El nombre de “gnóstico” viene de
la palabra griega “gnosis” que significa conocimiento; gnóstico es por tanto
quien adquiere un conocimiento especial y vive según él. El término “gnosis” no
tiene por tanto sentido peyorativo. Algunos Santos Padres como Clemente de
Alejandría y San Ireneo hablan de la gnosis en el sentido del conocimiento de
Jesucristo obtenido por la fe: “la
verdadera gnosis -escribe san Ireneo- es la doctrina de los Apóstoles” (AdvHaer
IV 33).
El término “gnóstico” adquirió sentido peyorativo cuando fue aplicado por los
mismos Padres a ciertos herejes que tuvieron notable relieve entre los siglos II
y IV. El primero en designarlos así fue San Ireneo que ve su origen en la
herejía de Simón el samaritano (Hch 8,9-24), y dice que sus seguidores se
propagaron por Alejandría, Asia Menor y Roma dando lugar a “una multitud de
gnósticos que emergen del suelo como si de hongos se tratara” (AdvHaer.
I.29.1). De ellos, continua diciendo San Ireneo, derivan los valentinianos que
son a los que él combate directamente. Explica tal abundancia y diversidad de
sectas diciendo que “la mayoría de sus fautores -en realidad, todos- quieren ser
maestros; se van de la secta que abrazaron y urden una enseñanza a partir de
otra doctrina, y luego a partir de ésta surge todavía otra, mas todos insisten
en ser originales y en haber hallado por sí mismos las doctrinas que de hecho se
limitaron a compaginar” (AdvHaer. 1.28.1).
De esas informaciones de Ireneo y de las de otros Padres que también tuvieron
que combatir a aquellos herejes (especialmente San Hipólito de Roma y San
Epifanio de Salamina), se deduce que fue tal la cantidad de grupúsculos (simonianos,
nicolaítas, ofitas, naasenos, setianos, peratas, basilidianos, carpocratianos,
valentinianos, marcosianos) y maestros (Simón, Cerinto, Basílides, Carpócrates,
Cerdón, Valentín, Tolomeo, Teodoto, Heracleón, Bardesanes…), que cayeron bajo la
designación de “gnósticos”, y que sólo de manera muy genérica se les puede
agrupar bajo un calificativo. De las obras heréticas “gnósticas” descubiertas en
1945 en Nag Hammadi (alto Egipto), en torno a unas cuarenta, se saca una
impresión parecida; cada obra contiene su propia orientación doctrinal herética.
Dentro de esa diversidad descrita los mejor conocidos son los gnósticos
valentinianos, y también los que más influencia ejercieron. Actuaban dentro de
la Iglesia como “una fiera agazapada”, dice San Ireneo. Tenían las mismas
Sagradas Escrituras que la Iglesia, pero las interpretaban en sentido contrario.
El Dios verdadero, según ellos, no era el Creador del Antiguo Testamento;
distinguían diversos Cristos entre los seres del mundo celeste (eones);
estimaban que la salvación se obtiene por el conocimiento de uno mismo como
chispa divina encerrada en la materia; que la redención de Cristo consiste en
despertarnos a ese conocimiento; y que sólo los hombres espirituales (pneumatikoí)
están destinados a la salvación. El carácter elitista de la secta y el desprecio
del mundo creado configuraban, entre otros rasgos, la mentalidad de aquellos
herejes, máximos representativos de los “gnósticos”.