José Reyes, cvx

 

SER LAICO: VOCACIÓN Y MISIÓN

Intimidad y extroversión

Basado en un aporte al Encuentro Regional de la CVX de Antofagasta. Agosto 1996

 

Al hablar de los laicos se suele hablar de "vocación" y de "misión" en forma casi inseparable. Análogamente, se habla de los laicos "en la Iglesia" y "en el mundo". Se habla entonces de la "vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo", y al hacerlo se admite que intimidad y extroversión no son pasos sucesivos sino circulares, o mejor dicho "espirálicos". Se trata de dos líneas de la vida cristiana que son inseparables y que se alimentan mutuamente. Así, podríamos hablar de la "Oración Apostólica", o del "Apostolado orante". Podríamos hablar también del "estar con Jesús" y del ser "enviados por él", o de espiritualidad y ética, de llamada y respuesta. En definitiva, ser laico es un problema de desarrollar un "estilo de vida coherente y consecuente con la vida de gracia recibida".

En el evangelio hay muchos trozos que ayudan a comprender la inseparabilidad de estas dos dimensiones. Yo les sugiero tomar Jn 15,1-17: el discurso de la vid y las ramas. Los verbos principales son "producir (frutos)" y "permanecer", o sinónimos de éstos en distintas conjugaciones. "Yo soy la vid y ustedes las ramas"... las ramas dan fruto si permanecen unidas a la vid... "sin mi no pueden hacer nada". Nosotros nos quedamos en Jesús, y Jesús se queda entre la gente por medio de nosotros. Permanezcan en mí... den fruto... el fruto permanece (v16).

Hay ciertamente una tensión entre oración y apostolado, entre permanecer y dar frutos, entre llamada y respuesta. Pero se trata de una tensión constructiva y que sólo por inmadurez nuestra o por equívocos históricos se nos presenta a veces como oposición. Se ha dicho en la historia, y a veces lo decimos nosotros en nuestra historia personal, que o elegimos la vida de oración - separada del mundo, contemplativa - o elegimos la vida en el mundo -apostólica, activa -. Jesús no incurrió en esa dicotomía. Su misión fluye de su oración, su oración lo dinamiza y lo lanza al mundo, y el mundo le provoca sentimientos y mociones que lo hacen volverse a su Padre en oración.

En las contemplaciones de la vida oculta de Jesús, desde la anunciación hasta el bautismo en el Jordán, hay unas gracias muy grandes que a mí me emocionan. La Trinidad se conmueve al mirar el mundo dividido, y desde su infinita unidad decide desgarrarse a si misma, "separando" a la segunda persona. Jesús, la segunda persona cuya misión es nada menos que la redención del mundo, se hace pequeño y vulnerable, pasa riesgos, amenazas y pruebas difíciles. Ahí están Herodes y sus siniestros planes, el exilio en Egipto, la austera vida íntima de la familia de Nazareth. ¿Qué ocurrió con Jesús durante esos años? Las contemplaciones de la vida oculta me llevan a pensar que lo que ocurre es que Jesús, por medio de la Oración, se va agrandando, tomando conciencia de su misión y restaurando la unidad trinitaria que se había autodesgarrado en la deliberación de la anunciación; No se explica de otra manera la familiaridad de Jesús con los salmos y las escrituras. Seguramente María poco a poco le fue contando el anuncio del ángel, su concepción virginal, su nacimiento en Belén, los pastores, los magos, Simeón, la visita a Isabel, etc., todo con palabras sencillas. La sabiduría crecía poco a poco en el niño, de acuerdo a su edad. De las historias concretas iba lentamente accediendo a los significados. Estos últimos se precipitan en el episodio de los doce años. Jesús va dejando la niñez, busca formación, debe haber sostenido largas conversaciones con hombres sabios, además de sus padres; debe haber hecho muchas lecturas. Las historias que le contaba su mamá, las lecturas de los salmos, las Escrituras, el ambiente del pueblo judío, todo se iba articulando por la gracia de Dios. Yo creo que en algún momento, o en varios, tiene que haber tenido "visiones", insights diríamos hoy, como Ignacio en el Cardoner. Siendo Dios había salido de Dios para ser hombre... siendo hombre, recibía la gracia de Dios para volver a El trayendo consigo a la humanidad. En fin, la gracia permitía a Jesús ir haciendo conexiones, haciéndose conciente de su misión, por una íntima comunión que tiene con el Padre. En su mente y corazón juvenil, muchos descubrimientos lo agitaron, y con emoción reconocía al Espíritu que lo ligaba más y más al Padre. Todo adolescente cristiano ha tenido emociones espirituales, insights. Jesús ciertamente también. En este tiempo se iba gestando en lo hondo de su corazón lo que después proclamaría: "Yo y mi Padre somos uno solo". U otras frases que indican esta creciente conciencia de Jesús respecto de su misión y de su unidad fundamental con el Padre:

Jn 6, 57: "Yo vivo por el Padre"

Jn 6, 27: "A quien el Padre Dios ha marcado con sus sello"

Jn 5,19: "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta"

Jn 5, 20: "El Padre quiere al Hijo y le muestra lo que El hace".

Jn 4, 26: "Yo soy (el mesías), el que te está hablando"

Jn 4, 36: "El segador y el sembrador"

Jn 8,14: "Sé de dónde he venido y a donde voy"

Crecer en gracia, para Jesús, es ir estableciendo relaciones íntimas con el Padre. Es ir "restableciendo la unidad Trinitaria", que por momentos parece quebrada para darse a los hombres.

