Ser sabiamente alegres

Marilú Esponda
Golgotaonline.com

Hay mucha gente inteligente, culta e instruida, pero si el conocimiento no nos lleva a entender nuestra vida y vivir en ella de forma alegre siempre, aún a pesar de los sufrimientos más atroces, ¿tiene algún sentido? ¿Puede alguien ser sabio viviendo triste?

La verdadera sabiduría -aquello que nos hace ser verdaderamente plenos y felices- está muy por encima de nosotros; pero es asequible. Tan es así, que mucha gente analfabeta la alcanza.

Esto se entiende porque el único que sabe cómo somos y cómo funcionamos, es Dios: ni nosotros, ni absolutamente nada ni nadie mejor que Él. Él nos creó y lo hizo con la única intención de que fuéramos enteramente felices.

Por eso, lo único que nos propone el cristianismo es –en palabras de C.S. Lewis-: dejar a Dios que se salga con la suya; o sea, dejar que sea Dios quien nos haga plenos. El cristianismo es un don, y ser cristiano es acoger un don. Don de plenitud, de alegría, de paz, de magnanimidad…

Es el Espíritu de Verdad, el Señor y Dador de Vida quien, si le dejamos, nos abre otro panorama mejor, más amplio, que incluye nuestro bien enteramente: mucho más de lo que se ve y de lo que imaginamos. La verdadera sabiduría es que nuestra vida esté guiada por Él.

Aunque a veces podamos no percibirlo nítidamente, es bueno tener claro que es mucho más razonable confiar en Él que en nosotros mismos.

El plan de Dios excede en mucho al mejor de nuestros sueños. Por eso, lo importante no es tanto lo que nosotros podamos hacer por nosotros mismos, sino dar cabida a la acción de Dios, a la acción del Espíritu Santo en nosotros.

La alegría es un don, fruto del dejar entrar y actuar al Espíritu Santo en nosotros. No se consigue a fuerza de brazos, pero no se consigue sin nuestra activa docilidad a lo que nos sugiere.

Este tiempo de Pentecostés es una buena oportunidad para decidirnos a vivir profundamente alegres, y que nos demos cuenta del porqué del don, porque pertenece a la grandeza del don recibido, la conciencia de haberlo recibido. El don ahí está, y puede aumentar entre más nos percatemos de él.