CUARTA PARTE

LA BÚSQUEDA DE DIOS EN LAS
RELIGIONES NO CRISTIANAS


De la mano de las líneas directrices adelantadas por el concilio Vaticano II nos adentramos en el diálogo teológico con religiones no cristianas. Un tal diálogo no puede ser conducido sino en sus líneas principales en cuanto a la elección y al modelo, dada la variedad de fenómenos religiosos que aparecen ante nosotros. Tiene que tratarse de las formas que a la vista de lo esencial de una tal religión sean características de ella. Por eso no se intenta una descripción plena de una religión. Podría parecer insuficiente, sin más, en el ámbito de que disponemos. Finalmente, es determinante para la elección, la cuestión de la relevancia de un tema sobre una religión distinta a la nuestra para el diálogo teológico pretendido. Se puede tomar y ser fructífero, cuando de hecho se trata concretamente de una supuesta correlación que facilita la comprensión. El teólogo cristiano aporta esta condición previa del entender, no sólo basado en sus conocimientos, sino fundamentalmente con fundamento en la ejecución concreta y las experiencias de su fe.

No se trata de una meditación a distancia de fenómenos religiosos extraños a uno mismo y de la comparación que los juzga. Este método corresponder fa a la puesta en marcha de un trabajo de historia comparada de las religiones. Tan poco se puede tratar de coordinar tales fenómenos unos con otros, en cortes sectoriales sistemáticos, como facilita una consecuente meditación fenomenológica de las religiones. La entrada a las religiones, que nosotros escogemos para nuestra tarea sobre temas concretos de las mismas, se nos da por la posición de las tareas teológicas. Se determina por medio de la búsqueda de los vestigia Dei, que se pueden descubrir en las religiones no cristianas, a la vista de la comprensión de la Revelación cristiana. Con lo cual no se considera de ningún modo lo que está cercano y emparentado con la propia fe. También aquello que en una religión diferente aparece como marcadamente raro y extraño, puede ser de extraordinario interés para nuestro debate teológico. A menudo, está oculto en estos datos raros de otra religión la cuestión que deja aparecer la respuesta que, en suma, da sentido y comprensión a la visión cristiana.

El diálogo de las religiones está también obligado esencialmente por el principio del modelo socrático-platónico, en el que se encuentra desde sus comienzos. En la correlación de pregunta y respuesta se mueven ambos en el campo de gravitación de la verdad. Preguntando a la religión extranjera podremos descubrir las huellas y distinguir los pasos, que conducen a la plenitud de la verdad de Dios en Cristo. Tal «búsqueda de rastros» es prometedora también, porque conduce al que pregunta a mayor profundidad en su fe. La seriedad y la profundidad con las cuales los hombres en las religiones indagan el misterio de Dios percibido por ellos, son siempre también una cuestión de profundización y realización de la propia fe cristiana.

Esto es válido, no solamente a la vista de existencias religiosas ejemplares de hombres de otras religiones. Toca mucho más al hecho del tiempo y la posición histórica, además de los condicionantes del reconocimiento también de la propia fe cristiana. Con buen fundamento reconocemos la fe de la Iglesia en su totalidad, que supera estas limitaciones de tiempo y espacio. El interrogante de las otras religiones y el reconocimiento de las huellas de Dios que se encuentran en ellas, afina al mismo tiempo la mirada de aquellos que en la propia situación creen solamente en católico. Lo que es propio de la Iglesia de todos los tiempos, lo que no es capaz de aparecer en el horizonte del propio tiempo de una situación cultural y social, necesita del recuerdo y del suplemento. El estudio de la Sagrada Escritura y de la historia de la fe de la Iglesia redundará en su provecho. Nuestra pregunta de lo que Dios ha proporcionado a los hombres en otras religiones, para facilitarles la búsqueda de El, puede ser útil en este caso. Así una cuestión con la que la fe cristiana se dirige a hombres en otras religiones, puede ser causa de respuestas nuevas y enriquecedoras, que fluyen hacia la fe cristiana desde un tal diálogo.

Con ello ganan aquellos temas y aspectos nuestra atención, que son característicos para la comprensión de una religión distinta, y que por eso son de un interés especial para una tarea teológica. Hay que tener en cuenta que en ese cuestionamiento se toca siempre una temática concreta de teología cristiana. Se trata de encontrarla. Puede ser que solamente por medio de la pregunta de una religión distinta, se reconozca de nuevo un tal sentido teológico como necesario. A lo largo de la historia de occidente están en primer plano diversos aspectos de la tradición de la fe cristiana, otros, por el contrario, están detrás. Así ocurre siempre de nuevo, que del thesaurus fidei de la Iglesia se pide lo que en el encuentro y discusión con una religión extraña gana ahora actualidad nueva y especial.

Durante el avance del desarrollo teológico de la verdad cristiana el encuentro con hombres de otras religiones juega un papel importante. Lo que tal vez en el horizonte de la interpretación aparece como teológicamente marginal en una situación actual y secular concreta, recobra su propio peso. Los hombres de otras religiones y culturas promueven de este modo el proceso de apertura y profundización, uno de los conocimientos que aprovecha teológicamente a la Iglesia universal como totalidad. Las fronteras de una situación de interpretación de la verdad cristiana, con frecuencia regional, con sus acentos no pocas veces unilaterales, son sobrepasadas hacia otros horizontes nuevos de la hermenéutica. Con lo cual se cumple al mismo tiempo el destino de estas religiones: contribuyen a que la única verdad, venida a este mundo en Jesucristo, en una humanidad que crece junta, aparezca más clara, se pueda expresar más profundamente y se experimente con mayor amplitud.

 

BIBLIOGRAFÍA

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T. OHM: Die Liebe zu Gott in den nichtchristlichen Religionen, Frankfurt 1957 2.

J. RATZINGER: Einführung in das Christentum, München 19773. E. BENZ: Neue Religionen, Stuttgart 1971.

 

1. EL HOMBRE Y SU COMUNIDAD EN LAS
RELIGIONES NATURALES


En las diferentes relaciones de estas religiones hay ya una indicación para el especial conocimiento de su ser. El concepto «religiones naturales» indica la íntima relación en que están los hombres con la totalidad de la naturaleza que les rodea y les condiciona en su vida. El hombre de estas religiones está «todavía en la plenitud de su propio ambiente y entorno. Vive completamente como miembro suyo y en él. No se ha distanciado todavía de él, la naturaleza inorgánica como la orgánica tiene para él el mismo significado. Lo transcendente y lo inmanente, lo objetivo y lo subjetivo no están todavía separados para él»
63.