A pesar de que a los doce años, edad en que comenzaban las obligaciones religiosas, declara que debe dedicarse a "las cosas de su Padre", Jesús esperará todavía unos 18 años más. No cae en la tentación de ser un niño prodigio, a pesar que impresionó a todos. Sabe que tiene que crecer en intimidad con el Padre y formarse humana y socialmente. En la oración fueron madurando sus opciones. Leyendo a Ezequiel y a Isaías optó por una escuela menos rigorista o legalista, más centrada en la conversión del corazón, renunciando a esa corriente mesiánica más política. En oración fue discerniendo los espíritus: "guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes" (Mc 8,15). Jesús tiene que haber leído los textos mesiánicos de Isaías y Ezequiel (ustedes pueden en oración contemplar el Corazón de Jesús leyendo Is 52ss, o Ez 36ss), tiene que haberse conmovido con ellos en un primer momento, y luego tiene que haberse preguntado si se referían a él y su misión. Por ejemplo estos textos:

Is 42,1:

"He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma... He puesto mi Espíritu sobre El"

Is 42, 6:

 

"Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas".

Después de muchas lecturas y horas de oración, Jesús va llegando a la conclusión que estas profecías se refieren a El. Jesús joven, joven adulto, hombre maduro, decide que él es el Mesías. Lo proclama al comienzo de su predicación: "Hoy se ha cumplido esta profecía"... y lo dice a la mujer en el pozo: "Yo soy". El bautismo en el Jordán es el resultado de un discernimiento: Jesús es un Mesías humilde que se inserta en la historia, inaugura una nueva etapa, pero no se siente fundador. La presencia explícita del Padre y del Espíritu es la confirmación del discernimiento de Jesús. Las palabras del Padre ponen a Jesús, como él lo había ido madurando, como el siervo de Yahveh, el mesías esperado.

Es incompleto contemplar a Jesús en misión sin haber hecho estas contemplaciones de Jesús en oración, leyendo las escrituras, cantando los salmos, en discernimiento; o de Jesús en formación, en espera, en peregrinación, en diálogo con maestros, escuchando a sus padres. Y de la misma manera, es inútil imaginarnos a nosotros en misión, dando frutos que permanezcan, sin hacer experiencia de pesebre, de exilio, de silencio, de desierto, de Jordán... o sin empapamos de la corriente de salvación en la que nos insertamos, discerniendo quienes somos en todo esto y cual es el momento que ahora debemos vivir. Y esto no es una contigüidad de hechos, sino una continuidad de vida, una dinámica de todos los días. Es esto lo que llamamos la contemplación en la acción.

El mismo tema de la relación dinámica entre oración y apostolado puede ser visto a partir de la vida pública de Jesús, o desde su pasión y muerte. Para nosotros, las contemplaciones de la vida de Cristo son momentos de intimidad y de lanzamiento. Ver a Jesús que pasa, se da cuenta, se conmueve, sana, multiplica los esfuerzos humanos, se dirige al corazón de las personas, desenmascara las tentaciones del enemigo, etc., es a la vez una provocación hacia el apostolado y una invitación a la intimidad. A veces se moverá con más fuerza nuestra voluntad, a veces nuestro afecto... a veces nos impactarán más los frutos, o la experiencia del sanado; y otras veces nos moverá más la contemplación del Corazón de Cristo, del sanador. La oración contemplativa desarrolla en nosotros los 5 sentidos espirituales, nos da una sensibilidad particular y una imaginación creadora. Acompañar a Jesús en su vida pública nos permite apropiarnos poco a poco de la sabiduría apostólica de Jesús. De la contemplación de Jesús pobre y humilde surge el estilo sencillo de nuestra vida. De la contemplación del grupo de los apóstoles con Jesús, surge nuestro deseo de ser compañeros en la misión. De la meditación de las parábolas emana una sabiduría distinta y una actitud menos engreída. De la contemplación del samaritano caído surge una imaginación apostólica fructífera. Lo que va ocurriendo con nosotros es que la oración y la vida se provocan mutuamente: encontrarnos con un pobre en nuestro camino nos manda al Corazón de Jesús, y encontrarnos con Jesús en lo íntimo nos manda de vuelta al pobre de la calle. Uno no sabe si las lágrimas brotan de la pena y conmoción que nos produce lo que vemos, o de la emoción de estar sintiendo los latidos del Corazón de Jesús. Y respecto de la acción, cuando nos sorprendemos a nosotros mismos al ser capaces de emprender servicios generosos, la oración hace que terminemos por reconocer que es Dios quien hace fecunda a la estéril.

En fin, la oración es fuente de inspiración apostólica, es sabiduría que viene de arriba, es el fertilizante de nuestra vida, es encuentro emocionante, es provocación, confirmación, fuerza perseverante y transformadora. Por eso, no hay apostolado sin oración, pues la oración activa la gracia y nos mantiene unidos a la vid.

Esta dinámica que experimentó Jesús de salir de Dios y volver a El es la que deseamos profundizar hoy día nosotros como laicos en relación con Jesús. Estar con él, ser enviados por él y volver a él. No diremos como Jesús "mi Padre y yo somos uno solo", pero diremos probablemente con San Pablo "Ya no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí". En las contemplaciones de la vida de Cristo desde el bautizo en el Jordán Hasta el Domingo de Ramos va ocurriendo en nosotros respecto de Jesús lo que recién hemos visto que le ocurre a Él respecto de su Padre y de su misión: nos vamos haciendo concientes de nuestra misión y disponibles para la acción a partir de una intimidad creciente, que es vocación o llamada.

Este camino de intimidad - extroversión marca nuestro caminar de laicos adultos en la Iglesia y en el mundo, y nuestra participación en la misión de Jesús.

