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LA UNIÓN CON CRISTO, FUENTE DE SALVACIÓN

 

492 NOTA PRELIMINAR

La doctrina expuesta en este capítulo supone, por una parte, que el hombre está «inclinado al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo crador» (GS 13), y por otra parte, que Cristo «con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba! ¡Padre!» (GS 22). Estos dos aspectos contrarios del misterio del hombre —pecaminosidad universal y redención-- alcanzan su síntesis en la afirmación según la cual el hombre encuentra su salvación en la unión con Cristo. No se trata ahora de determinar quiénes son los que están unidos a Cristo ni por qué camino se obtiene la unión salvífica. Recogeremos solamente de la predicación de la Iglesia la imagen fenomenológica de esta unión, prescindiendo de su realización concreta. No ponemos omitir algunas indicaciones sobre el aspecto eclesial de la unión con Cristo, a fin de que nuestra relación con Cristo no dé la impresión de que se sitúa exclusivamente en el plano idividualista.

El capítulo se dividirá en dos secciones:

    1. se recogerán los testimonios de las fuentes sobre la unión salvífica con Cristo

    2. se buscará una síntesis de todos esos testimonios.

 

493 BIBLIOGRAFIA

Sobre la primacía de Cristo en el universo, cf. n. 58; sobre la doctrina cristocéntrica de Col 1,15-20, cf. n. 59; R. BORIG, Der wahre Weinstock (Jn 15,1-10). München 1967; M. BOUTTIER, En Christ, étude d'exegése et de théologie paulinienne. Paris 1962; ID., La condition chrétienne selon saint Paul. Genéve 1964; L. CERFAUX, Jesucristo en san Pablo. DDB Bilbao 1960; ID., El cristiano en san Pablo. DDB, Bilbao 1965; P. DACQUINO, La formula paolina «In Cristo Gesú»: SC 87 (1959) 278-291; J. FINKENZELLER, Die christologische und ekklesiologische Sicht der gratia Christi in der Hochscholastik: MTZ 11 (1960) 169-180; P. GÁCHTER, Unsere Einheit mit Christus nach dem hl. Ireniius: ZKT 58 (1934) 503-532; W. KOLFHAUS, Christusgemeinschaft bei Johannes Calvin. Neukirchen 1939; TH. KREIDER, Unsere Vereinigung mit Christus dogmatisch gesehen. Freiburg 1941; ID., Unsere Vereinigung mit Christus, im Anschluss an die Enzyklika Mystici Corporis: DTF 30 (1952) 3-26, 154-184; J. LoosEN, Unsere Verbindung mit Christus, eipe Prü f ung ihrer scholastischen Begri f f lichkeit bei Thomas und Scotus: Sch 16 (1941) 53-78, 193-213; ID., Ekklesiologische, christologische und trinitdtstheologische Ele-mente im Gnadenbegri f f : Theologie in Geschichte und Gegenwart. München 1957, 89-102; E. MERSCH, Filii in Filio: NRT 65 (1938) 551-582, 681-702; 809-830; E. MócsY, De unione mystica cum Christo: VD 25 (1947) 270-279, 328-339; M. MiTH LEN, Una persona mistica. Münster 21967; F. NEUGEBAUER, Das Paulinische «in Christo»: New Testament Studies 4 (1957) 124-138; G. RE, Il Cristocentrismo della vita cristiana. Brescia 1968; G. SüHNGEN, Christi Gegenwart in uns durch den Glauben: Die Einheit der Theologie. Freiburg 1952, 324-341; A. SOLIGNAC, Le Saint-Esprit et la présence du Christ auprés de ses fidéles: NRT 77 (1955) 478-490; H.  VAN OYEN, Zur Bedeutungsgeschichte des «En Christo»: Zeitschrift für evangelische Ethik 11 (1967) 129-135; A. WIKENHAUSER, Die Christus-mystik des Apostels Paulus. Freiburg 21956; I. WILLIG, Gescha f f ene und ungescha f f ene Gnade. Münster 1964.

