Llucià Pou Sabaté

 

 


Romance de la gotita de agua

por una carmelita descalza

 

Transcribo un poema escrito por una carmelita descalza de Igualada (Cataluña, España), que ha llenado de consuelo a más de una persona enferma, y que puede servirnos a todos, pues describe la trayectoria de la vida, con momentos de luces y de sombras, pero que al final todo encuentra un sentido en los planes de Dios. Me limitaré a algunos comentarios, en cursiva. En la primera parte, habla de sueños y de infancia, de imaginación y de ganas de vivir, sin codicia que la distraiga del deseo de cumplir la voluntad de Dios, que va naciendo en su alma y que cultivará día a día, pues la vida cristiana puede resumirse en docilidad en dejarse llevar por el Espíritu de Dios:


“Pues, he aquí que una vez,
una gotita de agua
en lo profundo del mar
vivía con sus hermanas.
Era feliz la gotita…
libre y rápida bogaba
por los espacios inmensos
del mar de tranquilas aguas
trenzando rayos de sol
con blondas de espuma blanca.


¡Qué contenta se sentía,
pobre gotita de agua,
de ser humilde y pequeña,
de vivir allí olvidada
sin que nadie lo supiera,
sin que nadie lo notara!


Era feliz la gotita…
ni envidiosa ni envidiada,
sólo un deseo tenía,
sólo un anhelo expresaba…


En la calma de la noche
y al despertar la alborada 
con su voz hecha murmullo
al Buen Dios así rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa;
yo quiero lo que Tú quieras,
haz de mi cuanto te plazca”…
y escuchando esta oración,
Dios sonreía… y callaba.
 
Una tarde veraniega
durmióse la mar, cansada,
soñando que era un espejo
de fina y bruñida plata
un sol de fuego lanzaba
sus besos más ardorosos.


Era feliz la gotita
al sentirse así besada…
el sol, con tiernas caricias,
la atraía y elevaba
hacia él y, en un momento,
transformóla en nube blanda.


Se reía la gotita
al ver cuan alto volaba,
y, dichosa, repetía
su oración acostumbrada:
“Cúmplase, Señor, en mí
Siempre tu voluntad santa”…
al escucharla el Señor
se sonreía… y callaba.


(Son momentos de subir, de goce, de sentir entusiasmada que todo se ve de color rosa, que todos los sueños ser harán realidad)
 
Mas, llegado el crudo invierno
la humilde gota de agua,
estremecida de frío,
notó que se congelaba
y, dejando de ser nube,
fue copo de nieve blanca.


Era feliz la gotita
cuando, volando, tornaba
a la tierra, revestida
de túnica inmaculada
y en lo más alto de un monte
posaba su leve planta.


Al verse tan pura y bella
llena de gozo rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y allá, en lo alto del cielo
Dios sonreía… y callaba….


(Aquí veo referencias a la vocación al Carmelo –monte- vestida ya del hábito -túnica inmaculada-. Una vez vencido el afán de independencia, la entrega a Dios da un gozo de auténtica libertad. Sin embargo, la vocación de cada uno es la importante, lo que quiere Dios es que cumplamos su voluntad, manifestada en primer lugar en los mandamientos, pero –como siguió diciendo Jesús al joven rico- seguirle en las circunstancias en las que nos llama, y decirle que sí. Por tanto no se trata de un “estado de perfección” al que nos subimos y ya está hecho, sino de la “perfección en el propio estado”, ahí dejarse llevar por lo que Dios quiere, en docilidad manifestada en las cosas de cada día, como sigue diciendo la poesía...)

 
Y llegó la primavera
de mil galas ataviada;
al beso dulce del sol
fundióse la nieve blanca 
que, en arroyo convertida,
saltando alegre cantaba
al descender de la altura
cual hilo de fina plata.