 

PREGUNTAS

 

Los Laicos en la Ministerialidad de la Iglesia

En general podemos reconocer en los documentos conciliares dos eclesiologías que coexisten, y probablemente se necesitan todavía: una jurídica y otra de comunión. En el posconcilio, la reflexión teológica ha tratado de superar contraposiciones que provienen de ese doble enfoque, mediante el énfasis en la comunidad adjudicando primariamente a ella los atributos que muchas veces se aplicaban preferentemente a personas individuales. Así, se habla del pueblo sacerdotal, profético y real, o de la ministerialidad como estatuto de toda la Iglesia y no solamente de algunos de sus estamentos. Se trata de un pueblo que es elegido en su totalidad, sin distinción ni jerarquía de cargos y papeles, en el que todos somos plenos participantes de una comunidad ministerial en la que los diferentes servicios y ministerios son asumidos en vistas a la utilidad del bien y del crecimiento común. "En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia" (CL 15.2). Proyectando, llegamos a intuir que la misma palabra "laicos" no seria necesaria en una eclesiología de comunión, y que en muchos sentidos la fidelidad al "viraje copernicano" obrado por el Concilio exige hoy una superación del propio Concilio. Pero, no hay apuro en esto, pues no se trata de una revolución conceptual o nominal, sino de un proceso animado por el Espíritu. Podríamos decir simplemente "en razón de la común dignidad bautismal, todos somos corresponsables de la misión de la Iglesia".

 

En esta línea se han escrito los Principios Generales de la CVX, que contienen una buena síntesis y proyección de lo que el Concilio enseña en torno al apostolado de los laicos (PG 8):

 

Como miembros del Pueblo de Dios en camino, hemos recibido de Cristo la misión de ser sus testigos entre los hombres por medio de nuestras actitudes, palabras y acciones, haciendo propia su misión de dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los cautivos su libertad, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor Nuestra vida es esencialmente apostólica. El campo de la misión de la CVX no tiene límites: se extiende a la Iglesia y al mundo, para hacer presente el Evangelio de salvación a todos y para servir a la persona y a la sociedad, abriendo los corazones a la conversión y luchando por cambiar las estructuras opresoras.

    1. Cada uno de nosotros es llamado por Dios a hacer presente a Cristo y su acción salvífica en nuestro ambiente. Este apostolado personal es indispensable para extender el Evangelio de manera profunda y duradera en la gran variedad de personas, lugares y situaciones.

    2. Al mismo tiempo, ejercemos un apostolado organizado o grupal en una gran variedad de formas, sea a través de la acción grupal iniciada o sostenida por la Comunidad por medio de estructuras adecuadas, o a través de nuestra presencia activa en organizaciones y esfuerzos seculares o religiosos ya existentes.

    3. Para vivir este compromiso apostólico en sus diversas dimensiones, y para abrimos a las llamadas más urgentes y universales, la Comunidad nos ayuda particularmente con la "revisión de vida" en común y con el discernimiento personal y comunitario. Tratamos así de dar sentido apostólico aún a las más humildes ocupaciones de la vida diaria.

    4. La Comunidad nos urge a proclamar la Palabra de Dios a todas las personas, y a trabajar en la reforma de las estructuras de la sociedad tomando parte en los esfuerzos de liberación de quienes son víctimas de toda clase de discriminación y, en particular, en la supresión de diferencias entre ricos y pobres. Queremos contribuir desde dentro a la evangelización de las culturas. Deseamos hacer todo esto con un espíritu ecuménico, dispuestos a colaborar con iniciativas que trabajen por la unidad de los cristianos. Nuestra vida encuentra su inspiración permanente en el Evangelio de Cristo pobre y humilde.

 

Los Ministerios y el laicado

 

En la Exhortación Apostólica "Christifidelis Laici", se dice que "el desafío que los Padres sinodales han afrontado ha sido el de individuar las vías concretas para lograr que la espléndida "teoría" sobre el laicado expresada por el Concilio llegue a ser una auténtica "praxis" eclesial" (2, 14). Se reconoce entonces una distancia entre teoría y práctica que necesita ser enfrentada por la Iglesia. En particular, se reconoce que "algunos problemas se imponen por una cierta "novedad" suya, tanto que se los puede llamar posconciliares, al menos en sentido cronológico" (2.15), entre los que se deben recordar "los relativos a los ministerios y servicios eclesiales confiados o por confiar a los fieles laicos, la difusión y el desarrollo de nuevos "movimientos" junto a otras formas de agregación de los laicos, el puesto y el papel de la mujer tanto en la Iglesia como en la sociedad". (2.16).

No me referiré aquí al tema de la mujer ni al fenómeno agregativo. Reflexionaré en cambio sobre el tema de los "ministerios y servicios eclesiales confiados o por confiar a los fieles laicos".

Nos ha quedado claro que todos somos servidores ("ministros") de la misión de Cristo. Genéricamente, la palabra "ministerio" quiere decir servicio, y por tanto podría aplicarse ampliamente a lo que los cristianos hacemos en favor de otros, al interior de la comunidad eclesial o fuera de ella, movidos por nuestro sentido de corresponsabilidad en la misión de la Iglesia. Pero, es un error hablar sólo del hacer, porque en definitiva se trata de la calidad de nuestra presencia y no sólo de nuestra acción. En la familia, por ejemplo, podríamos vivir el hecho de ser padres como un ministerio, o sea como un servicio a la misión de Cristo, y esto no tendrá sólo que ver con lo que hacemos como padres, sino con la entera calidad de nuestra presencia y actitud en la familia, incluyendo a veces lo que hacemos, o incluso a · ' pesar de lo que hacemos (o dejamos de hacer). En educación, se suele hablar del "ministerio de la enseñanza", lo que naturalmente tiene más que ver con la cualidad y la conciencia del educador más que con su tarea específica, la que es más bien instrumental. Análogamente, podríamos decir que en la Iglesia hemos de desarrollar más la calidad de nuestra presencia, y no sólo lo que hacemos, lo que podemos hacer o lo que nos está permitido o encomendado.

