Textos sobre oración

 

 

Conferencia en el Centro Arrupe

Arrupe y su canto del cisne

Manuel Tejera

-Mi conocimiento del P. Arrupe:

-Villasís

-Noviciado

-Socio: Valencia y Manresa

-Maestro de novicios

-Reunión de Maestros de novicios

-Congregación de Procuradores

-Visitas posteriores.

-Pedro Arrupe, más conocido por su espíritu abierto al mundo, su inquietud social, su espíritu dialogante, el empeño por inculcar la fe, su preocupación por lo refugiados. Conocemos más lo que hizo que lo que fue.

La predicación en su funeral: "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios". La parresía que desborda los propios esquemas.

-El tema que abordamos es la oración, lo que sobre ella él nos dijo.

-Pero haremos alguna cata en lo que fue su mundo interior, con la dificultad que implica adentrarse en el misterio de la persona. Arrupe sacó la fuerza de su experiencia de Dios vivida en su oración y en el contacto con el Sagrario

-La misa en mi catedral:

"El que planeó esta capillita "quizá no se apercibió de que aquella estancia divina iba a ser fuente de incalculable fuerza y dinamismo para toda la Compañía, lugar de inspiración, de consuelo, de fortaleza, de... estar; de que iba a ser la "estancia" del ocio más actuoso, donde no haciendo nada se hace todo!: como la ociosa María que bebía las palabras del Maestro, mucho más activa que Marta su hermana; donde se cruza la mirada del Maestro y la mía, donde se aprende en el silencio. (...) Cuatro paredes que encierran un altar un altar, un sagrario, un crucifijo, un icono mariano, un "zabuton" (cojín japonés), un cuadro japonés, una lámpara. No se necesita más. (...) Expresa un programa de vida: de la vida que se consume en el amor, crucificada con Jesús, acompañada de María, ofrecida a Dios, como la víctima que todos los días se ofrece en el altar.

Muchas veces durante estos últimos años he oído decir: ¿Para qué tantas visitas al santísimo si Dios está en todas partes? Mi respuesta, a veces tácita, es: Ciertamente no saben lo que dicen; no hay duda de que Dios está en todas partes, pero "venid y ved" (Jn 1,39) dónde el Señor habita: ésta es su casa. Apelo no a argumentos y discusiones, sino a la experiencia que se vive en esa habitación del Señor: "E que tiene experiencia se expresa con inteligencia" (Si 34,9). El Maestro está aquí y te llama" (Jn 11, 28). Aquí brota espontáneamente el "Señor enséñanos a orar" (Lc 11,1); "Explícanos la parábola" (Mt 13,36). Oyendo sus palabras se comprende la expresión del entusiasmo popular: "Jamás un hombre ha hablado como habla este hombre" (Jn 7,46); o el de los apóstoles: "Adónde vamos a ir? Tú tienes palabra de vida eterna" (Jn 6,68); y entiende por experiencia el valor del "estar sentado a sus pies escuchando su palabra" (Lc 10,39; cfr Lc 24,32).

En aquella catedral se oró, se sufrió, se proyectó, se sintió ánimos y fuerzas para empujar hacia adelante. El Espíritu se movía.

-La oración es "estar", "sin hacer nada". ¿Qué es orar?: Estar. Junto al Señor no se hace nada, pero se hace todo. La relación de amistad con el Señor Jesús.

"Me encontraba yo en Yamaguchi a cargo de un grupo de jóvenes de ambos sexos: había entre ellos una muchacha, d unos 20 años, que sin llamar la atención venía a la capilla y permanecía a veces horas enteras de rodillas delante del sagrario. Parecía estar como ensimismada, no se movía. Me llamó la atención que siendo una joven como otra cualquiera, muy alegre y muy bien parecida, viniese a la capilla con tanta asiduidad en medio de una vida común entre sus compañeros, entre los que ejercía verdadera simpatía. Un día nos encontramos, o procuré yo que nos encontráramos cuando ella salí de la capilla. Empezamos a hablar como de costumbre y cayó la conversación sobre sus constantes y largas visitas al Santísimo Sacramento. En un momento en que me dio pie para ello, le pregunté: -"¿Y qué hace tanto tiempo ante el sagrario?" Sin vacilar, como quien ya tenía pensada de antemano la respuesta, me dijo: "Nada". -"¿Cómo nada?, insistí. -"¿Te parece que es posible estar tanto tiempo sin hacer nada?"

Esta precisión de mi pregunta, que borraba toda posible ambigüedad pareció desconcertarle un poco. Esta vez tardó más en responderme. Al fin, me dijo: -"Que qué hago delante del sagrario?... pues estar". Y volvió a callarse. Y seguimos nuestra conversación ordinaria.

Parecía que no había dicho nada, al menos nada especial. Pero en realidad no había callado nada y lo había dicho todo en una palabra riquísima de contenido; en una sola palabra había condensado todo lo que significaba su presencia ante el Señor: "estar", como estaba María, l hermana de Lázaro, a los pies del Señor (Lc 19,39), o la Virgen al pie de la cruz. Ellas también estaban. Horas de amistad. Horas de intimidades, en las que nada se pierde y parece que nada se da... porque lo que se da es todo, todo el ser. Desgraciadamente son pocos relativamente los que entienden el valor de ese "estar" a los pies del Maestro en la Eucaristía, ese aparente perder el tiempo con Jesús" (A los jóvenes del Movimiento Eucarístico Juvenil. Asís, 6-9-1979).

-Su exhortación a la oración: una urgencia. Nos referiremos especialmente a palabras dirigidas a los jesuitas.

-La sacudida postconciliar y la que siguió a la CG 32 de la Compañía de Jesús. Ya en plena CG 32 advertía de algunos peligros y alguno problemas de mayor importancia. El primero de ellos tenía que ver precisamente con la fe y la oración. "Fe y cuanto se relaciona con la fe, pues ella es el fundamento de todo. Y ciertamente , mientras en algunos peligra la fe; en otros urge el deseo de mayor renovación espiritual, más intensa oración, etcétera, como lo vemos hoy con frecuencia.

Los tiempos que alboreaban, el Concilio y la Congregación General 32 habían marcado un rumbo nuevo. Los religiosos en general y los jesuitas en particular iniciaron un mayor acercamiento al mundo y sus preocupaciones. El trabajo apostólico se acercó más a la frontera de la increencia, a los espacios donde la vida del apóstol queda más desguarnecida. A los jesuitas de España les dirá que "las condiciones de vida moderna no facilitan la vida de oración. Y sin embargo, no hay verdadero espíritu apostólico si no se fundamenta en un "contacto íntimo con Dios". Y tras exhortar a los individuos y a las comunidades "a practicar personalmente la oración" y "crear en la comunidad un ambiente que la favorezca", añade: "La vida de la Compañía supone esencialmente la oración personal: un jesuita que no ora ya está viviendo prácticamente fuera de la Compañía". En la respuesta a la cartas "ex officio" del año 1976, volvía a tocar el tema: "... una vida apostólica cual nos la exige la Compañía, y más si hemos de hacer realidad la inserción a que nos ha estimulado la CG XXXII con todas las consecuencias y con todos los límites, es inconcebible, y por lo tanto irrealizable, sin una base espiritual sólida y fuerte, alimentada en la oración y la Eucaristía, con la frecuencia necesaria, que, como norma general, debe ser diaria".

