Autor: Responde el P.
Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
¿Qué son los carismas del Espíritu Santo? ¿Como saber cuáles son verdaderos?
¿Qué son los carismas que el Espíritu Santo otorga según su voluntad a su Iglesia?
Pregunta:
Estoy participando en un grupo de oración carismático
católico y me interesa saber qué son los carismas que el Espíritu Santo otorga
según su voluntad a su Iglesia ( por ejemplo: carisma de lenguas, profecía,
sanación, etc.) Muchas gracias y que Dios lo bendiga
Respuesta:
El primero y principal don que recibe la Iglesia es el
don personal del mismo Espíritu Santo (Rom 5,5; 8,15...) que nos ha sido
merecido por Jesucristo, don también del Padre (Jn 3,16). Ese don increado del
Espíritu produce como consecuencia inmediata la caridad, calor de su fuego (1
Cor 12,31. 14). Ella es por eso el mejor y más excelente de los dones. Luego,
toda la multiforme acción de Jesucristo por su Espíritu y del Espíritu en
Jesucristo, crea esa innumerable variedad de carismas, vibraciones y aspectos
de aquella increada y creada caridad. Unidad radical y originadora: el
Espíritu; y diversidad incesante de e fectos de la misma (1 Cor 12,4; 1 Pet
4,11).
S. Pablo nos ha ofrecido varias clasificaciones de
carismas (Rom 12,6 ss.; 1 Cor 12; Eph 4,11 ss.). Evidentemente, no quieren ser
exhaustivas. Es empeño inútil e imposible tratar de hacer por eso un esquema
rígido dentro del cual cupiese toda la infinita dinámica del Espíritu. Pero sí
que nos indica claramente: 1°: que todo en la Iglesia es don por parte de
Dios; los diversos ministerios también, empezando por el apostolado estricto
de los doce y de Pablo (1 Cor 12,28; Eph 4,11), y de la jerarquía que les
sucede (1 Tim 1,18; 4,11-12; 4,16); 2°: que todo carisma, por personal y
particular que quiera pensarse, es, directa o indirectamente, para la común
utilidad de la Iglesia (1 Cor 12,7), para la edificación del cuerpo de Cristo
(1 Cor 14; Eph 4,12; cfr. 1-Pet 4,10); 3°: que el Espíritu los distribuye
libérrimamente, como quiere y a quien quiere (1 Cor 12,11; Eph 4,7).
Podemos clasificarlos del modo siguiente:
a) Carismas ministeriales oficiales: jerarquía,
sacerdocio ministerial (con sus múltiples quehaceres magisteriales,
sacramentales, pastorales en general), vida religiosa en cuanto organizada y
aprobada por la jerarquía, el estado matrimonial, etc.
b) Las diversas vocaciones particulares para entrar en
esos ´órdenes´ ministeriales.
c) Las gracias personales privadas que recibe cada
cual, y que pueden ser a su vez ordinarias y extraordinarias, según el modo
normal o no de darse aquéllas, y que generalmente se acompaña en el segundo
caso de una toma de conciencia (psicologismo) de la presencia y actuación de
las mismas.
d) Hechos trascendentales, maravillosos que dentro de
la historia de salvación que vive la Iglesia, impactan más o menos su
realización, p. ej., grandes figuras proféticas y santas, acontecimientos
impresionantes, obras de largo alcance y repercusión, etc.
Aquí trataremos únicamente de los dos últimos
apartados, ya que l os otros suelen estudiarse bajo otros conceptos.
Carismas e Iglesia. -La Iglesia es pueblo todo él
profético, sujeto a esa acción del Espíritu en todos y cada uno de sus
miembros, clérigos y seglares, hombres y mujeres, de todos los pueblos y
tiempos. Todo en la Iglesia es pues carismático, pero, en el lenguaje
ordinario, la palabra carisma no suele aplicarse a la asistencia y acción del
Espíritu Santo a la Jerarquía, ni a su presencia y acción en los sacramentos,
etc., sino que se reserva para designar esa acción, ordinaria o
extraordinaria, llamativa o silenciosa, pero en cualquier caso imprevisible y
misteriosa por la que, del modo que quiere y cuando quiere, se hace presente y
actúa el Espíritu Santo distribuyendo luces y dones. Elemento en gran parte
irregistrable para nosotros, pero en parte sí registrable, al menos en sus
resultados y consecuencias. Elemento vital y necesario, como lo es también el
oficial, y que pertenece, por tanto, a la realidad íntima de esa Iglesia; por
tanto, siempre se tiene que dar en la misma. Así no hay que extrañarse de que
los signos maravillosos, antes prometidos, se hayan prodigado en su historia,
más en algunos momentos claves, como tuvo lugar en los primeros tiempos
cristianos.
Su disminución en otros nada significa, ya que la
distribución de los mismos se rige por la providencia del Espíritu. La tesis
del racionalismo liberal de que la jerarquía surge por la cesación de aquéllos
es dogmáticamente herétíca e históricamente insostenible.