Pero, más allá de lo genérico, la expresión "ministerio" conlleva también la idea de un encargo que se recibe de alguien lo confiere; con cierta formalidad estabilidad y ritualidad. El problema es que el apostolado no puede regirse solo por el discernimiento personal y/o comunitario, más o menos espontáneo, sino que para potenciarse es bueno enmarcarlo en el tejido eclesial. Por eso el Sínodo habla de "ministerios y servicios eclesiales confiados o por confiar a los fieles laicos".

En esta línea, los obispos en el Sínodo no ven graves problemas de conceptualización respecto del servicio que los laicos podamos vivir en el "orden temporal". En efecto, "los Padres (sinodales) han apreciado vivamente la aportación apostólica de los fieles laicos, hombres y mujeres, en favor de la evangelización, de la santificación y de la animación cristiana de las realidades temporales" (CL 23.8>, y citan a la exhortación Evangelii Nuntiandii cuando afirma sobre los laicos que "el campo propio de su actividad evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento" (CL 23.16). De hecho, no existen ministerios instituidos en este ámbito de lo temporal, en el que la acción de los laicos es autónoma, fecunda, diversa y a veces hasta contradictoria. En este orden temporal no hay mandatos dados por la jerarquía a los laicos, aunque los hubo en el pasado, cuando una acción católica fuerte y monolítica actuaba como brazo extendido de la jerarquía y como voz de la Iglesia en asuntos temporales. La autonomía del orden temporal y el advenimiento de una sociedad pluralista en la que no cabe ya una Iglesia de cristiandad, junto con la creciente capacidad y habilidad que los laicos tienen para discernir, hacen que hoy no sea posible ni deseable ese modelo que por una parte legitimaba y confería credibilidad a la acción de los laicos, garantizando una presencia y una visibilidad de la Iglesia, pero por otra parte controlaba y limitaba un apostolado que no tiene fronteras y que no arranca primordialmente del mandato recibido.

La ministerialidad, en el sentido más formal, no aparece como un gran tema en el ámbito de la misión en las realidades temporales. No se necesita encargo para actuar en este ámbito. No obstante, los laicos hemos hecho un camino, especialmente en las asociaciones, para que de alguna manera se manifieste esta dimensión de encargo que se recibe. Veremos más adelante el modelo practicado en la CVX, que básicamente lleva a los laicos a plantearse no sólo como apóstoles, sino como miembros de una comunidad apostólica a la que están ligados por vocación y carisma y a la que escuchan y responden en relación con las opciones y compromisos que se adquieren. En algún sentido, estos pasan a ser ministerios confiados por la comunidad a sus miembros. Naturalmente, esto supone una comunión de fondo y de práctica con la Iglesia universal y con las Iglesias locales, y muchos otros elementos de proceso que estamos todavía descubriendo.

En cambio, respecto de la acción de los laicos en la Iglesia, aunque valoran "también su generosa disponibilidad a la suplencia en situaciones de emergencia y de necesidad crónica" (CL 23.8), y reconocen que la misma Evangelii Nuntiandi "ha tenido tanta y tan beneficiosa parte en el estimular la diversificada colaboración de los fieles laicos en la vida (...) de la Iglesia (CL 23.16), los Padres Sinodales se muestran preocupados por "los diversos problemas teológicos, litúrgicos, jurídicos y pastorales surgidos a partir del gran florecimiento actual de los ministerios confiados a los fieles laicos" (CL 23.20). Algunos de estos problemas son:

Para salir al paso de estos problemas, los Padres Sinodales sugieren:

 

En fin, los Padres Sinodales insisten en la diferencia entre su ministerio y el de los laicos en la Iglesia. Señalan que "en la Iglesia encontramos, en primer lugar, los ministerios ordenados; es decir, los ministerios que derivan del sacramento del Orden" (CL 22.1) y agregan después que "La misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo por los ministerios en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos (...) en virtud de su condición bautismal" (CL 23.1). Insisten posteriormente en que "los diversos ministerios, oficios y funciones que los fieles laicos pueden desempeñar legítimamente en la liturgia, en la transmisión de la fe y en las estructuras pastorales de la Iglesia, deberán ser ejercitados en conformidad con su específica vocación laical, distinta de aquella de los sagrados ministros" (CL 23 15). Para mayor abundamiento, afirman que "para que la praxis eclesial de estos ministerios confiados a los fieles laicos resulte ordenada y fructuosa (...) deberán ser fielmente respetados por todas las Iglesias particulares los principios teológicos (...), en particular la diferencia esencial entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común y, por consiguiente, la diferencia entre los ministerios derivantes del Orden y los ministerios que derivan de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación (CL 23.21).

Queda claro que el tema de los ministerios es sensible al interior de la Iglesia. No obstante, hay quienes sugieren que deben ampliarse e institucionalizarse cada vez más. Por ejemplo, D. Pedro González Candanedo afirma que hay por lo menos 5 ministerios laicales de urgente creación en nuestras iglesias. Los menciono para ilustrar las preocupaciones subyacentes: 1) Para la creación y orientación de la opinión pública 2) Para la liberación del malestar interior (consejeros) 3) Visita a los enfermos 4) Tutores espirituales en el campo educativo 5) La secularidad en los ministerios litúrgicos: animadores del ritmo, lectores, monitores, comentadores, salmistas, cantores, etc.). Otros sugieren otras ideas, como por ejemplo la serie de la editorial Lumen que incluye varias guías: 1) para el padrino o madrina en el catecumenado 2) para los diáconos en la liturgia 3) para ministros de la bienvenida, la hospitalidad y la convivencia 4) para ministros de la Comunión 5) para predicadores laicos 6) para proclamadores de la Palabra.