Se ha tomado este forma de comportamiento religioso original como motivo para hablar de «religión primaria». Con lo cual se expresa que en estas religiones se trata todavía de una veneración inmediata de todo lo que aparece en la naturaleza. Descubrimos en ellas formas primarias de comportamiento religioso, que se vuelven a encontrar en las llamadas religiones avanzadas. Con lo cual no se habla de un determinado estadio previo en el desarrollo religioso de la humanidad, que se hubiera substituido por formas superiores a lo largo de la historia. La denominación «religiones primitivas», que todavía hoy se encuentra como término técnico para esas religiones, podría estar cerca de un tal malentendido. En muchos aspectos se encuentran también elementos en las religiones avanzadas, que son parecidas a las estructuras de comportamiento de esas religiones primarias. Esto toca no solamente al trato con materia sagrada, o la relación corporal-espiritual de la curación del cuerpo y la experiencia de salvación religiosa. También en los elementos y en la misma naturaleza puede la divinidad ir al encuentro de los hombres, y a través de ella actuar sobre ellos.

Lo especial de las llamadas religiones naturales es que en ellas la misma naturaleza, como si estuviese penetrada por espíritus y fuerzas, es venerada divinamente. Por eso se les llama «religiones animistas». El hombre no es aquí la «corona» de un mundo creado por

63. E. Dammann, Die Religionen Afrikas, Stuttgart 1963, 5.

Dios (Gn 1, 26ss.). Mucho más se comporta él ante las fuerza de la naturaleza que se le aparecen en las diversas formas de lo creado, como un ser dependiente de ellas. Montes, ríos, árboles, pero también la tormenta y otros fenómenos meteorológicos se representan como poseídos por más altos poderes. Todo el mundo que viene al encuentro del hombre está cargado de poder, para el hombre todavía un medio ambiente animado y amenazador, superior a él.

La denominación «religiones de tribus» subraya otra característica importante de su ser. El individuo es aquí parte integrante de una comunidad mayor que decide por él. Ésta está determinada a través del origen común o de la relación de parentesco. Este comprende la comunidad viva correspondiente y las almas de los antepasados que después de la muerte se cuentan entre los que pertenecen a «los poderes de arriba» (E. Dammann). A la comunidad de la estirpe pertenecen siempre también las estructuras de parentesco de clan y gran familia. La religión está referida y relacionada con este sistema de comunidad. En él encuentra sus fronteras. Otras estirpes tienen dioses de otros antepasados y por ello no son consideradas como la propia comunidad religiosa. La fe religiosa sanciona y garantiza aquí la alianza dada por la naturaleza en la figura del parentesco de sangre y del sitio donde se vive.

En la elección de sus diversas denominaciones hay simultáneamente una indicación de un modo de ser concreto de estas religiones. Nos servimos del concepto general de «religiones naturales». En lo que sigue nos relacionamos con tales fenómenos, que en parte se refieren a su ser característico, y en parte son especialmente relevantes para la referencia teológica.


1.1 El poder que mantiene el amor

El hombre expresa en las religiones naturales de un modo todavía natural su dependencia de criatura. Desde el nacimiento hasta el momento de la muerte la vida esta determinada por poderes y fuerzas. Salud y enfermedad, cosecha o mala cosecha, bendición de hijos o falta de ellos, suerte en la caza o victoria sobre el enemigo, o lo que el hombre y su comunidad experimenta es el resultado de una concesión o de una negación. Para triunfar en la vida se necesita un poder. La unión íntima de hombre y naturaleza hace aparecer ambas cosas como un organismo, que está atravesado por una corriente de fuerzas que determinan la vida. La religión está al servicio de estas avenidas de poder, que garantizan la vida. Mala suerte y adversidad tanto en el contexto humano como fuera de él son siempre, por eso, consecuencia de una dejadez religiosa que hay que superar, una obligación no cumplida, una violación de un tabú, en todo caso un comportamiento por el cual hay que hacer penitencia y que hay que regular.

Los poderes y fuerzas que determinan estas cosas pueden ser representados tanto como cuestiones mágicas, cuanto personales en figura de espíritus y ánimas. La práctica ritual ayuda a asegurar la vida en diferentes formas. Así, un mago da al caminante en un cruce de caminos protección contra malos espíritus, o ante la magia negra destinada a él. El conjuro de un espíritu y su interrogatorio a través del medium poseído por él sirve para descubrir un contexto dañino. El sacrificio diario a las propias ánimas de los antepasados promueve su inclinación positiva para la vida del oferente.

La no realización de estas actuaciones religiosas que funcionan en el contexto de causa-efecto se notan inmediatamente en el interesado. Entonces se rompe una corriente que es importante para la vida. El causante es un individuo o la comunidad como tal. Ambos forman aquí una comunidad de solidaridad con los antepasados que determinan todo. Cada contravención por el individuo, aunque no lo sepa, de un mandamiento o de una prohibición tiene consecuencias para la totalidad. En interés de todos, la comunidad tiene que cuidar de que se realicen los correspondientes actos de expiación. Presupuesto para ello es la determinación concreta de la verdadera causa y del causante.

Para la mediación misionera del mensaje cristiano tenemos en estos contextos importantes indicaciones. El hombre de religión tribal entiende su comportamiento religioso en un contexto que comprende toda la vida. Tampoco las fuerzas que determinan la naturaleza permanecen incólumes por su comportamiento. P. Placide Tempels ha acuñado el concepto «poder que mantiene la vida» Force vitale en su obra sistemática 64 sobre la clasificación de estas religiones, que se ha

64. P. Tempels, Bantu-Philosophy, Paris 1959; en alemán, Bantu-Philosophie, Heildelberg 1956.

convertido en un clásico. «El valor más alto es la vida, fuerza... o poder de vida... Los bantús dicen en relación con una serie de prácticas desconocidas para nosotros, en las cuales no vemos ni sentido ni inteligencia, que ayudan a conseguir vida, fuerza o poder de vida, para poder vivir con intensidad, y que refuerzan la vida o la aseguran, de modo que tal fuerza permanezca en el mundo que nos rodea».

La búsqueda de Dios se mueve aquí en el terreno de lo creado. Lo que el hombre sabe del misterio divino de la creación, lo percibe él en esta relación de causas de las cuales está trenzada su vida. En sus muchos comportamientos y tareas religiosas expresa, que él es también una parte de la creación y que necesita de protección y de poder para vivir. De un modo muy genuino experimenta el hombre en esas religiones lo que el apóstol Pablo en la Carta a los Romanos denomina como la «invisible realidad» de Dios, que se desarrolla en su percepción de la creación 65.

