VALORES HUMANOS
PARA UNA COMUNIDAD CRISTIANA

Jesús Peláez

Universidad de Córdoba

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Mandamientos y bienaventuranzas

Aunque seguidores de Jesús, muchos creyentes siguen pensando con categorías judías cuando se refieren al Antiguo Testamento como la Antigua Ley, por oposición a la Nueva que está formulada en el Nuevo Testamento. En este sentido suelen comparar los mandamientos con las bienaventuranzas, afirmando que éstas han sustituido a aquéllos1.

 

Los mandamientos antiguos servían para alcanzar la vida eterna, principal preocupación de los judíos piadosos en tiempos de Jesús.

Al joven rico, preocupado por esta meta, Jesús le dice: "cumple los mandamientos" (Mt 19,16-20), aunque no todos, sino solamente los que se refieren al prójimo:

No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, sustenta a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti mismo (cf. Ex 20,12-16, citado por Mc 10,18).

Como dato curioso, Jesús omite citar los primeros mandamientos que miran a Dios (Ex 20,3-11); y tal vez para no herir demasiado la sensibilidad de aquél joven, omite también el décimo:

No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno ni nada que sea de él (Ex 20,17)2.

Jesús sabe que la acumulación de riqueza tiene su origen en la codicia, que lleva a apropiarse de lo que pertenece al prójimo.

Para no volver a lo antiguo, Jesús no proclama ante el joven unos mandamientos alternativos o nuevas tablas de la ley en sustitución de las de Moisés, sino que lo invita a seguirlo, vendiendo sus bienes y dándoselos a los pobres.

Aunque Jesús promulgase desde un monte las bienaventuranzas (Mt 5,1), como Moisés los mandamientos (Ex 19,1-20,21), de ello no se deduce que las bienaventuranzas ocupen el lugar o cumplan la función de los antiguos mandamientos. Las bienaventuranzas no son los mandamientos de la Nueva Ley3 por más que Mateo presente en su evangelio a Jesús como el nuevo Moisés. Si Jesús y Moisés son objeto de comparación en el evangelio de Mateo, lo son en el sentido de que ambos se presentan como guías del pueblo de Dios en dos etapas muy diversas de su historia.

Jesús, por oposición a Moisés, no promulgó unos nuevos mandamientos para sustituir a los antiguos. Las bienaventuranzas, por tanto, no son un nuevo código legal, sino formulaciones extremas de un programa de vida cuyo objetivo principal no es alcanzar la vida eterna. Muestran más bien el camino de vida que ha de recorrer la comunidad cristiana para instaurar en esta tierra el reinado de Dios4.

 

Reinado de Dios y vida eterna

Instaurar el reinado de Dios en la tierra es el punto central del anuncio de Jesús. Su preocupación principal, a diferencia de la de los judíos de su tiempo, no gira en torno a cómo enseñarnos el camino para alcanzar la vida eterna –cosa que ya conocían de sobra los judíos piadosos- sino en cómo llevar al hombre a la plenitud de vida:

He venido para que tengan vida y vida abundante (10,10).

 

Por eso, antes de morir, Jesús se despide de los suyos con un encargo:

Amaos los unos a los otros igual que yo os he amado (Jn 15,12)5.

Mientras los judíos se complicaban la vida con innumerables mandamientos y preceptos, imposibles de cumplir en su totalidad, Jesús optó por la sencillez, libre de complicaciones, reduciendo toda la Ley –compuesta por multitud de leyes- a un solo encargo: el del amor mutuo. "Encargo", que no "mandamiento", pues el llamado "mandamiento del amor" no es tal. El amor es, quizás, lo único que no se puede mandar: si no sale de dentro, no se puede desde fuera. Por eso, el evangelista Juan en esa ocasión no utiliza la palabra griega logos (mandamiento) sino entolé que significa "encargo". Antes de morir, Jesús encarga encarecidamente a sus discípulos que amen hasta el extremo de ser capaces, como él, de dar la vida incluso por los enemigos. De este modo, entregando la vida por amor, alcanzarán la plenitud de vida o la vida en plenitud, camino que se recorrerá poniendo en práctica las bienaventuranzas.

A quienes, como el joven rico, cumplen los mandamientos de Moisés, Jesús les propone que, para llegar a la plenitud humana, es necesario quitar el obstáculo que impide poner en práctica el encargo del amor:

Si quieres ser un hombre logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y, anda, sígueme a mí (Mt 19,20-23).

Es lo mismo que expresa de modo positivo la primera bienaventuranza:

"Dichosos los que eligen ser pobres, porque esos tienen a Dios por Rey" (Mt 5,7),

o lo que enuncia Jesús con frase lapidaria:

Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero (Lc 16,13; cf. Mt 6,24).

 

Removido este escollo, el evangelio propone una serie de valores, cuya finalidad es llevar al hombre a la plenitud humana6.

