LA VOCACIÓN DEL LAICO

(Por Délfor Monill)

http://www.inslujan.edu.ar/MisionC/

 

Introducción

Hasta el VATICANO II el laico no encontró su verdadero sitio en el pueblo de Dios. El Código de Derecho Canónico habla del seguidor de Cristo: “Los seguidores de Cristo son aquellos que habiendo sido incorporados a Cristo mediante el bautismo han sido constituidos pueblo de Dios y, por esto, hechos partícipes a su manera del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, son llamados según la propia condición de cada uno a ejercer la misión que Dios confió a la Iglesia cumplir en el mundo”. De estas afirmaciones se desprende que ser seguidores de Cristo es ser bautizado en su nombre, viviendo el bautismo que se ha recibido. Cualquier bautizado, sea él laico, religioso o sacerdote, es seguidor de Cristo y el bautismo establece entre ellos esa igualdad fundamental señalada por el mismo Vaticano II.

 

El laico cristiano

 

Si todo bautizado es seguidor de Cristo, ¿quién es el laico en la Iglesia?. El Concilio dice en el Capítulo 4 de la Constitución sobre la Iglesia: “ Con el nombre de laico se designan aquí todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que le corresponde”(Lumen Gentium 31). Por este pasaje salta a la vista que laico en sentido estricto es el bautizado que: - no ha recibido el orden sagrado; - no ha ingresado a una comunidad religiosa. Así, pues su estado de vida o forma de ser en la Iglesia resulta de una doble delimitación o está recortada por dos NO: no sacerdote y no religioso.

El laico cristiano, creyente no ordenado: Al ser el sacerdote un creyente ordenado, el laico es un creyente no ordenado; esto quiere decir que él, en calidad de tal, está incapacitado para realizar en la Iglesia aquello que, en virtud de la ordenación sacramental, está reservado al sacerdote (ej.: celebrar la eucaristía). Fue Cristo que decidió que en su Iglesia hubiese bautizados ordenados y no ordenados o que se estructurara así como la vemos estructurada. A causa de esta decisión, laicos y clérigos son dos grupos de creyentes, esenciales en ella, no pueden faltar. De hecho, clérigos y laicos continúan entendiéndose como  grupos opuestos entre sí y, más frecuentemente, en dependencia abusiva el uno del otro. En la práctica se sigue a contramano de las directivas del Concilio con daño de la tarea que Jesús confió a todos.

El laico cristiano, creyente no religioso: En cuanto al segundo NO, la diferencia entre laico y religioso no surge de la ordenación sacerdotal, pues tanto el uno como el otro son, en cuanto tales, no ordenados y, entonces, igualmente seglares o laicos. Consiste en la manera respectiva de estar en el mundo. Por consiguiente, la diferencia entre laico y religioso es sociológica y no, sacramental como la anterior. Ser laico y ser religioso son dos formas de vivir en cristiano. El laico trabaja para abrir el mundo al Reino, es fermento de Cristo en el mundo; el religioso se afana por transparentar el Reino en el mundo, quiere ser el signo luminoso y entusiasta de lo venidero aquí y ahora, ya. Y no por esto renuncian a ser ambos en la Iglesia lo que son según el llamado de Dios.

Así, a través de estos dos NO, se llega al siguiente concepto de laico: Es un seguidor de Cristo no ordenado (no sacerdote) y no religioso.

 

¿Quiénes son los fieles laicos?

El Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva, y ha manifestado su intención fundamental al afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios”.

Los fieles laicos deben tener conciencia cada vez más clara, no solo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia, es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él.

Según la imagen bíblica de la viña, los fieles laicos (al igual que todos los miembros de la Iglesia) son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos por él en una realidad viva y vivificante.

No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación que ha recibido de Dios.

 

 

Un poco de historia: Identidad del laico cristiano

El término “laico” antes del Concilio Vaticano II, significa perteneciente al pueblo de Dios; en este sentido todos los creyentes en la Iglesia son laicos. Pero ocurre que en el Nuevo Testamento el término laico no aparece siquiera una sola vez, y esta observación es reveladora, porque permite presumir con buenos fundamentos que al comenzar a usarse laico en el siglo III para designar con él a los no sacerdotes en la Iglesia, se lo debió arrancar del lenguaje corriente no bíblico, y en el habla popular extrabíblico de entonces, laico significaba hombre común, ignorante, hombre sin poder o sin responsabilidades públicas.

