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LA IMAGEN DE DIOS, SUJETO ENCARNADO

 

NOTA PRELIMINAR

182 La imagen de Dios resplandece en el hombre, por el hecho de ser el hombre una persona, o sea, por estar dotado de una especial inmanencia y trascendencia y ser capaz de construir su propia existencia a través de la historia (cf. n. 142). Precisamente por eso el hombre tiene una dignidad especial, superior a todo el mundo material. No obstante, el hombre pertenece al mundo material: se percibe a sí mismo como parte del sistema espacial y temporal, no puede efectuar sus operaciones específicamente personales sin que éstas tengan un aspecto físico-químico, y su misma historia está provocada, condicionada y manifestada por fenómenos materiales. El hombre es por consiguiente una imagen de Dios, perteneciente al mundo material y diferente del mundo material. Será objeto del presente capítulo descubrir la estructura de esta diversidad en la unidad.

(La BIBLIOGRAFÍA está distribuida por las diversas secciones: n. 183, 190, 197, 207),

LA SAGRADA ESCRITURA

BIBLIOGRAFÍA

183 Cf. n. 22. Sobre nuestro problema específico se encontrarán nociones fundamentales en los artículos alma, carne, cuerpo, espíritu, hombre en CF, DTB, VTB; en los artículos ácvepc,rrtoS en GLNT, y TrvEÚpa, tpuXr), oáp, owpa en TWNT. Además, G. DAUTZENBERG, Sein Leben bewahren. Psyche in den Herrnworten der Evangelien. München 1966; D. LYs, Nephesh. Histoire de 1'áme dans la révélation d'Israel au sein des religions proche-orientales. Paris 1°59; ID., Ruach. Le souffle dans l'Ancien Testament. Paris 1962. ID., La chair dans l'Ancien Testament. Paris 1967; J. PRYKE, »ira and Flesh in the Qumran Documents and Some New Testament Texts: Studia Theologica 19 (1966) 200-212; A. SAND, Der Begri f f «Fleisch» in den paulinischen Hauptbrie f en. Regensburg 1967; O. SANDER, Leib-Seele-Dualismus im Alten Testament: Zeitschrift für Alttestamentliche Wissenschaft 77 (1965) 329-332; J. SCHARBEI, Fleisch, Geist und Seele im Pentateuch. Ein Beitrag zur Anthropologie der Pentateuchquellen. Stuttgart 1966; O. SCHILLING, Geist und Materie in biblischer Sicht. Stuttgart 1965; J. ScHMID, Der Begrif f der Seele im Neuen Testament: Einsicht und Glaube. Freiburg 1962, 112-131; C. TRESMONTANT, Ensayo sobre el pensamiento hebreo. Tau-rus, Madrid 1962, 125-166.

184 En la sagrada Escritura el hombre aparece como una criatura concreta, una en sí misma, diversa por una parte de los animales, y por otra de los ángeles. Su unidad no se afirma en oposición con las concepciones dicotómicas o tricotómicas, sino que proviene de la percepción espontánea del hombre concreto, anterior a la reflexión sobre la tensión eventualmente existente en su estructura metafísica. En 'la Escritura esta unidad concreta es designada con diversos vocablos, que en medio de su diversidad revelan diversos aspectos del sujeto, pero que, al menos primariamente, no significan todavía una parte componente del mismo, como sucede con las palabras correspondientes en las lenguas modernas. Por tanto, las palabras hebreas basar, nefesh, rúah, y las palabras griegas sarx, sóma, psiqué, pneuma, indican un individuo que forma parte del mundo material, que es efímero y caduco, sujeto de una vida espontánea, que piensa, ama, quiere y se siente atraído por Dios para escuchar y acoger su voz. La semántica de estas palabras muestra varias fases del paso desde el uso metafórico a la conceptualización; por eso, su significado es oscilante en los distintos libros e incluso en los diversos contextos de la misma obra. La especulación teológica, por consiguiente, no puede apoyarse en estos términos, como si fuesen asertos claros y distintos sobre la estructura del hombre.

185 El empleo de estos términos expresa la complejidad del fenómeno humano y pone de relieve dos aspectos diversos: la pertenencia al mundo material por una parte, y la superioridad sobre ese mundo como resultado de una semejanza especial con Dios, por otra; pero no afirma nada sobre la causa metafísica de dicha diversidad. Estos dos aspectos, metafísicamente no analizados, aparecen por ejemplo en las narraciones pintorescas que nos describen el origen del hombre como la añadidura a la materia de algo que la trasciende (Gén 2,7; Job 10,9-12; 33,4) o bien en aquellas que presentan la muerte como una escisión entre tales elementos (Ecles 12,7; Sal 104,29-30; Sal 146,4; 2 Cor 5,1-4; 2 Pe 1,14). La hermenéutica de semejantes descripciones metafóricas tiene que ser semejante a la de las parábolas, evitando darle un significado conceptualmente determinado a cada elemento.