 

¿Valores específicamente evangélicos?

Con frecuencia los cristianos, cuando se unen con otros para cambiar las estructuras de este viejo mundo, se preguntan en qué se distinguen de los demás compañeros de tajo, que no son cristianos como ellos, pero están en la misma onda y ponen en práctica los mismos valores. Preocupados por el "hecho diferencial" cristiano, los teólogos propusieron la conocida teoría de los "cristianos anónimos" para designar a todos aquellos que, sin ser cristianos, viven los valores que propugna el evangelio. Estoy seguro de que muchos "cristianos anónimos" no se sentirían halagados con ese no pretendido calificativo.

Descubrir y subrayar el hecho diferencial cristiano se ha convertido con frecuencia en una obsesión para los creyentes, que se han visto forzados a apropiarse de valores que, a mi juicio, no son patrimonio exclusivo del evangelio, sino más bien del ser humano7.

Yo no me atrevería, por tanto, a calificar de "exclusivamente evangélicos o cristianos" los valores que, entresacados de las páginas del evangelio, voy a comentar.

La propuesta que hace Jesús en el evangelio está más bien en línea con lo que podemos llamar "humanismo trascendente".

La diferencia que hay tal vez entre el cristiano y quien no lo es, consiste en que aquél tiene la suerte y la garantía de haber visto encarnados esos valores en Jesús, y de tener por modelo a quien no sólo se los ha enseñado, sino que los ha vivido hasta las últimas consecuencias; también, de ser consciente de que el Espíritu de Dios habita en él, impulsándole a cumplir el encargo de Jesús de amar hasta dar la vida. Con esto se alcanza la plenitud humana a la que el hombre está llamado por Dios.

 

La plenitud humana

Y ¿en qué consiste esta plenitud humana?

La séptima bienaventuranza de Mateo da una pista para responder esta pregunta:

Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos (Mt 5,9).

Esta bienaventuranza indica que entre "los que trabajan por la paz"8 y "Dios" existe una relación tan estrecha que se expresa en términos de filiación. La plenitud humana consiste en que el hombre llegue a ser [llamado] hijo de Dios9, lo que se alcanza trabajando por la paz, esto es, por el pleno desarrollo humano.

Juan, en su evangelio, lo enuncia claramente al decir que no sólo serán llamados "hijos de Dios", sino que llegarán a serlo:

(La Palabra) vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. En cambio, a cuantos la han aceptado, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios (Jn 1,11-12).

En la segunda carta de Juan(2,29) se expresa de modo más claro todavía:

Mirad qué muestra de amor nos ha dado el Padre, que nos llamamos hijos de Dios; y de hecho lo somos (2 Jn 2,29).

 

Ser hijo de un Dios, ante todo Padre, es la meta final del hombre, según Jesús. Esta meta se consigue mediante el amor sin fronteras:

Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5,45).

Cuatro valores humanos

A mi juicio, los valores que hacen posible la plenitud de vida en el hombre son cuatro, al menos, ya que no pretendo hacer ahora una lista exhaustiva, sino solamente resaltar los que me parecen más importantes, aquellos en los que insiste más el evangelio. Los tres primeros son libertad, igualdad y apertura; el cuarto –o primero y principal, según se mire,- es el amor solidario. Los tres primeros son requisito indispensable para que haya madurez humana; el cuarto llena de sentido pleno toda la existencia.

 

1. Libertad

La libertad es la vieja aspiración del género humano.

En el paraíso, la tentación de la serpiente consistió en hacer ver a la primera pareja que estaba coartada por una prohibición de un Dios que no quería que fuesen como él, a pesar de haberlos creado a su imagen y semejanza:

¿Conque Dios ha dicho que no comáis de ningún árbol del parque? La mujer contestó a la serpiente: ¡No! Podemos comer de todos los árboles del jardín: solamente del árbol que está en medio del jardín nos ha prohibido Dios comer o tocarlo, bajo pena de muerte. La serpiente replicó: ¡Nada de pena de muerte! Lo que pasa es que sabe Dios que, en cuanto comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, versados en el bien y en el mal (Gn 3,2-3).

El Dios de Jesús -o la imagen que Jesús tiene de Dios- es diferente. No es la de un Dios celoso que considere al hombre su posible rival, sino la de un Dios que tiene el proyecto de llevarlo a la plenitud humana. El Dios de Jesús no es el obstáculo para el desarrollo humano, sino su principal impulsor.

Y porque este Dios quiere hacer a los hombre "hijos suyos", esto es, semejantes a Él, los quiere, en primer lugar, libres como Él.