-Las situaciones de frontera en que viven muchos jesuitas y desde donde afrontan su misión exigen "una vida de oración más profunda y una experiencia de Dios permanentemente renovada". Nuestro encuentro personal con Dios ha de dar a nuestra vida "su sello de absoluto, de exigencia radical, de respuesta incondicional".

La evangelización de avanzada, realizada en condiciones de soledad y, muchas veces, en ambiente difícil y hostil, no se puede llevar adelante "sin una permanente realimentación espiritual de toda solidez. La insistencia en la necesidad de una mayor profundidad de la vida en el espíritu, ante los retos que se presentan y las nuevas condiciones de inserción de los jesuitas aflora hasta la saciedad. Se exige "una vida de oración más profunda y una experiencia de Dios permanentemente renovada". Especialmente los que desarrollan su misión en campos difíciles, como la misión obrera y los que trabajan en el mundo intelectual han de cuidar con esmero su dimensión religiosa. "El que progrese en su vida intelectual (de variedad profana o no profana) sin progresar simultáneamente en la profundización de su fe, se pone en peligro". Y para vivir la vocación de misión obrera, el mantenimiento de la vida sacramental y de la identidad religiosa intensamente vivido no es negociable. De tal manera que los que viven su misión en condiciones difíciles, que no favorecen la vida espiritual y de oración, deben "buscar, si es necesario, otros modos, ritmos y formas de oración más adecuados a sus circunstancias", de modo que si no es posible conseguirlo, a pesar de las ayudas, "eso significaría una contradicción para esa misma misión y obligaría a replantearla, para ver si conviene mantenerla o no". Pero en realidad, todos vivimos bajo el impacto de una fuerte secularización. La Compañía "necesita, tanto como siempre y tal vez más que en ninguna otra ocasión, una fuerte intensificación de nuestra experiencia espiritual personal, individual y comunitaria, de la que nadie puede considerarse justificadamente eximido".

-Su insistencia en la necesidad de orar va acompañada de una denuncia: no oramos bastante.

-Insistencia, contra toda retórica, en la necesidad de orar. Vivir la utopía que propone la CG 32 exige de los jesuitas una vida contemplativa seria. En la alocución final a la Congregación de Procuradores de 1978, tras exponer los medios para una mejor ejecución de la Congregación General 32, en el espíritu del magis ignaciano llega a decir que realizar el programa propuesto puede parecer una utopía. Y vivir esa utopía "exige una vida ´contemplativa´ intensa, completamente integrada en fecunda simbiosis con la actividad apostólica y, concretamente, contar con amplios espacios de silencio dedicados a la oración personal y compartida con la comunidad. Os lo digo con vehemente apremio: tratando de sentir qué es lo que Dios quiere de esta Compañía, siento que en el centro de la conversión y compromiso apostólico a que me he referido, está una ´robusta espiritualidad´ que no se adquiere ni se conserva sino con una oración continua que dé sentido a nuestra acción. Permitidme que, contraviniendo todas las reglas de la retórica, insista una vez más: hace falta más oración personal, profunda, prolongada, y saber compartirla con los demás. Sin oración, ni conversión, ni evaluación, ni discernimiento, ni empeño apostólico son posibles". Y poco más tarde, a los jesuitas de Perú, ante los difíciles problemas que había que afrontar, les recordaba "con vehemente apremio" las mismas palabras pronunciadas en la Congregación de Procuradores. Y añadía: "Este "elemento contemplativo" de nuestra vida religiosa, en el que debemos intentar crecer cada día, nos dará una honda motivación evangélica y una vigorosa fortaleza para una acción evangelizadora renovada (es el Espíritu el que renueva a los hombres y la faz de la tierra) y hará que vivamos una acción apostólica en la que se contemple y se coopere con el Señor de la historia".

"Hace falta más oración personal, profunda, prolongada". "No oramos bastante". Una exhortación y una queja, desde quien vive la experiencia del Dios que conduce la vida. El tema constituyó una eterna preocupación a lo largo de toda su vida como General. Cuando en 1970 visitó las provincias de España, el P. Arrupe encontró "un sentimiento de frustración, desánimo y como cierta indiferencia o distancia afectiva de la Compañía actual, que puede tener su origen en la falta de oración". El tema le preocupaba. La falta de oración no sólo hacía cundir el desánimo y la frustración, sino que abría muchas puertas para el abandono de la Compañía. Puntualizando algunos slogans que pululaban en el ambiente, no sólo de España, escribía: "Es obligación de todo jesuita procurar esta oración personal y progresar en ella... Todos debemos procurar llegar a ser hombres de oración. El descuido en este punto es de consecuencias perniciosísimas, como va dando la experiencia de tantos como van dejando la Compañía y cuyo principio ha sido la negligencia en esta práctica de la oración personal privada y comunitaria".

Nuestra consagración y nuestro dinamismo apostólico no pueden fructificar sin que Dios obre en nosotros y nosotros dejemos actuar a Dios. Así podremos ser puestos con Cristo. Para calibrar nuestra vida en Cristo, debemos preguntarnos "en qué situación nos encontramos respecto a nuestra oración... Hay que repetir incansablemente a todos los jesuitas que su vocación, más que cualquier regla o control, es la que les obliga a la oración; y por eso mismo, su responsabilidad está gravemente comprometida. Y que la Compañía mantiene esto como criterio para juzgar la fidelidad a la vocación". Por eso recuerda a los Superiores que "no teman hablar con cada persona acerca de su vida de oración en una verdadera cuenta de conciencia".

-La oración apostólica.

Arrupe tenía bien asimilada esta primacía de la gracia. Ante el difícil reto de la increencia y nuestra misión específica en ese campo, nos recuerda que para san Ignacio la oración y la eucaristía constituyen el primer medio de apostolado. Y por eso es necesario recurrir "como hacía San Ignacio en cualquier necesidad grave, a la oración de súplica y al ofrecimiento de la eucaristía". Tenemos "necesidad de rogar a Dios por el mundo a través del sacrificio de su Hijo. Si, por otra parte, nos costase darnos cuenta de la necesidad de la oración para obtener la gracia de Dios en este campo, ¿no sería síntoma de decaimiento de nuestra fe? ¿No habríamos llegado a relegar los medios sobrenaturales a la categoría de ´recursos piadosos´, impropios de nuestro nivel cultural, confiando de hecho mucho más -si no exclusivamente- en nuestras cualidades y trabajo? Si fuera así, habríamos de examinar muy a fondo el estado de nuestra fe. Esto es algo muy fundamental que se está desquebrajando entre nosotros". Pero siempre hemos de contemplar el mundo con sensibilidad evangélica, lo que requiere una actitud de mayor hondura en nuestra experiencia espiritual personal insustituible. Porque en realidad, la misión que el Señor nos impone es un reto que nos sobrepasa. Hacen falta "apóstoles nuevos que se esfuerzan por vivir el tiempo presente de cara al tiempo futuro". Arrupe nos dice que hemos de avanzar en "una renovada conciencia de que "los medios interiores son los que han de dar eficacia a aquellos exteriores para el fin que se pretende", es decir, de la esencialidad de la vida interior para nuestra acción en este misterioso futuro, porque sólo desde ella es posible la contemplación, experiencia frontal de la luz divina en la acción misma".