EL TESTIMONIO BIBLICO

494 En los sinópticos, Cristo invita a algunos a que lo sigan de manera especial (Mc 1,17). Los que le siguen se convierten en sus discípulos al entrar en una relación con Jesús, semejante a la que tenían los discípulos con el Bautista y los rabinos con sus propios maestros (cf. Mc 2,18): Esta relación lleva consigo una comunidad de vida (Mc 3,14), un servicio personal (Mt 26,17-19; Mc 14,12-16; Lc 19,29-36), y la imitación del maestro (Mc 10,43-45; Lc 22,27). Seguir a Jesús como discípulo supone unas exigencias bastante serias, expresadas, por ejemplo, en el discurso con el que Jesús envió a sus discípulos a predicar (Mt 10; cf. Lc 9,57-62).

495 Pero seguir a Jesús no es un privilegio de los que viven con él durante su vida pública. Lo que en Mt 16,14 les dice Jesús a los «discípulos» sobre la necesidad de llevar la cruz y seguirle; en Mc 8,34 se lo dice «a la gente a la vez que a sus discípulos», y según Lc 9,23 va dirigido explícitamente a todos. En efecto, Jesús después de la resurrección manda a los apóstoles por todo el mundo para hacer discípulos por medio del bautismo (Mt 28,18, según el texto griego). En los Hechos, todos los cristianos se llaman ya «discípulos» (Hech 6,1). La unión de los discípulos con Cristo resucita-do, común a todos los bautizados, no lleva solamente con-sigo la aceptación de las enseñanzas y de los mandamientos de Jesús (Mt 16,18; 28,20), sino también su presencia en medio de todos aquellos que, por haberse convertido en discípulos suyos, están reunidos en su nombre (Mt 18,20; 28,20). Pertenecer a los discípulos de Cristo, esto es, «seguir a Cristo», es una condición necesaria para entrar en el reino de los cielos y participar de la salvación mesiánica (Mt 10, 37-39; Mc 8,34-38; Lc 9,23-27; etc.).

496 Como es sabido, en el Antiguo Testamento la salvación se le ofrecía en primer lugar al pueblo elegido; cada persj na experimentaba la misericordia fiel de Yavé, ya que él había prometido que los descendientes de los patriarcas se-rían también bendecidos, más aún, que en ellos serían bendecidos los pertenecientes a otros pueblos (Gén 22,18; 26,4) (cf. n. 221-223). En los sinópticos continúa esta misma concepción comunitaria de la salvación. Cristo ha venido a salvar a Israel (Mt 1,21; 10,6; 15,24). Pero aquellos a los que se ofrece esta salvación comunitaria no son solamente los descendientes carnales de los patriarcas (Mt 8,11-12), sino todos los miembros de la comunidad formada por los discípulos de Jesús, es decir, de la Iglesia edificada por él (Mt 16,18).

497 Según Juan, la unión con Cristo es necesaria para la salvación: Cristo. es, efectivamente, la única puerta para las ovejas (Jn 10,7); él es el camino, la verdad, la vida (Jn 14, 6). La unión con Jesús se realiza por el hecho de que, cuan-do uno lo sigue, se convierte en discípulo suyo, en su servidor (Jn 8,12; 12,26). Cristo es el que le da a cada uno la vida eterna (Jn 10,27-28). La vida que Cristo da, se obtiene porque los discípulos «permanecen» en Cristo, y Cristo «permanece» en los discípulos: esta «permanencia» es tan real que puede incluso parangonarse con la presencia mutua del Padre en el Hijo y del Hijo en el Padre (Jn 17,20-23). De la misma manera que el Padre está presente en Cristo, también Cristo está presente en sus discípulos; el cristiano vive realmente «por Cristo» (Jn 6,57-58, donde 8tá significa «en virtud»...). El justo puede producir frutos de buenas obras, porque permanece en Cristo (Jn 15,4-5). Como aparece por las imágenes empleadas para significar la unión salvífica con Cristo, esta unión se realiza en comunidad: en el rebaño (Jn 10,1-18; 21,1-17), en la unión de los sarmientos con la única vid (Jn 15,1-11). Y cuando se revele la gloria de los hijos de Dios (1 Jn 3,2), también aparecerá en todo su esplendor su unidad comunitaria (Apoc 21,1-5).

