Salmos para "sentir y gustar internamente" *

Benjamín González Buelta S.J.

 

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I. La necesidad de la mística

Quisiera recordar la conocida y profética frase de Karl Ranher: El cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano. Hoy no nos basta con un Dios de catecismo, ni siquiera de eruditos cursos de teología que dialoguen con la cultura actual y con las otras religiones. Necesitamos hacer la experiencia de Dios, encontrarnos cara a cara con él, para decir, en las múltiples situaciones de nuestro mundo secular, como Jacob en su camino desconocido: "Dios estaba aquí y yo no lo sabía" (Gn 28, 16). Para exclamar como Job en el fondo de los infiernos humanos: "Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos" (Job 42,5). Para dejarse sorprender como Jesús por un Centurión romano que era de otra religión: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe" (Mt 8,10).

Dice J.B. Metz que hay dos tipos de místicos: Místicos de ojos cerrados y místicos de ojos abiertos. El místico de ojos cerrados vive con una inusitada hondura y consciencia, el viaje sin fin del encuentro con Dios que cada uno de nosotros iniciamos desde el día primero de nuestra existencia. Salir de sus manos, y entrar en el espacio y el tiempo de nuestro mundo, no fue una despedida, sino el comienzo de un encuentro que ya no tiene orillas. Se cierran los ojos para vivir la intimidad poblada por el misterio inagotable de Dios. En cambio, el místico de ojos abiertos, abre bien los ojos para percibir toda la realidad, porque sabe que la última dimensión de todo lo real está habitada por Dios. Se relaciona con el mundo, dándose cuenta de las señales de Dios que llena todo lo creado con su acción incesante, con su fascinante creatividad sin fin. La pasión de su vida es mirar y no se cansa de contemplar la vida porque busca en ella el rostro de Dios.

Todos tenemos algo de las dos místicas. Tal vez la pedagogía de la mística de ojos cerrados ha sido más desarrollada en la historia de la espiritualidad. Esta tarde, yo me quisiera fijar más en la pedagogía de la mística de ojos abiertos, porque tal vez esté más presente en este libro de salmos que presentamos en esta tarde. Los Ejercicios de San Ignacio son una gran escuela de mística de los ojos abiertos porque nos van conduciendo desde el encuentro con Dios en la intimidad, (mística de ojos cerrados), a la contemplación de Dios en todas las cosas, (mística de ojos abiertos).

Tres pequeñas anécdotas pueden servirnos de parábolas de lo que deseo expresar. Las dos primeras están ligadas a dos Casas de Ejercicios que los jesuitas tenemos en la Rep. Dominicana. La tercera sucedió en Roma.

a) Nuestra casa de Ejercicios Espirituales, llamada Manresa Loyola, está junto al mar Caribe. Con frecuencia yo solía bajar hasta los arrecifes de coral donde los pescadores se alineaban para lanzar sus anzuelos. Les oía exclamar mirando exaltados el agua: "¡Un mero, una dorada! ¡Allí se acerca un cardumen!". Yo miraba y miraba, pero nunca logré ver nada. Ellos sabían leer la profundidad del mar. Yo era un analfabeto. Ellos podían distinguir la presencia de un pez en lo que para mía no era más que un reflejo fugaz perdido en medio de tantos otros reflejos. Ellos sabían leer lo que estaba bajo las aguas, pero yo sólo era capaz de percibir los colores y los movimientos de la superficie. Ellos tenían una sensibilidad que yo no tenía. Habían crecido junto al mar. Desde niños habían jugado en el agua, hasta la playa se habían retirado muchas veces para sentarse en la brisa fresca de la tarde a procesar historias de amores y de trabajos. El mar estaba unido a sus sentidos con una sabiduría que para mí no existía. El mar era una palabra siempre en movimiento, un discurso que no se repetía. Para los pescadores el mar era transparente, y cuando estaban delante de él les hablaba a todos sus sentidos: a sus ojos con los colores cambiantes, a su olfato con el olor fuerte de las algas y el salitre, a su piel con el pasar fresco de la brisa, al oído con el rasgarse de las olas en el acantilado, al gusto de saborear el bienestar de sentirse envueltos en su magia.

Esta primera parábola nos ayuda a comprender la necesidad de crecer en una sensibilidad nueva que nos permita descubrir a Dios en la hondura de este mundo secular, donde la superficie aparece cada día más alejada de Dios, donde las imágenes explícitas de Dios son cada vez más desvanecidas y ausentes, pero donde Dios se mueve en la hondura con una creatividad incesante, con una pasión infinita por nosotros. Existen innumerables reflejos de esa pasión absoluta de Dios por nosotros en la superficie del agua. Pero necesitamos una nueva sensibilidad para percibir esos reflejos.

b) En la otra Casa de Ejercicios, Manresa Altagracia, me encontré un día con el Director, que estaba bastante molesto. En el camino de la entrada principal de la casa, crecía una hierba pequeña de media docena de hojas, de unos diez centímetros de altura, que llaman junquillo. Cuando se la quiere eliminar es muy difícil, porque se extiende por debajo de la tierra con unas raíces muy finas y crea unas cepas de donde salen nuevas plantas. Cuando se la arranca en un sitio, puede brotar a los pocos días un poco más allá. El buen padre estaba cansado de limpiar una y otra vez esa entrada que afeaba la Casa de Ejercicios. "Ya sé lo que voy a hacer, - me dijo - voy a echar una buena capa de asfalto para acabar con el junquillo". Una semana más tarde, todo el camino de tierra estaba cubierto por una gruesa y bella capa de asfalto negro. "Ahora sí que el junquillo ya no brotará más", me comentó satisfecho. Pero unos días más tarde, unas hojitas verdes empezaron a asomarse en medio del asfalto. A las pocas semanas todo el asfalto estaba atravesado por esas plantas tan tenaces, como si fuesen afiladas agujas de acero. ¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo el misterio de la vida vegetal logra orientar esas hojas hacia la luz a pesar de la oscuridad del asfalto negro?