186 Las enseñanzas morales que' distinguen en el hombre dos tendencias contrarias y seis respectivas localizaciones en el cuerpo y en el alma (Sab 9,15; Rom 7,24; Gál 5,17) no afirman más que la complejidad no analizada de la realidad humana; su utilización antropológica resulta bastante problemática, ya que se resienten de la concepción que designa como carne, no al cuerpo, sino a la realidad creatural humana en oposición al espíritu divino vivificador. Algunos textos de los libros escritos en griego hacen eco al uso lingüístico del helenismo y utilizan las palabras TlvEOtla, q uyl, y ocs .ta como si designasen realidades diferentes (Sab 3,1-4; Mt 10, 28; 1 Tes 5,23). Pero los esquemas antropológicos —dicotómicos y tricotómicos— lejos de ser objeto de afirmaciones doctrinales, son sencillamente medios para expresar que el yo humano sigue viviendo junto a Dios, incluso después de la disolución del cadáver, que la entera realidad humana es bendecida por Dios, etc.

187 La reacción en contra de la lectura escolástica de los textos bíblicos ha hecho que en la actualidad se insista casi únicamente en la ausencia de dualismo metafísico en el mensaje bíblico 1. Pero no hemos de olvidar que también la Escritura afirma siempre la presencia de dos aspectos en el hombre. El hombre es un ser corporal, su unión con el mundo material no es violenta, como si fuese la consecuencia de una decadencia o de un castigo: se trata de una condición connatural del hombre. Las descripciones según las cuales Dios plasma el cuerpo del hombre (Gén 2,7), o lo crea a su imagen en su bisexualidad (Gén 1,27), o encuentra al mundo, en donde ha sido colocado el hombre, «muy bueno» (Gén 1,31), tienen la intención didáctica de afirmar que el hombre, en correspondencia con el proyecto divino, es un ser corpóreo. Esta corporeidad esencial del hombre es también la que aparece en la promesa de la resurrección que presenta al hombre ideal, término de la historia, como un yo encarnado.

188 Además, no es preciso limitarse a insistir en el sentido dinámico dialógico de la imagen de Dios en el hombre. Las expresiones bíblicas se refieren primordialmente al papel activo del hombre para con Dios y para con su ambiente, pero precisamente por eso suponen la afirmación de que el hombre es más semejante a Dios y a los ángeles que a las bestias, sobre todo por su capacidad de entender y de querer, cualidad que no pertenece necesariamente a todo ser corpóreo. Por tanto, la Escritura ve en el hombre a un ser concreto que, aun siendo material, es imagen. de Dios como no lo es ningún otro ser material. Pero la Biblia no nos dice cuál es la estructura metafísica que hace posible semejante diversidad en la semejanza.

189 Temas de estudio

1. Examinar si Pablo en 1 Tes 5,23 ofrece alguna enseñanza sobre 10 partes constitutivas del hombre, teniendo en cuenta el material recogido por J. FESTUGIi.RE, L'idéal religieux des grecs et l'évangile. Paris 1932, 196-220.

2. Dar un juicio sobre el método con que se utiliza la Escritura como fundamento de una teoría sobre la materia y sobre el espíritu del hombre en E. PRZYWARA, L'uomo, antropologia tipologica. Milano 1968. ?44-157 (Apocalisse dell'uomo tra materia e Spirito).

3. Observar cómo se explica el concepto paulino de «soma» en R. BULTMANN, Theologie des Nene;: Testaments. Tübingen 41961, 193-203.


«EL COMPUESTO HUMANO» SEGUN LOS PADRES

190 BIBLIOGRAFIA

La materialidad y espiritualidad del hombre es un capítulo importante en toda antropología patrística: cf. la bibliografía del n. 21> La cuestión se ha tratado muchas veces dentro del contexto de .'a imagen de Dios en el hombre: cf. la bibliografía de los n. 80-81. Además: F. CAYRr., La personne, sa vraie place dans le monde chrétien: Divinitas 7 (1963) 332-350; M. D. CHENU, Situation humaine, corporalité et temporalité: l'homme et son destin d'aprés les penseurs du moyen áge. Louvain 1960, 23-49; E. DELARUELLE, La doctrine de la personne humaine, signe de contradiction entre le christianisme et paganisme: Bulletin de littérature ecclésiastique 53 (1952) 161-172; J. DUPVIs, L'esprit de l'homme. Etude sur i'anthropologie religieuse d'Origéne. Bruges 1967; A. PEGIS, Man as Nature and Spirit: Doctor Communis 4 (1951) 52-63; R. SCHWARZ, Die leib-seeliscbe Existenz bei Aurelius-Augustinus: Philosophisches Jahrbuch 63 (1954) 323-360; F. RCSCHE, Pneuma, Seele und Geist: Teologie und Glaube 23 (1932) 606-625; ID., Das Seelenpneuma, siine Entwicklung vou der Hauchseele zur Geistseele. Paderborn 1933; W. SEIBEL, Fleisch und Geist beim hl. Ambrosius. München 1958; W. TELFER, The Birth of Christian Anthropology: The Journal of Theological Studies 13 (1962) 347-354; C. VAGAGGINI, Caro salutis est cardo: corporeitá, eucaristia e liturgia: Miscellanea in onore di Card. Lercaro, 1. Bologna 1966, 73-209; S. VANNI-RovIGHI, La concezione tomista dell'anima umana: Sapienza 10 (1957) 347-359; G. VERBEKE, L'évolution de la doctrine du pneuma du Stoicisme á saint Augustin. Louvain 1945; V. WHITE, Antbropologia rationalis: The Aristotelian-Thomist Conception oí Man. Eranos-jahrbuch 15 (1947) 315-383.

