Uno, verdadero, bueno y bello
Comprender el significado específico y el aspecto de la realidad que revelan los trascendentales uno, verdadero, bueno y bello
Objetivos
1. Comprender el significado específico y el aspecto de la realidad que
revelan los trascendentales uno, verdadero, bueno y bello.
2. Formar una visión más rica de la realidad al captar la conexión
intrínseca entre estos trascendentales.
A. Uno (unum)
1. El problema del «uno» y lo «múltiple»
Para los antiguos la filosofía era un estudio de la relación entre el «uno»
y lo «múltiple» visto desde diversos ángulos: primero, en cada sujeto
subsistente, pues cada cual, al estar continuamente cambiando, en un
ininterrumpido devenir, es unidad-en-la-diversidad, él mismo y a la vez
diverso; segundo, en la limitación del ser, ya que cada ente finito
participa de él de un cierto modo y grado, según las perfecciones de su
propia naturaleza, pero faltándole las perfecciones de los demás entes;
tercero, en l a totalidad de los entes, dado que la realidad es una unidad
múltiple o una multiplicidad unificada. ¿En qué consiste, entonces, la
unidad trascendental? ¿Cuál es su ratio, qué aspecto del paisaje nos
descubre?
2. El ente considerado en sí mismo o de modo absoluto
a. Considerándolo en sí mismo de modo negativo, todo ente es indivisible (51)
Cada ente es uno, porque no está intrínsecamente dividido. Cada quien es él
mismo y no otro. Este libro (substancia) es uno; su posición es una, su
tamaño es uno, su lugar es uno... Si un ente fuera divisible internamente,
entonces sería varios entes a la vez. Perder la unidad significa dejar de
existir como se es y transformarse en otra cosa. Un libro deshecho se
convierte en un montón de hojas: ya no es un libro; una computadora
desmontada serán muchas piezas y cables, pero ya no una computadora: no
funcionará como tal; un árbol convertido en leña ya no es un árbol: perdió
su unidad vital.
b. Considerándolo en sí mismo de modo positivo, todo ente es determinado,
concreto
Algo es en la medida en que es concreto, tiene una esencia definida. Algo
in-determinado, in-definido no puede existir. Nadie «es», sin más. Todo es
esto o lo otro. Reconocemos, por ejemplo, a este libro, porque es un libro,
algo particular, delimitado, preciso, algo que es por sí mismo, no dividido,
distinto de los demás libros y cosas. Todo es, pues, en la medida en que es
uno, definido e indivisible: «ens et unum convertuntur». Al grado de ser
corresponde el grado de unidad. Cuanto menos ser posea un ente, más material
y por ello más divisible y corruptible es. Así, un pedazo de papel es más
divisible y menos determinado que un ganso, que posee una unidad más
profunda (la vida animal): puedo cortar el papel en pedazos y tener aún
papel, pero no al ganso... Una persona humana, como unidad de cuerpo y alma,
goza de la unidad más perfecta en el mundo.
3. Dive rsos tipos de unidad y nociones en relación con ella
a. Tipos de unidad metafísica (52)
Quien tiene la unidad de simplicidad carece de toda composición –partes,
principios o elementos constitutivos–, por ser puro acto, perfectamente
indivisible, absolutamente uno: es la unidad de Dios, cuya Esencia es su
Ser. Las creaturas poseen, en cambio, unidad de composición: una
multiplicidad de partes y/o principios; en cada ente finito la unidad
substancial, la de los principios que componen la substancia, es más
importante que la accidental, la unión de los accidentes a la substancia.
Tenemos, por último, la unidad de relación, que brota de la actividad de
cada ente, por la cual genera nuevos entes, los corrompe o les afecta
accidentalmente.
b. Nociones derivadas y opuestas a la unidad-multiplicidad
Cuando consideramos lo uno y lo múltiple en relación con las categorías,
tenemos diversos parejas de opuestos.
(1) En la categorí a de la substancia se da lo idéntico y lo diverso: entes
constituidos de una sola substancia son idénticos, son uno solo (un pino);
entes constituidos de muchas substancias son diversos (un bosque).