498 Pablo considera toda la vida cristiana, desde el bautismo hasta la gloria, como una unión progresiva con Cristo. Ser justificado es unirse con Cristo: en efecto, todos los que han sido bautizados, se han revestido de Cristo (Gál 3,27), están crucificados ton Cristo (Gál 2,19), están muertos con Cristo (2 Tim 2,11), sepultados con él (Rom 6,4), resucitados a una nueva vida con Cristo (Rom 6,4; 2 Tim 2,11); los fieles son resucitados por el Padre con Cristo y sentados en los cielos (Ef 2,5), para que, glorificados con él (Rom 8,17), participen de su reino (2 Tim 2,12). La vida entre la justificación y la glorificación final se desarrolla «en Cristo Jesús». Esta expresión utilizada 164 veces por Pablo, se completa con otras expresiones más raras, según las cuales Cristo está (vive, habita) en los fieles (Rom 8,10; Gál 2,20; Ef 3,17; etc.). La terminología revela cierta compenetración entre Cristo y el justo, en virtud de la cual el cristiano vive en Cristo, como en su propia atmósfera. La perfecta unión entre el justo y Cristo está también expresada mediante un uso particular del genitivo, ya que ser justo equivale a encontrarse entre los «que son de Cristo» (61 Toú XptoToú) (1 Cor 15,23; cf. Gál 3,29).

499 La unión con Cristo es un hecho vital y por eso mismo exige una evolución ulterior a través del comportamiento libre del hombre. «En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2,10). Por medio de las buenas obras Cristo se va «formando» en los justos (Gál 4,19), y éstos se van convirtiendo en hombres perfectos en Cristo Jesús (Col 1,28). Todo tiene que llegar a unirse bajo Cristo cabeza («recapitulado» en Cristo: Ef 1,10). La economía de la gracia llegará a su fin cuando todos hayan lo-grado la madurez viril, a la medida de la edad perfecta de Cristo (Ef 4,13). Aun cuando, bajo cierto aspecto, los bautizados se hayan revestido ya de Cristo (Gál 3,27), tienen que seguir revistiéndose cada vez de modo más perfecto, por medio de una conducta moral digna de su vocación (Rom 13,14); Cristo tiene que habitar en su corazón con plenitud siempre mayor (Ef 3,17). La actividad del justo «forma» en él a Cristo, en cuanto que le contempla como norma de su propia vida (Hebr 12,1-3), y de esta manera se convierte en imitador suyo (1 Cor 4,16; 11,1; 1 Tes 1,6; cf. 1 Pe 2, 21-25). La unión dinámica con Cristo se refiere a toda la actitud del justo, no sólo en el aspecto activo, sino también en el pasivo. El justo es partícipe de las pasiones de Cristo y lleva las huellas de Jesús en su misma carne (Gál 6,17); más aún, en cierto sentido, completa los sufrimientós de Cristo (Col 1,24), «pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (2 Cor 1,5). Como aparece en esta última cita, la unión con Cristo se realiza «gracias a Cristo»: Cristo es el que nos hace justos y nos hace obrar como justos. Esta actividad de Cristb puede parangonarse con el in-flujo de la cabeza en los miembros (Ef 4,15; Col 1,18). Dios «2n Cristo» nos da la gracia, ya que nuestra gracia deriva de la sobreabundancia de la gracia de Cristo (Ef 1,7-8). Por eso, la gracia de Dios es don de Cristo (Rom 5,15). Efectivamente, el espíritu que los justificados reciben es espíritu de Cristo, y Cristo se hace presente en el hombre por la presencia de su Espíritu (Rom 8,9-11; cf. Gál 4,6; Flp 1,19).

500 Pablo, más explícitamente todavía que los demás autores del Nuevo Testamento, enseña que la salvación mesiánica se nos concede en el seno de una comunidad humana, unida con Cristo. Los discípulos de Cristo forman un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, y que está vivificado por el Espíritu de Cristo (1 Cor 12,12-27; Rom 12,3-8; Ef 4,11-16). Cristo viene al encuentro del hombre en esta comunidad, ya que el amor de Cristo tiene como objeto directa e inmediatamente a la comunidad (Ef 5,25-27),.y cada uno de los justos reciben los bienes mesiánicos por el hecho de pertenecer a la Iglesia (Ef 4,11-16). Los que están unidos a Cristo, pertenecen por eso mismo al nuevo pueblo,escogido (Gál 3,26-29) y forman parte del templo de Dios, cuya piedra angular es Cristo Jesús (Ef 2,19-22; cf. 2 Cor 6,16 y 1 Pe 2,4-5).

