II

El hombre bajo el signo de Cristo


INTRODUCCIÓN

471 La doctrina teológica del hombre viajo el signo de Cristo está íntimamente unida con la del hombre bajo el signo de Adán. La imagen del hombre, que hemos descrito en el primer tratado, implica realmente una contradicción. El hombre, creado como imagen de Dios, no es capaz de realizar su propia existencia sin un diálogo con Dios; pero este diálogo se ha hecho imposible por el pecado original. La superación de esta contradicción se encuentra en la figura de Cristo, nuevo Adán. En Cristo, la figura del hombre vuelve a encontrar su sentido, su unidad, no sólo porque el hombre es querido por Dios, desde toda la eternidad, por amor al Verbo encarnado, sino también porque solamente en su unión con el Verbo redentor (f ormam re f ornaans artif ex) puede realizar en sí mismo el hombre la imagen de Dios, convirtiéndose así de nuevo en aquella criatura, por cuya presencia Dios encontró al universo «muy bueno».

472 El concilio Vaticano II ha subrayado enérgicamente este aspecto cristológico de la antropología cristiana:

En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era fi-gura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le des-cubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona. El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado... Con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre! (GS 22).

473 Esto no significa que Dios, tras haber fallado en su designio primitivo, lo haya cambiado, discurriendo un nuevo e imprevisto camino de salvación que ofrecer a la humanidad. Efectivamente, el pecado del primer Adán fue permitido para que, por medio del segundo Adán, la vida divina se comunicase de una manera mucho más perfecta de como habría sucedido por medio del primer Adán: el don supera al delito (Rom 5,16).

474 Dentro de esta perspectiva, también el pecado de origen, juntamente con la creación del mundo y con la hominizacíón, pertenece al prólogo de la historia de la salvación. En la antropología teológica el hombre en Adán y el hombre en Cristo designan, por consiguiente, dos fases de la historia de la salvación. Esto no debe entenderse como si hasta la encarnación sólo hubiera existido el hombre en Adán, esto es, el hombre caído y sin redimir, y luego existiese únicamente el hombre en Cristo, el hombre en quien la redención ha borrado todas las consecuencias del pecado. El misterio de Cristo estuvo eficazmente presente desde el principio en la vida de la humanidad, y alcanzará su efecto total solamente en el orden escatológico.

475 Esta será, en definitiva, la enseñanza del concilio Vaticano II:

El Padre eterno, por una disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salvación, en atención a Cristo redentor, que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura (Col 1,15). A todos los elegidos, el Padre antes de todos los siglos, los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste .sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29). Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirable-mente en lá historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos desde Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán congrega-dos en una Iglesia universal en la casa del Padre (LG 2).

476 El hombre bajo el signo de Adán y el hombre bajo el signo de Cristo, por consiguiente, son dos aspectos de la misma humanidad concreta, que se compenetran entre sí. «Todo hombre es Adán, todo hombre es Cristo» 1. Sin embargo, antes de la encarnación prevalecía el aspecto «adamítico», ya que (a pesar de la presencia de la gracia) era más visible la influencia del pecado, mientras que después de la encarnación aparece más el aspecto «crístico» ya que (aunque permanezcan las huellas del pecado) se manifiesta preferente-mente la fuerza de la gracia. La prevalencia de uno de los dos aspectos de la existencia humana (el hombre-Adán, el hombre-Cristo) designa, por consiguiente, una de las dos fases de la historia de la salvación de la humanidad. Más aún, el acercamiento a uno de los dos polos opuestos de la existencia humana resulta también característico para las fases de la historia de la salvación individual de cada uno: el hombre en estado de pecado (original o personal) está bajo el signo de Adán, mientras que la conversión es un cambio por el cual se hace en él predominante al estar bajo el signo de Cristo.

477 La Iglesia suele designar a la nueva existencia, ofrecida a los hombres bajo el signo de Cristo, como gracia. En efecto, este modo de existir supone por diversas razones la misericordia gratuita de Dios:

    1. el sujeto que recibe esta vida no tiene ningún título que lo haga digno de ella;

    2. el modo, con que se comunica esta vida (por medio de la pasión, muerte y resurrección del Verbo encarnado) supera todas las concepciones humanas;

    3. la perfección comunicada consiste en la participación de la vida trinitaria, don que no guarda proporción alguna con la humanidad, incluso con la humanidad inocente.

Esta manera de hablar tiene su fundamento en la Escritura. El Nuevo Testamento designa frecuentemente con el término gracia la condición del hombre unido a Cristo. Según Pablo, el hombre en Cristo está en la gracia (Rom 5,2), ha recibido la abundancia de la gracia (Rom 5, 17), se le ha concedido la gracia (1 Cor 1,4), está bajo la gracia (Rom 6,14). En la primera carta de Pedro, gracia designa el centro de la historia de la salvación: toda la humanidad esperaba esta gracia, anunciada proféticamente (1 Pe 1,10); esta gracia es la «verdadera» gracia, que colma todas las esperanzas mesiánicas (1 Pe 5,12). Los Hechos llaman evangelio de la gracia a la predicación de Cristo, destinada a renovar la humanidad (20,24; cf. 14,3; 20,32); la bajada del Espíritu Santo es reconocida también como gracia (10,45-47). Por consiguiente, la descripción del hombre en Cristo, en la teología neoescolástica, es la que dio también origen al tratado De gratia.