-La percepción de un final. Arrupe y el doble canto del cisne.

Un año antes de su grave enfermedad, en agosto de 1980, Arrupe hizo sus Ejercicios bajo la dirección del P. Luis González. "En la conversación nocturna con el P. Arrupe, me habla de su gran consolación al haber hecho los tres coloquios de las Banderas y ofrecerse incondicionalmente a Cristo por manos de María. Gran paz. Siente dificultad para "introspeccionarse" analizando posibles engaños. Consuelo íntimo en quererse identificar con los sentimientos de Jesucristo y facilidad para desear humillaciones por Él. Gran mérito sería que pudiera participar en el abandono de Cristo en la cruz. No teme nada. Está dispuesto a todo. Experimenta gran luz, sin poder dudar, cuando ofreció su renuncia a la Consulta. Y mayor consolación cuando la vio aceptada por la Compañía. Siente que Dios quiere algo de él. Pero no sabe qué. Se siente dispuesto a obedecer lo que disponga el Santo Padre. Recuerda los tiempos de estudiante de filosofía en Oña, cuando al salir de la iglesia , sintió que Dios le dijo: "Serás el primero". Él no sabía lo que significaba. le pareció entenderlo cuando le hicieron General. Se ofrece en manos de María como víctima por la Compañía y por la Iglesia. Con gran alegría.

... el penúltimo día de Ejercicios me descubrió su angustia. Era una desolación terrible, como nunca había sentido antes. Experimentaba sobre todo una rebeldía ante una perspectiva de humillación. Sin embargo, el último día se serenó y recobró su calma habitual. Pero me confirmaba que nunca había experimentado un dolor, una pena tan intensa. Siempre me he preguntado si el Señor le mostraría el futuro que le aguardaba" (Testimonio de Luis González).

"Por favor, ¡sed valientes! Os diré una cosa. No la olvidéis. ¡Orad! ¡Orad mucho! Estos problemas no se resuelven con esfuerzo humano. ¡Estoy diciéndoos cosas que quiero recalcar, un mensaje, mi canto del cisne para toda la Compañía! Tenemos tantas reuniones y encuentros, pero no oramos bastante. Oramos al principio y al final. ¡Está bien! ¡Somos cristianos! En nuestros tres días de reuniones, si empleamos medio en oración acerca de nuestras eventuales conclusiones o nuestros puntos de vista, tendremos tales luces distintas, y tales distintas síntesis, a pesar de los distintos puntos de vista, como nunca podríamos hallar en los libros y ni en los debates... Estas no son palabras pías de un maestro de novicios, sino San Ignacio, cien por cien.

1. Mensaje al presentar su renuncia. (CG33, p108-111)

"Hoy me siento, más que nunca, en las manos de Dios. Eso es lo que he deseado en toda mi vida, desde joven. Y eso es también lo único que sigo queriendo ahora. Pero con una diferencia: Hoy toda la iniciativa la tiene el Señor. Les aseguro que saberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia (...)

p. 108

Mi mensaje hoy es que estén a disposición del Señor. Que Dios sea siempre el centro, que le escuchemos, que busquemos constantemente qué podemos hacer en su mayor servicio, y lo realicemos lo mejor posible, con amor, desprendidos de todo. Que tengamos un sentido muy personal de Dios (...)

A los jóvenes les digo: Busquen la presencia de Dios, la propia santificación, que es la mejor preparación para el futuro (...) (p.109-110)

A los que están en la plenitud de su actividad les pido que no se gasten, y pongan el equilibrio de sus vidas no en el trabajo sino en Dios (...) (p. 110)

Para que la Compañía sirva al Señor y la Iglesia bajo el Romano Pontífice y para que el Señor la bendiga con muchas y excelentes vocaciones de sacerdotes y hermanos "ofrezco al Señor, en lo que me quede de vida, mis oraciones y los padecimientos anejos a mi enfermedad" (p.110).

"La profunda experiencia de la amorosa protección de la divina providencia, me ha dado fuerzas para cargar con el peso de mis responsabilidades y afrontar lo desafíos de nuestro tiempo" (p.118. Homilía en La Storta).

 

 

Oración-abnegación:

"... que regalo y oración no se compadece" (St. Teresa, Camino de Perfección, IV,2).

Oración-acción:

"Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios, no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo" (S. Juan Crisóstomo, Homilías. Lit. de las Horas II, 59-60).

"Pues si contemplar, y tener oración mental y vocal, y curar enfermos, y servir en las cosas de casa, y trabajar sea en lo más bajo, todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar, y comer y recrear, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?" (Sta. Teresa, Camino de Perfección, XVII,6).

Contemplación:

"Es de notar que hay dos géneros de unión del alma con Dios. En la oración, cuando se ejercita en estar actualmente amando a Dios; pero no la llamaremos a ésta la más perfecta, por no haber sido probada su perfección con el toque de la tribulación. Pero lo que se alcanza con la gracia de Dios con el ayuda de la oración en el tiempo de la tribulación y prueba, por ser probada llamaremos más perfecta; y esta unión siempre crece en los trabajos en el alma, si ella los vence; y así crece en más perfección, y si no, no: y así hemos de estimar en más los desconsuelos que los consuelos, lo adverso que lo próspero; y entonces le va mejor, cuando le parece va peor, es saber cuando le vienen cosas contrarias para vencerlas por Dios, y tiene ocasión para alcanzar más alta santidad y perfección probada. No se ha de estimar la santidad por regalos y consuelos, sino por padecer mucho por Dios, venciendo con gran pelea todos los vicios y pasiones, que nos inquietan y desasosiegan, y entristecen el alma hasta que sea señora de ellos y tenga verdadera paz; porque no hay cosa más preciosa en la tierra que el amor atribulado de los justos que se han vencido a sí mismos: esta es la mejor unión del alma con Dios y la mejor victoria, vencerse uno a sí mismo" (S. Alonso Rodríguez, Memorial, n. 21).

Oración-distracciones.

"No hagáis caso de las distracciones en la oración y no os inquietéis por la pena que ello pueda producir; simplemente, impedid que vuestro espíritu las siga en sus extravíos, y cuando el espíritu se distraiga reconducidlo dulcemente a la materia de la meditación, sin reflexionar sobre las distracciones" (Pinard de la Boullaye, La spiritualité ignatienne, p. 84).

Petición.

"Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Al citar estas tres propiedades, se habla de la conciencia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor" (S. Agustín, Carta a Proba. Liturgia de las Horas IV, 330).

"Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad" (S. Agustín, Carta a Proba, Liturgia de las Horas IV, 333).

2. Importancia de la oración

"El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción"

(S. Juan Crisóstomo, Homilía. Lit. de las Horas II, 59).