(2) En la categoría de cantidad nos encontramos con lo igual y lo desigual:
individuos con la misma cantidad son iguales (dos coches Lumina); entes con
cantidades múltiples son desiguales (un vasito y un vaso).
(3) En la categoría de cualidad hallamos lo semejante y lo desemajente:
entes con una misma cualidad son similares (dos gemelos); si tienen
cualidades múltiples son desemejantes (dos hermanos sin parecido físico)
(53).
B. Verdadero (verum)
1. El problema de la «verdad»
«Verdad» es uno de los términos más escurridizos en nuestro vocabulario.
Hablamos de «verdad» en muchos contextos diversos con múltiples sentidos,
¿verdad? Nuestra primera cuestión entonces, es la de Pilato: ¿qué es la
verdad? La segunda se ref iere específicamente a nuestro tema: ¿cuál es el
significado y el aspecto de la realidad que nos revela la verdad
trascendental?
2. ¿Qué es la verdad? Tres tipos
a. La verdad formal o lógica
Es la verdad del conocimiento: la conformidad mental de la inteligencia con
la realidad (adFquatio rei et intellectus), la identidad intelectual entre
lo que pienso –por ejemplo, «mi libro de metafísica está sobre la mesa»– con
lo que es: el libro está, efectivamente, sobre la mesa. Forma el objeto
principal de la gnoseología, que se interesa por la validez del conocimiento
humano.
b. La verdad fenoménica
Es el resultado de la adecuación, el fruto del acto de conocer: lo que se
sabe (en nuestro caso, el conocimiento del hecho de que el libro está sobre
la mesa). La llamamos «fenoménica» (del griego, φαίνομαι [faínomai] =
«manifestarse, aparecer»), porque la realidad se
«ma nifiesta» a la inteligencia y ésta la «asimila» a través del proceso de
conformidad mental.
c. La verdad trascendental u ontológica
Es la realidad misma considerada en su relación con una inteligencia (el
libro mismo sobre la mesa). Coincide materialmente con todo lo que es y
funge como la génesis de las otras verdades, ya que la inteligencia está
llamada a conocerlo todo, a asimilar intelectualmente todo lo que es.
Veamos en la práctica la conexión entre las tres verdades: el libro de
metafísica (verdad ontológica) determina el contenido del conocimiento, pues
el hombre no «crea» las cosas, sólo las «reconoce» como son; una vez que he
establecido el contacto cognoscitivo o relación de adecuación con el libro
(verdad formal), lo conozco, incluso sin mirarlo (verdad fenoménica)(54).
3. La verdad trascendental: el ente en su relación con la inteligencia
a. Considerándolo de modo negativo, ningún en te es autocontradictorio
La verdad trascendental es la dimensión ontológica del principio de no
contradicción. Un ente es verdadero, cognoscible, en la medida en que no se
contradiga a sí mismo: que no tenga una perfección y su negación al mismo
tiempo y en el mismo sentido. Un libro que existiera y no existiera o que
fuera libro y mono a la vez, sería un absurdo, algo impensable,
contradictorio, imposible. Todo ente es coherente, idéntico consigo mismo,
determinado.
b. Considerándolo de modo positivo, todo ente es inteligible
Ser ente significa estar relacionado actualmente con una inteligencia. ¿Con
cuál? Con la de Dios. Porque Él conoce todas las cosas, ellas son, se
conforman a Su Intelecto divino. Ser es ser conocido por Dios. De ahí que
todos los entes sean verdaderos, o sea, cognoscibles. Una flor en el
Himalaya, por ejemplo, que el hombre aún no ha descubierto, está actualmente
en relación con la Inteligencia de Dios y potencialment e con la del hombre.
Aunque no conozcamos muchas cosas aún, todas son, sin embargo, inteligibles:
llenas de claridad, dispuestas a ser conocidas. El ente y lo verdadero,
entonces, se identifican: «ens et verum convertuntur». Un ente es en la
medida en que es verdadero, inteligible, cognoscible, y viceversa. Así, una
célula microscópica posee menos inteligibilidad que una mosca, que es más
fácil de conocer y comprender porque tiene más ser, más verdad ontológica.
