Resonancias del Corazón

 

 

Diác. Jorge Novoa

 

 

 

Tomemos como centro de nuestra meditación, estas hermosas palabras de Santa Faustina Kowalska, ellas manan como agua pura del manantial  que es Jesús Misericordioso.

En la vida de los santos, hay  dos aspectos que se hacen presentes de modo bastante permanente, en primer lugar; se manifiesta una sed insaciable de Dios, y en segundo lugar, una progresiva saciedad que se consumará en la visión.   De esta doble experiencia, que tienen los santos, por un lado la sed insaciable, que los atrae irresistiblemente a la unión con Dios, generalmente puesta de manifiesto bajo la forma de deseos[1], y por otro la progresiva saciedad[2], sacan enseñanzas que se vuelven verdaderos apotegmas, que iluminan a modo de faro, el camino de santificación de  los hombres.

Santa Teresa de Jesús describe agudamente, como el Encuentro (sed-saciedad) nos descubre el valor profundo de nuestra existencia: "¡Oh, Vida que la dais a todos!, no me neguéis a mi esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y la pido, y vengo a Vos; no os escondáis, Señor, de mi, pues sabéis mi necesidad y que es verdadera medicina del alma llagada por Vos. ¡Oh, Señor, qué de maneras de fuegos hay en esta vida! ¡Oh, con cuánta razón se ha de vivir con temor! Unos consumen el alma, otros la purifican, para que viva siempre gozando de Vos. ¡Oh, fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento y qué seguro irá por los peligros de esta miserable vida el que procurare sustentarse de este divino licor!"[3].

Las palabras y obras en la vida de los santos nos ayudan a buscar y comprender, los signos de la presencia siempre amorosa del Señor en la sed y en la saciedad. Signos que hablan a la fe. Recomienda san Ambrosio; "recibe de Cristo, para que puedas hablar a los demás. Acoge en ti el agua de Cristo [...]. Llena, pues, de esta agua tu interior, para que la tierra de tu corazón quede humedecida y regada por sus propias fuentes[4].

Así explica san Agustín estas mociones (movimientos): "Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones" [5].

De allí nacen estas enseñanzas, que a modo de confesiones[6], son las resonancias del corazón, en este caso de  Faustina, que cual eco de la voz del Señor,  brotan en él manifestando su amor misericordioso, como testimonio de su presencia y acción transformante en el mundo.

 

"Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón…El resto lo hará Dios. Todo comienza en su misericordia y en su misericordia acaba.[7]"

 

Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche…El punto de partida, de estas palabras, es la condición humana pecadora. El pecado en la Tradición  de la Iglesia, ampliamente desarrollado por su Magisterio, es presentado con imágenes  como  la oscuridad, las tinieblas, la noche o la negrura. El pecado es el fruto trágico de la libertad mal empleada, es la experiencia que más contraría la naturaleza salida de las manos del Creador y el sentido de nuestra existencia, porque  hemos sido creados para conocer, amar y servir a Dios. Vivir en una situación permanente de pecado, va atrofiando nuestras facultades, hasta dejarnos en una situación mortal, análoga a la de un enfermo terminal. El hombre por el pecado se distancia cada vez más del manantial de la vida que es Dios y esta vivencia, crea un abismo insondable entre la criatura y su Creador. Es el abismo de la libertad finita que se autoproclama todopoderosa.

La conjunción aunque, introduce una objeción real o posible a pesar de la cual, puede ocurrir una cosa y esto es lo que nos enseña la Revelación. Dios no abandonó al hombre en su situación de lejanía e indigencia (experiencias que manifiestan la vida del pecador),sino que le anuncia en la caída misma una promesa de salvación. Esto, aparece narrado en el capítulo tercero del libro del Génesis. Dios se compromete con el hombre pecador que le ha dado la espalda y quiere restituirle el don perdido de la vida de comunión íntima con Él.  Únicamente Dios en Jesucristo pudo eliminar este abismo obrando el misterio de la Redención. Jesucristo, es el puente que se asienta en ambos extremos, viene de Dios y pone su morada entre los hombres, abriendo una brecha, como en el Mar Rojo, pero ahora en forma de Cruz, para facilitar el camino por el cual los hombres puedan volverse a Dios.

Si pensáramos en el pecado más grave que se nos pueda ocurrir y en su ejecutor, que de forma ignorante o consciente se mostrara revolcándose  en su situación, para promocionarla como maravillosa, a partir de esta enseñanza, concluimos que  esta situación no es un obstáculo para vivir un Encuentro con el Señor y disponerse en un camino de conversión.