"La oración ocupa un lugar central en la vida religiosa. La han llamado, con razón, su alma, su corazón, su aliento; cuando enmudece en una cultura o en la vida de una persona es señal de que la vida religiosa ha desaparecido de ellas" (Martín Velasco, La actitud de oración. Reconocer una presencia en el espesor de la vida. Sal Terrae 63 [1975] 173).

Si alguno dice que la oración personal, formal y explícita, es cosa mitológica y anticuada es herético. Pero la oración formal, de se, se puede tener fuera del ejercicio de oración. "Porque toda explícita relación de la vida a Dios mediante la fe, esperanza y caridad, que es también ya formal gloria de Dios, es ya oración formal". El ejercicio de oración se ha de tener como preparación para que el hombre en su vida se refiera explícitamente a Dios, y en tal situación concreta, en la cual pueda realmente disponer de sí y con todo el peso existencial, lo cual no puede hacerse en todo momento de algún "ejercicio de oración". Por eso Ignacio insiste en la conexión entre la abnegación y la oración. Porque la abnegación contiene ya aquella entrega a Dios en la fe, esperanza y caridad, e incluso muy frecuentemente se opera más existencialmente que en la mera oración formalmente tal. La oración pone "ideológicamente" lo que la abnegación realiza existencialmente y por eso el ejercicio de oración se ha de juzgar más bien como preparación a la abnegación (y a la oración virtual o eminente tenida en ésta). Por eso san Ignacio pone más la perfección en la abnegación que en la oración.

Muchas funciones psicológicas o psicohigiénicas que antes estaban unidas a la oración privada (meditación) se pueden ejercer fuera de la oración y pueden y, quizá, deben institucionalizarse (v.c. planificación de ministerios, etc.). Ultimatim oratio non subest mensurae temporali (K. Rahner, De fide, oratione et secularizatione).

"La oración es, junto con el sacrificio, el acto fundamental del culto divino. En términos cristianos, la oración es una manifestación y un testimonio fundamental de las virtudes teologales. La oración realiza (corporaliza, hace perceptible) la fe (no refleja) en el Dios transcendente, el cual se ha revelado y comunicado al mundo en Jesucristo. Pertenece, por tanto, a los actos de la vida cristiana necesarios para la salvación" (F. Wulf, Oración, en Conceptos fundamentales de Teología, III, 228).

(La oración) "Es un hecho cultural permanente en todos los ámbitos y épocas históricas, porque responde a una necesidad humana permanente, por la que el hombre desborda la esfera de lo pragmático y de lo útil" (Juan A. Estrada, Oración: liberación y compromiso de fe. Santander, 1986.p. 22-23).

(En la oración) "Se trata de una actividad gratuita, amorosa, no utilitarista y no racionalista (aunque no sea irracional, en el sentido de opuesta a la razón humana). Y, sobre todo, es una actividad no prometeica, en la que el hombre se siente interpelado y a su vez cuestiona al mismo Dios" (Estrada, o.c.,p. 27).

"La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol"

(S. Juan Mª Vianney. Liturgia de las Horas IV, 1064).

"Las palabras del que ora han e ser mensuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dio con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque, así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, e propio del hombre respetuoso orar con tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos" (S. Cipriano, Sobre el padrenuestro. Liturgia de las Horas, III, 292).

Oración y conocimiento de sí mismos:

"Me agrada que los novicios aprendan a cantar, pero me agradaría mucho más que apredieran a llorar y y a vacar a la oración... Póngaseles una hora de oracación mental, en la que apendan a conocerse a sí mismos para que puedan conocer a Dios" (S. Juan de Capistrano. Citado por Leturia. Estudios ignacianos II, 78).

Comienzo de la oración:

"Al comienzo de la oración, antes de aplicaros a la materia que habéis preparado, deteneos un poco de tiempo en una paralización de toda clase de actos. Esto sirve para frenar la agitación de los sentidos, de la imaginación y del apetito, para poner el espíritu en reposo, y para aituar el alma en un fondo de paz interior que la diponga a recibir la acción de Dios" (H. Pinard de la Bloullaye, La spiritualité ignatienne, p. 83. Cita Lallemant).

-texto sencillo del Cura de Ars en oficio de lectura 4 agosto.

 

 

Recogimiento

(von Hildebrand, Nuestra trasformación en Cristo, vol I)

"El recogimiento constituye el supuesto de toda vida verdaderamente despierta y profunda, y por ello un elemento indispensable de la transformación en Jesucristo-la contemplación, empero, es la fuente de la cual podemos captar el agua de la vida en Jesucristo, y además el término en el cual esta vida se realiza" (p. 156).

"El recogimiento significa, en primer lugar, la antítesis de la dispersión" (p.156). Cuando estamos dispersos "no nos sentimos capaces de concentrar nuestra atención en un punto". Por el automatismo de las asociaciones vamos pasando de un tema a otro, de una imagen a otra, "somos una pelota en mano de nuestro mecanismo de asociación que nos va lanzando de un objeto a otro" (p.157).

A veces, un objeto reclama nuestra atención de tal manera que no somos capaces de concentrar voluntariamente nuestra atención en cualquier cosa. Ello constituye una dispersión relativa. Si se trata de algo más periférico que aquel objeto sobre el cual queremos centrar nuestra atención estamos también en la antítesis del recogimiento (p.157-158).

El recogimiento significa la antítesis de toda incursión a la periferia. El recogimiento significa "el cobrar unidad de toda la persona por un despertar a su propio ser mediante la penetración en lo profundo. ´El recogimiento es la victoria de la unidad en el campo del alma´, dijo Ernesto Ello" (p.158-159).

"Un hombre, que cada vez se vea arrastrado por el momento, que sin respiro pase de un trabajo, en el que tiene concentrada su atención, a otro, que se siente siempre dominado por las leyes propias de cada tarea y se extravíe de continuo en aquéllas, que jamás alcance una forma de verdadera meditación por encontrarse de continuo en actividades actuales y precisas, conoce tan poco el recogimiento como aquel que pasa su vida en ensoñaciones o la malbarata en juegos y charlas, aunque, ciertamente, el último es mucho peor" (p.159). El recogimiento implica un momento de liberación de tensión periférica y una concentración en lo profundo. Nos colocamos a una distancia de las cosas que nos permite contemplarlas por encima, sin que nos absorban (p.159).

Cuando nos vamos a emprender una decisión importante o un trabajo extenso y profundo necesitamos previamente recogernos, intentamos olvidar todo lo que nos encadena y concentrarnos en nosotros mismos. Sólo lo logramos si conseguimos salvarnos del torbellino de cosas grandes y pequeñas para llegar a Dios, origen y fin de todo ser, "cuando legramos volver a lo eternamente actual, al verdadero sentido de nuestro ser y vivir, a nuestra eterna destinación, al fin último que andamos buscando"

(p.160). "Sólo cuando todo lo demás se desvanece por un momento, y nosotros descubrimos a Dios en lo más propio y profundo de nosotros, cuando nos sentimos ante Jesucristo y podemos decirle: Ecce ancilla Domini, "He aquí la esclava del Señor" (Luc 1,38), es cuando nos alcanzamos al fin a nosotros mismos, al punto m´s específico y profundo de nuestro ser. Sólo entonces llega el hombre al verdadero habitare secum, "habitar en uno mismo", según dice San Benito en su Regla. Pues, según vimos anteriormente, Dios se halla más cerca de nosotros que nosotros mismos. Sólo entonces conseguimos un lugar de observación desde el cual todo lo demás retrocede al sitio que objetivamente le corresponde y nos descubre a la luz de la verdad suprema su verdadero valor y su auténtico sentido" (p.160-161). Si nos distanciamos de lo meramente pragmatizante sólo conseguiremos actualizar una parte de nuestro ser.