501 Temas de estudio

1. Elaborar una descripción de la comunión con Cristo, a la que están llamados sus discípulos, utilizando como material los artículos discípulo y seguir de VTB; discípulo de DTB; A. ScHUtz, Discípulos del Señor. Herder, Barcelona 1967.

2. Observar en la 1 carta de Juan de qué manera se relacionan entre sí la unión con Dios, la unión con Cristo y la unión con la comunidad eclesial.

3. Estudiar de qué modo se exponen en Ef 1,3-14 los diversos aspectos de la unión salvífica con Cristo; cf. el comentario de Schlier.

4. Recoger del libro de J. PFAMMATER, Die Kirche als Bau. Roma 1960, 19-29, de qué modo se expresa en 1 Cor 3, en el tema de la edificación, la doctrina de la unión con Cristo en la Iglesia como condición para participar en la salvación.

 

EL TESTIMONIO DE LOS PADRES

502 Los santos Padres admiten todos que el hombre se sal-va por el hecho de unirse en el bautismo con Cristo, y que esta unión va creciendo progresivamente a medida que avanza la vida cristiana. Aunque los Padres enseñan la existencia v la importancia de esta unión, no está claro sin embargo el sentido que le dan. Esto puede explicarse, bien sea porque los Padres expresan este misterio más con imágenes y símbolos que con conceptos, bien porque sus explicaciones implican ciertas ideas platónicas que hoy resultan difícilmente inteligibles, como por ejemplo, la de la presencia real del ejemplar en su imagen.

503 Se pueden distinguir cinco aspectos de la unión con Cristo:

1. Cristo ha asumido la naturaleza humana, que es la misma en todos los individuos; esta unión deriva de la en-carnación y es llamada por muchos unión física.

2. Por el mero hecho de participar Cristo de la naturaleza humana, es cabeza de todos los hombres, y por eso su obediencia pertenece en cierto modo a cada uno de los hombres, lo mismo que la desobediencia de Adán ha hecho a todos los hombres necesitados de Cristo: unión fundamental.

3. La unión pneumática con Cristo se obtiene por el hecho de que el Espíritu Santo,. dado en el bautismo, imprime y comunica la semejanza con Cristo.

4. De esta unión pneumática con Cristo se deriva la unión con él en la acción. Esta unión es considerada por los Padres, bien bajo el punto de vista «intencional», en cuanto que el justo conoce y ama a Cristo, bien bájo el aspecto de la identidad entre la acción de Cristo y la del justificado, en cuanto que este último, al obrar bajo la influencia del espíritu de Cristo, prolonga y hace presente la acción de Cristo en la tierra.

5. Finalmente, los Padres insisten de una manera muy realista en la unión que se establece entre Cristo y los cristianos en virtud de la eucaristía, unión que ellos no restringen solamente a la presencia de las especies eucarísticas en el hombre.

504 Cristo comunica los bienes mesiánicos a cada uno de los hombres, por permanecer éstos en la unidad de la Iglesia. Los Padres de los primeros siglos no analizan esta verdad teóricamente, sino que la exponen en medio de símbolos y alegorías. La Iglesia es un edificio, en el que es preciso estar insertos o en donde hay que habitar, para ser salvados en Cristo; la Iglesia es una plantación (un jardín, una viña, un edén), en donde el hombre desarrolla su vida en Cristo. La Iglesia es una nave (el arca), cuyo constructor y piloto es Cristo, en la que los hombres se salvan del diluvio. La Iglesia es esposa y madre: cada una de las personas bautizadas al pertenecer a la Iglesia, participan también ellas de esta relación, son engendradas por la Iglesia madre a una nueva vida, o bien la Iglesia hace nacer en ellas al Verbo

505 Temas de estudio

1. Examinar el pensamiento de san Gregorio Niseno sobre la santificación realizada en todos los hombres por la asunción de la naturaleza humana en el Verbo, siguiendo las indicacioes de L. MALEVEZ, L'Eglise daos le Christ: RSIZ 25 (1935) 257-291, 418-439.

2. Examinar el pensamiento de san Ambrosio sobre la presencia de Cristo en el mundo, siguiendo las indicaciones de F. SzAaó, Le C'hrist créateur chez saint Ambroise. Roma 1968. 114-148.