Así lo esclarece San Cirilo de Jerusalén en una de sus catequesis: "Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las misericordias de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico supremo. Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad; di tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32,5)[8].

 

Si nuestra mirada ha comunicado a nuestro  interior el desaliento, por la situación de algún amigo o familiar, hijo, esposo, esposa,  hermano, padre o madre. Y si ella, nos ha invitado a bajar los brazos, con la sutil sentencia de : "no se puede hacer nada…" Reconozcamos aquí la voz del enemigo. El Espíritu de Dios nunca invita a la rendición, y menos si la victoria ya se encuentra en las manos de Jesús. Dios ha revelado su juicio sobre el pecador, y éste está dominado por la palabra: Misericordia.

 

“Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros” (S. Agustín, serm. 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. ‘Si decimos: «no tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia’ (1 Jn 1,8-9)"[9].

 

La misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria… Dios tiene para con el hombre pecador un Corazón Misericordioso que se compadece de su situación. Aunque nuestros pecado, cierren nuestro horizonte, el amor de Dios es más fuerte que nuestros pecados, auque sean rojos como la escarlata, el amor de Dios los hará más blancos que la nieve(cfr. SL 50).

La Misericordia de Dios se expresa claramente en la forma de acercarse Jesús al pecador, Él nos enseña a recibirlo y  buscarlo, como médico de cuerpos y almas quiere liberarlo de ese mal radical que es el pecado. Jesús se presenta en san Juan como la luz del mundo que viene a revelar la Verdad sobre la condición humana, y se manifiesta como Hijo del hombre, al que el Padre ha transmitido el poder de juzgar (cfr Jn 8). " Mediante esta « revelación » de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su « filantropía ». Es justamente ahí donde « sus perfecciones invisibles » se hacen de modo especial « visibles », incomparablemente más visibles que a través de todas las demás « obras realizadas por él »: tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras y, finalmente, mediante su muerte en la cruz y su resurrección."[10]  Como subraya el evangelista san Juan, «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17). "Sólo quien haya rechazado la salvación, ofrecida por Dios con una misericordia ilimitada, se encontrará condenado, porque se habrá condenado a sí mismo"[11].

Tenemos tendencia a contraponer en Dios la justicia con la misericordia.  Cuando en realidad,  justicia y misericordia se entienden como dos dimensiones del mismo misterio de amor: «Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia» (Rm 11, 32). En el obrar divino prevalece la misericordia de Dios, también en el obrar humano debe prevalecer: «Hablad y obrad tal como corresponde a los que han de ser juzgados por la ley de la libertad, porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio» (St 2, 12-13).

La Misericordia de Dios no es resignación o pasividad, sino acción transformante, que se manifiesta como iniciativa en el camino de la búsqueda de "lo que estaba perdido". Que se detiene ante la miseria humana, porque no pasa de largo indiferentemente, inclinándose para curarla. Jesús revela al Padre Misericordioso en sus gestos y palabras, unificando toda imagen que expresó la Antigua Alianza, y  revelando la singularidad de ser Él mismo, la encarnación de la Misericordia divina. Estas enseñanzas brotan de la vida de Jesús y revelan el rostro misericordioso de Dios.

Algunos hombres influidos por la cultura contemporánea, piensan que la Misericordia es una forma de debilidad, y muy por el contrario,  es pura y grandiosa gratuidad. A ellos, esta manifestación de Dios como misericordia, al igual que la cruz, les resulta escandalosa y no alcanzan a comprenderla en su sabiduría divina. La sabiduría divina se ha manifestado poderosa en la debilidad humana. 

Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón… Ante la dignidad del ofendido (Dios), con nuestra desagradecida respuesta, si razonáramos humanamente sobre lo que debemos hacer, ciertamente que nos sumiríamos en una serie interminable de penitencias para agradar a Dios. Todas exigentes y severas.   Pero Faustina, pone ante nuestros oídos una verdad que debe estar en la base de todo movimiento en el plano humano, Dios nos ama con un amor fiel. Él se servirá del gesto más sencillo para atraernos hacia Él. Debemos dejar al menos un poco entornada la puerta de nuestro corazón. El Señor, nos ha expresado la alegría que hay en el cielo por un pecador que se convierte y con cuánto desvelo Él lo busca. De allí, que todo corazón que al menos deje una hendija, que a modo de grieta pequeña, que a los ojos de los hombres puede resultar imperceptible, permitirá entrar por ella a Dios. Pues nuestro Dios tiene sed de amor, y así se acerca a la mujer samaritana que estaba junto al pozo. Se presenta ante ella, como alguien necesitado: "Dame de beber". El Señor en los santos expresa que "no ha venido a ser servido sino a servir".