Frente a una sociedad dividida en clases antagónicas, donde hay opresores y oprimidos, quienes mandan y quienes obedecen, Jesús propone como alternativa una comunidad de hombres libres. Una comunidad que no puede constituirse forzando la libertad de las personas, sino por libre opción: nadie, por tanto, está obligado a pertenecer a ella, ni a nadie se amenaza con penas o castigos si no se hace miembro de la misma. En el evangelio, Jesús invita a seguirlo, pero nunca impone su seguimiento; cuando alguien no sigue su invitación, como es el caso del joven rico -por cierto, el único caso en los evangelios en que alguien se niega a seguir a Jesús-, éste no lo recrimina, ni lo retiene a su lado a la fuerza, sino que lo deja irse, y, acto seguido, pone alerta a los discípulos de la dificultad que tienen los ricos para entrar en el reino de Dios o comunidad cristiana:

Os aseguro que con dificultad va a entrar un rico en el reino de Dios. Lo repito: Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios (Mt 19,21).

 

La riqueza es el primer obstáculo para seguir a Jesús, pues domina al hombre y no lo hace libre. Es como un dios que exige pleitesía10.

 

Una vez dentro de la comunidad, nadie puede forzar el crecimiento de cualquiera de sus miembros, al igual que tampoco el sembrador fuerza el crecimiento de la semilla, sino que sabe aguardar a que ésta se convierta en fruto maduro (Mc 4,26-29).

Jesús quiere que sus seguidores tengan la libertad por bandera. Y así lo proclama en el evangelio, unas veces con palabras y otras con gestos.

 

Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Fueron a preguntarle: "¿Por qué razón los discípulos de Juan y los fariseos discípulos ayunan y, en cambio, tus discípulos no ayunan?. Les replicó Jesús: "¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? En tanto tienen al novio con ellos no pueden ayunar. Pero llegará un día en que les arrebaten al novio; entonces, aquél día ayunarán. Nadie le cose una pieza de paño sin estrenar a un manto pasado; si no, el remiendo tira del mando –lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; si no, el vino reventará los odres y se pierden el vino y los odres; no, a vino nuevo, odres nuevos" (Mc 2,19-20).

 

El discípulo de Jesús no está ya sujeto a las prescripciones antiguas, que suponían un Dios irascible, necesitado de ser aplacado mediante ayunos y penitencias que van en perjuicio y detrimento de la vida. El discípulo vive en un ambiente de alegría y libertad semejante a quien, por ser amigo del novio, está de bodas. Se pondrá triste cuando se muera el novio y amigo: el día de la muerte de Jesús. Día pasajero, porque con la resurrección, la libertad de los hijos de Dios se convierte en el clima en el que se debe desenvolver habitualmente el cristiano. La nueva alianza de Dios con su pueblo no se construye sobre mandamientos y normas, sino sobre la libertad en la amistad.

 

El seguidor de Jesús no está sujetos a normas externas ni siquiera a la Ley:

Sucedió que un sábado iba él atravesando lo sembrado, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas, Los fariseos le dijeron: ¡Oye! ¿Cómo hacen en sábado lo que no está permitido?. El les replicó: "No habéis leído nunca lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre, él y los que estaban con él? ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempo de Abiatar, sumo sacerdote, y comió de los panes de la ofrenda, que no está permitido comer más que a los sacerdotes, y les dio también a sus compañero? Y les dijo: "El precepto existió por el hombre, no el hombre por el precepto". Luego señor es el Hijo del hombre también del precepto (Mc 2,28-3,6).

 

Los discípulos no son menos que David que se tomó la libertad de comer y dar de comer a sus compañeros de los panes de la ofrenda, que sólo estaba permitido a los sacerdotes. David comunica a sus seguidores la libertad para quebrantar este precepto, pues lo mandado pierde la vigencia ante la necesidad de comer.

 

David se sintió libre ante la Ley cuando se trataba de saciar una necesidad vital. Jesús lo hace para impedir que el hombre, a causa de la ley, padezca necesidad o sea marginado, como sucede en la escena del hombre con el brazo atrofiado descrita por Marcos:

Entró de nuevo en una sinagoga y había allí un hombre con el brazo atrofiado. Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una acusación contra él. Le dijo al hombre del brazo atrofiado : "Levántate y ponte en medio". Y a ellos les preguntó: ¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar? Ellos guardaron silencio. Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por la obcecación de su mente, le dijo al hombre: "Extiende el brazo". Lo extendió y su brazo volvió a quedar normal. Al salir, los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron en seguida a maquinar en contra suya, para acabar con él; Jesús, junto con sus discípulos, se retiró en dirección al mar (Mc 3, 1-7. cf. Mt 12,9-14 y Lc 6,6-11).

 

El hombre en cuestión tiene el brazo atrofiado (Lucas indica que se trata del brazo derecho con el que se realiza la actividad) y, por tanto, no puede trabajar, debiendo dedicarse a la mendicidad. Aquel hombre es esclavo de un sistema legal que, en nombre de Dios, genera marginación. El descanso del sábado –el supremo precepto de la ley judía- impide en nombre de Dios que se libere al hombre. Jesús no comulga con este sistema, pues considera que el bien del hombre y su libertad de acción está por encima de todos los preceptos y que la ley ha de interpretarse en función del bien del hombre.