191 La especulación patrística sobre el hombre es el resulta. do del encuentro entre el mensaje bíblico y la antropología helenista. Cuando hablamos de «antropología helenista» no nos referimos evidentemente a un único sistema filosófico. La verdad es que en el pensamiento griego existe una notable diversidad a este propósito; además, las categorías del pensamiento patrístico provienen, no tanto de alguna obra en particular, sino más bien de una mentalidad difundida por la «diatriba» oral, popular y moralizadora. Puede considerar-se como prevalente en el helenismo la exigencia de dos o de tres principios de operación, concebidos estáticamente como substancias de naturaleza diferente: espíritu, alma y cuerpo (pensado como organismo necesitado de animación). El hombre sería, por tanto, un compuesto de estas substancias, que se compenetran de una manera misteriosa. Entre estas substancias, se inclinaban a establecer una jerarquía de 'valores: el espíritu parecía ser una especie de emanación del absoluto, mientras que el cuerpo material sería el principio de la limitación y quizás incluso del mal2

192 Los Padres de los cuatro primeros siglos a) introducen en esta antropología, como elemento bíblico poco familiar a los griegos, la fuerte acentuación de la unidad del hombre: miembro de Cristo es no solamente el alma, sino todo el hombre, en su unidad concreta psicofísica; b) además los Padres rechazan enérgicamente toda tendencia monístico-dualística: el espíritu humano no es parte o emanación de la divinidad, ni tiene una prehistoria, ni ha sido unido al cuerpo por una especie de castigo; el cuerpo es obra de Dios, ha sido asumido por el Verbo y espera, después de la muerte, volver a unirse con el espíritu en forma gloriosa;, c) a pesar de ello, adoptan la concepción, según la cual el alma y el cuerpo son dos substancias y el hombre es un compuesto. Esta concepción se presenta a veces como una evidencia irre fleja, pedida de prestado a la filosofía del tiempo; pero otras veces la apoyan en la Biblia, cuyos términos antropológicos se leen según el uso corriente de tales palabras, y muchas más veces la apoyan sobre la fe en la supervivencia del yo después de la muerte corporal.

193 Pero cuando se trata de explicar ulteriormente la unión entre el alma y el cuerpo, nos encontramos cort.. vacilaciones y oscuridades. Se advierte cierta aversión contra la teoría aristotélica según la cual el alma es la forma o el acto primero del cuerpo orgánico, ya que semejante definición les parecía que reducía el alma a una cualidad del cuerpo y que ponía en peligro la supervivencia. Preferían la teoría platónica, que veía en el alma una substancia creada, viviente, intelectual e inmortal, unida a un cuerpo orgánico, animado ya por un alma sensitiva y vegetativa. En el siglo 1v, con ocasión de la controversia cristológica, los Padres profundiza-ron en su reflexión sobre la estructura del compuesto humano. Al querer afirmar la verdadera humanidad de Cristo, los Padres observaron repetidamente que el hombre es carne animada por un alma racional. En el llamado «símbolo atanasiano» (proveniente del siglo v) se dice que Cristo es hombre perfecto, resultante del alma racional y de la carne humana: «Lo mismo que el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y el hombre es un solo Cristo» (D 76). A causa de las especulaciones cristológicas, se fue abandonan-do progresivamente la tricotomía platónica, considerada por algún tiempo favorablemente, sobre todo por los alejandrinos, y se fue admitiendo en el hombre una sola alma.

194 La doctrina sobre la composición del hombre en la patrística no implica necesariamente la persuasión sobre la espiritualidad del alma en el sentido de la teología neoescolástica, que distingue adecuadamente, como alternativas absolutas, la materia y el espíritu. Para interpretar con exactitud las afirmaciones patrísticas sobre la espiritualidad del alma humana, hay que recordar que hasta el siglo xii estaba muy difundida, e incluso era prevalente, la opinión de que los mismos ángeles, buenos y malos, tienen un cuerpo, no de materia opaca y tangible, sino de otra materia más sutil (etérea, ígnea o aérea). No existía realmente la distinción entre «materialidad» en sentido físico (substancia extensa, sensible) y en sentido metafísico (potencialidad y contingencia). Se inclinaban por consiguiente a afirmar que solamente Dios es absolutamente inmaterial Todavía el concilio Niceno II, celebrado en el año 787, juzgó ortodoxa la frase de Juan de Tesalónica:

La Iglesia católica y apostólica sabe que los ángeles, arcángeles y las potestades celestiales que están sobre ellos, y añadiré incluso que nuestras almas, son racionales, pero no cree que sean del todo incorpóreas e invisibles, como pensáis vosotros, los paganos 4.

