SOBRE LA CRISTOLOGÍA DE OLEGARIO GLEZ. DE CARDEDAL


J. A. SAYÉS

 

En el mes de junio se originó una polémica a raíz del Premio Ratzinger que se concedió a Olegario. Un periodista comentó ante el anuncio del premio por parte del Card. Ruini que la cristología de Olegario había recibido críticas en España y, a consecuencia de ello, se publicó en Religión Digital una entrevista en la que Olegario acusaba a Iraburu, Sayés y el Opus Dei de haber urdido una campaña contra él. En ese momento Iraburu y un servidor respondíamos diciendo que no habíamos ejercido ninguna campaña contra la concesión del premio, sino que muchos años atrás habíamos publicado críticas legítimas y a las que Olegario nunca había contestado.

El caso es que, a raíz de ello, muchos piensan que ha quedado sobre la cristología de Olegario una duda sobre su ortodoxia y, en concreto, han pedido que se publicaran, de forma breve y clara, los interrogantes que suscita.

Por mi parte, publiqué un artículo en Ciencia tomista (2001), 585-606, y algunas observaciones en mi obra Teología y relativismo (BAC, 2007). Ahora quisiera, al margen de toda polémica, condensar mis propias observaciones. De ninguna manera pretendo discutir la concesión del premio, sino tratar de encontrar la verdad sobre Jesucristo, que es lo único que me interesa.

1)     ¿QUIÉN ES JESUCRISTO?

Citaremos su Cristología (BAC, 2001). Olegario comienza haciendo una observación que no carece de interés: No se puede excluir de Cristo nada de lo que pertenece al hombre. Y así, “al pensar que Cristo no es una persona humana se está diciendo que le falta lo esencial, lo que constituye al hombre en cuanto a tal” (449). Por otro lado, advierte también de entrada que el caso de Cristo no es una excepción o milagro con respecto a la unión que todo hombre tiene con Dios: es, en todo caso, el prototipo de toda relación humana con Dios (450). Así las cosas, viene a decir Olegario que “el Verbo no niega al hombre (Jesús) su personalidad, sino que le hace persona en la forma suprema pensable por la participación en la misma vida trinitaria del Absoluto” (458).

Como se puede ver, la afirmación central de Olegario es que Cristo es una persona humana, que tiene con Dios la misma relación que tenemos los demás humanos. Él no es una excepción, sino la regla (450). Con ello está contradiciendo lo que enseña el Concilio de Calcedonia, que afirma que en Cristo no hay otra persona que la del Verbo (DS 301-302).

Pero, aunque se afirme que el Verbo permite a la persona humana de Jesús participar en la vida trinitaria, no se va más allá del orden de la gracia, pues eso es justamente la gracia, la participación en la filiación del Hijo por medio del Espíritu (Rom 8, 14-17; Gal 4,4-7). Pero un teólogo está obligado a distinguir lo que es la gracia de lo que es la encarnación.

En Cristo hay una única persona, la del verbo, que según la tradición de San. Atanasio y de San. Cirilo de Alejandría, significa sujeto. En Cristo hay un único sujeto, la persona del Verbo, que une y gestiona dos naturalezas, la divina y la humana.

2)     ¿Y QUÉ DICE LA ESCRITURA?

Dice Olegario que Jesús no se designó como el Hijo, ya que esta categoría se debe a la comunidad primitiva (402), ni que se presenta a sí mismo como Dios en los evangelios (401). En realidad, lo que hizo Jesús fue reclamar un reconocimiento de Dios, una autoridad de juicio y una exigencia ante los hombres que le equiparaban a Dios, y a partir de la cual la Iglesia confesó su divinidad. La Iglesia pasó así de la cristología implícita a la confesión del título de Hijo.

Pero Jesucristo se llamó el Hijo no sólo en los textos a los que Olegario se refiere (Mc 12, 6-8 y Mt 11, 25-27, sino en Mc 13, 32 y en todo el evangelio de S. Juan (el evangelio del Hijo) en el que incluso se presenta como el Hijo único de Dios (Jn 3, 16.18). Y nunca se dice que creyó en Dios, e incluso pide para sí la misma fe que para el Padre (Jn 14,1). Jesucristo usó términos ontológicos para decir que era Dios: “Antes de que Abraham existiese, yo soy” (Jn. 8, 58), por lo que le acusaron de blasfemo, ya que se aplicó a sí mismo el nombre de Jahvé.

Bastaría citar también Mc 2, 10, donde se le acusa como blasfemo por pretender el poder de perdonar los pecados. Se le acusa también de blasfemo en Jn 5, 18; 10, 33; 10,37-38; 19,7 y Lc 22, 70-71. Se le acusa de que, siendo hombre, se tiene por Dios.

Es una pena, por otro lado, que Olegario rechace la cristología implícita que corrobora su divinidad: mayor que el templo (Mt 12, 6); dueño del sábado (Mc. 2, 28), mayor que la ley (Mt 5). Tampoco estudia el título de Hijo del hombre, tan importante para captar su mesianismo y su divinidad, ni la cristología de sus logia que tan magníficamente estudió Guardini.

3)     LA MUERTE DE CRISTO

Viene a decir Olegario que la muerte de Cristo no la hemos de entender como resultado de la obediencia de Jesús a la voluntad del Padre, sino como resultado de las circunstancias que le tocó vivir y de las decisiones humanas. Dios no envía a su Hijo a la muerte, ni la quiere ni la exige (517). Tampoco admite el uso de términos como los de satisfacción, expiación o sacrificio, que constituyen una perversión del lenguaje religioso (521).

