La primera diferencia
comprobable, ya que el hecho de que los evangelios canónicos están inspirados
por Dios no es comprobable, es de tipo externo a los mismos evangelios: los
canónicos pertenecen al canon bíblico; los apócrifos no. Quiere decir que los
canónicos fueron recibidos como tradición auténtica de los apóstoles por las
iglesias de Oriente y Occidente desde la generación inmediatamente posterior a
los apóstoles, mientras que los apócrifos, aunque algunos fuesen usados
esporádicamente en alguna comunidad, no llegaron a imponerse ni ser reconocidos
por la Iglesia universal. Una de las razones importantes para esa selección,
comprobable desde la ciencia histórica, es que los canónicos fueron escritos en
época apostólica, entendida ésta en sentido amplio, es decir, mientras vivían o
los apóstoles o sus mismos discípulos. Así se desprende de las citas que hacen
los escritores cristianos de la generación siguiente y de que hacia el año
ciento cuarenta se compusiese una armonización de los evangelios tomando datos
de los cuatro que pasaron a ser canónicos (Taciano). De los apócrifos, en
cambio, sólo se hacen referencias en tiempo posterior, hacia finales del s. II.
Por otra parte los papiros que se han encontrado con texto similar al de los
evangelios, algunos de mediados del s. II, son muy fragmentarios, señal de que
las obras que representan no fueron tan estimadas como para ser trasmitidas con
cuidado por sucesivas generaciones.
Respecto a los apócrifos que se conservaron o que se han descubierto en época
reciente hay que decir que las diferencias respecto a los canónicos son muy
notables tanto en la forma como en el contenido. Los que se conservaron a lo
largo de la época patrística y el medievo son relatos de carácter legendario y
llenos de fantasía. Vienen a satisfacer la piedad popular narrando detenidamente
lo concerniente a aquellos momentos que en los evangelios canónicos no se
cuentan o se exponen de manera sucinta. En general están acordes con la doctrina
de la Iglesia y traen relatos sobre el nacimiento de la Virgen de San Joaquín y
Santa Ana (Natividad de María), de cómo una partera comprobó la virginidad de
María (Protoevangelio de Santiago), de los milagros que hacía Jesús de niño
(evangelio del Pseudo Tomás), etc. Muy distintos son los evangelios apócrifos
procedentes de Nag Hammadi (Egipto) que tienen un carácter herético gnóstico.
Estos tienen la forma de dichos secretos de Jesús (evangelio copto de Tomás) o
de revelaciones del Señor resucitado explicando los orígenes del mundo material
(Apócrifo de Juan), o la ascensión del alma (evangelio de María [Magdalena]), o
son un pesado centón de pensamientos recogidos de posibles homilías o catequesis
(evangelio de Felipe). Aunque algunos puedan gozar de notable antigüedad, quizás
del s. II, la diferencia con los evangelios canónicos salta inmediatamente a la
vista.