195 Temas de estudio

1. Analizar el texto de Atenágoras, De resurrectione mortuorum 15-16: PG 6, 1004-1008, y preguntarse cómo se podrían definir según, dicho autor las partes del compuesto humano, en qué sentido el hombre es hombre, y en qué razones se apoya tal doctrina.

2. Examinar en los textos recogidos por A. OEPKE, RAC 1, 936-938, qué influjo ha tenido en la formación de la doctrina sobre el alma la fe en la resurrección.

3. Examinar cómo ha influido la cristología en las afirmaciones. antropológicas de Cirilo de Alejandría, Ep 46, 14: PG 77, 244-245.

4. Observar, tomando como base los textos citados por D. GORCE en DSAM 2, 2346-2348, cómo Ireneo y Gregorio Niseno concibieron las relaciones entre el alma y el cuerpo.

5. Distinguir en Gregorio Niseno, De hominis opificio 14-15: PG 44, 173-177, cuáles son los asertos antropológicos considerados como ciertos, cuáles son tenidos como dudosos y cuáles son las razones de esta diferencia.

6. Estudiar la doctrina de san Agustín sobre la relación entre el alma y el cuerpo, reflexionando sobre los textos citados por M. SCIACCA, Il cona posto umano nelia filoso/ja di S. Agostino: Studia Patavina 1 (1954) 211-226.

7. Recoger del artículo de H. DE RIEDMATTEN, Sur les notions doctrinales opposées á Apollinaire: RT 51 (1951) 553-572, la contribución de la discusión antiapolinarista para la evolución de la doctrina sobre el compuesto humano 5.

8. Formarse una opinión sobre el valor de la definición del concilio Constantinopolitano IV sobre el sentido del canon 11 (D 657) a propósito de la unicidad del alma humana, teniendo en cuenta el testimonio de" Anastasio el Bibliotecario (Mansi 16, 6) y de Simeón el Maestro (PG 109, 736) y la explicación de M. JUGIE en DTC 3, 1300-1301.

9. Darse cuenta del significado exacto de la afirmación: «el alma humana no es material, sino espiritual», sirviéndose de los artículos materia y spirito en N. ABBAGNANO, Dizionario di f filoso f ia, 546-548 y 810-811.

 

LA DOCTRINA DEL MAGISTERIO

196 Desde la segunda mitad del siglo xii, la teología escolástica fue elaborando una doctrina sobre el compuesto humano, que llegó progresivamente a su cima con santo Tomás, a finales del siglo xiii. El hombre es una unidad que obra de manera espiritual y material, y por tanto es un ser al mismo tiempo espiritual y material. Semejante diversidad esencial de las operaciones y de los atributos solamente resulta inteligible partiendo de una diversidad de los principios metafísicos, que se completan mutuamente constituyendo al hombre. El alma espiritual no preexiste para unirse a la materia, sino que recibe su realidad concreta por el hecho de «informar», de actuar y de vivificar a la materia, de la que tiene necesidad para sus operaciones. La materia no se concibe como un cuerpo organizado, sino como «materia prima», que recibe del alma la existencia y todas sus determinaciones esenciales. De esta forma el hilemorfismo aristotélico se utiliza para explicar la estructura específica —es decir, la unidad en la diversidad— del fenómeno humano; pero este hilemorfismo está elaborado y modificado a la luz de la fe en la resurrección 6. La doctrina sobre el hombre, compuesto de materia y espíritu, es la que presuponen todos los documentos del magisterio sobre el hombre, a partir de los primeros años del siglo xüi.

197 Sobre el concilio Lateranense IV

R. FOREVILLE, Latran I, II, III, e Latran IV: Histoire des conciles écumén:ques, 6. Paris 1965, 275-286, con bibliografía en 410-411 y 418.