Ciertamente, el término de expiación se puede entender mal, como ocurrió en el caso de Anselmo de Canterbury. Pero, respecto a la voluntad del Padre, recordemos las palabras de Cristo: “Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc 14, 36). Recordemos también Flp 2, 6-8 y Heb 5, 8: “aprendió por el sufrimiento lo que era la obediencia”.

Resumiendo la tradición de la Iglesia, el catecismo afirma que la muerte de Cristo no fue fruto de una constelación de circunstancias, sino del designio de Dios (CEC 599).

El nuevo catecismo que, hablando del sacrificio de Cristo, ha puesto la prioridad en el don de Dios (CEC 614), dice: “Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (Cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (Cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (Cf. Heb 9, 14) para reparar nuestra desobediencia”.  Claramente el catecismo habla de ofrenda libre de Cristo al Padre (CEC 610), de reparación, satisfacción, expiación (CEC 615-616). Claramente enseña el nuevo catecismo que “Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que “se dio a sí mismo en expiación”, ‘cuando llevó el pecado de muchos’, a quienes ‘justificará y cuyas penas soportará’ (Is 53, 10-12). Jesús repara nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529)” (CEC 615).

Lo que tiene que hacer el teólogo, en consecuencia, no es rechazar el misterio, sino explicarlo. Habrá que estudiar si el pecado afecta a Dios y cómo, y ahondar en el pecado original y en sus consecuencias que son el sufrimiento y la muerte. Toda una tarea que no desarrolla Olegario. Si nos limitamos a decir que la muerte de Cristo fue el resultado del azar de las circunstancias, aunque lo asumiera en su condición de mensajero del reino (595), estamos destruyendo el cristianismo.

4)     MILAGROS Y RESURRECCIÓN

Olegario admite la historicidad de los milagros de Cristo. Pero no tratemos de definir lo que es un milagro, dice, ni hablemos de superación de las leyes de la naturaleza. El mundo, creado por Dios, puede ser elevado en un momento concreto a signo de Revelación y medio de gracia para el hombre (59). El milagro sólo se reconoce desde la fe, dice citando a Kasper (631), es un hecho que abre al hombre a la realidad divina para el encuentro con Dios.

Pues bien, si así fuera, la fe se fundaría en sí misma (fideísmo). Pero observemos que Nicodemo llega a creer en Cristo razonando con lógica a partir de sus milagros: “Maestro, sabemos que has venido de Dios porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él” (Jn 3, 2). Y de la misma forma razona el ciego de nacimiento (Jn 9, 32), y el mismo Cristo, que dice que pecan los que, habiendo visto sus obras, no creen en él y en el Padre (Jn, 15, 24). Una fe sin razón es una fe deshumanizada.

Hablando de la Resurrección, Olegario observa bien al aceptar el testimonio de la Escritura sobre el sepulcro vacío y las apariciones. El hecho de la Resurrección es una realidad objetiva que llega desde fuera. “Las apariciones del Resucitado fueron percibidas como realidad externa y anterior a los sujetos que la recibieron” (123). Es la acción de Dios que suscita e invita a la fe. Hay que reconocer, por tanto, un valor objetivo a los testimonios de las apariciones.

Pero no se puede aplicar a la resurrección una dimensión apologética, dice (136). Sin embargo, esa dimensión la vemos en los evangelios, cuando Tomás afirma no poder creer si no toca las llagas de Jesús (Jn, 20, 25-28), y cuando en Hch 1, 3 se dice que Jesús dio a sus discípulos numerosas pruebas de su resurrección. Si Pablo expone toda una lista de apariciones de Cristo (1 Cor 15, 3-5), lo hace sin duda con la intención de probar su historicidad.

5)     LA ASCENSIÓN DE CRISTO

Dice Olegario que todo lo que ocurre después de la Resurrección, como la Ascensión, descenso a los infiernos y parusía final, no tiene un contenido nuevo respecto a la resurrección de Cristo, sino que son una explicitación del significado universal y escatológico de la muerte y resurrección de Cristo.

Por falta de espacio, no me puedo extender sobre todo ello, por lo que remito a mi artículo citado y, sobre todo, a mi obra Señor y Cristo (Palabra, 2005, 2ª ed.). Sólo dos palabras. Habría que preguntarse, según esa lógica, si tampoco Pentecostés tiene contenido propio y nuevo, ya que aconteció después de la Resurrección. Y por lo que respecta a la Ascensión, me limito a decir que la Iglesia en su liturgia no celebra vacíos, sino realidades salvíficas, de modo que hay que tratar de entenderlas y no de suprimirlas. La Ascensión significa, por un lado, el fin de las apariciones de Cristo y, por otro, su entrada en el cielo como sumo y eterno sacerdote, según enseña la carta a los Hebreos (Heb 9-10).

El sacrificio y el sacerdocio de Cristo son únicos, definitivos y eternos, de modo que ese Cristo que intercede por nosotros perfectamente ante el Padre, es el sujeto de todos los sacramentos, que comenzarán a ser realidad tras el envío, fruto de su intercesión, del Espíritu Santo.

Olegario publicó después Fundamentos de Cristología (BAC 2006) donde viene a repetir sus ideas. De ello hemos dado cuenta en mi obra Teología y relativismo, p. 33-34.

(30-X-2011)