SECULARIZACION Y FE
Cursos de verano de la Universidad Juan Carlos I
Aranjuez, 5 de julio

Por

+ Fernando Sebastián Aguilar Arzpo. Pamplona, Obpo. Tudela

La presencia creciente de lo que llamamos secularización parece ser la situación de la fe y de la Iglesia en el momento actual, por lo menos en lo que llamamos occidente, en los países más desarrollados que son también, casi siempre, los de más vieja tradición cristiana. Así, creer en tiempos de increencia, parece ser el sino de los cristianos occidentales en estos momentos de la historia.

I. QUÉ ENTENDEMOS POR SECULARIZACIÓN

1. Secularidad y secularización Comencemos por aclarar algunos términos.

Secularidad, es la calidad de lo secular, lo que existe en el siglo, en el tiempo, por eso mismo es temporal, lo mundano, lo material. La forma propia de ser de aquello que vive en la temporalidad.

Secularización es un proceso en virtud del cual aquello que era considerado como supratemporal, superior a nosotros, con algún halo de sacralidad o de eternidad, se descubre como meramente temporal, sometido a nosotros, sin ninguna dimensión de transcendencia, con una existencia estrictamente temporal y mundana, cerrada en el espacio y en el tiempo.

Esta secularización es un proceso complejo y ambiguo. Hay en ello muchas cosas que son perfectamente compatibles con la fe cristiana, y hasta una valiosa purificación de la misma. Reconocer como temporal y contingente aquello que verdaderamente lo es, negar el carácter sagrado de lo que no lo es, siempre será un crecimiento positivo y saludable.

Pero puede ser también que en este proceso de secularización estemos negando el carácter sagrado y religioso de algo que no es totalmente profano, o estemos desconociendo la relación con el misterio de lo sagrado de aquello que es en sí mismo profano, pero tiene en su realidad integral, una relación con lo sagrado y por tanto una dimensión religiosa.

Cuando hablamos del proceso de secularización en relación con la fe, nos referimos más bien a la secularización de la conciencia misma del hombre. No se trata solo de ver las cosas de otra manera, sino que el proceso de secularización lo que supone en el fondo que el hombre se va considerando a sí mismo como un ser estrictamente secular, sin relaciones con ninguna realidad transcendente, en concreto sin relaciones con la divinidad ni posibilidad de recurrir a nadie más que a él mismo para asegurar su existencia.

Entendido de esta manera, el proceso de secularización es el proceso mediante el cual las personas y las instituciones van abandonando sus referencias a una posible realidad trascendente, o a posibles relaciones con seres transcendentes, y reduciendo la amplitud de su existencia consciente y voluntaria al ámbito de la pura temporalidad, mundanidad y contingencia, acomodándose en lo que les parece las únicas dimensiones de la realidad, una realidad estrictamente mundana, temporal, contingente. Lo expresó muy bien Tierno Galván "instalarse cómodamente en la finitud" (en "Qué es ser agnóstico")

2. Secularización como descristianización

En un primer momento muchos saludos el descubrimiento de la secularidad del mundo y un cierto proceso de secularización como un proceso purificador del cristianismo. Nos parecía aceptable y ventajoso un proceso mediante el cual la fe y la vida sobrenatural no ocultara ni suplantara la afirmación objetiva de los bienes creados, de las realidades e instituciones del orden de la creación. La experiencia ha demostrado que el proceso de secularización tenía unos orígenes y unas metas que no coincidían con esa forma un poco ingenua de entenderlo. En el terreno concreto de las realizaciones históricas, el proceso de secularización se nos venía encima con unas pretensiones mucho más amplias y radicales.

En nuestros países de tradición cristiana, la secularización ha desbordado los límites previsibles y está promoviendo un oscurecimiento y hasta una negación creciente de la presencia y de la intervención de Dios en nuestro mundo, para encerrarnos cada vez más herméticamente en el mundo del tiempo y del espacio como único ámbito de nuestra existencia, conocimiento, afectos, proyectos, referencias, aspiraciones y responsabilidades. La secularización, entre nosotros, tiene por tanto el carácter añadido de una verdadera descristianización, una deserción o silenciosa apostasía de muchos cristianos.

Por más que esté ahora muy extendida, esta creciente secularización de nuestra gente y de nuestras costumbres no deja de ser un fenómeno extraño. Presupone desestima, desengaño, desilusión, conformismo, falta de responsabilidad, pasividad, desaliento. Puede uno preguntarse qué es lo primero si la seducción por las cosas de este mundo que lleva consigo un debilitamiento de la valoración de Dios y de la religión; o bien el movimiento comienza por una desconfianza y desestima de lo religioso que provoca una entrega ilimitada a los bienes de este mundo.

En este proceso aparecen actitudes como la desconfianza ante las afirmaciones no comprobables experimentalmente, el recelo ante el misterio como incompatible con la libertad y felicidad del hombre, la afirmación del hombre como dueño y responsable absoluto de la propia existencia, el olvido de la condición de criatura, y por eso mismo el olvido de Dios, el menosprecio de la religión, y la marginación de la Iglesia como una institución superflua, inútil, injustificada y hasta perjudicial para el progreso y la felicidad del hombre.