Al llegar a la Edad Media vemos que con laico se designa eclesialmente a la clase de los “iletrados” o ignorantes por oposición a la de los “letrados” o eruditos, integrada por el clero. Laicos y clérigos ya aparecen como dos grupos rivales entre sí.

En tiempos más recientes, sociológicamente hablando, el laico cambió frente al clérigo, no obstante su situación de inferioridad en el ámbito de la Iglesia no varió.

A través de esta breve historia muy elemental y simplificada, salta a la vista de inmediato que el término laico, usado como se lo usó, sirvió para marcar la diversidad de los creyentes no ordenados frente a los ordenados, no así la identidad de aquellos.

El nuevo giro iniciado por el Vaticano II, fue tan terminante que desató una fuerte voluntad, tendiente a hacer que la diversidad en la Iglesia no se siguiese sobreponiendo a la igualdad fundamental hasta encubrirla y negarla u olvidarla.

En el Derecho Canónico puede leerse: “Por institución divina hay en la Iglesia, entre los seguidores de Cristo, ministros sagrados, que en el derecho son llamados también clérigos; a los demás, empero, se los llama también laicos.

No obstante la palabra laico continúa vigente.. El Vaticano II y la Iglesia la siguen usando y hablan sin reparos de laicos y clérigos. ¿Un contrasentido? No. Sólo: falta o carencia de términos mejores o más apropiados.

De seguir empleando el término laico con el valor con que se lo vino empleando hasta aquí, no será fácil desplazar las actuales relaciones entre clérigos y laicos para reemplazarlas por lo que deben ser.

Otra cosa bien diferente es, si se vacía a laico de la significación peyorativa con que la llenó por siglos y se la carga de significación bíblica. Entonces laico será lo mismo que decir: perteneciente al  pueblo de Dios o miembro suyo en sentido activo. Entonces también será más rápida y más firme la recuperación del laico en la Iglesia.

 

La dignidad del laico en la Iglesia

La condición del Pueblo de Dios “es la dignidad y libertad de los hijos de Dios”. Seamos quienes seamos en la Iglesia, la filiación divina nos abarca a todos por igual por encima de las diferencias, haciéndonos pueblo de Dios. Como pueblo suyo, todos somos santificados por el Espíritu y llamados a la fe, la esperanza y el amor. ¡Todos! ¡También el laico!

¿Por qué esta insistencia?... En la práctica, a causa de los términos laico y clero y de las significaciones que se les diera... De esta manera, queriéndolo o no, el clérigo fue y se tuvo a sí mismo en la Iglesia por un hijo de Dios de “primera”, en tanto que el laico, por ser no-ordenado lo fue, se lo tuvo y se tuvo a sí mismo por un hijo de Dios de “segunda”. Era cristiano y, por serlo, su vida debía ser cristiana, pero el cristianismo lo encarnaban los monjes y los clérigos; pertenecía a la Iglesia, pero Iglesia eran con exclusividad los religiosos y la jerarquía, sobre todo, la jerarquía.

Para darse cuenta de lo profundo y extendido de esta situación (que en parte aún perdura) basta considerar algunas consecuencias referidas a la santidad cristiana, la pertenencia a la Iglesia, las relaciones entre clérigos y laicos, en las que cuando se dice Iglesia, la generalidad de la gente entiende por tal al clero y a la jerarquía, y el clérigo se nos aparece como el que manda y dispones, y el laico, como el que obedece y no tiene iniciativa propia... Como reacción EL Vaticano II dio vuelta a esta página. Hoy los laicos se están convenciendo siempre más que en la Iglesia no hay hijos de Dios de primera y de segunda categoría; ven que lo único que hay en ella es sencillamente hijos e hijas de Dios, cada uno con su carisma o función, aunque todos con igual dignidad ante Dios.

Habiendo cambiado la conciencia de la propia dignidad, están cambiando las actitudes frente a las consecuencias mencionadas. Hoy, de parte de los laicos, se va entendiendo que las exigencias evangélicas son exigencias para todos; que todos, laicos y clérigos, estamos llamados a la misma perfección. Desde que el Concilio habló de la Iglesia como de “la familia de Dios”, en el laico creció la conciencia de su pertenencia a la Iglesia.