Lo provisorio de esta experiencia está, en que busca las fuerzas y los poderes que adora en los acontecimientos de la propia naturaleza. Pero la conciencia de que el hombre no es señor autónomo de su vida y de su suerte, le remite en todos los planos de su existencia a los «poderes de arriba». Quiere estar seguro de ellos ofreciendo y rezando, conjurando o expiando.

La pregunta central para el hombre de las religiones naturales por la «force vitale», como la fuerza que facilita y determina su vida, señala importantes circunstancias bíblicas. En los escritos del Antiguo Testamento aparece Dios como el poderoso, que concede al hombre las fuerzas que necesita para vivir. El poder de Dios se puede reflejar en los elementos de la naturaleza, que Él mismo ha creado. El salmo 29 deja comprender su voz en la tormenta como la «voz de Yahvé con fuerza, voz de Yahvé con majestad» (v. 4). La creación le alaba como a aquel que la ha creado con poder.

«Alzad los ojos a lo alto y ved: ¿quién ha hecho esto?

El que hace salir por orden el ejército celeste, y a cada estrella por su nombre llama. Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía, no falta ni una» (Is 40, 26).

65. Rm 1, 19-20.

En la septuaginta griega el concepto «dynamis» reproduce una larga lista de nombres hebreos, que se agrupan alrededor del significado de fuerza, capacidad, poder de dominio y fortaleza. Esto aparece con la mayor claridad en la denominación como «Yahvé Sebaot», «Señor de los ejércitos» «Los ejércitos que están bajo su mando, representan su poder, luchan su victoria y forman así la historia» 66. En esa fuerza participa el pueblo y cada uno 67: Dios es el que da «fuerza y vigor a su pueblo». Los que se atienen a Él, «van de fuerza en fuerza». Los creyentes reconocen: «Dios es nuestro refugio y fortaleza».

La experiencia vital tan importante para los hombres de las religiones naturales, se completa –preparada en la historia del Pueblo de Dios del Antiguo Testamento– en el Nuevo Testamento y en el acontecimiento de Cristo. Los milagros de Cristo se señalan como prueba de su fuerza divina y de su poder –como «dynameis»–. Es el mismo concepto que en el Antiguo Testamento griego indica el poder y la majestad de Yahvé. Los hombres preguntan, de dónde le viene a Él tal poder (Mt 13, 54). En las cartas del apóstol Pablo aparece la mediación y la participación en la «dynamis» de Jesucristo precisamente como algo característico de la salvación. Su filiación divina la tiene en la plenitud de la fuerza, que se le concedió por la resurrección. Él es la «fuerza de Dios» (1 Co 1, 24). Aquellos que le pertenecen participan en la fuerza creadora de la nueva vida (Ef 3, 7).

No solamente para el hombre de las religiones naturales hay en la experiencia corriente un puente imprescindible a esta «Dynamik» que distingue la comunidad de Cristo. Lo que para él, en relación con las fuerzas de la naturaleza, es experimentado como una cosecha rica, la curación de una enfermedad, una larga vida o la bendición de los hijos, se cambia aquí en la nueva vida por el poder de Cristo. De la «force vitale» aparece la «dynamis theou». Repercute como fuerza universal de renovación de la vida. Con lo cual cambia las esperanzas que el hombre pone en los efectos parciales de las fuerzas que actúan por medio de su naturaleza o religión tribal. Se trata de la renovación total del hombre en Cristo.

  1. Theologisches Wörterbuch zum NT, vol. 11, 293.

  2. Sal 86, 16; Is 41, 10; Sal 84, 8; 46, 2.

Frente a una reducción unilateral de la realidad de la fe a las categorías modernas de una nueva «autocomprensión» de la fe cristiana, las experiencias en el terreno de las religiones naturales recuerdan una participación irrevocable en Cristo. Su fuerza se muestra perfecta en la debilidad humana (2 Co 12, 9).


1.2 El gran «nosotros»

Jomo Kenyatta, el primer presidente de la Kenia convertida en independiente, remite gráficamente a que el hombre africano, antes de aprender a decir «yo», habla de «nosotros», «nadie es un individuo aislado. Su singularidad es más un asunto de importancia secundaria. Primero y ante todo, él es el pariente y el contemporáneo de otros. En este hecho fundamenta él su vida, tanto en lo espiritual como en lo económico, no menos que en lo biológico. Su hacer cotidiano está determinado por ello, pero es al mismo tiempo el fundamento de su sentimiento de responsabilidad moral y de su obligación social» 68.

Las religiones naturales se basan en sistemas articulados de parentesco. Que estas relaciones de parentesco de sangre son más que solamente eso; lo que es decisivo en ellas desde el punto de vista social-antropológico, se ve con claridad en que están íntimamente unidas a las representaciones religiosas de su estirpe. El que se aísla, muestra no sólo un comportamiento erróneo, sino que además se expone a la sospecha de «magia negra». Por el contrario se considera como un honor especial, cuando un hombre o una mujer son llamados con el nombre de los padres, o de un tío o una tía. La identidad de una persona es distinguida por su origen y por su pertenencia a una familia. No lo que el particular aparenta en sí mismo y puede por sí mismo, hace su personalidad. Su valía y su prestigio se determinan por su correspondiente posición y su función en la comunidad a la que pertenece. De quién es él pariente, muestra lo esencial que puede ser dicho de él. Lo característico de este sistema de parentesco está en el orden de vida circunscrito a las fiestas, que regula la relación de cada grado de parentesco y de edad. Si se trata de la posición de la madre o de un hermano mayor, o de la regulación exacta del trato de los parientes o de las generaciones entre ellas, la re-

68. J. Kenyatta, Facing Mt. Kenya, London 1965, 251.

lación de parentesco de todo ello está sometida a un papel y a un plan funcional. El particular está, por decirlo así, «programado» en un esquema organizado, que ayuda a asegurar la función prevista.

Así, el trato diario de cada uno con los demás está acompañado de una serie de observancias, que se ajustan a este sistema de relación entre parientes. Hasta la costumbre habitual en muchas tribus africanas de bromearse mutuamente, muestra cómo incluso estas costumbres son expresión espontánea de sistemas de relación entre parientes y modelos fijos de comportamiento. Se practican bajo observancia estricta de la continuidad de las generaciones, de la pertenencia al clan y de los grados específicos de parentesco 69

De este contexto se explican también ciertos fenómenos de totemismo. La relación de parentesco de los compañeros del tótem se refleja en el parentesco con la figura totémica de animal y de los modos de trato asociados que nacen de esta relación 70. La relación de parentesco se transforma en asociación en lo sagrado. A través de ello adquiere la referencia al tótem aquel significado específico, que se expresa en la relación ritual con él. En el tótem se hace visible la identidad latente de los muchos que están en una corporación 71.