Era feliz la gotita…
¡cuánto reía y gozaba
cruzando prados y bosques
en su acelerada marcha! 
y a su Dios esta oración
suavemente murmuraba:
“En el cielo y en el mar,
en el prado o la montaña,
sólo deseo, Señor,
cumplir tu voluntad santa”…
y Dios, al verla tan fiel,
se sonreía…y callaba…


(No es difícil esta oración, cuando todo va según el entusiasmo de esta segunda juventud, en el entusiasmo que da el seguimiento del Amor auténtico... pero llega la cruz, y ahí se demuestra que la santidad no es sólo decir “Señor, Señor” sino cumplir su Voluntad...)
 
Pero un día la gotita
contempló, aterrorizada,
la oscura boca de un túnel
que engullirla amenazaba,
trató de huir, mas en vano,
allí quedó encarcelada 
en tenebrosa mazmorra
musitando en su desgracia
aquella misma oración
que antes, dichosa, rezaba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa…
en esta noche tan negra,
en esta noche tan larga
en que me encuentro perdida
Tú sabes lo que me aguarda,
yo quiero lo Tú quieras,
haz de mí cuanto te plazca”…
mirándola complacido
Dios sonreía… y callaba…


(En esos momentos de oscuridad, cuando llega la noche, el sufrimiento, la cruz que no esperábamos, la perseverancia junto al Señor, con paciencia, da paz. Y, cuando más negra es la noche, amanece Dios: no hay pena que mil años dure, ni Dios nos prueba por encima de nuestras fuerzas, sino que cuando nos manda una prueba también nos da la gracia para llevarla...)
 
Pasaron día y noches
y pasaron las semanas,
pasaron, lentos, los meses
y la gota, aprisionada
en aquel túnel tan triste
iba avanzando en su marcha
y… fue feliz la gotita,
porque cuando a Dios oraba,
sentía una paz muy honda
y de sí misma olvidada,
vivía para cumplir
de Dios la voluntad santa.


Mas, he aquí que, de pronto,
quedó como deslumbrada,
había vuelto a la luz
y se encontró colocada
en una linda jarrita
que una monjita descalza
depositó con amor
sobre el ara consagrada.


Presa de dulce emoción
la pobre gota temblaba
diciendo : “Yo no soy digna
de vivir en esta casa,
que es la casa de mi Dios
y de sus esposas castas”.
El Señor que la vio humilde
Sonreía… y se acercaba.


(En esta parte final, vemos nuestra participación en el sacrificio de la Cruz de Jesús, cuando ponemos todo en la ofrenda y nuestra vida se convierte en sacrificio: de “sacra”, sagrado; y “facio”, hacer: hacer sagradas las cosas, introducirlas en Dios, que como decía san Josemaría Escrivá, no hacemos sólo lo que el mito del rey Midas que transformaba todo lo que tocaba en oro, sino que transformamos todo en gloria.)
 
Empezó la Eucaristía,
la gotita que, admiraba,
los ritos iba siguiendo,
sintió que la trasladaban
desde la bella jarrita
hasta la copa dorada
del cáliz de salvación
y, con el vino mezclada,
en puro arrobo de amor
repetía su plegaria:
“Señor que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y sonreía el Señor,
sonreía… y se acercaba…
 
Llegado ya el gran momento,
resonaron las palabras
más sublimes que en la tierra
pudieron ser pronunciadas,
y el altar se hizo Belén
en el Vino y la Hostia santa.
Y…¿qué fue de la gotita ?...
¡Feliz gotita de agua!...
Sintió el abrazo divino
que hacia Sí la arrebataba
mientras, por última vez
mansamente suspiraba:
“Señor, que se cumpla en mí
siempre tu voluntad santa”…
y, al escucharla su Dios
sonreía…y la besaba
con un beso tan ardiente
que el “Todo” absorbió a la “nada” 
y en la sangre de Jesús
la dejó transubstanciada…
 
Esta es la pequeña historia
de una gotita de agua
que quiso siempre cumplir
de Dios la voluntad santa.


(Cuando nos unimos al sacrificio de Jesús y hacemos del día una Misa... es el “Todo” que nos asume y nos perdemos en Él, nos hacemos Cristo, para la Vida de todos...)