Debemos pretender siempre "salir del torbellino de nuestras ocupaciones temporales" (p.162). "El recogimiento implica que separemos de nuestro interior todo lo actual, que nos liberemos de toda posesión de las cosas de la vida para presentarnos directamente ante Dios. Sólo volviendo a Dios tornamos a nosotros mismos y sólo desde aquí se hace posible el orden interno de la totalidad de la vida. Tendemos a perdernos en cada nueva situación. En esta actitud sólo actuamos la periferia, o un parte de nuestro yo profundo (p.163).

Sin recogimiento, no hay profundidad, ni, por tanto, transformación radical y valiosa. Sin recogimiento, nuestros propósitos serán vanos.

Dos estadios en el recogimiento:

a) ascender hacia Dios, encontrarnos a nosotros mismos, establecer una distancia con todo lo actual y ordenarlo todo ante Dios.

b) recogerse y permanecer en concentración y aplicarnos a una tarea concreta. Actualizamos así una función parcial de nuestro ser, sin separarnos de Dios. Permanecemos así despiertos y vivientes. Noes entregamos al tema desde Dios y en Dios. Lo actual queda incorporado al orden del recogimiento. Si se trata de un tema más periférico, permanecemos en recogimiento mientras podemos establecer de manera superactual la relación de aquel tema con Dios y los valores auténticos, mientras nosotros no penetramos en aquella actividad periférica, sino que permanecemos con el conjunto de nuestra persona en otro lugar, pero nuestra alma sigue resonando como una melodía infinita (p.165-166). También en el mundo de lo creado, un gran amor hacia una persona requena también en todo nuestro trabajo exterior. Permanecemos en el mundo del ser querido, aunque nos hayamos entregado con toda nuestra atención a una actividad exterior. La atmósfera vital está en el amor que nos embarga. No vivimos en el pequeño mundo exterior, sino que permanecemos en lo profundo. Igual ocurre en el recogimiento con relación a Dios: "se encuentra en el mundo de Dios aun en el torbellino de las actividades exteriores" (p.166).

Pero para permanecer en el recogimiento es menester que de vez en cuando practiquemos el auténtico recogimiento en el sentido de alcanzar una despragmatizada vacuidad de ánimo ante Dios, de una medicación sobre Dios y nuestra finalidad verdadera. Toda actividad exterior nos expone al peligro de perder el habitare secum. "Para mantenernos en recogimiento en el más amplio sentido de la palabra, es forzoso, excepto en casos especiales de extraordinaria gracia, reñir una incesante lucha por volver a encontrar mediante un manifiesto acto de recogimiento nuestro ente verdadero" (p.167).

El verdadero recogimiento se relaciona con la contemplación, que tiene primacía en nuestra vida (cf Lc 10,42). Pero esa primacía "no debe determinar que empleemos más tiempo en la contemplación que en la acción, sino en que consideremos a la contemplación como el valor más auténtico y elevado" p. 168). Los antiguos daban la primacía a la contemplación (v.c. Aristóteles en el final de la Ética a Nicómaco), pero la limitaban a la esfera del conocimiento, lo cual es falso. En la esfera del conocimiento, el contemplativo trata de penetrar de forma intuitiva en lla esencia de un ente, o se reposa en la verdad que ya hemos hallado. Además , no sólo es contemplativo el conocer. También lo es el profundo sentimiento que un valor puede inspirarnos, la beatitud que nos proporciona la belleza o la bondad, el gozar de un valor o el beber en la fuente de la belleza. "En las reacciones de alegría, de amor, de adoración, encontramos típicas encarnaciones de la actitud fundamental contemplativa" (p. 169).

CARACTERÍSTICAS DE LA CONTEMPLACIÓN:

-La distinción entre medios y fin. La contemplatio se aplica al fin. "La mayor parte de las actividades de nuestra vida se aplacaban a una finalidad que en manera alguna constituyen un tema que se reposa en él mismo, y que a base de su contenido auténtico no pueda ser objeto de un elevado frui, de un delicioso sumirse en sí mismo" (p.172).

-El objeto se erige ante nosotros como algo valioso en sí mismo, algo que atrae, a causa de su contenido, a nuestro propio corazón y a nuestro espíritu. La acción mira hacia el futuro. La contemplación, la inmersión en un mundo de belleza, se demora en lo presente. En la acción, nuestro contacto con el bien queda fuera del bien mismo, no permanecemos en su presencia. En la contemplación actualizo mi propio ser completo; en la actio nos falta la receptividad, mientras que la contemplación posee siempre como elemento esencial la pura receptividad (172-173).

La actitud receptiva que, por tanto, caracterizada por las siguientes particularidades:

-En oposición a cualquier uti nos aplicamos plenamente al objeto, que nos interesa en sí mismo.

-El objeto aparece ante nosotros como algo importante, es fin en sí mismo.

-L actitud contemplativa aparece libre de tensión hacia el futuro; es un aplicarse sin tensión sobre algo presente.

-La aplicación a un objeto puede desarrollarse en tonalidad amplitud, no afectada por los medios.

-La actitud contemplativa sólo es colmada por la condición de tema del objeto en sí mismo.

-Es un puro incidir en el objeto; en ese incidir, el objeto me contempla y yo puedo aceptarle en la totalidad de su contenido y establecer estrecho connubio con él. En la actio sólo rozo el bien exteriormente, sin mirar a su rostro.

-Es una actitud específica de reposo, en la que todo mi ser puede actualizarse.

-Posee un carácter fundamentalmente receptivo. (p.173-177).

No toda distensión ofrece un carácter contemplativo. Hay distensiones que no tienen nada que ver con la contemplación: la ensoñación, un paseo reposado sin pensar en nada, las horas de asueto, el simple reposarse sin una orientación actual a una finalidad. Todas esas formas de distensión son desconexión de la vida espiritual despierta y viva, carecen de intensidad y establecen la cesación de toda auténtica actividad espiritual. No llega a desarrollarse la dialogada situación de objeto-sujeto.

La contemplación es, según Maritain (Acción y contemplación. Revue Thomiste), un estado activo del espíritu, pero de actividad inmanente.

La contemplación, en oposición a la distensión, constituye un estado de actividad en el más alto sentido de la palabra, que representa la actualización de la persona, la vida espiritual más dispuesta y verdadera y su forma más intensa (p.178-179).

¿Qué cosas pueden llegar a ser objeto exclusivo de contemplación?:

-No lo que ofrezca un carácter puramente instrumental. Normalmente no posee un contenido auténtico, profundo e importante.