En la práctica, estas cosas se hacen pero no como ministerios instituidos, sino como servicios espontáneos o como apostolados reconocidos localmente y regulados por normas concretas. De hecho, se usan en Christifedelis varias palabras: carismas, ministerios, encargos y servicios (20.15); tareas (23.3), oficios y funciones (23.7, 23.9, 23.13). Se insiste en todo caso en el carácter supletorio "bajo la guía prudente de los Pastores" (CL 20.15), quienes "cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia fo exija (...) -según las normas establecidas por el derecho universal - pueden confiar a los fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio ministerio de pastores, no exigen, sin embargo, el carácter del Orden" (...) pero "el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor. En realidad, no es la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental", y "la tarea realizada en calidad de suplente tiene su legitimación (...) en el encargo oficial hecho por los pastores (CL 23.3, 23.5).

Párrafo aparte merece el tema de la enseñanza de la teología, sobre todo ahora con el florecer de teólogos y teólogas laicos y laicas. El Derecho es claro: "quienes explican disciplinas teológicas en cualquier Instituto de Estudios Superiores deben tener 'mandato' (missio) de la autoridad eclesiástica competente (CIC 812). Y en esta línea es importante considerar el creciente número de laicos que reciben "nombramientos" o incluso "missio" de autoridades eclesiásticas para desempeñarse como rectores de universidades o colegios católicos, como miembros de comisiones episcopales especiales o permanentes.

Conclusión

Puede ser una gran verdad que no se necesita instituir nuevos ministerios para que los laicos vayan desarrollando una presencia cada vez más gravitante en la Iglesia Comunión y fuera de ella. Pero también cada vez vemos más claro que nuestro apostolado no es sólo una cuestión de buena voluntad y discernimiento espontáneo, sino que tiene una impronta apostólica, un carácter de envío que puede vivirse de muchos modos en la Iglesia. Se tocan tangencialmente temas delicados, como el de la autoridad y el poder en la Iglesia, el de la tensión entre la comunión misionera y la comunión ~ el de la colaboración al interior de la Iglesia entre los distintos carismas. Los laicos deseamos participar del discernimiento de la misión en la Iglesia, y también asumir sus consecuencias en términos de recibir encargos o envíos de parte de la comunidad apostólica. Lo uno no funciona sin lo otro, y hemos de avanzar en esto.

José Reyes

Julio 2004

 

 

PROFETAS DE LA ESPERANZA Y LA JUSTICIA

Una mirada a la misión de los laicos cristianos

(Basado en una presentación hecha a la Asamblea Nacional de la CVX de Chile, Octubre 1999)

 

¿Cómo poder expresar sintéticamente nuestro modo de ser cristianos en el mundo hoy? A lo largo de nuestra experiencia cristiana cada uno de nosotros va desarrollando una relación personal con Jesucristo y una forma particular de seguirlo. Surge así un estilo de vida cristiano, es decir, un modo de vivir, de orar, de actuar, de optar, etc. Por otra parte, todos nosotros tenemos una experiencia de comunidad cristiana, nos sentimos parte de alguna célula del cuerpo místico de Cristo, en la que experimentamos la vida de la Iglesia en la liturgia, la formación, la caridad, la esperanza compartida, la fe dialogada. Por último, algunos cristianos pertenecemos también a organizaciones o asociaciones, con todo lo que esto implica en términos de estructuras, planificaciones, requerimientos sociales y económicos, etc. Se trata de la dimensión asociativa y apostólica.

En esta exposición enfatizaré más el primer aspecto, es decir todo lo relativo a nuestro estilo de vida cristiano. Pero, mi intención en parte es mostrar cómo de él surgen espontáneos los otros dos, y cómo los tres significados se necesitan y se potencian mutuamente.

Cuando hablamos del cristianismo como estilo de vida, surge inmediatamente la clásica tensión de toda vocación: el ya, pero todavía no. Desde muy jóvenes vamos haciendo opciones cristianas, y en cada opción nos jugamos enteros. En ese sentido, somos cristianos. Pero, al mismo tiempo vamos experimentando nuestros límites personales, nuestra falta de formación, nuestra falta de coherencia. Y en este sentido no somos todavía lo que quisiéramos ser. Quizás cuando decimos que somos cristianos estamos enfatizando más el carácter comunitario y asociativo: somos bautizados, somos parte de la Iglesia, pertenecemos a una comunidad, a lo mejor somos integrantes de una asociación, nos preocupamos de nuestra formación, participamos en actividades de servicio, etc. Quizás cuando decimos que todavía no somos, estamos enfatizando más el estilo de vida, dando cuenta de nuestras imperfecciones, de nuestro sentimiento de portar un tesoro en vasijas de barro, de nuestra distancia respecto de la genuina vocación cristiana, que intuimos pero no terminamos de asimilar y poseer.