Dice el evangelista que Jesús estaba airado y apenado; lo primero, por el daño que hacen al pueblo sus líderes; lo segundo, por el que se hacen a sí mismos, al no entender que la liberación del hombre es el centro de interés del designio de Dios sobre la humanidad. Dios quiere al hombre activo y libre; la Ley lo inmoviliza.

 

Jesús en su evangelio no exige al discípulo una relación de obediencia, sino de amistad –la palabra "obediencia" no aparece en los evangelios-: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15). Extraña, por esto, el comportamiento de Pablo cuando, en contra de la recomendación de Jesús, se llama a sí mismo "siervo-esclavo- de Jesucristo (Rom 1,1; Flp 1,1; Tim 1,1, etc.)" e igualmente a los cristianos (Ef 6,1;Col 4,12;).

El cristiano sigue libremente a Jesús, un Jesús que en todo momento lo quiere libre -para entrar, estar o salir de la comunidad- y con la libertad por bandera en la vida. Si el cristiano permanece con Jesús, no debe hacerlo forzado por nada ni por nadie, sino libremente, convencido de que con él se llega a la plenitud de vida, eje central del designio de Dios para con el hombre. Así lo expresa Simón Pedro después del discurso del pan de vida:

"Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?..., Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él". Preguntó entonces Jesús a los Doce: ¿Es que también vosotros queréis marcharos?. Le contestó Simón Pedro: -Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva..." (Jn 6,66-68).

 

No hay otra razón para permanecer con Jesús, sino el convencimiento de que su propuesta lleva al hombre a la plenitud de vida.

 

2. Igualdad

También la igualdad, como aspiración humana y voluntad divina, se remonta al Génesis, donde se dice que Dios creó a hombre y mujer iguales entre sí y semejantes a Dios:

¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Gn 2,23)...

Y dijo Dios: Hagamos a un hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1,26).

 

Iguales, pero diferentes: varón y hembra. Poco tardó, sin embargo, en instalarse la desigualdad en la pareja humana. Inmediatamente después de la expulsión del paraíso, Dios habla a la mujer en estos términos:

"Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (Gn 3,16).

 

La dominación de la mujer por el hombre es ya triste dato de experiencia cotidiana después de la expulsión del paraíso y se presenta como castigo de Dios por la desobediencia de la primera pareja:

A la mujer le dijo: Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido y él te dominará (Gn 3,16).

 

Con el transcurso del tiempo, la ley judía del repudio (Mc 10.1-12; Mt 19,1-12) se convirtió en uno de los principales instrumentos de dominación del hombre sobre la mujer. Según esta ley, que provenía de Moisés, al hombre casado le era posible despedir a su mujer por cualquier motivo o simplemente sin motivo alguno, según las escuelas, pero no a la inversa. En el evangelio de Marcos, Jesús se muestra en desacuerdo radical con esta norma mosaica y declara que el repudio no es de voluntad divina, sino humana, explicándolo de este modo:

Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese mandamiento, pero desde el principio de la humanidad Dios los hizo varón y hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser (Mc 10,5-9)

 

Ni el hombre ni la mujer tienen potestad para separar lo que Dios ha unido y mucho menos, si es únicamente el hombre el que puede disponer de la mujer a su antojo11.

 

A pesar de la posición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía, Jesús no evita el trato con mujeres, incluso samaritanas (Jn 4,43)12; se deja ungir por una mujer pecadora (Lc7,36-50); es acompañado "por algunas mujeres, curadas de malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juan, la mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que les ayudaban con sus bienes" (Lc 8,1-3), y, en una sociedad dominada por varones, es a la mujeres a quienes se comunica, en primer lugar, el acontecimiento de la resurrección (Mc 16,1-8); más aún, en el evangelio de Juan, una mujer, María, es la beneficiaria de la primera aparición del Maestro resucitado (Jn 20,11-18)13.

 

Iguales por naturaleza (hueso de mis huesos/ ambos creados a imagen de Dios ambos), los miembros de la comunidad de Jesús, compuesta de hombres y mujeres, forman una comunidad de iguales. Así aparece en la parábola de los jornaleros invitados a la viña (Mt 19,30-20,16), en la que, tras la imagen del dueño, se deja ver el rostro de un Dios con un comportamiento sorprendente y aparentemente injusto14. Cuando llega la hora de pagar el salario a cada uno de los jornaleros, aquél dice a su encargado:

Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Llegaron los de la última hora y cobraron cada uno el jornal entero. Al llegar los primeros pensaban que les daría más, pero también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza" (Mt 19,9-10).