Las etapas de la edad de la vida que recorre el que pertenece a una religión natural como mujer o como varón, le cualifican en modos diversos. Su vida está acompañada de ritos, que le introducen, del uno al otro estadio de la vida, más íntimamente en el corpus de su propia comunidad. Estos llamados rites de passage acompañan al hombre desde la concepción hasta más allá de la muerte. No son solamente para él. Con su ayuda se constituye de un modo siempre renovado el entramado de la pertenencia al mismo grupo.

Es decisivo para el ser de esta comunidad y para su comprensión, el hecho de que no está limitada solamente a los vivos. Las almas de los antepasados pertenecen a ella esencialmente. Son representadas como «vivientes-muertos» (J. S. Mbiti). Por medio de ritos de nacimiento, iniciación y rituales de matrimonio, el individuo se hace

  1. F.J. Pedler, Joking Relationships in East Africa. En África, vol. XIII, 170ss.

  2. E. Dammann, Studien zum Kweangali, Hamburg 1957, 124.

  3. A este contexto se ha referido E. Durkheim en su estudio fundamental Les formes ciementaires de la vie religieuse, Paris 1912.

miembro paulatinamente del gran contexto de los vivos y de las ánimas de sus difuntos, experimentadas como presentes. Pero a través de los ritos de la muerte se vuelve él mismo en uno de aquellos «altos potentados» (E. Dammann), en cuyas manos está el bien y el dolor de la comunidad. Esta relación con las ánimas de los antepasados, considerada como prepotente y capaz de determinar el destino, es el auténtico fermento de la unión en la familia, el clan y la tribu.


1.3 Hacer hablar a los muertos

La idea de que con la muerte todo se acaba es extraña a los que pertenecen a una religión natural. La vida después determina ya aquí en muchos aspectos su comportamiento y sus esperanzas. Le une ya ahora una unidad esencial con los que han ido por delante en la muerte, que determinan su vida y todo lo aún presente. Mantiene viva la memoria de ellos no sólo a través de numerosos ritos piadosos. El sucesor es absolutamente definitivo para la suerte futura del antecesor fallecido. Si descuida su culto, le abandona en la muerte. La relación es por ello un proceso absolutamente recíproco. La vida aquí depende de la intervención protectora y conservadora del muerto. La vida futura de los muertos, por otra parte, presupone el cuidado del culto por parte del pariente que vive todavía. La verdadera muerte tendría lugar cuando nadie se acordase de los muertos; cuando no les llegase ninguna plegaria y cuando no fueran recordados más en algún sacrificio. Por eso, esta relación comunitaria entre vivos y muertos no puede ser abandonada por ninguna de las dos partes, ni por el clan de «arriba», ni por el de «abajo». Más que la importancia que pudiera conseguir un hombre en esta vida, importa su papel futuro como alto potentado en la figura de la ánima. El mero recuerdo se transforma en la nueva importancia permanente del destinado a ser honrado y temido desde ahora.

No sorprende por eso, que el deseo de tener muchos descendientes encuentre su fundamento último y más profundo en la relación posterior a la muerte 72. En esta relación se realiza, por decirlo así, la propia

72. «La suerte más deplorable de un hombre es tener que morir sin niños o sin un hijo. Al preguntarle: ¿por qué queréis tantos hijos? contesta a menudo: "para que me entierren dignamente"». R.E. Radbury, «Fatehr and Senior Son in Edo Mortuary Ritual»; en M. Fortes y G. Dieterlein (editores), Africans Systems of Thought, London 1965, 97-98.

suerte. Esto se expresa en ciertos rituales de enterramiento de un modo especial. Ocupan el primer puesto en duración e intensidad entre los ritos que acompañan la vida. «En cierto sentido el ritual funerario es la expresión simbólica más fuerte de la relación de los hijos con los padres...» 73 Un ejemplo del ritual de muertos de la comunidad de la tribu de los Edo, expresa simbólicamente esta esperanza del muerto en la descendencia. El bailarín, que en el ritual hace el papel del padre muerto, canta el siguiente canto del cadáver: «Esto era lo que yo buscaba, cuando andaba dando vueltas y buscaba un hijo. Esto era lo que buscaba cuando estaba inquieto por un hijo. Esto era lo que buscaba, cuando di mi dinero por un hijo. Esto era lo que buscaba cuando vendí mis vestidos por un hijo: mi destino, dame la mano» 74. Justamente de manera litúrgica se formula aquí la profesión más profunda de la comunión en el destino entre muertos y vivos. Ambos grupos se convierten en «destino» el uno para el otro.

La relación entre hijos y padres no se agota con lo que les une en esta vida. La esencia verdadera de esta comunión se oculta más allá de la frontera de la muerte. Solamente en el «comportamiento» post mortem se muestra el verdadero ser del predecesor. Solamente entonces se muestra lo escondido en el corazón de un muerto. La nueva relación, que se abre a través del paso por la muerte es –por ser «determinación del destino»– lo más importante en absoluto ante aquel que se había conocido y experimentado en vida. Esto actúa ya en los comportamientos de los tiempos que se vivieron conjuntamente. La autoridad de los padres es esencialmente la de los «mayores». Tienen algo de la dignidad y poder de su todavía futuro estado de ánimas, ya en su tiempo de vivos.

Se relata de un entierro en el territorio de la tribu Lugbaras, que vive en África oriental, el siguiente discurso ante la tumba. El mensaje que se deduce de él está dirigido claramente a esta esperanza de los vivos en la revelación del verdadero ser de sus parientes muertos. Esto será el caso cuando él les encuentre como el «portador del poder superior» en cuanto responsable de su suerte futura. «Ahora estás muerto, mi hermano Ondua. Tu cuerpo se corrompe en la tumba. Ahora eres una nada. Ahora estás ausente y tienes miedo. Está bien que tengas miedo.

  1. Ibid., 100.

  2. Ibid., 100.

En verdad estas palabras son auténticas. Conocemos tus palabras y las hemos percibido, así como las palabras de tu corazón. Ahora estás muerto como un cacharro que está roto. Quizás tu corazón era bueno; pero quizás malo también... Si tu corazón era bueno lo veremos mañana. Entonces descubriremos tu corazón. Ahora estás muerto. Tus palabras son nada. Tú eres nada. Pero mañana sabremos todo» 75.


1.4 Origen y actualidad

En no pocas tradiciones de las religiones naturales se reconduce la serie de la descendencia hasta un padre mítico de toda la descendencia, de un tiempo primitivo no reconocible históricamente Aquí encuentra el carácter supratemporal de la comunidad su expresión más clara.