-Lo que contenga una verdad importante de carácter general o un ente de elevado rango o valor (v.c. la esencia de una persona espiritual, la virtud de la pureza o el amor, la belleza de una obra de arte). El tipo de nuestra actitud contemplativa queda condicionado por la naturaleza del objeto: no es lo mismo una persona (contemplación de un tú) que un objeto (contemplación de un ello). La contemplación del tú no tiene que resultar necesariamente de la circunstancia de que el objeto de nuestra actitud contemplativa sea una persona.

(Si falta un momento de cierta inmersión y reposado vagar sobre el objeto, un momento de apartamiento en el tiempo, somos afectados por la otra persona de modo nuevo, en el cual el otro introduce su amor en nosotros y nos otorga su esencialidad ) (revisar p.181-183).

Si profundizamos en una verdad transcendental o en la esencia de un ser querido, salimos de nuestra vida y nos elevamos al mundo de lo valioso y auténtico, que podemos contemplar en su Topos Ouranios. Nos encaminamos entonces a un monte, desde el cual nos sentimos por principio más allá de la vida actual y donde vemos retroceder toda vivencia tomada en sí misma.; contemplamos, como apartado de ellas, las cosas en sí mismas, independientes de su presencia real. En esta forma de actitud contemplativa aparece de manera más marcada el momento de reposo, la intemporalidad, el carácter contemplativo, el abandonarse sin estorbos al loghos interno del objeto (p183-184).

En un caso, el mundo de lo valioso penetra en nuestra vida; en el otro, nosotros, partiendo de nuestra vida real, nos elevamos hasta aquel mundo. Eso nos conduce a otra característica de la contemplación: el objeto no sólo debe ponernos en contacto con su propio contenido aisladamente, sino que tiene que conducirnos al mundo de lo valioso y auténtico y adquirir así una posición general totalmente nueva respecto a todas las cosas. y nos haga exclamar: ¡Qué admirable es tu nombre en todas las cosas! (Sal 8). Somos conducidos al propio rostro de Dios, donde podemos contemplar su luz. Sólo entonces nuestra actitud es contemplativa y no une con lo eterno; sólo entonces podemos descubrir nuestra propia profundidad y beber en el verdadero valor.

Toda actitud plenamente contemplativa implica penetrar hasta el propio Dios. Cada ente revela así su más alto valor, si lo contemplamos in cospectu Dei: Tu luz nos hace ver la luz /Sal 35,10).

La contemplación estrictamente religiosa: Cuando nos sumergimos en Dios adorándole, encontramos aquel liberarse de toda tensión final hacia algo que tiene que ser resuelto. Abrimos nuestra alma para dejar que penetre en nosotros la mirada de su eterno amor y tenemos conciencia de que nuestra amorosa entrega es impulsada por el mismo Dios. Se da entonces una plena "contemplación del tú" y el reposo contemplativo que en el mundo de lo creado sólo es posible en la "contemplación del ello". Ahora, apartados de toda temporalidad, podemos sumergirnos reposadamente en Dios, presente en todo (p.188).

La contemplación religiosa del tú es radicalmente distinta de la de la persona creada Sólo a la persona absoluta nos entregamos en adoración, en la cual encontramos la subordinación. En ella encontramos la entrega absoluta de nosotros mismos y sólo ella puede aceptarnos realmente en todo nuestro ser.

En la contemplación se nos dan avances de la situación de inmortalidad. "Toda criatura puede convertirse en punto de partida de esta amorosa inmersión en Dios, y por tanto de la contemplación religiosa, aunque de manera muy distinta según su rango y valor. Para alcanzar la contemplación religiosa es menester que renunciemos a cuanto no puede prevalecer ante el rostro de Jesucristo. Debemos andar animados por la más firme voluntad de renunciar al "mundo y sus esplendores", rompiendo con todo aquello en que "Dios pueda ser ofendido" (Sal 23,3-4) (p. 192-193). Debemos también liberarnos de cualquier preocupación que se refiera a un bien creado. Es menester vaciarnos, olvidarlo todo "y cobrar una total tranquilidad interior, de suerte que todos nuestros anhelos y deseos se vean rechazados. En verdad debemos poseer la disposición deliberada de renunciar incluso a los bienes permitidos, si es ésta la voluntad de Dios". Debemos depositar todo en las manos de Dios para recibirlo de nuevo si así le place. Sólo cuando hayamos alcanzado este vacío interior nos será posible dejarnos colmar por Dios, sólo entonces estaremos verdaderamente en su presencia y le perteneceremos por entero (p.192-194).

La estructura de la contemplación está expresada en S. Agustín: Ibi vacabimus et videbimus, videbimus et amabimus, amabimus et laudabimus. Ecce quod erit sine fine (Civitas Dei). En la eternidad no habrá más que contemplación y ello nos patentiza que la contemplación es la forma de vida más elevada, definitiva y auténtica de nuestra vida espiritual. Pero nuestra naturaleza se halla de tal manera estructurada para la actio in statu viae que ésta no puede faltar del todo sin ocasionar daños interiores. Dios encargó al hombre el sometimiento de la tierra. El status viae es un estado de devenir y desarrollo. La actio nos llama a reproducir la vida de Dios. Para el hombre caído, el proceso de santificación viene además unido a un intenso trabajo sobre nosotros mismos para nuestra transformación en Cristo (p.194-197).

Pero siempre quedará para la actitud contemplativa un lugar muy por encima:

-En primer lugar, el gesto primigenio del hombre es un gesto receptivo: dejarnos captar por Dios, dejar penetrar su palabra en nosotros. Aun la transformación en Jesucristo es primariamente un dejarse transformar por él. Por eso la total vacuidad ante Dios.

-Aun en nuestra actitud contemplativa ante las cosas, el gesto primitivo es receptivo: la intuición, la apreciación de valores. "Sin contemplación, la acción orientada hacia objetivos elevados e importantes es una carrera hacia el vacío, pues carece de verdadera fecundidad" (p. 198). La acción moral no animada y colmada por el amor -contemplativo en cuanto tal-, se torna desabrida y como címbalo que retiñe. Igual ocurre con la acción artística, científica y con el trabajo por el propio perfeccionamiento-

-Las actividades periféricas no precisan de fundamento contemplativo. Pero cuando la contemplación no ve reconocidos sus derechos en nuestra vida, aquellas actividades nos arrastran a la periferia (p.198-200).

La contemplación no es medio, sino finalidad. El amor es el valor más alto y el amor es de naturaleza contemplativa, aunque en el statu viae, para ser auténtico, tiene que generar actos. Ante Dios, no podemos buscar otra cosa que adorarle.