Ese es el misterio de la creación y de la historia, la fortaleza incontenible de la vida alentada por Dios que brota desde el fondo de todas las situaciones humanas aplastadas por los sistemas sociales y políticos injustos, desde las innumerables y nuevas formas de injusticia que padecen hoy los pobres de este mundo, desde los infiernos de nuestra realidad. Desde el fondo de la historia, la vida brota siempre incontenible, más fuerte que cualquier intento de sofocarla, más sabia que nuestras disposiciones para reprimirla, desde la misteriosa actividad incesante de Dios en la discreción y el respeto a la historia humana. Necesitamos atención para acoger esas hojas verdes que atraviesan el asfalto.

c) Hace unos meses me contaban unas religiosas carmelitas lo siguiente. "Una niña muy pobre de la India necesitaba una cirugía de la que dependía su vida y que no era posible realizar en su tierra. Con la colaboración de distintas personas fue llevada hasta Italia. La cirugía fue un éxito. Mientras la niña estaba internada en la clínica, su padre se hospedaba en la casa de las religiosas Carmelitas de la Caridad de Santa Joaquina de Vedruna. Al final, el padre hizo este comentario: "¡Esto es increíble y admirable! Yo soy un habitante de la India y he sido acogido en Italia, soy de religión hindú, me hospedo en una casa de religiosas católicas y mi hija ha sido operada gratis por un médico musulmán!".

Algunos viven como una confusión angustiosa y como una amenaza para su fe el encuentro de las diferentes culturas y religiones que se realiza en este mundo globalizado. Pero, ¿no se ha abierto un nuevo camino asombroso para la experiencia del Dios que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret? ¿No estamos ante el nacimiento de una nueva utopía, la de un mundo pluricultural, pluriétnico y plurirreligioso que camina en diálogo hacia la reconciliación de todas las cosas en Cristo? Toda la humanidad forma una sola comunidad que tiene en el único Dios el mismo origen, el mismo destino y está animada por el mismo Espíritu con su presencia activa en la historia humana, en todas las personas, culturas, sociedades y religiones, para construir entre todos el Reino de Dios. En vez de un terreno que nos lleve a disolvernos en el relativismo, o amurallarnos en fundamentalismos de distintas especies, ¿no se ha abierto para nosotros un nuevo espacio para descubrir la acción admirable de Dios en otras cultura y religiones?

Tal vez este es hoy nuestro desafío principal: Crear una nueva sensibilidad contemplativa para percibir a Dios en medio del mundo secular, indiferente ante Dios y cambiante como la superficie del mar. Y percibirlo también allí donde se dice que no está, en las situaciones humanas aplastadas por los sistemas sociales o los accidentes de la vida, entre los descalificados de la historia, de donde, según nuestros análisis ya no puede salir nada bueno. La culturas y religiones acogidas de cerca en las personas que las viven, nos abren un espacio nuevo para crecer en el insondable misterio de la generosidad creadora de Dios y de su acción incesante con iniciativas liberadoras siempre nuevas.

 

II. Intento resumir en diez pasos este proceso contemplativo:

1)    Punto de partida: asumir que hoy necesitamos crear una nueva sensibilidad contemplativa para percibir el misterioso actuar de Dios en nuestro mundo cambiante, secularizado y en proceso de globalización.

Estamos en una nueva situación, en una nueva cultura. Dios se nos revela de maneras nuevas. Cuando sólo vemos ausencia de Dios, y no salimos de una queja recurrente, y vamos de lamento en lamento, por los malos tiempos que vivimos, tal vez es porque tenemos una mirada que todavía no ha aprendido a verlo en la nueva realidad en la que estamos inmersos.

Recordamos las palabras de Isaías: Miren que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? (Is 43,19) Isaías, urgido desde lo que ha visto en su contemplación, le dice al pueblo que abra sus sentidos a la realidad, a lo nuevo. No les dice, como en otras ocasiones, "recuerden", "hagan memoria", "piensen", "reflexionen", "ponderen"..., sino "miren", abran bien los sentidos, perciban la realidad de otra manera, saquen de su vida las programaciones que les tienen presa la mirada, sacúdanse de encima la oscuridad y el frío del invierno que los tiene congelados, perciban los brotes, lo germinal que rompe las cortezas endurecidas, los asfaltos que quieren silenciarnos.

El pueblo judío está abatido por la experiencia dura del exilio. La visión de su realidad cotidiana les había llenado el corazón de tristeza y la mirada de monotonía. Eran "tan realistas", tan fieles a las evidencias que les trasmitían sus sentidos, que sólo podían ver un cautiverio perfectamente organizado que les impedía darse cuenta de los brotes germinales, de lo nuevo que Dios realizaba en ese momento.