El hombre es lo más inteligible o verdadero en este mundo.
C. Bueno (bonum)
1. El problema de la «bondad» y el misterio del «mal»
a. El problema de la «bondad»
¿Es problemática la bondad? No en sí misma, sólo como término. Lo «bueno» es
aún más ambiguo que «verdad». Lo aplicamos a tantas cosas: buena película,
buen perro, buena televisión, buena suerte, buena persona, buen Dios... ¿Qué
significa
«bueno»? ¿Es la noción «bueno» buena? ¿Cuál es el significado o ratio y el
aspecto de la realidad que este trascendental nos desvela?
b. El misterio del «mal»
Se presenta, además, un problema particular. ¿Cómo podemos decir que todo
ente es bueno cuando experimentamos tantos males en la vida? No todo parece
ser bueno: hay enfermedades, muerte, dolor, maldad, mentiras, errores,
terremotos, sequías, guerras, violencia, aborto, injusticias, pecado,
defectos, malos hábitos, pobreza, ignorancia, infelicidad... ¿Qué es el mal?
¿Por qué el mal?
2. El bien trascendental: el ente en su relación con la voluntad
Al conocimiento de un objeto le sigue una reacción afectiva, la inclinación
de una tendencia, llamada apetito: la voluntad55. Cada ente posee alguna
perfección que lo hace apetecible. Cada uno tiene un valor intrínseco por el
mero hecho de existir y de ser preferible a la nada. Es, de hecho,
actualmente querido, deseado, apetecido. ¿Por quién? Por Dios. Todo lo que
existe es bueno por el hech o de entablar una relación con la Voluntad de
Dios. Ser es ser deseado por Dios, el Fundamento último del valor de todas
las cosas. «Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno» (Gén 1, 31).
Ser ente significa ser deseable, apetecible, amable, capaz de ser estimado
por un sujeto espiritual. Ya lo es en relación con Dios. Lo es también,
secundariamente, en relación con el hombre, quien sabe apreciar el valor de
lo que es. Aquello que aún no conoce es, de todos modos, desiderable, porque
ya posee en sí un valor propio (es apreciado por Dios) y está disponible a
ser apetecido por el hombre. Las cosas, en efecto, no son buenas porque las
deseamos, sino que las deseamos porque son buenas. Un ente, en definitiva,
es bueno en la medida en que es: «ens et bonum convertuntur». Uno posee
tanto valor cuanto más perfección –más grado de ser– tenga. Una piedra es en
sí menos apreciable que un venado, porque posee menos perfecciones,
participa menos del ser que el mamífero. Cada persona huma na, subsistente
en naturaleza espiritual, fin en sí misma, es infinitamente más valiosa y
amable que todas las demás cosas de este mundo, que en el fondo no son más
que medios para el hombre.
3. Sentidos de bondad
Primero, el «bien trascendental»: un ente es bueno en cuanto es. Segundo, el
«bien simple»: un ente es bueno en cuanto alcanza su fin inmanente según su
naturaleza. Tal fin puede concretarse en diversos aspectos, a tenor de las
categorías: la consecución de su propio fin esencial (substancia) –una
estrella que ilumina, un teléfono que funciona, un pájaro que vuela–; la
perfección de las dimensiones (cantidad) –una rosa, una estatua, un joven
bien proporcionados en sus partes o miembros–; el vigor operativo (cualidad)
–una computadora rápida, un árbol con buenos frutos, un profesor que enseña
bien. El hombre alcanza su fin substancial y su vigor operativo en la
perfección moral, viviendo como debe vivir. Mencionemos, por último, el
«bien pe rfectivo»: el bien de comunicar la propia perfección, pues el bien
tiende por naturaleza a ser expansivo, difusivo (bonum est diffusivum sui).