Lo que se retiene y se entrega en la revelación mítica, se relaciona con la comunidad que vive ahora. Ciertos tabúes, los ritos que atañen a ellos, sus costumbres y sus fiestas, se explican con fundamento en este contexto de origen de aquel tiempo primitivo. Se habla aquí de «sagas etiológicas de culto». En ellas encuentra lo que existe y es válido, su obligatoriedad y el sentido de su interpretación. Por qué algo siempre fue así y por qué también en el día de hoy lo es y tiene que ser realizado, lo explican esas tradiciones.

Para la autocomprensión del grupo viviente es este contexto del origen desde el principio de gran importancia. Las cuestiones del comienzo del mundo y del hombre encuentran aquí una respuesta relacionada con la propia comunidad. No encontramos tradiciones mitológicas de la creación en todas las religiones naturales. Pero donde se dan, se trata siempre del ser creador superior como de un antecesor mítico de la propia estirpe. Incluso cuando este creador no cumple un papel en el culto actual, sin embargo es, para los interesados, el autor del mundo. Lo que vale en la estirpe propia, tiene su significado para el resto del mundo. En el terreno de la propia vida se encuentra, por decirlo así, el centro de la totalidad del mundo. La religión de la estirpe conoce también a su manera una cierta «universalidad». Bosqueja las respuestas a las cuestiones fundamentales de la vida y de la muerte en un hori-

75. J. Middieton, Lugbara Religion. Rituals and Authority among an East African People, London 1964 2, 201-202.

zonte válido en general. A él se ordenan y se agregan todos los demás hechos fuera de su etnia, en cuanto los tiene presentes.

El modo y la manera en que los individuos se imaginan la situación de origen en la relación de los hechos de la creación es variable. W. Baumann los ha compilado claramente en relación con los mitos africanos de la creación y los ha catalogado según sus motivos 76. En representaciones gráficas, que están tomadas del terreno del mundo de la propia vida, describen no solamente la aparición de la geografía vivida en su entorno (montes, ríos, mar, astros) y del mundo de las plantas y animales que les pertenecen.

En lo esencial se trata de mitos antropocéntricos, en los que lo importante es la creación del hombre. También varían las representaciones y las formas de organizar los acontecimientos. Se reflejan también en los nombres que las diferentes etnias dan al ser superior («Espíritu en el cielo», «Pintor», «Poseedor de las mejores arcillas», entre otros). Los motivos y las consecuencias del acto de la creación son también descritos de diversos modos. Que los hombres son mortales, es en muchas tradiciones la consecuencia de un acontecimiento no previsto desde el principio. Con no poca frecuencia está el antecesor más antiguo implicado culpablemente en ello. Otros motivos son una revelación no realizada de la inmortalidad o casualidades banales.

Decisivo para la importancia teológica de estas revelaciones de las religiones naturales del estado primigenio es lo siguiente: estos hombres conocen una relación entre actualidad y origen. Su vida actual es una parte de una comunidad de destino invisible y providencial, querida por Dios. La búsqueda de Dios es aquí la búsqueda del comienzo de todo aquello que se experimenta ahora como actual. Pero la limitación es también característica: el origen aparece como proyección hacia atrás en el tiempo de lo propio. Todo lleva el color y la forma del propio mundo que se experimenta.

El creador es el alto Dios de la propia comunidad; el primer hombre es el más antiguo de los propios antecesores. Por medio de tal funda-

76. H. Baumann, Schöpfung und Urzeit des Menschen im Mythus der afrikanischen Völker, Berlin 1936.

mentación mítica del origen, la totalidad del mundo y de la humanidad puede ser puesta en relación con la propia comunidad. Con lo cual hay, para la comunidad definida por lazos de sangre y de habitación, una autocomprensión que no sólo es parcial. Toda la realidad con la que se tiene contacto se ordena con pleno sentido alrededor de esa unidad de linaje. La identidad de la comunidad está en el papel central que toma en el contexto del mundo que les rodea. Por eso, pueden también los elementos cósmicos, como por ejemplo la luna, ser relacionados con la propia comunidad en el linaje de los Rundi. El rey, que encarna la unidad del linaje, es considerado como descendiente directo de la luna, como el poder más importante del cielo. A esto corresponde que el que detenta el poder es puesto otra vez en relación con ese cuerpo celestial después de su muerte y vive allí posteriormente 77.

La solidaridad atemporal del linaje aparece plausiblemente en la tradición mítica de los Lugbara. La «estructura» actual del linaje es atribuida a un «orden de creación» que va hasta el comienzo del mundo. Los clanes particulares derivan su origen desde el primer ser viviente, que fue llamado a la vida por «el más alto ser creador». «Los Lugbara dicen que todos ellos son "de una misma sangre", lo que ha sido hecho por Dios, el creador de los hombres» 78. Los contenidos de un mito originario en las diversas etnias pueden ser diferentes. Nos interesa el significado que una tal tradición tiene para la comprensión actual del correspondiente pueblo. Del mismo modo que la genealogía transmitida oralmente con una amplitud asombrosa no se agota en un interés meramente histórico. Su sentido más profundo está en la realidad de esa unidad actual que sobrepasa el tiempo. Por eso, la divinidad creadora que hace el comienzo, puede aparecer de nuevo por medio de la praxis religiosa del clan en el culto de los siempre presentes y conocidos espíritus de los antepasados y las divinidades naturales. Como en el caso de Lovedu en el Transvaal, se percibe una «total discontinuidad entre la tradición originaria, es decir, las fuerzas que operaron en el amanecer del mundo, y la realidad actual, o sea, aquellas fuerzas que dan vida al orden actual» 79. La referencia a la ac

  1. E. Dammann, Ibid., 219.

  2. J. Middleton, Lugbara Religion, London 1964, 235.

  3. D. Forde (editor), African Worlds, London 1965, 60.

tualidad consiste en que la unidad del linaje no se agota precisamente en su actual relación con la ánimas –es decir, no en aquello que une a los hombres en la actual práctica religiosa común. Su unidad se funda en una misma constitución esencial que pertenece al ser de esta comunidad. Por lo cual se puede distinguir «esencialmente» de una estirpe extraña, apelando a tales mitos de origen en su ser diferente. Esto va más allá de los signos de diferenciación externos ante los grupos extraños como, por ejemplo, sus práctica de culto distintas en su relación con sus «portadores del poder superior», sus observancias rituales y costumbres diferentes. En tales tradiciones que diferencian por el origen se expresa la unidad del todo que está fuera del tiempo. Tal concepto como era en el principio, así es también ahora da la base ontológica a las experiencias concretas de la vida en común de esta comunidad mística de vivos y vivos-difuntos (J. Mbiti).

