Selección de
«50 PREGUNTAS ACERCA DE LA VIDA Y DEL AMOR»
Comunidad del L'Emmanuel. http://WWW.emmanuel-info.com/es/dossiers/50q.

 

III. VIDA EN PAREJA

 

12.
¿Acaso tener relaciones sexuales antes del matrimonio
no es una manera de conocerse mejor?
13.
¿Se desvanece el amor con el tiempo?
14.
¿Cómo estar seguros de que podremos ser fieles toda la vida?
15.
¿Qué nos aporta el matrimonio?
 

 

12. ¿Acaso tener relaciones sexuales antes del matrimonio no es una manera de conocerse mejor?

Si el amor físico fuese una cuestión técnica, las experiencias preliminares serían imprescindibles. Pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. El éxito sexual depende, en primer lugar, de la calidad del amor y de la relación. Hay que aprender a amar y no a “hacer el amor”. En lugar de servir de preparación para el amor, las relaciones sexuales antes del matrimonio pueden herir a uno u otro.

En efecto, el sexo acelera la evolución de la relación ya que crea muy pronto la necesidad de vivir juntos. En estas circunstancias, es mucho más difícil plantearse si la elección es la adecuada o, eventualmente, si se debe interrumpir la relación. Sucede también que en la pareja el sexo desplaza al cariño y la comunicación del lugar que deberían ocupar, el lenguaje de los cuerpos sustituye al diálogo profundo. Como aún no existe compromiso, puede sentirse también miedo a entregarse a alguien que no nos acepta plenamente o que no estaría en condiciones de asumir la eventual llegada de un hijo.

Por otro lado, no tener relaciones sexuales antes del matrimonio fortalece la castidad. La castidad, manifestación de mi profundo sentido de la dignidad, representa también un respeto hacia la diferencia del otro y su derecho a ser él mismo. Es renunciar a toda idea de poder sobre el otro y aceptar que es necesario su consentimiento. Es también transparencia, porque permite que el cuerpo sea signo inequívoco pero puro del amor.

Por último, la castidad supone reservarse para entregarse completamente. La mujer que se entrega por completo a su marido, es casta. El joven que se reserva hasta encontrar la mujer a quien se entregará completamente, es casto. Actualmente, no es que la virginidad sea un valor muy en alza. Sin embargo, muchos querrían conservarla para el día en que descubren el “gran amor”, “el amor de su vida”. Así pues, la castidad es reflejo de un amor que quiere entregarse totalmente, con un profundo respeto al otro.

Por todo eso, es y será siempre una virtud moderna.

 

13. ¿Se desvanece el amor con el tiempo?

Muchos jóvenes se preguntan “¿Por qué seguir juntos, cuando ya no hay amor?”. Es una buena pregunta. Pero, ¿no sería mejor intentar que los problemas de la vida no apaguen la llama de nuestro amor?

Lo cierto es que, experimentar desde el principio ciertos aspectos del matrimonio - relaciones sexuales, vida en común, etc.- impide muchas veces que se profundice en el amor, que se deje de construir la relación, que se desvirtúe.

¿Quién es la persona a quien amo? ¿Quién soy yo ahora? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a entregarme al otro? Es necesario descubrirse, conocerse antes de sellar una alianza y de unirse. El amor no es solamente la chispa del sentimiento, el “flash” de un “flechazo”. El amor es una llama capaz de resistir contra viento y marea. Un amor así es posible: si nos lo proponemos, podemos hacerlo realidad ¿cómo? El amor no se reduce a amar o no amar. El vínculo del amor se basa en una decisión recíproca.

¿Pero, se desvanece el amor? Depende. Depende mucho de cómo nos amemos y sigamos amándonos. El destino no existe. Un hijo de divorciados no está condenado al divorcio. Al igual que los demás hombres, es una persona única, capaz de amar y de ser amado. Puede construir una relación, profundizar un amor, perdonar y ser perdonado.

¿Cómo impedir que el amor se desvanezca?

Haciéndolo crecer.

Amar no es solamente tener relaciones físicas o sonreír cuando se está de buenas. Amar es hacer que el amor crezca: querer el bien del otro, ver todo lo que hace bien y no fijarse sólo en lo que hace mal. Se trata de hacer feliz al otro. Dar gratuitamente...

Para hacerlo crecer, hay que volcarse en el amor.

“No hago el bien que quiero; antes bien el mal que no quiero “(cf. Rom. VII, 19). Eso es el pecado. Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, amor y matrimonio iban juntos. Sin embargo, eso no es siempre de por vida. Si atendemos a las explicaciones que nos da Dios, comprendemos que las cosas no siempre van siempre unidas al pecado original (ver cuestión 31), es decir, a nuestra tendencia a hacer el mal, a pecar. Las peleas, las discusiones, el ignorarse mutuamente y el egoísmo llevan a que el amor se desvanezca. Dios nos dice que nos volquemos en el amor respetando siempre nuestra libertad, que reconozcamos nuestros errores, que volvamos a empezar, que encendamos de nuevo la llama del amor de Dios.

El sacramento del matrimonio proporciona la capacidad de reafirmar el amor dando amor (ver cuestión 15).

 

14. ¿Cómo estar seguros de que podremos ser fieles toda la vida?