Pero el profeta ya tiene otra sensibilidad diferente y nueva. En su corazón arde la certeza de que la creatividad de Dios no se puede apresar, y por lo tanto siempre hay que estar atentos, despiertos, mirando la realidad con ojos nuevos, porque en cualquier momento puede brotar algo inesperado y sorprendente.

Hay que estar mirando siempre el horizonte para ver si aparece un punto pequeño, insignificante, que avanza y crece al acercarse como novedad salvadora. Y hay que estar mirando siempre la hondura de los corazones, para ver si Dios hace surgir algo nuevo, una intuición pequeña que cruza el firmamento interior como una estrella fugaz, algún sueño que abra la vida a nuevas posibilidades.

El profeta, el que "es" profeta, no sólo dedica algunos momentos de su tiempo a ver por dónde se asoma el futuro, sino que es contemplativo las veinticuatro horas, en la claridad luminosa del día donde todo parece tan real y evidente, y en la oscuridad de la noche cuando todo parece incierto, amenazante y misterioso. El profeta ha ido configurando su sensibilidad contemplativa en el día más radiante y en la noche más oscura. Y contempla la acción de Dios siempre, cuando se enclaustra en su silencio y cuando comparte las labores comunes de la vida, cuando ve pasar por las calles los defensores de los sistemas sociales injustos con la seguridad armada de su poder, y cuando ve pasar la vida frágil, tenaz e irreductible, de sus vecinos que se afirma en cada paso.

¿Dios está vivo? ¿Dios tiene algo que hacer en este mundo? ¿Le falta a Dios la imaginación para crear nuevas posibilidades, la sabiduría para abrirse paso a través de la "puerta pequeña" y el "callejón estrecho" de tantas vidas honestas que en toda partes lo buscan de todo corazón? ¿Estaremos nosotros presos de la "herejía emocional" (J.A. García) de sentirnos en el mundo como si Dios ya no tuviese nada que hacer en nuestra vida personal y en nuestra sociedad?

Lo que aquí se plantea es un problema de sensibilidad. Es lo que dice Isaías: "Ver", "notar". Creo que en esta época de fermentación constante en la que nos ha tocado vivir cambios dramáticos y sumamente acelerados, donde Dios parece desaparecer a veces de nuestro entorno, donde todos parecemos arrollados por fuerzas incontrolables que nos llevan de un lado para otro, necesitamos crear una sensibilidad nueva, para poder percibir cómo Dios llega hoy hasta nosotros en la discreción de los brotes incontables que crecen por todas partes y anuncian el futuro.

Este pequeño libro nace de encontrarme con muchas personas que ya crecen en esta sensibilidad nueva cada día. No se trata sólo de creer en Dios, sino de ver cómo trabaja, de saborear el gusto de esforzarnos con él por el futuro más humano que él alienta, de abrazar lo nuevo que llega desde él, de besarlo con reverencia en las sonrisas y también en las cruces de tantos hijos e hijas suyos.

Pero esta tarea no es fácil, pues estamos expuestos permanentemente a estímulos poderosos que intentan crear en nosotros otra sensibilidad diferente a la de Jesús de Nazaret. Día y noche nuestros sentidos son asaltados con tecnologías estudiadas por los técnicos de la comunicación humana, por imágenes deslumbradoras que nos conmocionan con fuertes impactos emocionales, se alojan dentro de nosotros y se van adueñando de nuestros sentimientos, pensamientos y decisiones.

2)    Ante un progresivo apagarse del misterio en el mundo secularizado, presenciamos intentos huecos de reencantamiento del mundo. Nos revelan la necesidad de trascendencia del ser humano, pero también nos alertan sobre caminos extraviados.

En su libro "Rumor de Angeles" (Ed. Herder, Barcelona, 1975), Peter Berger siente la permanencia de lo sobrenatural en el mundo secular, no como hecho masivo situado en el centro de la cultura, sino como "un rumor de ángeles" que la sociedad científica y técnica no puede extinguir:

"El redescubrimiento de lo sobrenatural significará, ante todo, una recuperación de la apertura en nuestra percepción de lo real. No será solamente como en gran medida han subrayado los teólogos influidos por el existencialismo una superación de la tragedia. Quizá, más exactamente, será una superación de la trivialidad. Con esta apertura a los signos de la trascendencia se redescubren las verdaderas proporciones de nuestra experiencia. Éste es el aspecto cómico de la redención; nos permite reír y jugar con una plenitud nueva" (p. 169).

En el mundo secular y agnóstico, desde la necesidad que todos tenemos de trascendencia, aparecen intentos vanos de reencantamiento del mundo:

a) En su libro "La tentación de la inocencia" (Ed. Anagrama, Barcelona, 1996) Pascal Bruckner afirma que "el ocio, la diversión, la abundancia material constituyen a su nivel una tentativa patética de reencantamiento del mundo" (p.45). Es el invento del consumismo. Los centros comerciales son el exponente más brillante. En ellos "se huele un aroma a tierra prometida donde la miel y la leche fluyen en abundancia, donde por fin la humanidad se redime de sus debilidades" (p.49). Al final nos sentiremos desnudos y engañados, con el paladar desabrido por haber comido alimentos que no quitan el hambre y bebido aguas que no quitan la sed.