Sobre el concilio de Vienne

B. JANSEN, Die Lehre Olivis über das Verhiiltnis vom Leib und Sede: Franziskanische Studien 5 (1918) 153-175, 233-258; ID., Quo-nana spectet definitio Concilii Viennensis de anima: Greg 1 (1920) 78-90; J. KocH, Die Verteidigung Olivis auf dem Konzil von Vienne und ihre Vorgeschichte: Sch 5 (1930) 489-522; L. JARRAUX, Fierre lean 0livi, sa vie, sa doctrine: Etudes Franciscaines 45 (1933) 129-153; 277-298; 513-529; . L. AMOROS, Aegidii Romani impugnatio doctrinae Petri Johannis Olivi...: Archivium Franciscanum Historicum 27 (1934) 339-451; E. MUELLER, Das Konzil von Vienne. Münster 1934; B. JANSEN, Die Seelenlehre Olivis und ihre Verurteilung aaf dem Vienner Konzil: Franziskanische Studien 21 (1934) 297-314; cf. también Sch 10 (1935) 241-244; ID., Ein neues gewichtiges Zeugnis über die Verurteilung Olivis: Sch 10 (1935) 406-408; P. Riccl, Olivi e la pluralitá delle forme sostanziali: Studi Francescani 8 (1936) 225-239; ID., Pietro Olivi e l'unitá sostanziale dell'uomo: Studi Francescani 9 (1937) 51-65; B. ECHEVERRÍA, El problema del alma humana en la edad media. Buenos Aires 1941; A. BALDISSERA, La decisione del Concilio di Vienne...: Rivista di Filosofia Neo-Scolastica 34 (1942) 212-232; E. BETTONI, Le dottrine f iloso f iche di Pier Giovanni Olivi. Milano 1959, .370-379; CARTER PARTEE, Petcr John Olivi, historical and doctrinal Study: Franciscan Studies 20 (1960) 215.260.

Sobre el concilio Lateranense V

A. D. DENEFFE, Die Absicht des V. Laterankonzils: Sch 8 (1933) 359-379; S. OFFELLI, II pensiero del concilio Lateranense V: Studia Patavina 1 (1954) 7-40; 2 (1955) 1-17; E. GILsoN, Autour de Poniponazzi. Problématique de 1'immortalité de l'áme en Italie en début du XVI' siécle: Archives d'histoire doctrinal et littéraire du moyen áge 28 (1961) 163-279.

Los documentos

198 El concilio Lateranense IV (año 1215), al enseñar en contra de las sectas dualistas medievales que también las cosas materiales han sido creadas por Dios, se resiente ya de la teología escolástica en su descripción del hombre, «constituido de espíritu y materia» (D 800). Pero en la escolástica se formaron varias corrientes. No todos los teólogos aceptaron el hilemorfismo tomista, especialmente en lo que se refiere a la unicidad de la forma substancial en el hombre. Fue especialmente esta teoría la que provocó las diversas condenaciones del aristotelismo, que también alcanzaron a la doctrina de santo Tomás 7.

199 La discusión entre los defensores de la pluralidad o de la unicidad de la forma substancial en el hombre produjo sistemas particulares. El de Pedro Juan Olivi (1- 1297), bastante oscuro y diversamente interpretado, alcanzó cierta notoriedad, ya que dio ocasión a que el concilio de Vienne (año 1312) tomara una postura en la cuestión del compuesto .humano. El concilio quiso excluir la teoría, según la cual el alma espiritual está unida al cuerpo solamente de manera mediata, por medio de formas inferiores o de una operación. Por eso enseñó que el Hijo de Dios asumió «las partes de nuestra naturaleza unidas juntamente..., esto es, el cuerpo humano pasible y el alma intelectiva, es decir racional, que informa al cuerpo verdaderamente, por sí misma y esencial-mente» (D 900). Se condena también como «errónea y ene-miga de la fe católica» la opinión según la cual es falso o, al menos, no cierto, «que la substancia del alma racional, esto es, intelectiva, es verdaderamente y por sí misma .forma del cuerpo humano»; por tanto, es «hereje» todo el que afirma que «el alma racional, esto es, intelectiva, no es forma del cuerpo humano por sí misma y esencialmente» (D 902).

200 La definición del concilio de Vienne volvió a afirmarse en el concilio Lateranense V (año 1513). También este concilio se ocupó de la antropología en oposición a una teoría particular. Varios maestros de la universidad de Padua se inclinaban hacia un aristotelismo no cristianizado; el concilio definió contra ellos no sólo la inmortalidad del alma, sino además que cada uno de los hombres tiene su propia alma, numéricamente distinta de la de los demás, y que esa alma es «verdaderamente, por sí misma y esencialmente, forma del cuerpo humano» (D 1440). La afirmación de que el hombre es una unidad esencial del cuerpo y alma entraría más tarde en el concilio Vaticano I, que repite la fórmula del Lateranense V (D 3002), y en los documentos del magisterio ordinario. En ellos se insiste sobre todo en la unidad de la realidad humana, que no se realiza solamente a través de la conciencia, por una especie de mezcla de las actividades espirituales y materiales: véanse por ejemplo las cartas de Pío IX sobre las opiniones de Günther (D 2828) y de Baltzer (D 2833); sin embargo, son conscientes de que tal afirmación puede tener diversas explicaciones doctrinales: por ejemplo, en la carta de Pío IX al rector de la universidad católica de Lille 8.

