LA REDENCION

I. Introducción

1.         Noción

La voz Redención es uno de los términos que desde sus orígenes el cristianismo ha usado para describir la salvación del género humano realizada por Jesucristo.  Se utilizan otras expresiones como expiación, Justificación, reconciliación, liberación, etc.

El cristianismo entiende por Redención a la liberación que Jesucristo hace del hombre, arrancándole del pecado, restaurándolo a una situación de unión sobrenatural con Dios y prometiéndole en el más allá un fin bienaventurado.

2.       Preparación de la Redención en el Antiguo Testamento

Dios preparó a la humanidad para la venida de Nuestro Señor Jesucristo, Redentor de los hombres.

Dios realizó esta preparación eligiendo al pueblo de Israel y revelándose a 61 por medio de los patriarcas y los profetas: todo el contenido del Antiguo Testamento es la preparación a la venida del Mesías.

Ya desde las primeras enseñanzas, después de la caída de nuestros primeros padres, Dios promete un Redentor: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; él te pisará la cabeza mientras tú acecharás su calcañal» (Gén 3, 15), es decir, un descendiente de Eva vencerá al demonio.

Dios establece Alianza con los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob que se renueva y concreta más tarde por medio de Moisés.

A lo largo de la historia del pueblo Judío, Dios va manifestando las características del Mesías prometido.  Será rey, sacerdote, siervo doliente, hijo de David, nacerá de una Virgen, será Dios-entre-nosotros, etc.

Y, también, como se cuida de señalar la Sagrada Escritura, a las otras naciones «no las dejó sin testimonio de sí» (Hech 14, 16-17), y por esto existía entre los demás pueblos de la tierra como una preparación remota para esperar al Mesías. (1)

II.      Características de la Redención

De la Redención, tal como la entiende y predica la Iglesia, pueden afirmarse las siguientes características:

1º    La redención se trata de una iniciativa divina. El hombre caído no puede redimirse por sí mismo (de fe).

La Sagrada Escritura enseña que es la gracia de Dios la que Justifica al hombre; la que le hace pasar del pecado a la amistad con Dios.  Pero como la gracia es un don gratuito de Dios: «Ahora son Justificados gratuitamente por su gracia, por la Redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 24), es la obra redentora de Jesucristo la que libera del pecado a los hombres y no sus propias fuerzas, «pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios» (Ef 2, 8-9).

2º    Dios no tenía ninguna necesidad, ni interna ni externa, de redimir a los hombres (sentencia cierta).

La Redención es una decisión libre de Dios ante la miseria humana ocasionada por el pecado.  Es un «misterio de su voluntad divina» (Ef 1, 9).

Si el estado de Justicia original de Adán y Eva fue un acto gratuito de Dios, debido a su amor y misericordia, con mucha más razón la restauración de la Justicia inicial perdida es también un acto gratuito de Dios.

 3º        La Redención es única (de fe).

Es decir, no existe fuera de Cristo ninguna otra iniciativa redentora que proceda de Dios, que incida en la historia humana y nos haya sido dada a conocer por Revelación divina.  Por tanto, el género humano, según el decreto divino, ha sido redimido por el Hijo de Dios encarnado.

La Revelación muestra esta gran verdad de fe: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10); «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que Juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él» (Jn 3, 17); «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Tim 1, 15).

Es patente que la fe de la Iglesia es que la Encarnación del Hijo de Dios se realizó para la remisión de los pecados de los hombres.  Ahora bien, es posible preguntarse si la Redención decretada por Dios se hubiera podido-realizar por otros medios sin que fuera necesaria la Encarnación.

Está claro que Dios hubiera podido redimir a los hombres de otra manera; pensar lo contrario sería limitar la omnipotencia, sabiduría y Justicia de Dios, que estaría limitada a la única posibilidad de la Encarnación de su Hijo Unigénito.  Podía, por ejemplo, salvar a los hombres sin recibir ninguna satisfacción de la humanidad pecadora.

Por el contrario, si Dios quiso una satisfacción adecuada, es necesaria la Encarnación de una Persona divina (sentencia cierta), puesto que la ofensa infinita a Dios merece una satisfacción infinita, que sólo pueda ofrecerla el mismo Dios.

4º         La Redención es escatológico (de fe).

Quiere decirse con esto, que la liberación del hombre efectuada por la Redención tendrá lugar plenamente en el futuro; pero, a la vez, está ya presente por la gracia: contiene un ya y un todavía no.

5º         La Redención alcanza a todos los hombres (de fe).