Hay como una secreta desconfianza hacia lo divino que lleva al hombre a replegarse hacia posiciones seguras, una existencia verificable y controlable por él mismo. En este proceso aparece también como una oscura ambición del hombre que le empuja secretamente a ser dueño absoluto de su propia vida. Ante esta pretensión la religiosidad aparece como algo inaprensible e inseguro, humillante, impropio del hombre culto y libre. La crítica religiosa de Feuerbach y de los existencialistas como Sartre, Camus o Merlau-Ponty se ha hecho cultura difusa y generalizada. La religión del Dios que se hizo hombre, ha sido sustituida por la religión del hombre que pretende hacerse Dios.

En el centro de esta mentalidad está la afirmación de la libertad humana como una realidad absoluta, como una afirmación absoluta del dominio de la propia existencia. Una idea totalmente mítica, contraria a la experiencia cotidiana de la limitación, vulnerabilidad y caducidad del hombre.

3. Del teocentrismo al antropocentrismo

En coherencia con estas pretensiones surge una imagen nueva del hombre y de la existencia humana que se va explicitando poco a poco configurando el conjunto de la conciencia y las actividades de los hombres. Nace así una nueva idea del hombre que habitualmente queda como una creencia latente, no formulada explícitamente, que condiciona los juicios y las preferencias de las nuevas generaciones. Es verdadero y bueno lo que concuerda con esa visión de la vida en la cual soy yo el centro y mi bienestar la norma última de mi comportamiento.

El hombre secularizado es un hombre que se siente a sí mismo reducido a un marco limitado de posibilidades en el plazo de su vida temporal, y por eso mismo ansioso de una felicidad inmediata, sin referencias a ninguna realidad absoluta, sin otras normas morales que las nacidas de sus propias conveniencias, regulado pragmáticamente por las exigencias de la convivencia social y las decisiones políticas, predispuesto a reconocer un valor último y absoluto a las realidades en las que ve la garantía de su existencia segura y placentera en el mundo, dinero, salud, el poder social de los MCS y de las decisiones políticas. .

En el caso de España interviene también un deseo de alejarse de las recientes situaciones históricas en las cuales la fe cristiana tuvo un gran reconocimiento cultural, social y político, quizás más retórico que efectivo. En el ámbito de la opinión pública, a la vez que se abría camino la estima de la democracia, se ha difundido un rechazo instintivo de los modelos de vida de la época franquista, cuya valoración negativa contamina todo lo que en aquellos años se pensaba y se hacía, unificando todo en una misma valoración, sin distinguir lo transitorio de lo permanente, lo substancial de lo accidental. La asimilación de la consigna que recomendaba el cambio por el cambio, el prestigio social de lo progresista, tiene mucho que ver con la facilidad para alejarse de los "usos católicos" que pertenecen a aquel conjunto del franquismo del que los jóvenes demócratas quieren alejarse.

En este nuevo contexto cultural, complejo y confuso, se va consolidando y difundiendo una visión mundana de la existencia, en donde la última instancia de la verdad y del bien ya no es Dios, ni ninguna aspiración trascendente, sino los propios deseos y aspiraciones terrenas del hombre, favorecidas por las instituciones y poderes políticos. Poco a poco se traslada a las decisiones políticas el papel mesiánico de quien nos devuelve la libertad y la existencia perdidas. De este modo la vida y las instituciones políticas adquieren una importancia cada vez mayor en la existencia del hombre, hasta aparecer como la más perfecta y eficaz manifestación del poder del hombre en la afirmación de su libertad y la protección de su propia existencia. .

Llegamos así al descubrimiento del hombre como un verdadero producto social, somos lo que la sociedad nos permite ser, porque es en la sociedad donde encontramos las posibilidades reales de nuestra existencia. Ciencia, técnica y política se afirman como las grandes vías de liberación y salvación, los nuevos caminos de redención, capaces de conducir a la humanidad a una plenitud paradisíaca. Ninguna norma superior puede limitar el dinamismo de estas fuerzas liberadoras. Todo lo que es posible es legítimo. Ningún ser extraño puede cerrar el camino a la carrera del hombre por dominar el mundo y afirmar su existencia ilimitadamente.

En esta concepción de la vida ya no es posible ni es tampoco necesario reconocer verdades objetivas ni valores absolutos. Ya lo vio Nietsche "Si no hay Dios tampoco hay verdades absolutas". Todo es relativo, todo depende del bien de cada uno en cada momento, en cada circunstancia. Lo que es verdad para uno puede no serlo para otro. Y lo que hoy es bueno mañana puede ser malo. El relativismo, la provisionalidad es la condición normal de la existencia. Lo único absoluto y definitivo es el bien inmediato de cada sujeto. Mientras sea posible, porque al fin viene la muerte y se impone el abatimiento, la decepción, la desesperanza.