 

El jornal estipulado con los primeros (un denario) era el dinero necesario para vivir un día una familia en aquel tiempo. Los jornaleros que se van incorporando al trabajo a distintas horas perciben todos el mismo salario. Todos necesitan ese mínimo para vivir, independientemente de que hayan trabajado más o menos.

En la nueva sociedad o reino de Dios que anuncia la parábola "la cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones en la comunidad, el mayor rendimiento no crean situaciones de privilegio ni son fuente de mérito (el mismo jornal para todos), pues este servicio es respuesta a un llamamiento gratuito"15.

Pero los obreros contratados a primera hora se sienten defraudados al ver que perciben lo mismo que los últimos. No aceptan un mundo igualitario ni que se les trate como a los otros; exigen un tratamiento diferenciado.

 

En la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), el protagonista da a cada uno según sus capacidades (cinco, dos o un talento); pero poco importa el resultado del esfuerzo; basta con que se haga producir lo recibido. Quienes han trabajado con los talentos, reciben la misma alabanza y reconocimiento de su señor, a pesar de que cada uno presenta una suma diferente:

Muy bien, empleado bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu señor (Mt 25,19-23)

 

Cinco o dos talentos (cantidades ingentes de dinero en tiempos de Jesús) se califican de "poco" ("has sido fiel en lo poco", Mt 25,21-23). Lo que cuenta no es el resultado del trabajo, sino la laboriosidad demostrada que ha hecho producir otro tanto de lo recibido. El señor de la parábola –imagen de Dios- premia a los dos empleados por igual, porque son iguales. Lo que cuentan no son las cualidades, sino la actitudes. Las primeras son don de Dios; las segundas, respuesta humana al don recibido. Para Dios lo que cuenta es la respuesta.

 

En la comunidad cristiana está prohibido todo lo que discrimina: hay que renunciar al dinero (Mt 5,7; 19,20.23; Mt 6,24; Lc 16,13), a los honores (Mt 23,5-7) y al poder (Mt 20,20-24), palabra ésta que no aparece ni siquiera en los evangelios16, pues este trío de valores mundanos, que no humanos, crea una sociedad de clases enfrentadas u opuestas: ricos y pobres, honrados y sin honor, poderosos y sometidos.

La comunidad cristiana no debe seguir ese camino que lleva a la deshumanización, que no es otra cosa, sino la afirmación de la desigualdad de los seres humanos; más bien, debe renunciar a toda jerarquía, porque es por esencia una comunidad de servidores:

Vosotros en cambio no os dejéis llamar rabbí, pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamareis "padre" unos a otros en la tierra, pues vuestro padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen directores, porque vuestro director es uno solo, el Mesías. El más grande de vosotros será el servidor vuestro. A quien encumbra, lo abajarán y a quien se abaja lo encumbrarán (Mt 8-11).

 

Que se trate de una comunidad de iguales, no quiere decir que la comunidad cristiana no deba tener organización alguna. El mismo Pablo que había dicho: "ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra, pues vosotros hacéis todos uno, mediante el Mesías Jesús" (Gál 3,28), afirma que, dentro de la comunidad, cada uno tiene que desarrollar los carismas que tiene; cada uno tiene su función (1Cor 12, 28-31); pero ninguna función debe sacralizarse o institucionalizarse. En la comunidad cristiana "las cualidades personales o la responsabilidad que se asume no otorgan superioridad. La diferencia no crea rango"17.

 

 

3. Apertura

Si algo caracteriza al ser humano es su capacidad de comunicación, de relación, de apertura, de acogida. A diferencia de los animales somos "palabra".

Frente a la sociedad judía que excluía del pueblo a muchos (leprosos, pecadores, recaudadores, gente con impureza ritual, etc.), Jesús propone un modelo de comunidad abierta e integradora en la que todos son admitidos en principio, incluso los excluidos de la sociedad, con quienes nadie quiere relacionarse: los marginados, los descreídos, las prostitutas y los pecadores.

Jesús, con su praxis, desmiente el proverbio "dime con quien andas y te diré quién eres"; acepta comer con malas compañías (Mc 2,15: descreídos y pecadores), teniendo entre sus discípulos a gente de dudosa reputación, como es el caso de Leví, recaudador de impuestos (Mc 2,14).

 

La comunidad de Jesús es una comunidad abierta y acogedora como se expresa gráficamente en la parábola del Gran banquete del reino (Lc 14,7-23)18. Al negarse los primeros invitados a participar en el banquete, el dueño de la casa da dos órdenes: en la primera manda al criado: "Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, lisiados, ciegos y cojos" (Lc 14,21); en la segunda añade: "Sal a los caminos y senderos y aprémiales a entrar hasta que se llene la casa" (Lc 14,7-23). El resultado es una comunidad en la que se acoge a todos, sin excluir a nadie (Lc 14,7-23). Para el cristiano no puede haber excluidos del pueblo (calles y plazas) ni pueblos excluidos (caminos y senderos).