Los entes materiales comunican lo que tienen de modo necesario, mientras que
los espirituales lo hacen libremente. Por eso el hombre es más perfecto
cuanto más se dona a sí mismo, más da de lo que tiene. Así imita a Dios que,
siendo Todo Perfección, se dona a Sí mismo creando todas las cosas y amando
al hombre hasta la locura de la encarnación y de la cruz.
4. El misterio del «mal»: ¿qué es el mal y por qué hay mal?
a. La naturaleza del «mal»
Si todo es bueno, ¿cómo es posible que haya tantos males? Dado que el
no-ente, lo ontológicamente diviso y falso no existen en sí mismos, tampoco
el mal ha de ser un ente en sí mismo. ¿Quiere decir esto que el mal es una
ilusión? Ciertamente no. Si fuera una ilusión, seguiríamos teniendo el mal:
el mal de la imaginación proyectando el mal. Bien sabemos que el mal es una
«cruda realidad». Ahora bien, el mal en cuanto mal no puede ser una realidad
positiva. Es un defecto o privación del ser, la falta de alguna perfección
en un ente que debería tenerla. Cojear es un mal físico y robar es un mal
moral. Ambas actividades, sin embargo, son buenas en cuanto entes,
consideradas simplemente como actividades: de hecho es mejor cojear que no
caminar para nada; robar es una acción y el hombre necesita actuar para
subsistir. Con todo, ambas actividades son malas si las comparamos con la
perfección debida que falta: caminar bien con las dos piernas y conformar la
acción moral con la ley natural, el respeto de los bienes ajenos. El mal,
propiamente hablando, no es un ente o una perfección, si bien nuestra
imaginación así lo proyecta. Más bien el mal es, precisamente, la falta de
ente o de perfección que un individuo debería tener (56).
b. La causa del «mal»: Dios y el mal
Si todo ente es ontológicamente bueno, ¿cómo es posible que un en te bueno
cause un mal, o sea, la privación de una forma debida? Más aún, si Dios es
infinitamente Bueno, ¿cómo puede causar o permitir tantos males? Mucha
gente, de hecho, niega la existencia de Dios por causa del mal que invade en
el mundo. Si Dios es Omnipotente, ¿por qué no detiene el mal o impide su
expansión?
Dado que no hay mal absoluto, tampoco hay una causa del mal en cuanto tal.
El mal «existe» sólo en un sujeto como privación. Su causa, por tanto, tiene
que ser algún sujeto ya existente, algo bueno en sí. Ahora bien, ningún
ente, nada en sí bueno puede tender por naturaleza a producir un defecto o
una falta de perfección que debería estar en un sujeto. Los entes sólo
pueden tender a producir bienes, realidades positivas. Por lo mismo, el mal
no puede ser causado directamente, sino sólo indirectamente (per accidens),
o sea, como un medio para obtener algún otro bien. Los hombres, por ejemplo,
entablan una guerra, causando tragedias, pero sólo porque la perciben co mo
un bien –aunque no sea un bien en sí, objetivo–, como es conquistar más
tierra, destruir una amenaza, adquirir más poder y riqueza. Sea o no bien,
todo ello se percibe como bien.
¿Y Dios? Podemos decir que Dios ha causado males físicos –terremotos,
tormentas, gélido clima...– indirectamente, ya que su Inteligencia creadora
ve «todo el cuadro» del universo y se asegura que esos males físicos
procuren la perfección de todo el conjunto de la naturaleza. Si camináramos
al lado de un mural inmenso con un enorme fresco, ¿qué veríamos? Sólo unos
cuantos colores y formas cuyo significado no comprenderíamos, dado que no
estamos viendo todo el fresco. Analógamente, tal vez no percibimos la razón
de ser de muchos males, pero estamos seguros de que Dios, que es la Causa
última sabia y buena de todo, los permite por el bien de todo el universo.
Dios, desde luego, no puede ser causa del mal moral. Sólo pueden pecar las
creaturas libres indirectamente (per accidens), es dec ir, buscando un bien
subjetivo al obrar un mal objetivo. ¿No podría Dios detener y destruir el
mal que los hombres causamos? Sí, desde luego. Entonces, ¿por qué no lo
hace? «Dios, por ser el bien sumo, de ninguna manera permitiría que hubiera
algún tipo de mal en sus obras, a no ser que, por ser omnipotente y bueno,
del mal sacara un bien. Esto pertenece a la infinita bondad de Dios, que
puede permitir el mal para sacar de él un bien» (57).