Consecuencia de este relativismo, el pluralismo adquiere rango de valor absoluto y definitivo. No hay búsqueda convergente de una verdad objetiva, sino la instalación en la contingencia, en la variedad, en la inseguridad. Las personas y la sociedad quedan en una situación de desarraigo, de inestabilidad, de cambio y metamorfosis permanentes. A merced de quienes dominen la economía, la política y los medios de comunicación. Una sociedad sin convicciones es una sociedad de siervos. Donde no hay verdad no hay libertad. Cómo decidirse, cómo empeñarse en algo si nada es definitivo? La libertad queda reducida al gusto de cada momento. La ley moral al interés individual de cada momento.

Para completar el panorama tenemos que decir que esta cultura dominante que se nos vierte por todos los medios de comunicación, con el gran poder del dinero, de las conveniencias políticas, de la manipulación comercial de los ciudadanos, resulta casi todopoderosa sobre las generaciones jóvenes, privadas del apoyo de los adultos que, en proporciones alarmantes, han desertado de su responsabilidad educadora tanto en la familia como en los centros de educación. Los jóvenes, abandonados a sí mismos, se ven abocados a una ejercer una libertad prematura en un sociedad donde la propaganda ejerce una presión asfixiante. Ellos son las primeras víctimas de esta mentalización interesada, regida por el interés económico y político, más que por el respeto a la verdad y el verdadero servicio a su crecimiento personal.

II. CONSECUENCIAS DE ORDEN RELIGIOSO Y PASTORAL

1. En lo social

En una sociedad dominada por esta visión de las cosas, crece sin remedio el descrédito de la visión religiosa de la vida que es considerada como algo precientífico y prerracional, impropio de una sociedad democrática, favorecedora de fanatismos y autoritarismos, contraria al desplegamiento de la libertad y a la felicidad del hombre. No Se percibe la necesidad de unas convicciones morales objetivas, religiosamente fundadas, que fueran necesarias para el buen ejercicio de la libertad, y la realización correcta de la vida humana en la vida familiar, social, y política. Esta moral de origen religioso aparece más bien como una ingerencia perturbadora en la sociedad que el hombre pretende construir a su medida. En consecuencia tampoco se percibe el posible servicio de la Iglesia a la sociedad como posible complemento de las instituciones sociales y políticas en el desarrollo de la conciencia moral del hombre. La Iglesia es vista más bien como algo residual que estorba para la rápida modernización de la sociedad, para el desarrollo de la razón, la afirmación de la libertad y el disfrute de la modesta felicidad posible.

Descartada la validez de la religión y de la Iglesia, la sociedad política tiende a configurarse como el mundo total del hombre, el universo englobante, al que se le reconocen más o menos explícitamente las funciones cuasi religiosas de protector de las personas, juez de la vida y de la muerte, dueño y juez de las conciencias.

2. Para los no cristianos

Estos cambios culturales crean una distancia espiritual de las nuevas generaciones en relación con la Iglesia y la mentalidad cristiana, con el evangelio de Jesucristo, que hace muy difícil la educación religiosa de los jóvenes. Los padres, incluso los que son practicantes y devotos, no saben cómo hacerlo, los sacerdotes y los catequistas tampoco. Se hace muy difícil la verdadera comunicación, resulta casi imposible despertar en ellos el interés por el anuncio de la Buena Nueva que es la presencia y la cercanía del amor de Dios Padre y Salvador.

Los jóvenes no ven la importancia de lo que se les dice, no son capaces de valorarlo, les parece aburrido, inútil, molesto. No les interesa, no les atrae, no les dice nada. No entra en su mundo de valores, de intereses, de proyectos. Están en otro mundo cultural, antropológico, moral. Se sienten a gusto en otra concepción de la vida, centrada en sí mismos, dominada por el ideal de una vida fácil, abundante, sin exigencias éticas ni compromisos de ninguna clase, abandonada al ritmo que se supone espontáneo de la felicidad de cada momento, sin grandes proyectos, sin hacerse preguntas incómodas, sin aceptar limitaciones ni ingerencias en el sueño de una vida desinhibida y feliz, de un mundo abundante puesto al alcance de su mano. La vida es tan divertida y tan mediocre como un inmenso supermercado.

En esta situación no les resulta fácil entrar de verdad en la vida cristiana, se encuentran cómodos en la indiferencia religiosa, sin compromisos ni problemas de ninguna clase, pacíficamente instalados en una vida que ofrece lo que tiene y que tratan de aprovechar al máximo. Hasta que algún contratiempo, algún desengaño fuerte les hace ver la inconsistencia de todo el sistema. Este puede ser un momento de desesperación o de gracia. Esa es nuestra responsabilidad.

Estamos ya en la segunda generación de esta sociedad. Muchos de nuestros jóvenes nacen y crecen ya espontáneamente en este ambiente, con esta sensibilidad, con estas dificultades para creer en Jesucristo y en el Dios que resucita a los muertos.