 

Una comunidad de hombres y mujeres, acogedora e integradora, como Jesús que cura al siervo del centurión romano (Mt 8,5-13) o a la hija de la mujer cananea (Mt 15,21-28), que no pertenecen al pueblo judío; que da de comer por igual a judíos y paganos (Mc 6,35-45; 8,1-6)19 y que, por supuesto, cura a los marginados del sistema (leprosos, cojos, ciegos, sordos, mudos, etc.) condenados a ser muertos en vida.

 

El carácter abierto y acogedor de los miembros de la comunidad se muestra a las claras en la parábola del grano de mostaza20, semilla que,

aun siendo la más pequeña de todas las que hay en la tierra, sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra (Mc 4, 31-32).

 

Una comunidad modesta, más alta que las hortalizas (Mc 4,32), cuando más árbol de huerta (Mt 13,32), pero en ningún caso cedro frondoso como había anunciado Ezequiel (17,22-24) al hablar de la restauración de Israel; eso sí, comunidad acogedora y abierta en la que se integran todos sin exclusión de ninguno (=pájaros que anidan a su sombra).

 

 

4. Amor solidario

La libertad, la igualdad y la apertura o acogida hallan su razón de ser más profunda en el amor solidario. A éste se reduce toda la praxis cristiana. En cierta ocasión

...se levantó un jurista y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva? El le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo es eso que recitas? Éste contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo". El le dijo: Bien contestado. Haz eso y tendrás vida. Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? (Lc 10,25-30).

 

Se trata de un jurista obsesionado, como el joven rico, por alcanzar la vida definitiva. Jesús lo invita a dejarse de teorías (Y ¿quién es mi prójimo?) y a practicar el amor solidario sin fronteras. Y, por si tiene dudas acerca del concepto de "prójimo" (que no, pues pregunta a Jesús "para tentarlo") le propone la parábola del samaritano21 en la que se presenta el mundo al revés: ni el sacerdote ni el levita, los más conspicuos representantes del pueblo de Israel, atienden al herido, sino un samaritano, un heterodoxo de la religión judía, del que los oyentes no podían esperar nada bueno, dada la tradicional enemistad entre judíos y samaritanos.

Este samaritano lleva a cabo sorprendentemente siete acciones con el malherido: al verlo (no olvidemos que el sacerdote y el levita habían dado un rodeo y pasado de largo) 1) se conmovió, 2. se acercó 3. y le vendó las heridas 4. echándoles aceite y vino; 5. luego lo montó en su propia cabalgadura, 6. lo llevó a una posada y 7. lo cuidó.

Para los judíos el número siete indica la serie completa; el evangelista, sin embargo, añade otra acción, la de ocho, cuando dice que "al día siguiente sacó dos denarios de plata y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta", preocupado no sólo por presente del malherido, sino por su futuro. Si al joven rico, Jesús le había aconsejado dejar lo que tenía, el samaritano no duda en mostrar su amor desprendiéndose también del dinero necesario para la plena curación del malherido.

La parábola del buen samaritano encarna de modo magnífico la propuesta de solidaridad de Jesús de Nazaret, presentada en su formulación extrema: el amor al prójimo, incluso al prójimo-enemigo.

Pero hay algo que llama considerablemente la atención: si al principio del episodio el jurista preguntaba a Jesús por el mandamiento principal y respondía con dos situados al mismo nivel (Amarás al Señor tu Dios... y al prójimo como a ti mismo), la parábola omite el primero, reduciendo los dos a uno: el amor al prójimo, entendido no como "aquél que ésta cerca de mí", sino "aquél a quien yo me acerco". Para Jesús, la religión judía (sacerdote/levita) disocia el culto a Dios del amor al prójimo. Mensaje central de la parábola es que el amor al prójimo -incluso si se trata de un enemigo- es condición y prueba del amor a Dios. Dios se hace visible en el prójimo amado. Ya no hay dos mandamientos, sino un solo encarecido encargo: el amor solidario.

El que diga: "Yo amo a Dios" mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo. Y éste es el encargo que recibimos de él, que quien ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,19-20).

 

 

La práctica del amor solidario, que da prioridad absoluta al prójimo por encima de los bienes, no conduce, sin embargo, al cristiano a la carencia y a la pobreza, sino a la certeza de que en la comunidad de hombres y mujeres solidarios tendrá cubiertas también sus necesidades:

Pedro empezó a decirle: Pues mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos venido siguiendo. Jesús declaró: Os lo aseguro: No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia, que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y tierras –entre persecuciones- y, en la edad futura, vida definitiva (Mc 10,29).