3. Estudiar la doctrina de san Bernardo sobre la relación entre Cristo y la vida cristiana, sirviéndose de J. M. DJ:CHANET, La christologie de saint Bernard: J. LoRTZ, Bernhardt von Clairvaux. Wiesbaden 1955, 63-71.

4. Estudiar la doctrina de santo Tomás sobre la inhabitación de Cristo en Ios bautizados, según los textos analizados por G. RE, Il cristocentrismo nella vira cristiana. Brescia 1968, 103-204.

5. Reconstruir la doctrina de santo Tomás sobre la influencia de Cristo en el obrar cristiano, sirviéndose de la o. c., 294-324.

 

LA ENSEÑANZA DEL MAGISTERIO

506 Los reformadores del siglo xvi insistían en la necesidad de la unión con Cristo para la salvación; les parecía que la doctrina católica, según la cual el hombre adquiere una justificaeión propia (cf. n. 638-651), eliminaba toda dependencia del hombre justificado de Cristo vivo. Por eso, el con-cilio de Trento, al exponer en la sesión VI la doctrina católica sobre la justificación, tuvo especial cuidado en. subrayar que ella no reniega, ni mucho menos, de la necesidad de la unión con Cristo.

507 Los hombres quedan justificados al renacer en Cristo (D 1523). La justificación se describe como «el paso del estado, en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios por el segun-do Adán, Jesucristo salvador nuestro» (D 1524). El comienzo de la justificación viene «de la gracia proveniente de Dios por medio de Cristo Jesús» (D 1525). Los pecadores, mientras se disponen a la justificación, tienen que confiar en «que Dios ha de serles propicio por causa de Cristo» (D 1526). La causa final de la justificación, además de la gloria de Dios, es también «la gloria de Cristo»; la «causa meritoria» es Jesucristo, que «nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz, y satisfizo por nos-otros a Dios Padre» (D 1529; cf. 1530). La razón de que la fe no baste para la justificación es que la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, no une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su cuerpo» (D 1531). Los justificados tienen que observar los mandamientos divinos: «Porque los que son hijos de Dios aman a Cristo y los que le aman, . como él mismo atestigua, guardan sus palabras» (D 1536). El justificado no tiene que engañarse «pensando que por la sola fe ha sido constituido heredero y ha de conseguir la herencia, aun cuando no padezca juntamente con Cristo, para ser juntamente con él glorificado» (D 1538). Los justos pueden hacer obras meritorias, como quiera que «el mismo Cristo Jesús, como cabeza sobre los miembros y como vid sobre los sarmientos, constantemente influya su virtud sobre los justificados mismos, virtud que antecede siempre a sus buenas obras, las acompaña y sigue y sin la cual en modo alguno pudieran ser gratas a Dios ni meritorias»; por eso, el justificado en tanto merece, en cuanto que es «miembro vivo de Cristo» (D 1582).

508 Por consiguiente, la unión con Cristo, según el concilio de Trento, tiene cuatro aspectos:

1. Cristo es causa meritoria de todas las gracias que conducen al pecador a la justificación, y de las que conducen al justo a la consecución de la vida eterna.

2. Cristo es causa final de la justificación, ya que la eficacia de su redención se muestra en la justificación de los hombres, sus hermanos 5.

3. Cristo es causa eficiente y ejemplar de la justificación, va que el justo es miembro vivo de Cristo y Cristo in-fluye continuamente en él, dándole progresivamente una participación en su vida, lo mismo que la cabeza a los miembros y la vid a los sarmientos.

4. El justo tiene que vivir en comunión personal con Cristo, poniendo en él su confianza 'desde el comienzo de su conversión, observando sus mandamientos y asociándose a su pasión, para ser algún día compañero de su gloria.

509 El concilio alude también a la dimensión eclesial de la unión con Cristo. En efecto, la unión vital con Cristo no se puede alcanzar sin tener, por lo menos, el «voto» del bautismo (D 1524, 1526, 1618). El bautismo hace al hombre miembro vivo de Cristo (D 1671) y permite que el hombre pueda revestirse de Cristo (D 1672). Por tanto, el bautismo es causa instrumental de nuestra justificación (D 1529). Pues bien, por el bautismo el hombre entra en la Iglesia (D 1671). y se hace súbdito suyo (D 1621). Además, los bautizados que pierden su unión vital con Cristo, no pueden recobrarla si no se someten a la penitencia eclesiástica (D 1543, 1579, 1679).