3. Para los cristianos

Esta atmósfera cultural tiende a impregnar a la sociedad entera, también a los cristianos, también a los religiosos y sacerdotes, también a la comunidad cristiana entera. Los fieles, especialmente los adolescentes y jóvenes, se sienten marginados, extraños e insignificantes en su propio mundo. Con lo cual a muchos se les puede presentar la tentación de acomodarse a los imperativos de la cultura dominante, bien sea alejándose de la Iglesia y entregándose sin reservas a la mentalidad dominante, o bien aceptando una interpretación del cristianismo sometido a las ideas y gustos de la cultura dominante, olvidando los aspectos que resultan incompatibles con ella. Se acentúan aspectos horizontales como la solidaridad, la organización, los servicios sociales del cristianismo; y se omiten otros fundamentales, como la revelación y su valor universal, el valor de la tradición y del magisterio de la Iglesia, la conversión personal, las relaciones personales con Dios, las promesas de vida eterna, el juicio de Dios,

Se comienza por aceptar el lenguaje, las valoraciones de los acontecimientos, la aceptación de los modelos de pensamiento y de vida, se sigue por un inevitable distanciamiento de las instituciones eclesiales, (magisterio, autoridad, unidad), enfriamiento de la comunión y de la vida sacramental, hasta llegar en muchos casos a la ruptura personal con la Iglesia.

El espíritu de la secularización ataca directamente a la fe, no tanto en sus contenidos sino en la firmeza de la adhesión, que es lo más hondo y lo más directamente teologal y religioso de la fe. Los cristianos, algunos de ellos por lo menos, saben lo que hay que creer y lo que hay que hacer, pero no están ya tan seguros de que sea ése el camino verdadero. La fuerza de la cultura de la increencia que tienen delante les impresiona, les hace dudar de la verdad de su fe, y por eso mismo de la fuerza humanizadora y salvadora de la fe. Su adhesión es primero titubeante, insegura y luego claramente dudosa e inoperante. Una fe poco firme en la adhesión ya no es capaz de dirigir la vida, de mantener la firmeza de las buenas obras, y menos cuando hay que vivir en confrontación permanente con otros estilos de vida más cómodos, más complacientes. Una fe insegura ya no es capaz de justificar renuncias, ofrecimientos y dedicaciones. Con una fe debilitada por la seducción de los bienes de este mundo no habrá nunca vocaciones para la vida consagrada ni cristianos seglares disponibles para el apostolado.

Cuando la adhesión ya no es suficientemente firme los contenidos de la fe dejan de ser estables y aparece legítimo y hasta necesario el derecho a seleccionar el contenido de nuestra fe, unas cosas sí y otras no, según su concordancia con la propia sensibilidad, las propias ideas, el propio proyecto de vida y de humanidad. La autenticidad apostólica y católica deja de ser el criterio de la fe verdadera, sustituido por la compatibilidad con la cultura dominante. En el marco de una cultura secularista se recurre a la lectura secular del evangelio, así resulta más aceptable para todos. Lo malo es que deja de ser la religión de Jesús, la fe en la Buena Nueva del Amor y de la salvación de Dios nuestro Padre.

Al describir estos procesos, más o menos aproximados a lo que está ocurriendo entre nosotros, no quiero decir que esto ocurra siempre así, ni mucho menos que tenga que ocurrir así. El contraste con la cultura de la secularización puede dar lugar también a una crisis de la fe que desemboque en una fe más decidida, más clarificada, más religiosa y adorante, más operante y santificadora. De hecho para muchos cristianos el conflicto con la secularización es la ocasión para un replanteamiento de la autenticidad y del vigor de su propia fe. Esta posibilidad tiene que ser precisamente una gran preocupación de nuestra actividad pastoral. Estar junto a los cristianos para que su crisis termine positivamente en una reafirmación de su fe en vez de terminar en desencanto y deserción. De hecho, el desafío de la secularización nos está haciendo volver a los verdaderos cimientos de la nueva humanidad, la fe adorante en el Dios Padre de Jesucristo que le resucitó a El y nos resucitará a nosotros para la vida eterna. Contra la tentación de la contingencia, los cristianos nos sentimos llamados a "instalarnos en la inmortalidad" (no es éste el sentido de la fórmula paulina del "vivir en Cristo", de la "vida oculta en Dios con Cristo"?), para desde ahí reconstruir la existencia humana en el mundo como hijos de Dios, libres, dueños del mundo, iniciadores de su Reino de fraternidad y de paz, "en la tierra como en el Cielo".

 

III. LA EVANGELIZACIÓN COMO RESPUESTA ECLESIAL

1. Diversas formas de reaccionar

La consecuencia inevitable de este contagio es la difusión y establecimiento de la increencia y del más amplio permisivismo moral como situación normal. Es verdad que la increencia está siendo aceptada como una situación normal socialmente aceptada. Las dificultades actuales no nos tienen que hacer olvidar las muchas lagunas y deficiencias de una religiosidad establecida y universalizada más por las leyes y los usos sociales que por el camino del convencimiento y una verdadera conversión personal. Aun así, es evidente que esta situación no puede ser aceptada por la Iglesia ni por los cristianos. Qué podemos hacer, ¿recurrir a la agitación social?