 

Así el amor solidario se muestra como el valor supremo entre todos los valores humanos y la meta necesaria para alcanzar la plenitud humana, que no es otra, sino llegar a ser hijos de Dios:

Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

 

La libertad, la igualdad y la apertura, imbuidas de amor solidario, tienen para el cristiano su fundamento en el hecho de poseer el mismo Espíritu y tener por Padre al mismo Dios. Su práctica lleva a alumbrar un mundo de hermanos, o lo que es igual, una sociedad alternativa de hombres libres, iguales y acogedores, en la que reina Dios y no el dinero, una sociedad donde se viven a fondo estos grandes valores humanos.

 

 

NOTAS

1De hecho se me invitó a las Conversaciones de Avila’97 para participar en una mesa redonda en torno a un "Decálogo de valores evangélicos", palabra que, sin duda, rememora el "decálogo" o diez mandamientos de Moisés.

2En la tradición cristiana, este mandamiento, que es una especificación del de "No robarás", se ha convertido en un doblete de "No cometerás adulterio", al enunciarse de modo abreviado: "No desearás la mujer de tu prójimo". La mujer de tu prójimo, al igual que su esclavo, su esclava, su buey o su asno son para el legislador "propiedades" del marido que no se deben usurpar.

3La expresión Nueva Ley, referida al Nuevo Testamento, debe evitarse para no reducirlo a un nuevo código legal, contrapuesto al antiguo decálogo de Moisés.

4Sobre las bienaventuranzas, véase el estudio de F. Camacho, La proclama del Reino. Análisis semántico y comentario exegético de las Bienaventuranzas de Mt 5,3-10, Ediciones Cristiandad, Madrid 1987; también, A. Maggi, Le beatitudini, Cittadella Editrice, Asís 1995 (traducción en curso de publicación por Ediciones El Almendro, Córdoba). Para un comentario de las bienaventuranzas, breve, pero denso, véase J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ed. Cristiandad, Madrid 1981, pp. 51-59.

5Nótese que Jesús olvida de nuevo traer a colación el primer mandamiento del Decálogo: "Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente...".

6La expresión la he tomado del título de la obra de J. Mateos- F. Camacho, El Hijo del hombre. Hacia la plenitud humana, Ediciones El Almendro-Fundación Épsilon, Córdoba 1995. Según los autores, "la expresión El hijo del hombre designa en los evangelios al hombre en su plenitud, que incluye la condición divina. Se refiere, en primer lugar, a Jesús, pionero y prototipo de la plenitud humana y engloba a los que van camino de esa plenitud. Esta expresión revela que el designio de Dios es la plenitud de vida de todo hombre, cuya meta, en paralelo con la de Jesús, es la condición divina. De este modo, los evangelios invalidan el concepto de un Dios que se impone y disminuye al hombre, de un Dios rival, cuya supremacía impide la autonomía, el desarrollo y el pleno florecimiento del ser humano. Este falso concepto ocasionó el rechazo de Dios en muchos pensadores del siglo pasado y todavía lo sigue ocasionando en la actualidad". Esta obra, que es en su primera parte un estudio sobre el uso y significado de la expresión Hijo del hombre en los evangelios, en la segunda es un manual de referencia para la reflexión de los grupos cristianos que buscan una nueva identidad dentro de un mundo que no admite que Dios pueda ser obstáculo al pleno desarrollo humano". Por lo que respecta al tema de este artículo, véase el cap. VIII: "El hijo del Hombre. Su actividad", pp. 250-280; puede verse también la obra de los mismos autores, El horizonte humano. La propuesta de Jesús, Ediciones El Almendro, Córdoba 1998, 5ª edición, cap. VI: "La comunidad de Jesús", 143-161.

7En esta línea se expresa Jon Sobrino: "El evangelizador... evangeliza lo humano sin añadidos, aunque con concreciones: misericordia, fidelidad, entrega y solidaridad... El evangelizador hoy tampoco necesita añadidos, pero necesita, como Jesús, "concreciones", expresiones", concentradas en lo humano", cf. "Mensaje y praxis de liberación en la Teología del a liberación", Evangelio e Iglesia. XVI Congreso de Teología, Centro Evangelio y liberación, Madrid 1966, 117-118.

8"La paz, para un judío, no es simplemente ausencia de guerra, sino ese clima de las relaciones humanas que hace próspera la vida y digna de ser vivida. Para un oriental, paz se opone a enfermedad, injusticia, pobreza, miseria, enemistad, intolerancia, odio, y por supuesto, también a guerra; tener paz, vivir en paz es el desiderátum de la vida humana". Sobre el concepto de paz en el Nuevo Testamento, puede verse mi artículo "La buena noticia de la paz en el Nuevo Testamento" en Éxodo, Noviembre-Diciembre, nº 41 (1997) 29-34.