510 En la encíclica Mystici corporis de Pío XII6 se afirma que el Señor salva a la humanidad por medio de la Iglesia que ha fundado (n. 9), y a la que ha dotado de unos medios de santificación, los sacramentos, y en la que ha querido que se renovase continuamente su sacrificio (n. 13). También ahora él sigue obrando continuamente en esta comunidad de salvación, gobernándola no sólo de manera visible, por medio de la jerarquía (n. 92), sino también con un continuo influjo invisible (n. 28).

Porque, así como los nervios se difunden desde la cabeza a todos nuestros miembros, dándoles la facultad de sentir y de moverse, así nuestro salvador derrama en su Iglesia su poder y eficacia para que con ella lós fieles conozcan más claramente y más ávidamente deseen las cosas divinas. De él se deriva sobre el cuerpo de la Iglesia toda la luz con que los creyentes son iluminados, y toda la gracia con que se hacen santos, cómo él es santo (n. 35).

De esta forma Cristo ilumina (n. 36), santifica (n. 37), sustenta (n. 38) y salva a su Iglesia con una acción directa e inmediata:

Y estos tesoros de su divina bondad les distribuye (Cristo) a los miembros de su cuerpo místico, no sólo por el hecho de que los implora como hostia eucarística en la tierra y glorificada en el cielo, mostrando sus llagas y elevando oraciones al eterno Padre, sino también porque escoge, determina y distribuye a cada uno las gracias peculiares, según la medida de la donación de Cristo (El 4,7) (n. 37).

511 Cristo está ya en nosotros, y nosotros en Cristo, no sólo porque él nos da el don creado de la gracia, sino también, y sobre todo, porque nos comunica el Espíritu Santo, cuya  plenitud posee y del que derivan los dones de gracia a los diversos miembros de la Iglesia (n. 60-61). Además de esta unión que los justos tienen con Cristo, al comunicarles éste, por el Espíritu Santo, la vida de la gracia, éstos están unidos también con Cristo, por creer, esperar en él y por amar-lo, amando al prójimo por amor a él, y porque Cristo a su vez, desde el pimer instante de su vida humana, los conoce y los ama (n. 55-59). Por otra parte, cada uno de los miembros de Cristo destinados a conformarse con él, tienen que esforzarse por seguirle, imitando sus virtudes, cada uno según su propia vocación particular, y aceptando como Jesús las persecuciones, sufrimientos y dolores, para llegar de este modo a participar de su gloria (n. 32-33).

512 La encíclica excluye también algunos errores, relativos a la unión de los fieles con Cristo.

En el cuerpo moral, el principio de unidad no es más que el fin común v la cooperación común de todos a un mismo fin por me-dio de la autoridad social: mientras que en el cuerpo místico... a esta cooperación se añade otro principio interno... un principio no de orden natural, sino sobrenatural, más aún, absolutamente infinito e increado en sí mismo: a saber, el Espíritu divino (n. 45).

Por otra parte, la encíclica reacciona también vigorosa-mente en contra del error opuesto, según el cual los fieles estarían como absorbidos en la persona física de Cristo:

No faltan quienes.. no distinguiendo suficientemente, como con-viene, los significados propios y peculiares de cuerpo físico, moral y místico, fingen una unidad falsa y equivocada, juntando y reuniendo en una misma persona física al divino redentor con los miembros de la Iglesia (n. 67).

Hemos de observar también cómo la encíclica Mediator Dei condena el error de aquellos

que creen y enseñan equivocadamente que la naturaleza humana de Cristo glorificada habita realmente y con su continua presencia en los justificados, o bien que es única e idéntica la gracia que une a Cristo con los miembros de su cuerpo7.

Pío XII enseña, por consiguiente, que entre los justos y Cristo hay una unión, que no es puramente moral, como la que existe entre los miembros de una comunidad humana, ni tampoco como la que hay entre los diversos miembros de una persona física. Esta unión no guarda analogías con las del mundo creado, y es llamada «mística», porque se basa en un misterio que supera la inteligencia humana, esto es, la inhabitación del Espíritu Santo en Cristo y en los justos, que lo reciben de Cristo, y del que provienen todos los dones sobrenaturales, que Cristo distribuye a sus miembros.