b) Las grandes liturgias seculares. Los grandes eventos deportivos con sus cofradías de seguidores fervorosos y entregados, con sus rostros pintados con los colores de su equipo, con sus símbolos, cantos y consignas, tienen un aire de religión. Los partidos políticos tienen también sus rituales, sus celebraciones de cierre de campaña, sus símbolos y su pretensión única y excluyente de enderezar la historia humana. Eventos ecológicos, espectáculos artísticos, cumbres mundiales, exaltan con razón dimensiones importantes de la existencia. Pero las dimensiones profundas del ser humano en medio del universo y de la historia, su necesidad de encuentro con el Dios personal para el que estamos radicalmente hechos, los grandes enigmas del sufrimiento y de la dicha, no se recogen ni se celebran, quedan a la intemperie de la secularidad congelante.

c) Los fundamentalismos se consideran los únicos dueños del misterio. Algunos son pacíficos e invitan a entrar en su arca de Noé a los que quieran salvarse, mientras el resto de la humanidad se ahoga en el diluvio. Otros son violentos e impositivos. Es el fundamentalismo del sable que degüella y de la dinamita que hace estallar por el aire todo lo que no se ajuste a su visión.

d) En la posmodernidad han regresado los dioses envueltos en un aroma de misterio, y han surgido muchos caminos religiosos que nos hablan de la trascendencia pero que nos pueden bloquear el acceso al Dios vivo, al único Dios de todos los seres humanos.

3)    La contemplación supone, no la huida del mundo, sino el respeto cálido de lo real.

El universo ha salido de las manos de Dios en la creación inicial, sigue en su manos de trabajador sin sábado en la creación continua, y en nuestra realidad cotidiana ya se va construyendo la nueva creación, la que introdujo Jesús en nuestra historia, la que nunca pasará porque ya es reino de Dios en medio de nosotros y tiene consistencia de eternidad.

A veces la palabra contemplación evoca huida del mundo, desviar la mirada hacia bellos paisajes de vacaciones exóticas. Pero lo que aquí decimos es todo lo contrario: mirar el mundo, hundir la mirada en la realidad hasta que se disuelvan las cáscaras que la cubren, hasta que se nos vaya haciendo transparente y nos revele lo que sólo se nos puede regalar, la acción de Dios en medio de nosotros. Se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios (Salmo 69,4) Es el Señor el que tiene que mostrarse, y tenemos que permanecer atentos a lo real donde él se nos revelará en el momento oportuno, aunque se nos nuble la vista de tanto mirar y esperar.

Con frecuencia idealizamos las personas y situaciones duras, proyectando sobre ellas nuestros deseos religiosos, y creemos que ya estamos confiriendo a la realidad su verdadero rostro. Pero es una operación cosmética sin valor. Con la misma pintura con que coloreamos a nuestro gusto la realidad dura, estamos ocultando al mismo tiempo la realidad y a Dios que actúa en medio de ella. Idealizar no es contemplar. Lo mismo sucede cuando demonizamos la realidad, como si Dios no hiciese nada en esa situación.

Dios respeta la realidad que ha creado y puesto en nuestras manos. Actúa en medio de nosotros dialogando, proponiendo. No nos salva la imposición de Dios sino su exposición. Jesús es el riesgo de Dios en nuestra historia, una existencia expuesta, que nos invita a dialogar con Dios desde su misma vida, que es un perfecto e insuperable diálogo entre una persona humana y el Padre de bondad. Desde siempre y por siempre el Señor mira y no tiene límite su salvación (Eclo 39, 20). Esta mirada salvadora de Dios, y su propuesta concreta, que es salvación inagotable, que es vida y liberación para todas las persona oprimidas por cualquier clase de miseria, es lo que tenemos que descubrir en toda situación.

Con frecuencia oímos decir, yo soy realista, para significar que sólo se cree lo que se ve y lo que se toca, lo que se puede medir y contar, lo que forma parte de nuestro mundo científico y técnico. Es fundamental conocer lo mejor posible nuestra realidad en un proceso científico que se abre siempre a nuevos descubrimientos en el abismo de lo grande en el universo, de lo pequeño en cada átomo y de las generaciones que se suceden en la historia. Pero quedarse ahí, con toda la fascinación de este viaje sin fin, y no mirar más profundo, es quedarse en un oasis de laboratorio o de biblioteca, sin adentrarse en las dimensiones más radicales, las que sólo son accesibles a la mística, y que la poesía y otras formas de arte evocan sin descanso. El místico encarnado es el más realista.

4)    Nuestra mirada está cautiva y necesitamos liberarla para ver. Todos nuestros sentidos necesitan esta curación.

Nuestra manera de ver, en esta cultura de la imagen, está muy determinada por los camarógrafos que constantemente nos tramiten la información sobre la realidad; generalmente miran según el ojo del amo que les paga. Se ha generado en las sociedades actuales una manera comprada de mirar. Por eso tenemos que liberar nuestras miradas, tanto para mirar nosotros, como para no entrar en las expectativas de los que nos miran con ojos que no respetan nuestra propia realidad personal.

Necesitamos desactivar el tiempo acelerado que crea en nosotros entrañas impacientes. Todo se realiza al instante: informaciones, comunicación, transacciones financieras. El mando a distancia es el símbolo que todo lo cambia en unos segundos. No hay tiempo para permanecer, para durar en la contemplación reposada superando los impactos emocionales que sorprenden y marcan nuestra afectividad en segundos.