Es que cualquier vocación particular en la Iglesia ha de entenderse, a la vez, como camino de formación y como estilo de vida. Un camino de formación está marcado de principio a fin por la vocación completa a la que aspira, aunque de ésta no se tenga un modelo puro para exponerlo e imitarlo. Sin embargo, aun contando con nuestras imperfecciones y a sabiendas que un camino no termina, entre nosotros debe haber algunos que vivan su vocación cristiana no sólo como un dato de pertenencia asociativo o como un camino que se está haciendo, sino como una orientación total de la vida, una radical elección de estilo, una respuesta personal a una llamada, o sea, como una vocación estable, visible en la comunidad y fuera de ella, sellada de manera permanente. Y debe haber también otros que se sienten en camino, algunos más al inicio, otros con varios tramos andados, pero todos con una cierta fascinación por el camino que se está andando, capaces de reconocer etapas, inflexiones, y de simbolizarlos adecuadamente.

Para clarificar el camino y poner los medios y signos adecuados, es bueno contar con formulaciones sintéticas que expresen bien la vocación madura, genuina, estable, a la cual se aspira y la que informa todos los esfuerzos formativos. En la Iglesia y en sus distintas asociaciones contamos con este tipo de textos fundamentales, y siempre estamos tratando de formular nuevas síntesis, muchas veces a partir de procesos de discernimiento comunitario, a nivel local, nacional o mundial. A mí se me ha pedido ahora que intente una nueva síntesis, y 10 hago sin pretender reemplazar textos mucho más autorizados.

Inspirándome en un taller que me tocó animar en una Asamblea Mundial de la CVX, y en una serie de diálogos que en ella tuve, quisiera desarrollar una visión sintética de nuestra vida cristiana hoy. Aunque proviene de una experiencia de discernimiento en el seno de la CVX, creo que puede identificar a muchos cristianos, ignacianos o no. Recordemos que en la Iglesia las gracias recibidas no son privadas, sino que son para toda la Iglesia. La visión sintética de nuestra vocación y misión que quiero desarrollar es la siguiente: queremos ser profetas de la esperanza y de la justicia, capaces de actuar en el mundo desde la perspectiva de los pobres.

 

1. Profetas:

No soy profesor de "Profetas", como lo era un jesuita amigo mío en el Instituto Bíblico de Roma. Uso la palabra más bien intuitiva y alegóricamente, con libertad y algo de fantasía, para resumir un conjunto de experiencias y contenidos que me parecen neurálgicos en nuestra vocación.

Un profeta es en primer lugar una persona en diálogo con Dios, con una comunicación familiar pero no necesariamente intensa o impresionante. Dios le habla al corazón, lo provoca, lo mueve... el profeta escucha y se defiende, pregunta y contraataca, pide más poder o más señales. Dios le da sólo lo que necesita, y le pide acciones, movimientos, viajes, empresas. El diálogo es sobre la realidad, sobre la vida, y consiste en un acercarse y alejarse entre las líneas de nuestra historia humana y la línea del amor infinito de Dios por nosotros. Es un diálogo que es oración, pero una oración que nace de la vida y que te devuelve a ella con nuevos impulsos, orientaciones, significados.

Un profeta es también una persona lúcida, aunque aparentemente algo inadaptada o excéntrica. La lucidez es un don, pero es también el resultado de la observación, el método, la capacidad de escuchar, analizar y asimilar los datos que vienen de la realidad misma y del diálogo con Dios, incluyendo aquellos datos más amenazantes o peligrosos. La inadaptación, por su parte, surge del rechazo a las soluciones fáciles u obvias, del descontento con fórmulas estáticas o recalcitrantes que se mantienen sólo por el peso con que oprimen o por el acostumbramiento y aletargamiento que existe en tomo a ellas. Hay en el profeta una inquietud interior que no se contenta, hay un sentido espiritual que le indica que algo huele mal. El profeta entiende de mosquitos y de camellos, y reconoce que hay mucho de fariseísmo en los discursos y actos públicos, en la organización y comportamiento de la sociedad, de la Iglesia y de las comunidades a las que él mismo pertenece. Sin embargo, su lugar está allí, en medio de la realidad, tendiendo a las fronteras y por eso también a la excentricidad, sin perder la unión con Dios ni la lucidez, lo que le impide la invalidación o la autodestrucción. El profeta no busca la inadaptación ni es un desadaptado, pero sabe vivir con una justa dosis de estos ingredientes, en una vida que no siempre es fácil de comprender porque tiene mucho de contracultural.

El profeta, además, conoce su propia debilidad y crece a partir y a través de ella. Su profetismo no pretende oponer una fatua perfección propia contra una genérica y total imperfección de la sociedad. El profeta tiene experiencia propia de transformación, de potenciación, a partir de su relación con Dios. Ha tomado contacto con su debilidad y eso es lo que le permite plantarse como profeta ante los demás. No es su perfección sino su experiencia de transformación lo que lo libra o descentra de si mismo, lo fortalece para la misión y le permite vivir su vocación sin falsos pudores.

Un último rasgo que quisiera proponer, es que el profeta se expresa con gestos convincentes. No es un denunciante ni un destructor; más bien es un generador de imágenes, formas, empresas. Propone alternativas y arranca sólo para plantar. No le gusta abusar de la palabra, y más bien siente pudor de hacerlo. No es amigo de los gestos grandilocuentes, pero sabe que el espíritu no es mudo ni exánime. Se regocija en imágenes de pozos profundos, aguas vivas, fuegos que no se apagan, redes henchidas o vasijas de barro. Así, no pone oposición a lo que brota desde dentro ni tiene problemas en expresar visiblemente lo que es.

 

2. De la Esperanza

Profetas de la esperanza, del sentido. Esto significa transparentar, proyectar y reflejar una actitud positiva ante el mundo y ante las personas, lo que no debe confundirse con un optimismo trivial. La esperanza se refiere a lo que no hemos podido ni podremos conseguir por nosotros mismos, pero que se nos perfila e insinúa en nuestros esfuerzos cotidianos por cambiar el mundo, y que conocemos también por revelación.