Teóricamente podrían presentarse muchas reacciones posibles. Está la respuesta de los conformistas. Unos se refugian en un fatalismo y sufren ante la idea de que la fe y la Iglesia puedan desaparecer en nuestra sociedad. Otros, que se presentan como optimistas, encubren su derrotismo entregándose a la mentalidad dominante y pidiendo a la Iglesia que se someta al juicio y al predominio de esta mentalidad secularista, ensayando unas adaptaciones del cristianismo que lo hagan compatible con una concepción vida fuertemente mundanizada y en el fondo prácticamente irreligiosa. La Iglesia y la vida cristiana quedarían reducidos a una organización de servicios humanos, privada de las dimensiones más originales del cristianismo, y condenada a ser una especie de decoración moral del mundo secularizado. Curiosamente el profetismo crítico de la izquierda termina siendo un servidor complaciente del mundo dominante y poderoso. Sin conflictos no hay mártires, pero tampoco hay verdadero cristianismo. .

La respuesta verdadera de la Iglesia ante esta situación se llama EVANGELIZACIÓN. ¿Cómo podemos entender en la España actual la llamada de la Iglesia a una nueva época evangelizadora? La gran pregunta para los cristianos de hoy suena así, si el evangelio de Jesucristo sigue teniendo vigencia en estos momentos ¿cómo podemos presentar esta fe a nuestros conciudadanos de manera que resulte creíble, aceptable y convincente? ¿Cómo podemos hablar del Dios de Jesús para que nuestros vecinos se sientan movidos a confiar en El y vivir en su presencia como amor y esperanza?

Ante estas urgencias resulta imprescindible una nueva configuración de nuestras actividades pastorales para que se orienten expresamente hacia la consolidación de la fe de los creyentes, hacia una vida cristiana de mayor claridad y generosidad, tratando de reanimar la fe dormida o muerta de tantos cristianos que han abandonado la vida eclesial, y suscitar la fe en tantos otros conciudadanos que no han experimentado nunca la gozosa experiencia de vivir creyendo en el amor de un Dios Padre, fuente de vida y salvación.

Para ello tendremos que ser capaces de comunicar una visión de la vida humana más realista, que, junto a la grandeza de ser hombre, muestre lealmente los signos de nuestra caducidad y de nuestras limitaciones, nos ayude a percibirnos como capaces de vida eterna y necesitados de salvación. Ante esta experiencia de la propia incapacidad tiene que aparecer en toda su grandeza el mensaje de Jesús: Sólo Dios es vuestro Padre, un Padre de gracia, que cuida de vosotros y os da por medio de su Hija una vida nueva que salta hasta la vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito. El que resucitó a Jesús os resucitará también a vosotros, si creéis en El y os dejáis llevar por su Espíritu.

En realidad la Iglesia evangeliza siempre. Se puede decir que la vida de la Iglesia es una continua y variada tarea de evangelización. También hoy sigue evangelizando. Lo que ocurre es que en las circunstancias presentes la Evangelización de siempre requiere, como dijo audazmente el Papa Juan Pablo II, nuevo vigor, nuevos contenidos, nuevos métodos. Después de darle muchas vueltas, no hemos conseguido evolucionar hacia una pastoral de índole evangelizadora, expansiva. Seguimos encerrados en los esquemas de unas parroquias, y de una Iglesia, que atiende a una clientela establecida. Pero esta clientela va envejeciendo, crece otra población que ya no frecuenta nuestras iglesias ni nuestros centros, y tenemos que aprender a salir de nuestra casa e ir en su busca, salir a su encuentro, con actividades nuevas, con otro estilo de tratar a la gente, sin perder de vista que el proceso tiene que desembocar en una evangelización explicita ye intensiva.

Ya no es suficiente la pastoral ordinaria, porque nuestras actividades evangelizadoras ordinarias no llegan a muchas personas, porque tenemos que recuperar los contactos con muchas personas que ya no se interesan por lo que la Iglesia les pueda decir, porque nos ha fallado la familia como primera evangelizadora de las generaciones jóvenes, porque hemos perdido la prestancia social y la credibilidad moral que se necesitan para que nuestro anuncio del evangelio sea aceptable y creíble. Pero sobre todo, la pastoral ordinaria no es ya suficiente, porque las carencias que producen la debilidad o la pérdida de la fe son bastante más profundas de lo que eran antes. Fieles y no creyentes necesitan clarificar y consolidar el itinerario personal de la fe, desde las experiencias básicas de la religiosidad, la claridad en la existencia de Dios y en su significación para el hombre, un conocimiento más directo y detallado a la vida y las enseñanzas de Jesús, una realización personal de su decisión de fe en el Dios viviente y en Jesucristo su enviado, concediendo a la fe religiosa el papel configurador de la existencia que le corresponde. Todo esto tiene que ser el contenido y los objetivos de una nueva pastoral evangelizadora.

