esto, él se basa en un significado que en ocasiones se da al verbo «conocer» en
hebreo, es decir, cuando se utiliza para expresar el acto del amor humano:
«Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió» (Génesis 4,1). De este
modo se sugiere que la unión en el amor produce el conocimiento más auténtico.
Como el hombre y la mujer son «dos en una sola carne», así Dios y el creyente se
hacen «dos en un mismo espíritu».
De este modo, la oración del padre apostólico de Alejandría toca los niveles más
elevados de la mística, como lo atestiguan sus «Homilías sobre el Cantar de los
Cantares». Puede aplicarse en este sentido un pasaje de la primera «Homilía», en
la que Orígenes confiesa: «Con frecuencia --Dios es testigo-- he sentido que el
Esposo se me acercaba al máximo; después se iba de repente, y yo no pude
encontrar lo que buscaba. De nuevo siento el deseo de su venida, y a veces él
vuelve, y cuando se me ha aparecido, cuando le tengo entre las manos, se me
vuelve a escapar, y una vez que se ha ido me pongo a buscarle una vez más...»
(Homilías sobre el Cantar de los Cantares 1, 7).
Recuerda lo que mi venerado predecesor escribía, como auténtico testigo, en la
«Novo millennio ineunte», cuando mostraba a los fieles que la «oración puede
avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona
humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del
Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre». Se trata, seguía
diciendo Juan Pablo II; de «un camino sostenido enteramente por la gracia, el
cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra
también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas
formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”»
(número 33).
Enseñanza sobre la Iglesia
Pasemos, por último, a una enseñanza de Orígenes sobre la Iglesia, y más
precisamente sobre el sacerdocio común de los fieles. Como afirma en su novena
«Homilía sobre el Levítico», «esto nos afecta a todos nosotros» (9, 1). En la
misma «Homilía», Orígenes, al referirse a la prohibición hecha a Aarón, tras la
muerte de sus dos hijos, de entrar en el «Sancta sanctorum» «en cualquier
tiempo» (Levítico 16, 2), exhorta a los fieles con estas palabras: «Esto
demuestra que si uno entra a cualquier hora en el santuario, sin la debida
preparación, sin estar revestido de los ornamentos pontificales, sin haber
preparado las ofrendas prescritas y sin ser propicio a Dios, morirá… Esto nos
afecta a todos nosotros. Establece, de hecho, que aprendamos a acceder al altar
de Dios. ¿Acaso no sabes que también a ti, es decir, a toda la Iglesia de Dios y
al pueblo de los creyentes, ha sido conferido el sacerdocio? Escucha cómo Pedro
se dirige a los fieles: “linaje elegido”, dice, “sacerdocio real, nación santa,
pueblo que Dios ha adquirido”. Tú, por tanto, tienes el sacerdocio, pues eres
“linaje sacerdotal”, y por ello tienes que ofrecer a Dios el sacrificio… Pero
para que tú lo puedas ofrecer dignamente, tienes necesidad de vestidos puros,
distintos de los comunes a los demás hombres, y te hace falta el fuego divino» (ibídem).
De este modo, por una parte, el hecho de tener «ceñidos los lomos» y los
«ornamentos sacerdotales», es decir, la pureza y la honestidad de vida, y por
otra, tener la «lámpara siempre encendida», es decir, la fe y la ciencia de las
Escrituras, son las condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio
universal, que exige pureza y honestidad de vida, fe y conocimiento de las
Escrituras.
Con más razón aún estas condiciones son indispensables, evidentemente, para el
ejercicio del sacerdocio ministerial. Estas condiciones --conducta íntegra de
vida, pero sobre todo acogida y estudio de la Palabra-- establecen una auténtica
«jerarquía de la santidad» en el sacerdocio común de los cristianos. En la
cumbre de este camino de perfección, Orígenes pone el martirio.
También en la novena «Homilía sobre el Levítico» alude al «fuego para el
holocausto», es decir, a la fe y al conocimiento de las Escrituras, que nunca
tiene que apagarse en el altar de quien ejerce el sacerdocio. Después, añade:
«Pero, cada uno de nosotros no sólo tiene en sí» el fuego; «sino también el
holocausto, y con su holocausto enciende el altar para que arda siempre. Si
renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco mi
holocausto en el altar de Dios; y si entrego mi cuerpo para que arda, con
caridad, alcanzaré la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar
de Dios» (9, 9).
Este inagotado camino de perfección «nos afecta a todos nosotros», a condición
de que «la mirada de nuestro corazón» se dirija a la contemplación de la
Sabiduría y de la Verdad, que es Jesucristo. Al predicar sobre el discurso de
Jesús en Nazaret, cuando «en la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él»
(Lucas 4, 16-30), Orígenes parece que se dirige precisamente a nosotros:
«También hoy, en esta asamblea, vuestros ojos pueden dirigirse al Salvador.
Cuando dirijas la mirada más profunda del corazón hacia la contemplación de la
Sabiduría de la Verdad y del Hijo único de Dios, entonces tus ojos verán a Dios.
¡Bienaventurada es la asamblea de la que la Escritura dice que los ojos de todos
estaban fijos en él! ¡Cuánto desearía que esta asamblea diera un testimonio así,
que los ojos de todos, de los no bautizados y de los fieles, de las mujeres, de
los hombres y de los muchachos --no los ojos del cuerpo, sino los del alma--
vieran a Jesús! … Sobre nosotros está impresa la luz de tu rostro, Señor, a
quien pertenecen la gloria y la potencia por los siglos de los siglos. ¡Amén!»
(«Homilía sobre Lucas» 32, 6).
[Traducción del original realizado por Zenit. Al final de la audiencia, el
Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en
español:]
Queridos hermanos y hermanas:
Orígenes, en su tratado «Sobre la oración», afirma que para comprender las
Escrituras es necesaria la intimidad con Cristo y la oración. En su «Carta a
Gregorio» recomienda dedicarse a la lectura de las Escrituras divinas con
perseverancia, buscando, con lealtad y fe inquebrantable, el sentido de las
mismas. Pues, para comprender las cosas de Dios es absolutamente necesaria la
oración.
Para Orígenes, el mayor conocimiento de Dios brota de la unión en el amor. Como
el hombre y la mujer son «dos en una sola carne», así Dios y el creyente se
hacen «dos en un mismo espíritu». De este modo, su oración alcanza los niveles
más altos de la mística, como atestiguan sus «Homilías sobre el Cantar de los
Cantares». En sus enseñanzas sobre la Iglesia y, en concreto, sobre el
sacerdocio común de los fieles, Orígenes dice que la fe y el conocimiento de las
Escrituras son condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio
universal y del ministerial. Una conducta íntegra, pero sobre todo la acogida y
estudio de la Palabra divina, establecen una verdadera «jerarquía de la
santidad» en el sacerdocio común de los cristianos. En la cumbre de este camino
de perfección está el martirio.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, especialmente a las
Religiosas de María Inmaculada, a los peregrinos de Solsona con su Obispo,
Monseñor Jaime Traserra, así como a los demás peregrinos de España. México,
Paraguay y otros países de América Latina. Próximo ya mi viaje pastoral al
Brasil para inaugurar la Quinta Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen
María, que bendiga ese encuentro eclesial con abundantes frutos, a fin de que
todos los cristianos se sientan verdaderos discípulos de Cristo, enviados por Él
para evangelizar a sus hermanos con la palabra divina y con el testimonio de la
propia vida.
Muchas gracias por vuestra atención.
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