9Según la mentalidad semítica, "el apelativo de una persona es expresión de su ser, pero a través de su obrar". Por consiguiente, si Dios -a los que trabajan por la paz- los denomina "hijos suyos", es porque ellos, con su comportamiento, muestran ser tales. Este texto deja en la sombra el matiz de "generación", propio de la palabra "hijo" en griego, para insistir en el de "semejanza" en la actividad, característico del concepto semítico de "hijo". Ser hijo equivale, por tanto, a ser semejante al padre; cf. F. Camacho, La proclama del Reino, obra citada., 148-151.

10Para el tema de la riqueza en los evangelios, puede verse mi artículo "Ricos, pobres y dinero en el Evangelio de Lucas. Más allá del compartir", Pastoral Misionera, 143 (1985) 557-570; más reciente, F. Camacho, "Jesús, el dinero y la riqueza", Isidorianum (Revista del Centro de Estudios Teológicos de Sevilla) 6 (1997) 415: "En el contexto social y económico del Imperio Romano, y particularmente de Palestina, Jesús, según los evangelios, hace una lúcida y profunda crítica del dinero y de la riqueza, pone en guardia de los peligros que acarrea, especialmente de su seducción, y aconseja a sus seguidores abrazar un estilo de vida cuya única fuente de riqueza sea Dios: el comportamiento humano en relación con los bienes de la tierra debe regirse por la austeridad y el compartir, el cuidado mutuo y la generosidad. Este modo de vida, garantía de relación social fraterna, favorecerá la creación de una nueva sociedad o alternativa al sistema mundano, que Jesús denomina con la expresión "Reino de Dios.

11Obsérvese, no obstante, que en este texto se trata de la legislación judía sobre el repudio; aquí no se da respuesta al problema del divorcio en los términos en los que se plantea en nuestra sociedad. Repudio y divorcio son dos conceptos diferentes. Jesús habla del primero, no del segundo.

12Tanto escandalizó el comportamiento de Jesús con las mujeres que hay un episodio, el de la mujer sorprendida en adulterio, -insertado en el evangelio de Juan (8,1-11), pero procedente con toda probabilidad de la pluma de Lucas-, cuya embarazosa historia ha constituido una especie de "patata caliente" que, al menos por un siglo, ninguna comunidad cristiana aceptó en su evangelio y, en los siguientes siglos, fue cuidadosamente censurado por los Padres de la Iglesia de lengua griega. Solamente en el siglo III, los once escandalosos versículos encontraron hospitalidad en el evangelio de Juan, versículos que debieron esperar otros doscientos años antes de ser insertados en la lectura litúrgica. Cf. A. Maggi, Come leggere il vangelo e non perdere la fede, Cittadella Editrice, Asís 1997; traducción en curso de publicación por Ediciones El Almendro, Córdoba.

13Mientras los personajes masculinos que aparecen en los evangelios son en su mayoría negativos, -incluso los mismos discípulos son presentados como obtusos y hostiles a Jesús-, los aproximadamente veinte personajes femeninos presentes en los evangelios son todos positivos, a excepción de la ambiciosa "madre de los hijos de Zebedeo " (Mt 20,20-28), y de Herodías, adúltera y asesina (Mt 14,1-11). Las mujeres son presentadas en los evangelios como las que, cronológica y cualitativamente, han acogido y comprendido primero a Jesús: desde María, la madre, a María Magdalena, primera testigo y anunciadora de la resurrección.

14Una explicación en síntesis de esta parábola puede leerse en mi artículo sobre "Jesús, el Evangelio y la Iglesia" en Evangelio e Iglesia. XVI Congreso de Teología, Centro Evangelio y Liberación, Madrid 1966, 25-28.

15Juan Mateos, El horizonte humano. La propuesta de Jesús, 153.

16Cuando la palabra "poder" (en griego, dynamis) aparece en los evangelios, suele designar el poder o la fuerza de Dios que es y comunica vida (Mt 22,29-32) o la fuerza o poderes curativos de Jesús (Mt 11,20.21.23; 13,54.58, etc.) y de los discípulos (Mt 7,22).

17 Cf. Juan Mateos, El horizonte humano, 154.

18 He dado una breve explicación de esta parábola en "Jesús, el Evangelio y la Iglesia", 23-25.

19Una explicación de este relato puede leerse en mi artículo: "La multiplicación (?) de los panes: una salida para la sociedad de consumo" en Utopía. Revista de cristianos de base de Madrid, 22 (1997) 25-27.

20 He comentado brevemente esta parábola en "Jesús, el Evangelio y la Iglesia", 20-22.

21Un comentario minucioso de esta parábola puede leerse en mi artículo "La propuesta de solidaridad de Jesús de Nazaret: el buen samaritano (Lc 10,25-37)" en Rostros alternativos de la solidaridad. III Encuentros con Francisco de Asís, Editorial Nueva Utopía; Madrid 1997, 107-129.