Los conflictos que pueden surgir en la actualización de esta manera de ser, no tienen sentido en relación con el verdadero ser de esta unidad. Porque se da esta base en el fundamento del mismo ser para los individuos de esta comunidad, se puede dar un sistema de la «Ortopraxie», que protege por todos los lados la idea de la unidad de todos. Esto tiene lugar en muchos ritos y acciones simbólicas, en cuya realización se renueva el verdadero ser de la comunidad.


1.5 Ingreso y realización de las religiones naturales

¿Cómo pueden esos contenidos y fenomenologías propias de las religiones naturales ser fecundos para la recepción del Evangelio y para la comprensión de la Iglesia? ¿Qué «precomprensión» llevan los hombres de esas religiones cuando encuentran el mensaje de la salvación en Cristo y cuando se convierten en miembros de su cuerpo místico, la Iglesia?


1.5.1 «En Adán todos...»

De modo distinto que muchos hombres de nuestro tiempo de la pos-ilustración, comprenden los hombres del mundo de las religiones genealógicas mejor, lo que es «la solidaridad de los hombres en el pecado por un hecho humano al comienzo de la historia» 80. Basados en su Tradición originaria precristiana, que les explica, como vimos, no solamente la experiencia de la muerte, sino en suma la vida, se autocomprenden en un contexto de solidaridad que se extiende a la historia. Desde el primer padre de su genealogía-se extiende una sucesión invisible de descendencia —porque no es observable históricamente—a través de las generaciones.

Ante este trasfondo de una tal suerte común universal, se comprende como respuesta cristiana comprensible en su profundidad el paralelismo desarrollado por el apóstol Pablo de Adán-Cristo en Romanos 5, 12-19: «Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida» (v. 18). Lejos de un simple subjetivismo e individualismo que minimalizan la situación humana posterior a Adán, los hombres de las religiones naturales llevan consigo un convencimiento interno, que les abre la entrada al acontecimiento universalmente válido de reparación en Cristo. Jamás está el individuo sólo con su culpa actual. El contexto de culpa no necesita ser elaborado por las religiones tribales. Lo que ocurre a cada uno, tiene efectos inmediatos para el bien y el mal de todos. Por eso la comunidad está interesada inmediatamente en la supresión y limpieza de la mala acción particular. Los ritos que sirven para ello expresan este contexto interactivo invisible con claridad.

Diversas tareas rituales sirven para cubrir relaciones ocultas de culpa y a través de las observancias correspondientes lavarlas de sus efectos negativos. Enfermedad, aborto, malas cosechas y mala suerte de cualquier clase no tienen su fundamento en causas concretas que están a la vista. Incluso en el caso de una enfermedad que ha sido curada con los medios tradicionales, queda el examen y limpieza de la causa culpable que estaba en lo profundo de ella. El sacerdote tradicional actúa aquí para descubrir y reponer los contextos ocultos de una tal perturbación en relación con las demás personas, con las almas

80. L. Scheffczyyk, Das Dogma von der Erbsünde. Biblische Grundlagen —geschichtlige Entwicklung— Bedeutung für die Gegenwart; en R. Schnackenburg (editor), Die Macht des Bösen raid der Glaube der Kirche, Düsseldorf 1979, 109.

de los antepasados y con los espíritus. «En Adán todos... » escribió el Apóstol, y Afiica lo comprende mejor que nosotros. Allá se sabe lo que significa estar en el primer antepasado, vivir en el organismo que surge de él; con otras palabras, ser él mismo. Su sangre circula por las venas de los que viven. Su alma anima al cuerpo. Su destino y su figura se constituyen a través de los tiempos» 81.

En esta tradición religiosa y su experiencia en la comunidad de los vivos hay valiosas ventajas para la comprensión del misterio de la Iglesia. Esto toca al mismo tiempo a la unión orgánica en el Cuerpo de Cristo que sobrepasa los tiempos y las generaciones. La profundidad sacramental que corresponde a ese misterio, consigue su expresión en incluir también a los muertos en Cristo. La Iglesia como la «communio sanctorum» se experimenta a sí misma no solamente como la congregatio fidelium que se reúnen en el tiempo y en el espacio. Ella reúne en sí, como cuerpo vivo del resucitado, a todos los que pertenecen a Cristo como a su cabeza por el bautismo 82. Pertenencia mutua, pero también sumisión del cuerpo a su cabeza, aparecen en la tradición neotestamentaria del Corpus Christi claramente 83.

También la idea de que el primer padre de la estirpe se «realiza» a través de la comunidad que se apoya en él como en su origen, encuentra en la eclesiología neotestamentaria su cumplimiento distinto y nuevo. Bajo su cabeza, Cristo, crece el cuerpo hacia su figura completa, «hasta que lo hayamos edificado en el amor» 84. Cristo como origen y comienzo (archä) de todo lo creado es, al mismo tiempo, el comienzo de la nueva vida: «Todo fue creado por Él y para Él». «Él es la cabeza del cuerpo, y el cuerpo es la Iglesia. El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos» 85. También la analogía de la peculiar unidad de hombre y mujer en el matrimonio le sirve al Apóstol para ilustrar el carácter del Cuerpo de Cristo como Iglesia.

  1. J.V. Taylor, The Primal Vision. Christian Presence amid African Religion, London 1965, S. 125.

  2. 1 Co 12, 12 compara, así como Rm 12, 5, la comunidad local con el cuerpo humano: «Así también Cristo» y «Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos». La misma comparación se encuentra en 1 Co 10, 17: «Nosotros los muchos, somos un cuerpo».

  3. Ef 1, 22s.

  4. Ef4, 15-16.

  5. Col 1, 17-18.

La experiencia religiosa de la tribu está impregnada y dirigida por fuerzas y poderes invisibles, que gobiernan la vida de la comunidad y de sus miembros. Se espera que las almas de los antepasados que pertenecen a la unidad de la tribu la protejan. El Nuevo Testamento confiesa de Cristo, como cabeza de su cuerpo, que a Él le están sometidas todas las fuerza y poderes del cosmos 86. Dios Padre ha mostrado por medio de la resurrección del Hijo de entre los muertos y al elevarlo a su derecha «la sublime grandeza de su fuerza (dünamis)». Lo ha elevado «sobre todo principado (archä) y potestad (exousia), virtud y dominación y todo nombre conocido, no sólo en este mundo (äon), sino en el que está por venir». Pero lo definitivo es, que este dominador es idéntico con la cabeza de la Iglesia como en un cuerpo: «Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, le plenitud del que lo llena todo en todo» 87.