No se trata de saber si el día de mi boda, estoy seguro/a de que se seré feliz toda mi vida, sino más bien de preguntarse si estoy convencido/a de que el hombre o la mujer de mi vida es el/la que he elegido. Estamos llamados a renovar cada día el compromiso asumido en la Iglesia el día de nuestra boda, cada día debemos decir: “Sí, me entrego a ti y te tomo libremente”. Ser fiel, es hacer crecer juntos esta entrega mutua que comenzó el día de nuestra boda y que no dejará de crecer durante los años que pasemos juntos. Hace falta tiempo para crecer, para construirse. Se trata de un proyecto que tenemos que diseñar juntos. Amar es poderle decir al otro: “Pase lo que pase, estaré contigo, en la alegría o en la tristeza”.

La fidelidad es el testimonio de una mujer que perdió a su marido tras 50 años de vida en común y que nos decía: “¡Teníamos aún tantas cosas que decirnos... !” El camino de la fidelidad se recorre creyendo en el otro, compartiendo esperanzas, preocupándose por él, aceptándole día tras día. El camino es a veces difícil, duro pero nos proporciona alegrías y nos ayuda a evolucionar como personas.

No obstante, quien es fiel no está libre de tentaciones. Al ser la fidelidad un camino, una construcción, es necesario establecer marcas que nos ayuden a seguir siendo fiel. Mostrarse indiferente con nuestra pareja destruye la felicidad. Decir “no tengo tiempo”, “mi carrera, realizarme, el deporte, la música... es lo primero”, o bien, anteponer amigos y relaciones sociales ; querer preservar la propia libertad, reservar los espacios propios de libertad, etc. hace que poco a poco la comunicación deje de existir. Cada uno vive su vida, en lugar de compartirla y es entonces cuando, insatisfecho y frente a las múltiples tentaciones de la vida, se puede caer en la tentación de romper la promesa de fidelidad.

Debemos mantenernos en “guardia”, estar atentos a lo que sentimos, a lo que miramos, a lo que decimos para preservar nuestra fidelidad como se guarda un preciado tesoro. Las tentaciones del mundo son fuertes: pornografía por doquier, transformación del acto sexual en algo banal, búsqueda del placer por el placer, modas provocativas, películas que predican la infidelidad sexual, etc.

Son tantos los desórdenes que pueden afectar nuestra fidelidad. Prometerse fidelidad se convierte en una audacia, la fidelidad corre un riesgo por el que sólo Dios, eternamente fiel, puede responder. Cuanto más amemos a Dios, mayor será nuestra fidelidad.

El sacramento del matrimonio es una fuente inagotable de fidelidad, a la que podemos acudir cada día. El amor, que tiene a Dios como origen, puede superar con éxito el desafío de la fidelidad si no se olvida nunca la palabra que Jesús dirige a cada uno de nosotros: “Estad ciertos que yo mismo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos.” (Mt. 28,20).

 

15. ¿Qué nos aporta el matrimonio?

¿Qué tiene que ver la vida de pareja con la sociedad o con la Iglesia? Quienes dicen “eso es cosa mía, nadie tiene por qué meterse...” tienen un poco de razón, al menos en parte. El matrimonio es ante todo y en esencia la unión entre un hombre y una mujer que se dan el “sí” el uno al otro para formalizar un alianza.

Cuando Cristo afirmó “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne” se refería justamente a eso. No obstante, también es verdad que todo matrimonio tiene consecuencias sociales y si la sociedad lo reconoce funciona mejor: ¿quién da el apellido a los hijos? ¿quién tiene derecho a educarlos? etc. El estado civil, situación fiscal de la pareja....

En la mayoría de los casos, el estatuto social de pareja, de familia asegura su reconocimiento, protege sus derechos y facilita sus relaciones con el resto de la sociedad. Por otra parte, la pareja, la familia, ¿no son ellas mismas realidad social?

Hay, por tanto, que encontrar un equilibrio entre la justa autonomía de la pareja frente a todas las presiones sociales o familiares que afectan su intimidad, su felicidad, su fidelidad, sus decisiones, y la necesidad de obtener un reconocimiento social y jurídico que, a su vez, supone ciertas obligaciones.

El matrimonio civil

Así pues las parejas, tienen verdadero derecho a un cierto estatuto social, que no siempre es el que el Estado impone en un cierto momento histórico.

En muchos países como España el matrimonio por la Iglesia se reconoce también como jurídicamente válido.

En cambio, en otros, como en Francia, el matrimonio religioso no tiene efectos jurídicos y está prohibido que se celebre antes del matrimonio llamado “civil”.

A pesar de sus limitaciones, el matrimonio civil (sin matrimonio religioso) aporta algo a la pareja, en la medida en que se trata de un compromiso contraído no solamente por los dos, sino también ante el resto del mundo.

El matrimonio por la Iglesia

A instancias de Cristo, la Iglesia pide a los católicos bautizados que se casen por el rito religioso , que se den un “si” libre y definitivo. El matrimonio religioso se considera un sacramento. Esto quiere decir que, al decir “si quiero” el hombre y la mujer aceptan un don de Dios, una “gracia ”destinada a aumentar su amor y a ayudarles a lo largo de toda su vida y en todas las dimensiones de su matrimonio y de su familia.

El sacramento del matrimonio nos da la capacidad de renovar el amor acudiendo al Amor (ver cuestión 13). El primer milagro de Jesús, según el Evangelio (Jn.2,1-11), fue reavivar la alegría de un matrimonio: en Caná. Cuando la fiesta corría el riesgo de terminar por falta de vino, Jesús transformó el agua en vino. El sacramento del matrimonio supone transformar el agua de nuestro matrimonio humano con todas sus realidades, en vino, el vino del las Bodas del Cordero, es decir, que nuestro amor dure hasta la eternidad.