Vivir de cara al Padre
Autor: P. Horacio Bojorge
Capítulo 8: ¡Venga tu reino!
La condición filial
1) ¿Qué es el Reino de Dios? El concepto de Reino de Dios, parece
escaparse como el agua o la arena entre los dedos de los exegetas e
intérpretes. Hay algún acuerdo entre sus cualidades, pero su esencia, su
naturaleza misma parece escapar a la definición exacta. De ahí que la
predicación sea por lo general poco clara y, como consecuencia, los fieles
vacilen en lo que han de creer que sea el Reino. Algunos lo conciben como
una realidad mesiánica, del orden político-social-cultural, que ellos han
de empeñarse en construir con un empeño pelagiano olvidando que Jesús
enseña a pedirlo, como gracia y don del Padre .
2) Algo tautológicamente se explica que el Reino de Dios es el
Evangelio, es la Buena Noticia de Dios, es el contenido de la predicación
de Jesús. Todo esto se ajusta a la verdad evangélica: "Después que Juan
fue entregado, vino Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:
El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado; convertíos y
creed en el Evangelio" .
3) Un paso más en la comprensión de lo que es el Reino, se da
cuando se dice que al venir Jesucristo, viene el Reino. Porque Él y el
Reino se identifican. Con Jesús y en Jesús, el Reino de Dios comienza.
Jesús es el Reino. Jesús es el Evangelio. Así lo afirma, aplicándose las
palabras de Isaías relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor
. "Al ser él la Buena Nueva, existe en Cristo plena identidad entre
mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el
secreto de la eficacia de su acción consiste en la identificación total
con el mensaje que anuncia; proclama la Buena nueva no solamente con lo
que dice o con lo que hace, sino también con lo que es" .
4) ¿Qué es pues el Reino de Dios? Es la misma condición filial. La
de Cristo en primer lugar, y la de los discípulos, sus hermanitos más
pequeños.
5) El diálogo de Jesús con Nicodemo establece una ecuación entre
Reino y condición filial por Nuevo nacimiento: "...Jesús le respondió: «En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo y de lo alto no puede
ver el Reino de Dios». Dícele Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya
viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”
Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y
de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es
carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya
dicho: Tenéis que nacer de nuevo y de lo alto. El viento sopla donde
quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es
todo el que nace del Espíritu” Respondió Nicodemo: “¿Cómo puede ser eso?”
Jesús le respondió: “Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En
verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro
testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a
creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo”.”
6) De este Hijo del Hombre dice la Escritura: "A él se le dio
imperio honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino
no será destruido jamás" . Nada asombroso que se interpretara el Reino de
Dios daniélico, llamado también "Reino de los santos" , como un Reino
mesiánico político, entregado por Dios a sus santos.
7) Pero Jesús le plantea a Nicodemo una acción divina, de una nueva
naturaleza, que sucede por obra del Espíritu Santo. También el Espíritu
Santo había sido anunciado en las Escrituras como el autor de la
generación humana, aún de la natural: "Así como no sabes cuál sea el
camino del Espíritu en los huesos en el vientre de la mujer encinta, de la
misma manera desconoces la obra de Dios que todo lo hace" . Esta
afirmación de la Sagrada Escritura ofrece como un término de comparación
la obra del Espíritu Santo en la generación natural, para la otra obra
misteriosa de generación divina.
8) La acción regeneradora y resucitadora, dadora de vida, del
Espíritu en los huesos secos, aparece también en la memorable visión de
Ezequiel 37, 1-14. "Así dice el Señor: Ven Espíritu, desde los cuatro
vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan... el Espíritu entró
en ellos; revivieron y se incorporaron" . Pablo ve la Resurrección de
Cristo y nuestra vida eterna como obra del Espíritu Santo . Él es quien
obra la resurrección de los dos profetas mártires .
