Benedicto XVI en el Corpus Christi
Cristo
«quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la Iglesia»
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 junio 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración
mariana del Ángelus en el domingo el que en muchos países celebraron la
solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Corpus Christi.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad de este día, el Corpus Christi, que en el Vaticano y en otras
naciones ya se celebró el jueves pasado, nos invita a contemplar el sumo
Misterio de nuestra fe: la Santísima Eucaristía, real presencia del Señor
Jesucristo en el sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el
sacrificio eucarístico, en la oración de consagración, repite: «Este e mi
cuerpo…», «Esta es mi sangre». Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón
a Cristo, que quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la
Iglesia.
Pero incluso después de la celebración de los divinos misterios el Señor
permanece vivo en el tabernáculo; por esto se le alaba especialmente con la
adoración eucarística, como he querido recordar en la reciente exhortación
apostólica post-sinodal
«Sacramentum caritatis» (Cf. números 66-69). Es más, se da un lazo
intrínseco entre la celebración y la adoración. La santa misa, de hecho, es en
sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta
carne --escribe san Agustín-- si antes no la ha adorado» («Enarrationes in
Psalmos» 98,9: CCL XXXIX, 1385). La adoración fuera de la santa misa continúa e
intensifica lo que ya ha sucedido en la celebración litúrgica, y hace posible
una acogida verdadera y profunda de Cristo.
En este día, en todas las comunidades cristianas, se celebra la procesión
eucarística, particular forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida
por bellas y tradicionales manifestaciones de devoción popular. Quisiera
aprovechar la oportunidad que me ofrece esta solemnidad de hoy para recomendar
encarecidamente a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración
eucarística.
Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las
asociaciones y confraternidades que se dedican a ella de manera especial:
recuerdan a todos la centralidad de Cristo en nuestra vida personal y eclesial.
Me alegra la constatación de que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de
la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los sacerdotes a alentar
en esto a los grupos juveniles, pero también a que les sigan para que las formas
de la adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con adecuados
momentos de silencio y de escucha de la Palabra de Dios.
En la vida de hoy, con frecuencia ruidosa y dispersiva, es más importante que
nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la
adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al «yo», sino más bien en
compañía de ese «Tú» lleno de amor, que es Jesucristo, «el Dios cercano a
nosotros».
Que la Virgen María, mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la
auténtica adoración. Su corazón, humilde y sencillo, siempre vivía en
recogimiento en torno al misterio de Jesús, en quien adoraba la presencia de
Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión crezca en toda la Iglesia la
fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa,
especialmente en la dominical, y el empuje para testimoniar la inmensa caridad
de Cristo.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa dirigió un saludo a los peregrinos. En
italiano, dijo:]
Por desgracia me llegan frecuentes peticiones para que intervenga a favor de
personas, algunas de ellas sacerdotes católicos, secuestradas por diferentes
motivos en diferentes partes del mundo. Llevo a todos en el corazón y a todos
les tengo presentes en mi oración, pensando, entre otros, en el doloroso caso de
Colombia.
Dirijo mi apremiante llamamiento a los autores de estos actos excecrables para
que tomen conciencia del mal cometido y restituyan cuanto antes al amor de sus
seres queridos a cuantos tienen prisioneros. Confío las víctimas a la materna
protección de María Santísima, Madre de todos los hombres.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En particular al grupo de
ciudadanos de las siete parroquias del Principado de Andorra, acompañados de sus
Alcaldes, así como al grupo de estudiantes y profesores del Colegio San José, de
Reus. En la Eucaristía, sacramento de la Caridad, Cristo nos revela el amor
infinito de Dios. Acudamos a la Virgen María para que nos ayude y enseñe a
recibir, con un corazón cada vez más purificado y agradecido, el don que Cristo
nos hace de sí mismo en este sacramento. ¡Feliz domingo!
[Traducción del original italiano realizada por Zenit
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