Benedicto XVI: La Tradición apostólica es «el Evangelio vivo»
Intervención en la audiencia general del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 3 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el tema «La tradición apostólica».


 

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Queridos hermanos y hermanas:
En estas catequesis queremos comprender un poco qué es la Iglesia. La última vez meditamos en el tema de la Tradición apostólica. Hemos visto que no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas muertas; la Tradición es el río de la vida nueva que procede de los orígenes, de Cristo hasta nosotros, y nos hace participar en la historia de Dios con la humanidad. Este tema de la Tradición es tan importante que quisiera volver a detenerme hoy en él: de hecho, es de gran importancia para la vida de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II constató, en este sentido, que la Tradición es apostólica ante todo en sus orígenes: «Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo (Cf. 2 Corintios 1,20 y 3,16-4,6), mandó a los apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los profetas, lo completó Él y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres» (Constitución dogmática «Dei Verbum», 7). El Concilio sigue señalando que este compromiso ha sido realizado fielmente «por los apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo» (ibídem). Con los apóstoles, añade el Concilio, colaboraron también «varones apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación» (ibídem).

Jefes del Israel escatológico --ellos también eran doce, como las tribus del pueblo elegido--, los apóstoles continúan la «reunión» comenzada por el Señor y lo hacen ante todo transmitiendo fielmente el don recibido, la buena nueva del Reino que llegó a los hombres con Jesucristo. Su número no sólo expresa la continuidad con la santa raíz, el Israel de las doce tribus, sino también el destino universal de su ministerio, que trae la salvación hasta los confines de la tierra. Lo expresa el valor simbólico que tienen los números en el mundo semítico: doce resulta de la multiplicación de tres, número perfecto, por cuatro, número que hace referencia a los cuatro puntos cardinales, por tanto, a todo el mundo.

La comunidad, nacida del anuncio evangélico, se siente convocada por la palabra de los primeros que hicieron la experiencia del Señor y que fueron enviados por Él. Sabe que puede contar con la guía de los doce, así como con la de quienes más tarde se asocian como sucesores en el ministerio de la Palabra y en el servicio a la comunión. Por tanto, la comunidad se siente comprometida a transmitir a los demás la «alegre noticia» de la presencia actual del Señor y de su misterio pascual, que obra en el Espíritu. Esto queda subrayado en algunos pasajes de las cartas de san Pablo: «os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí» (1 Corintios 15, 3). Y esto es importante. Como se sabe, san Pablo, originalmente llamado por Cristo con una vocación personal, es un auténtico apóstol y, sin embargo, también en su caso lo que cuenta fundamentalmente es la fidelidad a lo que ha recibido. No quería «inventar» un nuevo cristianismo, por así decir, «paulino». Por ello, insiste: «os transmití lo que a mi vez recibí». Transmitió el don inicial que procede del Señor, pues la que salva es la verdad. Después, hacia el final de su vida, escribe a Timoteo: «Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros. (2 Timoteo 1, 14).

Lo muestra con eficacia también este antiguo testimonio de la fe cristiana, escrito por Tertuliano hacia el año 200: «[Los apóstoles] al principio afirmaron la fe en Jesucristo y establecieron Iglesias para Judea e inmediatamente después, esparcidos por el mundo, anunciaron la misma doctrina y una misma fe a las naciones y así fundaron Iglesias en cada ciudad. De éstas, después, las Iglesias tomaron la ramificación de su fe y las semillas de la doctrina, y continuamente la toman para ser precisamente Iglesias. De este modo, también ellas son consideradas apostólicas, como descendencia de las Iglesias y de los apóstoles» («De praescriptione haereticorum», 20: PL 2,32).

El Concilio Vaticano II comenta: «lo que enseñaron los apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree» («Dei Verbum», 8). La Iglesia transmite todo lo que es y todo lo que cree, lo transmite en el culto, en la vida, en la doctrina. La Tradición es, por tanto, el Evangelio vivo, anunciado por los apóstoles en su integridad, en virtud de la plenitud de su experiencia única e irrepetible: por su obra la fe es comunicada a los demás, hasta llegar a nosotros, hasta el fin del mundo. La Tradición, por tanto, es la historia del Espíritu que actúa en la historia de la Iglesia a través de la mediación de los apóstoles y de sus sucesores, en continuidad fiel con la experiencia de los orígenes. Es lo que explica el Papa san Clemente de Roma, hacia el final del siglo I: «Los apóstoles --escribe-- nos anunciaron el Evangelio enviados por el Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. Cristo proviene por tanto de Dios, los apóstoles de Cristo: ambos proceden ordenadamente de la voluntad de Dios… Nuestros apóstoles supieron a través del Señor nuestro, Jesucristo, que surgirían contiendas en torno a la función episcopal. Por ello, previendo perfectamente el futuro, establecieron a los elegidos y les ordenaron que a su muerte otros varones de probada virtud asumieran su servicio» («Ad Corinthios», 42.44: PG 1,292.296).

Esta cadena del servicio continúa hasta nuestros días, continuará hasta el final del mundo. De hecho, la misión conferida por Jesús a los apóstoles ha sido transmitida por ellos a sus sucesores. Más allá de la experiencia del contacto personal con Cristo, experiencia única e irrepetible, los apóstoles transmitieron a los sucesores el envío solemne al mundo recibido del Maestro. La palabra apóstol procede precisamente del término griego «apostéllein», que quiere decir enviar. El envío apostólico --como muestra el texto de Mateo 28,19 y siguientes-- implica un servicio pastoral («haced discípulos a todas las gentes»), litúrgico («bautizándolas») y profético («enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado»), garantizado por la cercanía del Señor hasta la consumación de los siglos («yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Así, de manera diferente a los apóstoles, también nosotros tenemos una auténtica y personal experiencia de la presencia del Señor resucitado. A través del ministerio apostólico Cristo mismo llega hasta quien es llamado a la fe, superando la distancia de siglos y ofreciéndosenos, vivo y operante, en el hoy de la Iglesia y del mundo. Esta es nuestra gran alegría. En el río vivo de la Tradición, Cristo no queda lejos, a dos mil años de distancia, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad, nos dala luz que nos hace vivir y encontrar el camino hacia el futuro.



[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano.]

Queridos hermanos y hermanas:
Dios dispuso que lo revelado para la salvación fuera transmitido íntegramente a todas las generaciones. Por eso, Cristo envió a los Apóstoles a predicar fielmente la buena nueva del Reino a todos los hombres, continuando así la llamada y la misión iniciada por Él. Con el número doce se expresa no sólo la continuidad de las doce tribus de Israel, sino también el destino universal de su ministerio apostólico.

La comunidad cristiana, nacida del anuncio evangélico de aquellos primeros que estuvieron con el Señor, se siente, al mismo tiempo, impulsada a transmitir a los demás esta presencia divina. La Tradición es, pues, el Evangelio vivo, anunciado en su integridad por los Apóstoles, y como la historia del Espíritu que actúa en la historia de la Iglesia por medio de ellos y de sus sucesores. Gracias al ministerio apostólico, Cristo mismo llega hasta quien es llamado a la fe, superando la distancia de los siglos y ofreciéndose, vivo y operante, en el hoy de la Iglesia y del mundo.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, de modo particular a la Guardia Real del Rey de España, a la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, a los Abogados del Estado, a la promoción de Guardiamarinas y demás grupos españoles. Saludo también a los peregrinos de México, al grupo de Guatemala y a los demás visitantes latinoamericanos. Agradezcamos al Señor que a través de la Tradición apostólica ha llegado íntegro hasta nosotros el mensaje de la salvación.
Muchas gracias por vuestra atención.


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