***

¿Cómo se comportan entre sí recogimiento y contemplación? Toda verdadera contemplación es recogimiento y todo recogimiento necesita sumergirse en la contemplación. Ambas cosas significan un penetrar en lo profundo, implican un vaciar el ánimo y un apartarse de las leyes propias de lo actual. El recogimiento es un irse vaciando, un dirigirse al absoluto; la contemplación es un ser ya vacío y un reposarse en lo absoluto. La característica del recogimiento es la unificación de lo profundo, la oposición a toda dispersión. La contemplación es el reposado sumergirse en uno mismo como oposición a la tensión final hacia algo por realizar (202-203). Nuestra vida no puede ser en este mundo puramente contemplativa, pero sí recogida. "El recogimiento viene a ser el habitare secua, el vivir consigo mismo, del cual nunca deberíamos salir" (203). Pero no hay recogimiento sin intervalos de vuelta a la contemplación. Sólo la existencia en la que la contemplación goza de sus derechos y sea el punto de gravedad del vivir es una existencia auténtica.

¿Cómo alcanzar este recogimiento?

1. Por la contemplación religiosa. El cristiano tiene que conquistar en su vida un lugar para la contemplación, cueste lo que cueste. No dejarse arrastrar por el torbellino de actividades. En estos tiempos en que reina la primacía del rendimiento sobre el ser, somos fácilmente arrastrados por el torbellino. La mayor parte de los hombres sólo conocen como antídoto el descanso o la diversión.

-¿Cómo vencer los obstáculos que se oponen al recogimiento y la contemplación? En primer lugar hay que dedicar cada día algún tiempo a la oración interior para llenarnos de Jesucristo y de su sagrada presencia. Pero hay que estar precavidos para no realizar esta oración interior como una obligación cualquiera entre las demás. En la oración interior debemos entrar en un orden superior. Todo lo demás tiene que desaparecer. Todo lo que me aguarda y me aturde lo deposito en Jesús. Todo le pertenece: los cuidados, los deseos propios y de los demasíen realidad todo queda salvado en él. La oración interna es la antítesis de la tensión activista. En esa oración no vamos a despachar los asuntos.

Además, en el curso de nuestro vivir cotidiano debemos dirigir más y más repetidamente nuestras miradas a Dios, en momentos de elevación. Situarnos un momento ante Dios para subir de las causas segundas a la causa primera.

Debemos guardarnos de ser absorbidos por las leyes propias de nuestras ocupaciones y de los diferentes acaecimientos de la vida. Mantenernos anclados en Dios.

También las diversiones y cuanto nos retiene en la periferia son obstáculos. Para mantener el recogimiento es menester evitar aquellas cosas que se dirigen a nuestro afán de sensacionalismo, la curiosidad, los libros sin contenido artístico, todo lo que carga nuestra fantasía y torna difícil el intento de recogernos. También, evitar las diversiones innecesarias, la sociabilidad sin contenidos. La conversación, cuando ha sido prolongada en exceso, estorba al recogimiento, aunque se trate de temas profundos (p. 204-208).

"El silencio tiene asignada una función harto importante en la regeneración de nuestra alma; sólo en la pasividad que nos procura el silencio pueden ahondar en nosotros mismos su raíz, expansiones entre nosotros, aquellas cosas que nos han impresionado profundamente. Sólo con el reposo puede nacer en nosotros aquella calma interior que es indispensable para el recogimiento. Ciertamente, no es bastante que sólo guardemos silencio exteriormente mientras que interiormente seguimos charlando -debemos alcanzar también un silencio interior-. Pero el silencio exterior no deja de constituir, de todos modos, un supuesto indispensable para el recogimiento. Por muy egregia y profunda que pueda ser una palabra valiosa, por muy noble e importante que sea el don humano de objetivar conocimiento en las significativas palabras para poder comunicarlos a otros hombres, por verdaderamente grande y profunda que sea la capacidad de formular en palabras los juicios que inspira el amor para que puedan alcanzar a un "tú", sólo podremos llegar a la más profunda actualización del lenguaje si en los momentos de silencio hemos conseguido alcanzar el verdadero recogimiento" (p. 209).

También la soledad resulta de vez en cuando conveniente. No debemos olvidar tampoco un cierto frescor espiritual. Cuando nos encontramos agobiados de trabajo, no podemos entrar en recogimiento. Nos altera el mundo de los impulsos y no nos deja tomar las decisiones en libertad.. Es necesario un esparcimiento apropiado, una cierta dosis de sueño para llevar una vida recogida. No podemos vivir siempre intensamente. "Es menester que por al propio recogimiento existan momentos de pura distensión, o sea, desprovistos de intensidad para que las impresionas recibidas puedan echar raíces en el alma. Esta distensión la podemos encontrar en un paseo solitario en el que podamos dejar vagar el ánimo, o en ciertas actividades neutras (p.212). Nos ayuda también a conocer nuestra limitación, lejos de toda exageración jactanciosa. Sólo en el término viviremos en el valioso "ahora" que lo abarca todo.

Ahora podemos ver qué profundo enlace existe entre recogimiento y simplicidad. "Sólo a partir del recogimiento lo podemos reducir todo a un común denominador, pues en todo debemos encontrar a Jesucristo". Y sólo por el recogimiento podremos evitar que corrientes vitales contradictorias fluyan en nosotros sin ser confrontadas unas con otras.

Sólo si concedemos la primacía a la contempla ión, si vivimos en recogimiento, podrá Jesucristo estampar su divino sello en nuestro ser. La eternidad consistirá en el extremo recogimiento, en la entrega contemplativa a Dios" (213-214).

 

Giovanni della Croce, Recogimiento. Diccionario de Espiritualidad, p. 248-251.

Es el esfuerzo constante por apartar la actividad de las facultades espirituales de las cosas externas y de la reflexión sobre sí mismo, para fijar la atención de la inteligencia, con paz y sosiego, en el objeto de su consideración.

Es indispensable para conducir a la escucha de Dios y para fijar la mirada en él, eliminando las disipaciones, reordenando la actividad de las facultades espirituales y regulando los impulsos , los afectos, el juego de los recuerdos y fantasías. Nos hemos de desocupar de todo para llegarnos interiormente a Dios (Sta. Teresa, Camino 29,5).

-Recogimiento y vida cristiana: el r. es necesario para una viva toma de contacto con Cristo. El r. abarca la vida entrara. Al levantar los afectos y el corazón hacia Cristo, se reducen a unidad los latidos inquietos, no se pierde uno en la multiplicidad de las cosas que me rodean, se vive en el orden interior y se adquiere dominio sobre el mundo de los sentidos, de manera que se pueden tomar decisiones con responsabilidad. Dios se hace entonces presente en el hombre y éste se muestra flexible con los demás y comunicativo. Refleja entonces la luz de Dios.

-R. y vida de oración: la oración se basa en la realidad de Dios presente. La oración debe reducir los actos a simplicidad. Esto supone un esfuerzo de r. exterior e interior.

-R. exterior: consiste en la actitud del cuerpo en la oración. Al principio requiere inmovilidad (Sta. Teresa, Camino 28,6). Se puede expresar también a través de gestos (señal de la cruz, genuflexión, etc.).

-R. interior: prácticamente se identifica con la sustancia de la oración: el hombre, en un primer tiempo, intenta liberarse de los atractivos de las cosas externas y, en un segundo tiempo, se dirige con humildad y confianza a Dios., intensificando su atención a la presencia de Dios. Conduce al abismarse en la contemplación amorosa de Dios.