Cristo murió por todos, y no solamente por algunos.  Esto significa que la Redención efectuada por Jesucristo es comunicable a todos sin excepción, de modo que cualquier hombre puede apropiarse los frutos de esa Redención objetiva y universal, si cumple la voluntad de Dios.

La Sagrada Escritura enseña claramente esta verdad en multitud de pasajes.  Entre otros muchos, Cristo «se dio a sí mismo en precio del rescate por todos» (1 Tim. 2, 6), «Él es propiciación por nuestros pecados; Y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2, 2).

La Iglesia enseña que Dios Padre envió a su Hijo Jesucristo a los hombres para que redimiera a los Judíos y para que los gentiles consiguieran la gracia, y todos recibieran la adopción de hijos.  Cristo no murió sólo por los predestinados, o sólo por los fieles cristianos, sino por todos los hombres.

6º    La Redención libera al hombre de la servidumbre del pecado que le esclaviza desde la falta de Adán (de fe).

Pecado y Redención se comportan respectivamente como sombra y luz en la vida humana. «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -enseña San Pablo-, y son Justificados gratuitamente por su gracia, por la Redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 23-24).

«Nadie por sí mismo y por sus propias fuerzas se libera del pecado y se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud; todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador» (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 8).  Es Cristo quien, con su muerte y su resurrección, nos libera del pecado y nos reconcilia con Dios.

7º         La Redención como victoria sobre el demonio, la muerte y el dolor (de fe).

Por ser victoria sobre el pecado, la Redención es también victoria -con Cristo y en

Cristo- sobre todos estos males.

-      El demonio se ha visto despojado de su poder; con Cristo ya no vence al hombre.

-      El hombre redimido por Cristo sigue sujeto a la ley del morir corporal, pero su muerte es más que un hecho biológico, es un hecho de fe, que no va ya unida a la incertidumbre y a la angustia.  La muerte, asociada a la de Cristo, es el comienzo de una nueva vida.

-      El dolor humano es objeto asimismo de una transformación, porque se une al sacrificio de Cristo, y prepara con su presencia purificadora en la vida humana la llegada del Reino de Dios.

III.       Teología cristiana de la Redención

III.       1. Las tesis protestantes

Lutero, siglo XVI, expuso una doctrina sobre la Redención diferente a la doctrina católica.  Es alemán y fundador de los protestantes.

La Redención de Jesucristo presenta dos aspectos:

- Redención objetiva.  Es el hecho mismo de la muerte de Jesús en la Cruz.  Por este hecho, su muerte, Cristo adquiere méritos para salvar del pecado a todos los hombres.  Ha merecido la salvación de los hombres.

- Redención subjetiva.  Es la aplicación a cada uno de los hombres singulares de la Redención objetiva.

Aunque el efecto de la Redención objetiva es universalísimo -es para todos los hombres-, esto no significa que todos los hombres automáticamente se salven.

Cada hombre debe, por sus buenas obras, aplicar a su vida la Redención objetiva.  De tal manera que el que no realiza buenas obras con la ayuda de la gracia tampoco recibe el mérito y por tanto no se le perdonan los pecados.

Lutero, y con 61 los protestantes, niegan frente a la doctrina católica que exista la Redención subjetiva.

Para los protestantes, como ya hemos dicho antes, las buenas obras realmente no existen, pues todos los hombres son siempre pecadores, como consecuencia de que el pecado original ha corrompido totalmente la naturaleza humana.  Por tanto, no pueden hacer obras con ayuda de la gracia para conseguir su salvación.

Para los protestantes, la Redención objetiva es suficiente y es Dios quien libremente, salva a unos hombres y condena a los otros.

Para los protestantes, la salvación que Dios realiza de los hombres tampoco les quita el pecado, sino que simplemente no se lo tiene en cuenta.  Es una salvación o Justificación extrínseca que no borra los pecados.

Para los protestantes, la muerte de Jesucristo en la Cruz no ha sido un verdadero sacrificio.

En todo caso, dicen que se puede hablar de sacrificio sólo en el sentido de que Dios ha entregado a su Hijo, como un cualquier otro condenado a muerte.  La muerte de un condenado no es un sacrificio en sentido estricto, porque le falta libertad y por ello no muere voluntariamente para agradar a Dios.  Por tanto, la muerte de Jesucristo en la Cruz no es una expiación ofrecida voluntariamente a Dios por la humanidad de Cristo.

Por ello, la satisfacción de la Cruz es simplemente penal y Jesucristo ha sido castigado, ha sufrido la pena, por nuestros pecados, pero no nos los ha quitado.  De todo esto, concluye que la Santa Misa no es tampoco un sacrificio.