201 El concilio Vaticano II, en GS 14-15, expone la doctrina tradicional sobre la constitución y la dignidad del hombre, aunque desviando un tanto el acento. La teología tradicional, influida fuertemente por el pensamiento griego, concebía al hombre principalmente como un compuesto que resultaba de dos substancias unidas entre sí, el cuerpo y el alma; el con-cilio, en armonía con la orientación bíblica de la teología con-temporánea, considera como un dato original la unidad del hombre concreto, que tiene una «condición corporal» propia y una «interioridad» propia. Por medio de aquella, el hombre «es una síntesis del universo material»; por ésta,. «es superior al universo entero». El concilio rectifica además la unilateralidad que a veces se vislumbra en la predicación cristiana en relación con el cuerpo: «No debe, por tanto, (el hombre) despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día». Pero el hombre no es solamente cuerpo. Apelando a la experiencia que el hombre tiene de sí mismo, el concilio enseña que «cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguar-da, escrutador de los corazones», reconoce que trasciende al universo material en virtud de su inteligencia y de su libertad. De esta forma, el concilio conduce al hombre, a través de la experiencia de su autoconciencia, «a afirmar en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma» 9.

La hermenéutica

202 Para valorar el alcance dogmático de los documentos citados, es preciso estudiar el problema hermenéutico, que está hoy en el centro de las investigaciones teológicas. Es-de suma importancia evitar el malentendido que con frecuencia se manifiesta en las obras exegéticas, según el cual se podría de-terminar el alcance de una enseñanza del magisterio,-buscando únicamente si la doctrina que allí se expresa está o no con-tenida formalmente en la Biblia. Aun prescindiendo completamente de la controversia sobre las «dos fuentes» de la revelación, es cierto que la Iglesia, al encontrarse con una teoría que se expresa en categorías no bíblicas, puede reconocer in-faliblemente la identidad, la conciliabilidad o respectivamente la incompatibilidad de la misma con la doctrina revelada, El valor dogmático de la doctrina sobre el compuesto humano no depende, por consiguiente, de la cuestión de si está contenida o no en la Biblia en tales categorías, sino del problema muy distinto de si la Iglesia ha querido pronunciarse o no sobre la relación de dicha doctrina con el mensaje revelado.

203 Para resolver el problema de la hermenéutica dogmática, tal como lo hemos planteado, hemos de recordar una distinción fundamental en la filosofía del lenguaje, entre lo que se dice y lo que se afirma. «Afirmar» quiere decir apelar al con-sentimiento de los demás. «Decir» significa utilizar unos asertos para explicar una cosa, aunque a veces no se garantice su verdad. Resulta inevitable que para «afirmar» una cosa tengamos que usar unos asertos que pertenezcan a las persuaciones del ambiente, sin discutirlos ni reafirmarlos, sino sencillamente utilizándolos para podernos explicar. El ejemplo clásico es aquella frase: «sale el sol». Lo que se «afirma» es el fenómeno óptico; se «dice», sin «afirmarlo», el movimiento real del astro. Esta distinción se ha usado ampliamente en la hermenéutica bíblica; pero tiene también una función muy importante en la hermenéutica de los documentos del magisterio.

204 En los documentos citados se supone que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, que son dos substancias incompletas y que están unidas como materia y forma. Se trata de algo que no se ha puesto en duda y que no ha sido objeto de intención didáctica. En el concilio Lateranense IV se «afirma» que todas las cosas han sido creadas por Dios, y para decir todas, se enumeran las tres clases reconocidas común-mente en las criaturas, la materia, el espíritu y la realidad compuesta. El concilio de Vienne quiso excluir una estructura determinada del hombre, y para excluirla utiliza la doctrina escolástica de la materia y la forma, que en sus principios fundamentales era admitida entonces por todos. Para juzgar exactamente el valor de esta enseñanza, por una parte, no se puede decir que la Iglesia haya comprometido su autoridad al afirmar una teoría presupuesta y que no se había puesto en cuestión. Por otra parte, tampoco se puede decir que la Iglesia no haya afirmado nada en relación con esta teoría. Ante todo, esta teoría, presupuesta por toda la Iglesia durante tantos siglos ccmo adecuada a la doctrina bíblica sobre el hombre, no puede ser contraria a ella: por consiguiente, la doctriña de la composición del hombre de alma como forma y de cuerpo como materia es por lo menos una doctrina «segura», esto es, que al afirmarla no se pone en peligro la fe. Además, si la verdad de tal teoría está inseparablemente unida con la verdad del aserto enseñado directa-mente, y en la medida en que está unida (en el caso del con-cilio de Vienne se enseña que el alma racional está unida al cuerpo no sólo de forma mediata), esta teoría se afirma implícitamente, o al menos virtualmente.

