” La siguiente síntesis fue extraída del libro
Una Vida Con Propósito de Rick Warren,
meditemos en este capítulo. Es largo pero vale la pena leerlo…”
Esperaré, pues, al Señor, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré. Isaías 8:17
Dios es real, sin
importar como te sientas.
Cuando las cosas marchan bien en nuestra vida, es
fácil adorar a Dios: cuando nos ha provisto alimento, amigos, familia, salud y
alegría. Pero las circunstancias no siempre son tan agradables. ¿Cómo adoramos a
Dios, entonces? ¿Qué hacemos cuando Dios parece estar a millones de kilómetros
de distancia?
El grado de adoración más profundo es alabar a Dios a
pesar del dolor: agradecer a Dios durante una prueba, confiar en Él durante la
tentación, amarlo aunque parezca distante.
Para madurar nuestra amistad, Dios la pondrá a prueba con periodos de
aparente separación: momentos en que sentiremos que nos abandonó o nos olvidó.
Dios parecerá estar a millones de kilómetros. San Juan de la Cruz se refirió a
esos días de sequia espiritual, duda y distanciamiento de Dios, como “la oscura
noche del alma”. Henri Nouwen lo llamó “el ministerio de la ausencia”. A.W.
Tozer lo llamó “el ministerio de la noche”. Otros los llamaron “el invierno del
corazón”.
Aparte de Jesús, David fue quien posiblemente tuvo
más amistad con Dios. El Señor tenía el placer de llamarlo “un hombre conforme a
mi corazón” (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22).
Sin embargo, David con frecuencia se quejaba de la
aparente ausencia de Dios: “¿Por qué estás lejos, oh Señor, Y te escondes
en el tiempo de la tribulación?” (Salmos 10:1), “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de
mi clamor?” (Salmos 22:1), “Pues que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué
me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo?” (Salmos
43:2), “Despierta; ¿por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para
siempre” (Salmos 44:23), “¿Por qué retraes tu mano? ¿Por qué escondes tu diestra
en tu seno?” (Salmos 74:11), “¿Por qué, oh Señor, desechas mi alma? ¿Por qué
escondes de mí tu rostro?” (Salmos 88:14), “Señor, ¿dónde están tus antiguas
misericordias, Que juraste a David por tu verdad?” (Salmos 89:49).
Por supuesto, Dios en realidad no había dejado a David, como tampoco te dejará a
ti. Ha prometido varias veces: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”
(Deuteronomio 31:8, Salmos 37:28, Juan 14:16-18, Hebreos
13:5). En
efecto, Dios reconoce que a veces oculta su rostro de nosotros (Isaías
45:15).
Floyd McClung lo describe de la siguiente manera: “Te despiertas una mañana y
todos tus sentimientos espirituales han desaparecido. Oras, pero no pasa nada.
Reprendes al diablo, pero nada cambia. Realizas tus ejercicios espirituales… le
pides a tus amigos que oren por ti… confiesas todos los pecados que puedas
imaginar y le pides perdón a todos tus conocidos. Ayunas… pero no pasa nada.
Comienzas a preguntarte cuánto tiempo durará esta penumbra espiritual. ¿Días?
¿Semanas? ¿Meses? ¿Terminará algún día?… sientes que tus oraciones rebotan en el
techo”.
La verdad es que ¡nada está mal! Es una parte normal
de la prueba y la maduración de nuestra amistad con Dios. Todos los cristianos
atravesamos esta situación por lo menos una vez, y por lo general varias veces.
Es dolorosa y desconcertante, pero es absolutamente vital para el desarrollo de
la fe.
Cuando Dios parece distante, puedes sentir que está
enojado contigo o que te está disciplinando por algún pecado. Es cierto, el
pecado sí nos puede desvincular de la amistad intima con Dios. Entristecemos al
Espíritu de Dios y apagamos nuestra comunión con la desobediencia, el conflicto
con los demás, las múltiples ocupaciones, la amistad con el mundo y otros
pecados.
Pero este sentimiento de
abandono y distanciamiento de Dios no suele tener nada que ver con el pecado. Es
una prueba de fe, una que todos debemos enfrentar: ¿seguirás amando, confiando,
obedeciendo y adorando a Dios aunque no sientas su presencia ni tengas prueba
evidente y visible de su obra en tu vida?
En la actualidad, el error más común de los
cristianos con respecto a la adoración es que buscan una experiencia,
más que a Dios. Buscan un sentimiento, y si lo encuentran, concluyen que han
adorado. ¡Qué equivocación! En realidad, Dios suele retirar nuestros
sentimientos para que no dependamos de ellos. La adoración, no es la búsqueda de
un sentimiento, incluso, sí se trata de nuestra intimidad con Dios.
Cuando eras un cristiano
“en pañales”, Dios te dio varias emociones y contestaba tus oraciones inmaduras
y egocéntricas, para que confirmaras su existencia. Pero a medida que crecemos
en la fe, nos aparta gradualmente de esas dependencias.
La omnipresencia de Dios y la manifestación de su
presencia son dos cosas distintas. Una, es un hecho; la otra, es un sentimiento.
Dios está siempre presente, aunque no estemos conscientes de Él; su presencia es
demasiado profunda para medirla con meras emociones.