Cimentados en Cristo, no hay ninguna razón para ser desesperanzados. Podemos ser pesimistas en relación con los resultados que obtendremos de nuestros esfuerzos, o a la calidad de nuestro accionar, pero no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo a través nuestro.

Se trata de una actitud cristiana básica: creer en la multiplicación de los panes, en la pesca milagrosa, en la curación del paralítico. Así, se puede vivir la vida como pescadores, como niños o como paralíticos, sin desesperar, sino más bien perseverando, aportando lo propio con constancia y gratuidad, ofreciéndolo para ser multiplicado y diseminado.

La esperanza nos mueve a la acción. No es la acción en si misma la que amamos, sino la acción transformada por Dios. Así, nos sorprendemos de lo que pescamos o de lo que somos capaces de distribuir, y nos dan más deseos de tirar las redes cada día.

Ante los graves problemas que nos toca presenciar o vivir, respondemos con esperanza activa. Nos preguntamos como podemos ayudar, y aun ante situaciones extremas, no dudamos que en algo podemos ayudar y que algo quiere Dios que hagamos nosotros para permitir que El se manifieste.

Esta esperanza activa es, a mi juicio, una de las frentes más importantes de nuestras energías apostólicas. Pero, de nuevo, la esperanza brota de la contemplación y de la unión con Cristo. Si flaquea nuestra esperanza flaquea nuestra acción, y generalmente es porque hemos perdido el sentido, porque nos hemos alejado de los caminos de Galilea, de las arenas de Tabga, del pesebre de Belén, de las peregrinaciones a Jerusalén y de las sinagogas villas y castillos que frecuentaba Nuestro Señor.

 

3. De la Justicia

La Asamblea Mundial nos dice que necesitamos trabajar contra la codicia y el mal uso del poder en las estructuras políticas y económicas. Hay estructuras de pecado que se refuerzan entre sí, se difunden, se potencian y generan más pecado, más injusticia, sobrepasando las fronteras nacionales, adormeciendo las conciencias, acostumbrándonos al escándalo de las diferencias entre hermanos, al escándalo de las ganancias excesivas, de la sed de poder. Sin embargo, un genuino camino de conversión del corazón hará que ante las estructuras de pecado consideradas en oración, broten como gracia concedida el dolor y las lágrimas . Entre la meditación sobre los pecados, en el nivel personal y en el estructural, y la agitación de Las Dos Banderas en el mundo y en nuestro corazón, resonará en nosotros la llamada del Rey a trabajar con El y el deseo de acogerla.

"Estamos llamados" - continúa la Asamblea mundial - "a dar testimonio de una comunidad mundial que da a sus miembros el poder de ser profetas de la esperanza y de la justicia, capaces de asumir posturas audaces, para traer más justicia a este mundo". Y esto nuevamente nos hará ser contraculturales: habrá que pelear y resistir contra el consumismo y el individualismo, desenmascarar la erosión cultural y espiritual que producen, renunciar a ganancias innecesarias, mantener un estilo sencillo en nuestra vida de familia y en nuestras relaciones humanas. Desde una conversión permanente de nuestra propia vida, iremos preparándonos también para "establecer nuevas redes virtuosas de colaboración", en oposición a las "redes y cadenas" que echa el enemigo. Llegaremos a ser emprendedores sociales, con la misma astucia, inteligencia e incisividad que emplean los empresarios en el mundo de los negocios. Como comunidad, nos iremos haciendo no sólo una comunidad de profetas, sino una comunidad profética.

Ser profetas de la justicia significará también para nosotros el afinar nuestro discernimiento para entender e identificar las diversas formas, abiertas y sutiles, que tiene el pecado para infiltrarse en nuestras relaciones sociales, en nuestras estructuras y en nuestras sociedades, y para debilitamos y confundimos a nosotros mismos en nuestras luchas. Se trata de una fineza que genera libertad, creatividad, gratuidad para asociarse y emprender, perseverancia para continuar y continuar.

La rebeldía del profeta de la justicia no es amargura, rencor ni desesperanza, las que normalmente provienen del mal espíritu. Se trata más bien de una rebeldía pura, sana, que es misterio pascual en su propia vida, es angustia y tristeza, dolor que lleva en sí el destello de la resurrección, es semilla de acciones futuras y de mayor intimidad con Dios.

 

4. Capaces de actuar en el mundo

Nuestra contemplación y nuestra formación nos han de llevar a la acción. Ya hemos hablado de este ir y venir entre la acción y la contemplación, entre la realidad cotidiana y la vida en el espíritu. La Asamblea Mundial nos recuerda también la relación entre la formación y la misión, diciéndonos que "prácticamente todas las necesidades sociales que deseamos enfrentar exigen formación, pero la acción no puede esperar hasta que estemos completamente formados... Necesitamos desde el comienzo mismo aprender a ser contemplativos en la acción, a promover experiencias de inserción en situaciones de opresión y privación, y a promover un modelo de experiencia - reflexión - acción en nuestros programas de formación".

La tendencia a la acción es el factor que da credibilidad. a las actitudes. Tenemos que hacernos capaces de actuar en medio a nuestra realidad, y esto significa desarrollar habilidades y conductas que nos hagan hombres y mujeres bien insertos en nuestros contextos sociales, históricos y culturales.

En nuestra sociedad de hoy no se trata de ser cristianos laicos a pesar o a espaldas de la modernidad, sino de ser cristianos en la modernidad. Esto significa que nuestra capacidad de testimoniar y de actuar estará directamente relacionada con nuestra capacidad de acoger, dialogar, escuchar a otros diversos, aprender de ellos. Con esta actitud, "nos comprometemos a favorecer la plena presencia de Cristo en todas las culturas", tratando de atraer hacia él más que de oprimir con nuestras convicciones o imponer nuestras verdades, confiados en que es Dios y no nosotros quien convierte los corazones.