Con su comprensión unitaria enraizada en el origen común, las religiones tribales nos dejan un ejemplo estupendo de su interpretación a la luz neotestamentaria del cumplimiento de la historia. Lo que para ellos todavía se mueve en el marco de una interpretación naturalmente religiosa de su sistema de parentesco, experimenta en el misterio de la comunión en Cristo su cumplimiento universal, que sobrepasa todas las barreras naturales. Dicho gráficamente: lo que se vivía y se creía bajo el techo familiar de las chozas, encuentra su acogida y su respuesta en un mensaje que es proclamado desde los techos del mundo. Del clan de los nacidos surge el nuevo y universal clan de Cristo de todos los renacidos en Él. En lugar del regreso de los muertos aparece la vida nueva y eterna. No es continuación de la antigua, sino participación en la realidad de la resurrección 88.

  1. Ef 1, 21s., y Col 2, 10.

  2. Ef 1, 22-23.

  3. «La Iglesia es según el Apóstol siempre ambas cosas: es por Cristo y en Cristo cuerpo idóneo de muchos creyentes, y es el Cuerpo de Cristo mismo. Es siempre, se puede decir también, Cristo mismo en su Cuerpo, al que ÉI mismo se une en un mismo Cuerpo. Nosotros "estamos en Cristo", Cristo en su Cuerpo. Con lo cual ya se ha dicho: la Iglesia es siempre el Cuerpo de Cristo, que existe antes que los miembros individuales y que los hace "miembros", o sea, les permite ser miembros» (H. Schlier, Der Brief an die Epheser. Ei n Kommentar, Düsseldorf 19634, 95).


1.5.2 Realización de la vida como totalidad religiosa

Las actuaciones religiosas de los hombres en las religiones naturales dependen de la base mítica de sus organizaciones ancestrales. Sirven para incorporar al individuo en el parentesco de la estirpe. Pero también las comunidades de los vivos se involucran de muchas maneras en la unidad «mayor» de los parientes ya fallecidos; sí, en cierto modo se «integran» ya, también, en las futuras unidades. En los momentos «cruciales» de la vida —que incluyen el comienzo y el término de ésta— se necesita de acciones religiosas. Con lo cual el proceso que constituye la vida está encuadrado y asegurado. En cierto sentido se facilita la vida sólo por la mediación ritual de la fuerza que el hombre necesita para triunfar en el proceso de la vida. Más importante que el encadenamiento biológico, como el nacimiento y la muerte, son los actos de culto unidos a estos acontecimientos. Son una referencia en diversos sentidos, una vez que la vida no se comprende por sí misma simplemente como una cuestión meramente biológica. Como ritos de incorporación significan para cada uno la referencia de que él no dispone de su vida autónomamente. En estas comunidades es por eso desconocida la muerte voluntaria. La realización de esos ritos da eficazmente el crecimiento necesario a la vitalidad. Ésta encuentra para los muertos su última cima en el paso al mundo de las ánimas.

Elocuentes y siempre de nuevo un testimonio palpable para todos de esa red invisible son los ritos que acompañan a la vida (rites de passage). Ya en las observancias anteriores al nacimiento, que están relacionadas con la concepción, se ve claramente que la nueva vida redunda en provecho de ese todo como un crecimiento orgánico. También los ritos que preparan el nacimiento y lo acompañan son de este tipo. Los acontecimientos naturales del nacimiento experimentan una profunda significación en el sentido de la correspondiente religión de la tribu. Acerca de esto citemos algunos ejemplos:

Los ritos que se mueven alrededor de la placenta y el cordón umbilical testimonian en los Gikuyu en África oriental: la madre debe permanecer fértil en el futuro y todavía traer muchos hijos al mundo. En las tribus de los Yansi estos restos son arrojados al río. Su destrucción simbólica significa: el niño pertenece desde ahora no solamente a la madre, sino a la gran comunidad de la tribu. Sacrificios especialmente regulados y sus tiempos, así como una clausura de varios días, cuidan entre los Gikuyu de que el neonato sea incorporado al entramado de la gran comunidad. Esto a su vez tiene que ver no solamente con la incorporación a la estructura social de la etnia correspondiente. Ser capaz de vivir significa ser unido a la corriente de vida pasa por la unidad mística de vivos y muertos.

También la imposición del nombre pertenece a este contexto. Está acompañado de ricas ceremonias y puede llevar varios días. En el nombre se fijan acontecimientos y circunstancias del tiempo del nacimiento. Forman así el recuerdo viviente de la historia de la familia y de la comunidad. El nombre puede también proceder de un antepasado. En ese caso tiene función de representación del difunto. En el que lleva el nombre de nuevo está presente esa ánima. Finalmente, el nombre puede tener significado programático para el futuro del que lo lleva. Es un deseo de bendición, fórmula de conjuro o plan de vida. Los rituales concretos de dar el nombre a un niño lo expresan claramente. Así, mientras el niño llora, las ánimas de la tribu son llamadas una después de la otra. Aquel nombre que se pronuncia cuando el niño deja de llorar se considera el nombre querido por ellas para él.

Los ejemplos citados aquí son representativos para muchos otros ritos, que en las diferentes etnias acompañan a la llegada del hombre al mundo. Así, la vida del neonato es impregnada «de un sentido religioso profundo» 89.

Los datos religiosos preliminares que aparecen en las religiones tribales son dignos de reflexión, en doble sentido para la comprensión de lo que acontece en el bautismo sacramentalmente. Por una parte, nos ofrecen ayudas para la comprensión, que son preparatorias y profundizan en el acto del bautismo. Para los cristianos, por la otra, cambian fundamentalmente las ideas preconcebidas y los contenidos que se unen a estas prácticas religiosas. Comparándolos con las referencias al acto del bautismo, que la Iglesia ha visto en la Antigua Alianza, los usos de las religiones tribales pueden también ser interpretados en el mismo sentido. La salvación por medio del arca de Noé (1 P 3, 20),

89. Nostra mate, n. 2.

el paso del Mar Rojo y el atravesar el río Jordán en el camino hacia la tierra prometida 90 se comprendieron como tales referencias.