9) El Reino de Dios que anuncia Daniel 7, Jesús lo da por cumplido
en él y en el pueblo santo de los Hijos de Dios, nacidos de nuevo y de lo
alto por obra del Espíritu Santo, por vía de una misteriosa re-generación
espiritual. Este Reino de Dios es, pues una realidad interior a cada hijo
y a la comunidad de los hijos: "El Reino de Dios está dentro de vosotros"
.
10) Volviendo al Padre Nuestro, podemos entender ahora por qué el
Reino es del Padre: "Venga tu Reino". Él es el Rey Anciano sentado en el
trono real, de la visión de Daniel 7 y el Dios excelso sobre el trono
real, en la visión de Isaías 6.
11) El Padre entrega el Reino a su Hijo encarnado, al Hombre Dios
Jesucristo, en virtud de su humillación obediente hasta la muerte y muerte
de Cruz. El Hijo no se aferró a su gloria independientemente de la del
Padre. Por eso Dios lo exaltó a su derecha y le dio un nombre sobre todo
nombre para que a su nombre se doble toda rodilla... para gloria de Dios
Padre" . Aún la exaltación del Hijo, nótese bien, es para gloria del
Padre, para manifestación de la santidad del Padre.
12) De este modo se ve mejor la lógica relación existente entre el
primero y el segundo deseo y correspondiente petición del Padre Nuestro:
"Santificado sea tu Nombre, Venga tu Reino". Este Reino es entregado a
Jesucristo y a todos los que son re-engendrados, por haber reconocido al
Padre y haber entrado en la condición filial por vía de la obediencia y la
pobreza de espíritu..
13) El Reino del Padre es entregado al Hijo por su humillación y su
obediencia. Con lo que queda también de manifiesto la relación entre el
segundo y tercer deseo: "Venga tu Reno, Hágase tu voluntad". Porque el
Reino del Padre adviene por la obediencia del Hijo y de los Hijos.
14) Jesús afirma ante Pilatos, acerca de su condición de Rey, que
su Reino no es como los de este mundo . Y a sus discípulos que lo imaginan
así, y se disputan los primeros puestos en el Reino de Cristo, contrapone
la conducta de los "que son tenidos como jefes de las naciones" y "las
gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder" .
El Reino de Dios, el que el Padre concede al Hijo, constituyéndolo en juez
de todas las naciones, no es como esos. Jesús reinará haciendo la voluntad
del Padre y sufriendo, como el Servidor sufriente que entrega su vida en
expiación y de esta manera dicta la ley a las naciones lejanas .
15) El sentido del mesianismo davídico de Jesús no fue, pues,
intramundano y político. La verdadera naturaleza de su condición de
Mesías, Hijo de David, está enriquecida y completada, por un lado, por los
rasgos del Siervo, obediente y expiatorio, y por otro lado por los rasgos
del Hijo del Hombre de la profecía de Daniel.
16) Hijo del Hombre es la traducción literal del aramaísmo Bar
nashá´ que habría que traducir simplemente por "Hombre" . Decir Hijo
del Hombre, es decir, el Hombre restaurado por Dios en su imagen y
semejanza. Nueva creación bajada del cielo para que se le entregue el
dominio sobre las bestias: una humanidad que ha perdido su primitiva
imagen y semejanza, y lo es de fieras.
17) La intención de es contrastar la condición humana, adámica de
este Hombre que baja del cielo con los reinos que suben del fondo del mar
habiendo perdido su imagen y semejanza humanas. El Hijo del Hombre recibe
así un nuevo Reino entre los reinos de este mundo: "A Él se le dio
imperio, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron" ; "Reino eterno es su reino y todos los imperios le servirán y
le obedecerán" .
18) Los discípulos de Jesús, configurándose con el Hijo, también
toman parte en su realeza, es decir en su condición filial, y reciben, por
eso, parte en el Reino de Jesús. Jesús lo afirma cuando dice: "No temas
pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha complacido daros a vosotros
el Reino" . Hay aquí una referencia al cumplimiento de la profecía de
Daniel: "Los que han de recibir el Reino son los santos del Altísimo, que
poseerán el Reino eternamente, por los siglos de los siglos" ; "Hasta que
vino el Anciano a hacer justicia a los santos del Altísimo, y llegó el
tiempo en que los santos poseyeran el Reino" ; "Y el Reno y el imperio y
la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de
los santos del Altísimo, Reino eterno es su Reino y todos los imperios le
servirán y le obedecerán" .