III.  2. El Concilio de Trento (1546-1563) reafirmó la doctrina tradicional de la Iglesia

Para comprender mejor la fe de la Iglesia, que cree que la muerte de Jesucristo en la Cruz es un verdadero sacrificio, estudiaremos por qué la muerte de Jesús en la Cruz cumple con todos los requisitos del sacrificio y de que modo el sacrificio de Jesús realizó la Redención del género humano.

1º         Jesucristo, muriendo en la Cruz, ofreció un verdadero sacrificio (de fe).

El Magisterio de la Iglesia, frente a Lutero, es muy explícito al enseñar el carácter de sacrificio de la muerte de Jesús en la Cruz.  El Concilio de Trento definió que «este Dios y Señor Nuestro Jesucristo quiso ofrecerse a sí mismo a Dios Padre como sacrificio presentado sobre el ara de la Cruz en su muerte para conseguir para los hombres el eterno rescate» (DS 1740).

Son muchos los textos de la Sagrada Escritura que señalan el carácter sacrificial de la muerte de Cristo.  Por ejemplo, a lo largo de los capítulos 9 y 10 de la epístola de los Hebreos se describe la superioridad del sacrificio de Cristo sobre los sacrificios del Antiguo Testamento.

La razón iluminada por la fe prueba que la muerte de Cristo en la Cruz es un verdadero sacrificio, porque se cumplen en ella Todas las- notas propias del sacrificio:

2º         Noción de sacrificio.

Sacrificio es el acto de la virtud de la religión por el que la criatura manifiesta exteriormente el dominio de Dios sobre ella.  Por ser un acto de la virtud de la religión, el sacrificio no tiene sólo carácter individual, sino también social, y por esto ha de ser ofrecido por un ministro legítimo, que sea aceptado por Dios y represente a los hombres.

El sacrificio, en razón de la naturaleza caída, tiene carácter propiciatorio, es decir, la criatura ofrece el sacrificio para expiar sus pecados.  Propiciar significa expiar, pedir y conseguir el perdón de las faltas.

En definitiva, para que exista un verdadero sacrificio son necesarios cinco requisitos: sacrificio es (1) el ofrecimiento u oblación; (2) de una cosa sensible; (3) su destrucción o inmolación; (4) con el fin de confesar el dominio supremo de Dios o adoración; (5) y realizado por un ministro legítimo.

En el Calvario se cumplen todos los requisitos del sacrificio.

1.    Oblación de una realidad sensible.  Cristo hombre se ofrece a Dios.

2 .   Inmolación o destrucción.  Jesús muere en la Cruz derramando su sangre.

3 .   Dominio de Dios.  Jesús se entregó a la muerte por obediencia a la voluntad del Padre, al que «obedeció hasta la muerte» (Fil 2, 8).

4.    Jesús muere en la Cruz.  Con el fin de satisfacer a la Justicia divina y lavar los pecados de los hombres.

5 .   Ministro legítimo.  Jesús es, en su Humanidad, el único ministro cualificado, pues es el mediador entre Dios y los hombres.

En   conclusión, creemos, porque no puede ser de otra manera, que también, la Santa

Misa es propiamente sacrificio, por ser el memorial de la muerte de Cristo en la Cruz.

3º         Jesucristo nos rescató y reconcilió con Dios por medio del sacrificio de su muerte (de fe).

La Iglesia cree que, aunque toda la vida de Cristo tiene un carácter salvífico, ciertamente su muerte en la Cruz resume y culmina su obra redentora y que por ella se realizó el perdón de los pecados.  El Concilio de Trento definió que Jesucristo «nos reconcilió con Dios por medio de su sangre» (DS 1513) y que el sacrificio de su muerte en la Cruz es «para conseguir para los hombres el eterno rescate» (DS 1742).

La Sagrada Escritura enseña que el Señor entregó su vida como «precio del rescate de todos» (Mt 20, 38).  Al instituir la Eucaristía (2), el mismo Jesucristo señala la virtud redentora de su muerte: «Esta es mi sangre del Testamento, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados» (Mt 26, 28).  San Pablo atribuye a la muerte de Cristo el perdón del hombre pecador: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Rom 5, 10).

4º         La satisfacción vicaria de Jesucristo (de fe).

Para perdonar los pecados, Dios estableció que la humanidad ofreciera una satisfacción adecuada. Sólo una satisfacción de valor infinito podía reparar la ofensa, en cierto modo infinito, hecha a Dios por el pecado; y sólo Jesucristo, Persona divina y hombre verdadero, podía dar esa satisfacción. Pero, Jesucristo es inocente de nuestros pecados; por tanto, ¿cómo pudo El satisfacer por los pecados de los hombres de los que no era culpable?