514 El concilio Vaticano II repite la doctrina sobre la unión salvífica con Cristo, sirviéndose de expresiones bíblicas, o aplicándola a resolver diversos problemas eclesiológicos y antropológicos. La contribución específica del concilio a nuestra cuestión consiste, por tanto, en la acentuación de la importancia central del misterio de la unión salvífica con Jesucristo. Según la Constitución sobre la revelación, la salvación que se les ofrece a los hombres consiste en «llegar hasta el Padre» mediante la participación de la naturaleza divina (DV 2). Según la Constitución sobre la Iglesia, esta salvación se les ofrece a los hombres, muertos en Adán, «en atención a Cristo redentor» (LG 2). Cristo, por su encarnación, su muerte y su resurrección, «redimió al hombre... y lo trasformó en una nueva criatura. Y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó mística-mente su cuerpo, comunicándoles su espíritu» (LG 7). Por tanto, la naturaleza humana, asumida por Cristo, se ha con-vertido en «instrumento vivo de salvación» (LG 8). La vida de Cristo se difunde en los hombres, cuando ellos por me-dio de los sacramentos, de una manera misteriosa pero real, se unen con Cristo glorificado (LG 7). Esta unión exige que los hombres, hechos conformes con la imagen de Cristo y siguiendo sus huellas, «obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo» (LG 40; cf. también LG 41). La Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo explica finalmente que de esta manera el cristiano se hace partícipe del misterio pascual: «configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, ,a la resurrección» (GS 22).

515 Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente

Para ello eligió en el Antiguo Testamento al pueblo de Israel; en el Nuevo Testamento se formó por medio de Cristo un pueblo nuevo, al que están llamadas todas las gentes (Ibid.). Por consiguiente, todo lo que se dice de la salvación que ha de obtenerse en Cristo, debe aplicarse a dicha salvación, en cuanto que se lleva a cabo en la unión con el pueblo de Dios (cf. LG 7). La unión salvífica con Cristo es posible por el hecho de que Cristo ha constituido a la Iglesia «a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera» (LG 9). Esta es la Iglesia de Cristo, «porque fue él quien la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social» (Ibid.). La eficacia del misterio de la Iglesia se extiende más allá de los límites de la Iglesia visible.

Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios..., y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación (LG 13).

La influencia del misterio de la Iglesia en los hombres, a los que todavía no ha sido suficientemente anunciado el evangelio, o no están en plena unidad con la Iglesia católica, se explica con mayor amplitud en LG 15-17 y en GS 22 9.

516 Temas de estudio

    1. Recoger los fundamentos bíblicos de la doctrina expuesta en la Mystici corporis.

    2. Reconstruir el pancristismo y el incristismo, a los que se refieren las encíclicas Mystici corporis y Mediator Dei, sirviéndose de Ami du clergé 60 (1950) 91-93, 257-267, 465-475.

    3. Recoger la enseñanza del concilio Vaticano II sobre la unión salvífica con Cristo, determinando qué es lo que el concilio, enseña, en qué contexto expone su doctrina y cuáles son los problemas que resuelve recurriendo a esta doctrina. Puede utilizarse el índice de la Edición típica vaticana, en la voz «CHRISTUS, humani generis centrum et salus» (páginas 1126-1127), y «CHRISTUS, Ecclesiae auctor et consummator» (páginas 1126-1127), u otros índices.

 

SÍNTESIS DOCTRINAL

517 La fórmula filii ira Filio, difundida por E. Mersch ha sido también utilizada por el concilio Vaticano II (GS 22). Expresa de una manera sintética lo que dicen los testimonios citados sobre la unión salvífica con Cristo. Prescindiendo de las explicaciones ulteriores de Mersch, no se puede negar que Dios Padre nos eleva al estado de hijos adoptivos, amándonos en su Hijo encarnado, al que quiere hacer primogénito de otros muchos hermanos, y cuya plenitud desea derramar en la Iglesia: por eso la Iglesia es cuerpo místico de Cristo. Así pues, la vida que Dios nos da es una participación de la vida de su Hijo encarnado. El Padre, al amarnos como a hijos, nos da el Espíritu Santo, que rinde testimonio de nuestra filiación haciéndonos invocar: ¡Abba! ¡Padre!. Recibimos esta vida filial, no sólo porque Cristo nos la ha merecido, viviendo filialmente, sino también porque él mismo nos la da, nos la conserva, nos la aumenta, obrando continua-mente en nosotros y uniéndonos cada vez más a sí. Así pues, el justo entra en comunión con el Padre y recibe al Espíritu Santo (amor que une al Padre y al Hijo), por causa del Hijo, por medio del Hijo, insertándose en el Hijo, y tendiendo a la plenitud del Hijo, y de esta manera adquiere aquella participación en los bienes propios de Dios que se designa con el nombre de gracia de Cristo.