 

 

La situación de los laicos según el Documento de Puebla

Reconociendo en el seno de la Iglesia latinoamericana una toma de conciencia creciente de la necesidad de la presencia de los laicos en la misión evangelizadora, estimulamos a tantos laicos, que mediante su testimonio de entrega cristiana, contribuyen al cumplimiento de la tarea evangelizadora y a presentar el rostro de una Iglesia comprometida en la promoción de la justicia en nuestros pueblos.

En la actual situación del continente, interpela particularmente a los laicos la configuración que van tomando los sistemas y estructuras que, a consecuencia del proceso desigual de industrialización, urbanización y transformación cultural, ahondan las diferencias socioeconómicas, afectando principalmente a las masas populares, con fenómenos de opresión y marginación creciente.

La Iglesia de América Latina después del Concilio y Medellín, en el esfuerzo de aceptar los desafíos, en su conjunto, ha tenido experiencias positivas y avances y ha sufrido dificultades y crisis. Este contexto social y eclesial, ha dificultado la participación activa y responsable de los laicos en campos tan importantes como el político, el social y el cultural, particularmente en los sectores obreros y campesinos.

 

 

El laico en la Iglesia y en el Mundo: Misión

La misión del laico encuentra su raíz y significación en su ser más profundo que el Concilio Vaticano II se preocupó de subrayar, en algunos de sus documentos:

- El bautismo y la confirmación lo incorporan a Cristo y lo hacen miembro de la Iglesia.

- Participa, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo y la ejerce en  su

  condición propia.

- La fidelidad y la coherencia con las riquezas y exigencias de su ser le dan su identidad de

  hombre de Iglesia en el corazón del mundo y de hombre del mundo en el corazón de la

  Iglesia.

En efecto, el laico se ubica, por su vocación, en la Iglesia y en el mundo. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del Reino en su dimensión temporal.

En profunda comunicación con sus hermanos laicos y con los Pastores, en los cuales ve a sus maestros en la fe, el laico contribuye a construir la Iglesia como comunidad de fe, de oración, de caridad fraterna y lo hace por la catequesis, por la vida sacramental, por la ayuda a los hermanos. De allí la multiplicidad de formas de apostolado, cada una de las cuales pone énfasis en algunos de los aspectos mencionados.

Pero en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción: por el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción concreta, el laico tiene la responsabilidad de ordenar las realidades temporales para ponerlas al servicio de la instauración del reino de Dios.

En el vasto y complicado mundo de las realidades temporales, algunas exigen especial atención de los laicos: la familia, la educación, las comunicaciones sociales, sin dejar de lado la actividad política. En la medida en que crece la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y en la misión de ésta en el mundo, se hace también más urgente la necesidad de su sólida formación humana en general, formación doctrinal, social, apostólica. Los laicos tienen el derecho de recibirla primordialmente en sus mismos movimientos y asociaciones pero también en institutos adecuados y en el contacto con sus Pastores.

Según el Concilio:

·             la misión de la Iglesia es misión de salvación y de restauración del mundo en Cristo;

·             la titular de la misma es la iglesia, es decir, todos los creyentes. Todos los creyentes, cada uno a su modo y en la parte que le corresponde, son responsables de esta misión que no es otra que la misión del mismo Jesucristo.

Decir que el laico es sujeto activo en la Iglesia equivale a afirmar que él, lo mismo que el clérigo y el religioso y en unión con ellos, es responsable o coejecutor de la misión de la Iglesia, esto es: un creyente que goza de relativa autonomía en la realización de las tareas que son de su competencia.

Sin negar a la jerarquía la facultad que le asiste de llamar a los creyentes a trabajar por el reino, a estar presentes allí donde ella no puede estarlo, a realizar lo que sólo puede realizarse mediante ellos, etc., hay que subrayar con fuerza que, no obstante, las responsabilidades del laico tienen consistencia propia en fuerza del bautismo, como consistencia propia tienen las del clero en fuerza de la ordenación sacramental.

Sólo intentar hacer de las responsabilidades del laico, responsabilidades autorizadas por los pastores o responsabilidades vicarias o sustitutas de las tareas del clero, sería atentar contra el dinamismo específico del laico, desvirtuándolo, destruyéndolo desde dentro y haciéndolo desaparecer; otra cosa es que, reconociéndolas en lo que son y dejándolas libradas a su dinamismo espontáneo, sin limitaciones abusivas, el laico trabaje también llamado por los pastores.