La satisfacción es la reparación de una ofensa y puede ofrecerla el mismo ofensor o puede ofrecerla un representante suyo, y en este caso ser la satisfacción vicaria.

Es evidente que Jesucristo por sí mismo no tenía nada que satisfacer, pues no había cometido ningún pecado, pero sí que ofreció una satisfacción vicaria por los pecados de los hombres.

5º         La Redención subjetiva o la aplicación de la Redención a cada hombre en particular (de fe).

La eficacia y la universalidad de la satisfacción vicaria de Jesucristo se refieren únicamente a la Redención objetiva.  Para que la satisfacción vicaria de Cristo, suficiente y sobreabundante, surta efecto en cada hombre sea necesario que cada uno se apropie dichos méritos. Es decir, la Redención objetiva, la muerte de Cristo, tiene eficacia universal, pero la Redención subjetiva, la salvación de cada hombre, es particular y a veces no se alcanza.

6º         La salvación de cada hombre depende también de su fe y buenas obras (de fe).

Cada hombre debe esforzarse para conseguir su salvación personal. El Concilio de Trento enseña que «aunque Él murió por todos, no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión... sino renacieran en Cristo, no serían Justificados» (DS 1523).

La Sagrada Escritura vincula la salvación a la fe en Jesucristo, y al cumplimiento de los mandamientos y consejos dados por el Señor. El Apóstol Santiago dice claramente «ved, pues, como por las obras y no por la fe solamente se Justifica el hombre» (Sant 2, 24).

7º    Las personas que no conocen a Jesucristo se salvan si viven la Ley natural y creen en Dios remunerador (de fe).

En el mundo hay, ha habido y habrá miles, millones de personas que no conocen a Jesucristo ni tienen la posibilidad de conocerlo fácilmente, porque, nadie se lo predica. Ya San Pablo exclamaba, viendo a las multitudes que no siguen a Jesucristo. «Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quién no han creído?  Y cómo creerán sin haber oído de Él?  Y ¿cómo oirán si nadie les predica?  Y ¿cómo predicarán si no son enviados?  Según está escrito: "¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!" (Is 52,7).  Pero no todos obedecen al Evangelio.  Porque Isaías dice: "Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio?" (Is 53,1).  Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo» (Rom 10, 14-17).

Pero estas personas también se salvan si cumplen la Ley natural y creen en Dios remunerador.

Es propio de la bondad y misericordia infinita de Dios, que las personas que no conocen a Jesucristo y pertenecen a otras religiones, incluso las más alejadas del monoteísmo (3), se puedan salvar.  También a ellos se les aplica la Redención de Jesucristo.  También, ellos se salvan por la gracia de Jesús merecida por su muerte en la Cruz.  Es evidente, que son santificados por otros caminos diferentes al de los Sacramentos, en especial el del Bautismo.  Dios les da la gracia de otra manera, que se resume en lo que decimos: vivir de Ley natural y creer en Dios remunerador.

-      Vivir la Ley natural significa-haz el bien y no hagas el mal

-      Pero sucede muchas veces, es un hecho histórico universal, que pueblos enteros, por pertenecer a determinadas culturas, tienen un conocimiento imperfecto de lo que es el verdadero bien.  En este caso, como tienen ignorancia invencible y no pueden, por esos factores culturales, llegar a conocer de ningún modo lo que es el verdadero bien de la Ley natural, se dice que actúan mal materialmente, de hecho lo que hacen está objetivamente mal, pero que no actúan mal formalmente, es decir, no son responsables de sus equivocaciones.  Por tanto, también, pueden salvarse.  Dios sabe más que los pobres hombres, y en su infinita bondad y misericordia comprende a estas personas que no pueden conocer a Jesucristo y los salva si cumplen, como estamos diciendo, con la Ley natural y creen en Dios remunerador.

-      Creer en Dios remunerador significa creer en tres verdades religiosas naturales: 1º Creer en la existencia de Dios. 2º Creer en la existencia de un alma inmortal. 3º Creer, que después de esta vida, hay un premio o castigo de acuerdo con las obras realizadas durante esta vida.  Si nos fijamos bien, vemos que estas tres verdades religiosas naturales son las que están contenidas en el concepto de Dios remunerador.

Estas son verdades religiosas naturales que cualquier hombre puede llegar a conocer con su inteligencia sin necesidad de la Revelación.  Y, de hecho, lo normal es que todos los hombres, de una manera más o menos clara, las conozcan.