D. Bello (pulchrum)
1. Los problemas de la «belleza»
«Bello», «bonito», «hermoso», «lindo»... ¿no usamos estas palabras con harta
frecuencia? Bonita casa, empleo, ocaso, jardín, reloj, ciudad, familia...
¿Qué queremos decir en cada caso? Además de la ambigüedad del significado,
«bello» se enfrenta a un problema particular: parece ser una sensación
meramente subjetiva, una experiencia estética que no tiene nada que ver con
la realidad en cuanto tal. A uno le parece bonito un cuadro de Monet, a otro
no. «De gu stos no hay nada escrito». ¿Cómo establecer un criterio objetivo
sobre lo bello? ¿Es la belleza un aspecto trascendental de la realidad? Y si
lo es, ¿cuál es su ratio específica?
2. La belleza trascendental: el ente en su relación con la totalidad de
un espíritu
a. Considerándolo desde el punto de vista subjetivo, todo ente es agradable
Algo es «verdadero» y «bueno» en cuanto se relaciona con una inteligencia y
una voluntad, presentándose como cognoscible y apetecible. Lo bello, en
cambio, al abarcar ambos, se relaciona con todo el espíritu y causa un
sentido de complacencia, satisfacción, emoción, gozo, plenitud, realización.
Ser ente significa ser deleitable a quien lo contempla, como resultado de su
conocimiento y aprecio. Ahora bien, todo ente es objeto de placer, aunque
aún no sea conocido y percibido así por el hombre, ya que está en relación
con Dios, que todo lo contempla y todo lo goza. Hay, pues, un significado y
un aspecto espe cíficos en este trascendental desde el punto de vista de la
persona: el deleite de conocer y amar al ente, el disfrute en su perfección
(58).
b. Considerándolo desde el punto de vista objetivo, todo ente es
esplendoroso
La fruición del espíritu ante lo bello no puede consistir simplemente en una
experiencia subjetiva. Es un goce de algo actual, de un ente que irradia la
perfección de su ser, de su forma substancial y de sus accidentes. Lo que
nos agrada contemplar es la realidad misma. «Preguntaré primero si las cosas
son bellas porque agradan o agradan porque son bellas. Se me contestará sin
duda que deleitan porque son bellas» (59). En este sentido, podemos llamar a
la belleza, con S. Alberto Magno, splendor formaF, el esplendor de la forma.
Sirviéndome de metáforas, quisiera llamarla también «el color del ente», «la
música de lo real», «la transparencia del ser», «la viva armonía de la
realidad», su «gozosa irradiación», «el don de sí» de cada en te.
¿Qué elementos constituyen la belleza objetiva de un ente? Sto. Tomás
encuentra tres:
(1) la integridad: el hecho de ser completo, perfecto, lleno, o sea, de
contar con todos los aspectos y partes con que uno aparece como un todo,
indivisible, idéntico a sí, uno;
(2) la claridad: la presentación de la propia inteligibilidad, luminosidad,
esplendor, la transparencia de la forma o la «luz» que facilita al intelecto
el poder conocerla, lo que le hace verdadero;
(3) la proporción: el ajuste, el equilibrio, la justa medida, la simetría de
un ente que es unidad en la multiplicidad de sus elementos y que se armoniza
con su propia naturaleza, haciéndolo deseable, bueno.
Un ente es, pues, hermoso de contemplar porque posee y en la medida en que
posee integridad, claridad y proporción, es decir, en la medida en que es
uno, verdadero y bueno. «Ens et pulchrum convertuntur»: ser ente significa
ser bello y será tal en tanto en cuanto deleita a Dios, que es la Suprema
Belleza, Todo Gloria. Así, un calcetín es metafísicamente menos hermoso que
una rosa, y ésta menos aún que una gacela. El hombre es el ente más bello de
la creación, por estar hecho a imagen de Dios y ser objeto directo de su
complacencia. Por constituir la armonía de los demás aspectos de la realidad
–unidad, verdad y bondad–, se ha llamado a la belleza «la síntesis de los
trascendentales».