A propósito de la actividad del laico las enseñanzas conciliares son que ella abarca toda la misión de la Iglesia, lo mismo la salvación que la restauración cristiana del orden temporal. Puebla recoge esta doctrina diciendo que el laico es “hombre de Iglesia en el corazón del mundo y... hombre del mundo en el corazón de la Iglesia”. Con todo, aunque el laico es corresponsable con clérigos y religiosos de la misma y única misión de la Iglesia, no actúa como ellos ni hace lo que ellos hacen por oficio y por vocación; él realiza la misión de Cristo a su modo y en la parte que le corresponde.

Al referirse a la actividad cultural y de oración, el Vaticano II habla de “participación plena, consciente y activa”. Por esta participación el laico ejerce su sacerdocio. Participación activa es intervenir, hacer todo aquello por lo que la oración es digna de Dios y de una comunidad que cree en el Señor, menos presidir.

Esta actividad cultural del laico que en la Iglesia es participación activa, en el mundo es “santificación del mundo” o consagración de él a Dios. Santificación y consagración del mundo se hacen realidad toda vez que el laico asume y encara la vida (las realidades terrenas, sus responsabilidades profesionales, etc.) en el Espíritu, es decir, con criterio cristiano.

La tarea profética del laico en la Iglesia se la especifica en términos de testimonio de vida y de anuncio fiel de la Palabra en el Espíritu, bajo la guía del magisterio, pues la Palabra ha sido confiada a toda la Iglesia. El laico puede anunciar de modo espontáneo, por sí mismo, pues para esto ha recibido el Espíritu y sus carismas o, por lo menos, es impulsado por El a edificar la Iglesia. El Concilio privilegia el matrimonio y la familia, viéndolos como los lugares por excelencia de la evangelización del laico.

Por lo que se refiere a la conducción, su ejercicio en la Iglesia reviste, sin lugar a duda, el carácter de servicio, pues el Señor vino para servir y no para ser servido, para ponerse a disposición y no para dominar. Esto vale indistintamente para todos los miembros del Pueblo de Dios y es claro. Para el Derecho Canónico, el laico puede ser llamado a desempeñar diversas tareas eclesiales de conducción y de administración, tales como presidir una parroquia, ser canciller de la Iglesia local, ecónomo diocesano y ejercer los ministerios de ser guía en la misa, cantor, predicador de la palabra, presidente de la oración, administrador del bautismo, distribuidor de la eucaristía...

En la esfera del orden temporal, la función del servicio eclesial se convierte en servicio al mundo. El laico sirve al mundo, en especial mediante su actitud frente a él. Y la actitud que corresponde se la podría compendiar en esta fórmula: entrega en la distancia y distancia en la entrega. El Concilio resume esta responsabilidad del laico afirmando que él ha de ser en el mundo “lo que el alma es en el cuerpo”.

Según el Concilio: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y en cada uno de los órdenes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento”.

Por estos conceptos, la larga era de la concepción peyorativa del laico está en su ocaso y se levanta otra en la que él se perfila ya como un miembro pujante y vigoroso de la Iglesia, junto al clérigo y al religioso. Ahora, le toca al laico más que a ningún otro llevar adelante con la vida y con la palabra lo que el Vaticano II anunció y puso en marcha.

 

TRABAJO GRUPAL

 

TEMA: “LA VOCACIÓN DEL LAICO”

 

Objetivo:

-      Asumir compromisos efectivos como laicos con la comunidad.

 

Consignas:

 

- Para la reflexión y el debate en grupo:                                         

           

·        Como LAICOS de la comunidad (la cristiana y la sociedad):

 1.- ¿Cuál deber ser HOY la aportación de los LAICOS a la EVANGELIZACIÓN?

 2.- ¿Cuál es el SERVICIO que los LAICOS pueden desempeñar en orden a promover la DIGNIDAD de la persona?

 3.- Fijar los COMPROMISOS más importantes que pueden asumir los LAICOS en la ANIMACIÓN del orden temporal:

     + en el campo del matrimonio y la familia.

                 + en el ámbito de la política.

                 + en la cuestión económico social.