Por eso, la Iglesia Católica ha defendido siempre, frente a otras concepciones pesimistas y negativas, la capacidad natural de la razón humana para conocer la verdad; y, por tanto, la capacidad de conocer la Verdad, con mayúsculas, que es Dios.  Por eso, ya hemos dicho, que el Concilio Vaticano I (1870-1872), definió que «si alguno dijera que Dios vivo y verdadero, Creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema» (DS 3026).  Pero, también en el modo de creer en Dios remunerador hay, como en la verdad anterior de vivir de acuerdo con la Ley natural, graves errores ocasionados por la cultura en que viven los pueblos y naciones.

Por este motivo, la Iglesia también ha definido la necesidad moral o conveniencia de la Revelación, pero no su necesidad absoluta pues, como acabamos de decir, el hombre sólo con su razón natural y aún en pecado puede conocer a Dios y un conjunto importante de sus características personales.  La Iglesia, en el Concilio Vaticano 1, añadió a la definición anterior la siguiente definición «para aquello que en las cosas divinas no es de suyo inaccesible a la razón humana, pueda ser conocido por todos, aún en la condición presente del género humano, de modo fácil, con firme certeza y sin mezcla de error alguno» (DS 3005).

Con esta definición, la Iglesia enseña que, sin la ayuda de la Revelación, es fácil equivocarse en la idea que los hombres se forman de Dios.

Por lo que estamos diciendo, comprendemos que muchas personas tengan una concepción errónea de Dios, pues la cultura en la que viven les lleva a ser politeístas, panteístas, a tener un concepto muy difuso del más allá, que se concreta en el culto a los antepasados y otras muchas formas de religión natural.

Ahora bien, aún en todas estas religiones existe aunque sea muy escondido, la creencia en un más allá y en un premio o castigo por parte del Ser Supremo.

Todas las religiones naturales creen en el Ser Supremo y en el cielo.  Incluso los panteístas, como el budismo, creen en Él y en el cielo, que confunden con la misma naturaleza; aún así, tienen dioses Brahama, Visnú y Siva y múltiples divinidades inferiores.

Pero, muchas veces, se confunden respecto de quién es Dios y cómo es el Cielo.  El Cielo lo ven como la morada de Dios o de los dioses, como una isla paradisíaca, así lo creen los celtas y chinos, y como lugar del destino humano para los hombres que se han portado bien esta vida.

Sea lo que fuere, si tienen ignorancia invencible, Dios bueno y misericordioso los acogerá Junto a sí, los salvará, porque como dice San Pablo «nosotros somos hombres iguales a vosotros y os predicamos para convertiros de estas vanidades al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos; que en las pasadas generaciones permitió que todas las naciones siguieran su camino, aunque no las dejó sin testimonio de sí, haciendo el bien y dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimentos y de alegría vuestros corazones» (Hech 1415-17).

Pero, al mismo tiempo, todos tenemos el grave deber y derecho de enseñarles el conocimiento del verdadero Dios remunerador y el verdadero bien de la Ley natural y de la Ley revelada.  Ya lo decía San Pablo. «Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de si no evangelizara!  Si de mi voluntad lo hiciera, tendría recompensa; pero si lo hago por fuerza, es como si ejerciera una administración que me ha sido confiada. ¿En que está, pues, mi mérito?  En que, siendo del todo libre, me hago siervo de todos para ganarlos a todos, y me hago Judío con los Judíos para ganar a los Judíos.  Con los que viven bajo la Ley me hago, como si yo estuviera sometido a ella, no estándolo, para ganar a los que bajo ella están.  Con los que están fuera de la Ley me hago como si estuviera fuera de la Ley, para ganarlos a ellos, no estando yo fuera de la ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo.  Me hago con los flacos, flaco para ganar a los flacos; me hago todo para todos para salvarlos a todos.  Todo lo hago por el Evangelio, para participar en él» (1 Cor 9, 16-23).

IV.    La obra de la Redención realizada por el triple ministerio de Jesucristo

Vamos a estudiar de qué manera Jesucristo realizó la Redención de los hombres.

Jesucristo realizó su misión redentora por su triple ministerio o función de Pastor, Maestro y Sacerdote, como El mismo enseñó: «Yo soy el camino (ministerio pastoral de gobierno), la verdad (ministerio doctrinal ó de enseñanza) y la vida (ministerio sacerdotal o santificador)» (Jn 14, 6).

Jesucristo, por su ministerio pastoral, se dirige a la voluntad de los hombres, pidiendo obediencia a los mandatos de Dios.  El ministerio pastoral comprende los poderes legislativos, Judicial y de gobierno.

Jesucristo, como maestro, ejerció su ministerio doctrinal, dirigiéndose al entendimiento de los hombres, enseñándoles la verdad.