Es más, los carismas maravillosos se convirtieron en
un lugar común de la apologética cristiana primitiva. Y esto a pesar del
peligro iluminista que hizo pronto su aparición (gnosis, crisis montanista,
etc.). Ello llevó a plantear a los Padres el problema del ´discernimiento de
espíritus´, de la crítica de los ´profetas´ y de sus doctrinas, de las señales
que garantizasen su misión, de precisar el valor de ciertos carismas (Didajé,
Hermas, Orígenes.. . ). Pero siguieron afirmando su existencia, su valor y su
necesidad en el vivir eclesial. Y explicaron el hecho de que no siempre se den
en igual medida los carismas extraordinarios en los diversos periodos de la
vida de la Iglesia, poniendo de relieve que en plenitud se habían dado sólo a
Jesucristo, y con medida a su complemento (pléroma) la Iglesia; pusieron
además el acento en ese elemento profético -diluido- de la santidad en la
Iglesia que se expresa principalmente por la caridad de los cristianos, por la
virginidad y por el martirio. (S. Juan Crisóstomo, Expositio in Psalmo 44,3:
PG 55,186; In Ep. ad. Tim. 3;h.10: PG 62,551-552; S. Agustín, In Io 14,10: PL
35,1508 ss.; íd. Sermo 116: PL 38,659 ss.; íd. De utilitate credendi: PL
42,90-91).
Quiere decir esto que los carismas ordinarios y
sencillos, privados, si queremos así llamarlos, se dan sin cesar más o menos
abundosamente en el vivir normal de los fieles cristianos, con su repercusión
imponderable para el conju n to total de la vida de la Iglesia. Cierto que los
milagros, profecías, etc., también se dan en ella, y más de lo que a veces se
piensa (es innegable la significación de fenómenos como el de Lourdes en todo
su conjunto, por citar un caso perfectamente documentado). Y serán argumentos
apologéticos más o menos valiosos para acreditar la presencia del Espíritu en
la misma (piénsese en lo que dice el conc. Vaticano I, sessio III, cap. 3:
Denz.Sch. 3013). Pero no debe olvidarse a los carismas sencillos; e incluso
puede afirmarse, siguiendo a los Padres, que debe ponerse el acento en ellos.
La Teología dogmática de los siglos precedentes al XX
estudió poco el tema. No así los estudiosos de la Teología espiritual, como,
p. ej., el P. Arintero. En cambio la Eclesiología del s. XX, en parte para
corregir errores de algunos ´movimientos carismáticos´ mal orientados, en
parte por una profundización en algunos puntos del dogma antes menos
estudiados, ha fijado en ellos su atención, par a subrayar que la acción del
Espíritu Santo, tanto por la asistencia a los medios institucionales como por
su acción inesperada, constituye la intra-historia de la Iglesia. Sería, pues,
un error desconocer uno u otro aspecto. La vida divina de caridad, los santos,
las virtudes de los fieles, son la irradiación de espiritualidad que, como
fermento del mundo, la Iglesia difunde siempre.
Ese elemento carismático es el que explica en gran
parte páginas capitales de su Historia. Recuérdense los casos proféticos de un
Francisco de Asís, de una Catalina de Siena, de una Teresa de Ávila, de una
Teresa del Niño Jesús, por citar algunos. Y tantas iniciativas privadas de
reforma y mejora que partiendo de la base santificaron a toda la Iglesia.
El conc. Vaticano II ha proclamado solemnemente la
valía y necesidad de ese elemento. Véase el no 12 de la const. lumen Gentium,
y también los n° 4, 7, 30, 32, 41, 43, 45 de la misma; el n° 3 del Decreto
Apostolicam Actuositatem; el 1 del Perfectae charitatis; el 4 del Ad
gentes,etc. Anteriores, entre otros documentos, cfr. también las enc. Divinum
Illud de León XIII, y la Mystici Corporis de Pío XII.
Errores y deformaciones.
Pueden darse en dos direcciones fundamentalmente:
a) En el orden de la espiritualidad y de la vida
mística como ocurre en todos aquellos planteamientos en los que, de manera más
o menos clara, se otorga una primacía a los fenómenos místicos
extraordinarios, valorándolos más que la práctica de la caridad y de las demás
virtudes. En su extremo, encontraríamos al quietismo con sus diversas
manifestaciones.
b) En el orden de la vida eclesial como sucede con
todos aquellos planteamientos que, olvidando la íntima unidad que existe entre
institución y carisma extraordinario, oponen el uno al otro, otorgando una
primacía a lo carismático sobre lo institucional, a lo que, previamente. han
concebido como no animado por el Espíritu. En este sentido t odos esos
movimientos implican un error dogmático, bien porque (como ocurrió con
Montano, v., y con algunos movimientos surgidos a partir de Joaquín de Fiore,
especialmente con los Fratricelos) piensen que la obra de Cristo no fue
definitiva y afirmen que se ha dado una nueva y radical efusión del Espíritu
que instaura un orden nuevo; bien porque (como ocurre con el protestantismo)
piensen que la Iglesia puede ser infiel a su mandato originario, lo que,
llevado a sus últimas consecuencias, conduce a intentar buscar un contacto con
el Espíritu Santo al margen de toda institución como sucede, en mayor o menor
grado, con los cuáqueros, los adventistas, los pentecostales, etc.
BIBLIOGRAFIA: A. LEMONNYER, Charismes, DB (Suppl.),
1,1233-1244; X. DUCROS, Charismes, en DSAM 11,1025-1030; L. SUÁREz, Los
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la Iglesia, 4 vol., Salamanca 1908 y 1911; G. THILS, Santidad cristiana, 4 ed.
Salamanca 1965, 100 ss.; R. SPIAZZI, Autoridad, razón e ímpetu carismático,
´L´Osservatore Romano´, 12 dic. 1968.
He tomado los principales datos de esta respuesta del
artículo ´Carismas´, de Baldomero Jiménez Duque, Gran Enciclopedia Rialp;
1991.