205 Estos principios de hermenéutica fueron aplicados de he-cho en los trabajos preparatorios del concilio Vaticano I, cuando se trataba de definir la unidad del alma racional del hombre; entonces se dijo explícitamente:

Se quiere definir únicamente que el cuerpo está determinado al ser humano únicamente por el alma racional; por eso, si alguno quisiese afirmar que en el hombre, además del alma racional' hay otra alma que, como forma subordinada, dispone al cuerpo para recibir al alma racional, ése, incluso después de la aprobación por parte del concilio de la definición propuesta, no sería hereje. Se podría demostrar la falsedad de su opinión con argumentos filosóficos, pero, aun suponiendo la evidencia de tales argumentos, su opinión podría decirse solamente errónea, pero no herética 10.

'Pío IX, en la carta citada en el n. 200 había explicado del mismo modo la definición del concilio de Vienne.

206 Temas de estudio

1. Analizar una de las obras sobre el concilio de Vienne citadas en el n. 197, observando con qué método intenta el autor determinar el sentido exacto de la enseñanza conciliar sobre la relación alma-cuerpo.

2. Reconstruir el procedimiento empleado por las comisiones preparatorias del concilio Vaticano I para excluir la opinión de Günther, y no la de los escolásticos no-tomistas en torno al compuesto humano, tomando como base la descripción de L. .ORBAN, o. C., 33-94.

3. Comparar la doctrina condenada en la proposición 24 del Santo Oficio (D 3224) con los textos de Rosmini, citados allí en nota, y con M. LIBERATORE, Del composto umano. Roma 1862, 338-355, y preguntarse hasta qué punto la interpretación de Rosmini, contenida en el decreto, está influida por la polémica anti-rosminiana.

LA UNIDAD DEL HOMBRE EN LA TEOLOGIA CONTEMPORANEA

BIBLIOGRAFIA

207 Cf. n. 24-25; más particularmente: F. HAMMER, Der Mensch, Geist- oder Mángelwesen?: ZKT 88 (1966) 423-434; M. HENRY, Le  concept de l'áme a-t-il un sens?: Revue phílosophique de Louvain 64 (1966) 5-33; Der menschliche Leib (número único): Arzt und Christ 13 (1967) 65-117; K. RAHNER, Del misterio de la vida: Escritos de teología, 6. Taurus, Madrid 1969, 167-180; ID., La unidad de espíritu y materia en la comprensión de la fe cristiana: ibid., 181-209; In. - A. GORRES, Der Leib und das Heil. Mainz 1967; E. SCHILLEBEECKX, El hombre y su mundo corporal: El mundo y la Iglesia. Sígueme, Salamanca 21970, 365-410; J. TERNUS, Die Wiederentdeckung des Leibes in der philosophischen Anthropologie der Gegenwart: Vom Wert des Leibes in Antike, Christentum und Anthropologie der Gegenwart. Salzburg 1936, 81-112.

208 La especulación teológica contemporánea sobre la estructura del hombre está determinada por un doble hecho. Por una parte, la explicación de la unión cuerpo-alma como materia-forma proviene de una concepción hilemórfica de todo el universo, ; que (con las debidas modificaciones) ha sido aplicada también al hombre. Actualmente, habiéndose abandonado prácticamente esta concepción hilemórfica de la materia, las categorías materia-forma, que ya no tienen ninguna aplicación a no ser en el caso del hombre, no sirven para dar una verdadera explicación sobre la unión espíritu-materia. Por otra parte, al faltar en el pensamiento contemporánep la categoría de las substancias incompletas (entia quibus en oposición a los entia quae), la afirmación de que el hombre está compuesto de dos substancias se interpreta casi inevitable-mente en sentido cartesiano, que concibe. como dato primario dos substancias heterogéneas, de las que cada una existe como tal, independientemente de la otra, y que al unirse constituyen al hombre". Para comprender correctamente la afirmación de que el alma y el cuerpo están unidos como forma y materia, no queda más remedio que desempolvar un sistema universal para aplicarlo exclusivamente al hombre, procedimiento que no facilita ciertamente la comprensión del fenómeno humano, tal como aparece en la revelación.

209 Pará evitar este inconveniente, la teología contemporanea prefiere tomar como punto de partida un dato de la experiencia inmediata, esto es, de la acción humana que, a pesar de ser una, tiene dos aspectos diversos. Una decisión libre, por ejemplo, es un único hecho humano, que puede sin embargo describirse perfectamente desde dos puntos de vista diferentes y complementarios, como un proceso bioquímico y como un proceso psicológico. No se trata, desde luego, de dos procesos distintos que se condicionen mutuamente, sino de dos aspectos del mismo proceso: en efecto, incluso las modificaciones bioquímicas de las células son «humanas» por-que se realizan en cuanto que se ponderan los motivos de la elección; y es también «humana» la deliberación porque en su sucesiva historicidad se realiza la estructura del tiempo y se aplican las leyes de la materialidad.