Jesucristo, aunque toda su vida es redentora, por su ministerio sacerdotal realiza la reconciliación del hombre caído con Dios. El acto supremo redentor del Sacerdocio de Cristo es el sacrificio de su muerte en la Cruz. En todas las religiones, incluso las más primitivas, el sacrificio es su acto más importante.

De este triple ministerio participan todos los cristianos por el Bautismo.  Todos los fieles tienen el derecho de colaborar en el gobierno y organización de la Iglesia.  Pueden hacerlo de manera oficial o institucional.  Según las leyes vigentes, pueden pertenecer a movimientos de la Iglesia vinculados con la Jerarquía; ser Jueces, notarios, secretarios de Tribunales eclesiásticos; participar en los Sínodos Universales y diocesanos; ser miembros de los Consejos pastorales y económicos de la Parroquia, Diócesis y de la Santa Sede, etc.

También pueden hacerlo de manera privada y no oficial, fundando colegios, incluso no es necesario que sean oficialmente católicos; clubes; residencias; colaborando con su tiempo, capacidad de gestión, con medios materiales, etc.

Todos los fieles cristianos tienen el derecho de enseñar la doctrina de Jesucristo.  Pueden hacerlo de forma oficial y privada.  Si no son llamados, pueden ser profesores de Universidades Católicas, dar catecismo, colaborar en las Instituciones eclesiásticas que tratan de la doctrina del Señor, etc.  Privadamente pueden dar círculos de estudio, charlas doctrinales y de formación; escribir sobre Teología; aclarar ideas confusas sobre fe y costumbres, etc.

Todos, los fieles cristianos tienen el derecho de participar en la función sacerdotal de Cristo.  Este ejercicio puede realizarse oficialmente como, por ejemplo, al administrarse el Sacramento del Matrimonio- los contrayentes, hombre y mujer, son los Ministros de ese Sacramento y el sacerdote es sólo un testigo cualificado de la Iglesia- y, otros Sacramentos, como dar la Sagrada Comunión con el permiso oportuno; predicar de Palabra de Dios; ayudar en las Ceremonias litúrgicas, etc.  Y, privadamente, dialogando con sus amigos y conocidos para que frecuenten los Sacramentos y para que mejoren de conducta; es decir, ayudándoles a ser santos.  El Sumo Pontífice Pablo VI, en la bellísima encíclica Ecclesiam suam del año 1964, insiste en este diálogo santificador, y dice que el diálogo es hoy la palabra moderna que define el apostolado.

De nuevo, destacamos, que el triple ejercicio del ministerio de Cristo debe hacerse de acuerdo con el Código de Derecho Canónico y otras leyes vigentes de la Iglesia (4).

Otra observación es adecuada. Todos los fieles cristianos tienen el derecho pero también el deber de vivir prácticamente su triple participación en el ministerio de Cristo: todo derecho está unido a un deber u obligación.  Por tanto, cuando un fiel no vive sus derechos y obligaciones se está comportando como un cristiano poco consecuente con su fe.

Estos deberes y derechos nacen de la recepción del Sacramento del Bautismo, como ya hemos dicho. Por tanto, son deberes y derechos de todos los cristianos, sean católicos, ortodoxos, protestantes y otras confesiones cristianas.  Aunque sólo a los católicos les obligan las Leyes de la Iglesia Católica.

Los fieles ordenados «in sacris», personas sagradas son los que han recibido el Sacramento del Orden en sus diferentes grados de diaconado, presbiterado y episcopado, tienen los mismos derechos y deberes del resto de los fieles laicos u no ordenados; pues también, ellos son fieles cristianos.  Pero, además, como han recibido la consagración del Sacramento del Orden participan de otro modo del sacerdocio de Cristo: de una manera no sólo diferente en grado al de los demás fieles sino de una forma esencialmente distinta.  Por tanto, tienen el derecho y el deber de vivir su especial participación de la triple misión de Jesucristo de manera consecuente y propia de esa especial consagración sacerdotal y jerárquica. Así, enseñan, gobiernan y santifican a la Iglesia, además de hacerlo igual a todos los fieles cristianos, como miembros de la Jerarquía de la Iglesia.

En resumen todos los fieles cristianos tienen alma sacerdotal.  Todos los bautizados, mujeres y hombres, tienen el derecho y la obligación de ser consecuentes con su fe, colaborando, enseñando y santificando a la Iglesia, y con ella, a todos los hombres de todos los tiempos.  Jesucristo nos lo mandó con un mandato imperativo: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo, cuanto yo os he mandado.  Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 18-20).

V.      Conclusión gloriosa de la obra redentora o glorificación de Jesucristo

Recordemos que toda la vida de Jesucristo es redentora, aunque el sacrificio de su muerte es el momento culminante de la obra de la salvación, por lo cual también los hechos posteriores a la muerte de Jesús en la Cruz tienen carácter redentor.