3. Arte y belleza
Hablemos brevemente sobre la relación entre ambos. Lo bello, como
trascendental, tiene un alcance mucho mayor que el arte. Con todo, en el
arte brilla la belleza de una manera especial, pues es el testimonio más
perfecto de la capacidad humana para captar la belleza intuitivamente.
Cuando un hombre queda cautivado por la belleza, se expresa a sí mismo con
una obra de arte. El arte es, entonces, el lado espiritual de los entes que
se reflejan en el alma humana. Es una ventana abierta en el mundo material
que permite al hombre vislumbrar un rayo de la belleza espiritual, eterna.
Conclusión
Cada trascendental expresa un aspecto de la inexhaurible realidad. Si
consideramos el ente absolutamente, lo percibimos como uno, o sea,
indivisible y determinado. Si lo consideramos en relación con la mente, es
verdadero, no-autocontradictorio, inteligible o cognoscible. En relación con
la voluntad, es bueno, deseable o amable, ya que posee un valor en sí mismo.
El mal, por el contrario, es la privación de un bien o perfección que
debería estar en un sujeto y por eso está causado indirectamente por un
ente, un bien. En relación con todo el espíritu (emoción, intelecto,
voluntad), el ente es bello, un gozo que se experimenta al contemplarlo por
causa de su esplendor (integridad, claridad, proporción).
Términos clave
Inteligibilidad: la capacidad de ser conocido por un intelecto (divino,
angélico o humano).
Mal: Lo que no es bueno o lo que es objeto de aversión. No se trata
de una realidad positiva o de un principio coeterno, como los sistemas
dualísticos –el maniqueísmo entre otros– considera. Consiste en la falta de
ente o bien en un sujeto donde tal ente o bien debería existir. Es de dos
tipos:
Mal físico:
el desorden en los entes naturales que causa sufrimientos.
Mal moral:
el desorden en la acción humana, inducido por la concupiscencia y causado
por una libertad finita, la de la persona humana.
Arte:
en sentido estricto, es la creatividad humana en las artes liberales y la
literatura.
Notas bibliográficas
51) «Ratio unitatis consistit in indivisione» (STO. TOMÁS, I Sent. d. 24, q.
1, a. 2).
52) No debe confundirse la unidad metafísica, ontológica o trascendental,
que significa ausencia de división, con la unidad matemática o cuantitativa,
que es una propiedad de los entes mat eriales, ya que radica en el accidente
cantidad, por la cual los entes son «contables». El «uno» matemático es el
inicio de la serie de los números (cf. ARISTÓTELES, Metafísica X 1).
53) Sobre los múltiples significados de estas nociones, se vea ARISTÓTELES,
Metafísica X 3. Especifiquemos los sentidos de idéntico: la coincidencia de
una substancia consigo mismo es identidad de número; la de una esencia
universal (género o especie), identidad genérica o específica; la de una
relación entre diversos sujetos, unidad de analogía de proporcionalidad (cf.
Ibíd. V 6). Se note que la identidad y diferencia se implican
recíprocamente, en el sentido de que lo que es, es a la vez idéntico y
diverso: idéntico a sí mismo, diverso de los otros (Ibíd. X 3, 1054b 18-22).
«Por tanto, todo es en relación a todo y el ente de la experiencia resulta
una inmensa y compleja red de relaciones entre todos los entes» (E. BERTI,
Metafísica, p. 66).
54) A estos tres tipos de verdad podríam os oponer otros tantos de falsedad.