Que la vida es vida nueva recibida y por tanto debida, se expresa en los ritos que preparan el acontecimiento del nacimiento y lo acompañan. En ellos hay indicaciones para una compresión cristiana de la vida. Es un don creado por el Dios vivo. El niño esperado y ahora nacido le pertenece a Él por su misma naturaleza. El nacimiento hace patente lo que ya antes de ocurrir es importante para la fe: según la voluntad y el plan de Dios viene este hombre a la vida. Agradece a su creatio continua por sus rasgos y propiedades personales. Lo que testimonian los ritos de la tribu que acompañan al nacimiento al modo de las criaturas, lo ilumina plenamente la fe cristiana con la luz de la gracia de la creación del Dios trinitario que otorga la vida. «El bautismo nos hace miembros del Cuerpo de Cristo». Estamos unidos unos a otros como miembros (Ef 4, 25) El bautismo nos hace miembros de la Iglesia. En la pila bautismal nace el singular pueblo de Dios de la Nueva Alianza, que sobrepasa todas las fronteras naturales o humanas de las naciones, culturas, pueblos y razas «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados» (1 Co, 12, 13) 91

Especialmente, los ritos de iniciación de la tribu de naturaleza religiosa-natural, expresados en la comunidad, aclaran este carácter de realización de la incorporación. El paso se realiza desde la edad de la niñez a la plena pertenencia a la comunidad. Presupuesto para ello es la madurez sexual del joven y de la joven. En ella se concentra, según la comprensión religiosa de la tribu, el destino del hombre. Tener descendencia significa más que asegurar la continuidad de la familia. En la creación de nueva vida se cumple el sentido de la vida, que en una vida «está más allá de la muerte». Y el presupuesto para ello son los más numerosos descendientes posibles. La esperanza se dirige hacia ellos. Garantizan no solamente la existencia biológica futura del grupo. Son «portadores de salvación» y mediadores de la vida, de lo cual un ánima necesita, si no ha de quedar en la tumba y en la muerte. Solamente está definitivamente abandonado a la muerte quien no tiene

  1. Cfr. El Catecismo de la Iglesia Católica, München 1993, 342s.

  2. Ibid., 352.

descendientes que realicen los ritos de pasaje de las ánimas por él y para él, y mantengan su nombre y su culto actualizados. Por eso, el rito de pasaje de la madurez sexual significa mucho más que sólo un cambio hacia un grado superior de edad. Solamente el que está iniciado, pertenece a la «comunidad de salvación». Entonces, por vez primera, está en la situación de poder crear «salvación» para sí mismo y para la comunidad. Ahora está incluido en el proceso de «participación de primera necesidad» de modo activo y creativo. Por medio de la multiplicación de la vida se cuida de que la vida posterior a la muerte mantenga su fundamento.

En los ritos de iniciación se expresa de diferentes modos, que para los interesados se trata de una especie de muerte, para después volver a la vida. No se trata solamente de acabar una parte de la vida y de iniciar otra nueva. Por eso a los iniciandos se les pone simbólicamente en una tumba, o en una danza ritual son tragados por un monstruo que despierta el pánico. Despedida y nuevo comienzo se expresan en muchos ritos de modo que entren por los sentidos. La preparación de la iniciación tiene lugar, alejado de los parientes y en estricta separación de la restante comunidad, en estancias de hasta dos años en escuelas y campamentos especiales de iniciación. Para ello se separa ritualmente a los jóvenes de la comunidad y al final se les reconduce a ella por medio de ritos especiales de reincorporación. Los afectados no pueden de momento reconocer a sus parientes.


1.5.3 la contribución africana

Los ejemplos nombrados de las religiones naturales, que son de importancia para el diálogo cristiano y el arraigo cultural de la Iglesia entre los hombres de esas tradiciones, muestran por qué bajo el pontificado de Juan Pablo II se le ha puesto especial atención a la Iglesia y a su misión en África. Aquí cuenta no solamente el crecimiento de la población y los especiales problemas que se producen en las tensiones de sus sociedades en rápido cambio. Es sobre todo el asombroso crecimiento del cristianismo, lo que marca este continente ante las demás partes de la cristiandad mundial.

Con esta irradiación misionera de la Iglesia se plantea al mismo tiempo la cuestión, de cómo se pueden añadir y hacer fructíferos para su cuerpo los beneficios de las culturas de sus pueblos e integrarlos en ella. Lo que describió una vez L. Senghor como una visión de futuro inspirada, se delinea en el arraigo de la fe católica entre los pueblos de África como una nueva tarea llena de esperanza 92. Es una Iglesia en la cual «los teólogos negro-africanos se sirven de los valores de la negritud con derecho y eficacia» 93. Pero el trabajo del pensamiento teológico sólo puede ser la ventaja y el anticipo de un proceso, en el cual los dones que Dios instituyó en las culturas de esos pueblos pasen a formar parte de la riqueza de la vida en Cristo y con Cristo.

También cuenta en este caso lo que el apóstol Pablo dice del complemento y la pertenencia mutuos como miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia 94. En la medida en que la Iglesia en África, en su crecimiento, aumente en el conocimiento y la madurez en Cristo, podrá hacer partícipes de esta su riqueza a otras Iglesias locales en el mundo. Para ello, sin embargo, la «circulación sanguínea» espiritual-eclesiástica tiene que estar encerrada en la unidad de este cuerpo y permanecer intacta. Desde la tradición y el tesoro de la fe de la Iglesia universal, la Iglesia de África se convierte también en receptora. Leopold Sedar Senghor previene por eso con razón ante una introspectiva regional y racial, que tendría que perturbar esta circulación mutua de dar y recibir. «¡Pero, cuidado! Los negro-africanos tiene que guardarse de encerrarse en la autarquía espiritual de la raza... Es nuestro cometido que los cristianos vuelvan a las fuentes, es decir, plenamente» 95.

Desde este trasfondo se entiende la gran esperanza que abriga el papa Juan Pablo II para el futuro de la Iglesia en África: «Quizás en el plan de la providencia ha llegado la hora del gran continente africano. ¡Cristo llama a África! ... África posee una rica tradición en humanidad y en sensibilidad religiosa, que la convierte en una reserva de los valores espirituales para toda la humanidad. Estos valores representan una preparación clara para el Evangelio. ¡África está preparada para

  1. Así, ante todo, en su capítulo «Schwarze Priester stellen Fragen und machen Vorschläge» = «Sacerdotes negros hacen preguntas y propuestas»; en L.S. Senghor, Negritude und Hmnanisnms, Düsseldorf/Köln 1967, 288-297.

  2. /bid., 296.

94.1Co12.

95. O. e., 297.

Cristo! 96 Clamó a los Obispos de Nigeria en su visita «Ad limina» el 18.12.1993: «En vuestro continente ha tenido lugar un verdadero esfuerzo y reflexión sobre la evangelización, y se nota la exigencia de proclamar la Buena Nueva con mayor dinamismo, para corresponder a las tareas del tercer milenio» 97.

  1. El Papa antes del Angelus el tercer Domingo de Cuaresma, 6 de marzo de 1994 (L'Ossen'atore Romano, n. 10, 11-3-1994, 11).

  2. L'Ossen'atore Romano, n. 7, 18-2-1994, 11.

 

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