Jesucristo, después de su muerte, con el alma separada del cuerpo, bajó al limbo de los Justos (de fe).

Los Símbolos de fe enseñan esta verdad de fe «y bajó a los infiernos» (DS 16), y el Iv Concilio de Letrán precisa que «bajó a los infiernos... pero descendió en alma» (DS 801).

Los Santos Padres ofrecen un testimonio unánime acerca de la bajada del alma de Cristo al limbo de los Justos.  Para San Ignacio de Antioquía, Jesucristo bajó al «seol» y «resucitó de entre los muertos a todos aquellos profetas que habían sido sus discípulos en espíritu y que le habían esperado como maestro» (Carta a los Magnesios).

La Iglesia enseña que Jesucristo bajó a los infiernos para librar las almas de los Justos, que esperaban en el limbo o seno de Abraham, aplicándoles los frutos de la Redención y haciéndoles partícipes de la visión beatífica de Dios en el Cielo.

El término infiernos indica, en latín, lugares inferiores. Con esta expresión, en la antigüedad y, también en nuestros días, se señala el lugar de los muertos.

2º Jesucristo, al tercer día después de su muerte, resucitó glorioso de entre los muertos (de fe).

La Resurrección de Cristo es una verdad fundamental en la que se apoya nuestra fe; pues, como dice San Pablo, «si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana nuestra fe... ; si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres» (1 Cor 15, 14 y 19).

La Iglesia, en todos los Símbolos de fe y en su Magisterio más solemne, enseña la verdad de la Resurrección de Jesús.

En el Antiguo Testamento se profetiza la Resurrección del Mesías: «Tú no dejarás mi alma en el infierno, no dejarás que tu Insto experimente la corrupción» (Sal 15, 10).

En el Nuevo Testamento Jesús anuncia categóricamente que resucitará al tercer día después de su muerte.  Por ejemplo después de la Transfiguración en el Monte Tabor, los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan, que habían estado presentes «se preguntaban que era aquello de "cuando resucitase de entre los muertos"» (Mc 9,10) y en otra ocasión, entre muchas otras, en que «le interpelaron algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya.  Él, respondiendo, les dijo; La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta.  Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra» (Mt 12, 38-40).

«Después de enterrado en el sepulcro nuevo de José de Arimatea al otro día, que era el siguiente a la Parasceve (Pascua), reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré» (Mt 27, 62-63). Y, después de su Resurrección al tercer día, «mientras, iban ellas» (María Magdalena con la otra María), algunos de los guardias vinieron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido.  Reunidos éstos en consejo con los ancianos, tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados, diciéndoles: Decid que, viniendo los discípulos de noche, le robaron mientras nosotros dormíamos. Y si llegase la cosa a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos para que no os inquietéis. Ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había dicho. Esta noticia se divulgó entre los Indios hasta el día de hoy» (Mt 28, 11-15).

La realidad histórica de la Resurrección de Jesús se prueba por el sepulcro vacío, las numerosas apariciones, las conversaciones que tuvo con sus discípulos, dejó que lo tocaran y comió con ellos, etc. La Resurrección de Jesucristo está en el centro de la predicación de los Apóstoles, que «daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús con gran valor» (Hech 4, 33).

Jesucristo resucitó en estado de glorificación y su cuerpo glorioso no está sujeto a las barreras del tiempo y del espacio. El cuerpo glorioso de Jesús conservó las llagas y las señales de la Pasión, como manifestación de su triunfo sobre la muerte y como signo eficaz de su perpetua mediación sacerdotal en el cielo: «Alarga acá tu dedo, y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel» (Jn 20, 27), le dijo al Apóstol Santo Tomás que no creía que Jesucristo habría resucitado, a pesar de que los otros Apóstoles le habían dicho que se les había aparecido en el Cenáculo cuando él no estaba presente.

La Resurrección de Jesús y la glorificación de su Humanidad fue la recompensa merecida por la humillación de la Pasión y Muerte en la Cruz.

La Resurrección de Jesús perfecciona la Redención del género humano, porque es figura de nuestra resurrección espiritual de la muerte del pecado y anticipo de nuestra resurrección corporal al fin de los tiempos.

La Resurrección de Jesucristo es el mayor de sus milagros y, como cumplimiento de sus profecías, es el argumento apologético o de defensa de la fe más decisivo sobre la veracidad de sus enseñanzas.

3º Jesucristo subió en cuerpo y alma a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre (de fe).

Los Símbolos de fe enseñan que Jesucristo «subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre» (DS 16).