                 + en el mundo del trabajo.

                 + en la creación y transmisión de la cultura.

 4.- ¿Cuáles son las demandas principales de CAPACITACIÓN que los LAICOS requieren hoy, para su trabajo en la Iglesia y en el mundo?

 

                                               CONCLUSIONES

 

Grupo 1:

 

1.- Somos laicos desde el bautismo que es la raíz. El laico aporta por medio de la Evangelización, llevando la palabra de Dios, con hechos, desde nuestra familia. También el laico aporta denunciando las injusticias que la realidad nos presenta.

2.- Siendo honestos, no tener dobles discursos, denunciando injusticias. Ser coherentes con lo que se dice.

3.- El primer compromiso es cultivar la dignidad del bautismo. Ser laico comprometido. Ser cristiano no solo en la parroquia, sino desde una familia, en el lugar de trabajo.

4.- Conocer la palabra de Dios para poder transmitirla, cambiar la mentalidad.

 

Grupo 2:

 

1.- Predicar con el ejemplo, desde lo cotidiano; dejando de lado el individualismo y tratando de llegar más a los demás.

2.- No dando bienes materiales solamente, sino educando, dando confianza, tratando de aumentar la autoestima, ayudando a crecer tanto en los aciertos como en los desaciertos.

3.- Perder los miedos post dictadura y actual crisis para lograr llegar a ser auténticos.. Creciendo desde el seno de la familia, formando una familia cristiana en valores.

4.- Teniendo más oportunidades de encuentro y continuidad de ellos, y orientándonos siempre con la palabra de Dios.

 

Grupo 3:

 

1.- Dar testimonio vivo de la palabra de Dios. Empezando por lo más cercano, donde por ahí es más complejo y se presenta el desafío. Construir la red hacia fuera de la Iglesia para llevar a Jesús a la vida cotidiana. Laicos preparados para llevar la palabra de Dios a quienes no la conocen.

2.- Brindar la posibilidad de enseñarle al otro a lograr conseguir lo que necesite. Aumentar la autoestima. Ayudar a crecer. “Enseñar a pescar y no dar el pescado”.

3.- Familia: lo mismo que la respuesta 1.

     Política: ser coherente con el voto. Involucrarse y reaccionar, y denunciar las injusticias. Conocer las políticas educativas del país y tener una postura frente a ellas.

      Económico-social: dar testimonio y compromiso con la realidad social que nos rodea. Participar de la campaña.

4.- Instancias que promuevan al encuentro (misión compartida). Formación doctrinal, social y económica.

 

Grupo 4:

 

1.- El aporte fundamental del laico a la evangelización es la superación de la “pertenencia a la Iglesia” para llegar a “ser Iglesia” en el mundo de hoy.

2.- Los laicos pueden promover la dignidad de las personas viviendo y transmitiendo los valores cristianos. Esto es posible si desde cada rol, lugar o función, la palabra de Jesús puede manifestarse en coherencia entre mensaje y acción.

3.- Cualquiera sea el ámbito, el compromiso fundamental del laico debe ser: profundización de la formación y la decisión de evidenciar esa formación dentro de cada comunidad. Un compromiso creciente, paulatino que permita ir ganando espacio para la función laical.

4.- La demanda principal del laico consiste en la necesidad de continuar en la formación.

 

 

Grupo 5:

 

1.- Testimonio de vida/coherencia.

      Tomar conciencia.

      Participación .

2.- En todos los ámbitos.

     Es sustancial al hecho de ser cristiano para promover la dignidad de la persona humana.

     Coherencia entre lo que digo y lo que hago.

3.- Esto dependerá del carisma de cada uno.

4.- Participar conjuntamente con la Iglesia.

     Capacitar a los pastores para un diálogo con los laicos.

 

Grupo 6:

 

1.- Ofrecer el don particular a su comunidad.

2.- Abrir nuestra inteligencia y nuestro corazón para recibir lo que nos ofrece Dios y donarlo al otro con humildad.

3.- En la familia saber que es el sostén, el pilar fundamental para formarse en los valores del Evangelio.

      Formar hombres y mujeres que entiendan que la política es un servicio y no una oportunidad de ejercer poder.

4.- Reconocer el don propio para ofrecerlo y capacitarse para superar las limitaciones y ser mejores servidores.