Necesitamos recrear los espacios que ahora están inundados de marcas comerciales y de consignas políticas, de imágenes y sonidos que no cesan, convirtiéndonos en depredadores audiovisuales, que engullen estímulos audiovisuales sin descanso y sin poderlos procesar de manera adecuada. Los nuevos espacios de la contemplación, son la "ecología espiritual" necesaria para percibir la realidad de otra manera.

Necesitamos desarmar el corazón hinchado por la autosuficiencia científica y técnica que piensa que todo lo podemos lograr sin necesidad de recurrir a Dios, y que hay que eliminar "el factor Dios" (J. Saramago), porque es un elemento perturbador para construir una sociedad humana de calidad.

Hay que mirar de otra manera para ver y ofrecer una visión alternativa de la realidad, para saber qué vivimos y desde dónde lo vivimos. Pero esto supone un largo proceso contemplativo que es ascético y místico, íntimo y social, personal y comunitario inseparablemente.

5)    Existen "colirios" privilegiados para liberar nuestra mirada ciega.

Todos participamos de alguna manera de las diferentes cegueras de este mundo. "Necesitamos "colirios" que nos devuelvan la vista, como la iglesia de Laodicea en el Apocalipsis (Ap 3,18). Tal vez podamos identificarnos con alguno de los ciegos que presento:

a) Sansón era un gran líder de su pueblo, pero fue cegado con astucia en la plenitud de su esplendor, y después de arrancarle los ojos ya sólo sirvió para darle vueltas a la rueda para moler el trigo de sus amos cargado de cadenas y para divertirlos con sus bailes (Jue 16).

b) Hay ciegos de nacimiento, totales o parciales, porque nacen y crecen en sistemas sociales y religiosos que nunca les han permitido ver algunas dimensiones fundamentales de la vida (Jn 9,1).

c) Hay personas de buena voluntad que se quedan ciegos en medio del compromiso y se sientan en la orilla del camino, cuando se nublan las razones porque todo el esfuerzo parece encaminarse a la confrontación mortal con los poderes establecidos del Templo y del Imperio (Mc 10, 48-52).

d) Incluso podemos quedarnos ciegos de repente por un exceso de luz que llega desde Dios y nos hace ver que nuestros caminos habituales, que veíamos ayer tan generosos y sensatos, sólo son muerte y basura, como le sucedió a Pablo camino de Damasco (Hch 9,1). Pero en medio de esas cegueras llega el Señor, y nos devuelve una nueva visión de la realidad.

Todos necesitamos liberar la mirada de nuestras cegueras para contemplar la realidad como Dios la mira. En la Biblia encontramos muchos ejemplos que nos sirven de parábolas para comprender cómo situaciones humanas, que parecen totalmente negativas, son privilegiados espacios para recobrar una visión alternativa a la impuesta por los que dominan este mundo.

Job había contemplado la realidad desde la salud, la riqueza, la familia exitosa y el reconocimiento social. Pero herido en toda su persona, sin familia, arruinado y enfermo, se sienta entre la ceniza, en el basurero de la casa (Job 2, 8) Al mirar la realidad ahora desde la proximidad a los últimos ve cómo éstos son acosados como burros salvajes, explotados en su trabajo, despojados de sus tierras, de sus hijos pequeños (Job 24, 1-13). Al cambiar su mirada sobre lo real, surgen nuevos interrogantes sobre Dios. "Dios no hace caso a sus súplicas" (24,12). "¿Por qué el todopoderoso no señala plazos para que sus amigos puedan presenciar sus intervenciones?" (24,1). Más adelante sentirá que Dios está ahí, solidario de los últimos, como una presencia de vida: "Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos" (42,5).

En la atalaya (Ez 33,1) el centinela es colocado en lo alto para que vigile los caminos de acceso a la ciudad. Se separa de la actividad cotidiana donde los demás viven sumergidos, para levantar la cabeza y mirar el futuro. Es una misión de soledad, de vista aguda para poder ver largas distancias, de vigilancia permanente para no ser sorprendido, de discernimiento para saber si lo que se acerca por los caminos del futuro es vida o muerte. Esa es la misión del profeta, decir lo que ve en el pueblo aunque le cueste la vida. Si no avisa, el es el culpable de la muerte que llega (33,6), porque lo que Dios quiere es la vida para todos. "Juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva" (33,11).

El desierto es a lo largo de toda la Biblia un lugar privilegiado para nuevas experiencias del Dios que camina en medio de su pueblo (Éxodo). Al desierto lleva Dios al pueblo de nuevo para que tome distancia de su desorientación, mire su vida con ojos libres y regrese a su amor primero (Oseas). El Espíritu llega hasta el profeta Juan en el desierto, lejos del Templo y sus instituciones, y le ayuda a ver que los tiempos están maduros para anunciar la inminencia del reino de Dios (Lc 3,2). El mismo Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para que contemplara la realidad de su pueblo, y para que, a través de la lucha contra distintas expectativas sobre el Mesías que lo tentaban, se clarificase en él la originalidad irrepetible de su vida enteramente surgiendo desde el Padre, y dedicada al servicio del reino (Mt.4,1)

El paso por la noche es también una experiencia en la que se afina la sensibilidad para percibir la realidad de otra manera. En la noche larga puede llegar el ladrón en el momento menos pensado, y puede llegar incluso disfrazado de "ángel de luz". Pero en la noche también llega el Señor y hay que abrirle la puerta para que entre (Lc 12,35-40). No sabemos a qué hora llega. Pero en la noche, el espíritu se hace más vigilante, y la mirada se agudiza para descubrir nuevas formas de presencia del Señor en medio de nosotros. "Amo de mi ser las horas oscuras en las cuales se ahondan mis sentidos" (R. M. Rilke).