Reflejamos como Iglesia esta sed de almas que tiene el Señor? Esta pasión que nos manifiesta en el santo Evangelio, entendiéndola como padecer-con, que se involucra y entrega "hasta el extremo"?

Qué maravilloso compromiso podríamos asumir, tratando de facilitar que muchos corazones entornen sus puertas. ¿Cuáles son los obstáculos que te impiden, al menos, entornar la puerta de tu corazón? Jesús está a la puerta del tuyo y espera tu respuesta ¿No oyes los golpes en tu puerta?

Tal vez, el barullo imperante en nuestra sociedad, va amurallando tu vida y no te permite escuchar la voz del Señor que te llama. O, puede ocurrir, que esta cultura emergente, siembre en ti el miedo y con esto te paralice de tomar una decisión que involucra tu futuro.

Jesús Resucitado anuncia la Paz a los suyos (Shalom), no a modo de deseo, como si dijera: ¡Ojalá puedas encontrarla!, muy por el contrario, esta Palabra en boca de Jesús es una orden que alcanza nuestro corazón para fortalecerlo.  "Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". Es su presencia y acción en el mundo y en cada uno de nosotros, el motivo central de nuestra esperanza.

El resto lo hará Dios. Todo comienza en su misericordia y en su misericordia acaba. La Revelación es la historia de la permanente iniciativa de Dios. En ella, Dios una y otra vez manifiesta su fidelidad. Una fidelidad que se expresa plenamente, en la  Pascua de su Hijo en la Nueva Alianza. Dios se ha comprometido con el hombre, respondiendo a su pecado con amor y misericordia, "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo a una muerte de cruz". 

Cuando el hombre intenta dar la espalda a Dios y quiere construir una historia al margen de su Creador, los resultados son funestos. La historia de la torre de Babel, que aparece en la Escritura, es una muestra arquetípica de cómo " en vano edifican los arquitectos, si Dios no edifica con ellos". Sólo con la ayuda divina podemos superar los peligros y las dificultades que salpican todos los días de nuestra existencia.

Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exige al mismo tiempo que los hombres se dejen guiar en su vida por el amor y la misericordia. De esta acción de Dios da cuenta María con su canto del Magnificat. "Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación".

¿Cabe entonces tomar una actitud totalmente pasiva, esperando que todo lo haga Dios? No debemos darle al texto esta  acentuación, podemos repetir con San Agustín: "el que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Pero, si toda obra de emprendimiento humano se presenta muchas veces ardua, cuanto más lo será aquella que quiere ayudar a edificar en los hombres la gloria a Dios. Y si, como lo percibimos, el pecado parece amurallar los corazones, edificando monumentales fortalezas que humanamente pueden presentarnos la tarea como imposible. La Palabra del Señor viene en nuestra ayuda, para que no nos dobleguen los obstáculos por enormes que sean, nosotros pondremos lo nuestro, "el resto lo hará Dios".       

"Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti confío", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno."[12]

 

 

 


 


[1] Cuanto más conoce el alma a Dios, tanto más le crece el deseo de verlo y la pena de no verlo (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 2).

[2] Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti (SAN AGUSTIN, Confesiones 1,1).

[3] SANTA TERESA, Exclamaciones, 9.

[4] SAN AMBROSIO, Carta 2

[5] SAN AGUSTIN, Trat. sobre la 1ª carta de S. Juan.

[6] SAN CIPRIANO DE CARTAGO, Ad. Donatum, 3. "El alabarse a si mismo es odiosa soberbia, pero no es soberbia, sino agradecimiento, el proclamar lo que se atribuye, no al esfuerzo del hombre, sino al don de Dios".

[7] M. Winowska, "L’icona dell’Amore misericordioso. Il messaggio di suor Faustina" -"Icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina"-, Roma 1981, p. 271

[8] SAN CIRILO DE JERUSALÉN; Catequesis II, Invitación a la Conversión.

[9] CEC 1874.

[10] Juan Pablo II, Dives in misericordia, n.2.

[11] Juan Pablo II, Juicio y Misericordia; Observatore Romano, e.e., 9- VII-1999.

[12] Juan Pablo II, Homilía en la Misa de acción de gracias por la canonización Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril de 2000.