Para trabajar hoy con Cristo en medio de nuestra realidad y de nuestro tiempo, necesitamos capacitamos para innovar y promover nuevos modelos de gestión. Tenemos que ser excelentes en el uso de los medios y muy claros en los fines que perseguimos. Hemos de ser validados no tanto por los cargos o actividades que desempeñemos, sino por nuestra entrega y por la calidad de nuestro trabajo. No hemos de ceder ante las ofertas de la corrupción o la tentación del éxito fácil. Nos esforzaremos por alcanzar una comprensión cristiana y crítica de fenómenos como la globalización, la crisis ambiental o los problemas políticos, desarrollando una particular habilidad para el análisis social

Por último, quiero sugerir que desde el punto de vista de nuestro trabajo transformador de la sociedad, nuestra vida familiar no es poco relevante. La familia no es para nosotros sólo una fuente de energías que brotan del amor interpersonal, o un lugar de relajo al que llegamos después de nuestra lucha diaria por extender el reinado de Dios. Creo que es sobre todo el lugar primario en el que aprendemos y desarrollamos eh forma permanente los modelos que quisiéramos para toda la sociedad. Es el lugar en el que aprendemos a identificar el pecado y la gracia personal y estructural. Una afectividad bien vivida, un adecuado equilibrio entre lo masculino y lo femenino, una panicular sensibilidad y preferencia por el que está sufriendo; un compartir equitativo de los recursos, los talentos y los bienes; un respeto a la intimidad y a la libertad de todos los miembros, una comunicación transparente y sincera, una relativización de lo superfluo y un respirar nuestra fe - incluidas sus crisis - como aventura cotidiana, son algunas de las cosas que se aprenden, crecen y se instalan en nosotros por medio de una buena experiencia familiar. Sin embargo, sabemos que para muchos la experiencia familiar es traumática o desgarradora. No hemos de juzgar ni comparar, no hemos de oprimir con la propia experiencia. Sólo hemos de ayudar, acompañar, querer, acoger, servir, buscar el hilo de vida que siempre permite seguir creciendo..

 

5. Desde la perspectiva de los pobres

La enseñanza de Jesús, de la Iglesia y de sucesivas Asambleas Mundiales nos proponen esta opción que no es accesoria, sino que pertenece al corazón de nuestra experiencia. Sin ir más lejos, la última Asamblea Mundial de Itaici nos dice que "estamos llamados en nuestra vida comunitaria a animarnos unos con otros para mirar el mundo y trabajar en él desde la perspectiva de los pobres y a crecer en nuestra capacidad de encontrarnos con ellos, de saber dónde están en nuestras sociedades, y -descubrir cuáles son las formas de participar en sus luchas".

Queremos derrotar la pobreza, dejar atrás la marginalidad, y para eso hemos de querer a los pobres y a los marginados, encontrarnos con ellos y ponemos de su parte. Hemos de conocer sus problemas, valorar todo lo positivo de su cultura, que a menudo se nos presenta como ruda, elemental y hasta amenazante.

Cuando analizamos los problemas de la salud, la educación, la vivienda, la familia o la recreación, nuestra perspectiva ha de ser la de los pobres, no para perpetuar la pobreza ni para idealizar sus características, sino simplemente porque tendremos más posibilidades de construir la justicia, nos acercaremos más al Cristo pobre y humillado que deseamos seguir en su camino pascual, obtendremos mayor provecho espiritual y mayor deseo de trabajar.

 

6. Conclusión

El cristianismo vivido en clave laical es un estilo de vida que se expresa en una vocación madura y estable, que aquí he tratado de delinear, y en un camino de formación que se recorre a nivel personal y comunitario.

La pertinencia y calidad de un camino de formación se verifica en lo que va produciendo en los que lo recorren. Si nos va acercando al ideal que soñamos, si nos permite ir viviendo día a día más de acuerdo con nuestra vocación, entonces estamos en un real camino de formación. En cambio, si el camino se nos toma agotador y aburrido, si a menudo sentimos no nos propone nuevas etapas o hitos en la marcha, probablemente estemos sólo repitiendo un modelo que en sus orígenes puede haber tenido validez pero que hoy no logra mover nuestros corazones. O quizás el camino propuesto es bueno y probado, y somos nosotros los que fallamos, en cuyo caso hemos de hacemos honestamente la pregunta de San Ignacio acerca de si estamos haciendo bien o no los Ejercicios que se nos proponen

Por último, creo que nuestro deseo de recorrer un camino de formación impedirá que seamos como el primer tipo de hombre de los Ejercicios, ese que no pone los medios hasta la hora de la muerte.

EL POLINOMIO APOSTÓLICO DE LA COMUNIDAD Discernir - Enviar - Apoyar - Evaluar

Este polinomio de cuatro palabras ha surgido en la historia reciente de CVX, y tiene gran fuerza apostólica. No se trata de 4 pasos sucesivos que deban darse en cada reunión de comunidad. Tampoco se trata de 4 palabras de contenido vago que puedan dejarse en el nivel de la espontaneidad. Se trata de cuatro funciones que cumple la comunidad en sus distintos niveles, para poder ser realmente un cuerpo apostólico.

El siguiente cuadro no agota el tema, pero tiene el mérito de ser sintético. Podrá ser completado y enriquecido a partir de aportes diversos.

En la Comunidad Mundial - Nacional – Regional En la comunidad local o grupo