6)    Amar la realidad cotidiana es condición indispensable para contemplarla.

La poetisa cubana Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, recuerda cómo su madre la despedía al salir de casa: me miraba un instante con su mirada capaz de embellecerme, y me decía adiós. El amor descubre y trasmite la belleza que el ojo frío no puede descubrir en los gestos y situaciones de la vida cotidiana. Para lo extraordinario, todos tenemos sentidos, pero nuestra mirada resbala fácilmente sobre lo cotidiano.

Sólo se puede contemplar bien lo que se ama. El amor permite reposar la mirada, volver una y otra vez sobre la realidad amada, para ver lo que el ojo simple no es capaz de percibir. Ubi cor, ibi oculus (San Agustín). Donde está el corazón allí se posa la mirada. Es el corazón el que orienta, reposa y confiere calidad a la mirada.

El desafío contemplativo es, como dice Ignacio de Loyola, encontrar a Dios en todas las cosas, a él en todas amando, y a todas las cosas en él (Constituciones de la Compañía de Jesús, 228). Dios está de diferentes maneras en toda la realidad, pues Él es el amor siempre activo en el que subsiste todo lo creado. Amas a todos los seres, y no aborreces nada de lo que has hecho (Sab 11, 24). Desde toda criatura Dios mantiene una relación intensa y única con cada uno de nosotros para que nos vayamos transformando progresivamente en la originalidad que necesita este mundo.

Algo previo es necesario: buscar a Dios en todas las cosas (Const. 228). Para descubrir a Dios hay que buscarlo. Existe un acercamiento científico a la realidad que tiene su propia metodología. Pero existe también un acercamiento contemplativo que también tiene su propio dinamismo. No se excluyen estos dos acercamientos, más bien se redimensionan el uno al otro cuando se desea percibir la realidad en toda su plenitud.

El desafío contemplativo es descubrir a Dios en la profundidad de todas las cosas, y todas las cosas en la profundidad del corazón de Dios. Es un don y es también una tarea. La mística nos enseña que este don llega desde Dios de manera impredecible. Ignacio fue sorprendido junto al río Cardoner. Hizo una experiencia tan intensa de Dios que "le parecían todas las cosas nuevas" (Aut. 309). Era otro hombre, parecía que tenía unos ojos nuevos. Pero la ascética vivida en Manresa había vaciado el corazón de Ignacio de suficiencia y de saberes adquiridos sobre Dios y sobre la vida.

7)    No hay contemplación de la realidad sin implicación en la realidad.

A veces escogemos balcones privilegiados para contemplar un espectáculo que se realiza en un escenario, en un terreno deportivo. Pero los balcones no son el espacio adecuado cuando se trata de contemplar la realidad.

Dios está implicado en la realidad hasta el punto de enviarnos a su Hijo a este mundo para llevarnos a nosotros y a toda la creación a su reconciliación definitiva con él. Nos ha enviado su Espíritu para que asuma el gemido de parto de la creación entera (Rm 8, 23) y para que nos guíe hasta la verdad plena (Jn 16,13) Y éste es el punto central de la contemplación, el descubrimiento que puede cambiar radicalmente nuestra percepción de la realidad y el sentido de nuestras vidas.

En Jesús contemplamos al mismo tiempo la insuperable implicación de Dios en nuestra realidad, y la respuesta humana más perfecta que se puede dar para la transformación de la realidad. Jesús de Nazaret no es el diálogo entre Dios y un hombre en una soledad protegida, sino en el centro de una sociedad conflictiva, que pretendía ser fiel a Dios precisamente con las mismas leyes y rituales con los que le cerraba el paso.

Como Jesús, nosotros tampoco somos invitados a situarnos en un palco privilegiado para ser espectadores de las personas y de la historia humana que se mueve en el escenario del cosmos. Sólo al implicarnos para crear la novedad incesante y salvadora de Dios juntamente con él, en diálogo constante con él, podremos experimentar cómo el dinamismo del reino que recorre la historia nos atraviesa también a nosotros mismos. Cuando intentamos liberar el mundo de sus opresiones y sus carencias, no sabemos nunca dónde acaba nuestra mano, dónde empieza la mano de Dios y cómo se unen las dos.

Esta experiencia de liberar la realidad y de crear la novedad de Dios juntamente con él, dinamiza nuestra vida y la llena de un sentido que nos plenifica. El que ha hecho esta experiencia ya no será el mismo para el resto de su vida. Podrá comprometerse, arriesgarse y perder, fracasar o triunfar, sin que esas circunstancias lo aparten de la "vida verdadera" (EE 139) que ya ha "sentido y gustado internamente" (EE 2) Invocaremos al Señor, tal vez mirando a la lejanía de la trascendencia, y él nos responderá desde la proximidad insuperable de nuestra propia acción concreta liberadora de toda pobreza y opresión: "Aquí estoy" (Is 58,9). Al ayudar a los demás, nuestra propia "oscuridad se volverá mediodía" y "brotará la carne sana" en nuestras heridas (Is 58, 8-10).

8)    No hay personas ni situaciones donde Dios no esté y donde no pueda ser contemplado.