19) Toda la visión en sueños de Daniel es una escena de un gran
Juicio de las Naciones, presidido por el Anciano sentado en uno de los
tronos para juzgar . Se trata de una escena de Juicio. Una de las
atribuciones reales consiste en el juicio. El trono, que aparece en las
epifanías de Dios, es un atributo de su realeza y sede desde donde se
imparte justicia y derecho.
20) Jesús afirma que sus discípulos, los que lo hayan seguido en la
regeneración, compartirán su realeza y se sentarán en doce tronos para
juzgar junto con él "Vosotros, los que me habéis seguido en la
regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria,
os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce
tribus de Israel" .
21) En efecto, en la visión de Daniel no hay un trono único para el
Anciano sino que "se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó" . En la
profecía de Daniel, esos tronos son ocupados por el Anciano, por el Hijo
del Hombre y por el pueblo de los santos. Conforme a esta profecía, en el
Juicio final de las Naciones, el Hijo del Hombre las juzgará junto con sus
hermanitos más pequeños por la conducta que han tenido respecto de ellos .
22) El deseo "Venga tu Reino" brota de un corazón creyente, de
discípulo, que no ignora que el Reino del Padre, ha sido entregado a su
Hijo y éste lo compartirá con sus discípulos fieles. Al desear y pedir el
advenimiento del Reino del Padre, reconoce que es obra del Padre, aunque
se realice entregándolo a Cristo, Cabeza y Cuerpo Místico.
23) El deseo de la venida del Reino, es inseparable del deseo de la
venida del Juez y de la llegada del Juicio. Es inseparable del deseo de la
Esposa de que llegue el Esposo: "Maran atha! Ven Señor Jesús"
(Apocalipsis 22, 17.20)
24) Expresa, de otra forma, el deseo de que el Padre manifieste la
santidad de su nombre en Jesús su Hijo y en sus discípulos, completando la
obra de filialización de la humanidad mediante la condición filial, que
los hará obedientes para "cumplir su voluntad" así en la tierra fermentada
por la gracia de su Hijo encarnado, como en el Cielo, donde el Verbo
eterno es reflejo del querer del Padre.
25) Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en él el Reino
mismo se ha hecho presente y ha llegado a su cumplimiento: “Sobre todo, el
Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del
hombre, quien vino ‘a servir y a dar su vida para la redención de muchos’”
.
26) "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa
sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el
rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se
separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el Reino de Dios
revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del
Reino -que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente
humano o ideológico- como la identidad de Cristo, que no aparece ya como
el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor l5,27)" .
27) Concepciones erróneas del Reino
Juan Pablo II señaló la existencia de visiones erróneas del Reino, en su
encíclica Redemptoris Missio Nº 17-19:
“El Reino con relación a Cristo y a la Iglesia
17. Hoy se habla mucho del Reino, pero no siempre en sintonía con el
sentir de la Iglesia. En efecto, se dan concepciones de la salvación y de
la misión que podemos llamar “antropocéntricas”, en el sentido reductivo
del término, al estar centradas en torno a las necesidades terrenas del
hombre. En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una realidad
plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y
luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero
con unos horizontes cerrados a lo trascendente. Aun no negando que también
a ese nivel haya valores por promover, sin embargo tal concepción se
reduce a los confines de un reino del hombre, amputado en sus dimensiones
auténticas y profundas, y se traduce fácilmente en una de las ideologías
que miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, «
no es de este mundo, no es de aquí » (Jn 18, 36).