Tenemos que superar dos tentaciones que parecen contrarias pero que en el fondo responden a las mismas deficiencias en un planteamiento verdaderamente cristiano. La primera es el elitismo. Ante la dificultad de influir en la marcha de los acontecimientos, muchos se refugian en el ideal de una Iglesia minoritaria, reducida, conformada con una vida de catacumbas, ausente de los medios de comunicación y de los grandes foros culturales donde se programa y se organiza la vida de la sociedad. Contra esta manera de pensar hay que decir que el evangelio es para todos, todos los necesitan y para todos vino al mundo el Hijo de Dios. Hoy nos diría que ha venido a salvar a los que están perdidos, a los que viven fuera de la Iglesia, a los que se han dejado encerrar en la cárcel metafísica de la secularización y de la mundanidad.

La segunda tentación es la de la impaciencia. Querríamos recuperar rápidamente a los muchos que se han ido de la Iglesia, volver a ser referencia universal e indiscutible de comportamientos y normas éticas, de una u otra manera querríamos controlar de nuevo la marcha de la sociedad entera. Los síntomas y los medios elegidos para esta rápida superación de la debilidad son diferentes. Unos proponen la vuelta a un rigorismo eclesial, vuelta a las normas claras y firmes, vuelta al rigor y a la intransigencia. Propósito imposible, porque las gentes ni siquiera los fieles responden a estos llamamientos. Otros, en cambio, por caminos innovadores, proponen el camino de la condescendencia a veces con formas revolucionarias. Hagamos nuestros los criterios de conducta del mundo, hagámonos tolerantes en la moral personal y volquemos nuestras preocupaciones éticas en los ideales de libertad y abundancia para todos, envuelto en una retórica de solidaridad. Así todos nos aceptarán y volveremos a ser la Iglesia de todos. Pero esta propuesta no tiene ya atractivo especial porque es una prepuesta desnaturalizada, sin originalidad, sin fuerza religiosa, sin capacidad salvadora.

2. La respuesta verdadera: iglesia evangelizadora

Nueva evangelización no significa un intento de recuperar de golpe las grandes masas perdidas, nueva evangelización significa la humildad y el realismo de reconocer que ha concluido un ciclo cultural nacido de la fe y de la vida cristiana asumida por el conjunto de la población. Significa reconocer que la Iglesia y la fe han perdido el soporte cultural y tienen que adaptarse a una nueva situación de minoría contracultural.

Significa que los cristianos necesitan vivir en la Iglesia con una fuerte conciencia de identidad y una consolidación de sus elementos comunitarios. Significa que hay que trabajar intensamente para anunciar el evangelio personalmente a los que se sientan interesados por conocer las razones de nuestro modo de vivir. Significa que hay que dar paso a un estilo nuevo de pastoral presidido por el objetivo central de ayudar a las personas a conocer las promesas de Dios y a creer en El, dispuestos a recomponer su vida a partir de esta fe reencontrada o encontrada por primera vez.

El Papa Benedicto XVI tenía escrito que la pastoral de evangelización es la pastoral del grano de mostaza. (Mc 4, 31-32) Con humildad, sin prisas, dando primacía a la autenticidad de la conversión personal tenemos que ir ganando para la fe a nuestros hermanos uno por uno. Sin ponernos fechas ni calendario, dejando que Dios dirija la historia y marque los ritmos de la nueva expansión del evangelio. (Mc 4, 26-29) (Card. Ratzinger). Éxito no es un nombre de Dios.

Evangelizar significa acercarse a las personas para ayudarles a conocer a Jesucristo y creer en el Dios que le resucitó de los muertos. Significa promover una pastoral que favorezca expresamente la fe en Dios.

3. La conversión y la fe en el Dios de Jesucristo, objetivo primario y directo

Esta pastoral de evangelización debe utilizar métodos nuevos, más activos, más personales, de mayor iniciativa, más cercano a las relaciones personales de los cristianos con los no cristianos. Para que una persona llegue a creer puede necesitar un proceso previo de sanación intelectual, corrigiendo informaciones y convicciones falsas, ideas e imágenes malintencionadas, modelos de conducta y proyectos de vida erróneos.

La primera condición indispensable para una pastoral de evangelización y conversión es la existencia de una comunidad cristiana vigorosa, que valore la grandeza del don recibido, que viva con fervor la vida cristiana y se sienta responsable de la difusión del evangelio para e gloria de Dios y salvación de los hermanos. Los cristianos de fe mortecina o corroída por las dudas y debilitada por el disentimiento jamás serán capaces de lanzarse a la misión ni de convencer a nadie. Es verdad que para evangelizar es preciso una sólida formación intelectual de los evangelizadores, pero ante todo es preciso que sean discípulos apasionados de Jesucristo, miembros vivos, entusiastas y agradecidos de la Iglesia del Señor.