Hay que cambiar la imagen de Dios si queremos encontrarlo en las situaciones sin salida, en las vidas fracasadas. Es necesario bajar al encuentro de Dios en seguimiento de Jesús, que se abajó hasta el último peldaño de la condición humana (Flp 2,6-8). Si miramos para arriba, si buscamos un Dios todopoderoso en la historia, si consideramos que el dolor no afecta a Dios, si creemos que Dios sólo se encuentra en los espacios no contaminados por el pecado, la injusticia y la sangre derramada, no lo vamos a encontrar.

Se nos hace fácil encontrar a Dios en la belleza, la justicia, la armonía, el amor… Se nos hace difícil descubrir a Dios cuando se presenta como diferencia que nos desinstala, como necesitado que amenaza nuestros haberes, como violencia que nos hace temblar y nos encoge. Pero Jesús se identificó con los últimos, y el juicio final sobre el valor de la vida humana es precisamente el descubrirlo a él en esos últimos (Mt 25). Incluso los seres amenazantes llevan sobre su rostro la marca puesta por Dios en el rostro de Caín para que todo el que lo vea lo respete (Gn 4,15), porque la dignidad de ser hijo de Dios nunca se pierde. Puede ser que cuando apartamos el rostro y la mirada de las personas destruidas (Is 53,3) estemos huyendo del Dios vivo que en la historia es nuestro servidor.

En la pascua de Jesús se nos revela que en todas partes y en toda persona, se está realizando siempre lo mismo que él vivió. El Padre está a su lado asumiendo su dolor y acogiendo su amor en la plenitud de la vida sin fin, porque el amor no puede morir. Sin asumir esta realidad pascual, será imposible descubrir a Dios en el escándalo de las vidas rotas y de las situaciones sin salida que encontramos de manera innumerable y escandalosa por todos los rincones de la tierra.

9)    Llega un momento en que la realidad se nos hace transparente.

La implicación en la construcción del reino de Dios juntamente con él es lo que nos va permitiendo descubrir la acción de Dios en medio de nosotros como la dimensión más profunda de la realidad. A medida que vamos constatando una y otra vez esta presencia, con sólo mirar las apariencias de la superficie, ya intuimos el dinamismo de vida que se mueve por el fondo.

Atravesando las salas del leprocomio de El Rincón, en la Habana, acompañado de una religiosa Hija de la Caridad, yo sólo acertaba a ver las orejas y los dedos de los enfermos roídos por la lepra. Pero ella pasaba con un sonrisa que encendía a su paso los rostros de los enfermos, despertaba sus mejores sentimientos de dignidad, de valor. Ciertamente que ella veía algo que yo no veía todavía, y que los leprosos se veían a ellos mismos en los ojos de la religiosa con una imagen diferente a la que le devolvían sus pobres espejos de cristal.

En la encarnación de Jesús se nos ha revelado que Dios puede estar en nuestra carne, que la eternidad puede moverse en el tiempo, que la trascendencia es la cara honda de la inmanencia, que el indecible puede comunicarse de manera inagotable en una palabra humana. "El que me ve a mí ve al Padre" (Jn 14,9). En todo hijo de Dios podemos encontrar su huella.

Poco a poco se van uniendo el trabajar con Dios y la sensibilidad para percibirlo. Nacen comunidades cristianas arrancando cada persona, una a una, de ambientes hostiles como si fuesen las piedras de una cantera de indiferencia, se organizan los vecinos, surgen nuevas propuestas de vida para todos… Poco a poco el espacio se empieza a llenar de signos del reino, y la realidad se nos hace transparente como si un pedazo de calle, un aula o una sala del hospital se hubiese pulido hasta volverse un cristal diáfano que nos permite ver la acción discreta y honda de Dios entre nosotros y con nosotros.

En la medida en que recorremos esos espacios, y aunque nosotros no los miremos, ellos sí nos miran a nosotros, sensaciones de sentido y de alegría nos recorren, sin saber nosotros muy bien de dónde llegaron, al adentrarse por las puertas de nuestros sentidos. La transparencia es real cuando no sólo nosotros miramos las huellas de Dios, sino cuando ellas nos miran a nosotros, cuando a través de ellas nos llega la mirada de Dios que nos transforma.

La transparencia de la realidad nos va conduciendo a la transfiguración personal, a la integración de lo que somos en Dios, superando los mecanismos superficiales que se apoderan de nosotros y que nos desintegran. Necesitamos hoy más transfiguración: personas transfiguradas y personas que ven el mundo transfigurado, transparente, es decir, que saben percibir la acción de Dios en el fondo de la realidad.

10)   Así nacen para nosotros los nuevos signos de Dios en el mundo secular

Tantos discursos diferentes sobre Dios recorren el mundo que ya no interesan mucho las crónicas sobre Dios, sino encontrarse con personas que lo transparenten, con instituciones orientadas al servicio de los últimos, y con las ayudas necesarias para realizar la experiencia del Dios vivo que se comunica con nosotros. No basta con que les hablen de Dios, quieren "sentir y gustar" (EE 2) ellos mismos el encuentro con él. Hemos sido despojados por la cultura actual del significado evangélico de muchos monumentos, de magníficas obras de arte, pero nos queda lo principal, la vida misma de toda persona donde el Señor de la historia sigue sorprendiendo el futuro.

