VI

HACIA CRISTO


NOTA PRELIMINAR

812 La inserción del hombre en Cristo tiene lugar al término de un proceso, a través del cual el hombre bajo el influjo de Cristo se convierte, esto es, pasa del estado de pecado al estado de amistad filial con el Padre. Este proceso se va desarrollando de una manera conforme con la «historicidad» de la condición humana.. La conversión se va realizando progresivamente en el tiempo, mediante un paso de la conversión imperfecta (de la atrición) a la conversión perfecta (el acto de caridad con que el hombre acoge plenamente la llamada divina). Pero aun cuando la conversión se realice a veces en un solo instante (milagrosamente) 1, la trasformación realizada en el pecador por Cristo tiene un carácter histórico, ya que el hombre, con su toma de posición, se modifica a sí mismo, construyéndose una nueva forma de existencia, asumiendo la función de hijo en el Hijo.

813 Pues bien, el hombre sigue estando inmerso en la historia, incluso después de su conversión, cuando está ya inserto en Cristo: la opción fundamental que tuvo lugar en el acto de caridad sigue estando sometida a las leyes de la historia (n. 451). Por eso, la vida en Cristo no se obtiene de repente en toda su plenitud, sino que tiene que desarrollar-se y crecer, preparando el estado definitivo, escatológico. Este progreso tiene como último término a Cristo: el hombre renacido, en la actuación histórica de su salvación, tiende hacia Cristo (eís Xpistóv), en la medida en que participa progresivamente de la misma vida de Cristo. Efectivamente, por una parte la realidad multiforme de la vida humana se va unificando cada vez más y se va sometiendo a Cristo, que se convierte con mayor hondura cada vez en el único principio ordenador de toda la vida: la dispersión vulgarizante va siendo progresivamente superada por una aceptación cada vez más consciente y eficaz de Cristo, como Kyrios de la propia existencia. Por otra parte, al aceptar a Cristo como valor y como fin alrededor del cual gira toda la vida, esta vida se va haciendo cada vez más cristiforme. De esta manera el hombre va entrando cada vez más en comunión con Cristo, participando de sus sentimientos (F1p 2,5; 1 Cor 2,16).

Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espíritu (2 Cor 3,18).

814 La orientación de la vida del justo hacia Cristo se encuentra hasta tal punto encarnada en la condición terrena, sellada por la historicidad, que sigue siendo frágil, incluso en su crecimiento. Como cualquier otra existencia inmersa en el tiempo, también el hombre se ve expuesto a peligros, exteriores e interiores, de tal forma que el mismo crecimiento de la vida en Cristo permanece dentro de los horizontes de la muerte, por el hecho de que se mantiene y progresa únicamente a costa de una lucha continua, en la que es posible incluso llegar a ser vencido. Por consiguiente, la vida del hombre en Cristo sigue siendo histórica, porque tiene una duración, porque se va modificando progresivamente a través de las propias actitudes, y porque responde continuamente al desafío de las situaciones, mientras Cristo no llegue a ser todo en todos (Col 3,3-11).

815 Procuraremos poner de relieve, más de lo que ordinariamente se hace, este aspecto histórico de la vida cristiana, que se manifiesta en la tendencia de la nueva creación hacia Cristo y en la imperfección de esta nueva vida; que durará hasta: que no se alcance la etapa escatológica; por esta causa le consagraremos una parte completa de nuestra Antropología: ha sido precisamente el concilio Vaticano II el que ha insistido en dicho aspecto histórico de la existencia del cristiano, mucho más que los anteriores documentos del magisterio. El concilio considera toda la existencia cristiana como un movimiento hacia un término que todavía está por alcanzar:

La Iglesia es el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (LG 9, cf. 48); la Iglesia en-cierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación..., peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (LG 8); ... es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron...; pero como todos caemos en muchas faltas, continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debembs orar: Perdónanos nuestras deudas (LG 40).

Todo este progreso consiste en una conformidad progresiva con Cristo:

Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a él has-ta el extremo de que Cristo quede formado en ellos. Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con él, muertos y resucitados-con él, hasta que con él reinemos. Peregrinando todavía sobre la tierra, siguiendo de cerca sus pasos en la tribulación y en la persecución, nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con él a fin de ser glorificados con él (LG 7; cf. 41).

816 Este progreso de la Iglesia y de cada uno de los fieles hacia el Cristo total no puede llevarse a cabo sin tener que combatir en una áspera lucha.

A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo (GS 37).

817 El compromiso temporal de los cristianos, en el que el concilio Vaticano II ha insistido de una manera especial (GS 33-39), está inserto dentro del contexto de este progreso total hacia Cristo. El hombre, al humanizar el universo, imprime en él su propia historicidad. El hombre en Cristo, tendiendo por Cristo hacia Cristo, le comunica a todo el cosmos una progresiva, pero frágil participación del orden en el que Cristo tiene una primacía absoluta. De esta manera coopera a la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10).

Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin (GS 38).

La finalidad de este progreso es, por consiguiente, la perfección del universo.

Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna, y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de núestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuan-do Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: reino de ver-dad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz. El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará en perfección (GS 39).

Estructuraremos esta sexta parte de nuestra Antropología en tres capítulos. En ellos 'trataremos

— del crecimiento de la vida en Cristo, a través de las obras conformes con ella: capítulo 19;

-- de la fragilidad a que está sometida esta vida: capítulo 20;

--- de la dimensión cósmica de esta misma vida: capítulo 21.
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1 STh 3, q. 113, a. 10.