478 La descripción teológica de esta gracia quedará estructurada de la siguiente manera. Empezaremos por exponer la verdad central que afloró por primera vez a la conciencia de los discípulos de Cristo: el hombre, muerto por los pecados, recibe la vida por el hecho de entrar en comunión con Cristo en la comunidad eclesial. Las promesas mesiánicas tienen su cumplimiento cuando el hombre, que está señalado por el pecado, al hacerse miembro de la Iglesia, en la unión con Cristo, logra tener acceso al Padre. El misterio de la unión con Cristo cabeza, en la comunión eclesial, contiene en germen toda la materia de este segundo tratado. En las tres partes siguientes, se irá explicitando la enseñanza de Pablo, contenida en las expresiones «en Cristo» (£v), «por Cristo» (Sra), «hacia Cristo» (E'S).

479 Una vez unido a Cristo, el hombre se convierte en Cristo en una nueva criatura. Reflexionando sobre esta novedad, distinguiremos las nuevas relaciones que el hombre adquiere con las tres divinas personas, y descubriremos el fundamento de las mismas en una novedad, no solamente jurídica, sino también ontológica, del propio sujeto. Efectivamente, el misterio de la nueva creación se realiza por la participación en las relaciones de Cristo con el Padre y con el Espíritu, más aún, en la participación de su misma vida (parte IV).

480 La nueva vida, que el hombre empieza a vivir, es obra de la misericordia divina; pero la actividad divina no permanece como extrínseca al hombre, sino que suscita y eleva todo el comportamiento humano, dándole al hombre un «corazón nuevo». Pues bien, el devenir del hombre en Cristo, que se realiza por la acción de la misericordia divina, tiene también lugar en dependencia de Cristo, que atrae al hombre hacia sí. Por eso, todo este paso del estado de pecado al estado de gracia se realiza por Cristo (parte V).

La nueva creación se verifica en el hombre que está inmerso en la historia (c. 5). Dios, adaptando su acción salvífica a la naturaleza humana, con un diálogo progresivo y continuo, lleva al hombre hacia la posesión plena de su perfección. En efecto, el hombre solamente llegará en la perfección escatológica a reproducir perfectamente aquella imagen de Cristo que corresponde a su vocación personal. Por eso la vida en Cristo es también por su misma naturaleza una vida hacia Cristo, una realidad dinámicamente tendida hacia el Cristo total (parte VI).

481 Comparando la perfección que es propia del hombre en cualquier situación posible (de tal modo que, si faltase, dejaría de existir el hombre), con aquella vida que el hombre obtiene en su-unión con Cristo, llegaremos •a la noción de lo sobrenatural. Lo sobrenatural trasciende en cierto sentido las proporciones de la naturaleza, pero sin embargo es inmanente a la misma, en cuanto que la naturaleza que existe en concreto tiende de hecho inevitablemente a lo sobrenatural, de tal modo que sin él es incompleta. Esta tensión, inmanente al fenómeno humano, es la clave de la antropología teológica, y por eso será objeto de una exposición especial en la conclusión de toda esta obra.

482 Temas de estudio

1. Observar cómo el concilio Vaticano II describe la historia de la salvación dentro de la perspectiva de los dos Adanes: GS 22; AG 3;LG2.

2. Recoger las características del hombre en Adán y del hombre en Cristo, leyendo y analizando los siguientes textos de san Agustín: Enarr. 2 in Ps. 70, 1: PL 36, 891; Enarr. 1 in Ps. 101, 4: PL 36, 1296; In Job. tract. 3, 12: PL 35, 1401.

3. Analizar el artículo gracia en un diccionario bíblico (por ejemplo, Bauer, Haag, Léon-Dufour, McKenzie), observando los diversos significados del término y recogiendo los principales textos paulinos, en los que la vida en Cristo se designa como. XáptS.

4. Considerar cómo inserta santo Tomás la doctrina sobre la gracia en la STh 1-2, al tratar del principio de los actos humanos (cf. q. 109-114), y cómo expone san Buenaventura esta misma materi en el Breviloquium, parte 5.

5. 'Recoger los temas que hemos indicado en nuestra «introducción» dentro del «esquema de una dogmática», tal como lo propone K. RAHNER, Ensayo de esquema para una dogmática: Escritos de Teología, 1. Taurus, Madrid 31967, 11-50.

6. Considerar cómo propone la construcción del tratado De gratia G. PHILIPS, De ratione instituendi tractatum de gratia nostrae sanctif icationis: ETL 29 (1953) 355-373.

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1 SAN AGUSTIN, In Ps. 70, sermo 2,1: PL 36, 891; cf. H. RoNDET, La gracia de Cristo. Estela, Barcelona 1966, 114.