Se dan además determinadas concepciones que, intencionadamente, ponen el
acento sobre el Reino y se presentan como “reinocéntricas”, las cuales dan
relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en si misma, sino que se
dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una “Iglesia para los demás”,
—se dice— como “Cristo es el hombre para los demás”. Se describe el
cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección;
por un lado, promoviendo los llamados “valores del Reino”, cuales son la
paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el
diálogo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que,
enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada
vez más hacia el Reino.
Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo
otros negativos. Ante todo, dejan en silencio a Cristo: el Reino, del que
hablan, se basa en un “teocentrismo”, porque Cristo —dicen— no puede ser
comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos,
culturas y religiones diversas pueden coincidir en la única realidad
divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden
privilegio al misterio de la creación, que se refleja en la diversidad de
culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la
redención. Además el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o
menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto “eclesiocentrismo”
del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo
demás no exento de ambigüedad.
18. Ahora bien, no es éste el Reino de Dios que conocemos por la
Revelación, el cual no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia.
Como ya queda dicho, Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en él
el Reino mismo se ha hecho presente y ha llegado a su cumplimiento: “Sobre
todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e
Hijo del hombre, quien vino ‘a servir y a dar su vida para la redención de
muchos’ (Mc 10, 45)” . El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o
un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona
que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios
invisible . Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el
reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el
significado del Reino —que corre el riesgo de transformarse en un objetivo
puramente humano o ideológico— como la identidad de Cristo, que no aparece
ya como el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor l5,27).
Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta
no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual
es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de
Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado
a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de
salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y
carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar . De ahí deriva una
relación singular y única que, aunque no excluya la obra de Cristo y del
Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere
un papel específico y necesario. De ahí también el vínculo especial de la
Iglesia con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene « la misión de
anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos” .
19. Es en esta visión de conjunto donde se comprende la realidad
del Reino. Ciertamente, éste exige la promoción de los bienes humanos y de
los valores que bien pueden llamarse “evangélicos”, porque están
íntimamente unidos a la Buena Nueva. Pero esta promoción, que la Iglesia
siente también muy dentro de sí, no debe separarse ni contraponerse a los
otros cometidos fundamentales, como son el anuncio de Cristo y de su
Evangelio, la fundación y el desarrollo de comunidades que actúan entre
los hombres la imagen viva del Reino. Con esto no hay que tener miedo a
caer en una forma de “eclesiocentrismo”. Pablo VI, que afirmó la
existencia de “un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la
evangelización” , dijo también que la Iglesia “no es fin para sí misma,
sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para
Cristo, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los
hombres ”
Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Missio expuso las desviaciones
más corrientes = RM 17-19. Véase más adelante y el Anexo III.
Marcos 1, 14-15
Lucas 4, 14.21
Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Missio Nº 13
Jn 3, 1-13
La preposición griega ánothen significa tanto de nuevo como de lo alto, de
arriba
Daniel 7, 14
Daniel 7, 16. 22. 26-27
Eclesiastés 11, 5
Ezequiel 37, 9- 10
Romanos 8,11
Apocalipsis 11, 11 Cfr. 20, 4
En griego: palingenesía, anagénesis
Lucas 17, 21
Filipenses 2, 8-11
Juan 18, 36
Marcos 10,42
Isaías 53, 10
Isaías 42, 1-3
En arameo se expresa la naturaleza por referencia al origen natural: Perro
= hijo de perro, etc.
Daniel 7, 14
Daniel 7, 27
Mateo 12, 32
Daniel 7, 18
Daniel 7, 22
Daniel 7, 27
Daniel 7, 9
Mateo 19,28
Daniel 7, 9
Mateo 25, 31-46
Marcos 10, 45
Juan Pablo II, Redemptoris Missio Nº 18
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 5
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes sobre la Iglesia en
el mundo actual, 22.
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium , sobre la Iglesia, 4
Ibid.,5
Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 16. l.c., 15.
Discurso en la apertura de la III sesión del Conc. Ecum. Vat. II, 14 de
septiembre de 1964: AAS 56 (1964), 810.
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