-Medios y prácticas auxiliares: retirarse a lugares sagrados y silenciosos, ambientes solitarios. En estas cosas (los campos, el agua, las flores) hallaba yo memoria del Criador, digo, que me despertaban y recogían y servían de libro (Sta. Teresa, Vida 9,5). Imágenes que inspiren devoción, música sagrada, semioscuridad, exposición del Santísimo.

Como prácticas interiores se aconsejan una frase bíblica o litúrgica que penetre en el alma, tomar un libro de romance bueno, aun para recoger el pensamiento (Sta. Teresa, Camino, 26,10), imaginar el alma como un palacio donde habita el gran Rey (Camino, 28,9), rezar vocalmente con mucha brevedad (ib. 28,4), oraciones jaculatorias, pensar en la propia ingratitud y pecados (Vida, 9,5), pero el mejor remedio que hallo es procurar tener el pensamiento en quien enderezo las palabras (Camino, 24,6). También la comunión espiritual frecuente.

-R. sobrenatural: es efecto de una comunicación interior de Dios. Cuando estas manifestaciones se repiten con cierta frecuencia facilitan su práctica, aunque no se puede dejar el esfuerzo personal, sin violencia: No ha de ir a fuerza de brazos el comenzarse a recoger, sino con suavidad (Sta. Teresa, Moradas II, n.10). Ese recogimiento no se limita sólo a las horas de oración; todo acontecimiento de la vida puede provocar el recogimiento e intensificarlo.Se convierte así en algo que impregna toda la existencia, que invita sin cesar a la intimidad con Dios, que realiza el deseo del corazón humano de descansar en Dios" (p.250a). Es la oración de deseo, del amor silencioso (S. Agustín In Psalm. 37,14; 95,2).

-R. y vida contemplativa: una vez convertido en hábito el R. se distingue entre la oración de r. activo y la de r. pasivo (infuso, sobrenatural):

-Oración de r. activo: se trata de una intensificación de la oración meditativa, con el fin de conducir al alma hacia la intimidad con el Señor. Recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios (Camino 28,4), entra en este paraíso con su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo lo del mundo (ib. 29,4). La oración de r. puede alcanzar las dimensiones de un coloquio amoroso, de un diálogo con Dios, en el que el corazón derrama sus afectos, o limitarse a la simple mirada de amor, sin proferir palabras interiores, con Cristo. Este fue el modo recomendado por Sta. Teresa a sus hijas: Como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí (Vida, 9,3). Una tercera forma es la descrita por S. Ignacio: detenerse en el punto en el que halla sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga [76]. La práctica repetida conduce a sentir la amorosa noticia general de Dios (S 2,13,7). Cuando se ha adquirido este hábito hablamos de contemplación adquirida (p. 250b).

Común a todas las formas de oración de r. es llevar a una progresiva simplificación de la actividad de las facultades espirituales. La extensión es sustituida por la intensidad (von Balthasar). El alma se mantiene pura y entera con Dios, sin que un pensamiento de eso ni de esotro se lo estorbe (S. Juan de la Cruz, Cautela 3). Hay que estar atento a no confundir esa pasividad con la perezosa inactividad. Por eso, Sta. Teresa propone una limitada actividad meditativa: Porque allí metida consigo misma puede pensar en la pasión y representar al Hijo y ofrecerle al Padre, y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario (Camino 28,4). Esta actividad tiene que alternarse con momentos de silencio, callado el entendimiento. Si pudiere ocuparle en que mire que la mira (Sta. Teresa, Vida 13,22). De esta manera se llega al dominio de la voluntad sobre los sentidos, los cuales, aun distrayéndose todavía, vuelven a recogerse. Así, la oración de r. es la mejor preparación para la contemplación.

-Oración de r. pasivo: el r. no es ya fruto de una actividad personal, sino que Dios "toma" al alma. Según Sta. Teresa es la primera fase del desarrollo de la oración de quietud. Así la describe S. Francisco de Sales: A veces sucede que el Señor derrama imperceptiblemente en el fondo del corazón una tal dulzura y suavidad que atestigua su presencia, y entonces las potencias e incluso los sentidos exteriores del alma se vuelcan hacia esta íntima parte donde se halla el amabilísimo y amadísimo Esposo... atrae hacia sí todas las facultades del alma, las cuales se recogen en trono a él y en él se establecen como en el objeto de sus más ardientes deseos (Tratado del amor de Dios VI, c.7; Sta. Teresa, Moradas IV,3,1-4). Sólo ocurre cuando Dios nos quiere hacer esta merced (Sta. Teresa), pero presupone el riguroso trabajo de despego total. Como efecto, se nota la necesidad de más profundo silencio y soledad.

También en este t. hay diversidad de grados. A menudo hay algún favor más alto. Se recomienda durante el día un mayor empeño por el r. exterior e interior, y en el momento de la oración, un abandono a la acción divina.

 

 

S. Bernardo

 

S. Bernardo, en el tratado De diligendo Deo insiste en la prioridad de Dios porque es Dios. Tiene que ser amado en sí mismo. Este amor viene determinado por la participación de Dios a través de los misterios de Cristo. Dios es amor y Cristo viene a encender el mundo en el amor.

Humildad

"El camino es la humildad, que lleva a la verdad: la una es el trabajo, la otra es el premio. ¿Cómo sabremos, me dices, que se hable aquí d la humildad cuando tan vagamente dice: Yo soy el camino? Mira cuán bien cuán precisado y claro lo tienes: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Dase pues a sí mismo como ejemplar de humildad y dechado de mansedumbre. Si le sigues e imitas, no andarás en tinieblas, sino en plena luz de vida" (De los grados de soberbia y humildad, c.I).

"La definición de la humildad puede ser ésta: La humildad es una virtud por la que el hombre, considerando y viendo sus defectos y miserias, tiénese en poco a sí mismo". ... "con su dulzura y rectitud les da la ley de la humildad, por la cual vengan de nuevo en conocimiento de la verdad" (S. Bernardo, De los grados de soberbia y humildad, c.I).

"El primer grado de la verdad consiste en mirarse a sí mismo, o reconocer la propia miseria".

"El segundo grado de la verdad consiste en compadecerse de la miseria del prójimo al conocer la propia flaqueza".

"El tercer grado de l verdad consiste en purificar el ojo del alma para contemplar las cosas celestiales".

 

 

 

Pecado

"Si el hombre persevera en el ejercicio de estas tres cosas, conviene a saber, en lágrimas de penitencia, en deseos de justicia y en obras de misericordia, quitará de su corazón los tres impedimentos que contrajo con la ignorancia, la flaqueza y el amor propio, purificando y aguzando la vista del alma, para ya poder elevarse a la contemplación, que es el tercer grado de la verdad. He aquí cuáles son los caminos que parecen buenos a los hombres, claro está, a aquellos que se gozan en el mal cometido y hacen gala de su perversidad. Y tras haber obrado mal, cúbrense con el manto de su flaqueza e ignorancia para pretextar excusas en sus pecados" (De lo grados de soberbia y humildad, c.VI). (el c.XVII se titula "Del octavo grado de soberbia, que es excusar los pecados").