A partir de ahí, una pastoral evangelizadora tiene que proponerse muy claramente como objetivo directo y primordial la fe viva en el Dios de la salvación, tal como nos lo ha revelado Jesucristo y es anunciado por su Iglesia.

Para ello es preciso que de nuestras comunidades y parroquias surjan iniciativas de contacto con los alejados, con los no creyentes, encuentros, colaboraciones, contactos que permitan disipar malentendidos y despertar de nuevo la curiosidad por conocer mejor un evangelio que se manifiesta fermento de humanidad y fuente de vida en la vida de los cristianos, en las familias, en las relaciones humanas, en el gozo de una vida libre del pecado y santificada por el Espíritu del Señor.

Será también preciso que nuestras catequesis y predicaciones presenten los contenidos del kerigma cristiano, poco frecuentes en nuestras predicaciones ordinarias, con un lenguaje sencillo y comprensible, en toda su profundidad y radicalidad. Hará falta, por ejemplo, detenerse en clarificar y fortalecer el convencimiento de la existencia de Dios como madurez intelectual, el hecho y las consecuencias de la creación para la comprensión de nuestro ser personal, una recta comprensión de la libertad, la inmortalidad, la conciencia, etc.

Sobre esta base de las afirmaciones racionales sobre Dios y su relación con nosotros, es necesario recurrir a la presentación histórica de Jesús, sus enseñanzas, los hechos de su vida, su muerte y su resurrección como invitación apremiante a la fe en el Dios de la resurrección y la esperanza de la vida eterna como punto de partida para la nueva comprensión de la propia vida, llamada a la penitencia y principio de un nuevo proyecto y estilo de vida en el seno de la comunidad eclesial. El conocimiento histórico de Jesús es el primer apoyo para creer en Dios y esperar los bienes de la salvación. Solamente a partir de esta fe es posible la piedad filial en el Padre del cielo, la esperanza positiva de la vida eterna y en consecuencia la aceptación del amor fraterno como norma eficaz de todo nuestro comportamiento.

Una pastoral evangelizadora tiene que saber situar a las personas en actitud de esperanza de las promesas de vida eterna,. Todo lo referente a los novísimos, ahora muy poco presente en la formación de la iniciación cristiana, debe ser recuperado como un elemento indispensable en la formación de una visión cristiana de la vida.

Evangelizar es también enseñar a redescubrir la propia libertad como participación de la libertad y del amor de Dios, liberada del pecado, redimida por la penitencia, santificada por el Espíritu Santo, en el camino de la verdad, del amor y la esperanza.

Todo ello supone un proceso de conversión que incluye la persona entera, que requiere un tiempo y la ayuda de una comunidad cercana en la que la nueva existencia pueda ser vista, aprendida y ejercida con el apoyo de los demás.

Esta pastoral evangelizadora tiene que ser una pastoral muy personalizada, y por tanto lenta, exigente, que no puede modificar rápidamente la situación, pero que es capaz de ir poniendo los fundamentos de una comunidad cristiana reconstruida a partir de las conversiones personales pacientemente preparadas con este nuevo estilo de acción pastoral.

Estas reflexiones nos llevan a pensar que en un tiempo de evangelización, las parroquias tienen que poner en marcha un auténtico catecumenado como institución pastoral primera, como la actividad pastoral más importante. Tendremos que hacer muchas cosas para conectar con personas nuevas y despertar en ellas el interés por Jesús hasta poder decirles "Venid y lo veréis". Pero luego tenemos que tener un tiempo y un lugar donde ellos puedan conocer a Jesús y descubrir poco a poco, de manera viva y práctica, los contenidos del seguimiento y las características de la vida del verdadero discípulo, hasta ser plenamente admitido o readmitido en la comunidad de los hijos de Dios y en la comunión de la Trinidad Santa. Toda la estructura de la iniciación cristiana, en lo que tiene de llegada a la fe en Dios y celebración sacramental tiene que ser revisada y establecida con mucha más seriedad y bastante más respeto a la verdad de las cosas.

Esta estrategia pastoral tiene que ir protegida por una presencia del anuncio cristiano en los medios y en el conjunto de la opinión pública. Los fieles necesitan que la fe cristiana recupere el prestigio y el respeto cultural. Para eso es también indispensable que las parroquias sean capaces de crear comunidades de familias cristianas capaces de ofrecer el apoyo social y las ayudas sociales a la fe y a la concepción cristiana de la vida, en la juventud, la vida familiar, el tiempo de ocio, los medios de comunicación, etc.

No es que tengamos que comenzar desde cero. Con humildad y realismo tenemos que comenzar desde donde estamos, respetando los sentimientos de nuestro pueblo, bastante más religioso de lo que muchas veces pensamos, buscando los momentos en los que las vicisitudes de la vida les hace más sensibles a la presencia de Dios en su vida, aprovechando su manera de sentir, vivir y expresar su religiosidad, aunque no siempre coincidan con lo que a nosotros nos parece mejor, acercándonos con respeto y confianza a los signos de la presencia y de la acción del señor en sus corazones.