La Sagrada Escritura, además de las palabras de Jesús en las que anuncia su Ascensión a los cielos, enseña el hecho histórico de su Ascensión ante numerosos testigos: «El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue elevado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios» (Mc 16, 19).

Los Hechos de los Apóstoles nos narran como sucedió exactamente la Ascensión de Jesucristo a los cielos.  Dicen:

«Y comiendo con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí habéis escuchado; porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo.  Los reunidos le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?  Él les dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder; pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra.

»Diciendo esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos.  Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo?  Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo.  Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago.  Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, y con María, la Madre de Jesús» (Hech 1,4 -14).

Jesucristo subió a los cielos por su propia virtud: en cuanto era Dios por su propia virtud divina, y en cuanto hombre con la virtud de su alma glorificada, que lleva al cuerpo a donde quiere.

Para Jesucristo, su Ascensión a los cielos es la definitiva glorificación de su naturaleza humana y para nuestra salvación es la definitiva consumación de su obra redentora.

Jesucristo, Dios y hombre, entró en la gloria con las almas de todos los Justos que habían vivido antes de la Redención.

Jesucristo desde la gloria, prepara un lugar para los suyos, intercede eficazmente por los hombres, es el único mediador de la gracia que mereció por la Redención y envía al Espíritu Santo.

4º Jesucristo, al fin de los tiempos vendrá con gloria y majestad a juzgar al mundo (de fe).

Los cristianos creemos en la segunda venida de Jesucristo a Parusia. La Sagrada Escritura afirma esta verdad en repetidas ocasiones, y así lo enseña el Magisterio de la Iglesia: «desde allí ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos» (DS 16).

El mismo Jesucristo nos enseña como será el Inicio final:

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos y pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.  Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.  Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme.  Y le responderán los Justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?  Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

»Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles.  Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.  Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los Justos a la vida eterna» (Mt 25, 31-46).


 

Notas

(1)        Virgilio

            Virgilio, poeta romano, en su Bucólica IV, canta al hijo de Dios que ha de nacer en

Oriente.

(2)      Eucaristía, es una palabra griega que indica «acción de gracias».

Institución de la Eucaristía

«Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos,

dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo.  Y tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio,

diciendo: Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados.  Yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre» (Mt 26, 26-29).

Los sacramentos

Jesucristo es la fuente de la gracia santificante, que en Él, como cabeza, está en toda su plenitud, y de donde fluye por todo el Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Cristo pudo habernos comunicado la gracia sin necesidad de ritos y otros medios sensibles; pero quiso acomodarse a nuestro modo natural de ser, y determinó que la comunicación de la gracia santificante se hiciera mediante signos sensibles, acomodados a las diversas circunstancias y necesidades de nuestra vida sobrenatural. Estos signos significan y al mismo tiempo causan en el alma la gracia.

Esos signos que significan y dan la gracia, son los sacramentos, ritos sagrados que se realizan mediante acciones exteriores y palabras que determinan su significación.

El Señor instituyó siete sacramentos, con los que provee a los distintos momentos y necesidades en que puede encontrarse nuestra vida sobrenatural.

1 .   Nacemos a la vida de la gracia por el Bautismo, que nos incorpora a Cristo y nos hace hijos de Dios.

2 .   Cree y se fortalece nuestra vida sobrenatural por la Confirmación, que nos da gracia para cumplir nuestros deberes cristianos, y vencer las dificultades que en el camino del Cielo se nos presentan.

3 .   La Eucaristía es el alimento que conserva y repara las fuerzas para vivir en gracia y hacer obras meritorias para el Cielo.

4.    Si por el pecado perdemos la gracia, otro sacramento, la Penitencia, es la espiritual medicina que nos vuelve a dar la vida y la salud espiritual.

5 .   Cuando la enfermedad nos pone en trance de luchar la última batalla para entrar en el cielo, la Unción de los enfermos nos da fuerzas para vencer en ese grave trance, nos limpia de las reliquias de nuestros pecados, y puede también ayudarnos, si conviene, a vencer la enfermedad.

Para la vida social ha establecido el Señor otros dos sacramentos.

6.    El Matrimonio, santifica la unión de los esposos y les da gracia para cumplir sus deberes.

7.    El Orden Sacerdotal, provee a la Iglesia de los ministros que necesita para continuar en el mundo la misión que Cristo le encomendó.

(3)        Monoteísmo

Las tres grandes religiones monoteístas son el Judaísmo, el cristianismo y el Islam.

(4)

            El Código de Derecho Canónico, actualmente vigente, fue publicado por el Santo

Padre Juan Pablo II el día 25 de enero de 1983.