210 El análisis de la acción humana nos permite llegar hasta el sujeto de esta acción, al «yo», a la persona tal como ha sido explicada en el n. 142. El hombre es un «yo», un sujeto de conciencia y de opciones que se refieren a Dios, a los demás hombres y al mundo, las cuales se manifiestan a través de unas maneras de comportarse sujetas al tiempo y al espacio. Este «yo», concebido como esse ad (es decir, como un su-jeto), es también necesariamente un esse in (es decir, un objeto, que tiene una esencia). Los atributos constitutivos de su esencia pueden representarse como situados en dos círculos concéntricos en torno al punto «yo»: el primer círculo es el resultado de la racionalidad y de la libertad, sin las cuales toda conciencia sería contradictoria: es la esfera de la espiritualidad. En torno a este círculo hay otro, formado por los atributos de la vida corporal sensitiva, sin los cuales fesultarían ininteligibles los fenómenos de la experiencia humana en su corporeidad. Tomando como base esta concepción, podríamos definir al hombre como un «yo» que tiene inevitablemente una «espiritualidad», que existe de hecho en la autocomunicación a la materialidad.

211 Esta noción del hombre corresponde a la idea que tiene la revelación bíblica, y que ha sido repetida por el magisterio, el cual, aunque se haya servido de categorías escolásticas, pare-ce que solamente ha tenido la intención de mantener la unidad del hombre en la dualidad de sus aspectos. En efecto, al decir que el hombre es un ser espiritual y corporal, se ponen las premisas por las que (especialmente a la luz de la vida de ultratumba) se puede afirmar que el hombre tiene alma y cuerpo; sin embargo, sin discutir esta conclusión, no la escogemos como aserto principal de la reflexión teológica sobre la estructura del hombre. Para explicar la imagen bíblica del hombre, que implica la unidad y al mismo tiempo la dualidad (excluyendo por una parte el dualismo y por otra el monismo antropológico), preferimos utilizar la expresión: el hombre es un sujeto encarnado. Este término expresa suficientemente la dualidad del fenómeno humano: existen sujetos que no son corporales, y existen cuerpos que no son sujetos; pero más todavía expresa su unidad: la imagen de Dios no es un sujeto al que se añada un cuerpo como si fuera un peso muerto, sino un sujeto que manifiesta su cualidad de imagen de Dios precisamente en su corporeidad.

212 Temas de estudio

1. Ponderar la demostración tomista de la espiritualidad del alma, reconstruida por S. VANNI-RovIGHI, L'antropologia f ilosof ica di S. Tommaso d'Aquino. Milano 1965, 24-25.

2. Leer e interpretar los textos de santo Tomás, referentes a la unión del alma y del cuerpo, recogidos en ibid., 121-142.

3. Observar las principales tendencias filosóficas de la primera mitad del siglo xx en relación con la estructura humana, toman-do como base la síntesis de A. STOCKER, en M. F. SCIACCA, L'anima. Brescia 1954, 293-329.

4. Darse cuenta de cómo se plantea la relación cuerpo-alma en un sistema fenomenológico, leyendo A. BRUNNER, La personne incarnée. Paris 1947, 138-164.

5. Examinar la interpretación del tema «el alma forma del cuerpo» en K. RAHNER, Escritos de teología 6, 181-209.

6. Ponderar los reflejos de la doctrina expuesta en este capítulo en orden a la vida cristiana, tomando como base C 242-243 y 266-268.
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1. Es típico, a este respecto, O. SCHILLING, o. C.

2 Cf. G. FAGGIN, L'anima nel pensiero classico antico, en M. F. SCIACCA, L'anima. Brescia 1954, 29-69, con la bibliografía que allí se cita.

3 Cf. SAN AMBROSIO, De Abraham 2, 8, 58: PL 14, 482.

4 Mansi 13, 165: PL 129, 355-356. Sobre la espiritualidad de los ángeles según la Iglesia patrística, cf. C 660-664.

5 Si se quiere, no obstante, determinar el pensamiento genuino de Apolinar, se deberá tener en cuenta la interpretación bastante distinta de E. MÜILENBERC, Apollinaris von Laodicea. Góttingen 1969, 149-180.

6 Sobre este desarrollo doctrinal cf. C 247-253.

7 Cf. M. GRABMANN, I divieti ecclesiastici di Aristotele sotto Innocenzo III e Gregorio IX. Roma 1941; F. VAN STEENBERGHEN, Aristote en Occident. Louvain 1946; R. ZAVALLONI, Richard de Mediavilla el la controverse sur la pluralité des formes. Louvain 1951. Sobre la crisis en torno al 1277 cf. la documentación recogida por G. GEENEN en DTC 15, 655-658 y 678-684.

8 AAS 10 (1877) 257-259. Sobre estos documentos cf. C 259-260.

9 Cf. nuestro comentario en La Chiesa e il mondo contemporaneo nel Vaticano II. Torino 1966, 442-447.

10 CL 7, 1639. Cf. L. ORBAN, Theologia Güntheriana et Concilium Vaticanum, 1. Roma 1942, 81-94.

11 Sobre la opinión de Descartes cf. A. Guzzo - F. BARONE, Il concetto di anima da Cartesio a Hegel, en M. F. ScIACCA, o. C., 171-233.