518 La participación en estos bienes divinos no se obtiene en todos de una manera unívoca. Especialmente las explicaciones del concilio Vaticano II enseñan, que todos los hombres tienen una relación al menos virtual con Cristo y que esta relación varía según las diversas categorías de personas (es diversa la relación con Cristo de los paganos, la de los bautizados acatólicos y la de los que están dentro de la unidad incluso externa de la Iglesia católica), y según las diversas etapas de la vida cristiana del mismo individuo (es distinta la unión con Cristo de un pecador, de uno que empieza a convertirse, de un justo y de los bienaventurados en el cielo). Para explicar esta diversidad, los teólogos, especialmente los occidentales a partir de la edad media, concentraron su atención en la diversidad de los dones creados comunica-dos a Íos hombres por Cristo, diversidad que caracteriza a los diversos modos y etapas de la unión con Cristo.

519 De esta manera. él análisis conceptual de la diversidad en la ¡anión salvífica llevó inevitablemente a la distinción entre las diversas «gracias» (gracia habitual y gracia actual, gracia elevante y gracia sanante, etc.). No se puede negar que esta atención a los dones creados de la gracia tuvo también un influjo negativo, ya que a veces los teólogos perdieron de vista cómo todos estos dones sólo tienen alguna importancia en cuanto nos uneñ con Cristo. Semejante estrechamiento en el horizonte teológico tuvo lugar especialmente en la controversia con los protestantes, los cuales, al exaltar la unión salvífica de los crevenes con Cristo, negaban que dicha unión tuviese un fundamento creado. Para superar la unilateralidad de ciertas descripciones postridentinas de la vida de gracia, será útil que el teólogo católico tenga en cuenta la manera con que describe la gracia el calvinista P. Emery:

La gracia no es en primer lugar una fuerza o una ayuda, sobre todo no hay que pensar en ella como en una «cosa», ni hablar de ella como de una realidad abstracta e impersonal. La gracia es aquella inefable comunión, que nos hace partícipes del ministerio, de la obra, del premio de Cristo y sobre todo de su vida y de su amor, de su sacrificio y de su oración.

Aun admitiendo que es justa esta acentuación, no hay que renunciar sin embargo al examen analítico de esa novedad que se origina en el hombre por su unión con Cristo, ni al de ese proceso a través del cual se realiza la nueva creación y se tiende a la plenitud escatológica. En efecto, si la intuición original, contenida en la predicación primitiva de la Iglesia, no se somete a un análisis conceptual, existe el peligro de un puro verbalismo, de una repetición de fórmulas bíblicas que ya no significan nada. Hay que hacer un análisis, pero dicho análisis tiene que permanecer dentro de una unidad orgánica con la intuición fundamental, que es la que da unidad y sentido a cada uno de los elementos. Por eso, en los capítulos siguientes, al analizar esa vida en Cristo, por Cristo y hacia Cristo, tendremos que recordar continuamente el misterio de la unión salvífica con Cristo, cuyas inagotables riquezas intentaremos penetrar.
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5 Cf. Rom 8,29 y las explicaciones de SUAREZ, De gratia 1. 9, c. 9, n. 5-6.

6 AAS 35 (1943) 193-242; citamos el texto según los números de la edición hecha por Ediciones Sígueme, Salamanca 51962.

7 AAS 39 (1947) 593.

9 Sobre la unión con Cristo en la Iglesia según el concilio Vaticano II, cf. J. ALFARO, Das Geheimnis Christi im Geheimnis der Kirche nací' dem Zweiten Vatikanischen Konzil: BÁUMER-DOLCH, Volk Gottes. Freiburg 1967, 518-535.