Las personas, comunidades, instituciones evangélicas, se convierten hoy en los signos vivos del resucitado. Hay mucha música desgarrada en nuestros jóvenes en la que tal vez se expresa la protesta profética contra nuestra sociedad. Muchas búsquedas que nos parecen desatinadas, son la huida de un mundo asfixiante, y puede ser el sacudirse el polvo de las sandalias (Lc 10,11). Somos los seguidores de Jesús, que se ahogó en el diluvio de la injusticia humana, por arriesgar una nueva imagen de Dios, la del que asume la historia desde los echados a los márgenes, desde los últimos junto a los que nace y entre los que sirve y muere.

Hoy desde el Espíritu de Jesús nacen nuevas dimensiones de vida dentro de la Iglesia y fuera de ella. Y esta novedad necesita que la bauticemos con su nombre, necesita cantos, signos, humor, juegos y perfumes que expresen lo que siente nuestro corazón y nuestro cuerpo. En las encrucijadas de nuestro mundo, en los márgenes de la injusticia, de la emigración, en los campamentos de refugiados, en las fronteras del diálogo y la convivencia interreligiosa, en el reclamo de "otro mundo posible", aparecen presencias y organizaciones que son sensibles al viento universal del Espíritu.

Los signos de Dios no se limitan a una iglesia, a una cultura, a una etnia determinada. Los verdaderos signos de Dios, como Ghandi o la Madre Teresa, son signos universales que nacen en todas partes y que todos podemos entender como referidos a lo mejor de toda la humanidad. Ése es el lenguaje del Espíritu que, como la música, la belleza, la justicia y el amor, no necesita traductores porque todos lo comprenden. Aunque hay signos de gran calidad evangélica, como Mons. Romero, que no todos entienden ahora. Será necesario que el tiempo sane muchos corazones y nos revele la verdadera grandeza de los identificados con el crucificado.

Reencantar el mundo no es una sensacional operación de marketing, sino asumir el paso de Dios en medio de nosotros, en seguimiento del Jesús pobre y humilde del evangelio, para descubrir y proclamar la alegría de las bienaventuranzas en cualquier credo o piel donde aparezca. Sólo así podremos cantar "un cántico nuevo" (Ap 14,3), verdaderamente alegre, al experimentar que el Señor hace nuevas todas las cosas, absolutamente todas (Ap 21,5).

 

III. Conclusión: Crear una nueva sensibilidad contemplativa para el misterio en el que vivimos.

Un día le preguntaron al P. Kolvenbach si oraba con los iconos orientales. El respondió que sí. –"Y usted los mira?". "No - respondió el P. Kolvenbach - , son ellos los que me miran a mí".

Los signos del reino nos miran a nosotros constantemente, nos hablan, nos transmiten un mensaje, y aunque nosotros no nos demos cuentan, entran en nuestra intimidad por los ojos abiertos, por todos nuestros sentidos.

Parte de nuestra ascética es hoy descubrir estos signos, darle imagen, música, arte, espacio, fiesta, de la misma manera que los artistas dan tiempo a construir los iconos de sus propias experiencias personales.

Tal vez, estos Salmos para sentir y gustar internamente, nos ayuden a crear esta nueva sensibilidad.

En el centro de los cambios profundos y acelerados que vivimos, Dios está en medio de nosotros asumiendo, salvando, regalando sentido, en continuación del Jesús de las bienaventuranzas siempre nuevas. Pero necesitamos una nueva sensibilidad contemplativa para percibirlo, para sentir que nos mira y para poderlo mirar. Si sólo queremos encontrarlo en los limitados espacios de nuestro lenguaje, de nuestra práctica religiosa, de nuestra cultura y de nuestros cánones artísticos, sufrimos de una ceguera empobrecedora, y el mundo se nos va convirtiendo cada vez más en un museo de tiempos pasados exitosos. Incapaces de percibir a Dios hoy, no tendremos lenguaje inédito para que la gente venga y vea (Jn 1,39), mire y perciba, allí donde nosotros les invitamos a mirar.

Esta nueva sensibilidad se va formando tanto en la soledad, cuando entornamos los ojos para dialogar de tú a tú con el misterio personal que nos habita, como en medio de los encuentros, al escuchar el ruido de la vida que rueda por las calles agobiada por el estrépito y los horarios, en las búsquedas humanas, en las confrontaciones que cargan dinamita en la mochila, al sentirnos nosotros mismos alcanzados por el dolor y por la dicha de vivir en este mundo concreto amado por Dios.

Las noches oscuras, los desiertos sin caminos seguros, el paso por los basureros de la historia, la soledad de los centinelas auscultando el tiempo presente, pueden purificar los sentidos, para percibir y anunciar a Dios de otra manera, el que va delante, el que nos precede siempre en Galilea, al que tenemos que descubrir hoy entre nosotros como una fuente inagotable del sentido y de la alegría insobornable del resucitado.

Salmos para acompañar los Ejercicios Espirituales

* Conferencia pronuciada en el Colégio Santo Inácio, Río de Janeiro, el 2 de mayo de 2005, para presentar la traducción de su libro Salmos para sentir y gustar internamente (Santander, Ed. Sal Terrae, 2004) al portugués, con el título: Salmos para sentir e saborear as coisas internamente. Uma ajuda para a experiência dos Exercícios Espirituais. El libro, con 235 páginas, fue traducido por la Dra. Maria Clara Bingemer y publicado por el Mosteiro da Santa Cruz, en Juiz de Fora (Brasil), en diciembre de 2004.