Benedicto XVI: «Estamos llamados a ser
testigos de la muerte y la resurrección de Cristo»
Intervención en la audiencia general del
miércoles, 11 abril
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 abril 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del
pasado miércoles, cita semanal a la que acudieron, en la Plaza de San Pedro en
el Vaticano, cerca de cuarenta mil personas.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos volvemos a reunir, después de las solemnes celebraciones de la Pascua,
para el acostumbrado encuentro del miércoles. Ante todo deseo renovaros a cada
uno mi más cordial felicitación pascual. Os agradezco vuestra presencia en tan
gran número y doy gracias al Señor por el hermoso sol que nos da.
En la Vigilia pascual resonó este anuncio: "Verdaderamente, ha resucitado el
Señor, aleluya". Ahora es él mismo quien nos habla: "No moriré —proclama—;
seguiré vivo". A los pecadores dice: "Recibid el perdón de los pecados, pues yo
soy vuestro perdón". Por último, a todos repite: "Yo soy la Pascua de la
salvación, yo soy el Cordero inmolado por vosotros, yo soy vuestro rescate, yo
soy vuestra vida, yo soy vuestra resurrección, yo soy vuestra luz, yo soy
vuestra salvación, yo soy vuestro rey. Yo os mostraré al Padre". Así se expresa
un escritor del siglo II, Melitón de Sardes, interpretando con realismo las
palabras y el pensamiento del Resucitado (Sobre la Pascua, 102-103).
En estos días la liturgia recuerda varios encuentros que Jesús tuvo después de
su resurrección: con María Magdalena y las demás mujeres que fueron al sepulcro
de madrugada, el día que siguió al sábado; con los Apóstoles, reunidos
incrédulos en el Cenáculo; con Tomás y los demás discípulos. Estas diferentes
apariciones de Jesús constituyen también para nosotros una invitación a
profundizar el mensaje fundamental de la Pascua; nos estimulan a recorrer el
itinerario espiritual de quienes se encontraron con Cristo y lo reconocieron en
esos primeros días después de los acontecimientos pascuales.
El evangelista Juan narra que Pedro y él mismo, al oír la noticia que les dio
María Magdalena, corrieron, casi como en una competición, hacia el sepulcro (cf.
Jn 20, 3 ss). Los Padres de la Iglesia vieron en esa carrera hacia el
sepulcro vacío una exhortación a la única competición legítima entre los
creyentes: la competición en busca de Cristo.
Y ¿qué decir de María Magdalena? Llorando, permanece junto a la tumba vacía con
el único deseo de saber a dónde han llevado a su Maestro. Lo vuelve a encontrar
y lo reconoce cuando la llama por su nombre (cf. Jn 20, 11-18). También
nosotros, si buscamos al Señor con sencillez y sinceridad de corazón, lo
encontraremos, más aún, será él quien saldrá a nuestro encuentro; se dejará
reconocer, nos llamará por nuestro nombre, es decir, nos hará entrar en la
intimidad de su amor.
Hoy, miércoles de la octava de Pascua, la liturgia nos invita a meditar en otro
encuentro singular del Resucitado, el que tuvo con los dos discípulos de Emaús (cf.
Lc 24, 13-35). Mientras volvían a casa, desconsolados por la muerte de su
Maestro, el Señor se hizo su compañero de viaje sin que lo reconocieran. Sus
palabras, al comentar las Escrituras que se referían a él, hicieron arder el
corazón de los dos discípulos, los cuales, al llegar a su destino, le pidieron
que se quedara con ellos. Cuando, al final, él "tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio" (Lc 24, 30), sus ojos se abrieron. Pero
en ese mismo instante Jesús desapareció de su vista. Por tanto, lo reconocieron
cuando desapareció.
Comentando este episodio evangélico, san Agustín afirma: "Jesús parte el pan y
ellos lo reconocen. Entonces nosotros no podemos decir que no conocemos a
Cristo. Si creemos, lo conocemos. Más aún, si creemos, lo tenemos. Ellos tenían
a Cristo a su mesa; nosotros lo tenemos en nuestra alma". Y concluye: "Tener a
Cristo en nuestro corazón es mucho más que tenerlo en la casa, pues nuestro
corazón es más íntimo para nosotros que nuestra casa" (Discurso 232, VII,
7). Esforcémonos realmente por llevar a Jesús en el corazón.
En el prólogo de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas afirma que el Señor
resucitado, "después de su pasión, se les presentó (a los Apóstoles), dándoles
muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días" (Hch
1, 3). Hay que entender bien: cuando el autor sagrado dice que les dio pruebas
de que vivía no quiere decir que Jesús volvió a la vida de antes, como Lázaro.
La Pascua que celebramos —observa san Bernardo— significa "paso" y no "regreso",
porque Jesús no volvió a la situación anterior, sino que "cruzó una frontera
hacia una condición más gloriosa", nueva y definitiva. Por eso —añade— "ahora
Cristo ha pasado verdaderamente a una vida nueva" (cf. Discurso sobre la
Pascua).
A María Magdalena el Señor le dijo: "Suéltame, pues todavía no he subido al
Padre" (Jn 20, 17). Es sorprendente esta frase, sobre todo si se compara
con lo que sucedió al incrédulo Tomás. Allí, en el Cenáculo, fue el Resucitado
quien presentó las manos y el costado al Apóstol para que los tocara y así
obtuviera la certeza de que era precisamente él (cf. Jn 20, 27). En
realidad, los dos episodios no se contradicen; al contrario, uno ayuda a
comprender el otro.
María Magdalena quería volver a tener a su Maestro como antes, considerando la
cruz como un dramático recuerdo que era preciso olvidar. Sin embargo, ya no era
posible una relación meramente humana con el Resucitado. Para encontrarse con él
no había que volver atrás, sino entablar una relación totalmente nueva con él:
era necesario ir hacia adelante.
Lo subraya san Bernardo: Jesús "nos invita a todos a esta nueva vida, a este
paso... No veremos a Cristo volviendo la vista atrás" (Discurso sobre la
Pascua). Es lo que aconteció a Tomás. Jesús le muestra sus heridas no para
olvidar la cruz, sino para hacerla inolvidable también en el futuro.
Por tanto, la mirada ya está orientada hacia el futuro. El discípulo tiene la
misión de testimoniar la muerte y la resurrección de su Maestro y su vida nueva.
Por eso, Jesús invita a su amigo incrédulo a "tocarlo": lo quiere convertir en
testigo directo de su resurrección.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros, como María Magdalena, Tomás y
los demás discípulos, estamos llamados a ser testigos de la muerte y la
resurrección de Cristo. No podemos guardar para nosotros la gran noticia.
Debemos llevarla al mundo entero: "Hemos visto al Señor" (Jn 20, 24).
Que la Virgen María nos ayude a gustar plenamente la alegría pascual, para que,
sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, seamos capaces de difundirla a
nuestra vez dondequiera que vivamos y actuemos.
Una vez más: ¡Feliz Pascua a todos vosotros!
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en diez idiomas.
En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial al grupo
del seminario de Pamplona, a la Agencia para la reeducación y reinserción, de
Madrid, así como a los grupos de las diversas parroquias y colegios de España, y
a los demás peregrinos de Argentina y otros países latinoamericanos.
Invito a todos a dejar que Cristo resucitado entre en vuestros corazones y nazca
así, en cada persona y en el mundo entero, la vida nueva que ha ganado para
nosotros. Gracias por vuestra visita y una vez más: ¡Felices Pascuas!
[© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]