(1) Lo falso (del latín, fallere, «engañar, fallar») se opone, estrictamente
hablando, a la verdad formal o lógica, porque «falla» en su intento de
captar las cosas como son: hay disconformidad entre la mente y la realidad
(el libro no está en la mesa). (2) El error se opone a la verdad fenoménica,
porque asiente a un juicio falso, a un «conocimiento aparente». (3) Lo «ontológicamente
falso», opuesto a la verdad ontológica, se refiere a la cualidad que algo
tiene para inducir al hombre a caer en el error (una moneda falsa, un metal
brillante que se toma por oro). En realidad, nada es «ontológicamente
falso», pues la falsedad no está en las cosas, sino en el defecto del
conocer humano que no se adecúa a lo que es. (4) Mencionemos, además, la
veracidad como la cualidad de ser honesto, sincero, porque hay una
conformidad entre lo que uno dice y lo que piensa y siente; su opuesto es la
mentira, una falsa afirmación con la intencionalidad de engañar.
55) «Lo bueno es lo que todos desean» («bonum est quod omnia appetunt»: STO.
TOMAS, De divinis nominibus, c. IV, lect. 1). Todo ente «ama» su propio ser,
«desea» por naturaleza su propia perfección: una planta, su crecimiento; un
animal, su progreso; el hombre, su realización como persona en todos los
campos... Todo mal es «instintivamente» evitado. Los entes se corrompen o
mueren, no porque quieran, sino «a pesar suyo». Nadie puede desear el mal
por el mal. Ni siquiera el hombre. Cuando nosotros pecamos, escogemos un mal
objetivo (robar dinero, por ejemplo), no lo hacemos a la luz del mal, sino
bajo la consideración del bien (creemos que el dinero robado nos hará más
felices).
56) Recuérdese el «estatuto ontológico» del no-ente como privación de una
forma, o sea, como mal físico y moral en el capítulo sobre la analogía (tema
1, E: los «no-entes» del universo). «De este modo, el defecto o privación,
el mal como tal, debe distinguirse del ente que es “malo”. Una privació n no
puede existir por sí misma; debe ser la privación sufrida por un sujeto.
Así, “el mal absoluto” –un ente completamente malo– es una contradicción en
términos; en la medida en que es, cada ente es bueno. El mal debe ser
siempre un “mal relativo”: una carencia en algún sujeto que, en la medida en
que es, es bueno. De este modo, el mal siempre presupone la existencia de un
sujeto bueno» (A.R. DULLES, J.M. DEMSKE, R.J. O’CONNELL, SS.II.,
Introductory Metaphysics, Sheed and Ward, New York 1955, p. 128).
57) STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 2, 3 ad 1; la primera frase es una cita de
S. AGUSTÍN, Enchridion XI, c.2: ML 40, 236. El problema del mal atañe
directamente a la teología natural o teodicea.
58)Éste era el aspecto que consideraba Sto. Tomás cuando definía lo bello
como «lo que agrada a la vista» («pulchra enim dicuntur quae visa placent»,
Summ. Theol. I, 5, 4 ad 1).
59) «Et prius quaeram utrum ideo pulchra sint, quia delectant; an ideo
delectent, quia pulchra sunt. Hic mihi sine dubitatione respondebitur, ideo
delectare quia pulchra sunt» (S. AGUSTÍN, De vera religione, c. 32, 59: ML
34, 148). A este aspecto objetivo del trascendental se refería el
Pseudo-Dionisio cuando afirmaba que «se alaba el bien como bello»
(PSEUDO-DIONISIO, De divinis nominibus IV, 4: MG 3, 700).
Autoevaluación
1. ¿Cuáles son los aspectos del problema «uno-múltiple» y cuál es la ratio
de «uno»?
2. ¿Cuáles son los diferentes tipos de unidad y las nociones que derivan y
se oponen a ella?
3. ¿Cuáles son los tres tipos de verdad?
4. ¿En qué consiste la ratio de la verdad trascendental?
5. ¿En qué consiste la ratio de la bondad trascendental?
6. ¿Cuáles son los diversos sentidos de bondad?
7. ¿Cuál es la naturaleza y la causa del mal?
8. ¿En qué consiste la ratio de la belleza trascendental?
9. ¿Cuál es el fundamento objetivo de la belleza, o sea, sus tres elementos
constitut ivos?