CONCLUSIÓN. UN NUEVO ESTILO DE CRISTIANISMO

No basta repetir, tenemos que ser capaces de readaptar las formas de nuestra Iglesia y nuestro cristianismo a las exigencias de esta nueva situación que consiste en vivir y anunciar el cristianismo en una sociedad fuertemente paganizada.

He aquí los dichos escuetamente los rasgos de esta nueva situación.

1. Vivir esta nueva situación en paz y humildad, sin crispaciones. En cierto sentido vivimos una época de humildad y debilidad. Pero también aquí son aplicables las palabras de san Pablo: "En la debilidad soy más fuerte". Las dificultades del momento nos hacen buscar la roca firme de la fe purificada en el Dios de la salvación. Nos ayudan a purificarnos de muchas rutinas y deficiencias y a hacer las cosas y vivir la verdad de la misión con más realismo y mayor vigor.

2. Tendremos que aprender a no acusar ni condenar a las personas, sino a ver la situación del mundo con entrañas de misericordia. Sin disimular sus males, pero sin endurecernos como si sus pecados fueran ataques contra nosotros. Tendremos que defendernos, habrá que denunciar lo que no sea justo, pero la actitud dominante tiene que ser siempre la compasión, la misericordia y la confianza.

3. Especialmente tendremos que purificar nuestra vida personal y comunitaria, tratando de intensificar la fuerza religiosa de nuestro testimonio.

4. Y habremos de poner cuidado para presentar el evangelio de Jesús y el conjunto de la vida cristiana como verdadera salvación, comenzando por presentar a Jesús como salvador, y la vida cristiana como una vida humana recuperada, sanada, alegre y satisfactoria. Que Dios aparezca como amigo de los hombres y defensor de su vida, más que como fuente de deberes, enemigo de la libertad y de la felicidad.

5. Paralelamente resulta necesario hacer ver de manera respetuosa y compasiva cómo la vida sin Dios, aunque pueda parecer una vida más libres y más feliz, es en realidad una vida "edificada sobre arena", una vida fallida y amarga. Es preciso aprender a hablar del pecado y de la pérdida de la vida alejada de Dios con nuevas palabras y sobre todo con un nuevo espíritu.

6. Para evangelizar es indispensable perder el miedo y los falsos respetos ante la mentalidad laicista y atea. No valen las condescendencias ni los disimulos. Si queremos anunciar el evangelio, es preciso hacerlo en su integridad, sin omitir ni recortar lo que es más escandaloso para la mentalidad secularista dominante, dando la conveniente primacía a las afirmaciones fundamentales que son los cimientos de la fe y de la vida moral del cristiano, sin personalismos ni invenciones interesadas, siempre en estricta y fiel comunión con las enseñanzas y el magisterio de la Iglesia. Estos podrían ser los puntos fundamentales:

-la cercanía y paternidad de Dios (Reino de Dios)

-la creación, las promesas de salvación, la vida eterna

-la existencia del pecado de la humanidad y de los pecados de los hombres, la necesidad de la salvación. .

-la encarnación del Hijo de Dios, la persona y la obra de Jesús

-y desde la presentación de Jesús, la revelación de la Santa Trinidad, Dios Padre, origen, fuente, sabiduría, providencia cercana y misericordiosa; Dios Hijo, hermano nuestro, salvador, mediador y sacerdote permanente; Dios Espíritu Santo, Amor, Fuerza, Abrazo de reconciliación y de vida.

Como resumen y centro de todo, la presencia de Cristo resucitado en el corazón del mundo como cabeza de la Iglesia y de una humanidad renovada y santificada. A partir de ahí, la venida constante del Espíritu Santo y la mediación de la Iglesia como Cuerpo de Cristo

Sobre estos fundamentos podremos exponer de manera comprensible y convincente la postura de la Iglesia y de los cristianos ante cada cuestión concreta que se presente en relación con el plan de Dios y su santa ley, la naturaleza de la familia cristiana, las exigencias de la castidad personal y matrimonial, el rechazo del aborto o de la eutanasia, el verdadero concepto de la libertad cristiana, las dimensiones y límites morales de la ciencia, de la política, de la ciudad secular, sin perder de vista los verdaderos fundamentos de la vida cristiana y de la humanidad redimida.

No queda sino pedir a Dios que todo esto y lo que yo no he sabido decir, se haga verdad entre nosotros. Que el Dios de la Creación, de la Historia y de la Vida, por N.S. Jesucristo ilumine nuestros corazones y santifique nuestras almas, que nos conceda la gracia de ayudar a nuestros hermanos a vivir en su presencia con un corazón de hijos, como un Pueblo santo, vivificado y pacificado por su Espíritu, gracias al don de su amor, sostenido e impulsado por la esperanza de sus promesas de vida eterna, bajo el amparo maternal de la Virgen María, Madre de la fe y madre de los cristianos. .

Pamplona, 22 de julio de 2005

Fuente :  ECCLESIA DIGITAL http://www.revistaecclesia.com